
Lectura bíblica: Hch. 3:13; 2 P. 1:17; Hch. 3:15; 2:36; 10:36; 2 P. 1:1; 3:18; 2, 3, 1:18, 1 P. 1:19, 23; 2:2-3, 2:4, 5, 7, 2:9, 25; 5:2, 5:4; 4:10, 4:17; 3:7; 2 P. 1:3-4; 1 P. 5:10; Jud. 20, 21, 24; Jac. 1:17, 18
En los dos mensajes anteriores vimos la impartición de Dios en el ministerio de Pablo. En este mensaje queremos ver Su impartición en el ministerio de Pedro, Judas y Jacobo. En comparación con los escritos de Pablo, los de Pedro son muy breves. No obstante, los puntos cruciales que se hallan en sus escritos son muy similares a los de Pablo. Sin embargo, Pablo incluyó dos asuntos particulares que Pedro no mencionó. Pablo específicamente nos dijo que la iglesia es el Cuerpo de Cristo (Ef. 1:23). También nos dijo que Cristo como postrer Adán llegó a ser Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), y que el Señor es el Espíritu (2 Co. 3:17). Pedro nunca nos habló de esto, aunque sí mencionó el Espíritu de Cristo (1 P. 1:11) y el Espíritu de gloria, que es el de Dios (1 P. 4:14). Esto muestra que según el entendimiento de Pedro el Espíritu de Dios en la era del Nuevo Testamento llegó a ser el Espíritu de Cristo, y que el Espíritu de Cristo es el Espíritu de gloria.
Pedro también incluyó un asunto precioso que Pablo no mencionó, esto es, que nosotros somos participantes de la naturaleza divina (2 P. 1:4). Este asunto en la Biblia es un gran diamante y significa que nosotros disfrutamos de la esencia divina de lo que Dios es. Participamos de los elementos divinos del ser de Dios. Esta expresión, participantes de la naturaleza divina, es muy enfática. Me siento muy contento de que Pedro haya escrito esto. De lo contrario, en toda la Biblia no tendríamos nada que nos dijera que ahora mismo estamos disfrutando de la misma esencia de Dios. ¡Qué gran carencia habría si esto no se hubiera mencionado en la Biblia! Definitivamente a mí me gustaría mucho poner un letrero en mi cuarto que dijera: “Participantes de la naturaleza divina”. Ciertamente la mayor bendición que podemos recibir en todo el universo es que podamos participar de la naturaleza y esencia de Dios. Esto supera nuestro entendimiento e incluso es más de lo que podemos decir o expresar. No tenemos las palabras adecuadas para describir tal cosa.
¿Qué significa participar de la naturaleza divina? Permítanme explicar esto con el siguiente ejemplo. Supongamos que yo tengo una gallinita. Una gallina pone huevos, a pesar de que nunca ha asistido a una escuela donde enseñan a poner huevos. Poner huevos es simplemente algo que pertenece a la naturaleza de las gallinas. Con este ejemplo, ustedes pueden formarse una idea de lo que significa ser participantes de la naturaleza divina.
Tan pronto como fuimos regenerados percibimos cierta naturaleza en nosotros que desaprobaba que hiciéramos ciertas cosas. Nadie tuvo que enseñarnos que dejáramos de hacer ciertas cosas. Algo en nuestra naturaleza nos decía que como hijos de Dios no debíamos hacer dichas cosas. Así como la naturaleza de la gallina está en la gallina, también la naturaleza divina está en aquellos que han nacido de Dios. Nosotros hemos nacido de Dios con la vida divina. La vida y la naturaleza son inseparables. De hecho, la naturaleza es la esencia de la vida. La naturaleza de Dios se halla en la vida de Dios y, por tanto, la vida divina con la cual hemos nacido de nuevo posee internamente la naturaleza divina. Inmediatamente después de nuestra regeneración empezamos a participar de esta naturaleza, aun de manera inconsciente.
Permítanme darles otro ejemplo acerca de la naturaleza divina. Un bebé no tiene ningún conocimiento acerca de lo que es amargo y dulce. Nadie le ha enseñado lo que es amargo ni lo que es dulce. De hecho, ni siquiera tiene este vocabulario. No obstante, si le ponen en su boca algo dulce, se lo tragará, y si le ponen algo amargo, lo escupirá. ¿Quién le enseñó a hacer esto? Esto es algo que proviene de su naturaleza. Su naturaleza rechaza lo amargo. Todo lo que es amargo es rechazado por su naturaleza humana; todo lo que es dulce es aceptado por su naturaleza humana. Inmediatamente después de que es dado a luz, siendo aún muy pequeño, el bebé rechaza y acepta ciertas cosas.
Igualmente, en el momento de nuestra regeneración, otra naturaleza entró en nosotros. Ésta es la naturaleza de Dios, la naturaleza divina. Nosotros empezamos a disfrutar de esta naturaleza divina inmediatamente después de nuestra regeneración. Como creyentes todos somos participantes de esta naturaleza divina que está en nosotros. Pedro no dijo que nosotros tenemos una naturaleza divina, sino que hemos llegado a ser participantes de la naturaleza divina. Esta naturaleza está ahora en nosotros, y nosotros estamos participando de ella. Esto significa que estamos ahora disfrutándola, y disfrutamos de ella de forma subconsciente y sin proponérnoslo. Un pequeño bebé rechaza lo amargo y recibe lo dulce sin proponérselo. Si ustedes le ponen algo amargo en su boca él lo rechazará sin ningún esfuerzo. Esta acción proviene de su naturaleza.
Es difícil para nosotros describir y conocer la naturaleza, pero sí podemos discernir las acciones que provienen de ella. Es difícil explicar cuál es la naturaleza de la gallina, pero sí podemos discernir las acciones que corresponden a la naturaleza de la gallina. La principal acción que corresponde a la naturaleza de la gallina es la de poner huevos.
Nosotros somos hijos de Dios. Hemos nacido de la vida divina, y dentro de la vida divina se encuentra la naturaleza divina. Ahora estamos participando y disfrutando de esta naturaleza sin darnos cuenta de ello. Son demasiadas las cosas que esta naturaleza divina en nosotros rechaza. Aunque nadie nos enseñe a rechazar esto o aquello, como cristianos que somos debemos rechazarlo porque hemos participado de la naturaleza divina que está en nosotros.
Ahora examinemos los aspectos de Cristo que Pedro ministró, los cuales tienen que ver con la impartición de Dios a nuestro ser. En primer lugar, Pedro también ministró al Cristo que es Dios. En 2 Pedro 1:1 encontramos la frase: “En la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo”. Esto muestra que Jesucristo nuestro Salvador es Dios. Él es nuestro Dios-Salvador. Él es nuestro Dios que llegó a ser nuestro Salvador. El propósito principal por el cual Dios llegó a ser nuestro Salvador es que Él pudiera impartirse en nosotros como nuestra vida.
Pedro también ministró al Cristo que es el Hijo de Dios (Hch. 3:13; 2 P. 1:17). Hechos 3:13 se refiere a la resurrección de Cristo, y 2 Pedro 1:17 se refiere a Su transfiguración. Ambas redundan en la glorificación de Cristo. Cristo fue glorificado cuando fue transfigurado en el monte, y también fue glorificado en Su resurrección. En ambas ocasiones se nos dice claramente que Él era el Hijo de Dios. El propósito del Hijo de Dios es que la vida de Dios sea impartida. El Nuevo Testamento nos dice que si alguien tiene al Hijo de Dios, tiene la vida. Si usted no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida (1 Jn. 5:11, 12). Dios da a Su Hijo a nosotros para que tengamos vida. En Juan 3:16 leemos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no perezca, mas tenga vida eterna”. La razón por la cual el Hijo de Dios nos ha sido dado es que la vida eterna de Dios nos sea impartida.
Pedro dijo que los líderes judíos mataron al Autor de la vida, pero que Dios lo resucitó (Hch. 3:15). Finalmente, el hecho de que mataran al Autor de la vida cooperó con la impartición de Dios. Si el Autor de la vida no hubiese muerto, no habría podido ser liberado en resurrección para impartir a Dios en Su pueblo escogido.
En Hechos 2:36 Pedro dijo que Dios hizo a Jesús Señor y Cristo. Luego, en Hechos 10:36 mientras Pedro hablaba en la casa de Cornelio, dijo: “La palabra que Dios envió a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo (Él es Señor de todos)”. Mientras Pedro hablaba en la casa de Cornelio, un líder de los gentiles, él comprendió que el Señor Jesús no era solamente el Señor de los judíos, sino también el Señor de los gentiles. Fue por eso que Pedro dijo que Cristo era Señor de todos. En este versículo el énfasis no es que Él es Señor sobre todas las cosas, sino en que Él es Señor de todos los hombres. Él es el Señor de todos los hombres a fin de poderles dar vida eterna. Juan 17:2 dice: “Como le has dado autoridad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste”. Tener potestad sobre toda carne significa ser Señor de todos los hombres a fin de poderles dar vida eterna. Si Cristo no es Señor de todos nosotros, entonces no tiene la posición para darnos vida eterna. Sin embargo, Él es el Señor de todos nosotros, y por ende nosotros estamos bajo Él. Él tiene la posición para impartir la vida eterna a todos los que Dios ha escogido. La frase Señor de todos alude a la impartición de la vida de Dios a Su pueblo escogido.
Debido a que el título Cristo nos es tan familiar, es posible que no captemos su verdadero significado. En griego, Cristo es Cristós, que significa el Ungido, Aquel que unge. Él es el Ungido de Dios que nos unge. La unción tiene como fin dar vida, tiene como finalidad la impartición de Dios. En realidad Cristo es el agente de la impartición de Dios, quien lleva a cabo la impartición de Dios al ser el Ungido que unge a todos los que Dios ha escogido. Él nos unge con el Espíritu de vida a fin de que la vida divina nos sea impartida. Al examinar el significado de este título, ustedes pueden ver que Cristo tiene como finalidad que se efectúe la impartición de Dios.
El Salvador también tiene como finalidad la impartición de la vida divina (2 P. 1:1; 3:18). Jesús es nuestro Salvador, no simplemente a fin de salvarnos de nuestros pecados, sino también a fin de impartir la vida eterna en nuestro ser para que se lleve a cabo nuestra salvación subjetiva. Él es nuestro Salvador a fin de que tengamos vida. Por lo tanto, el Salvador tiene como finalidad que la impartición de Dios introduzca a Dios en nuestro ser.
Según Pedro, Cristo es un Cordero sin defecto y sin mancha (1 P. 1:19). Esto también tiene como finalidad la impartición de la vida. Nosotros somos seres pecaminosos, y a menos que tuviéramos un cordero sin defecto y sin mancha, nuestros pecados nunca podrían ser quitados. Además, la obra redentora de Cristo según 1 Pedro 1:18 no simplemente nos redime del pecado o del infierno, sino que nos redime de nuestra vana manera de vivir. Su sangre nos redime de nuestra vida vana y corrupta para que llevemos una vida piadosa. ¿Cómo podríamos llevar una vida piadosa a menos que tengamos una vida piadosa? ¿Cómo podríamos llevar una vida piadosa salvo por la obra redentora de Cristo? Esto nos permite ver que incluso el hecho de que Cristo sea un Cordero sin defecto y sin mancha tiene como finalidad la impartición.
Pedro ministró al Cristo que es una piedra viva (1 P. 2:4, 7). Una piedra viva no significa solamente una piedra que tiene vida, sino una piedra que es viviente, actúa y opera. El propio Cristo que vive en usted y en mí es esta clase de piedra. Usted tiene una piedra viviente en su interior. Juan 6 nos dice que Él es el pan vivo (v. 51). Él no es solamente el pan de vida, sino también el pan vivo, el pan que vive en usted. El alimento que recibimos en nuestro estómago es viviente y orgánico. Después de unas cuantas horas llega a ser nosotros mismos. Si el alimento no fuera viviente, no podría entrar en el torrente sanguíneo ni en nuestras células. Si nos comemos una piedrita, ésta permanecerá en nosotros como una piedra inerte. Cuando el pan está sobre la mesa, es el pan de vida, pero cuando entra en nosotros, llega a ser el pan vivo. ¿Pueden ver la diferencia? ¿Dónde está Cristo hoy? Fuera de nosotros Él es la piedra de vida, pero dentro de nosotros llega a ser la piedra viva. Cristo como piedra es orgánico y viviente. Nosotros podemos llegar a ser una piedra viva porque esta piedra viva ha sido impartida en nuestro ser y porque vive en nosotros para hacernos vivientes. Esto nos permite ver que Cristo es una piedra viva a fin de impartirnos vida.
El Señor Jesús es el Pastor y Guardián de nuestras almas (1 P. 2:25; 5:4). Como dijimos anteriormente, lo más crucial al cuidar de las ovejas es alimentarlas para que tengan más vida. Por lo tanto, el pastoreo también tiene como finalidad la impartición. El propósito del que vigila es cuidar de las ovejas para que no sufran ningún daño ni se extravíen. Este Pastor primero nos cuida alimentándonos y finalmente llega a ser Aquel que nos vigila para guardarnos y para que nos mantengamos siempre bajo la impartición divina. Cada uno de los asuntos de lo que Cristo es, es un asunto relacionado con la impartición de vida. Todo lo que Cristo es tiene como finalidad la impartición de vida.
Como resultado de toda la impartición de vida mediante lo que Cristo es, los creyentes son producidos. En primer lugar, ellos son escogidos por Dios (1 P. 2:9a). En segundo lugar, son redimidos con la preciosa sangre de Cristo (1:18-19). Ellos son escogidos y redimidos para recibir la vida. Luego son santificados, o apartados, para recibir la vida (1:2). Por último, son regenerados de la simiente incorruptible de Dios para recibir la vida (1:3, 23). Desde la perspectiva de Dios, la regeneración consiste en impartir vida, y desde nuestra perspectiva consiste en recibir la vida. Todos fuimos regenerados de la simiente incorruptible de Dios. Ésta es la Palabra de vida, que en realidad es la vida misma. La vida divina es la simiente incorruptible de la cual todos hemos nacido.
Como personas que han nacido de la simiente incorruptible, somos niños recién nacidos que desean la leche de la palabra dada sin engaño (2:2, 3). Los niños recién nacidos sólo saben hacer una cosa: tomar leche; no saben cómo mejorar su comportamiento, ni cómo mejorar su carácter. Lo único que les interesa es la leche. Ni siquiera saben la palabra leche, pero algo en su naturaleza la anhela. Inmediatamente después de la regeneración llegamos a ser niños recién nacidos. Tenemos que desear la leche de la Palabra dada sin engaño. Todos los días y todo el tiempo debemos sumergirnos en la Palabra. En la Palabra encontramos la leche. Cuando un bebé está descontento, esto significa que le hace falta la leche. Cuando usted no está contento, esto significa que no ha tomado la leche de la Palabra. Cuando yo me sumerjo en la Palabra, recibo la leche, y entonces mi rostro brilla y resplandece. Si usted tan sólo pasa unos minutos en la Palabra durante su vigilia matutina, saldrá de su cuarto con un rostro resplandeciente. Como niños recién nacidos, ustedes necesitan la leche para poder crecer.
Al crecer llegamos a ser piedras vivas que son edificadas como casa espiritual hasta ser un sacerdocio santo y real (1 P. 2:5, 9; 4:17). Éste es el resultado de la impartición de vida. Nos hace piedras vivas útiles para la edificación de la casa espiritual de Dios. Esta casa espiritual es un cuerpo de sacerdotes, un sacerdocio santo y real, cuya función es ofrecer sacrificios espirituales a Dios y anunciar las virtudes de Dios.
Mediante la regeneración efectuada con la vida de Dios, también llegamos a ser el rebaño de Dios, que continuamente recibe el nutrimento de vida de parte del Pastor (1 P. 5:2), y herederos de la gracia de la vida, que heredan todas las riquezas de la vida (1 P. 3:7). Luego llegamos a ser mayordomos de la multiforme gracia de Dios (1 P. 4:10). No sólo llegamos a ser herederos de la gracia que reciben gracia, sino también mayordomos de la gracia que ministran gracia a otros. Debido a que estamos tan llenos de la gracia, llegamos a ser mayordomos de la gracia que sirven a otros la gracia. ¡Esto es maravilloso! Incluso al servir a otros la gracia se efectúa cierta impartición de vida. En nuestra vida cristiana, todos somos mayordomos. Usted es un mayordomo para mí, y yo soy un mayordomo para usted. Usted me ministra vida a mí, y yo le ministro vida a usted. Hay una mutua impartición entre nosotros. De hecho, la comunión que tenemos unos con otros es una mutua impartición de vida. Mediante esta clase de impartición de vida participamos de Dios y disfrutamos de lo que Él es. Esto es lo que significa participar de la naturaleza divina de Dios (2 P. 1:4). Es para esto que Dios nos ha dado todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad (2 P. 1:3), y también es para esto que nos ha dado preciosas y grandísimas promesas (2 P. 1:4). Participar de la naturaleza divina de Dios equivale a disfrutar de la impartición de la vida de Dios.
Con el tiempo, mediante la impartición de la vida de Dios, seremos perfeccionados, confirmados, fortalecidos y cimentados, a fin de ser introducidos en la gloria eterna de Dios (1 P. 5:10). Si Dios no se impartiera en nosotros como vida, jamás podríamos ser perfeccionados, fortalecidos, confirmados, cimentados e introducidos en la gloria eterna de Dios. Éste será el resultado final de la impartición de vida efectuada por Dios.
Judas ciertamente era un hermano que experimentaba la impartición de Dios. En Judas se menciona el hecho de que seamos edificados sobre nuestra santísima fe (v. 20). ¿Qué es la fe? Es simplemente la impartición de Cristo en nosotros. En esto consiste nuestra fe. Todos tenemos que ser edificados sobre esta fe. Esto es ser edificados en la impartición de la vida divina. Entonces podremos orar en el Espíritu Santo y conservarnos en el amor de Dios, mientras esperamos la misericordia de nuestro Señor (vs. 20b-21). Aquí tenemos la Trinidad de la Deidad: el Espíritu Santo, Dios el Padre y nuestro Señor Jesucristo. En la santa fe tenemos la Trinidad para nuestro disfrute. Disfrutamos a la Trinidad simplemente al participar de la divina impartición de vida. Esto redunda en la vida eterna y finalmente nos presentará sin mancha delante de Su gloria con gran alegría (v. 24). Ser edificados sobre la fe, orar en el Espíritu Santo, conservarnos en el amor de Dios y esperar la misericordia del Señor, son asuntos que redundan en la vida eterna para que podamos ser presentados delante de la gloria de Dios. Esto indica claramente que relacionarnos con la Trinidad es disfrutar la impartición de vida, la cual redunda en la vida eterna y en la gloria divina.
Jacobo también nos presenta algunos puntos muy positivos. Él dijo que toda buena dádiva y todo don perfecto desciende del Padre de las luces (1:17). También dijo que el Padre de las luces es Aquel que de Su voluntad nos engendró por la palabra de verdad (v. 18), para que seamos en cierto modo primicias de Sus criaturas. Las primicias ciertamente aluden a algo que tiene vida. De entre todas las criaturas, nosotros los creyentes somos los primeros que reciben y disfrutan la vida divina. Debido a que Dios nos engendró y nosotros tenemos la vida eterna, somos las primicias de vida de entre todas las cosas creadas. Tenemos que respetar a Jacobo y agradecerle porque nos dijo algo acerca de la impartición de la vida de Dios. Engendrar es impartir vida. Cuando nuestro padre humano nos engendró, nos impartió su vida. Asimismo, cuando el Padre de las luces nos engendró, Él impartió Su vida en nuestro ser para hacer de nosotros en cierto modo primicias de Sus criaturas. Esto es engendrar con miras a impartir la vida.