Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Salvación en vida que Dios efectúa, La»
1 2 3 4
Чтения
Marcadores
Mis lecturas

CAPITULO DOS

EL SEGUNDO PASO DE LA SALVACION EN VIDA QUE DIOS EFECTUA: LA TRANSFORMACION

  Lectura bíblica: 2 Co. 3:18; Ro. 12:2a

BOSQUEJO

  1. La definición de la transformación:
    1. No es sólo un cambio perceptible externamente en nuestro comportamiento.
    2. Es una transformación metabólica realizada internamente en nuestra esencia.
  2. Los pasos de la transformación:
    1. El lavamiento: el lavamiento de la regeneración—Tit. 3:5b.
    2. La santificación: la santificación realizada por el Espíritu Santo—Ro. 6:19, 22; 15:16.
    3. La renovación: la renovación efectuada por el Espíritu Santo—Tito 3:5b:
      1. Comienza desde nuestra mente—Ro. 12:2a.
      2. Por medio de nuestro espíritu, el cual está mezclado con el Espíritu—Ef. 4:23; Ro. 8:6b.
      3. Alcanza todas las partes internas de nuestro ser.
    4. Un proceso metabólico: la transformación—Ro. 12:2a.
    5. No se logra en un instante.
    6. Sino que se lleva a cabo a lo largo de toda nuestra vida—2 Co. 4:16-17.
  3. La manera de ser transformados:
    1. Al tener comunión con el Señor sin ningún impedimento: a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la imagen gloriosa del Señor— 3:18a.
    2. El avance: de un grado de gloria a otro—v. 18b.
    3. Ser transformados en la misma imagen del Señor, como por el Señor Espíritu—v. 18c.
    4. Al permanecer en nuestro espíritu y ejercitarlo— 2 Ti. 4:22; Fil. 4:23 Gá. 6:18.
  4. El resultado de la transformación:
    1. Crecer y madurar en la vida divina—Ef. 4:13b; Col. 1:28.
    2. Llegar a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo—Ef. 4:13c.
  5. El propósito de la transformación:
    1. La edificación del Cuerpo de Cristo—v. 12.
    2. El cumplimiento de la economía eterna de Dios— 3:9.
  6. La transformación máxima:
    1. La transfiguración de nuestro cuerpo—Fil. 3:21.
    2. La glorificación de nuestro cuerpo—Ro. 8:30.
    3. La redención máxima—v. 23c; Ef. 1:14; 4:30.
    4. El pleno disfrute de la filiación divina—Ro. 8:23b.

  Hemos visto claramente que el deseo único del corazón de Dios en el universo es forjarse en nosotros a fin de ser nuestra vida. Este es el mayor milagro y también es la revelación más grande. Pero temo que muchos, a pesar de que han sido cristianos por muchos años, aún no hayan oído acerca de esto ni tampoco sean capaces de hablar de este tema. Por tanto, no ven que al principio de la Biblia se menciona un árbol, el árbol de la vida, y que en la conclusión de la Biblia, el árbol de la vida aparece de nuevo. Este árbol, el árbol de la vida, expresa el deseo de Dios y también representa Su meta.

  Después de que Dios creara a Adán, esperó dos mil años, y aún así, El no vino. Luego, le prometió a Abraham que le daría una simiente, y que en esta simiente serían benditas todas las naciones. Esta simiente sería Dios mismo quien vendría después. En la época de Abraham, aunque Dios ya había creado al hombre dos mil años atrás, y la historia del linaje humano ya tenía una trayectoria larga, El aún no había venido. Después de otros dos mil años apareció Juan el Bautista. Un día vio a Jesús venir hacia él y dijo: “He aquí, el Cordero de Dios” (Jn. 1:29). Este Jesús era Dios mismo, el Creador de todas las cosas, quien vivió entre los hombres. En aquel tiempo, el linaje humano ya tenía cuatro mil años de historia. El Señor Jesús vino, pero no lo hizo con una gran exhibición que llamara la atención; antes bien, vino silenciosamente. El nació en una familia real y era descendiente del rey David; no obstante, en aquella época la familia real estaba en completa ruina. El Señor Jesús vivió en una pequeña ciudad, Nazaret, en Galilea, la cual era una tierra menospreciada en Israel. No vivió en el hogar de un hombre rico, sino en la casa de un carpintero, esto es, un obrero que trabajó arduamente. Incluso hasta el día de hoy, no sabemos todo lo que El hizo allí. El Creador de los cielos y la tierra vivió en aquella pequeña casa por treinta y tres años y medio y trabajó como carpintero.

  De hecho, este Jesús era el propio Dios. El era Dios hecho hombre, a quien las personas llamaban Emanuel (Mt. 1:23). Jesús es Dios con nosotros. El no solamente era un descendiente real; El era Dios. Isaías profetizó que se nos daría un Hijo, y que se llamaría Su nombre Dios fuerte, Padre eterno (9:6). A los treinta años de edad, El comenzó a ministrar. Luego, después de tres años y medio, un día le dijo a Sus discípulos que iba a morir en la cruz. Al parecer, fueron los hombres los que le clavaron en la cruz; pero, de hecho, desde la perspectiva de Dios, fue El mismo quien fue a la cruz. No fueron los hombres los que le mataron; más bien, El mismo entregó Su vida para morir por nosotros los pecadores. Su muerte fue una muerte sustitutiva; El murió para redimirnos de nuestros pecados, solucionar nuestros problemas y terminar con nuestro viejo hombre. En la cruz, El resolvió todos los problemas que habían en el universo entre Dios y el hombre.

  El permaneció en la cruz por seis horas, y al final declaró: “Consumado es” (Jn. 19:30). En la cruz, El realizó la gran obra de la redención. Luego, un hombre rico reclamó Su cuerpo, lo envolvió en lienzos de lino con especias aromáticas y lo puso en un sepulcro nuevo labrado en una peña. Después de tres días, el Señor resucitó. El se quitó los lienzos de lino en los cuales estaba envuelto, los dobló cuidadosamente y los colocó en buen orden. Entonces, salió del sepulcro. Al amanecer, algunas de las mujeres que le habían seguido fueron al sepulcro y vieron que la piedra que había sido puesta a la entrada del sepulcro había sido removida. Dos ángeles vestidos de blanco que estaban sentados allí, les dijeron: “Yo sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo” (Mt. 28:5-6; Jn. 20:12).

  Como Hijo unigénito de Dios, el Señor Jesús se vistió de la naturaleza humana y se hizo hombre. Luego, por medio de Su muerte y de Su resurrección, El introdujo Su humanidad en la divinidad. Esto significa que originalmente Su humanidad no era el Hijo de Dios, pero que después El introdujo Su humanidad en la divinidad, o sea, que Su vida humana también llegó a ser el Hijo de Dios. Así, El llegó a ser el Hijo primogénito de Dios. Ahora ya no sólo es el Hijo unigénito, sino también el primero entre muchos hijos. El título Hijo primogénito indica que existirían muchos hijos después de El. Por tanto, cuando El resucitó, no fue solamente El quien resucitó, sino que llevó consigo a un grupo de personas que Dios había escogido y predestinado antes de los siglos —aun antes de la creación de los cielos, la tierra y todas las cosas creadas— para que fueran resucitados juntamente con El. Antes que existieran los cielos y la tierra, antes que naciéramos, todos nosotros los creyentes habíamos sido escogidos y predestinados por Dios. Somos los que Dios escogió y predestinó.

  En el día de Su resurrección, el Señor nos llevó consigo para que resucitáramos juntamente con El. Esa resurrección fue nuestra regeneración. Originalmente Dios nos creó a Su imagen y conforme a Su semejanza. Lamentablemente, llegamos a ser personas caídas. Por tanto, El se encarnó y nos llevó a todos a la cruz para que fuéramos crucificados juntamente con El. Es por eso que Gálatas 2:20 dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”. Además, El nos llevó consigo en la resurrección. Por esta razón 1 Pedro 1:3 dice: “Dios ... nos ha regenerado ... mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos”. Esto significa que fuimos regenerados incluso antes de nacer, y además, que fuimos regenerados todos juntos. Desde nuestra perspectiva, existen los factores del espacio y del tiempo, pero desde la perspectiva eterna de Dios, no existe el factor del tiempo. A los ojos de Dios, mil años son como un día. Morimos juntamente con Cristo, y también fuimos resucitados juntamente con El; además, fuimos regenerados juntamente con El.

  Ser regenerados es recibir la vida de Dios, además de tener nuestra vida natural. Dios, quien es vida, entró en nosotros para ser nuestra vida. Por una parte, es una bendición tener a Dios como nuestra vida; pero, por otra, esto implica un gran sufrimiento. Los chinos dicen que casarse es “tener una familia”. Yo digo que esto es correcto, excepto que la familia se convierte en un cautiverio. Una vez que una persona se casa, le son puestas los grilletes. El matrimonio es, por una parte, una bendición, pero por otra, es un cautiverio. Del mismo modo, todos nosotros hemos sido salvos. Ciertamente es bueno ser salvo, y también es bueno que Dios sea nuestra vida. Sin embargo, por experiencia sabemos que, ahora que Dios vive en nosotros, El siempre nos está molestando. El se “entromete” en todos nuestros asuntos triviales, y también en los asuntos importantes. Leer el periódico es algo insignificante; sin embargo, a menudo percibimos por dentro que El no nos permite leerlo. Algunas hermanas, antes de ser salvas, tenían gran libertad y sentían paz cuando iban a hacer sus compras los sábados; iban siempre que querían y compraban lo que consideraban barato y conveniente. Pero después de que ellas fueron salvas, el Señor, quien ahora vivía dentro de ellas, las incomodaba y no les permitía que fueran de compras. A veces ellas no obedecían e iban de compras, pero no tenían paz. Todos tenemos esta clase de experiencias frecuentemente.

  Esto puede compararse a dos personas que se casan y que no pueden llevarse bien entre sí. Dios ha entrado en usted para ser su vida. Ahora, ¿El lo amolda a usted, o usted intenta amoldarlo a El? ¿Usted lo sigue a El o El lo sigue a usted? Todos debemos rendirnos al Señor y decirle: “Señor, Tú me has escogido. Tú preparaste todas las circunstancias para que yo fuera salvo. Ahora Tú vives en mí. Señor, Tú eres el Señor, quien era Dios y llegó a ser el Espíritu vivificante por medio de la encarnación, la muerte y la resurrección. Tú eres el Espíritu hoy. Invoco Tu nombre. Te digo que te amo y que deseo ser transformado”.

  El primer paso de la salvación en vida que Dios efectúa es la regeneración. Después de ser regenerados, no podemos eludir al Señor, pues El siempre nos sigue. Al parecer El nos está siguiendo, pero en realidad desea que nosotros lo sigamos a El. El segundo paso de la salvación en vida que Dios efectúa es la transformación. Después de haber sido salvos, pensamos que todo sería pacífico y tranquilo. No sabíamos que cuando fuimos salvos, en realidad fuimos “atrapados” por el Señor. Frecuentemente El opera en nosotros con el fin de transformarnos. Dicha transformación no es simplemente un cambio exterior, sino un cambio metabólico. Por ejemplo, en el zoológico en Taipei solía haber una exhibición donde un mono comía al estilo occidental. Se trataba de un verdadero mono, pero cuando salía a actuar, el mono imitaba a un hombre: caminaba en dos patas, se sentaba, se colocaba una servilleta y comía usando tenedor y cuchillo. Un hombre con un látigo estaba cerca de él para dirigir la actuación. Sin embargo, al terminar la actuación el mono saltaba sobre sus cuatro patas, dando a conocer su verdadera naturaleza. El cambio exterior en el comportamiento del hombre es similar a aquel mono que comía con tenedor y cuchillo. El hombre es engañoso. Podemos hacer muchos cambios superficiales en nuestra conducta ya que somos capaces de fingir. Pero la Biblia dice que después de que hemos sido salvos y que hemos tomado a Dios como nuestra vida, El empieza a realizar en nosotros Su obra de transformación con los elementos de Su naturaleza divina, a fin de que lleguemos a ser como El.

I. LA DEFINICION DE LA TRANSFORMACION

A. No es sólo un cambio perceptible externamente en nuestro comportamiento

  La transformación que experimentamos en la vida de Dios no es sólo un cambio perceptible externamente en nuestro comportamiento. Después que un individuo es salvo, podría pensar que anteriormente él había sido un desastre, ya que no era cristiano, pero ahora, él, que va a la iglesia y lleva consigo una Biblia, debe cambiar su comportamiento. Muchos cristianos cambian su comportamiento de esta manera, y sus parientes los elogian, diciendo: “Es bueno ser cristiano. Miren, mi hijo ha cambiado desde que creyó en Jesús”. El hecho es que él no ha cambiado en su interior; sólo ha cambiado exteriormente. Si después que hemos creído en el Señor Jesús sólo ha habido un cambio en nuestra condición externa, entonces dicho cambio es sólo un cambio exterior, un cambio en el comportamiento. Esto no es ser salvos en la vida de Dios. Cuando era joven, vivía en China y llegué a observar a muchos discípulos de Confucio. A veces el mejoramiento en la conducta de ellos era absolutamente notable. ¿Cuál es la diferencia entre la mejoría en el comportamiento de los discípulos de Confucio y la transformación que experimentan los creyentes de Jesús? Cuando era joven oí a algunos misioneros, quienes no entendían claramente la verdad, decir que las enseñanzas de la Biblia eran exactamente iguales que las enseñanzas de Confucio. Ellos no comprendieron que las enseñanzas de Confucio producían, en el mejor de los casos, una mejora en el comportamiento, pero no una transformación.

B. Es una transformación metabólica realizada internamente en nuestra esencia

  La transformación no es sólo un cambio perceptible externamente en el comportamiento externo; más bien, es una transformación metabólica realizada internamente en nuestra esencia. En 2 Corintios 3:18 dice: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados ... en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. En este versículo, no se usa la palabra cambiar. En el Nuevo Testamento se usa dos veces la palabra transformar, una en 2 Corintios 3:18 y la otra, en Romanos 12:2. Este término denota un cambio interno y metabólico, y no un cambio externo.

  ¿Cuál es la diferencia entre el cambio y la transformación? Podemos usar el ejemplo de una persona que ha estado enferma y que, por ende, se ve delgada y pálida. Esta persona, a fin de mejorar su aspecto, usa maquillaje; después de aplicarse polvo y pintalabios, adquiere cierto color y se ve mejor. Esto no es transformación, sino que es simplemente un cambio externo. Es como un cantante de ópera china que puede cambiar el color de su cara a una cara blanca, negra o roja. No obstante, ya sea blanco, negro o rojo, eso no es transformación sino una actuación. Para que una persona sea transformada, es necesario que después de haber estado enferma, se alimente apropiadamente. Entonces, después de dos meses, tendrá un buen color y se verá bien. Ese aspecto sano no es el resultado de que nos hayamos aplicado algo externo, sino que es la manifestación física de una transformación metabólica e interna en nuestra esencia.

II. LOS PASOS DE LA TRANSFORMACION

  Dios desea que seamos transformados, pero no podemos transformarnos a nosotros mismos. La transformación se lleva a cabo en varias etapas, y si las seguimos, seremos transformados.

A. El lavamiento: el lavamiento de la regeneración

  El primer paso de la transformación consiste en que Dios nos ha lavado, pero esto no es un lavamiento exterior realizado por medio del agua. Este lavamiento es el lavamiento de la regeneración mencionado en Tito 3:5. Cuando recibimos a Dios en nosotros como nuestra vida y somos así regenerados, esto constituye un gran lavamiento. En el momento de nuestra regeneración, nos arrepentimos, nos condenamos a nosotros mismos y confesamos nuestros pecados. Además, confesamos que éramos pecadores que merecían morir y que de hecho, estábamos muertos y debíamos ser enterrados. Por tanto, necesitábamos ser bautizados en agua para declarar que habíamos muerto y que habíamos sido sepultados. Esta es la razón por la que después de creer, debemos ser bautizados. Ser bautizados equivale a ser sepultados; nuestro viejo hombre, el cual es inmundo y muerto, necesita ser sepultado. Esta sepultura es un gran lavamiento que entierra en el sepulcro a nuestro viejo hombre y nuestra vieja historia.

  Hemos sido salvos y bautizados en el Señor. Además, hemos sido regenerados y ahora Dios vive en nosotros. Nuestro viejo hombre fue sepultado por medio del bautismo. El Señor Jesús dijo: “El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn. 3:5). Nacer de agua es confesar que somos pecadores condenados, que sufrimos la pena de muerte y que hemos sido sepultados. Por consiguiente, ahora permitimos que la persona que nos bautiza entierre nuestro viejo hombre mediante el bautismo. Así que, la regeneración es un lavamiento. Este asunto se menciona claramente en Romanos 6.

B. La santificación: la santificación realizada por el Espíritu Santo

  El segundo paso de la transformación es la santificación realizada por el Espíritu Santo (Ro. 6:19, 22; 15:16). Una vez que nuestro viejo hombre fue sepultado por medio del bautismo, Dios nos apartó y santificó nuestro nuevo hombre regenerado. Este nuevo hombre pertenece a Dios, y Dios está en este nuevo hombre. Dicha santificación no es sólo una santificación en términos objetivos en cuanto a nuestra posición; más bien, es una santificación en términos subjetivos en cuanto a nuestra manera de ser. Como personas salvas, experimentamos dicha santificación. Por ejemplo, después que una persona es salva, sin que nadie le diga, quizás perciba que los zapatos que está usando son demasiado mundanos. Cuando compró ese par de zapatos le gustaba el estilo puntiagudo, el cual es el favorito entre los vaqueros de Texas. Pero ahora que es salvo, cuando se pone esos zapatos, percibe que son muy mundanos, así que decide no ponérselos más.

  Cuando vine a los Estados Unidos hace aproximadamente treinta años, era la época de los hippies. Hubo muchos hippies que vinieron a nuestras reuniones, pero hubo uno que nunca olvidaré. El era muy alto, llevaba una prenda de varios colores en la cabeza y tenía una barba larga. Asistía a las reuniones descalzo y se sentaba en la primera fila. Alabado sea el Señor, después de dos o tres reuniones se quitó la prenda de la cabeza, y después de otra semana la barba larga también desapareció. Yo estaba muy contento. Sin embargo, seguía viniendo descalzo. Pero después de otra semana, vino con sandalias; eso era mejor que estar descalzo. Después de un período de tiempo vino con zapatos, y un poco más adelante, se puso calcetines. El fue santificado.

  La estrofa 1 de Himnos, #359 dice: “Eres Tú mi vida, / Vives en mí ya, / Y la plenitud de / Dios me infundirás; / Trae Tu santa esencia / Santificación, / Y me da victoria / Tu resurrección”. El Señor vive en nosotros para ser nuestra vida, y esta vida junto con la naturaleza divina nos santifica interiormente. Este es el segundo paso de la transformación.

C. La renovación: la renovación efectuada por el Espíritu Santo

  El tercer paso de la transformación es la renovación. Cuando fuimos lavados, fuimos también santificados; y cuando fuimos santificados, fuimos renovados. El capítulo tres de Tito menciona el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo. Sé de algunos hermanos y hermanas que han cambiado su estilo de peinado. Esto no ocurrió debido a las enseñanzas del hombre, sino que ciertamente sucedió por la renovación del Espíritu Santo dentro de ellos.

  En 1942, durante el gran avivamiento en Chifú, una joven entró en la vida de iglesia. Ella era de una familia muy rica. Había ido sola a Shangai para estudiar derecho en la universidad, a fin de regresar y pelear por su herencia. Todos conocíamos la situación de su familia. La vi sentada en la reunión y noté que su cabello era como una torre de tres o cuatro pisos. Después de venir a las reuniones por una o dos semanas, vi que la alta torre sobre su cabeza disminuyó de altura, aunque no totalmente, porque todavía quedaba una pequeña parte. Más tarde, después de otro período de tiempo, la torre fue totalmente derribada. Podemos decir que el cambio en su peinado fue una renovación. A partir del momento en que somos salvos, los que amamos al Señor podemos sentir que a menudo somos débiles y que fallamos en muchas cosas. Sin embargo, si consideramos en detalle nuestra situación, nos daremos cuenta de que hemos sido renovados en muchas áreas.

1. Comienza desde nuestra mente

  La renovación comienza desde nuestra mente. Romanos 12:2 dice: “Transformaos por medio de la renovación de vuestra mente”. Dios está en nosotros como nuestra vida a fin de transformarnos. ¿Cómo comienza El nuestra transformación? Primero, Dios viene a morar en nosotros a fin de ser nuestra vida. Muchos versículos en la Biblia abordan este asunto. En 2 Timoteo 4:22 leemos: “El Señor esté con tu espíritu”. Este versículo nos muestra que el Señor se encuentra en nuestro espíritu. Luego dice: “La gracia sea con vosotros”. La gracia del Señor es el propio Señor como nuestro disfrute, quien se halla en nuestro espíritu. Sin embargo, nuestro espíritu, que es la parte más profunda de nuestro ser, está rodeado por nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Por tanto, el Señor desea que nosotros, aquellos que le amamos, tengamos siempre puesta nuestra mente en nuestro espíritu a fin de que nuestro espíritu se extienda a nuestra alma.

  Todos sabemos que el hombre se compone de tres partes. La parte exterior es el cuerpo, la parte más profunda es el espíritu, y la parte intermedia es el alma. Así que, comenzando desde el exterior, tenemos primero el cuerpo, luego el alma, y finalmente, el espíritu; mientras que, comenzando desde el interior, tenemos el espíritu primero, luego el alma y después, el cuerpo. Cuando fuimos salvos, primero sentimos remordimiento y confesamos nuestros pecados. Esa sensación de remordimiento es la función de nuestra conciencia, la cual es la parte principal de nuestro espíritu. Después, nos arrepentimos e invocamos el nombre del Señor. Aunque hayamos invocado de manera externa, en realidad fuimos motivados por nuestro espíritu en lo más profundo de nuestro ser. Por tanto, creímos en el Señor y lo recibimos. Entonces, El comenzó a renovar nuestra mente. La renovación de la mente es el fundamento de la transformación de nuestra alma, y es el resultado de que pongamos nuestra mente en el espíritu (Ro. 8:6). Nuestra mente es la parte principal de nuestra alma. Puesto que nuestra parte emotiva y nuestra voluntad, junto con nuestra mente, constituyen nuestra alma, cuando nuestra mente es renovada, espontáneamente serán renovadas también nuestra parte emotiva y nuestra voluntad.

2. Por medio de nuestro espíritu, el cual está mezclado con el Espíritu, alcanza todas las partes internas de nuestro ser

  La renovación también se realiza por medio de nuestro espíritu, el cual está mezclado con el Espíritu (Ef. 4:23, Ro. 8:6b). Esta renovación alcanza todas las partes internas de nuestro ser. Dios, quien es Espíritu, no puede morar primero en nuestro cuerpo o en nuestra alma; El primero tiene que hacer de nuestro espíritu Su morada. Juan 4:24 dice: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”. Además, Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Dios es Espíritu, y nosotros nacimos de El en nuestro espíritu. Por tanto, nuestro espíritu y El, quien es el Espíritu, han llegado a ser un solo espíritu. Sin embargo, después que somos salvos Dios desea que todas las partes de nuestra alma sean transformadas. Primero se efectúa la transformación de nuestra mente; luego, la transformación de nuestra voluntad y de nuestra parte emotiva.

  Nuestra mente puede actuar de dos maneras: una tiene como resultado que permanezcamos en nuestro espíritu; la otra, que permanezcamos en la carne. Si nuestra mente se une a nuestro espíritu regenerado —el cual se ha mezclado con el Espíritu de Dios— y depende de él, esto nos introducirá en nuestro espíritu mezclado para que nuestra mente sea renovada, y dicha renovación alcanzará todas las partes internas de nuestro ser. Pero si nuestra mente se une a nuestra carne y actúa independientemente del espíritu mezclado, esto nos arrastrará a la carne y nos hará enemigos de Dios, de modo que seremos incapaces de agradarle. Por consiguiente, no seremos renovados ni transformados.

  Las personas salvas enfrentamos muchas situaciones en las que ponemos nuestra mente, ya sea en el espíritu o en la carne. Si ponemos nuestra mente en la carne, no podremos ser transformados; al contrario, nos volveremos peores que antes. Las personas salvas tenemos a Dios en nuestro espíritu y, sin embargo, hay ocasiones en las que no obedecemos a Dios en nuestro espíritu sino que seguimos a nuestra carne. Romanos 8:6a dice que la mente puesta en la carne es muerte; así que, en esta condición nos sentiremos muertos, deprimidos, secos, entenebrecidos y sin paz. Este es el resultado de que pongamos nuestra mente en la carne.

  Nuestro espíritu está mezclado con el Espíritu de Dios; así que, ahora es dos espíritus mezclados como un solo espíritu. Dicho espíritu mezclado es nuestro espíritu y también el Espíritu de Dios, y es el Espíritu de Dios y también nuestro espíritu. Cuando ponemos nuestra mente en el espíritu mezclado, inmediatamente nos sentimos gozosos, animados y liberados; también nos sentimos satisfechos, regados e iluminados. Tenemos la sensación de vida y paz. Romanos 8:6b dice: “La mente puesta en el espíritu es vida y paz”. Si continuamente ponemos nuestra mente en el espíritu y cooperamos con el espíritu, entonces dicho espíritu mezclado se unirá a nuestra mente, y dentro de nosotros se efectuará una continua transformación. De esta manera, los conceptos que tenemos en nuestra mente acerca de muchos asuntos serán diferentes. Nuestra lógica será cambiada. Seremos transformados y renovados en cada parte interna de nuestro ser.

  Nuestro espíritu se extenderá desde lo más profundo de nuestro ser a la mente, la cual se encuentra en nuestra alma, y la mente se rendirá a nuestro espíritu y cooperará con él. Como consecuencia, nuestro espíritu podrá penetrar en nuestra voluntad y nuestra parte emotiva. Entonces descubriremos que nuestro propio amor hacia los demás no es el amor de Dios, y que nuestras preferencias con respecto a personas, cosas o asuntos difieren de las preferencias de Dios. Anteriormente pensábamos que estábamos bien en todo, pero ahora nos damos cuenta de que nuestro amor es nuestro propio amor y no el amor de Dios. Nuestra parte emotiva comienza a cambiar. Ya no simplemente amamos lo que nos gusta ni aborrecemos lo que no nos gusta; ya no somos más así. Nuestra parte emotiva ahora se encuentra bajo el control de Dios y está siendo transformada.

  Antes de ser salvos, quizás hayamos sido personas de voluntad férrea. Cuando decidíamos hacer algo, nadie podía cambiarnos de parecer. Pero ahora ya no somos así. Ahora vemos que nuestras intenciones son totalmente egoístas, y no reflejan la voluntad de Dios. Por tanto, estamos dispuestos a permitir que el espíritu dentro de nosotros dirija nuestras intenciones. Si Dios no toma una decisión, nosotros tampoco la tomamos. Como resultado, lo que nosotros decidamos estará de acuerdo con la decisión de Dios. La voluntad de Dios y la nuestra llegan a ser una sola voluntad. De esta manera nuestra alma será transformada, parte por parte. Nuestra mente está siendo transformada, al igual que nuestra parte emotiva y también nuestra voluntad.

  Esta obra de transformación que Dios lleva a cabo en nosotros es muy profunda y también muy minuciosa. El Señor es tan fino y detallado que incluso interfiere en la decisión respecto a qué tan largo o corto debe ser nuestro cabello. Si cooperamos con el espíritu mezclado, viviremos con Dios y en la vida de Dios, y así permitiremos que la vida de Dios fortalezca nuestro espíritu continuamente. Entonces nuestro espíritu surgirá para conquistar nuestra mente, someter nuestra voluntad y transformar nuestra parte emotiva. Por consiguiente, estaremos en novedad. Veremos las cosas como Dios las ve, y nuestro punto de vista será el mismo que el de Dios. Amaremos lo que Dios ama y aborreceremos lo que Dios aborrece. Todas nuestras decisiones serán iguales que las Suyas.

  Los cristianos dicen frecuentemente: “Oremos para ver cuál es la voluntad del Señor”. Este es un dicho muy común, pero la mayoría de los cristianos realmente no sabe lo que esto significa. Percibir lo que piensa el Señor requiere que nos volvamos a nuestro espíritu y sigamos al Espíritu quien es vida dentro de nosotros. Así, en unidad con el Espíritu, tendremos una visión y seremos capaces de discernir muchos asuntos. Sabremos si debemos o no debemos amar cierta cosa, y sabremos qué decisión tomar en cierto asunto. En ese momento, si tomamos una decisión, seguramente ésta provendrá de Dios. Debemos seguir la dirección del Espíritu dentro de nosotros, permitiendo que nuestra mente esté puesta en el espíritu, permitiendo que nuestra voluntad siga al espíritu y también permitiendo que nuestra parte emotiva obedezca al espíritu.

D. Un proceso metabólico: la transformación

  El cuarto paso de la transformación es un proceso metabólico (Ro. 12:2a). Lo que más necesita el cuerpo humano es la circulación de la sangre. Pero en la circulación sanguínea debe haber elementos nuevos y beneficiosos que se añadan a la sangre; de lo contrario, la circulación de la sangre resultaría inútil. Cuando los chinos hablan de cuidar su cuerpo, se refieren a alimentarse mejor a fin de que la sangre pueda obtener los nutrientes apropiados. De esta manera, la sangre lleva los nuevos nutrientes a las diferentes partes del cuerpo y, al mismo tiempo, desecha los elementos viejos del cuerpo. En esto consiste el metabolismo.

  La transformación que el Señor lleva a cabo en nosotros es un proceso metabólico. Si tuviéramos que cambiarnos a nosotros mismos, no dispondríamos de nuevos elementos, y nuestro cambio sería simplemente un cambio externo de tipo cosmético. Pero la transformación que el Señor está llevando a cabo en nosotros, se realiza con la abundante suministración del Espíritu todo-inclusivo. Cuando tenemos comunión con el Señor, El nos abastece en nuestro interior. Dicho suministro está compuesto de elementos nuevos. La circulación espiritual de la sangre también desecha nuestros elementos viejos. En esto consiste la transformación metabólica.

E. No se logra en un instante

  La transformación efectuada en nuestro interior por el Espíritu Santo no se puede lograr en un instante. La transformación metabólica no puede llevarse a cabo apresuradamente; más bien, es similar a tomar medicina china, la cual hace efecto gradualmente.

F. Sino que se lleva a cabo a lo largo de toda nuestra vida

  La transformación efectuada en nuestro interior por el Espíritu Santo se lleva a cabo a lo largo de toda nuestra vida (2 Co. 4:16-17). Cuando contactamos al Señor diariamente, recibimos los nutrientes nuevos suministrados por Su vida de resurrección. Así, somos renovados y transformados continuamente.

III. LA MANERA DE SER TRANSFORMADOS:

A. Al tener comunión con el Señor sin ningún impedimento: a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la imagen gloriosa del Señor

  La manera de ser transformados es, primero, tener comunión con el Señor sin ningún impedimento, es decir, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la imagen gloriosa del Señor (3:18a). La estrofa cinco de Himnos, #215 dice: “Te miro en mi espíritu hoy / Y Tu gloria voy reflejando; / Yo transformado así seré, / Tu imagen pura expresaré”. Debemos estar así todos los días. Existe una gran diferencia entre una persona que lee la Palabra diez minutos y ora cinco minutos en la mañana, y otra que no lee la Palabra ni ora en absoluto. Todas las mañanas debemos tener comunión con el Señor, aun si estamos muy ocupados. Por otra parte, durante el día también debemos dedicar un tiempo para acercarnos a El, para estar cara a cara con El. De este modo, seremos como un espejo, mirando y reflejando Su gloria. Así, el Señor nos infundirá los elementos de lo que El es y ha hecho. Mediante el poder de Su vida y con Sus elementos de vida, seremos transformados gradual y metabólicamente hasta obtener la forma de Su vida. Lo más importante es que, por la renovación de nuestra mente, seremos transformados gradualmente a Su imagen.

B. El avance: de un grado de gloria a otro

  En segundo lugar, somos transformados por medio de un aumento y avance, es decir, avanzamos de un grado de gloria a otro (v. 18b). En el proceso de la transformación, avanzamos de un nivel de gloria, a otro, de gloria en gloria, progresivamente.

C. Ser transformados en la misma imagen del Señor, como por el Señor Espíritu

  En tercer lugar, somos transformados por el Espíritu del Señor en la misma imagen del Señor (v. 18c). Hoy el Espíritu del Señor ya no es solamente el Espíritu de Dios, como lo era en Génesis 1:2. En aquel tiempo, el Espíritu de Dios era simplemente el Espíritu de Dios. En El había solamente un elemento, a saber, el elemento divino, el elemento de Dios. En el Espíritu de Dios no había otro elemento aparte del elemento divino. Sin embargo, a partir de aquel tiempo, el Espíritu de Dios pasó por varios procesos mediante el Señor Jesús y ha llegado a Su consumación. En Juan 7:37-39 Jesús dijo: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en El; pues aún no había el Espíritu”. El Espíritu de Dios ciertamente estaba allí, pero aún no había el Espíritu procesado y consumado. No fue sino hasta que el Señor Jesús resucitó y fue glorificado, que El llegó a ser el Espíritu vivificante. En aquel momento, el Espíritu de Dios también llegó a ser el Espíritu de Jesucristo. El Espíritu de Jesucristo contiene el elemento divino, el elemento humano, los elementos de la muerte de Cristo y su eficacia, y los elementos de la resurrección de Cristo y su poder. Hoy estos elementos se encuentran en el Espíritu procesado, todo-inclusivo y consumado de Jesucristo.

  El ungüento santo de la unción mencionado en Exodo 30 es un tipo de este Espíritu compuesto y todo-inclusivo. El ungüento es diferente del aceite. El aceite es simplemente aceite, y no tiene ningún otro ingrediente. Pero cuando se le añaden otros ingredientes al aceite, éste se convierte en un ungüento. El ungüento santo de Exodo 30 se componía, en primer lugar, de aceite de oliva; segundo, contenía cuatro ingredientes adicionales: mirra, canela, cálamo y casia. Estos cuatro ingredientes eran triturados hasta hacerlos polvo y luego eran mezclados con el aceite de oliva, formando así un ungüento, a saber, el ungüento santo de la unción. Con este ungüento santo de la unción Moisés ungió el tabernáculo, el altar, todos los muebles y utensilios del tabernáculo, y las personas que servían. Todos los estudiosos de la Biblia saben que este ungüento santo de la unción tipifica al Espíritu Santo. El aceite de oliva representa al Espíritu Santo, la mirra representa la muerte de Cristo, la canela representa la eficacia de la muerte de Cristo, el cálamo representa la resurrección de Cristo, y la casia representa el poder de la resurrección de Cristo. Todos estos elementos han sido añadidos al Espíritu procesado y consumado. Por tanto, al añadírsele estos elementos, el Espíritu de Dios llegó a ser el Espíritu compuesto.

  Hoy el Espíritu no es únicamente el Espíritu de Dios, sino también el Espíritu de Jesús, el Espíritu de Cristo, y aún más, el Espíritu de Jesucristo. Por eso el capítulo uno de Filipenses habla de la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. Puesto que el Espíritu de Jesucristo es el Espíritu compuesto y todo-inclusivo, Su suministro es abundante. ¿Necesita usted la divinidad? El la tiene. ¿Necesita usted la humanidad? El la tiene. ¿Necesita usted la muerte del Señor? El la tiene. ¿Necesita la eficacia de la muerte del Señor? El la tiene. ¿Necesita la resurrección del Señor? El la tiene. ¿Necesita el poder de la resurrección? El también la tiene. Si tenemos este Espíritu, lo tenemos todo. Así que, nuestra transformación en la misma imagen del Señor, mencionada en 2 Corintios 3:18, proviene de este Espíritu, el Señor Espíritu.

D. Al permanecer en nuestro espíritu y ejercitarlo

  En cuarto lugar, la manera de ser transformados es permanecer en nuestro espíritu y ejercitarlo (2 Ti. 4:22; Fil. 4:23; Gá. 6:18). Hoy el Espíritu procesado, todo-inclusivo y compuesto se encuentra en nuestro espíritu y está obrando allí. Por eso, en 1 Juan 2:27 dice: “La unción que vosotros recibisteis de El permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; pero como Su unción os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, así como ella os ha enseñado, permaneced en El”. Esta unción alude al movimiento que el Espíritu todo-inclusivo y compuesto realiza en nosotros. Debemos mezclarnos con este Espíritu diariamente, por la mañana y por la noche, y aun a cada momento. Lo más provechoso es permanecer en nuestro espíritu, en el cual mora el Espíritu. Cuando permanecemos en nuestro espíritu, el Espíritu compuesto —que es el Espíritu de Jesucristo hoy y que es también el Espíritu vivificante y todo-inclusivo— opera dentro de nosotros. Al obrar en nosotros El nos abastece, y por dicho suministro recibimos nuevos elementos. Esto es un proceso metabólico. El simple hecho de escuchar mensajes y entender el significado de la transformación, no causará que seamos transformados. Esta serie de cuatro mensajes sólo contiene enseñanza e instrucciones; así que todavía requerimos practicar conforme a lo que se dice en ellos.

  Diariamente debemos poner en práctica permanecer en nuestro espíritu y ser uno con el Señor, quien es el Espíritu compuesto, el Espíritu todo-inclusivo, el Espíritu vivificante y el Espíritu que se imparte en nosotros. El nos abastece continuamente en nuestro interior, impartiéndonos las riquezas de Cristo y la plenitud de Dios en todo nuestro ser. Esto llega a ser la suministración infundida a todo nuestro ser, por medio de la cual recibimos nuevos elementos que reemplazan a los elementos viejos. Así funciona el metabolismo espiritual. Y de esta manera, podemos estar sanos espiritualmente y ser transformados. Esto no alude a un proceso por medio del cual nos mejoramos a nosotros mismos, sino que es la manera en la que el Espíritu todo-inclusivo y compuesto nos transforma con los elementos de Dios.

  En resumen, no debemos apartarnos del Espíritu que está en nuestro espíritu. Cuando permanecemos en el Espíritu, somos transformados gradualmente. El Espíritu no sólo nos mejora, sino que nos transforma; El nos transforma a nosotros —que no somos Dios— en Dios-hombres, y nos une con Dios haciéndonos uno con El. En un sentido estricto, este Dios es Jesucristo hoy. En esto consiste vivir a Cristo y expresar a Cristo en nuestro vivir; esto es expresar a Cristo y manifestarlo. En conclusión, ésta es una expresión corporativa, la cual es el Cuerpo de Cristo, Su plenitud y Su expresión.

IV. EL RESULTADO DE LA TRANSFORMACION

A. Crecer y madurar en la vida divina

  El primer resultado de la transformación es nuestro crecimiento y madurez en la vida divina (Ef. 4:13b; Col. 1:28). Cuando somos transformados, obtenemos a Cristo como elemento de la vida divina, y crecemos y maduramos en la vida divina.

B. Llegar a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo

  El segundo resultado de nuestra transformación es que llegamos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Ef. 4:13c). Cristo como persona tiene una plenitud, y Su plenitud es Su Cuerpo. Si yo tuviera solamente cabeza pero no un cuerpo, entonces mi cabeza estaría suspendida en el aire. No sólo no habría plenitud, sino que también sería aterrorizante que me vieran. Pero hoy tengo un cuerpo, y este cuerpo es mi plenitud. La plenitud de Cristo es el Cuerpo de Cristo, el cual tiene una estatura y una medida. Cuando seamos plenamente transformados, llegaremos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.

V. EL PROPOSITO DE LA TRANSFORMACION

  El propósito de la transformación es lograr la edificación del Cuerpo de Cristo (v. 12) y llevar a cabo la economía eterna de Dios (3:9).

VI. LA TRANSFORMACION MAXIMA

  La transformación máxima es la transfiguración de nuestro cuerpo (Fil. 3:21). Nuestro cuerpo hoy es un cuerpo de humillación. Pero cuando el Señor venga, El transfigurará el cuerpo de la humillación nuestra para que sea conformado al cuerpo de la gloria Suya, según la operación de Su poder, con la cual sujeta también a Sí mismo todas las cosas. Esta será la glorificación de nuestro cuerpo (Ro. 8:30) y también la consumación máxima de la redención que Dios efectúa (v. 23c; Ef. 1:14; 4:30). En esta etapa habremos alcanzado el punto culminante, esto es, llegaremos a ser personas totalmente redimidas. No sólo nuestro espíritu habrá sido regenerado y nuestra alma transformada, sino que incluso nuestro cuerpo será redimido y transfigurado. Esta es el pleno disfrute de la filiación divina (Ro. 8:23b). Dios ha entrado en nosotros y nos ha regenerado a fin de hacernos Sus hijos. Ya que somos Sus hijos, tenemos la filiación, la bendición que le pertenece a los hijos. La máxima bendición de la filiación divina que recibiremos de Dios será la transfiguración de nuestro cuerpo mortal, un cuerpo de pecado y de muerte, a un cuerpo de resurrección y de gloria. Esta es la bendición más elevada, y la bendición del disfrute máximo. Todo esto se produce por medio de la transformación. ¡Que el Señor tenga misericordia de nosotros y permita que diariamente podamos ser transformados mediante la salvación en vida que Dios efectúa!

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración