
Lectura bíblica 1 Co. 15:45; Gá. 3:14; Jn. 20:22; 14:9-11, 16-20; 16:13-15; 1 Co. 2:7-12; 2 Co. 13:14; Ro. 8:2, 6, 9-11; Jn. 16:7b-11; 3:5-6; 1:12-13; Gá. 4:6; Ro. 8:15; 2 Co. 3:3b; Ef. 1:11a, 13; 4:30b; 2 Co. 1:22a; Ef. 1:14; 2 Co. 1:22b
Cristo es el centro y la totalidad de toda la Biblia, especialmente del Nuevo Testamento. Tal como está presentado en los cuatro Evangelios, Cristo es Dios, un hombre, un Rey y un Esclavo. Sin embargo, ésta no es una definición completa y adecuada de quién es y qué es Cristo. La Biblia es una narración de Cristo como una semilla triple sembrada en la humanidad, quien, a fin de ser nuestra porción, se hizo el Espíritu vivificante como consumación del Dios Triuno procesado y consumado. El propio Dios Triuno se hizo hombre y, como tal, era la descendencia humana de tres personas, a saber, de la mujer (María), de Abraham y de David. Al principio del Antiguo Testamento, Génesis 3:15 dice: “Pondré enemistad / entre ti y la mujer, / y entre tu simiente y la simiente suya; / él te herirá en la cabeza, pero tú le herirás en el calcañar”. La simiente de la mujer llevó a cabo muchas cosas por el lado negativo. Él destruyó a Satanás (He. 2:14), quitó el pecado (Jn. 1:29), anuló la muerte (2 Ti. 1:10) y le dio fin a nuestro viejo hombre (Ro. 6:6). Luego, a la mitad de la historia del Antiguo Testamento, Dios le prometió a Abraham una descendencia que sería una bendición para todo el mundo (Gn. 12:2-3; Gá. 3:16). La descendencia de Abraham como Dios-hombre, el propio Dios Triuno en un hombre, es el propio Dios a quien el hombre recibe, disfruta y experimenta como la bendición. En todo el universo sólo Dios mismo es una bendición; todo lo demás es vanidad de vanidades. Si tenemos a Dios, tenemos la bendición. Sin embargo, se requirió un proceso a fin de que Dios pudiera ser nuestra bendición. Para que la comida sea nuestra bendición, tiene que ser cocinada. Del mismo modo, Dios tuvo que ser “cocinado” a fin de ser nuestra bendición. Antes de haber pasado por el proceso, Dios era un Dios “crudo”. Al pasar por un proceso, Dios vino a ser un Dios “cocinado” y fue “servido en la mesa” como nuestro suministro de vida. Este Dios en Su totalidad es el Espíritu compuesto, procesado, consumado, todo-inclusivo y vivificante, quien además mora en nosotros. Él es este Espíritu maravilloso y, como tal, es la bendición de Dios para nosotros.
Como descendencia del rey David, Cristo es el heredero del trono de David. Según Isaías 55:3 y Hechos 13:34, esta descendencia del rey es las misericordias firmes de David. La descendencia resucitada de David es las misericordias firmes que Dios le legó a David por pacto. Las misericordias son el inicio de la bendición de Dios. Dios se da a Sí mismo a nosotros como una bendición por medio de diversos tipos de misericordias que sirven como inicio.
Al final de la Biblia, Apocalipsis 22:17 dice: “El Espíritu y la novia dicen: Ven”. Este versículo indica que el Espíritu y la novia son una pareja. El término el Espíritu da un indicio del proceso por el cual el Dios Triuno pasó. El Dios Triuno procesado contraerá matrimonio con el hombre tripartito que ha sido redimido y glorificado, y juntos formarán una pareja universal. Apocalipsis 21 y 22 nos muestran que la Nueva Jerusalén es una entidad compuesta, una mezcla, una compenetración de este Dios Triuno procesado y Sus santos tripartitos, escogidos y glorificados. Ésta es la bendición que nos es otorgada con base en las firmes misericordias de Dios.
Después que Cristo como descendencia humana vivió y llevó a cabo Su ministerio en la tierra, Él se hizo el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). De ahí en adelante, todo lo que ha ocurrido con relación a Cristo ha tenido que ver con este Espíritu. Hoy en día, el mismo Dios a quien hemos recibido y a quien adoramos y servimos es el Dios Triuno consumado, la realidad de quien es el Espíritu vivificante, quien hace real al hombre Jesús, la descendencia triple. En esto consiste la línea central, el contenido, la sustancia y la esencia de toda la Biblia.
El Espíritu todo-inclusivo —el Cristo todo-inclusivo (la descendencia triple en la humanidad) llegó a ser dicho Espíritu— es la totalidad de la bendición que todo lo abarca, la bendición del evangelio completo de Dios en Cristo (Gá. 3:14), con miras a que se realice la impartición divina conforme a la economía divina. Esta bendición que todo lo abarca comprende muchos elementos. Conocer estos elementos es tener una “llave maestra” para abrir todos los libros de la Biblia.
El día de Su resurrección, el Cristo procesado y resucitado, quien llegó a ser el Espíritu vivificante como consumación del Dios Triuno procesado, regresó a Sus discípulos y como Espíritu vivificante se impartió a Sí mismo en ellos al soplar, a fin de que ellos recibieran al Espíritu Santo como su vida, su persona y su todo (Jn. 20:22). Algunos que sostienen un concepto triteísta en cuanto a la Trinidad se han opuesto a nosotros porque decimos que Cristo es el Espíritu. Sin embargo, en la Biblia hay una clara palabra que dice que el mismo Cristo que es nuestro Redentor y Salvador ahora es el Espíritu. En 1 Corintios 15:45 se nos dice: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante” y 2 Corintios 3:17a dice: “Y el Señor es el Espíritu”, cuyo Espíritu es “el Señor Espíritu”, quien nos transforma (v. 18). El hermano Nee recibió esta luz respecto al Espíritu hace casi cincuenta años, y la luz que nosotros hemos recibido en años recientes es aún más intensa y profunda. Hoy tenemos la confianza de decir que el Espíritu vivificante es la consumación del Dios Triuno.
Vuelvo a repetir, el día de Su resurrección, el Cristo procesado y resucitado, quien se hizo el Espíritu vivificante como consumación del Dios Triuno procesado, regresó a Sus discípulos y como Espíritu vivificante se impartió a Sí mismo en ellos al soplar. Juan 20:22 dice: “Y habiendo dicho esto, sopló en ellos, y les dijo: Recibid al Espíritu Santo”. En el Antiguo Testamento el título el Espíritu Santo no se usaba; este título no se usó sino hasta el principio del Nuevo Testamento, cuando Dios se encarnó (Mt. 1:18, 20; Lc. 1:35). El título el Espíritu Santo definitivamente denota una persona. El uso de este título en Juan 20:22 hace que el soplo mencionado en ese versículo sea distinto del soplo del que se habla en Génesis 2:7. En Génesis 2:7 el soplo fue un aliento, no una persona. Pero en Juan 20:22 el soplo es llamado el Espíritu Santo. Sin duda, esto denota no solamente un aliento, sino una persona, Aquel mismo que da el soplo. El Espíritu Santo que recibimos es el Dios Triuno que llega a nosotros. El Padre es la fuente, el Hijo es el curso y el Espíritu es el fluir y también es el Dios Triuno que llega a nosotros. El Espíritu es la expresión máxima del Dios Triuno; así que, cuando recibimos al Espíritu Santo, recibimos la totalidad del Dios Triuno.
La vieja creación del hombre provino del soplo del que se habla en Génesis 2:7. La nueva creación también proviene de un soplo. En Génesis sólo podemos ver cómo se sopla aliento, no la persona de la Trinidad Divina, por el cual fue creado el hombre como parte de la vieja creación. El soplo en Juan 20:22 se efectuó después que Cristo pasó por el proceso de la encarnación, el vivir humano de treinta y tres años y medio, la crucifixión y la resurrección. Antes de Su ascensión, el día de Su resurrección, Cristo regresó a Sus discípulos. Él no les dio ninguna enseñanza, sino que sopló algo en ellos. Lo que sopló en ellos fue el Espíritu Santo, quien es el Espíritu vivificante, el cual Cristo había llegado a ser. Este Espíritu que fue exhalado por Cristo era la máxima consumación del Dios Triuno. Cuando Dios sopló Su aliento en Adán para darle vida al hombre de barro dotado de un espíritu humano, Él dio consumación a la vieja creación. Pero el soplo mencionado en Juan 20:22 ocurrió después que Cristo había realizado Su obra en el Nuevo Testamento.
La obra antiguotestamentaria de la vieja creación consistió en que Dios creara las cosas físicas. Pero la obra neotestamentaria de Cristo no fue así. La obra de Cristo en el Nuevo Testamento se llevó a cabo en cuatro pasos. Primero, Él se hizo hombre en la encarnación. Antes de haberse encarnado Él solamente era el unigénito Hijo de Dios (1:18) y sólo poseía divinidad; pero mediante la encarnación Él participó de sangre y carne (He. 2:14a), las cuales eran Su humanidad. Luego, Él vivió con los discípulos por tres años y medio. Este vivir fue Su obra. Después de esto, Él entró en una muerte todo-inclusiva, y luego entró en Su resurrección. Su encarnación tuvo como fin introducir a Dios en la humanidad; Su crucifixión fue para darle fin a la humanidad; y Su resurrección fue para introducir a la humanidad crucificada en la divinidad, es decir, introducir al hombre en Dios. En Su resurrección la humanidad de Cristo fue “hijificada”, y en Su humanidad “hijificada” Él nació para ser el Hijo primogénito de Dios (Hch. 13:33). El hecho de que Cristo vino de Dios para hacerse hombre e introducir así a Dios en la humanidad y que se fue mediante la muerte y entró en la resurrección para introducir la humanidad en la divinidad fue una compenetración, una mezcla, entre Dios y el hombre y el hombre y Dios, la cual formó un compuesto. Fue en esta condición que Cristo vino a los discípulos y se infundió a Sí mismo en ellos con Su soplo, a fin de mezclarse y compenetrarse con ellos formando así este compuesto.
Cuando Pedro, Juan, Jacobo y los otros discípulos estaban reunidos en la pequeña habitación, ellos representaban el Cuerpo de Cristo en su totalidad. Cuando la Cabeza sopló en el Cuerpo y le dijo al Cuerpo que recibiera al Espíritu Santo, nosotros también estábamos allí. Después que se llevó a cabo este soplar y recibir, fue llevado a su consumación la composición, la compenetración y la mezcla de Dios con el hombre. En los tiempos de la encarnación, sólo había un Dios-hombre. Después de Juan 20:22, sin embargo, había por lo menos ciento veinte Dios-hombres. Hoy en día, este Dios-hombre ha llenado toda la tierra. Donde quiera podemos ver Dios-hombres, quienes son una compenetración, una mezcla y una entidad compuesta de Dios con el hombre. Comprender que somos la mezcla de Dios con el hombre debe elevar nuestra estimación de nuestro valor. Somos la mezcla, la entidad compuesta de Dios con el hombre. No hay palabras que puedan describir cuán grande bendición es ésta.
El Espíritu todo-inclusivo, como realidad de Dios el Hijo, quien es la corporificación de Dios el Padre, vino para ser la realidad del Dios Triuno, no sólo al estar con los creyentes de Dios el Hijo, sino también en ellos, para que el Dios Triuno se imparta en ellos (Jn. 14:9-11, 16-20). Cristo, quien se hizo el Espíritu vivificante como transfiguración, la realidad de la descendencia humana triple, primero sopló impartiéndose a Sí mismo en los discípulos, y los discípulos lo recibieron. Luego, con base en el hecho de que Él sopló en ellos, el Espíritu que Él se había hecho vino para ser la realidad de Él como corporificación del Padre dentro de los creyentes. De esta manera el Dios Triuno entró en nosotros para ser uno con nosotros.
Antes de la resurrección de Cristo, el Dios Triuno no podía entrar en el hombre. Después que Él pasó por la encarnación, el vivir humano, la muerte y la resurrección, Él fue capacitado para impartirse a Sí mismo, con Su soplo, en Sus discípulos como Espíritu Santo, la consumación del Dios Triuno, para que ellos le recibieran. Este Espíritu vivificante es la realidad del Hijo, siendo el Hijo la corporificación del Padre. Como esta Persona, Él entra en Sus discípulos para estar en el ser intrínseco de ellos. ¡Qué bendición es ésta!
Como Espíritu de realidad, el Espíritu declara y transmite a los creyentes lo que Él recibe de Dios el Hijo, a quien le es dado, transmitido, todo lo que el Padre tiene para que el Dios Triuno se imparta en los creyentes del Hijo, haciéndolos uno con el Dios Triuno, a fin de que Dios el Hijo sea glorificado (Jn. 16:13-15). Juan 16:13-15 dice: “Pero cuando venga el Espíritu de realidad, Él os guiará a toda la realidad; porque no hablará por Su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oye, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque recibirá de lo Mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es Mío; por eso dije que recibirá de lo Mío, y os lo hará saber”. Primero, lo que el Padre tiene le es dado, o transmitido, al Hijo. Éste es el primer paso de la transmisión. Luego, lo que el Hijo tiene es recibido por el Espíritu. Éste es el segundo paso de la transmisión. Finalmente, lo que el Espíritu ha recibido es declarado, o transmitido, a los discípulos. Éste es el tercer paso de la transmisión. Esta transmisión incluye cuatro participantes: el Padre, el Hijo, el Espíritu y nosotros los creyentes. Lo que el Padre tiene le es dado, transmitido, al Hijo; lo que el Hijo tiene es recibido por el Espíritu; y lo que el Espíritu recibe es declarado, transmitido, a nosotros. Ésta es la transmisión del Dios Triuno en los creyentes del Hijo.
La declaración del Espíritu es Su transmisión. Lo que el Espíritu declara no es doctrinas, sino realidades espirituales. En el universo existe la realidad de que todo lo que Dios el Padre tiene le es dado al Hijo; todo lo que el Hijo tiene es recibido por el Espíritu; y todas las cosas del Padre y del Hijo son declaradas por el Espíritu a nosotros, los discípulos. Así que, en el universo existe una transmisión maravillosa: la transmisión del Dios Triuno a nuestro ser.
La transmisión del Dios Triuno en los creyentes del Hijo los hace ser uno con el Dios Triuno para que Dios el Hijo sea glorificado. Que seamos hechos uno con el Dios Triuno es glorificar al Hijo, es decir, expresar al Hijo como gloria. Si vivimos una vida en la transmisión del Dios Triuno, seremos una gloriosa expresión de Cristo.
Como Espíritu que da revelación, el Espíritu nos muestra las profundidades de Dios con respecto a Cristo como nuestra porción para nuestro disfrute, esto es, las cosas que Dios dispuso de antemano, preparó y nos entregó; pero que ningún hombre ha visto ni oído jamás, cosas que jamás han subido en corazón de hombre, para que todas las misteriosas riquezas de Cristo sean impartidas en nuestro ser espiritual para nuestra gloria (1 Co. 2:7-12). Cristo es rico en muchos elementos. Según 1 Corintios, Cristo es rico, primero, en el hecho de que Él es poder de Dios y sabiduría de Dios (1:24) y, luego, en el hecho de que Él es justicia, santificación (santidad) y redención para nosotros (v. 30). Él es rico en por lo menos veinte cosas mencionadas en el libro de 1 Corintios. El punto final y consumado de las riquezas de Cristo en este libro es que Él es el Espíritu vivificante. Si Cristo no fuera el Espíritu vivificante, no podríamos recibirle como sabiduría y poder ni como nuestra justicia, santificación y redención. Para que nosotros podamos recibirle, Él tiene que ser el Espíritu vivificante.
La impartición de todas las misteriosas riquezas de Cristo en nuestro ser espiritual es para nuestra gloria. Nosotros somos lo que vivimos. Si vivimos un Cristo tan rico, ¡qué gloriosos seremos! Vivimos a un Cristo como éste por la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19). Por medio del Espíritu de Jesucristo podemos participar de Su abundante suministración a fin de magnificar a Cristo al vivirle a Él. ¡Qué gran gloria es ésta!
Como Espíritu de la comunión divina, el fluir divino, el Espíritu también nos imparte, ministra, el amor de Dios mediante la transfusión de la gracia de Cristo para nuestro disfrute (2 Co. 13:14). En 2 Corintios 13:14 se nos dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. Ésta es la bendición de que el Dios Triuno en tres aspectos —amor, gracia y comunión— sea transfundido en nosotros para nuestro disfrute. Nosotros disfrutamos al Dios Triuno: al Padre como amor, al Hijo como gracia y al Espíritu como comunión, el fluir. Estas riquezas son una gran bendición para nosotros.
Como Espíritu de Dios, Espíritu de Cristo y Espíritu de vida, el Espíritu mora en nosotros para impartir la vida divina en nuestro espíritu, alma (representada por la mente) y cuerpo (Ro. 8:2, 6, 9-11). El mismo Espíritu maravilloso es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo y el Espíritu de vida. Este Espíritu mora en nosotros; es el Espíritu que mora en nosotros. El Espíritu al morar en nosotros, imparte la vida divina en cada parte de nuestro ser tripartito: en primer lugar es impartida en nuestro espíritu; luego, se extiende a nuestra alma y, por último, llega hasta nuestro cuerpo. El Espíritu que mora en nosotros no se mantiene pasivo; al contrario, está muy activo, pero aun así, es bastante lento y muy amoroso. Tenemos que entender que todos los días tenemos el Espíritu morando en nosotros. Él no es como un compañero de cuarto que mora a nuestro lado exteriormente. Él está en nosotros en todo lo que hagamos. Aun mientras dormimos, Él mora en nosotros silenciosa, reposada y amorosamente.
Como Consolador, el Espíritu nos convence a nosotros los pecadores de pecado, de justicia y de juicio, para que nos arrepintamos y creamos en el Hijo, y nos regenera impartiendo a Cristo como vida divina en nuestro ser a fin de que lleguemos a ser hijos de Dios (Jn. 16:7b-11; 3:5-6; 1:12-13). La convicción que produce el Consolador en nosotros nos conduce a arrepentirnos y a creer. Luego, cuando nos arrepentimos y creemos, somos regenerados. La convicción nos guía a la regeneración. No puede haber regeneración sin convicción. Así que, en nuestra predicación del evangelio, tenemos que ayudar a las personas a que reciban dicha convicción.
Juan 16:8 dice: “Y cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio”. Este versículo implica que hay tres personas relacionadas con nosotros. El pecado hace referencia a Adán; la justicia tiene que ver con Cristo; y el juicio tiene que ver con el diablo, Satanás. Nosotros nacimos en Adán; por consiguiente, somos pecaminosos. No obstante, podemos salir de esa posición. Al creer en Cristo, recibimos a Cristo como nuestra justicia; el pecado ya no está y la justicia se hace manifiesta. Sin embargo, si no creemos, recibiremos el castigo, el juicio, que está reservado para Satanás. Un pecador debe ser convencido de esta manera. Entonces se arrepentirá y creerá, y el Espíritu inmediatamente vendrá para regenerarlo.
El Espíritu nos regenera impartiendo a Cristo como la vida divina en nuestro ser para que seamos hijos de Dios. El Dios Triuno no sólo viene a nosotros para impartirse a Sí mismo en nosotros, sino también para regenerarnos a fin de que nazcamos de Dios como hijos Suyos. El Dios Triuno no sólo está en nosotros como una bendición, sino que nosotros ahora somos Sus hijos. Ésta es una bendición adicional para nosotros.
Después de nuestra regeneración, el Espíritu que regenera viene a ser el Espíritu de filiación por el cual clamamos a Dios, diciendo: “Abba, Padre” (Gá. 4:6; Ro. 8:15). Abba es una palabra en arameo, y Padre viene del griego Patér. En Marcos 14:36 el Señor Jesús llamó al Padre: “Abba, Padre”. También nosotros debemos llamar a Dios el Padre: “Abba, Padre”. Invocarle así es muy agradable porque tener un Padre así es una gran bendición para nosotros. Una madre puede amarnos y comprendernos, pero un padre es una bendición para nosotros porque un padre puede hacer muchas cosas para nuestro bien. Si tenemos un padre bueno, fuerte, capacitado y rico, benditos somos. Dios es el Padre que nos engendró; nosotros hemos sido engendrados por Él. Ésta es una bendición para nosotros.
En calidad de tinta para escribir, el Espíritu todo-inclusivo nos sella como la marca de la herencia de Dios al saturarnos consigo mismo para que la sustancia de Dios sea impartida en nosotros a fin de que seamos formados a la imagen de Dios (2 Co. 3:3b; Ef. 1:11a, 13; 4:30b; 2 Co. 1:22a). Al poner un sello en un objeto se forma la imagen del sello en ese objeto. El Espíritu es la tinta para escribir, la sustancia selladora. Cuanto más Él nos sella, más grande es Su marca en nosotros y mayor es Su imagen dentro de nosotros. Llevamos la imagen del Dios sellador. Ésta es una bendición más profunda.
El Espíritu es las arras de Dios y, como tal, es nuestra herencia para que disfrutemos a Dios hoy como un anticipo para la glorificación (la redención) de nuestro cuerpo, para garantizar que Dios será nuestro disfrute pleno en las eras venideras (Ef. 1:14; 2 Co. 1:22b). Las arras son una garantía de que nuestro Dios es nuestra herencia. Como herencia de Dios, nosotros necesitamos el sellar; pero para que Dios sea nuestra herencia, necesitamos la garantía, las arras. Hoy en día tenemos al Espíritu como anticipo de Dios, y este anticipo es una garantía del disfrute pleno que tendremos. Tanto el anticipo como el disfrute pleno son Dios mismo para nuestro disfrute.
Los puntos anteriores son algunos elementos de la bendición que todo lo abarca en su totalidad, la bendición del evangelio completo de Dios en Cristo. Esta bendición que todo lo abarca es Cristo, la descendencia triple en humanidad, que viene a ser el Espíritu. La Biblia entera es un libro acerca del Espíritu. Así que, cuanto más tocamos al Espíritu, mejor. Tocar al Espíritu requiere que tengamos contacto con Él en oración y en comunión con Él.