
Lectura bíblica: Mt. 24:14; 28:19-20; Hch. 1:8; 2 Co. 12:15
Mateo 24:14 dice: “Y será predicado este evangelio del reino en toda la tierra habitada, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”. Los versículos 19 y 20 del capítulo 28 dicen: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todo cuanto os he mandado; y he aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo”. Hechos 1:8 dice: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y seréis Mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. Este versículo nos habla de testigos no de predicadores.
Los cristianos tenemos que comprender que la predicación del evangelio no debe ser una actividad ni un movimiento; antes bien, debe ser una parte, un aspecto o un elemento de nuestra vida cristiana. Después de que somos salvos, el Señor nos deja en la tierra principalmente con el propósito de que seamos Sus testigos. Sin embargo, la palabra testigo en griego tiene un significado más profundo de lo que nosotros entendemos. La palabra testigo en griego significa “mártir”. No está solamente relacionado con el hecho de predicar, sino con el hecho de testificar, no simplemente con palabras, sino con nuestra vida, con nuestro vivir, y aun con el sacrificio de nuestras vidas. Debemos dar testimonio del Señor Jesús a costa de un precio, aun el sacrificio de nuestra propia vida.
Debido al ambiente particular en que crecimos, unos más que otros, tenemos un concepto bastante errado en cuanto a la predicación del evangelio. Es posible que pensemos que predicar el evangelio es simplemente una clase de obra, actividad o movimiento. No obstante, la verdadera predicación del evangelio debe ser parte de nuestra vida diaria, de nuestra vida cristiana. Estamos aquí por causa de esto, y nuestro vivir es lo que predicamos. Predicamos no sólo con palabras, sino con nuestro vivir. Más aún, predicamos no de una manera frívola y barata como si ello no nos costara nada, sino a un costo, aun si ello nos costara nuestra propia vida. Tenemos que estar dispuestos a sacrificar nuestra vida a fin de dar testimonio de Cristo a los demás. Es por ello que en Hechos dice que quienes predican el evangelio son los mártires del Señor. Tenemos que ser mártires por causa del Señor. El apóstol Pablo les dijo a los corintios que estaba dispuesto a gastar de lo suyo y también a gastarse del todo él mismo por amor a ellos; en otras palabras, estaba dispuesto a gastar todo lo que tenía y todo lo que era (2 Co. 12:15). Eso significa que él estaba dispuesto a sacrificar su propia vida, a pagar el precio de entregar su propia vida. Le pedimos al Señor que nuestro concepto pueda cambiar. No consideren que ésta es una obra, un movimiento o una actividad. Tenemos que comprender que éste es un asunto relacionado con la vida, que es un aspecto de nuestra vida cristiana. Nosotros vivimos por esto, y nuestro vivir es nuestra predicación.
Cuando somos indiferentes a la predicación del evangelio, lo predicamos de cualquier manera. Sin embargo, una vez que el Señor nos despierta y nos hace ver la importancia de este asunto, empiezan a surgir en nosotros ideas muy extrañas. Pensamos que el evangelio debiera ser predicado de una manera poderosa y milagrosa. Pero no es así. Testificar y dar testimonio acerca del Señor es algo relacionado con la vida. Cualquier cosa que sea milagrosa no es normal. Tampoco diría que es anormal, pero sí que es extraño y especial. Lo normal es que nosotros vivimos para el evangelio, y la propagación del evangelio es lo más importante en nuestro vivir.
Muchos cristianos escogen versículos de la Palabra que hablan acerca de predicar el evangelio de una manera poderosa. Sin duda alguna, encontramos tales versículos en la Palabra, pero si tenemos una perspectiva apropiada y equilibrada al examinar la Palabra, veremos que lo más importante es el testimonio de nuestra vida. ¿Acaso es algo milagroso que los pámpanos de una vid lleven fruto? Algunos preferirían hablar de la predicación en el libro de Hechos, pero yo los remitiría al Evangelio de Juan. ¿Creen ustedes más en los milagros o en la vida? ¿Viven ustedes más por las medicinas que toman o por los alimentos que ingieren? La medicina es muy útil y muchas veces la necesitamos. Sin embargo, la medicina sólo sirve para curar. El fruto que producen los pámpanos es el desbordamiento, el rebosar de la vida interior. Nosotros simplemente permanecemos en el Señor y permitimos que Él permanezca en nosotros, y también nos deshacemos de todo lo que estorba la vida divina y de todo lo que interrumpa nuestra comunión con el Señor, de esta manera preparamos el camino para que el Señor se exprese en nuestro vivir por medio de nosotros. Ésta es la verdadera manera de llevar fruto.
Puede ser que nos guste seguir por el camino fácil, el camino de los milagros; tal vez quisiéramos acostarnos una noche y al día siguiente encontrar mucho fruto. Pero eso es sólo un sueño. Observen lo que sucede en los huertos. En cualquier huerto los árboles crecen y el labrador trabaja. Él riega y cuida las plantas, y ellas crecen. Luego, poco a poco y a su debido tiempo, dan fruto. En un huerto no vemos nada milagroso. La iglesia es un huerto. Por consiguiente, no debemos soñar con que de repente llevaremos fruto.
Alguien podría preguntar: “¿Y qué nos dice del Día de Pentecostés?”. Pentecostés fue el resultado de la obra y labor que el Señor Jesús estuvo realizando por tres años y medio. También fue el resultado de que los ciento veinte dejaran su país, sus familias y todo. Ellos permanecieron en Jerusalén aun a costa de sus propias vidas, sin importarles las amenazas que habían recibido, y oraron por diez días. ¿Ha pagado usted el precio? Si no ha pagado ningún precio, ¿cómo puede reclamar el poder de Pentecostés? Pentecostés fue la cosecha de la labor que estuvo realizando el Señor Jesús por muchos años. ¿Cuánto ha laborado usted? No puede simplemente soñar; usted tiene que dejar a un lado todos sus sueños. Hermanos, seamos normales. Tenemos que saber cuál es nuestro deber, nuestra responsabilidad y la labor que debemos realizar. Tenemos que laborar, tenemos que orar, tenemos que gastar todo lo que tenemos y estar dispuestos a gastarnos a nosotros mismos en todo lo que somos. Debemos tomar esto como una verdadera carga, no como un sueño.
Aprendamos a tener comunión con el Señor y a vivir en Él, por Él y con Él. Aprendamos a andar en la presencia del Señor. De este modo, si deseamos cooperar con el Señor, Él abrirá el camino. Él preparará el camino para que nosotros tengamos contacto con nuestros vecinos, compañeros de escuela, compañeros de clase y familiares. Por medio de esto, llevaremos a muchas personas al Señor, y por medio de esto, llevaremos verdadero fruto. Les repito nuevamente que esto no es una obra, un movimiento ni una actividad, sino más bien, el vivir cristiano; y puesto que se trata de un vivir, debe ser normal. La vida que una persona lleva no es milagrosa. Nosotros debemos vivir de una manera normal. Han habido muchas ocasiones en las que el Señor ha hecho auténticos milagros en la iglesia; no me cabe duda de eso. Yo mismo vi cosas como éstas, pero no ocurrieron la mayor parte del tiempo. La mayoría de las veces el evangelio era algo normal. Nosotros vivimos para Cristo, y andamos con Él. Nos reunimos juntos, oramos, y declaramos y proclamamos la victoria del Señor. Es de este modo que el Señor preparará el camino y abrirá las puertas para que traigamos a las personas a la iglesia.
Esto es algo que debemos hacer durante toda nuestra vida, lo tenemos que hacer por largo tiempo. No debemos simplemente soñar con estas cosas. En Mateo 28:19 el Señor se refirió a la predicación del evangelio cuando dijo: “Haced discípulos a todas las naciones”. Además, el apóstol Pablo dijo que cuando él predicaba el evangelio, sufría dolores de parto (Gá. 4:19). La labor de parto tiene como fin dar a luz a un hijo. Todas las madres saben cuánto se gastan ellas mismas cuando dan a luz a sus hijos. Por lo tanto, tenemos que gastar lo nuestro y también tenemos que gastarnos a nosotros mismos. No solamente debemos predicar el evangelio, sino también vivir por causa del evangelio. Ésta es nuestra vida y éste es nuestro vivir.
A fin de predicar el evangelio a largo plazo, tenemos que hacerlo como algo normal. Todo lo que es normal es duradero, pero nada milagroso puede durar mucho. Nunca podemos vivir de una forma milagrosa; tenemos que vivir de una manera normal. No estoy diciendo que debamos oponernos a los milagros; en realidad, ellos no dependen ni de usted ni de mí. Los milagros están en las manos del Señor. Nuestro deber y nuestra responsabilidad debe ser algo normal. Puesto que estamos aquí para la predicación del evangelio, es necesario tener un vivir que sea para el evangelio.
Esto exige que seamos vencedores; nos exige llevar verdaderamente la vida de un vencedor. La vida que llevamos debe ser una vida victoriosa y vencedora. Esto se aplica especialmente a este país. Éste no es un país pagano. Aunque hay un buen número de personas que aún no han sido salvas, casi todas han escuchado algo del evangelio. Por lo tanto, en este país existe una mayor necesidad de que demos testimonio en nuestra vida diaria, que demos testimonio en la manera en que vivimos. Debemos tener un testimonio real y práctico en nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, si alguien es un profesor, él debe ser diferente de los demás profesores. En la oficina, si somos un trabajador o un empleado, tenemos que ser diferentes de los demás, no en un sentido negativo sino en un sentido muy positivo.
Además, tenemos que gastar algo y también gastarnos a nosotros mismos. No debemos predicar el evangelio de una manera superficial ni tampoco soñar con que recibiremos un poder especial para traer a muchas personas al Señor. Como nos lo muestra la historia, el mayor porcentaje de las personas han sido salvas por medio de un testimonio apropiado y no por medio de lo que llamamos el camino de los milagros. Yo no vine al Señor por medio de los milagros. Por otra parte, sí vi a muchas personas que fueron conducidas al Señor por medio de los milagros, pero lamentablemente no muchas de ellas continúan firmes. Los que continúan firmes y crecen en la vida divina son principalmente aquellos que son conducidos al Señor por medio del testimonio que ven en las vidas de los creyentes. En toda mi vida cristiana no he llegado a conocer a muchas personas que habiendo sido salvas por medio de los milagros, aún continúen firmes y que sigan creciendo adecuadamente. Sí, hay unas cuantas, pero son muy pocas. Sin embargo, podría contarles de muchas otras que permanecen firmes en el Señor y están creciendo adecuadamente. ¿Por medio de qué fueron salvas? Por medio de un testimonio de vida. Todos tenemos que comprender que la predicación del evangelio debe ser parte de nuestra vida.
Creo que entre nosotros el Señor recobrará principalmente cuatro cosas. En primer lugar, debemos aprender a experimentar a Cristo en el espíritu de una manera viviente. Éste es el asunto básico, el fundamento. Es preciso que conozcamos a Cristo no simplemente a través de las enseñanzas o de los dones, sino conforme a la vida, es decir, conforme a la vida interior y también conforme a la vida diaria que llevamos en el espíritu. En segundo lugar, debemos conocer el terreno apropiado de la unidad del Cuerpo. Debemos siempre guardar la unidad y no hacer nada de una manera que pueda causar divisiones. Adondequiera que vayamos y dondequiera que estemos, debemos guardar el terreno único de la unidad. De esta manera, podremos llevar a cabo el propósito eterno de Dios, reuniéndonos para tener una expresión local del Cristo que experimentamos. En tercer lugar, cada vez que nos reunamos en el terreno de la iglesia local, debemos ejercer nuestra función en las reuniones de una manera viviente, rica y adecuada, a fin de expresar a Cristo. A fin de expresar a Cristo en las reuniones de la iglesia, los santos deben exhibir las riquezas de Cristo. En cuarto lugar, debemos propagar el evangelio por medio de nuestra vida diaria. Estos cuatro asuntos: conocer a Cristo como nuestra vida, reunirnos como una expresión local para exhibir a Cristo, ejercer nuestra función ricamente en las reuniones y alcanzar a otros para introducirlos en el testimonio del Señor, son los asuntos principales en el recobro del testimonio del Señor.
Debemos comprender que la predicación del evangelio no es una especie de movimiento entre nosotros, sino que forma parte de nuestra vida diaria. Por lo tanto, todos tenemos que vivir para esto y trabajar y laborar para esto cada día. Con el fin de ayudarnos, a veces necesitaremos una reunión en la que sea predicado el evangelio, pero no debemos confiar mucho en dicha reunión. Esto es sólo una pequeña parte de nuestra predicación del evangelio. La predicación del evangelio principalmente se lleva a cabo en nuestra vida diaria. Aun cuando no celebremos una reunión para el evangelio, después de uno o dos meses todavía podremos bautizar a algunos nuevos creyentes. Esto es normal.
No debemos seguir el camino del cristianismo de hoy, según el cual se celebra una campaña y luego se bautiza a las personas. Eso no es normal. La manera normal consiste en que simplemente vivamos en esta ciudad en Cristo, con Cristo y por medio de Cristo. Nos reunimos para expresar a Cristo y servirnos a Cristo unos a otros. Entonces daremos testimonio a los incrédulos, y ganaremos a algunos. Sin necesidad de celebrar una reunión para el evangelio, los nuevos convertidos serán bautizados en el Cuerpo una y otra vez. Ésta es la manera normal en que la iglesia predica el evangelio. No quiero decir con esto que nunca necesitemos celebrar una reunión para predicar el evangelio; lo que sí deseo recalcar es la manera normal de hacerlo, porque la forma en que tradicionalmente se ha hecho no tiene una duración larga. No podemos tener una vida larga y saludable tomando medicina. Únicamente podemos tener una vida larga y saludable ingiriendo alimentos buenos y normales. Nuestra predicación perdurará solamente si lo hacemos de la manera normal.
La predicación apropiada del evangelio primeramente depende de nuestro testimonio. Si los hermanos y hermanas no tenemos un testimonio apropiado en nuestra vida diaria, nuestra predicación será deficiente. Nunca será eficaz debido a que no podremos ganarnos la confianza de las personas. Pero si todos vivimos en Cristo y tenemos un testimonio real en nuestra vida diaria, nos ganaremos la confianza de nuestros vecinos, compañeros de oficina, compañeros de estudio y familiares. Este testimonio preparará el camino y proveerá una base para el evangelio. Luego, una vez que tengamos esta base mediante nuestro testimonio viviente exhibido en nuestra vida diaria, tenemos que laborar. Así pues, primero necesitamos tener la vida, y luego debemos laborar basados en la vida. En todo huerto hay vida. El crecimiento de las plantas es algo que está relacionado con la vida. Sin embargo, también debemos laborar, y cuanto más, mejor.
Dos hermanos pueden laborar con algunas hermanas, reuniéndose para orar, tener comunión y decidir cuáles son los pasos principales que hay que dar para cuidar de las personas nuevas. El primer paso podría ser determinar si ellos han creído en el Señor Jesús con arrepentimiento y confesión. Debemos orar por alguien específicamente por esto, y después podemos ir a visitarlo. Si nos enteramos de que él no ha creído verdaderamente, tenemos que hacer algo para ayudarlo a creer. Asimismo, si descubrimos que él no experimentó un verdadero arrepentimiento ni hizo confesión, debemos explicarle lo que significa arrepentirse y confesar, y ayudarle a entender cómo arrepentirse y confesar. Para ello es necesario que sepamos laborar, de la misma manera en que los carpinteros aprenden a fabricar muebles a partir de la materia prima. De lo contrario, haremos las cosas únicamente de una manera muy vaga y general. Éste es un asunto para toda la vida, algo que tenemos que hacer a largo plazo, y todos debemos aprender a hacerlo bien. En segundo lugar, tal vez necesitemos saber si las personas nuevas tienen claro lo que es la salvación. Un tercer paso es averiguar si ellos están listos y dispuestos a hacerse bautizar, y luego saber si ellos tienen claridad con respecto a la vida de iglesia. Si coordinamos juntos de esta manera, nos ayudaremos mutuamente unos a otros.
Debemos dedicar no más de una semana como fecha límite para cada uno de estos pasos. Luego, después de tres o cuatro semanas de tener contacto con las personas de esta manera, sabremos claramente cuál es su condición. Ahora bien, debemos ser flexibles al respecto; esto es simplemente un ejemplo que les doy con algunos principios. Sin embargo, sí debemos ser legalistas o estrictos con respecto a ciertos asuntos. Por ejemplo, cada día, todos tenemos que dormir una vez y comer al menos tres veces. Si al respecto no somos un poco legalistas, no podremos llevar una vida apropiada. Por lo tanto, todos ahora estamos sujetos a un entrenamiento, y estamos aprendiendo; todos tenemos que aprender no sólo a predicar el evangelio, sino también a ser edificados. Debido a ello, necesitamos mucha coordinación. En el pasado aprendimos que para coordinar debidamente, se necesita que ciertos hermanos se encarguen de asignarles algo a otros. Es mediante esta coordinación que la obra avanza. Esto requiere mucho ejercicio de nuestra parte y que seamos entrenados al poner las cosas en práctica.
Hacer todo esto no es demasiado gravoso. Esto es algo en lo cual debemos laborar. Por un lado, no debemos olvidarnos que predicar el evangelio es toda una labor de parto a fin de darles un nuevo nacimiento a las personas. Debemos laborar para este fin. Por otro lado, predicar el evangelio es discipular a las personas, es hacer de las personas discípulos del Señor. A fin de llevar a cabo esta clase de educación tenemos que laborar de cierta manera. Ciertamente confiamos en la obra que realiza el Espíritu Santo; de ello no hay ninguna duda. Sin embargo, el principio que opera hoy en día es que sin la cooperación humana, incluso el Espíritu Santo no podrá lograr mucho. La obra del Espíritu requiere y depende de nuestra cooperación. Cuanto más cooperemos con el Espíritu, más obrará el Espíritu, y cuanto mejor cooperemos con el Espíritu, mejor será la obra que el Espíritu hará. Por lo tanto, debemos brindarle al Espíritu Santo una adecuada y mejor cooperación.
Algunas veces, después de contactar a alguien, podemos encontrarnos con ciertos problemas. Tal vez haya algunos problemas que sean difíciles de resolver, y posiblemente no podamos resolverlos. Así que, en coordinación, podemos determinar qué hermanos pueden encargarse de este asunto. Es posible que algunos hermanos tengan más experiencia y puedan brindarle ayuda a esta persona. Puede ser que sintamos que cierto hermano no es la persona adecuada, y escojamos a dos hermanos para que ayuden con estos problemas. Es de esta manera que debe operar toda esta “maquinaria”. Es así como muchos hermanos deben coordinar, y es así como podemos ahorrar tiempo y laborar eficazmente. Sin embargo, si la “máquina” se va a parar o va a seguir funcionando, dependerá de cómo la operemos.
Tenemos limitaciones de tiempo porque no somos obreros que sirven a tiempo completo en el evangelio. Sin embargo, si nos ejercitamos para encontrar la mejor manera de hacer las cosas, podremos mejorar nuestro método. Espero que todos aprendamos a hacer las cosas de la mejor manera, para que no nos sintamos sobrecargados con la obra, sino que trabajemos como nuestro deber. Todos debemos aprender. Estamos aquí por causa del evangelio. Aun si no tenemos tiempo para hacerlo todos los días, podemos separar un tiempo al menos una vez por semana para la obra del evangelio. Si usted hace un poco, si yo hago también un poco, y cada miembro de la iglesia hace su poco, al juntar todas estas pequeñas porciones el resultado será algo significativo. Además, debemos hacer esto a largo plazo, y no sólo una vez en la vida ni una vez al año, sino como un deber que hacemos de forma regular.
Si esta responsabilidad es demasiado gravosa para unos pocos hermanos, entonces en comunión, más hermanos pueden añadirse para ayudar. Todas las cosas pueden hacerse de una manera muy flexible. Si hay treinta y cinco personas nuevas, los hermanos y hermanas pueden dividirse en dos grupos; un grupo puede dedicarse a diecisiete personas, y el otro grupo a las otras dieciocho. El yugo del Señor no es gravoso y Su carga no es pesada. El Señor no tiene la intención de sobrecargarnos con trabajo. De todos modos, debemos pedirle al Señor que nos dé paciencia para que podamos aprender estas cosas.
La vida apropiada de iglesia es exactamente igual a la vida familiar. No podemos hacer que la familia crezca de una manera milagrosa o extraordinaria; más bien, la hacemos crecer de una manera muy normal y ordinaria. Esto requiere de nuestro tiempo. Se requieren por lo menos veinte años para que nuestros hijos crezcan y se conviertan en personas adultas. Sucede lo mismo con respecto a la vida de iglesia. Aun si hoy nos sucedieran algunos milagros en el evangelio, yo preferiría no prestarles mucha atención. Los hermanos que estuvieron conmigo en Taiwán pueden testificar que varias veces después de que regresaba allí, les echaba agua fría a su obra si ésta era realizada de una manera extraordinaria y milagrosa. Esto se debe a que conozco el peligro de laborar de esta manera. Si usted manejara su auto a ciento treinta kilómetros por hora, yo le pediría que disminuyera la velocidad. Es mejor conducir a cincuenta o sesenta kilómetros por hora de una manera normal. Hace poco el hijo de un colaborador de Taiwán nos escribió para contarnos de los muchos milagros y sanidades que estaban ocurriendo allí. Él incluso puso las manos sobre algunas personas, y ellas fueron sanadas. Cuando leí esto, sentí que debía escribir algo para apagar un poco ese fuego. Mi deseo es ayudar a las personas a alimentarse de la manera apropiada, de una manera diaria y normal. No coman alimentos extraños ni especiales. Simplemente coman alimentos normales; de ese modo, su familia se mantendrá saludable.
Queridos hermanos, les ruego por la misericordia del Señor y por Su gracia que aprendan a tener un poco de paciencia y avancen de una manera normal. No esperen grandes resultados; simplemente avancen poco a poco. De este modo, a largo plazo verán los resultados. Mi intención no es sobrecargarlos; lo único que deseo es ver que todos ustedes aprendan a servir al Señor de una manera apropiada, normal, según el principio de la vida. Estamos aquí por causa del evangelio. Con respecto a lo que tenemos, simplemente debemos gastar lo que podamos, y en cuanto a lo que somos, debemos estar dispuestos a gastarnos por causa del evangelio. Por favor, hagan lo mejor que puedan para laborar, orar, coordinar y cooperar. Si lo hacen, esta “máquina” continuará funcionando sin detenerse. A largo plazo bautizaremos a muchas personas nuevas. No es demasiado esperar esto. Cada mes podemos tener una reunión del evangelio para ayudarnos, y todos podemos vivir por causa del evangelio y laborar de una manera apropiada a largo plazo. Esto es algo que debemos hacer por el resto de nuestra vida. Así, gradualmente, mes a mes, se añadirán algunos nuevos creyentes a la iglesia. Esto es sólo parte de nuestro entrenamiento. Después de que las personas sean bautizadas, habrá otra sección de la obra que debemos atender. Traer a las personas es simplemente el comienzo, la primera parte, de la predicación del evangelio.