
Lectura bíblica: 2 Co. 3:16, 18; Ro. 10:9-10; He. 10:22; Ez. 36:26-27; Mr. 12:30; Col. 2:13; Ef. 2:1, 5; Jn. 3:6; 14:17; Ro. 8:11, 16; 1 Co. 6:17; Jn. 4:24; Mt. 16:24-26; Lc. 9:23-25; 1 P. 1:22; Ro. 12:2
Ya vimos que las partes internas de nuestro ser son las partes de nuestra alma, y que la parte escondida es nuestro espíritu (Sal. 51:6). También vimos que tanto nuestra alma como nuestro espíritu constan de tres partes. Nuestro cuerpo tiene muchas partes, nuestra alma tiene tres partes y nuestro espíritu también tiene tres partes. Además, poseemos también un corazón, que se compone de las tres partes del alma y de la primera parte del espíritu. En este capítulo veremos detalles adicionales acerca de las partes internas y la parte escondida. Acudo al Señor para que tengamos la gracia de ver todas estas cosas con claridad, al conocer todas las partes de nuestro ser a fin de que podamos ejercitar nuestro espíritu, corazón, mente y voluntad para tener contacto con el Señor, tener comunión con el Señor y conocer al Señor.
Conforme a las Escrituras, debemos tratar primero con nuestro corazón, no con nuestro espíritu o nuestra alma. El corazón viene primero, porque está compuesto de todas las partes del alma y de la primera parte del espíritu, que es la conciencia. Todas nuestras relaciones con el Señor deben empezar por la conciencia. Aun las relaciones que tenemos con otras personas deben comenzar con nuestra conciencia. Ciertamente, si nuestra conciencia está oscurecida o equivocada, nosotros estaremos mal, no solamente con Dios, sino también con los demás. Puesto que la conciencia es la parte principal del corazón, el corazón debe ser el primero en nuestra relación con Dios.
En 2 Corintios 3:16 se nos dice: “Cuando su corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado”. El corazón primero debe volverse al Señor. Volver nuestro corazón al Señor es el arrepentimiento verdadero. Cuando éramos personas caídas, nuestro corazón estaba alejado del Señor, pero cuando nos arrepentimos, nuestro corazón regresó al Señor. Debemos volvernos y hacer que nuestro corazón regrese al Señor. Esto no es algo que hacemos una vez para siempre; tenemos que hacer que nuestro corazón regrese al Señor todo el tiempo, día tras día. Cada mañana tenemos que volver otra vez nuestro corazón al Señor. Yo les sugeriría, especialmente a los hermanos y hermanas jóvenes, que cada mañana después de levantarse, cuando vayan al Señor, le digan: “Señor, aquí estoy por Tu misericordia y Tu gracia. Quiero ejercitarme para otra vez volver mi corazón de regreso a Ti, para volverme nuevamente a Ti este día”.
Cuando nuestro corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado. Éste es un secreto importante para nosotros. Mucha gente pregunta por qué ellos no reciben ni luz ni dirección y por qué no conocen la voluntad del Señor. Yo les preguntaría: “¿Dónde está su corazón? ¿Hacia que cosa está vuelto su corazón?”. Éste es su problema. Debemos volver nuestro corazón al Señor. Hace más de treinta años cuando yo era un hermano joven, casi todos los días oraba con el versículo de 2 Corintios 3:16, diciendo: “Señor, haz que vuelva mi corazón a Ti”. Esto funciona; sólo pruébelo. Antes de leer la Palabra en la mañana, primero debemos volver nuestro corazón al Señor. Entonces la vida se manifestará, y el velo nos será quitado. Me gusta este versículo: “Cuando su corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado”. El velo entre nosotros y el Señor es quitado cuando volvemos nuestro corazón al Señor.
Romanos 10:9 y 10 dicen: “Si confiesas con tu boca a Jesús como Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación”. Después de que se vuelve al Señor, la segunda cosa que el corazón debe hacer es creer. Creer no es un asunto del espíritu, ni de la mente ni de la voluntad. Creer es algo que se hace con el corazón; el corazón tiene que creer. Primero debemos volver nuestro corazón al Señor y segundo, debemos ejercitar nuestro corazón para que crea en el Señor. Creer en el Señor es algo que ocurre en el corazón.
El versículo 10 dice que con el corazón se cree. Debemos aprender a ejercitar nuestro corazón para cooperar en fe con el Espíritu que mora en nosotros. Después de volver nuestro corazón al Señor, siempre debemos ejercitarnos para creer en nuestro corazón. Es preciso que nos ejercitemos para creer en nuestro corazón todo lo que el Señor nos dice en Su Palabra, y debemos ejercitarnos para creer en nuestro corazón todo lo que percibimos en lo profundo de nuestro ser. También debemos ejercitar nuestro corazón para creer en el Señor por todo nuestro medio ambiente y circunstancias, por todas las cosas que nos suceden. Debemos orar para que el Señor proteja nuestro corazón de toda clase de dudas.
Hebreos 10:22 dice: “Acerquémonos al Lugar Santísimo con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia con la aspersión de la sangre, y lavados los cuerpos con agua pura”. El tercer trato que debe experimentar el corazón es que debe ser purificado de una mala conciencia con la aspersión de la sangre. En cuanto a nuestro corazón, éste siempre debe ser rociado con la sangre redentora del Señor Jesús. Cuanto más volvemos nuestro corazón al Señor y más creemos en el Señor mediante el ejercicio de nuestro corazón, más percibiremos en nuestra conciencia que estamos equivocados en muchas cosas. Cuando nuestro corazón no está vuelto al Señor, sentimos que no estamos equivocados. Tenemos un solo sentir, que somos rectos en todo; que todos están equivocados menos nosotros. No obstante, al volver nuestro corazón al Señor, inmediatamente vemos que los demás no están equivocados, sino solamente vemos que nosotros estamos equivocados.
Esto se aplica aún más cuando creemos en el Señor. Cuanto más creemos en Él, más tenemos la sensación de que estamos equivocados en muchas cosas. Estamos mal con nuestra esposa, mal con nuestros hijos, mal con nuestros compañeros de clase y mal con nuestros padres. Estamos mal con todos, y nuestro corazón nos acusa sobremanera. Éstas son las acusaciones en la conciencia. Es en este momento que debemos confesar espontáneamente nuestros pecados de acuerdo con estas acusaciones internas, una por una. Mientras más confesemos, más será aplicada la sangre del Señor Jesús a nuestra conciencia. Entonces nuestra conciencia será purificada, limpiada, y tendremos una conciencia sin ofensa, una conciencia pura. Esto quiere decir que nuestro corazón ha sido purificado de una mala conciencia con la aspersión de la sangre. Dado que nuestra conciencia ha sido purificada, nuestro corazón ya no nos condena. Nuestro corazón está en paz y lleno de gozo. Sentimos gozo en nuestro corazón con el Señor.
Ezequiel 36:26 nos habla de la renovación del corazón. El versículo 25 dice: “Rociaré sobre vosotros agua limpia, y quedaréis limpios; de toda vuestra inmundicia y de todos vuestros ídolos os limpiaré”. Sin embargo, esto no es todo. Esto es algo por el lado negativo. Necesitamos algo por el lado positivo. El versículo 26 dice: “También os daré un corazón nuevo”. Un corazón nuevo es el corazón viejo renovado.
Aquí, tenemos cuatro pasos para tratar con nuestro corazón. Debemos tratar con nuestro corazón siguiendo estos cuatro pasos, no sólo cuando creímos en el Señor Jesús para recibirle como nuestro Salvador, sino también como cristianos que buscan al Señor, desde el día que fuimos salvos y todos los días siguientes. Debemos volver nuestro corazón al Señor, ejercitarnos para creer en el Señor en nuestro corazón, tener un corazón purificado de una mala conciencia con la aspersión de la sangre y ser renovados en nuestro corazón una y otra vez. Incluso la renovación del corazón no es algo que sucede una vez para siempre. Si el apóstol Pablo estuviese en la tierra hoy, él también necesitaría experimentar la renovación de su corazón. Todos debemos poner en práctica estas cosas inmediatamente. A más tardar, mañana por la mañana cuando nos levantemos, debemos acudir al Señor y decirle: “Señor, haz volver mi corazón a Ti”. Luego debemos ejercitar nuestro corazón para creerle al Señor, diciéndole: “Señor, ¡te creo a Ti! Te creo en Tu palabra. Te creo en Tus tratos para conmigo. En todas las cosas de mi entorno y en todo lo que me sucede te creo. Al llegar a este punto nos daremos cuenta de cuán equivocados estamos, de cuántos errores hemos cometido y de cuánta inmundicia debemos ser limpiados. Tenemos que confesar que necesitamos ser limpiados con la aspersión de la sangre, a fin de ser purificados de una mala conciencia. Entonces una vez más nuestro corazón será renovado.
El resultado de tratar con nuestro corazón es que amamos más al Señor. Nuestro corazón ahora es sensible y puede funcionar adecuadamente. ¿Cuál es la función del corazón? La función del corazón es amar al Señor. El corazón es el órgano del amor, el órgano con el cual amamos al Señor. Marcos 12:30 dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón”. El Señor nos creó con un corazón para que le amáramos. Gracias al Señor que tenemos un corazón. Así como no podemos ver si no tenemos ojos, ni oír si no tenemos oídos, ni pensar si no tenemos mente, tampoco podemos amar sin nuestro corazón. Lamento decir que muchos cristianos no conocen cuál es la función del corazón. Ellos conocen la función de los ojos, los oídos, la nariz y la boca, pero sencillamente no conocen cuál es la función del corazón. Ahora todos entendemos con claridad que la función del corazón es amar.
En el chino, el carácter que representa el corazón está incrustado en medio del carácter que designa amor. Amar es un asunto del corazón. No podemos amar a las personas con nuestra nariz ni con nuestras manos. Todo lo que amemos, lo amamos con el corazón, que es el órgano con el cual amamos. Antes de volver nuestro corazón al Señor, nuestro corazón amaba otras cosas que no son el Señor. Nadie puede decir que no ama algo. Todos amamos algo o a alguien, ya sea al Señor mismo o algo más. Nadie puede decir cuántas cosas amamos, pero una cosa es cierta: cuánto más volvemos nuestro corazón al Señor, cuanto más ejercitemos nuestro corazón para creerle y más tengamos nuestro corazón purificado de una mala conciencia, más nuestro corazón amará al Señor. Esto describe la función de un corazón renovado. Cada mañana nuestro corazón debe ser renovado para que podamos amar al Señor más y más.
Todas las experiencias espirituales comienzan con el amor del corazón. Si el corazón no ama al Señor, no podemos tener ninguna clase de experiencia espiritual. Incluso la primera experiencia que tenemos en nuestra vida cristiana, la de nuestra salvación, es un asunto del corazón que ama al Señor Jesús. No hay persona que se arrepienta genuinamente sin tener amor en su corazón hacia el Señor. Quizás ella no tenga las palabras para expresarlo, pero en su interior tiene este sentir: “¡Oh, Jesús es tan adorable!”. Recuerdo el día que recibí al Señor Jesús por primera vez. No puedo decirles cuán dulce Él fue para mí. No tenía las palabras adecuadas, y nadie me enseñó que el Señor Jesús era tan precioso o que debíamos amarle, pero sentí verdaderamente que el Señor Jesús era muy dulce y bueno. En ese tiempo, ni siquiera pude decir la palabra dulce; únicamente pude decir: “¡Es demasiado bueno! ¡Oh, Jesús es demasiado bueno!”. Esta clase de amor es un reflejo del amor del Señor en nuestro corazón. Todos debemos aprender a ejercitar nuestro corazón para que se vuelva de nuevo, para que crea otra vez, para que sea limpio de una mala conciencia otra vez y sea renovado de nuevo, de modo que amemos al Señor más y más.
La degradación de la iglesia se debe primero a la pérdida de nuestro primer amor por el Señor (Ap. 2:4). Perder un corazón que esté fresco de amor por el Señor indica que hemos caído, que estamos en degradación. Todos debemos aprender cómo volver nuestro corazón una y otra vez y ser renovados una y otra vez, a fin de tener un amor nuevo, un amor fresco, por el Señor.
La Biblia nos dice que originalmente estábamos muertos y que el día que recibimos al Señor Jesús, fuimos vivificados. Colosenses 2:13 dice: “A vosotros, estando muertos en vuestros delitos y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con Él, habiéndonos perdonado todos nuestros delitos”. Efesios 2:1 y 5 son pasajes similares a éste. Estos dos pasajes comprueban que originalmente estábamos muertos en nuestro espíritu, pero cuando recibimos a Jesús como nuestro Salvador, este espíritu adormecido y muerto que teníamos, fue vivificado.
Cuando era joven no podía entender cómo era que estábamos muertos. Me parecía que yo seguía vivo y que no había sido aún enterrado. Después, supe que esto quería decir que estábamos muertos en nuestro espíritu. Como ya hemos visto, la función de nuestro espíritu es tener contacto con Dios, conversar íntimamente con Dios, recibir a Dios y adorar a Dios. No obstante, debido a la caída, nuestro espíritu quedó en condición de muerte y perdió su función. Cuando recibimos al Señor Jesús como nuestro Salvador, el Espíritu Santo todo-inclusivo y maravilloso entró en nuestro espíritu. Cuando el Espíritu tocó nuestro espíritu, nuestro espíritu fue vivificado. Es muy difícil traducir adecuadamente la palabra griega para “dar vida”. El significado de esta palabra es que al tocar la vida, nos es ministrada la vida. Un ejemplo de esto es la electricidad. Si la electricidad nos tocara, algo de electricidad nos sería transmitido mediante ese toque. El Espíritu Santo entró en nuestro espíritu para tocar nuestro espíritu. Mediante ese toque, ese choque, la vida misma que es el Espíritu Santo mismo se impartió en nosotros. Entonces nuestro espíritu muerto y adormecido de inmediato fue vivificado.
Ser vivificado de esta manera es más que un milagro. Podemos considerar un milagro cuando una persona que estaba físicamente muerta es resucitada, pero que el Espíritu Santo dé vida a nuestro espíritu amortecido es aún más milagroso que eso. A lo largo de la historia, miles incluso millones de personas que estaban muertas fueron de inmediato vivificadas en su espíritu. Una persona que está muerta en su espíritu puede ser vivificada porque el Espíritu Santo es aún más poderoso y se transmite y se imparte aún más rápidamente que la electricidad.
Cuando recibimos al Señor, nuestro espíritu no sólo fue vivificado, sino hecho nuevo. Otra vida, otro elemento, fue añadido a nuestro espíritu. Esta otra vida y elemento es la vida divina, increada y eterna de Dios, la cual es Cristo mismo. Cuando el Espíritu Santo entra en nosotros, con base en la obra redentora de Cristo, Él no sólo hace que nuestro espíritu amortecido sea vivificado, sino que también introduce a Cristo en nuestro espíritu, como el otro elemento, como la otra vida que es añadida dentro de nuestro espíritu. Esto está por encima de lo que Dios logró en la creación. Ahora no solamente nuestro espíritu amortecido ha sido recobrado y vivificado, sino que, además, tenemos algo nuevo: otro elemento, esencia y sustancia, fue añadido a nuestro espíritu.
Ser vivificado equivale a nacer de nuevo, a ser regenerado, como nos dice Juan 3:6. Este versículo dice: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. En nuestra regeneración nos fue añadido algo adicional, además de lo que ya poseíamos. Este elemento, esencia y sustancia nuevos no son sino Cristo mismo como la vida divina que fue añadida dentro de nosotros. No sólo fue renovada la vieja parte, y no sólo fue vivificada, sino que algo nuevo, divino y eterno —Cristo mismo— fue añadido a nosotros como la esencia de vida.
¿Qué podría ser mejor que Cristo mismo? Siendo que hemos recibido a Cristo, ¿por qué todavía parece que somos tan pobres? Hoy en día, muchos cristianos necesitan conocer esta realidad. El poder atómico es un poder interno, no externo. Incluso un pedacito de papel posee internamente este poder atómico. El día que recibimos a Cristo, algo más poderoso que el poder atómico fue añadido dentro de nuestro espíritu. Esto fue Cristo mismo. Si verdaderamente creemos esto, declararíamos: “¡Aleluya, esto es maravilloso!”. Ya sea que entendamos esto adecuadamente o no, con todo debemos agradecerle a Él que este Cristo inconmensurable, inagotable, todo-inclusivo y maravilloso ha sido añadido dentro de nosotros. No tenemos las palabras adecuadas para calificar qué clase de Cristo hemos recibido y nos fue añadido. Únicamente la eternidad puede narrar tal historia. Pero, aun si no vemos esta verdad adecuadamente, de todos modos lo hemos recibido a Él.
Desde el momento de nuestra regeneración, el Espíritu Santo vino a morar en nuestro espíritu. Según Ezequiel 36:26, cuando fuimos salvos, Dios no sólo renovó nuestro corazón sino también nuestro espíritu. Luego, el versículo 27 nos dice que Él puso Su Espíritu dentro de nosotros. Juan 14:17 también nos dice que este Espíritu maravilloso está en nosotros. Romanos 8:11 dice que Su Espíritu mora en nosotros, y el versículo 16 muestra que este Espíritu mora en nuestro espíritu humano. Nuestro espíritu es la residencia misma del Espíritu Santo. Desde el día de nuestra salvación, nuestro espíritu vino a ser este espíritu maravilloso, el cual ha sido vivificado, renovado con Cristo como la vida divina que le fue añadida y que tiene al Espíritu Santo todo-inclusivo morando en él.
Además, en 1 Corintios 6:17 se nos dice claramente que, desde ese tiempo en adelante, este espíritu maravilloso se unió al Señor para ser un solo espíritu con Él. Nuestro espíritu y el Señor mismo como Espíritu —estos dos espíritus— se han unido y están juntos como un solo espíritu. No hay palabras humanas que puedan agotar el significado que esto tiene.
¿Qué propósito tiene tal espíritu? Esto nos conduce de nuevo a la función del espíritu. El propósito de nuestro espíritu es tener contacto con el Señor, recibir al Señor, adorar a Dios y tener comunión con la Persona divina. Esto está claramente implícito en Juan 4:24. Así como el corazón es el órgano que sirve para amar, el espíritu es el órgano que sirve para contactar y recibir algo. No podemos amar con nuestro espíritu; debemos amar con nuestro corazón. No obstante, debemos recibir y contactar con nuestro espíritu al Señor mismo a quien nuestro corazón ama.
Una vez, cierta hermana pensaba que siempre y cuando nuestro corazón amara al Señor, eso era suficiente. No era necesario hablar del espíritu, dado que, según ella, el espíritu y el corazón eran sinónimos. Ella preguntó: “¿No es más que suficiente que nuestro corazón ame al Señor? ¿Por qué necesitamos hablar del espíritu?”. Yo dije: “Hermana, aquí hay una buena Biblia. ¿Le gusta esta Biblia?”. Ella dijo: “Claro que me gusta”. Entonces le dije: “Tómela”. Cuando ella extendió su mano para tomar la Biblia, le dije: “No, no use su mano. Siempre y cuando su corazón ame la Biblia, todo está bien. No es necesario que usted use su mano para recibirla”. Ella replicó: “Hermano Lee, si no uso mi mano, ¿cómo puedo tomar la Biblia?”. Le dije que, de la misma manera, no podemos decir que amar al Señor con el corazón es suficiente.
Supongamos que a mí me gusta tomar desayuno. Mientras que a mi corazón le guste el tocino, las tostadas, la leche y el jugo, ¿es eso suficiente? Por supuesto que eso no es suficiente. Si a mí sólo me gusta la comida, pero no la como, después de varios días podría morirme. Amar es una cuestión del corazón, pero para recibir algo debemos emplear otro órgano. El órgano que empleamos depende de lo que vayamos a recibir. Si vamos a recibir alimento, debemos emplear la boca. Si queremos recibir los sonidos, debemos emplear nuestros oídos, y si queremos recibir un panorama y los colores, debemos valernos de nuestros ojos. Amamos al Señor, ¿pero cuál es el órgano con que podemos recibirle? ¿Acaso debemos mirarle con nuestros ojos? Cuánto más miremos al Señor de esa manera, más ausente estará. Sin duda alguna, únicamente hay un solo órgano creado por Dios con el propósito de recibirle y contactarle a Él; ese órgano es nuestro espíritu.
El espíritu dentro de nosotros es como el estómago dentro de nuestro cuerpo. Tiene de manera especial, específica y definitiva el propósito de recibir algo. Tenemos que ejercitar nuestro espíritu para recibir al Señor. Nuestro espíritu fue creado con este claro propósito. No obstante, antes de recibir algo, debemos quererlo. Nadie recibe nada si no lo quiere. Si no nos gusta el desayuno, difícilmente lo querremos. Es por esto que debemos tener apetito. Necesitamos amar al Señor; entonces le aceptaremos, lo tocaremos, tendremos contacto con Él, tendremos comunión con Él y le recibiremos en nuestro espíritu.
El corazón es para que nosotros amemos, y el espíritu es para que nosotros recibamos y contactemos. Mediante la renovación del corazón tenemos un nuevo interés, un nuevo deseo y una nueva capacidad para amar al Señor. Mediante la renovación del espíritu tenemos una nueva facultad y capacidad para recibir al Señor. Una vez que nuestro espíritu es renovado, tiene a Cristo añadido a él, ya tiene al Espíritu Santo morando en él y se ha unido al Señor para ser un solo espíritu con Él; es un órgano muy fino para recibir al Señor y tener contacto con Él.
Acerca del alma, lo primero que debemos aprender es negarnos a la vida del alma, el yo. Hay dos pasajes, Mateo 16:24 al 26 y Lucas 9:23 al 25, que nos dicen esto claramente. El alma es nuestro propio yo, que está compuesto de la mente, la voluntad y la parte emotiva. Esto indica que debemos aprender a negarnos a nuestra mente natural, nuestra voluntad natural y nuestra parte emotiva natural.
En segundo lugar, debemos purificar nuestra alma. En 1 Pedro 1:22 se nos dice: “Puesto que habéis purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad”. Nuestras almas son purificadas principalmente al recibir la palabra. La palabra de Dios es apta para purificar el alma. La purificación del alma implica que es purificada de todas las cosas carnales, mundanas y naturales. Nuestra alma, nuestro propio yo, nuestro ser mismo, ha sido dañado, saturado y ocupado por estas cosas negativas. Ahora el alma tiene que ser purificada de todas esas cosas. No obstante, primero debemos negar la vida del alma. Cuánto más nos neguemos a nuestra vida del alma, más será purificada nuestra alma por medio de recibir la palabra de Dios.
Tercero, nuestra alma necesita ser transformada. En 2 Corintios 3:18 se nos dice que estamos siendo transformados, pero con sólo ese versículo no sabemos claramente cuál es la parte de nuestro ser que está siendo transformada. Romanos 12:2 nos dice que somos transformados mediante la renovación de la mente. Con esto sabemos que la transformación se lleva a cabo en nuestra alma. Después que nuestro espíritu ha sido regenerado, debemos ser transformados en nuestra alma. Primero debemos negar la vida del alma; luego nuestra alma tiene que ser purificada y transformada a la imagen de Cristo.
Como hemos visto, el propósito del corazón es amar al Señor, y el propósito del espíritu es recibir y contactar al Señor. ¿Entonces cuál es el propósito del alma? El propósito del alma es reflejar al Señor. En 2 Corintios 3:18 se nos dice que, nosotros, a cara descubierta miramos y reflejamos como un espejo la gloria del Señor. El alma, después de ser purificada y transformada, es el órgano para expresar a Cristo, para reflejar al Señor. Lo amamos con nuestro corazón, le recibimos y tenemos contacto con Él en nuestro espíritu, y le reflejamos y expresamos con nuestra alma transformada. La vida del alma primero debe negarse; después el alma debe ser purificada y transformada, entonces llegará a ser el órgano adecuado para expresar y reflejar al Señor Jesús.
Espero que pongan en práctica todos estos asuntos en su vida diaria. Si lo hacen, verán que todo lo que hemos dicho aquí es sumamente práctico. Esto realmente funciona.