
Lectura bíblica: Ap. 2:8-13, 17b; 3:1-5
En el capítulo anterior, vimos que necesitamos vencer la pérdida del primer amor dándole a Cristo el primer lugar, la preeminencia, en todas las cosas. En el caso de la iglesia en Efeso vemos la pérdida del primer amor. La epístola que el Señor envió a la iglesia en Efeso abarca cuatro puntos principales: el amor, la vida, la luz y el candelero (Ap. 2:4-5, 7). El amor, la vida y la luz son en realidad Dios mismo. Dios es amor (1 Jn. 4:8, 16), Dios es vida (Jn. 5:26; 14:6a) y Dios es luz (1 Jn. 1:5).
En realidad, la Trinidad Divina es amor, vida y luz. El Padre es amor, el Hijo es vida y el Espíritu es luz. El Padre como amor es la fuente, el Hijo como vida es el cauce y el Espíritu como luz es el fluir. El Evangelio de Juan dice claramente: “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (1:4). Luego el Señor dijo en Juan 8:12 que El era la luz del mundo y que todo aquel que lo siguiera tendría la luz de la vida. Finalmente, la Biblia revela que el Padre es el Hijo (Is. 9:6) y que el Hijo es el Espíritu (2 Co. 3:17). Esto significa que el amor es vida y que la vida es luz. El amor es la fuente, la vida es el cauce y la luz es el resplandor que llega hasta nosotros. Estos son tres aspectos de una sola persona. El Padre, el Hijo y el Espíritu son uno; por lo tanto el amor, la vida y la luz son uno. Nosotros disfrutamos al Hijo como vida divina, la vida eterna e increada, por medio del Espíritu como luz, y tocamos al Padre como amor por medio del Hijo como vida. El Dios Triuno es el amor como fuente, es la vida como cauce y es la luz como fluir que llega hasta nosotros. Cada día y cada momento estamos bajo el brillo de la luz, lo cual significa que experimentamos al Dios Triuno que llega hasta nosotros como nuestro disfrute. Cuando venzamos y volvamos a Cristo como nuestro primer amor, le disfrutaremos como vida, y resplandeceremos con la luz divina, que es el candelero, para guardar el testimonio de Jesús (Ap. 1:9; 12:17) en nuestra localidad.
Tenemos algunas indicios acerca de los vencedores en los escritos de Pablo, no obstante, sólo el apóstol Juan en el libro de Apocalipsis nos habla directamente de este asunto. Hemos visto que el libro de Apocalipsis abarca dos asuntos importantes, a saber: los vencedores y la Nueva Jerusalén. Los vencedores vienen a ser la Nueva Jerusalén, y ésta es la consumación de ellos. Los vencedores son piedras preciosas, materiales preciosos, edificados como casa, y esta casa es la consumación de todas las piedras preciosas, los materiales preciosos. La casa es la consumación, la edificación, de todas las piedras preciosas.
Al principio de Apocalipsis, el Señor llama a estos materiales preciosos, a los vencedores. El llamado del Señor en Apocalipsis no es un llamado a ser salvo, sino a ser un vencedor, es decir, una piedra preciosa para el edificio de Dios. Los vencedores son los creyentes de Cristo transformados en piedras preciosas para el edificio de Dios. Según Apocalipsis 2:17, cada creyente transformado en una piedrecita blanca tendrá un nombre nuevo. Este nombre nuevo es el nombre transformado de una persona transformada. En Apocalipsis 2 y 3, aún no tenemos los vencedores porque el Señor apenas los está llamando. A lo largo de los siglos, desde Apocalipsis 4 hasta el 20, el Señor ha obtenido y está obteniendo muchos vencedores.
En esta era los creyentes vencedores deben pagar el precio para ser edificados como una sola entidad. Debe haber unidad entre los santos y entre todos los colaboradores. Las Escrituras nos muestran que entre Pablo y Bernabé no hubo edificación. Estuvieron juntos temporalmente, pero después de la conferencia que hubo en Jerusalén en Hechos 15, hubo una gran separación entre ellos (vs. 35-39). Apolos fue otro problema. Pablo les dijo a los corintios que él le había rogado muchas veces a Apolos que fuera a ellos. Sin duda, los corintios tenían una necesidad urgente, y por eso Pablo quería que Apolos los visitara; no obstante Pablo dijo: “De ninguna manera quiso ir por ahora; pero irá cuando tenga oportunidad” (1 Co. 16:12). Con esto podemos ver que Apolos no era uno con Pablo. Sin embargo, Pablo, Timoteo y Tito eran uno. Cuando Pablo les decía a Timoteo y a Tito que fueran, ellos iban. Cuando les pedía que se quedaran, ellos lo hacían. Pero entre Pablo y Apolos no hubo esa unidad agradable; hubo una gran escasez de ser edificados.
Por consiguiente, podemos ver que entre Pablo y Bernabé faltaba edificación, y entre Pablo y Apolos también. Si consideramos la situación reinante entre los cristianos de hoy, veremos que ninguno es edificado con otro. Todos son independientes. Los grandes oradores del cristianismo edifican algo para sí mismos, pero ¿quién es edificado con otros? Recibir a Cristo como vida para nuestra regeneración es el inicio de nuestra vida cristiana. El segundo paso es crecer en esta vida. Entonces, por medio de este crecimiento, somos transformados. Después de ser transformados, tenemos que ser edificados juntamente. Esta edificación es la consumación.
En este capítulo queremos tocar los tres puntos cruciales con respecto a los vencedores en las epístolas a la iglesia en Esmirna, a la iglesia en Pérgamo y a la iglesia en Sardis. La epístola a la iglesia en Efeso trata del asunto de vencer la pérdida del primer amor. En el capítulo anterior, vimos la interpretación espiritual de lo que es la pérdida del primer amor. Tener al Señor como nuestro primer amor en realidad significa que tomamos a nuestro Señor como lo primero. Tenemos que darle a El la preeminencia en todas las cosas. El es el primero en todo. Si no dejamos que El sea el primero en todo, hemos perdido nuestro primer amor.
Tener al Señor Jesús como el primer amor es darle la preeminencia, el primer lugar en todo, aun en todas las cosas pequeñas. Cuando los hermanos compran una corbata, deben darle a Cristo la preeminencia. Cuando las hermanas van de compras, deben darle a Cristo el primer lugar. Cuando sale la edición sabatina del periódico, a algunas hermanas les gusta leerlo para ver todas las ofertas en las tiendas. Esta práctica significa que ellas no le dan la preeminencia al Señor. Ellas no permiten que el Señor tenga el primer lugar en sus compras. Si necesitamos algo, debemos ir a la tienda a comprar lo que necesitamos y nada más. Las hermanas necesitan vencer la tentación de ir de tiendas.
En el caso de la iglesia en Efeso, el Señor revela que si vamos a vencer todas las circunstancias y a ser unos verdaderos vencedores, tenemos que dar al Señor la preeminencia en todo. Entonces seremos personas que disfrutan al Señor como el árbol de la vida. Primero tenemos amor, y después tenemos la vida. Luego corporativamente seremos el candelero que resplandece con la luz divina. Así tendremos amor, vida, luz y el candelero. Esta es la revelación que hay en la primera epístola, la cual fue dirigida a la iglesia en Efeso.
La segunda epístola está dirigida a Esmirna. Esta epístola revela que necesitamos vencer la persecución, la cual incluye la tribulación, la pobreza, las pruebas, las prisiones y las calumnias de la religión tergiversada de Satanás (Ap. 2:9-10a). Esmirna nos muestra básicamente una sola cosa: la persecución. ¿Amamos al Señor? ¿Le damos al Señor la preeminencia en todas las cosas? Si es así, debemos estar preparados para la persecución.
La persecución vendrá a nosotros de muchas direcciones. Es posible que a un hermano le venga persecución de parte de su esposa. Cuando él no amaba al Señor como lo primero en todas las cosas, no tenía problemas con su esposa. Pero cuando empezó a amar al Señor y a darle la preeminencia en todas las cosas, su esposa notó que él era diferente. Ahora él le da la preeminencia a alguien más aparte de ella.
En mi pueblo natal de Chifú, había un hermano que trabajaba en la aduana china y ganaba bastante dinero. El era muy mundano, y su esposa estaba muy contenta de ir con él en busca de diversiones mundanas. Sin embargo, un día él empezó a amar al Señor y a darle al Señor la preeminencia. Le dio al Señor el primer lugar en todas las cosas y hubo un gran cambio en él. Como resultado, la esposa se sintió infeliz porque su esposo ya no deseaba las cosas del mundo.
Como este hermano tuvo un cambio tan positivo hacia el Señor, quiso invitar a algunos hermanos a su casa para tener comunión. Le dijo a su esposa que una tarde iba a invitar a algunos hermanos a su casa para cenar. Yo era uno de esos hermanos. Todos fuimos muy alegres a la casa de este hermano para tener comunión. Cuando nos sentamos a comer, su esposa nos sirvió sobras frías. El hermano se sintió tan mal por esto que lloró. Sin embargo, en lugar de ser afectados por la situación, todos participamos gozosos de la comida que se nos sirvió, a fin de apoyar a nuestro hermano. Este hermano sufrió mucha persecución de parte de su esposa por causa de su decisión de hacer al Señor lo primero en todas las cosas.
Algunos padres persiguen a sus hijos porque éstos aman al Señor, y algunos hijos persiguen a sus padres por esta misma razón. Es posible que la suegra persiga a la nuera porque ésta ama al Señor. Es por eso que el Señor dijo que un hombre que lo pone a El primero tendrá enemigos en su propia familia (Mt. 10:36).
La persecución revelada en la epístola a la iglesia en Esmirna comprende la tribulación, la pobreza, las pruebas, las prisiones y las calumnias de la religión tergiversada de Satanás. La religión tergiversada de Satanás era la sinagoga de Satanás (Ap. 2:9). En los tiempos del Señor y en la época de los primeros apóstoles, las sinagogas de los judíos habían llegado a ser, a los ojos de Dios, la sinagoga de Satanás.
Según la historia, durante el período de la iglesia de Esmirna los santos tuvieron tribulación por diez días (v. 10). Los diez días mencionados aquí son una señal que indica proféticamente los diez períodos de persecución que la iglesia sufrió bajo los emperadores romanos, empezando con César Nerón en la segunda mitad del siglo primero y terminando con Constantino el Grande en la primera parte del siglo cuarto. En la historia de Roma se nos dice que el Imperio Romano persiguió a los cristianos por diez períodos de tiempo.
Es posible que sintamos que a diferencia de los santos de Esmirna, nosotros hoy tenemos un buen gobierno. No obstante, la persecución nos puede venir de muchas otras direcciones. Por lo tanto, como buscadores que aman a Jesús, debemos estar preparados para sufrir. Los mártires de Cristo pueden ser mártires físicamente. Pablo sufrió tal martirio (2 Ti. 4:6). Sin embargo, es posible que muchos de nosotros no suframos un martirio físico, sino un martirio psicológico o un martirio espiritual. El hermano que mencionamos, el que era maltratado por su esposa, sin duda fue un mártir bajo la persecución de ella. El solía venir a nosotros para tener comunión, y nosotros hacíamos lo posible por apoyarlo y consolarlo. En un sentido, el fue un mártir por los intereses del Señor. El no estaba dispuesto a que cambiara su sentimiento para con el Señor, y él nunca ha cambiado.
Incluso entre los ancianos en la iglesia es posible que exista la experiencia del martirio. Un hermano entre los ancianos tal vez sea muy fuerte y dominante. Tal vez sea un buen hermano que ama al Señor y a la iglesia, pero domina a los demás ancianos. Quizá los otros ancianos se sientan que no pueden funcionar bajo el dominio de tal hermano y quieran renunciar. Tal vez alguien les pregunte: “¿No aman ustedes al Señor? ¿No aman la iglesia? ¿No tienen un amor tierno por todos los santos?" Es posible que digan que sí, pero que les es intolerable servir bajo un hermano tan dominante. No obstante, si estos hermanos renuncian, eso significa que ellos están renunciando al martirio. Por lo tanto, están perdiendo la oportunidad de ser martirizados, una oportunidad que nunca volverá en todo el tiempo de su vida. ¡Qué bueno es que estos ancianos sean martirizados bajo el dominio de este hermano que es como un dictador!
En 1935 y 1936, se me asignó la obra en el norte de China. Los ancianos de la iglesia en Pekín no se llevaban bien unos con otros. Frecuentemente requerían mi presencia y ayuda. Estuve dos o tres días con ellos para tener comunión, y pensaron que sus problemas se habían resuelto, pero una semana más tarde me volvieron a llamar para que fuera y los ayudara porque todavía no se llevaban bien. Estos ancianos tuvieron la oportunidad de ser mártires vencedores en la vida de iglesia.
Cuando el apóstol Pablo le pidió al Señor tres veces que quitara el aguijón de él, la respuesta del Señor fue: “Bástate Mi gracia” (2 Co. 12:9). El Señor permitió que el aguijón permaneciera en Pablo para que pudiera disfrutar al Señor como su gracia suficiente. Los sufrimientos, pruebas y persecuciones son a menudo ordenados por el Señor para que nosotros lo experimentemos como gracia. Por lo tanto, a pesar de la súplica de Pablo, el Señor no le quitó el aguijón.
No necesitamos viajar por toda la tierra para experimentar sufrimiento y persecución. Podemos experimentar persecución en nuestra iglesia local. Hay una puerta muy angosta frente a la vida de iglesia; pero una vez que tomamos la decisión de entrar a la vida de iglesia, no hay “puertas traseras” y no hay “salidas de emergencia”. En cierto sentido, todos los santos que están en la vida de iglesia vienen a ser nuestros perseguidores. Inicialmente cuando venimos a la vida de la iglesia, todos eran atentos con nosotros. Esa fue nuestra luna de miel en la vida de iglesia, pero la luna de miel no dura mucho. Después de estar en la vida de iglesia por muchos años, nos damos cuenta de que el Señor utiliza casi a todos los santos para tratar con nosotros.
Algunos santos me han dicho que no pueden soportar estar en sus localidades y que quieren que yo les ayude a escoger un lugar mejor. Siempre digo que el mejor lugar es el lugar donde están. Ningún lugar es mejor que el lugar donde están ahora. Con el tiempo, he convencido a muchos santos. Ellos se dieron cuenta de que no debían mudarse a otra localidad siguiendo su preferencia. Si ellos se mudan a otra localidad de acuerdo a su gusto, el lugar al que se muden será peor para ellos que el lugar del cual salieron. En la vida de iglesia no podemos evitar la “persecución”.
Necesitamos vencer toda clase de persecución siendo fieles hasta la muerte, sin amar nuestra propia vida (Ap. 2:10b; 12:11b). Entonces seremos recompensados con la corona de la vida (2:10c), y no sufriremos daño de la segunda muerte (2:11).
Ahora llegamos a la iglesia en Pérgamo (Ap. 2:12). La historia nos dice que la iglesia durante la era de Pérgamo llegó a ser completamente mundana. La palabra griega que se traduce Pérgamo significa “matrimonio” (lo cual implica unión). Esto indica que la iglesia en Pérgamo llegó a ser uno con el mundo como en la unión matrimonial. La iglesia en Pérgamo se casó con el mundo. Este matrimonio tomó lugar cuando Constantino adoptó el cristianismo como la religión del estado en la primera parte del siglo cuarto. El Señor les mandó a los santos que vencieran en esa situación mundana. Si ellos vencían, El les daría a comer del maná escondido (Ap. 2:17).
Cuando el pueblo de Israel vagó por el desierto cuarenta años, Dios lo alimentó públicamente con maná cada mañana. Sin embargo, a Moisés se le dijo que tomara una porción del maná y la pusiera en una vasija de oro, y que pusiera esta vasija en el arca dentro del Lugar Santísimo como memoria delante de Dios (Ex. 16:32-34). En Apocalipsis, el Señor les prometió a los santos fieles de Pérgamo que si permanecían fieles, El les daría a comer del maná escondido, lo cual significa que Cristo, como una porción especial dada a los santos, llega a ser una porción escondida para los fieles.
Cuando somos perseguidos, ya sea por nuestros padres, nuestros parientes, por los ancianos, los colaboradores o por los queridos santos, y no nos resistimos ni renunciamos, sino que permanecemos con el Señor y en El en esta situación, el Señor Jesús será nuestro maná escondido. Una porción particular de Cristo, una porción especial, será nuestro maná escondido. Esta porción especial llegará a ser nuestro apoyo y nuestra fuerza. ¿Cómo podemos soportar el sufrimiento y vivir en una situación en la cual nadie más puede vivir? Podemos perseverar porque diariamente disfrutamos al Señor Jesús como una porción especial, como el maná escondido.
El Señor también prometió a los que fueran fieles en Pérgamo que les daría una piedrecita blanca y en ella escrito un nombre nuevo (Ap. 2:17). Si no seguimos la iglesia mundana, sino que disfrutamos al Señor en la vida de iglesia apropiada, seremos transformados en piedras para el edificio de Dios. Hoy existen millones de cristianos, pero es difícil verlos edificados juntamente con otros. La razón por la cual no somos edificados con otros es que tenemos nuestros propios rasgos peculiares. Es por eso que hay tantas separaciones y divorcios entre los matrimonios. El esposo y la esposa no pueden ser edificados juntos por causa de sus rasgos peculiares.
De igual manera, no podemos ser edificados juntos en la vida de iglesia debido a nuestras peculiaridades. Todos tenemos nuestros rasgos particulares y peculiares. Por eso necesitamos ser transformados. Nos ayudaría mucho cantar con nuestro corazón y con nuestro espíritu el siguiente himno (Himnos #323) acerca de la transformación.
Dios desea conformarnos, Al amado Redentor; Por Su Espíritu lo cumple Con poder transformador.
Nos transforme a Tu imagen, Tu Espíritu Señor; Nos sature por completo Voluntad, mente, emoción.
Dios nos ha regenerado Nuestro espíritu avivó; Esta vida llega al alma, Para obrar transformación.
Del espíritu se extiende, Para el alma transformar; Cada parte El renueva, Hasta todas controlar.
Por Su Espíritu de vida Nos transforma con poder De Su gloria a Su gloria, Como El hemos de ser.
Nos transforma y santifica, Hasta que haya madurez; Posee el alma, la transforma, Hasta Su estatura ver.
Necesitamos esta transformación. Entonces ya no seremos naturales, y podremos ser edificados juntamente. Dios desea obtener una casa, no pedazos individuales de materiales. El quiere que todas las piezas individuales de material sean edificadas juntas para ser Su casa, para ser Su Cuerpo. Por lo tanto, hoy, nuestra urgente necesidad es ser transformados.
El Señor prometió a los vencedores que había en Pérgamo dos cosas: primero, el maná escondido para su sustento y abastecimiento, y segundo, una piedrecita blanca, lo cual indica que ellos serán el material para el edificio de Dios. En nuestro ser natural no somos piedras, sino barro. Pero ya que hemos recibido la vida divina con su naturaleza divina por medio de la regeneración, podemos ser transformados en piedras, incluso piedras preciosas (1 Co. 3:12), al disfrutar a Cristo como nuestro suministro de vida (2 Co. 3:18).
Cuando Simón vino al Señor, el Señor inmediatamente le cambió su nombre por Pedro, que significa piedra (Jn. 1:42). En los cuatro Evangelios vemos que Pedro fue un caso difícil entre todos los discípulos. El era muy peculiar; no obstante, el Señor trató con él para transformarlo. Ya de edad avanzada dijo en su primera epístola que somos llamados a ser piedras vivas para ser edificados como un sacerdocio corporativo, es decir, como un edificio corporativo, la casa espiritual de Dios (1 P. 2:5). Esto es lo que Dios desea.
Hoy en día, el Señor nos ha puesto en ciertas circunstancias para que podamos aprender las lecciones de la transformación. En la vida de iglesia no debemos tener ninguna preferencia ni debemos tratar de iniciar ningún cambio. Debemos permanecer donde estemos para sufrir gozosamente a fin de poder ser transformados. Entonces, ya no seremos hombres de barro, sino piedras, piedras blancas. La blancura indica justificación y aprobación de parte del Señor, y también indica complacencia para con nosotros. Cuando somos transformados, podemos ser edificados de una manera apropiada y adecuada juntamente con otros. Esto es lo que nos muestra la epístola a la iglesia en Pérgamo.
Lo que el Señor dijo a Pérgamo indica que necesitamos vencer la mundanalidad de una iglesia que está casada con el mundo, donde Satanás administra sobre su trono y mora allí como posesión suya (Ap. 2:13). Vencer esa mundanalidad es asirnos del nombre del Señor y no negar la fe con respecto al Señor (v. 13). Si somos fieles y vencemos, el Señor nos dará a comer del maná escondido (Cristo como nuestra nutrición particular), y nos dará una piedrecita blanca (para la edificación en el Cuerpo de Cristo), con un nombre nuevo escrito (según nuestras nuevas experiencias específicas de Cristo), el cual nadie conoce excepto el que lo recibe (v. 17). La obra de Dios de edificar la iglesia depende de nuestra transformación, y ésta a su vez es resultado del disfrute que tenemos de Cristo como el maná escondido, como nuestro suministro de vida.
Ahora llegamos a la iglesia en Sardis. La iglesia en Sardis representa a las iglesias protestantes de hoy. El Señor dijo que los que estaban en Sardis tenían nombre de que estaban vivos, pero en realidad estaban muertos; estaban muertos y moribundos (Ap. 3:1-2). Esto indica que, por un lado, ellos habían muerto, pero por otro, su muerte no había concluido. Esta es la situación de las iglesias protestantes de hoy.
Hace unos dos años, varios líderes de las denominaciones de los Estados Unidos consideraron la proposición de evangelizar todo el mundo. Sin embargo, concluyeron que no podían hacerlo porque no tenían la mano de obra, el personal, para hacerlo. Según estadísticas recientes, hay aproximadamente sesenta y cinco millones de creyentes protestantes en los Estados Unidos, esto es más de una cuarta parte de toda la población. Aunque las iglesias protestantes tienen sesenta y cinco millones de cristianos, ellos dicen que no tienen mano de obra suficiente. Esto se debe a que en el cristianismo de hoy no existe el desarrollo en vida de los dones de los santos, y en vez de eso la función de los miembros del Cuerpo de Cristo ha sido anulada, ha sido aniquilada.
En una denominación grande, sólo el pastor y sus pocos ayudantes son activos. Todos los demás miembros son considerados laicos. Ellos están ocupados en sus quehaceres toda la semana, así que el fin de semana les gusta ir al servicio matutino el día del Señor para descansar. Todos ellos están acostumbrados a ir el día del Señor a oír a un orador elocuente, atrayente y lleno de conocimiento. Piensan que esto es razonable. Sin embargo, esta práctica acaba con las funciones espirituales de todos los asistentes. Por esto, el Señor nos ha guiado en años recientes a promover la función de todos los santos de profetizar (1 Co. 14:3), hablar por el Señor.
Según lo que Dios ha ordenado, la práctica de la vida de iglesia no consiste en que un hombre hable y que los demás escuchen. La práctica de la iglesia es lo que Pablo enseña en 1 Corintios 14. En ese capítulo dice que todos podemos profetizar uno por uno (v. 31). Debemos orar para que el Señor desarrolle nuestra capacidad y habilidad de hablar por El. Todos debemos ser miembros vivientes de Cristo, aquellos que procuran hablar por el Señor y proclamar al Señor de una manera viviente en las reuniones de la iglesia, para edificar la iglesia, el Cuerpo de Cristo (v. 4b). De ninguna manera debemos estar muertos ni moribundos. Tal vez no seamos capaces de dar un mensaje largo, pero por lo menos podemos hablar por el Señor tres minutos. Debemos procurar sobresalir para la edificación de la iglesia (v. 12).
La práctica de hoy de que un hombre hable y el resto escuche hace que la iglesia no sólo esté dormida, sino también muerta y moribunda. En el cristianismo de hoy sólo una minoría trabaja; los demás están muertos y moribundos. Necesitamos practicar las reuniones de la iglesia según lo revelado en 1 Corintios 14. El versículo 1 dice: “Seguid el amor; y anhelad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis”. Algunos opositores han dicho que 1 Corintios 14 no fue escrita para todos los santos sino para un grupo de profetas. No obstante, el versículo 1 nos muestra que este capítulo fue escrito a todos los santos. Todos tenemos que seguir el amor, todos debemos anhelar los dones espirituales y todos debemos tener un deseo especial de profetizar.
Si no hablamos por el Señor, esto será una pérdida para nosotros mismos, para la iglesia y para los intereses del Señor sobre esta tierra. Cuanto más hablemos, más tendremos que hablar, y más recibiremos para compartir. Cuando hablemos en una reunión, esa reunión será maravillosa para nosotros. La reunión fue buena para nosotros porque nosotros hablamos. Pero si no hablamos en la reunión, esa reunión será una reunión pobre. La reunión fue pobre para nosotros porque no hablamos. Cuando profetizamos nos edificamos a nosotros mismos, perfeccionamos a otros y edificamos el Cuerpo de Cristo. Si se reúnen cien santos el día del Señor, y treinta ejercitan su espíritu para hablar por el Señor, esta reunión será muy refrescante y viviente. Esta clase de profecía hará que la iglesia sea viviente en todo aspecto por medio de cada miembro.
En los últimos siete años y medio, hemos recalcado que necesitamos seguir la manera ordenada por Dios. Necesitamos empezar a practicar el sacerdocio neotestamentario del evangelio, predicando el evangelio al visitar a otros regularmente para que sean salvos. Así siempre tendremos nuevos bautizados en la vida de iglesia. Si practicamos el sacerdocio del evangelio, toda la iglesia será activa y viviente.
Después todos tenemos que tomar la carga de alimentar a los nuevos, es decir, de nutrir a los recién nacidos en Cristo. Si laboramos en el Señor de acuerdo con lo que El ha ordenado, no tendremos tiempo para chismear. No debemos ser el “centro de información” de la vida de iglesia. Más bien, debemos hablar por el Señor compartiendo el evangelio con los pecadores, compartiendo la palabra nutritiva con los nuevos, hablando para perfeccionar a los santos y hablando para edificar el Cuerpo de Cristo.
Sin duda no queremos estar en la condición de la iglesia en Sardis. Queremos estar llenos de vida y ser activos en predicar el evangelio, en nutrir a los nuevos, en perfeccionar a los santos y en profetizar para edificar el Cuerpo de Cristo. Necesitamos a los nuevos en la vida de iglesia. Necesitamos nutrir a los nuevos hasta que ellos lleguen a ser fruto que permanezca en la vida de iglesia. Además, debemos hablar en las reuniones para establecer un patrón que sigan todos los nuevos. Los niños aprenden a hablar por conducto de sus padres. La iglesia debe ser igual. Entonces, de generación en generación, todos los nuevos crecerán y serán perfeccionados para hacer la obra de los apóstoles, profetas, evangelistas y pastores y maestros (Ef. 4:11-12). Esto hará que la iglesia esté llena de vida, sea activa y labore de acuerdo con el deseo del Señor.
Hemos visto, pues, que necesitamos vencer la persecución, vencer la mundanalidad al ser transformados, y vencer la muerte espiritual al ser vivientes. Debemos estar preparados para sufrir cualquier clase de persecución. También nuestro destino es crecer para que podamos ser transformados a fin de ser edificados. Además, tenemos que ser vivientes. Cuando cantemos, debemos cantar de una manera viviente. Cuando oremos, debemos orar de una manera viviente. Cuando prediquemos el evangelio, debemos predicarlo de una manera viviente. Todas las cosas que hagamos en la vida de iglesia deben estar llenas de vida.
Espero ver esta escena en la vida de iglesia. Cuando vengamos a las reuniones de la iglesia, no debemos esperar que los ancianos empiecen la reunión. Cualquiera puede comenzar la reunión. Podemos empezar la reunión cantando un himno u orando. Esto demuestra que la iglesia es viviente. Si estamos esperando que los líderes den inicio a la reunión, esto muestra que la iglesia está dormida, muerta y moribunda. En verdad, la reunión debe empezar en nuestros hogares. Mientras cenamos, podemos cantar un himno juntos, orar y tener comunión unos con otros. Después mientras estamos en camino a la reunión, debemos continuar ejercitando nuestro espíritu cantando al Señor, orando y alabándole. Cuando llegamos a las reuniones de la iglesia en estas condiciones, ello será una evidente señal de que la iglesia está llena de vida. No estamos muertos, sino que estamos en resurrección, y hablamos por el Señor de una manera viva para edificar Su Cuerpo orgánico.