
Lectura bíblica: Lv. 2:1-3; 6:14-18, 6:26, 29-30; 7:5-7, 7:9-10, 15-21, 28-36; 23:4-21, 23-43; 1 Co. 5:7, 8; 15:12-20; Hch. 2:1-4, 32-33; Mt. 24:31; Zac. 12:10—13:1; 14:16-21; Jn. 20:16-17; Ro. 4:25b; Fil. 3:10a, 11b
Oración: Oh, Señor Jesús, te adoramos por lo que Tú eres y por Tu mover. Señor, acudimos a Ti en busca de Tu hablar. Gracias, Señor, por ser comestible. Tú te impartes a Ti mismo por todas las Escrituras, desde Génesis hasta Apocalipsis. Señor, abre Tu ser a nosotros, y abre nuestros ojos para que vean lo que está en Tu corazón. Queremos ver Tu beneplácito, Tu deseo, para con nosotros. Señor, cúbrenos de nuevo y úngenos con Tu mismo ser, con la palabra viva. Amén.
En esta serie de mensajes, ponemos énfasis en el Cristo todo-inclusivo a quien comemos, y no en la manera de comerlo. Algunos expositores han hecho hincapié en los detalles acerca de la manera en que se comía el cordero pascual de Éxodo 12:1-10, pero han descuidado el punto central de comer. La manera en que se coma no es tan importante como aquello que se come. El Señor Jesús a quien comemos es rico en muchos aspectos. Necesitamos ver las riquezas del Cristo a quien hemos comido y a quien comeremos por la eternidad en la Nueva Jerusalén. Sin embargo, cuando venimos a las Escrituras, muchas veces nos distraen nuestras preocupaciones o nuestro conocimiento anterior. Actualmente muy pocos dan énfasis al disfrute de Cristo. Antes de 1958, nosotros mismos tampoco hablábamos de disfrutar y comer a Cristo. Juan 6:57 dice: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí”. Todos necesitamos ver que Dios es bueno para comer; Él es comestible.
En los mensajes anteriores, vimos las promesas y los tipos del Antiguo Testamento acerca de la obra redentora y salvadora de Dios, especialmente en relación con comer a Cristo como la descendencia triple en la humanidad. Debemos recalcar esto, en lugar de poner énfasis en la manera de comerle. En Juan 14 uno de los discípulos del Señor le pidió que le mostrara el camino, y en el versículo 6 el Señor le dijo: “Yo soy el camino, y la realidad, y la vida”. Así que, la manera de comer al Señor es el Señor mismo. El camino es una persona, Aquel a quien comemos.
La tipología del Antiguo Testamento nos muestra la manera de disfrutar a Dios como nuestro suministro de vida para que Él se imparta en nosotros. La mejor manera de enseñar es usar tipos o cuadros. Un tipo, o un cuadro, es mejor que mil palabras. Es por esto que en la primaria los maestros frecuentemente usan dibujos para ilustrar sus temas. Todo lo que hay en las Escrituras acerca de Cristo es misterioso, divino, espiritual e invisible. Es muy difícil de entender. Dios, el mejor Educador, usó tipos para ilustrar tales asuntos, para que Su pueblo entendiera Su intención de impartirse en ellos como el elemento nutritivo y constitutivo. Dios espera la oportunidad de impartirse en nosotros. Si leemos el Nuevo Testamento sin el Antiguo Testamento, esto no será tan claro para nosotros. Sin embargo, sin el Nuevo Testamento no podemos entender los tipos del Antiguo Testamento. Necesitamos tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo. Cuando juntamos los dos en nuestro entendimiento, disfrutamos a Dios, y Él tiene más oportunidades de impartirse en nosotros.
En el mensaje anterior consideramos la impartición de Dios en el disfrute que los hijos de Israel tuvieron de los aspectos de la pascua, principalmente al comer la carne del cordero y los panes sin levadura, y en el disfrute que tuvieron del suministro celestial y espiritual recibido en el desierto al comer el maná y al beber el agua viva que salió de la roca hendida. En este mensaje llegamos a la segunda parte, que trata del asunto de comer para que el Señor se imparta en nosotros, es decir, el asunto de disfrutar todas las ofrendas. Antes que se promulgara la ley en el monte Sinaí, Abel, Noé y Abraham hacían ofrendas a Dios. El vivir de Abraham consistió en establecer una tienda y un altar para ofrecer algo a Dios (Gn. 12:7-8; 13:18). Los descendientes de Abraham, los hijos de Israel, también practicaron algo semejante, pero sin adiestramiento. Sin embargo, en el monte Sinaí, Dios adiestró a los hijos de Israel con respecto a cómo comerle de una manera regulada a través de las ofrendas. Las ordenanzas relacionadas con las ofrendas se dividían en dos secciones. La primera tenía que ver con las ofrendas continuas, es decir, las ofrendas diarias, semanales y mensuales; la segunda, con las ofrendas anuales de las fiestas anuales. Esto nos muestra que en nuestro vivir diario, semanal, mensual y anual, y aun por la eternidad, necesitamos recibir la impartición de Dios en nosotros, no simplemente por Su acción de dárnosla, sino más bien por nuestra propia acción de comer. El papel de Dios es impartirse; el nuestro es comer. Debemos comer lo que Dios imparte.
La economía divina y la impartición divina se ven en los tipos del disfrute de las ofrendas continuas (Lv. 1—7). El disfrute de las ofrendas continuas tipifica el disfrute que tenemos de Dios como nuestro suministro de vida por el cual Él se imparte en nosotros de manera continua. Las ofrendas continuas tipifican al mismo Cristo a quien disfrutamos diaria y regularmente. Las ofrendas se presentaban en tiempos regulados porque las ofrendas eran como las comidas. Casi todo el mundo come tres veces al día: el desayuno, el almuerzo y la cena. Nuestras comidas son reguladas por la experiencia que la humanidad ha tenido durante seis mil años. Tal dieta regulada da por resultado la mejor impartición. Cada día todo lo que comemos se imparte en nosotros y es asimilado para llegar a ser nosotros mediante tal impartición. En la economía de Dios, lo más importante es Su impartición.
La ofrenda de harina que había de ser comida por los sacerdotes significa que Cristo en Su humanidad ha de ser impartido en nosotros a fin de que vivamos una vida sacerdotal (2:1-3; 6:14-18; 7:9-10). La ofrenda de harina era un pan o una torta (2:4-5). Estas tortas entraban en el interior de los sacerdotes cuando ellos las comían, y el elemento de las tortas era impartido en ellos. Puesto que la ofrenda de harina tipificaba a Jesús, que los sacerdotes la comieran indica que nosotros debemos comer a Jesús. Sin embargo, el Jesús a quien comemos no es una torta. Según el Nuevo Testamento, hoy en día este Jesús en Su resurrección es el Espíritu (1 Co. 15:45). La torta que comemos es una torta espiritual, que es simplemente el Espíritu mismo. Cristo es la torta y el pan de la ofrenda de harina, y este Cristo es el Espíritu (2 Co. 3:17). Comemos el pan físico con nuestras manos y boca, y lo recibimos en nuestro estómago. Pero hoy en día el pan espiritual, la torta espiritual, es Cristo mismo como Espíritu. No comemos este pan espiritual con nuestros órganos físicos, sino con nuestro órgano espiritual, nuestro espíritu. Esto nos muestra claramente que la manera de comer a Jesús es ejercitar nuestro espíritu para tener contacto con Él y reflexionar sobre Él. Así que, por medio de nuestro espíritu podemos tomar a Cristo, el Espíritu, como nuestra torta espiritual.
La ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones, que habían de ser comidas por los sacerdotes que las ofrecían significan que Cristo en Su obra de redimirnos del pecado y de los pecados ha de ser impartido en nosotros a fin de que lo disfrutemos con otros como Aquel que nos redime del pecado y de los pecados (Lv. 6:26, 29-30; 7:5-7). La ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones eran dos ofrendas, y al mismo tiempo eran una sola. En Levítico 5 se hace referencia a estas ofrendas intercambiablemente (vs. 7-12). Todos los sacerdotes podían comer la ofrenda de harina (2:3, 10; 6:16, 18; 7:10); sin embargo, sólo los sacerdotes que servían, los que presentaban las ofrendas, tenían el derecho de disfrutar la ofrenda por el pecado (6:26; 7:7).
Cristo como Espíritu es la ofrenda de harina, y Él también es la ofrenda por el pecado y por las transgresiones. Cuando ejercitamos nuestro espíritu para disfrutar a Cristo, reflexionamos sobre Él y lo recibimos como la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones, somos llenos de Cristo, el Espíritu, y sentimos que nuestros pecados se han esfumado. Ya no tenemos pecados ni pecado; sólo tenemos a Cristo, el Espíritu. Luego, nosotros los sacerdotes que servimos, ofrecemos a Dios el Cristo a quien hemos disfrutado como la ofrenda por el pecado y por las transgresiones. Sin embargo, no lo ofrecemos por nosotros mismos, sino por otros. Después de disfrutar a Cristo por nosotros mismos, necesitamos acudir a Dios para ofrecer a este Cristo a favor de otros. Esto es tener contacto con los pecadores con el fin de que el Cristo que hemos recibido y disfrutado sea ministrado a ellos. De esta manera disfrutamos aún más a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado y por las transgresiones. Al ministrar a este Cristo a otros como ofrenda por el pecado y por las transgresiones, nosotros mismos le disfrutamos como estas ofrendas. Éste es el significado del tipo de la ofrenda por el pecado y por las transgresiones.
La ofrenda por el pecado, cuya sangre era introducida en la Tienda de Reunión para hacer expiación en el Lugar Santo, no debía comerse; había de ser quemada al fuego (6:30). Sin embargo, la ofrenda cuya sangre se rociaba en el altar sólo la podían disfrutar los sacerdotes que la ofrecían, y no el pecador. El pecador traía una ofrenda por el pecado, y un sacerdote la ofrecía en favor del pecador. Así pues, los sacerdotes que la ofrecían tenían el derecho de disfrutar lo que el pecador había ofrecido a Dios. El disfrute de Cristo como ofrenda por el pecado y por las transgresiones es muy subjetivo y particular. Primero, debemos disfrutar al Cristo que es la ofrenda por el pecado y por las transgresiones en nuestro espíritu y ser llenos de Cristo, el Espíritu. Luego, podemos ayudar a otros ministrándoles esta ofrenda, este Cristo, es decir, ofreciendo por ellos la ofrenda por el pecado y por las transgresiones, que es Cristo mismo. Entonces tanto ellos como nosotros nos beneficiaremos de que Cristo sea nuestra ofrenda por el pecado. Por nuestra parte, disfrutaremos a Cristo, mientras que por Su parte, Él tendrá más oportunidad de impartirse en nosotros como elemento sin pecado, el elemento que vence el pecado. Entonces este elemento que no tiene pecado y que vence el pecado será impartido en nosotros para llegar a ser nuestro elemento constitutivo, y nosotros venceremos el pecado.
Es fácil que nos enojemos. Éste es uno de nuestros muchos pecados, y no lo podemos vencer en nosotros mismos. No obstante, cada mañana podemos dedicar algún tiempo para ejercitar nuestro espíritu, fijando nuestra mirada en Cristo, reflexionando sobre Él, quien es el Espíritu. Esto es comerle, disfrutarle y absorberle como el mismo elemento que no tiene pecado y que vence el pecado. Su elemento es impartido en nosotros y llega a ser nuestra constitución intrínseca. De esta manera nuestra constitución cambiará. Entonces, cuando se presente la ocasión de pecar, tendremos una constitución interna capaz de vencer el pecado. Esto es lo que significa vivir por el Espíritu. Vivir por el Espíritu no es meramente considerar que hemos muerto con Cristo; es vivir por el elemento positivo que nos constituye continuamente. Este elemento es la ofrenda que comemos.
La ofrenda de paz que había de ser comida por las personas limpias representa a Cristo, quien es nuestra paz, quien ha de ser impartido en nosotros, que somos limpios, para nuestro disfrute espiritual en comunión con Dios (7:15-21). A todo el pueblo de Dios, mientras estuviera limpio, le era permitido comer la ofrenda de paz. Presentar a Dios la ofrenda de paz es más elevado que presentar la ofrenda por el pecado y por las transgresiones. Ayudar a otros a vencer el pecado y los pecados no es tan elevado como introducirlos en comunión con Dios y con Sus santos.
La ofrenda mecida del pecho de la ofrenda de paz y la ofrenda elevada del muslo derecho de la ofrenda de paz habían de ser comidas por los sacerdotes que las ofrecían, lo cual significa que el Cristo de amor y el Cristo de poder han de impartirse en nosotros los sacerdotes que presentan las ofrendas para nuestro disfrute de Cristo en Su amor y en Su poder (vs. 28-36). La ofrenda de paz la podían comer todas las personas limpias de entre el pueblo de Dios. Sin embargo, el pecho y el muslo derecho eran partes especiales de la ofrenda de paz que sólo podían comer los sacerdotes que la ofrecían. Si somos hijos de Dios y hemos sido limpiados por Su sangre, tenemos el derecho de comer al Cristo que es la ofrenda de paz para nuestro disfrute en comunión con Dios y con todos Sus queridos santos. No obstante, no tenemos el derecho de comer el pecho, que representa al Cristo de amor, ni el muslo derecho, que representa al Cristo de poder. Estas partes especiales son reservadas sólo para los sacerdotes que sirven. Para que el Dios Triuno, corporificado en Cristo, se imparta en nosotros, necesitamos ser personas apropiadas. En primer lugar, necesitamos ser el pueblo de Dios; en segundo lugar, debemos ser aquellos que Dios haya limpiado; en tercer lugar, necesitamos ser sacerdotes de Dios; y en cuarto lugar, debemos ser sacerdotes que sirvamos a Dios, que ministremos a otros lo que hemos disfrutado de Cristo. Si somos simplemente personas limpias y redimidas, sólo tenemos el derecho de disfrutar la ofrenda de paz. No tenemos el derecho de disfrutar al Cristo que es la ofrenda de harina, la ofrenda por el pecado hecha en favor de otros, y el pecho y el muslo derecho de la ofrenda de paz.
Actualmente, muchos creyentes siguen adelante de un modo general. Son salvos, y cuando pecan, lo confiesan, y la sangre del Señor los limpia. Sin embargo, la mayoría de ellos no son sacerdotes, pero los que lo son, no son sacerdotes que hacen ofrendas. No presentan la ofrenda por el pecado y por las transgresiones en favor de otros o, si lo hacen, puede ser que no hagan la ofrenda de paz por el bien de otros. Cuando ofrecemos a Cristo a Dios por otros, tenemos un derecho particular de disfrutarle. Si somos esta clase de personas, podemos disfrutar al Cristo que es la ofrenda de harina, la ofrenda por el pecado y por las transgresiones, la ofrenda de paz y las dos partes especiales de la ofrenda de paz, es decir, el pecho de amor y el muslo de poder. De esta manera tenemos un mayor disfrute de Dios, y Dios tiene más oportunidades de impartirse en nosotros. Hay cuatro niveles en que disfrutamos a Dios, y Dios se nos imparte en estos niveles. Se imparte en nosotros, Su pueblo limpio y redimido, de modo general, se imparte en nosotros, Sus sacerdotes, de una manera elevada y, de una manera más elevada, en los sacerdotes que ofrecen a Cristo como ofrenda por el pecado y por las transgresiones y, de la manera aún más elevada, en los sacerdotes que ofrecen a Cristo como ofrenda de paz para que otros tengan comunión con Dios y con Su pueblo.
Cuando le predicamos el evangelio a un pecador, lo que ofrecemos es Cristo, la ofrenda por el pecado y por las transgresiones. Puede ser que la persona con quien tenemos contacto sea un pecador perdido o un creyente caído. Hacemos contacto con tal persona teniendo una carga y con Cristo en nuestro espíritu para traerle a él el Cristo que es su ofrenda por el pecado y por las transgresiones. Esto es ofrecer a Cristo a otros. Tener contacto así con otros nos fortalecerá cada vez más en la predicación del evangelio. Muchas veces nos acercamos a un pecador sin saber qué decirle, sin tener nada que le podamos ministrar. Si disfrutamos al Cristo que es la ofrenda por el pecado, tendremos una palabra clara que decirle acerca de que Cristo sea la ofrenda por nuestro pecado. Cuando hablamos así, disfrutamos a Cristo. De la misma manera, si no tenemos mucha comunión con Dios en el disfrute del Cristo que es la ofrenda de paz, no tendremos mucho que ministrar a los santos que les ayude a entrar en comunión con Dios mediante el disfrute del Cristo que es la ofrenda de paz. Si experimentamos las riquezas de Cristo, podremos ayudar a los demás. Podremos ministrar Cristo a otros como ofrenda de paz, y nosotros mismos también disfrutaremos lo que ministremos. Esto proporcionará a Dios oportunidades de impartirse en nosotros.
La impartición de Dios es tipificada por el disfrute de las ofrendas presentadas en las fiestas anuales (Lv. 23).
Las siete fiestas anuales fueron señaladas por Dios para los hijos de Israel. Dios ordenó la vida de Su pueblo de tal manera que debiera tener fiestas solemnes, y cada fiesta era una ocasión para que Su pueblo lo disfrutara a Él como un gran banquete. Las fiestas le proporcionaban la oportunidad de impartirse en Su pueblo.
La Fiesta de la Pascua representa la salvación de los creyentes neotestamentarios (vs. 4-5; 1 Co. 5:7b). Cuando los niños aprenden algo nuevo, prefieren escuchar una historia en lugar de oír instrucciones o amonestaciones. Debemos aprender a predicarle el evangelio a la gente usando los cuadros del Antiguo Testamento. Debemos presentar la salvación neotestamentaria empleando el cuadro de la Pascua para enseñarle a la gente que la salvación provista por Dios se basa primero en la redención por Su sangre y luego en el suministro de vida. Si presentamos la salvación de esta manera, despertaremos el interés de la gente y tendremos su atención.
La Fiesta de los Panes sin Levadura representa el vivir libre de pecado que llevan los creyentes neotestamentarios durante el curso completo de su vida cristiana (Lv. 23:6-8; 1 Co. 5:7a, 8). La Pascua tuvo lugar en una sola noche, pero la Fiesta de los Panes sin Levadura duró siete días. En la Biblia siete días siempre denotan un período de tiempo completo. Así que, los siete días de la Fiesta de los Panes sin Levadura denota el curso completo de nuestra vida cristiana, desde el día en que fuimos salvos hasta el día en que seamos arrebatados para reunirnos con el Señor o cuando ya durmamos para ir a nuestro reposo. El curso completo de nuestra vida cristiana debe estar libre de levadura, libre de pecado.
La Fiesta de las Primicias representa el disfrute que los creyentes neotestamentarios tienen del Cristo resucitado (Lv. 23:9-14; 1 Co. 15:12-20). Las primicias representan a Cristo como producto de la tierra.
La Fiesta de Pentecostés representa el disfrute que los creyentes neotestamentarios tienen del Espíritu derramado como la totalidad del rico producto del Cristo resucitado (Lv. 23:15-21; Hch. 2:1-4, 32-33). La Fiesta de Pentecostés tenía lugar cincuenta días después de la Fiesta de las Primicias, lo cual indica que el Espíritu derramado es la totalidad del rico producto del Cristo resucitado. El rico producto de la resurrección de Cristo incluye el Hijo primogénito de Dios (Ro. 8:29; He. 1:6), el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), los muchos hijos de Dios (Ro. 8:29) y la nueva creación efectuada por Dios (2 Co. 5:17). Cristo no era el Hijo primogénito de Dios sino hasta que resucitó. En resurrección llegó a ser el Hijo primogénito de Dios. De la misma manera, antes de la resurrección, aún no había el Espíritu vivificante (Jn. 7:39); Cristo produjo el Espíritu vivificante por medio de Su resurrección. Antes de la resurrección, además de Su Hijo unigénito, Dios no tenía ningún otro hijo; pero por medio de la resurrección de Cristo, todos fuimos engendrados por Dios para ser Sus muchos hijos (1 P. 1:3). Estos muchos hijos llegaron a ser los muchos granos (Jn. 12:24), que son los miembros de Cristo, hermanos de Cristo que constituyen Su Cuerpo (1 Co. 10:17). Todos estos aspectos se encuentran en la totalidad del rico producto del Cristo resucitado. La Fiesta de Pentecostés es la totalidad del producto del Espíritu por medio de la resurrección de Cristo.
En el día de la resurrección, Cristo fue producido como Hijo primogénito de Dios, el Espíritu vivificante fue producido, los muchos hijos de Dios fueron producidos y la nueva creación fue producida. No obstante, en este momento la iglesia no fue producida. La iglesia llegó a existir en el día de Pentecostés. Éste fue el último aspecto de todo lo producido por el Cristo resucitado como las primicias ofrecidas a Dios. La totalidad, el conjunto total, de estas primicias es el Espíritu derramado.
Las primeras cuatro fiestas corresponden a los creyentes neotestamentarios. La Fiesta del Toque de Trompetas, sin embargo, representa la convocación de Israel, el pueblo elegido y disperso, de parte de Dios (Lv. 23:23-25; Mt. 24:31). Esta fiesta corresponde a los judíos en el futuro. El día de esta fiesta no ha venido todavía. Vendrá en el futuro. Cuando Cristo regrese, los ángeles sonarán las trompetas por lo cual se convocará el pueblo esparcido de Dios.
La Fiesta de la Expiación representa la expiación que Dios realizará por el Israel arrepentido (Lv. 23:26-32; Zac. 12:10—13:1). Cuando se cumpla Zacarías 12:10—13:1, todo el remanente de Israel se arrepentirá con gran llanto. Se abrirá una fuente para limpiarlos, y todos ellos serán perdonados. Eso será su Fiesta de la Expiación.
La Fiesta de los Tabernáculos representa el pleno disfrute que Israel tendrá de la vieja creación restaurada en el milenio (Lv. 23:33-43; Zac. 14:16-21). Esta fiesta traerá los cielos nuevos y la tierra nueva.
Las primicias de la Fiesta de las Primicias, después de ser ofrecidas a Dios para Su disfrute, habían de ser comidas por el pueblo de Israel. Esto significa que el Cristo resucitado, después de ser presentado a Dios en Su frescura (Jn. 20:16-17), ha de ser impartido, con todas las riquezas de Su resurrección, en nosotros para nuestro disfrute (Lv. 23:14; 1 Co. 15:14, 17; Ro. 4:25b; Fil. 3:10a, 11b). Según el relato de Levítico 23, sólo la ofrenda de una de las siete fiestas, la Fiesta de las Primicias, había de comerse. Como hemos visto, las primicias se refieren a Cristo en Su resurrección. Las primicias no debían comerse inmediatamente después de ser cosechadas. Esto indica que después de cosechar, primero debemos ofrecer delante de Dios a Cristo en Su frescura. Esto se revela en Juan 20. En la mañana de la resurrección, María vio al Señor Jesús. Cuando ella trató de tocarle, el Señor le dijo: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a Mis hermanos, y diles: Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios” (v. 17). Cristo llegó a ser nuestra porción sólo después de que en resurrección Su frescura había sido ofrecida al Padre.
Todo lo que Cristo es como la porción que podemos comer, está relacionado con Su resurrección. La sangre del cordero pascual representa al Cristo crucificado, pero la carne del cordero representa al Cristo resucitado. La sangre proviene del Cristo crucificado, pero la carne se refiere al Cristo que está en resurrección. Si Cristo no fuera el Espíritu en resurrección, no lo podríamos recibir en nuestro ser. El Cristo crucificado, en Sí, no es nuestro suministro de vida; sólo el Cristo en resurrección puede ser nuestro suministro de vida. Los panes sin levadura, usados en la Pascua, eran hechos de granos molidos y amasados para formar un solo pan, lo cual representa la muerte y la resurrección. Por lo tanto, tanto la carne del cordero como los panes sin levadura representan a Cristo el Espíritu en Su resurrección. Es Cristo en Su resurrección quien se imparte en nosotros en muchos aspectos. Ésta es la razón por la cual la ofrenda de sólo una de las siete fiestas, la Fiesta de las Primicias, había de comerse.
Según la tipología de las fiestas, lo que disfrutamos y lo que es impartido en nosotros es el Cristo resucitado. El Cristo resucitado es el Dios Triuno consumado. En la eternidad pasada, Dios todavía no había alcanzado Su consumación; pero después de pasar por los procesos de la encarnación, la crucifixión y la resurrección, el Dios Triuno fue consumado. Ahora Él posee la naturaleza divina y una naturaleza humana con encarnación, crucifixión y resurrección. Ahora Él es el Dios procesado, consumado y compuesto. Él es Aquel que se puede comer y que, en Su resurrección y consumación, se imparte en nosotros.