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Mensajes del libro «Línea central de la revelación divina, La»
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La línea central de la revelación divina

LA ECONOMÍA DIVINA Y LA IMPARTICIÓN DIVINA

MENSAJE OCHO

EN LAS PROMESAS Y TIPOS DE LA REDENCIÓN Y SALVACIÓN QUE DIOS MOSTRABA COMO ANTICIPO

(1)

  Lectura bíblica: Gn. 3:15; Is. 7:14; Mt. 1:16; Gá. 4:4; Jn. 1:1, 14; Mt. 1:23; He. 2:14; Mt. 1:20-21; 1 Co. 15:53-57; Gn. 17:8; Gá. 3:16; Mt. 1:1-2a, 6; Gn. 12:3; Gá. 3:14; Jn. 14:17-20; 1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17-18; Ro. 8:9; Hch. 26:18; Ef. 1:14a; 2 S. 7:12-14a; Mt. 22:42-45; Ro. 1:3; Ap. 22:16; Hch. 2:30-31; Mt. 16:16-18; Hch. 13:32-35; Is. 55:3-4; 2 Ti. 2:12; Ap. 20:4, 6

LAS CUATRO ERAS ENTRE LAS DOS ETERNIDADES

  La Biblia abarca cuatro eras entre la eternidad pasada y la eternidad futura: la era anterior a la ley, la era de la ley, la era de la gracia y la era del reino. La era de la gracia abarca toda la era neotestamentaria, desde Mateo 1 hasta Apocalipsis 19. La última era, la era del reino de mil años, relatada en Apocalipsis 20, tendrá su consumación en el cielo nuevo y la tierra nueva. Será la introducción al cielo nuevo y a la tierra nueva mencionados en Apocalipsis 21—22.

La era anterior a la ley

  El período de tiempo desde la creación de Adán hasta la primera venida de Cristo duró unos cuatro mil años. La primera parte de este período, desde Génesis 1 hasta Éxodo 19, se llama la era anterior a la ley.

La creación del hombre

  Lo primero que se narra en este período es que Dios creó al hombre (Gn. 1:26; 2:7). Aunque se registra la creación de muchas otras cosas en Génesis 1 y 2, lo más importante según el estudio-vida de la Biblia es la creación del hombre.

  Génesis 1:1 es el único versículo en los primeros dos capítulos que trata directamente de la creación de los cielos y la tierra. Génesis 1:1-2 dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Pero la tierra se convirtió en desolación y vacío, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas”. Los cielos y la tierra fueron creados, pero la tierra se convirtió en desolación y vacío. Esto era el trasfondo de la creación de la vida. Cuando la tierra se convirtió en desolación y vacío, Dios vino como Espíritu para cernirse sobre la faz de las aguas. Esto hace alusión a la vida. El Espíritu que se cernía, en el versículo 2, es parecido a la gallina que empolla sus huevos para calentarlos a fin de que la vida pueda manifestarse.

  La creación del universo fue el principio de la creación de la vida. Génesis 1 es un relato de la creación de la vida. En Génesis 1 el Espíritu vino y empezó a hacer muchas cosas maravillosas. Primero, Dios dijo: “Haya luz” (vs. 3-4). Esta luz no tenía como fin solamente la creación de la tierra; tenía como fin la vida. Segundo, Dios separó las aguas de arriba de las aguas de abajo al insertar una expansión (vs. 6-8). El aire, el cual necesita todo ser vivo, estaba en esta expansión. Tercero, Dios separó la tierra del agua (vs. 9-10).

  Lo más importante que hay en la tierra son las diferentes formas de vida. Aprecio la hierba, las flores y los árboles. Las plantas y los árboles son bellos. Génesis 2:9 dice que los árboles eran agradables a la vista y buenos para comer. Entre los árboles que eran agradables a la vista y buenos para comer estaba el árbol de la vida. Este árbol representa a Cristo, quien es tanto agradable a la vista como bueno para comer.

  Después de la creación de las plantas en Génesis 1:11-12, Dios dijo: “Bullan las aguas con un bullir de animales vivientes, y vuelen las aves sobre la tierra en la abierta expansión de los cielos’’ (v. 20). Después, Dios creó el ganado, todo animal que se arrastra, las bestias de la tierra, como por ejemplo los perros, los gatos, los leones, los leopardos, los tigres y los osos (v. 24). En Nueva Zelandia una de las cosas más impresionantes es los rebaños de ovejas sin número. En Brasil hay muchas clases de pájaros diferentes. Los animales vivientes del aire, de la tierra y de las aguas hacen que la tierra sea hermosa.

  Después de la creación de las plantas y los animales, Dios dijo: “Hagamos al hombre’’ (v. 26). El hombre es lo más elevado de toda vida creada. Sin embargo, el más elevado nivel de vida es la vida divina, representada por el árbol de la vida (2:9). El relato de Génesis avanza desde la vida de las plantas, pasa por la vida animal y la vida humana, y llega a la vida divina. En la creación de las plantas y los animales, Dios empezó desde las formas más bajas y siguió hasta las formas más elevadas. El relato de la creación que está en Génesis es la narración de la vida. Toda la Biblia es un libro de vida.

  Muchos cristianos hablan de la creación de los cielos y de la tierra en los primeros dos capítulos de Génesis, pero pasan por alto el asunto de la vida. Dios no nos dijo cómo creó los planetas ni las estrellas, pero invirtió mucho tiempo en Génesis 2 dándonos un cuadro detallado. Primero, este cuadro describe cómo Dios hizo el hombre a partir del polvo (v. 7), parecido a la manera en que un niño haría un muñeco de barro. Luego, describió en detalle al árbol de la vida y el río que corre a su lado (vs. 9-14). En el fluir de ese río, que se repartía en cuatro brazos, había tres materiales preciosos: oro, bedelio y ónice (v. 12). Dios usó muchas palabras para describir estas cosas, pero no dio ningún detalle en cuanto a las cosas que los científicos estudian hoy en día. Esto se debe al hecho de que Génesis 1 y 2 son la narración de la vida.

La caída del hombre

  El primer punto en el relato de la vida en la Biblia es la creación del hombre, y el segundo es la caída del hombre (3:1-6). Cuando el hombre cayó, Dios vino inmediatamente para dar al hombre la promesa de la simiente de la mujer (v. 15). Después que Adán y Eva pecaron, tuvieron miedo de Dios (v. 10) e hicieron lo posible por cubrirse (v. 7). Entonces Dios llamó a Adán y dijo: “¿Dónde estás?” (v. 9). Ésta fue la primera frase que el Dios creador dijo al hombre caído. Con el tiempo, Dios encontró a Adán y a Eva y les visitó con el evangelio. Ésta fue la primera visita para llevar el evangelio. Según este modelo establecido por Dios, yo les animo mucho que visiten a otros llevándoles el evangelio.

  Inmediatamente después de la caída del hombre, Dios vino de los cielos a la tierra para visitar al hombre caído y empezó a predicarle el evangelio. Primero, Dios le preguntó a Adán si había comido del árbol del conocimiento del bien y del mal (v. 11). Adán respondió: “La mujer que me diste para que estuviera conmigo, ella me dio del árbol, y comí” (v. 12). Adán le echó la culpa a Dios por haberle dado la mujer. Dios no reprendió a Adán; al contrario, se volvió a la mujer y le preguntó qué había pasado. La mujer respondió: “La serpiente me engañó, y comí” (v. 13). Luego, Dios se volvió a la serpiente y la maldijo (vs. 14-15). En la maldición sobre la serpiente insidiosa, estaba implícita una promesa. Génesis 3:15 dice: “Pondré enemistad / entre ti y la mujer, / y entre tu simiente y la simiente suya; / él te herirá en la cabeza, / pero tú le herirás en el calcañar’’. Herir la cabeza significa darle muerte. Cuando Dios dijo que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente, Él estaba diciendo: “Serpiente, has usado a esta mujer para arruinar al hombre que Yo creé. Pero usaré a esta mujer para producir la simiente que te herirá en la cabeza y te dará muerte”.

La redención y salvación que Dios mostraba como anticipo

  El primer asunto narrado en la Biblia es la obra creadora de Dios, el segundo es la caída del hombre, y el tercero es el anticipo de la redención y salvación que Dios había provisto para el hombre caído. Inmediatamente después de la caída del hombre, Dios mostró anticipadamente que traería la redención y salvación al hombre. Cuando Dios dijo que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente, Adán y Eva estaban contentos. Posiblemente Adán se volvió a Eva y le dijo: “Eva, ¡esto está muy bien! Engendrarás la simiente que herirá la cabeza de esta insidiosa serpiente”. La palabra de Dios en cuanto a la simiente de la mujer fue una promesa y también una profecía. Todas las promesas son profecías, pero no todas las profecías son promesas. Las mejores profecías siempre son promesas. Zacarías, un libro que está lleno de profecías (9:1—14:21), comprueba esto. Todas las profecías más elevadas en Zacarías también son promesas. Zacarías 13:1 dice: “En aquel día habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, por el pecado y por la impureza”. Esta palabra es tanto una promesa como una profecía.

  El anticipo de la redención y salvación provisto por Dios duró cuatro mil años. La promesa y profecía en cuanto a la simiente de la mujer en Génesis 3:15 fue dada cuatro mil años antes de Cristo. Durante estos cuatro mil años, Dios no hizo nada para lograr la redención verdadera con miras a la salvación del hombre. Luego, al final de ese período de anticipación, Juan el Bautista salió para dar a Israel las buenas nuevas de que Jehová, el mismo Dios, iba a aparecer para efectuar la redención por ellos (Is. 40:3-5; cfr. Lc. 3:4-6). Con el tiempo, esa redención tendría su consumación en la salvación de ellos.

  Adán y Eva, quienes habían llegado a ser pecadores caídos, creyeron la promesa y profecía de Dios de que la simiente de la mujer vendría. Así que, cuando Eva dio a luz a su primer hijo, Eva dijo: “He adquirido un varón, Jehová” (Gn. 4:1). Le dieron al niño el nombre Caín, que significa “adquirido”, porque pensaron que su primer hijo era el cumplimiento de la promesa dada en Génesis 3:15. Sin embargo, Caín no era la simiente de la mujer; era la simiente de la serpiente. Adán y Eva se equivocaron, porque la simiente de la mujer era el Cristo venidero.

  Tres mil trescientos años después de los tiempos de Adán y Eva, el profeta Isaías repitió la promesa que Dios les había dado. Isaías 7:14 dice: “He aquí, la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”. Esta profecía fue plenamente cumplida en el primer libro del Nuevo Testamento, en Mateo 1:23. Jesús es el cumplimiento de Emanuel, quien había sido prometido en Isaías 7:14. Él era un niño humano, pero Su nombre era Dios Fuerte (9:6). Él es Dios con nosotros.

La era de la ley

  El período desde Adán hasta el día de hoy abarca aproximadamente seis mil años. Este período puede dividirse en tres secciones de aproximadamente dos mil años cada uno: desde Adán hasta Abraham, desde Abraham hasta Cristo y desde Cristo hasta el tiempo actual. La ley fue dada durante los dos mil años que transcurrieron desde Abraham hasta Cristo. El período de tiempo desde la promesa de Dios a Abraham hasta la promulgación de la ley por parte de Moisés fue de unos cuatrocientos treinta años (Gá. 3:17). Por consiguiente, según la historia completa de la Biblia, la ley vino muy tarde. La ley promulgada por Dios a través de Moisés en Éxodo 20 en el monte Sinaí vino unos mil quinientos años antes de Cristo. Luego, desde la primera venida de Cristo hasta hoy, tenemos un período de cerca de dos mil años. Desde Génesis 3:15 hasta los tiempos de Moisés hubo cerca de dos mil quinientos años. Durante este largo período antes del cumplimiento de Su redención y salvación, mientras Dios estaba esperando y anticipando, Él dio a Su pueblo la ley a fin de ponerlos a prueba y ponerlos al descubierto a lo sumo.

  Los libros de Isaías y Jeremías relatan en detalle todos los pecados de los israelitas, quienes habían caído. Según el recuento de Isaías, tales pecados incluyen la idolatría, la adoración de ídolos y la fabricación de ídolos. Esto indica que ellos quebrantaron los primeros tres mandamientos (Éx. 20:1-7). Jeremías les condenó por haber quebrantado el Sábado, lo cual era su manera de quebrantar el cuarto mandamiento (v. 8). Según Jeremías, tampoco honraron a sus padres, y así quebrantaron el quinto mandamiento (v. 12). Con el tiempo, Jeremías gritó que no había justicia en su sociedad. Esto indica que habían quebrantado los últimos cinco mandamientos (vs. 13-17). Por tanto, quebrantaron los Diez Mandamientos hasta lo sumo. Finalmente, toda la nación de Israel fue capturada, excepto un pequeño remanente. Jeremías advirtió a este remanente, pero no quisieron arrepentirse. Al principio, rogaron a Jeremías que les diera la palabra del Señor, pero cuando Jeremías recibió la palabra y se la dio, lo rechazaron. En vez de recibir su palabra, le dijeron que ellos iban a descender a Egipto, y allí continuaron en su idolatría al adorar a la reina del cielo (la esposa de Nimrod).

  Finalmente, Dios mismo vino en forma de hombre. Cuando vino a la tierra, Israel estaba lleno de pecado. Adondequiera que Él iba, la gente estaba poseída por demonios porque adoraban ídolos. Estar endemoniado es un indicio de la adoración de ídolos. La historia de Israel demuestra que nadie puede guardar los Diez Mandamientos. Así que, mientras Dios estaba esperando con anticipación Su redención y salvación venideras, hizo una sola cosa: le dio al pueblo la ley para probarlo y ponerlo al descubierto.

CRISTO COMO SIMIENTE DE LA MUJER, DESCENDENCIA DE ABRAHAM Y DESCENDENCIA DE DAVID

  Las promesas dadas por Dios respecto a Cristo como nuestro Redentor y Salvador están relacionadas con la simiente: la simiente de la mujer, la descendencia de Abraham y la descendencia de David. Esto es expresado en Hymns, #191, donde las primeras tres estrofas describen a Cristo como la simiente de la mujer, la descendencia de Abraham y la descendencia de David. Estas tres simientes son prometidas en el Antiguo Testamento; pero en el Nuevo Testamento Cristo vino como el cumplimiento de las tres. Mateo 1:1 dice: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”. Tanto David como Abraham son mencionados al principio de la genealogía de Cristo, y María se menciona al final (v. 16). Muchos nombres son mencionados en esta genealogía, pero sólo se menciona a Jesús como simiente de la mujer (María), descendencia de David y descendencia de Abraham.

I. EN LAS PROMESAS

  La economía divina y la impartición divina se ven en las promesas de la redención y salvación que Dios mostraba como anticipo.

A. En la promesa de la simiente de la mujer: el hijo que nacería de una virgen

  La primera promesa es la promesa de la simiente de la mujer: el hijo que nacería de una virgen (Gn. 3:15; Is. 7:14). La promesa de la simiente de la mujer fue dada inmediatamente después de la caída de Adán. Después de esto, Dios permaneció callado por tres mil trescientos años. Luego, utilizó a Isaías para repetir la promesa que había dado en Génesis 3:15. En Génesis Dios prometió que la simiente de la mujer vendría, pero en Isaías 7:14 Él dijo que una virgen concebiría y daría a luz un hijo. Este hijo sería la verdadera simiente prometida por Dios en Génesis 3:15. Entre estas dos promesas, por treinta y tres siglos el hombre cayó en cuatro pasos consecutivos hasta que hubo caído a lo máximo, o sea en la idolatría, en Babel (véase el Estudio-vida de Génesis, mensajes del 18 al 36).

1. Se refiere al Cristo encarnado

  La promesa de la simiente de la mujer se refiere al Cristo encarnado (Mt. 1:16; Gá 4:4). María, una descendiente del rey David, llegó a ser la madre del Cristo prometido y la madre de la simiente de la mujer. Gálatas 4:4 dice que Cristo nació “de mujer”.

2. Está implícito el Dios completo que llega a ser un hombre perfecto al impartirse en la humanidad

  El hecho de que Cristo sea la simiente de la mujer implica que el Dios completo llegó a ser un hombre perfecto al impartirse a Sí mismo en la humanidad (Jn. 1:1, 14; Mt. 1:23). La encarnación de Dios fue una especie de impartición. En la eternidad pasada, Dios se quedó en Sí mismo. Pero en cierto momento tomó consejo de no quedarse más en Sí mismo. Él deseaba introducir Su divinidad en la humanidad y profetizó al respecto en Génesis 3:15. Sin embargo, esta promesa no fue cumplida sino hasta que María concibió, como consta en Mateo 1. Nuestro Dios, debido a que fue muy paciente, se quedó callado por cuatro mil años.

  Cuando el Señor se encarnó, Dios no vino para visitar al hombre como lo había hecho con Adán. Esta vez entró en el vientre de una virgen, permaneció allí por nueve meses y nació de ella como un Dios-hombre. Como hombre Él es Emanuel (Mt. 1:23), Dios con nosotros. Por medio de la encarnación, Dios se impartió a Sí mismo en la humanidad. Desde el día de Su encarnación, Dios ya no se quedó en Su divinidad. Ahora Él está tanto en la divinidad como en la humanidad. La encarnación de Cristo fue la impartición de Dios mismo en la humanidad. Cristo es un hombre verdadero, un hombre perfecto, pero dentro de Él también está el Dios completo. Por esto, Él es el Dios-hombre.

  Hoy en los cielos Él sigue siendo un hombre. El tema de Himnos, #36 es la humanidad de Cristo. La cuarta estrofa de este himno indica que en los cielos Cristo sigue siendo un hombre:

  En el tiempo señalado     Otra vez vendrás, Jesús, Con la gloria del Dios Padre     Como Hijo de hombre aún. En el trono del gran juicio     Como un hombre Tú serás, Con naturaleza humana,     Que por siempre Tú tendrás.

  Esteban vio a Cristo como el Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios después de Su ascensión (Hch. 7:56). En Su segunda venida, Cristo será un hombre (Mt. 26:64). Cristo también ha sido designado por Dios como Juez de vivos y muertos (Hch. 10:42). Debido a que Él es un hombre, Dios le ha dado la autoridad para juzgar a los hombres (Jn. 5:22, 27). Según el Nuevo Testamento, Dios ha autorizado al hombre Jesús para juzgar a los vivos cuando venga en Su trono de gloria antes del milenio (Mt. 25:31-46) y a los muertos después del milenio en el gran trono blanco (Ap. 20:11-15). En la eternidad Él seguirá siendo hombre (Jn. 1:51).

  Hoy en la tierra la impartición de Dios mismo en la humanidad incluye no sólo a Cristo, sino a todos Sus creyentes. Aleluya, Cristo es el Dios-hombre y también nosotros somos Dios-hombres. Jesús es la impartición de Dios mismo en la humanidad y también nosotros somos la impartición de Dios mismo en la humanidad.

3. Para destruir a Satanás y salvar del pecado y de la muerte a los que creen en Cristo

  El propósito de la simiente de la mujer, del hijo nacido de una virgen, era destruir a Satanás y salvar del pecado y de la muerte a los que creen en Cristo (He. 2:14; Mt. 1:20-21; 1 Co. 15:53-57). Herir el calcañar de la serpiente es destruir la serpiente (Gn. 3:15). Cristo, por medio de Su muerte, destruyó al diablo (He. 2:14). Desde la caída de Adán tres cosas han perturbado al hombre: Satanás, el pecado y la muerte. Estas tres cosas son una sola. Así que, en Su muerte y resurrección Cristo destruyó a Satanás y salvó a Sus creyentes del pecado y de la muerte.

B. En la promesa de la descendencia de Abraham

  Se puede ver también la economía divina y la impartición divina en la promesa de la descendencia de Abraham (Gn. 17:8; Gá. 3:16; Mt. 1:1-2a). Al principio Dios creó al hombre a Su propia imagen y conforme a Su propia semejanza. Pero el hombre cayó en cuatro pasos consecutivos hasta que llegó a Babel, un lugar lleno de ídolos. Finalmente, Dios fue arrojado de la tierra por la idolatría del hombre. La historia nos dice que cada ladrillo de la torre de Babel tenía escrito el nombre de un ídolo. Abraham nació en una tierra de idolatría (Jos. 24:2-3). Un día mientras Abraham adoraba ídolos, el Dios de la gloria se le apareció y le llamó (Hch. 7:2-3). Dios llamó a Abraham del lugar llamado Sinar, la cuna de Babilonia, y lo llevó a la buena tierra de Canaán. Una vez que Abraham llegó a la tierra de Canaán, Dios se le apareció y le hizo una promesa con respecto a la simiente (Gn. 12:7).

1. Para la bendición de todas las familias de la tierra

  La descendencia de Abraham es para la bendición de todas las familias de la tierra (Gn. 12:3). Aunque Él profetizó con respecto a la simiente de la mujer en Génesis 3:15, Dios no hizo nada para cumplir Su promesa inmediatamente. Al contrario, Él permitió que el hombre cayera vez tras vez hasta que tocó fondo y cayó al máximo, en Babel. Luego, Dios llamó a una persona, Abraham. En Génesis 12:2-3 lo que Él habló a Abraham mostró solamente un poco Su intención. Dios dijo que engrandecería a Abraham y que todas las familias de la tierra serían benditas en él. Luego, en Génesis 17:7 Dios le dijo a Abraham que establecería un pacto con él y con su descendencia. Esta palabra acerca de la descendencia fue explicada claramente por Pablo en Gálatas 3:16 cuando dijo: “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su descendencia. No dice: Y a los descendientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: ‘Y a tu descendencia’, la cual es Cristo”.

  Hoy tenemos que dar gracias al Señor porque podemos entender con más claridad que Abraham la promesa de la descendencia. Puede ser que Abraham sólo entendiera que Dios le daría una buena parcela de la tierra, una tierra que fluía leche y miel. Es poco probable que Abraham entendiera que a través de muchos siglos, después de cuarenta generaciones, una virgen daría a luz un hijo varón que sería la verdadera simiente y Aquel por el cual toda la tierra sería bendecida. No sólo Abraham no entendía estas cosas en su tiempo, los judíos todavía hoy no entienden esta promesa. Pablo era judío y no entendía este asunto antes de llegar a ser cristiano. Con el tiempo, después de algunos años, Pablo escribió Gálatas 3, donde dijo que la promesa que Dios dio a Abraham fue Su predicación del evangelio a Abraham y que la bendición de Abraham era el Espíritu (vs. 8, 14). Dios no le prometió a Abraham una parcela de tierra. La promesa dada a Abraham era que él recibiría al Dios procesado en calidad de Espíritu consumado y todo-inclusivo.

2. Se refiere al Espíritu prometido

  La bendición de Abraham se refiere al Espíritu prometido, quien es la realidad de Cristo (v. 14; Jn. 14:17-20). La descendencia única de Abraham llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45).

3. Como consumación del Dios Triuno para la impartición de Sí mismo en los creyentes de Cristo

  El Espíritu como consumación del Dios Triuno para la impartición de Sí mismo en los creyentes de Cristo es la descendencia de Abraham (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17-18; Ro. 8:9). El postrer Adán mencionado en 1 Corintios 15:45 es la descendencia de Abraham. Esta descendencia llegó a ser no solamente nuestro Redentor y Salvador, sino también el Espíritu vivificante. El Espíritu vivificante es un descendiente de Abraham, un descendiente transfigurado. La máxima bendición, la bendición consumada, para nosotros los pecadores es Dios mismo como Espíritu vivificante. Por un lado, el Espíritu vivificante es un descendiente transfigurado de Abraham y, por otro, Él es el propio Dios Triuno. Este Espíritu vivificante es el Espíritu consumado del Dios Triuno procesado. Ésta es la verdadera bendición.

  Si hoy en día solamente tuviéramos un Redentor que murió por nosotros en la cruz y solamente un Salvador que extiende Su mano para sacarnos del “agua” de nuestros problemas, esto no sería suficiente. El Salvador que necesitamos hoy es un Salvador que pueda entrar en nosotros. Necesitamos al Espíritu vivificante que mora en nosotros y que es un solo espíritu con nosotros (1 Co. 6:17). Cuando caemos en el “agua”, Él va allá con nosotros. Él se mantiene siempre a flote. Si no tuviéramos al Espíritu vivificante en nuestro espíritu, nos hundiríamos en el “agua” porque nosotros no nos podemos mantener a flote. Pero, alabado sea el Señor, tenemos dentro de nosotros a Aquel que se mantiene a flote. La tercera estrofa de Himnos, #218 expresa este pensamiento: “Hay un Hombre en la gloria, / Su vida es para mí / [...] Es bien vigoroso, / ¡Cuán fuerte es Él!”. ¿Dónde es fuerte Cristo? Él es fuerte en nuestro espíritu. Él ha sido fuerte manteniéndose a flote en mí por sesenta y cinco años. Por causa de Él, puedo gloriarme de que he sido guardado de caer. El Espíritu vivificante como descendencia de Abraham y como consumación del Dios Triuno procesado es la máxima bendición. Como tal, Él puede estar en nosotros con Su divinidad y con Su humanidad. ¡Cuán maravilloso es esto! La totalidad de lo que Él es lo llamamos el Espíritu. La buena tierra que fue dada a Abraham tipificaba a este Espíritu. El Espíritu es la bendición que Dios prometió a Abraham.

4. Para que los que creen en Cristo, quienes son la descendencia de Abraham, hereden al Espíritu consumado como su heredad divina

  La descendencia de Abraham tiene como fin que los que creen en Cristo, quienes son la descendencia de Abraham, hereden al Espíritu consumado, la consumación del Dios Triuno procesado, como su heredad divina, su bendición espiritual por la eternidad (Hch. 26:18; Ef. 1:14a; Gá. 3:14). Cristo es la descendencia de Abraham, y todos Sus creyentes también son descendencia de Abraham (v. 29). Ahora bien, nosotros los creyentes ya no somos meramente descendientes de padres americanos, chinos o japoneses, somos la descendencia de Abraham. Todos nosotros somos una sola familia, y nuestro apellido es Abraham, porque Abraham es nuestro padre (Ro. 4:12).

  Nuestra bendición espiritual por la eternidad es heredar al Espíritu consumado, la consumación del Dios Triuno procesado, como nuestra herencia. En el cielo nuevo y la tierra nueva en la Nueva Jerusalén disfrutaremos al Dios Triuno procesado, quien es el Espíritu todo-inclusivo, consumado y vivificante. Ésta es nuestra bendición. Aun hoy, lo más disfrutable para nosotros es el Espíritu que mora en nuestro interior.

C. En la promesa de la descendencia de David

1. Se refiere al Cristo resucitado

  La economía divina y la impartición divina también se ven en la promesa de la descendencia de David (2 S. 7:12-14a; Mt. 1:1, 6; 22:42-45; Ro. 1:3; Ap. 22:16). La descendencia de David se refiere al Cristo resucitado, quien lleva a cabo la economía neotestamentaria de Dios para que el Dios Triuno procesado se imparta en los miembros del Cuerpo de Cristo (Hch. 2:30-31; Mt. 16:16-18).

2. Como las misericordias firmes de Dios

  El Cristo resucitado es las misericordias firmes de Dios, de las cuales Cristo es el centro y la realidad, mostradas a David por medio de María su descendiente, la madre de Cristo (Mt. 1:16), para que Dios mismo se impartiera en todos los creyentes de Cristo en Su resurrección (Hch. 13:32-35; Is. 55:3-4). De acuerdo con el entendimiento que Pablo tenía en Hechos 13:34 y 35 (véase la nota 1, v. 34), las misericordias firmes mostradas a David son Cristo mismo en resurrección. En Cristo, las misericordias firmes, Dios llega hasta nosotros en Su gracia para ser nuestro disfrute. Debido a que estábamos en una condición miserable que no estaba a la par de la gracia de Dios, Cristo no sólo dio el paso de la encarnación para traernos a Dios mismo como gracia, sino que también dio el paso adicional de la muerte y la resurrección a fin de llegar a ser las misericordias firmes para nosotros en resurrección. Por medio de Su muerte y resurrección, Cristo, la corporificación de la gracia de Dios, se convirtió en las misericordias firmes, y mediante estas misericordias nosotros ahora estamos en la posición apropiada para corresponder a Dios y recibirle como gracia.

3. Para que los que creen en Cristo tomen parte en Su reinado

  Cristo es las misericordias firmes de Dios mostradas a David con miras a la impartición de Dios mismo en todos los creyentes de Cristo en Su resurrección. Esto tiene como fin que los que creen en Cristo tomen parte en Su reinado en Su resurrección en el reino eterno de Dios (2 Ti. 2:12; Ap. 20:4, 6).

  La economía divina y la impartición divina en las promesas de la simiente de la mujer, la descendencia de Abraham y la descendencia de David tienen un propósito triple: primero, destruir a Satanás y salvarnos del pecado y de la muerte; segundo, hacer que heredemos al Dios Triuno consumado como nuestra bendición y herencia; y tercero, hacer que tomemos parte en el reinado de Cristo. Estos tres aspectos abarcan la plena salvación de Dios en una forma completa. La plena salvación de Dios consiste en librarnos de la mano de Satanás, y del pecado y la muerte, para introducirnos en la plena herencia de Dios mismo como nuestra bendición y para hacer que tomemos parte en el reinado junto con Cristo como sus co-reyes en la era del reino.

  La simiente de la mujer, la descendencia de Abraham y la descendencia de David implican, todas ellas, la impartición divina. Estas tres son una sola: un Hombre en el cual Dios se ha impartido. Cristo, el Dios-hombre, es la simiente de la mujer, la descendencia de Abraham y la descendencia de David. Ahora en Él, Dios y el hombre, el hombre y Dios, están compenetrados y mezclados en una sola entidad. Esta entidad está representada en la Nueva Jerusalén, con ella y por ella de manera plena. La Nueva Jerusalén es la totalidad de la impartición de Dios en la humanidad.

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