
Lectura bíblica: Jn. 1:14; He. 2:14; Ro. 8:3; 2 Co. 5:21; Jn. 3:14; 1 P. 2:24; 1 Co. 15:3; He. 9:28; Ro. 6:6; Gá. 2:20; Ef. 2:15; Jn. 12:24, 31; 19:34; 7:39; Lc. 24:26; Hch. 13:33; Ro. 8:29; He. 2:11-12; 1 P. 1:3; Ef. 2:6; 1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17-18; Jn. 20:22; Ef. 1:20-21; Hch. 2:36; Ef. 1:22-23; Hch. 2:33
Dios creó los cielos y la tierra y puso al hombre como cabeza y centro. Luego el hombre cayó. A los ojos de Dios, la caída del hombre incluyó toda la creación. Para redimir la creación caída Dios vino en el Hijo.
La redención no fue una idea adicional. Dios la determinó de antemano. En 1 P. 1:19-20 nos dice que el Redentor, Cristo, fue conocido de antemano por Dios antes de la fundación del mundo. En este versículo “mundo” alude a todo el universo. Antes de la fundación del universo, Dios sabía que el hombre iba a caer. Por tanto, Dios determinó de antemano que el Hijo, Cristo, sería el Redentor. Con esto podemos ver que la obra redentora de Dios no fue una casualidad.
Además, Apocalipsis 13:8 dice que el Cordero, es decir, el Redentor, Cristo, fue inmolado “antes de la fundación del mundo”. Desde que la creación llegó a existir, a los ojos de Dios, Cristo, el Cordero ordenado por Dios, fue inmolado. A nuestros ojos, hace menos de dos mil años que Cristo fue crucificado. Pero a los ojos de Dios, Cristo fue inmolado antes de que la creación llegara a existir, porque Dios sabía de antemano que Su creación iba a caer.
Estos versículos muestran que la obra redentora de Dios no fue un idea adicional, más bien algo ordenado, planeado y preparado por Dios en la eternidad pasada. ¡Cuánto valoramos este hecho con respecto a la redención que disfrutamos en Cristo!
El primer paso en el cumplimiento de la redención llevado a cabo por Dios fue la encarnación. Ciertamente fue algo maravilloso que Dios entró en el hombre y nació de la humanidad por medio de una virgen. ¡Nuestro Dios se hizo hombre! El era el Creador cuando creó. Pero aunque creó todas las cosas, no entró en ninguna de las cosas que creó. Incluso cuando creó al hombre solamente sopló en él aliento de vida (Gn. 2:7), pero permanecía fuera del hombre. Su aliento, según Job 33:4, dio vida al hombre; sin embargo, El mismo no entró en el hombre. Quedó separado del hombre hasta la encarnación. Pero mediante la encarnación entró personalmente en el hombre. Primero fue concebido, luego permaneció en el vientre de una virgen por nueve meses, y después nació.
Según Juan 1:14, no sólo se hizo hombre, sino que “se hizo carne”. La carne en este versículo alude al hombre caído. El hombre en Génesis 1 y 2 no había caído, pero después de Génesis 3, sí lo había hecho. La palabra carne, la cual se refiere al hombre caído, siempre conlleva una denotación negativa. Ninguna carne por las obras puede ser justificada delante de Dios (Ro. 3:20). La carne alude al hombre caído, y Cristo como Hijo de Dios se hizo un hombre. Se hizo carne.
No quiero decir que se hizo pecador. La Biblia es muy cuidadosa al referirse a esto. Si la Biblia tuviera solamente Juan 1:14, tal vez pensaríamos que El se hizo una persona pecaminosa. Pero la Biblia también tiene Romanos 8:3, donde dice que Dios envió a Su Hijo “en semejanza de carne de pecado”. Cristo se hizo carne, pero sólo estaba en semejanza de carne de pecado. No había pecado en Su carne. El sólo tenía la semejanza de la carne, y no su naturaleza pecaminosa. Esta expresión, compuesta por Pablo, tiene tres palabras: semejanza, carne, y pecado. Si dijera solamente “carne de pecado”, indicaría la carne pecaminosa. Alabado sea el Señor porque las Escrituras añaden: “en semejanza”, lo cual indica que en la naturaleza humana de Cristo no había pecado, aunque la naturaleza tenía la semejanza, la apariencia, de carne de pecado. Además, Pablo no sólo dice que Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne; añade “de pecado”. El uso de la palabra “semejanza” denota enfáticamente que la humanidad de Cristo no tiene pecado, pero que, aún así, Su humanidad estaba relacionada de alguna manera con el pecado.
En otro versículo, 2 Corintios 5:21, Pablo dice que Cristo “no conocía el pecado”. Esto significa que El no tenía pecado. Sin embargo, 2 Corintios 5:21 también dice que Aquel que no tenía pecado fue hecho pecado por Dios. Nuestra mentalidad no puede entender esto. Si las Escrituras no fueron escritas de esta manera, parecería una herejía decir que Cristo fue hecho pecado; pero por nosotros Cristo fue hecho pecado para ser nuestro sustituto completo. Si esto no hubiera ocurrido, no habríamos podido ser salvos. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado”. Al que Dios hizo pecado no conoció pecado.
Este asunto está descrito en el Antiguo Testamento en la tipología de la serpiente de bronce, descrita en Números 21. Cuando los hijos de Israel pecaron contra Dios, fueron mordidos por serpientes y estaban por morir. Moisés acudió a Dios por ellos, y Dios le mandó que hiciera una serpiente de bronce y que la levantara en una asta. Todo aquel que mirara la serpiente viviría, y muchos lo hicieron (vs. 6-9).
Luego en Juan 3 el Señor Jesús habló con Nicodemo acerca de la regeneración. Nicodemo era un maestro de la Biblia (v. 10) y enseñaba el Antiguo Testamento, especialmente el Pentateuco. “Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” (v. 4). El Señor dio a entender que si Nicodemo regresara al vientre de su madre y naciera de nuevo, seguía siendo carne: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (v. 6). Ser nacido de nuevo no es nacer por segunda vez de la carne, sino nacer del Espíritu. “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (v. 6).
Nicodemo le preguntó cómo podrían hacerse estas cosas. Luego el Señor Jesús le dijo con tono de reprimenda: “¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?” (v. 10). Luego remitió a Nicodemo al relato en Números 21: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en El cree, tenga vida eterna” (vs. 14-15).
Este cuadro indica claramente que la serpiente de bronce sólo tiene la apariencia, la semejanza, de la serpiente, pero no tiene su naturaleza venenosa. Esto corresponde a lo que Pablo dijo: “en semejanza de carne de pecado”.
Cuando Cristo murió en la cruz, a los ojos de Dios no sólo era un cordero, sino también una serpiente. Estos dos aspectos de Cristo se encuentran en Juan. Juan 1:29 hace mención del Cordero de Dios, y Juan 3:14 hace referencia al Hijo del Hombre, Cristo, levantado como la serpiente de bronce en el desierto. Cuando Cristo, nuestro Redentor, estaba en la cruz, por un lado El era el Cordero de Dios que quitaba nuestro pecado; por otro, también era la serpiente. La Palabra santa nos dice que cuando Cristo murió en la cruz, a los ojos de Dios era como una serpiente de bronce. Hago hincapié en esto porque necesitamos saber qué tipo de redención el Señor Jesús ha logrado por nosotros.
Para realizar la redención plena, El como Hijo de Dios, se hizo carne. El Verbo se encarnó. No obstante, Juan no dijo que el Verbo se hizo hombre, sino que dijo: “El Verbo se hizo carne”. En el tiempo de la encarnación, “carne” era una expresión negativa. Pero tenemos que ser cuidadosos al decir esto. Una serpiente seguramente es negativa, pero esta serpiente es de bronce. Sólo tiene la apariencia de la serpiente; no tiene su naturaleza. ¿Piensa usted que cuando Cristo fue hecho pecado El tenía una naturaleza pecaminosa? ¡De ninguna manera! Esta es la razón por la cual Pablo califica su palabra, diciendo: “quien no conoció pecado”. Aunque El fue hecho pecado por Dios, no tenía pecado en El y no conoció el pecado. Nuestro Señor es el Redentor maravilloso. La Biblia nos dice que Dios se hizo hombre en semejanza de la carne caída y pecaminosa.
La encarnación también tiene un aspecto positivo. Introdujo a Dios en el hombre. Hizo que Dios y el hombre fuesen uno. Hace casi dos mil años había un Hombre en esta tierra que era una combinación de Dios y el hombre. ¿Era Jesucristo simplemente hombre? ¿Era solamente Dios? El era tanto Dios como hombre. Muchos maestros de la Biblia le llaman el Dios-hombre. El no era un mero hombre de Dios, sino un Dios-hombre. El era el Dios completo y el hombre perfecto.
Según la revelación genuina de la Biblia, en esta encarnación ni la naturaleza de Dios ni la naturaleza del hombre se perdió, ni fue producida una naturaleza adicional. Cristo es el Dios-hombre y tiene tanto la naturaleza divina como la humana, las cuales existen en El distintamente.
Nuestro Redentor es el Dios-hombre. Al encarnarse para cumplir la redención, El, como el propio Dios, dio el paso de hacerse uno con el hombre. El participó de la sangre y la carne del hombre. Hebreos 2:14 nos dice: “Por cuanto los hijos son participantes de sangre y carne, de igual manera El participó también de lo mismo”. Si El no hubiera tenido la sangre del hombre, ¿cómo podría haber derramado Su sangre por los pecados del hombre? Sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados (He. 9:22). Como seres humanos, nosotros necesitamos que la sangre humana quite nuestros pecados. Debido a que nuestro Redentor participó de la sangre del hombre, podía derramar Su sangre por nuestros pecados.
Cuando el Hijo de Dios se encarnó, no dejó al Padre en los cielos. Aunque hace cincuenta años yo tenía este concepto, poco a poco descubrí, al estudiar la Palabra, que el Hijo y el Padre no pueden separarse. Son distintos pero no están separados. El Hijo mismo nos dice claramente que El vino en el nombre del Padre (Jn. 5:43), y que el Padre estaba con El todo el tiempo (Jn. 16:32). El y el Padre son uno (Jn. 10:30; 17:22).
Como cristianos, nosotros creemos que hay un solo Dios. Creer en el triteísmo, o sea que hay tres Dioses, es una gran herejía. Tenemos un solo Dios, pero nuestro Dios es triuno. El es tres en Su deidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Pero El es un solo Dios. No tenemos la manera de reconciliar esto. Sin embargo, sí sabemos el hecho revelado de que nuestro Dios es triuno, es decir, es tres-uno.
El plan de Dios es principalmente la obra del Padre, Su redención es principalmente la obra del Hijo y la aplicación es principalmente la obra del Espíritu. El Padre planeó, el Hijo redimió y el Espíritu lo aplica todo.
Los tres son distintos pero no están separados. Cuando el Hijo vino, el Padre vino con El. Cuando vino el Espíritu, el Hijo y el Padre vinieron (Jn. 14:17, 23). No creemos en el modalismo, una herejía que dice que cuando el Hijo vino, el Padre cesó de existir, y cuando el Espíritu vino, el Hijo cesó de existir. Creemos que Dios es tres-uno —el Padre, el Hijo, y el Espíritu— como un solo Dios que coexiste y mora el uno en el otro desde la eternidad y por la eternidad.
La encarnación fue maravillosa, y la crucifixión es maravillosa. No tenemos palabras humanas que puedan explicar la encarnación de manera completa; ni podemos explicar plenamente el hecho de la muerte de Cristo.
En la cruz Cristo llevó nuestros pecados. Tres versículos son muy claros con respecto a este punto: 1 Pedro 2:24, 1 Corintios 15:3 y Hebreos 9:28. Estos versículos dicen que Cristo llevó nuestros pecados. Según Isaías 53:6, cuando Cristo estaba en la cruz, Dios tomó todos nuestros pecados y los puso en este Cordero de Dios.
Si usted lee los cuatro evangelios con respecto a la muerte de Cristo, verá que El fue crucificado desde las nueve de la mañana, la hora tercera (Mr. 15:25), hasta las tres de la tarde, la hora novena (Mr. 15:33; Mt. 27:46). En medio de estas seis horas hubo mediodía, la sexta hora (Mr. 15:33). El mediodía dividió estas seis horas en dos períodos de tres horas. La persecución del hombre se llevaba a cabo en las primeras tres horas. El hombre lo clavó en la cruz, se burló de El y lo afligió en todas las formas. Luego en las últimas tres horas Dios vino para juzgarle (Is. 53:10). El hecho de que las tinieblas vinieran sobre toda la tierra a mediodía indica esto. Dios puso todos los pecados de la humanidad sobre él.
En las últimas tres horas, a los ojos de Dios Cristo fue hecho pecado. Fue en la cruz, en ese momento, que Dios condenó el pecado en la carne de Cristo. Romanos 8:3 dice que Dios, enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado (como la serpiente de bronce en forma de una serpiente, Jn. 3:14), condenó al pecado en la carne. El pecado fue condenado. El pecado fue juzgado en la cruz. No sólo Cristo llevó nuestros pecados, sino que también fue hecho pecado por nosotros (2 Co. 5:21) y fue juzgado por Dios de una vez por todas.
Además, cuando Cristo fue crucificado, todos Sus creyentes fueron crucificados con El (Gá. 2:20). Cuando El se encarnó, se vistió de nosotros. Se vistió de sangre y carne. Por lo tanto, cuando fue crucificado, nosotros fuimos crucificados con El. Desde el punto de vista de Dios, antes de que naciéramos fuimos crucificados con Cristo. Cuando Cristo fue crucificado, no solamente fueron crucificados nuestros pecados, sino nosotros también. Así que, Romanos 6:6 dice: “Nuestro viejo hombre fue crucificado con El”.
Más aún, toda la creación también fue crucificada allí. Cuando Cristo murió, el velo del templo fue rasgado de arriba abajo (Mt. 27:51). “De arriba abajo” indica que no fue obra del hombre, sino la obra de Dios desde lo alto. Dios rasgó ese velo en dos pedazos. En el velo querubines fueron bordados (Ex. 26:31). Según Ezequías 1:5, 10 y 10:14-15, los querubines eran seres vivientes. Así que, los querubines que estaban en el velo indicaban los seres vivientes. Todas las criaturas estaban puestas sobre la humanidad de Cristo. Cuando el velo fue rasgado, todas las criaturas fueron crucificadas. Por esto podemos ver que la muerte de Cristo fue todo-inclusiva. Puso fin a nuestros pecados, a nuestro pecado, a nuestro yo, a nuestro viejo hombre, y a toda la vieja creación. Los pecados, el pecado, el hombre y toda la creación llegaron a su fin mediante la cruz.
En Efesios 2:15 Pablo nos dice que mediante la muerte de Cristo en la cruz, Cristo abolió la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas. En el Antiguo Testamento había muchas ordenanzas. La ordenanza principal fue la circuncisión, la cual separó a los judíos de los gentiles. Los judíos usaban el término “incircuncisión” para referirse a los gentiles, mientras se consideraban a sí mismos la circuncisión. Por lo tanto, la circuncisión fue una marca de separación. Los judíos también observaban el día séptimo, otra ordenanza que les hizo diferentes a los gentiles. Cristo abolió ambas ordenanzas en la cruz (Col. 2:14, 16).
Otras ordenanzas observadas por los judíos constituían las reglas alimenticias. Sin embargo, en Hechos 10 mientras Pablo oraba en la azotea, le sobrevino una visión (vs. 9-16). El Señor le dijo a Pedro que comiera los animales que él consideraba comunes e inmundos. Por tanto, la circuncisión, el sábado, y las reglas alimenticias fueron abolidos. Estas ordenanzas habían sido una pared de separación fuerte y alta entre los judíos y los gentiles, pero ya fue derribada. Ya no hay separación. Los judíos y los gentiles pueden ser edificados como Cuerpo de Cristo.
Las ordenanzas fueron abolidas, pero ¿qué pasó con las diferencias entre las razas, tales como las diferencias entre los negros y los blancos? En la redención completa de Cristo todas estas diferencias también fueron abolidas. El abolió toda la enemistad. Sin embargo, muchos no viven como corresponde. Los judíos todavía observan la circuncisión, el sábado y las reglas alimenticias. Incluso muchos cristianos todavía tienen enemistad.
Mediante Su única muerte Cristo quitó nuestros pecados y nuestro pecado, crucificó el viejo hombre, puso fin a la vieja creación y abolió las diferencias entre las razas. Ahora no estamos en nosotros mismos: estamos en Cristo. En El no hay pecados; en El no existe el viejo hombre ni la vieja creación. La iglesia es simplemente Cristo (1 Co. 12:12). El mismo contenido, el constituyente, de la iglesia es Cristo (Col. 3:10-11). En el nuevo hombre no hay griego ni judío, ni rango social, ni distinciones de raza, ni diferencias nacionales; Cristo es el todo, y en todos (Col. 3:11). En Cristo los pecados, el pecado, el viejo hombre, la vieja creación y todas las ordenanzas son abolidas.
La carne fue crucificada con Cristo. Debido a que la carne está relacionada con Satanás, Cristo, al crucificar la carne, destruyó a Satanás. Esta es la razón por la cual Hebreos 2:14 dice que Cristo, mediante Su muerte, destruyó al diablo. De Juan 12:31 sabemos que cuando Cristo fue crucificado, echó fuera a Satanás, el príncipe del mundo, y juzgó al mundo.
Cerca de 1935 oí un mensaje dado por el hermano Watchman Nee en Shanghái. El dijo que si uno fuera a un creyente joven y le preguntara quién murió en la cruz, éste diría que su Redentor murió en la cruz por sus pecados así como por su pecado. Si uno fuera a otro que había avanzado más y le preguntara quién murió en la cruz, diría que Cristo murió allí, llevando consigo los pecados de él, su pecado y él mismo (Gá. 2:20). Alguien aún más avanzado en la vida cristiana diría que Cristo murió en la cruz por sus pecados, su pecado, por él mismo y por toda la creación. Los cristianos que pertenecen a una cuarta categoría dirían que Cristo murió en la cruz no sólo por sus pecados, su pecado y por ellos mismos y toda la creación, sino que también murió para destruir a Satanás y juzgar al mundo.
Más tarde empecé a ver que era necesario avanzar más en la comprensión de la muerte de Cristo, es decir, en cuanto a la abolición de las ordenanzas. Todas las ordenanzas —los hábitos, las costumbres, las tradiciones y las prácticas entre la raza humana— fueron abolidas en la cruz. La crucifixión de Cristo fue la terminación universal de todo lo negativo. ¡Aleluya por esta terminación!
La muerte de Cristo no sólo produjo una terminación, sino también una liberación. Su muerte liberó la vida divina que estaba en El (Jn. 1:4). Juan 12:24 dice que un grano de trigo queda solo a menos que se siembre en la tierra. Si se siembra en la tierra, muere y luego crece y llega a ser muchos granos. Esto ilustra la muerte liberadora de Cristo. Su muerte no sólo pone fin a todo lo negativo, sino que también libera la vida divina, la cual es la única cosa positiva en todo el universo.
Cuando Cristo murió, un soldado le traspasó el costado, y salió sangre y agua (Jn. 19:34). Estos son símbolos. La sangre simboliza la redención, y el agua simboliza la vida. La sangre y el agua son símbolos de los dos aspectos de la muerte de Cristo. El aspecto negativo es la redención, y el aspecto positivo es la liberación de la vida divina. El murió, y la vida que estaba dentro de El fue liberada. Mediante Su muerte, no sólo fluyó la sangre redentora, sino también la vida divina. Ahora cuando creemos en El, recibimos la sangre y obtenemos el agua viviente, la vida divina. Recibimos la redención y obtenemos la vida eterna.
Cristo resucitó al tercer día después de Su muerte. Algunas cosas maravillosas fueron realizadas por medio de Su resurrección.
Primero, en Su resurrección Cristo fue glorificado. Cuando se siembra una semilla de clavel, muere bajo la tierra, y luego crece. Cuando florece, ese florecimiento es su glorificación. Jesús fue la semilla de la vida divina, única en su género. Antes de Su muerte, la vida divina fue escondida en El. Su humanidad fue la cáscara. Cuando Su humanidad fue quebrantada en la cruz, la vida divina brotó de Su interior, y El fue glorificado en esa vida (Jn. 7:39; Lc. 24:26). La entrada de Cristo en la resurrección se parecía al florecimiento de la semilla de clavel: El fue glorificado.
En segundo lugar, en la resurrección Cristo fue engendrado como Hijo primogénito de Dios. Pocos cristianos se dan cuenta de que para Jesucristo la resurrección fue un nacimiento. La encarnación fue Su nacimiento como hombre, pero la resurrección fue Su nacimiento en Su humanidad como Hijo primogénito de Dios (Hch. 13:33).
Cristo como Hijo de Dios tiene dos aspectos. Antes de Su resurrección era el Hijo unigénito (Jn. 1:14; 3:16); luego en resurrección nació de Dios como Hijo primogénito. Cuando Cristo se encarnó, se vistió de la humanidad; sin embargo, Su humanidad no era divina. Por medio de la muerte y la resurrección, Su humanidad fue introducida en la divinidad. Por lo tanto, Hechos 13:33 nos dice que en Su resurrección nació. El Hijo unigénito llegó a ser el Hijo primogénito (Ro. 8:29).
Efesios 2:6 nos dice que en la resurrección de Cristo nosotros Sus creyentes también fuimos resucitados. Cuando El fue crucificado, nosotros fuimos crucificados. Cuando El resucitó, nosotros resucitamos. En Su resurrección nació el Hijo primogénito de Dios, y nosotros los muchos hijos de Dios también nacimos. El llegó a ser el Primogénito, y nosotros llegamos a ser Sus muchos hermanos (Jn. 20:17; He. 2:11-12).
La Biblia afirma claramente que antes de que naciéramos, fuimos crucificados con Cristo y levantados con El. En la resurrección El nació como Hijo primogénito de Dios, y en Su resurrección nosotros también nacimos como los muchos hijos de Dios (1 P. 1:3). El llegó a ser el Primogénito entre nosotros, Sus muchos hermanos.
En resurrección Cristo también se hizo el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Este versículo en 1 Corintios es uno de los versículos más olvidados de la Biblia. En la resurrección, la cual es el tema de 1 Corintios 15, Cristo como postrer Adán llegó a ser el Espíritu vivificante mediante Su muerte y resurrección. Muchos cristianos consideran a Cristo su Redentor, pero muy pocos consideran que El es el Espíritu vivificante. Pero nuestro Redentor es el Espíritu vivificante en resurrección. Por medio de Su muerte El nos redimió; en Su resurrección se imparte en nosotros como vida.
Cristo, después de Su resurrección y en ella, se hizo el Cristo pneumático. El Cristo pneumático es idéntico al Espíritu. Es por esto que 2 Corintios 3:17 dice: “El Señor es el Espíritu”. Ahora en resurrección el propio Cristo, nuestro Redentor, es idéntico al Espíritu, quien nos da vida.
Juan 20 revela que después de la muerte de Cristo y en Su resurrección El regresó, y de una manera maravillosa. Los discípulos estaban en una casa con las puertas cerradas por miedo de los judíos (v. 19). De repente, Jesús estaba allí y les decía: “Paz a vosotros”. No les enseñó, y no les dio un sermón como lo hizo en el monte. Simplemente sopló en ellos y les dijo: “Recibid al Espíritu Santo” (v. 22), el Aliento Santo, el Pneuma Santo.
Cristo apareció sin tocar a la puerta porque en resurrección El es el Espíritu. El tenía un cuerpo resucitado, el cual se llama un cuerpo espiritual (1 Co. 15:44; Jn. 20:27). No podemos explicar esto, pero es un hecho revelado en la Biblia. Desde Su resurrección, Cristo nunca dejó a los creyentes. Aquí y ahí se les apareció, pero siempre estaba con ellos.
Consideremos entonces, lo incluido en Su resurrección: El fue glorificado; llegó a ser el Hijo primogénito de Dios, haciendo de todos nosotros Sus hermanos; y se hizo el Espíritu vivificante que recibimos como aliento a fin de estar con nosotros para siempre (Jn. 14:16-20).
Cristo, después de Su resurrección y en Su ascensión, fue grandemente exaltado (Ef. 1:20-21). Fue hecho Señor y Cristo (Hch. 2:36), y fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su Cuerpo (Ef. 1:22-23). Nuestra Cabeza, Cristo, no sólo es nuestra Cabeza, sino la Cabeza sobre todas las cosas a nosotros.
En Su ascensión, Cristo derramó el Espíritu Santo sobre todos Sus creyentes (Hch. 2:33). Esto fue el bautismo genuino del Espíritu, el bautismo que formó el Cuerpo de Cristo (1 Co. 12:13). En Su resurrección impartió el Espíritu Santo en Sus discípulos al soplar en ellos; luego en Su ascensión derramó Su Espíritu sobre Sus creyentes. Esto significa que dentro de los creyentes y sobre ellos había un solo Espíritu. Dentro de ellos estaba el Espíritu y sobre ellos estaba el Espíritu. Interiormente tenían el llenar interior del Espíritu, y exteriormente tenían al Espíritu derramado. Esto fue cumplido una vez por todas y es un hecho eterno en el cual podemos participar.
La encarnación es un hecho, y la crucifixión es un hecho, el cual incluye todo lo que el Señor logró en la cruz. La resurrección también es un hecho. En Su resurrección Cristo llegó a ser el Primogénito, haciendo de todos nosotros Sus hermanos, y también se hizo el Espíritu vivificante impartido en nosotros por medio del soplo. Además, la ascensión es un hecho. En Su ascensión Cristo fue hecho Cabeza sobre todas las cosas, fue hecho Señor y Cristo, y El se derramó como el Espíritu sobre todos nosotros. Ahora nosotros estamos en El. El está en los lugares celestiales, y también nosotros (Ef. 2:6). El está en nosotros y sobre nosotros, y nosotros estamos en El. Esto es la redención completa de Cristo.