
Lectura bíblica: Ap. 3:7, 8b, 10-13, 14-21; 2:20; 3:2; 1 P. 1:7 Ex. 25:11; Ap. 1:20; 21:18; 1 Jn. 2:27; 1 Co. 15:45; Ef. 3:8; Ap. 20:4, 6
Al leer las epístolas del Señor a las iglesias en Apocalipsis 2 y 3, vemos lo que necesitamos vencer. La epístola a Efeso nos muestra que necesitamos vencer aquello de abandonar a Cristo como nuestro primer amor, para poder comerle como árbol de la vida, a fin de ser el candelero que brilla con la luz divina corporativamente (2:4-5, 7). La epístola a Esmirna nos muestra que necesitamos vencer la persecución, la cual comprende tribulación, pobreza, pruebas, cárceles y calumnias de parte de la religión tergiversada de Satanás (2:9-10a). Además, tenemos que vencer la mundanalidad de Pérgamo para poder comer al Señor Jesús como el maná escondido para nuestro nutrimiento, nuestro suministro y nuestro sustento, a fin de llegar a ser piedrecitas blancas, lo cual significa que somos justificados y aprobados por el Señor para Su edificio divino (2:13, 17b). En lugar de ser mundanos, necesitamos llegar a ser aquellos que disfrutan y comen al Señor Jesús de una manera específica y secreta. Esto hará de nosotros materiales preciosos para Su edificio. Para participar en Su edificio divino, tenemos que ser rescatados y librados de la mundanalidad.
También hemos visto que necesitamos vencer la muerte espiritual de Sardis (3:1-2). El punto crucial con respecto a quienes están en la iglesia en Sardis es que ellos están muertos y moribundos. Aunque tienen nombre de que viven, realmente están muertos. Para vencer la muerte espiritual necesitamos ser vigilantes y establecer las cosas de la vida, las cuales están a punto de morir. Debemos vencer para no ser contaminados con la mancha de la muerte espiritual (vs. 2, 4).
También hemos visto que necesitamos vencer las tres religiones tergiversadas: el judaísmo, del cual se dice que es “la sinagoga de Satanás”; el catolicismo, el cual se ve en la iglesia en Tiatira; y el protestantismo, el cual se ve principalmente en la iglesia en Sardis. Podemos vencer estos tres “ismos” si le damos la preeminencia a Cristo. Debemos decirle al Señor que al tratar nosotros con estos “ismos”, queremos darle a El la preeminencia. Debemos darle la preeminencia en todo, en las cosas pequeñas y en las cosas grandes. En Apocalipsis 2 y 3, el Señor nos llama para que seamos vencedores. El asunto de vencer en estos dos capítulos no es principalmente vencer en nuestra vida diaria sino principalmente vencer las grandes cosas con respecto a las religiones tergiversadas. Debemos ser aquellos que vencen el cristianismo degradado.
En este capítulo hemos de ver que necesitamos vencer la tendencia a no guardar la palabra del Señor, la corriente de negar el nombre del Señor, y la tibieza en el testimonio del Señor.
La iglesia ha estado en este mundo por más de diecinueve siglos. En el día de Pentecostés tres mil personas fueron salvas y bautizadas, y esto dio inicio a la vida de iglesia (Hch. 2:41). Todos ellos recibieron el derramamiento del Espíritu Santo. Luego empezaron a reunirse en sus casas, y perseveraban en la comunión y en la enseñanza de los apóstoles (v. 42). La enseñanza de los apóstoles es la palabra del Señor. Ellos perseveraban día y noche en dos cosas: la comunión y la enseñanza de los apóstoles. Sin duda, eran muy estrictos en guardar la palabra de Dios.
Eso fue maravilloso; no obstante, desde ese día, esa clase de esmero estricto por guardar la palabra de Dios se debilitó. ¿Cuántos cristianos en estos días guardan la palabra de Dios estricta, continua y diariamente? Es difícil encontrar a alguien que guarde la palabra del Señor de esta manera. Entre los cristianos de estos días hay una tendencia a no guardar la palabra del Señor. Tienen la Biblia; sin embargo, ésta permanece, en la mayoría de los casos, en los libreros. Muchos de ellos ni siquiera llevan consigo su Biblia cuando van al culto dominical.
En el catolicismo la palabra del Señor es hecha a un lado y, como si fuera poco, cerrada con llave. Los que están en el catolicismo sostienen que los llamados laicos no están calificados ni tienen la capacidad para entender la Palabra santa. Así que, ellos piensan que deben dejar que el papa, los cardenales, los arzobispos, los obispos y los sacerdotes estudien la Biblia, la entiendan y la interpreten. A ellos no les preocupa lo que la Biblia diga, sino lo que el papa diga, lo que su iglesia diga. De acuerdo con Apocalipsis 2:20, ellos guardan la herejía de la enseñanza de la profetisa Jezabel, quien tipifica a la Iglesia Católica de hoy, y es la mujer mencionada en Mateo 13:33, la cual leudó toda la enseñanza acerca de Cristo. Esta es la actitud del catolicismo hacia la palabra de Dios.
En el protestantismo la palabra de Dios está abierta; sin embargo, no se guarda con absoluta entrega (Ap. 3:2). Desde el tiempo de Martín Lutero, la Biblia fue liberada; sin embargo, no fue abierta al entendimiento de las personas. Hoy en día, no se guarda de una manera absoluta. Es muy escaso encontrar un cristiano que tema y tiemble al tratar con la Palabra de Dios.
Muchas veces algunos cristianos dicen: “Yo sé lo que dice la Biblia, pero...”. Siempre hay un “pero” en su actitud hacia la Palabra de Dios. Nosotros no debemos decir “pero” a la Palabra de Dios. Eso es una gran ofensa para el Señor. El Señor dice: “Niégate a ti mismo” (Mt. 16:24). Nosotros decimos: “Pero yo no puedo hacerlo”. El Señor dice: “Amaos los unos a los otros” (Jn. 13:34). Nosotros decimos: “Señor Jesús, quiero amar a todos Tus creyentes, pero algunos de ellos no son muy agradables”. Necesitamos ser corregidos por el Espíritu y no decir “pero” al Señor. En lugar de eso debemos decir: “Sí, Señor”.
Tenemos un himno en nuestro himnario que dice: “Para el Mi palabra al enemigo es: ‘No’, Mas al Padre digo: ‘Amen’” (Himnos, #396). Tenemos que aprender a decir todo el tiempo “sí” al Padre y “no” al diablo. Pero a menudo nuestra experiencia es lo opuesto. Decimos “no” al Padre y “sí” a Satanás. Cuando las hermanas ven en el periódico algo que está de venta, hay una lucha dentro de ellas. Algo dentro de ellas las impulsa a ir a comprarlo, pero algo por dentro les dice que no vayan. Por lo tanto, ellas tienen que decidir qué decir. ¿Dirán “no” a Satanás y “sí” al Padre? Ellas quizás digan: “Señor, te pido que me des la libertad de ir esta vez. No lo volveré a hacer”. Todos tenemos esta misma “enfermedad”. Leemos la Biblia, pero ¿guardamos lo que la Biblia dice? Debemos ser aquéllos que guarden la palabra del Señor con absoluta entrega.
En el recobro la palabra del Señor es guardada con una entrega absoluta, a pesar de la “poca fuerza” que tenemos (Ap. 3:8b). El Señor alabó a la iglesia en Filadelfia diciendo que ellos guardaron Su palabra a pesar de la poca fuerza que tenían. Hoy, sobre esta tierra es difícil encontrar a alguien que sea fiel a la palabra de Dios cada día, menos aún cada momento. Hoy tenemos que vencer la corriente de no guardar la palabra del Señor.
En el recobro, la palabra del Señor es guardada con una entrega absoluta. Si no guardamos la palabra del Señor de una manera absoluta, no estamos en el recobro. Tenemos que guardar la palabra del Señor, a pesar de la “poca fuerza” que tengamos. Debemos guardar la palabra del Señor tanto como podamos. Por medio de la Biblia y por mi experiencia he aprendido que el Señor es justo. El Señor nunca “exige demasiado” de nosotros. El nunca nos pedirá algo que nosotros no podamos. Debemos tener paz, y decirle siempre “sí”.
He aprendido la lección de decir siempre “sí” al Señor, no obstante, después de que digo “sí”, digo: “Señor, quiero guardar Tu palabra, pero Tú sabes que soy débil”. El Señor entonces me reprende: “No me digas que eres débil. Sé que eres débil, pero Yo soy Tu gracia, y Mi gracia es suficiente para que tú guardes Mi palabra”. Necesitamos volvernos por completo a la palabra del Señor, y guardarla con una entrega absoluta por medio del Señor quien es nuestra gracia suficiente.
Hoy en día hay una fuerte tendencia a no guardar la palabra del Señor, y también hay una marcada corriente a negar el nombre del Señor. Hoy las iglesias protestantes han tomado muchos nombres que no son el nombre del Señor Jesucristo.
La palabra del Señor es la expresión del Señor, y el nombre denota Su persona. La iglesia recobrada no sólo ha vuelto de una manera plena a la palabra del Señor, sino que también ha abandonado todos los nombres que no sean el nombre del Señor Jesucristo.
En el protestantismo hay una fuerte corriente de negar el nombre del Señor al reemplazarlo con muchos otros nombres, tales como Luterano, Metodista, Bautista, Presbiteriano, etc. Muchos cristianos dicen que van a la Iglesia Luterana, a la Iglesia Metodista o a la Iglesia Presbiteriana. También existe la Iglesia Episcopal, la Iglesia Anglicana y la Iglesia de Inglaterra. La palabra episcopal proviene de la palabra latina episcopus, que significa “obispo”. La Iglesia de Inglaterra es la iglesia estatal bajo el gobierno de obispos.
Podemos ver que el protestantismo ha reemplazado el nombre único de Cristo con muchos otros nombres. Hoy es muy fácil que la gente establezca una iglesia y le dé un nombre. Hay muchas iglesias chinas en California con muchos nombres diferentes al nombre de Cristo. Una denominación dice llamarse la Iglesia Presbiteriana de Taiwán. Otra se llama la Iglesia Evangélica de Taiwán. Denominar a la iglesia con cualquier otro nombre que no sea el del Señor es cometer fornicación espiritual. La iglesia, como una virgen pura desposada con Cristo (2 Co. 11:2), no debe tener otro nombre que no sea el de su Esposo. Todos los otros nombres son una abominación a los ojos de Dios.
Es un asunto serio que una mujer tome otro apellido diferente al de su esposo. Si una mujer está casada con el Sr. Jones, ella no debe decir que es la Sra. Smith. Cuando los creyentes se designan a sí mismos con otro nombre que no es el de Cristo, muestran que están tomando como esposo a alguien o algo que no es Cristo. Si la Sra. Jones dice ser la Sra. Smith, esto significa que ella tiene dos maridos. La iglesia es una virgen pura desposada con Cristo, así que la iglesia es la esposa de Cristo, y Cristo es el Marido. Una esposa debe tener un solo esposo, y el apellido de su esposo llega a ser su apellido. Desde el día de su boda, ella pertenece a su marido, y su apellido debe ser el apellido de su esposo. No obstante, hoy las llamadas iglesias usan otros nombres que reemplazan a Cristo. Esto es un gran insulto para Cristo.
Al principio del siglo diecinueve, algunos hermanos de Inglaterra fueron levantados por el Señor y abandonaron todos esos nombres divisivos. Ellos guardaron un solo nombre, o sea el nombre del Señor Jesucristo. Con el tiempo, otros no supieron cómo denominarlos, así que los llamaron “Los Hermanos”. Esto se debió a que ellos decían ser “hermanos”.
Cuando fuimos establecidos por el Señor en China, nos dimos cuenta de que no debíamos denominarnos con ningún nombre. Una denominación es un grupo de cristianos que se han denominado con cierto nombre, como por ejemplo, Luterano, Wesleyano, Anglicano, Presbiteriano, Bautista, etc. Ellos no se dan cuenta de que esto es un insulto para Cristo. Hablando con propiedad, eso es fornicación espiritual. Si el nombre de nuestro Esposo es Cristo, y tomamos el nombre de Luterano, eso significa que estamos tomando otro marido.
Además, los muchos nombres que ha tomado el protestantismo de hoy claramente implican divisiones. La iglesia recobrada sólo tiene el nombre del Señor Jesucristo. Todo grupo que toma un nombre que no es el de Cristo es una división. Cristo es único y no está dividido; sin embargo, todos los diferentes nombres son muy divisivos. En 1 Corintios Pablo dijo: “Cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Está dividido Cristo?” (1:12-13a). Esto es exactamente lo mismo que decir: “Yo soy Luterano”, “yo soy Wesleyano”, “yo soy Presbiteriano”, “yo soy Episcopal”, etc. Tales designaciones deben ser condenadas y rechazadas. Además, decir: “Soy de Cristo” en una forma que excluya a los apóstoles y sus enseñanzas o a otros creyentes; es tan divisivo como decir “soy de” esto o aquello. Las divisiones sólo pueden ser eliminadas y terminadas al tomar a Cristo como el único centro entre todos los creyentes. El hermano Watchman Nee en su libro titulado Pláticas adicionales sobre la vida de la iglesia dijo que es posible que quienes están en las denominaciones digan que se aman unos a otros, pero ellos “se dan la mano sobre las cercas” de sus denominaciones (véanse las págs. 96-108). Debemos vencer y derribar todas las “cercas” para poder tener comunión en el Cuerpo de Cristo en unidad.
En el recobro el nombre del Señor Jesucristo es único e irreemplazable. La iglesia en el recobro del Señor no toma nombre alguno; simplemente somos la iglesia. La luna es simplemente la luna. No es designada con ningún otro nombre. La iglesia no debe ser designada. Si le damos un nombre a la iglesia, ésta llega a ser una denominación, una división. Las denominaciones parten el Cuerpo de Cristo en pedazos. Cualquier nombre de cualquier denominación es algo divisivo y maligno. Necesitamos vencer la corriente de negar el nombre del Señor. Tomar otro nombre que no sea el de Cristo es abominable a los ojos de Dios porque es una fornicación espiritual.
Ahora queremos ver la recompensa por guardar la palabra del Señor y no negar el nombre del Señor.
La primera recompensa para los vencedores es que son guardados de la hora de la prueba, la cual está por venir sobre todos los habitantes de la tierra, para probar a los que moran sobre la tierra (Ap. 3:10). Aquí la palabra prueba denota sin duda la gran tribulación (Mt. 24:21), la cual está por venir sobre toda la tierra habitada. El Señor Jesús prometió a los vencedores de Filadelfia que antes de que la tribulación comenzara, El se los llevaría. Esto indica que los santos que guarden la palabra del Señor y no nieguen el nombre del Señor serán arrebatados antes de la gran tribulación. Esta es una gran promesa y una gran recompensa.
Los vencedores recibirán la corona (Ap. 3:11), lo cual indica su victoria y autoridad. En el Nuevo Testamento una corona siempre denota un premio adicional a la salvación (Ap. 2:10; 3:11; Jac. 1:12; 2 Ti. 4:8; 1 P. 5:4; 1 Co. 9:25).
Los vencedores que guarden la palabra del Señor y no nieguen Su nombre serán columnas (para el edificio de Dios) en el templo de Dios, sobre los cuales están escritos el nombre de Dios, el nombre de la ciudad de Dios, la Nueva Jerusalén, y el nombre nuevo de Cristo (Ap. 3:12). En Apocalipsis 2:17 el que venza será transformado en una piedrecita para el edificio de Dios. En 3:12 el que venza llegará a ser una columna edificada en el templo de Dios. Ya que él es edificado en el edificio de Dios, no saldrá nunca más de allí. Esta promesa, un galardón para el que venza, se cumplirá en el reino milenario.
La columna en el templo de Dios llevará el nombre de Dios, el nombre de la Nueva Jerusalén, y también el nombre nuevo de Cristo. Esto indica que el que venza será poseído por Dios y será uno con El, con la Nueva Jerusalén y con Cristo. Esto también indica que el que venza pertenece a estos tres nombres. Cuando alguien compra una Biblia nueva, quizá escriba su nombre en ella. Su nombre indica que esa Biblia le pertenece. Los vencedores serán la posesión de Dios, la posesión de Cristo y la posesión de la Nueva Jerusalén. Ellos en realidad son parte de la Nueva Jerusalén, así que, llevan el nombre de la Nueva Jerusalén.
Los vencedores llevan el nombre nuevo de Cristo. Esto no significa que Cristo tiene un nombre nuevo. Significa que Cristo será experimentado por estos vencedores de una manera nueva. Así que, el Cristo que experimentan es nuevo para ellos. Si decidimos tomar el camino de vencer, experimentaremos a Cristo en una manera nueva, y Cristo llegará a ser nuevo para nosotros. Nuestro Dueño será Dios, la Nueva Jerusalén y el nuevo Cristo.
Para muchos de nosotros Cristo es viejo y no nuevo. Al principio de nuestra vida cristiana, Cristo era nuevo para nosotros; sin embargo, gradualmente ese Cristo se nos ha envejecido. Tenemos a Cristo, pero ¿es nuevo para nosotros? En su mayor parte nuestra experiencia de Cristo es muy vieja. Es posible que la experiencia que tenemos de El sea la misma de hace diez años. El es viejo para nosotros. Pero si tomamos la decisión de ser un vencedor en esta era, tendremos el sentir de que Cristo es muy fresco y nuevo. Le disfrutaremos como las misericordias nuevas de Dios que nos refrescan cada mañana (Lm. 3:22-23).
Así que, todos los que vencen la tendencia de no guardar la palabra del Señor y la corriente de negar Su nombre serán arrebatados antes de la gran tribulación, recibirán la corona, y serán hechas columnas en el edificio de Dios, teniendo el nombre de Dios, el nombre de la Nueva Jerusalén y el nombre nuevo de Cristo.
También debemos vencer la tibieza que haya en el testimonio del Señor (Ap. 3:15-16; 12:17b). Ser tibio es no ser ni caliente ni frío.
Para vencer la tibieza, tenemos que aborrecer y odiar nuestro orgullo. Es posible que seamos muy orgullosos y estemos contentos con nuestra situación actual. También tenemos que odiar y aborrecer la jactancia de ser ricos y prósperos en el vano conocimiento doctrinal (Ap. 3:17a). Es posible que hayamos estado en el recobro por muchos años, y durante ese tiempo pensemos que hemos acumulado muchas verdades. Tal vez creamos que somos prósperos; sin embargo, sólo somos prósperos en el conocimiento vano de la doctrina. Es posible conocer las doctrinas sin tener la perspicacia espiritual de comprender la realidad genuina de la economía de Dios. Tenemos que odiar esto porque tal conocimiento es vano y carece de significado.
A fin de vencer la tibieza, también tenemos que estar conscientes de nuestra condición espiritual. Según Apocalipsis 3:17, los que estaban en Laodicea eran desventurados (debido a su orgullo y jactancia en la vanidad), miserables (por su pobreza, desnudez y ceguera), pobres (en la experiencia de Cristo y en la realidad de la economía de Dios), ciegos (sin perspicacia espiritual para las cosas espirituales genuinas), y desnudos (sin la cobertura de Cristo como la justicia subjetiva). Necesitamos comprender nuestra condición espiritual y tener un nuevo comienzo en nuestra vida espiritual.
Al comprar se requiere el pago de un precio. La iglesia recobrada degradada debe pagar un precio por el oro, las vestiduras blancas y el colirio, que ella necesita desesperadamente (Ap. 3:18).
Necesitamos comprar oro refinado, el cual representa la fe viva (1 P. 1:7) para obtener al Dios Triuno corporificado en Cristo como oro puro (Ex. 25:11), a fin de ser el candelero de oro puro (Ap. 1:20) para la edificación de la Nueva Jerusalén de oro (Ap. 21:18) y así seremos verdaderamente ricos. Nuestra fe viva es oro, y Cristo, la corporificación de Dios también es oro. En realidad, nuestra fe y Cristo son uno, por eso son el mismo oro.
En el Nuevo Testamento nuestra fe, la fe viva, es una persona, y esa persona es Cristo. Por eso tenemos que buscarlo, orar a El, tener comunión con El y leer Su Palabra. Cuanto más leamos Su Palabra y más la escuchemos, más el Cristo viviente nos será internamente revelado, y el Cristo interno será espontáneamente fe para nosotros. La fe no es una mera acción, sino una persona viva que mora en nosotros y actúa en nosotros. La fe viva, la cual es Cristo mismo, es el oro que tenemos que comprar.
También necesitamos comprar vestiduras blancas, las cuales representan al Cristo que vivimos como nuestra justicia subjetiva para cubrir nuestra desnudez. ¿Qué tanto tenemos de Cristo como nuestra justicia subjetiva, la cual es Cristo mismo que vivimos desde nuestro interior? Todos tenemos que confesar nuestra pobreza en este asunto. Necesitamos al Señor mismo que vive en nosotros como nuestras vestiduras blancas y cubre nuestra desnudez.
También necesitamos comprar colirio, que representa al Espíritu vivificante que unge (1 Jn. 2:27; 1 Co. 15:45). Esto tiene como fin que tengamos una vista clara de las cosas divinas y espirituales para que nuestra ceguera espiritual sea sanada. Todos necesitamos pagar el precio por estas tres cosas: el oro refinado, las vestiduras blancas y el colirio.
A fin de vencer la tibieza, debemos abrir nuestro ser al Señor, quien está dejado afuera de la puerta de la iglesia tibia. Apocalipsis 3:20 revela que el Señor está fuera de la iglesia en Laodicea. Así que, El no está dentro de la iglesia en Laodicea sino fuera de ella, y está tocando la puerta. La puerta es la puerta de la iglesia; no obstante, la puerta la abren los creyentes individuales. Al que abra la puerta, el Señor entrará y cenará con él. Debemos tener la seguridad de que cada mañana nuestra puerta sea abierta ampliamente para que el Señor entre a cenar y a festejar con nosotros.
Los vencedores serán recompensados por Cristo. Ellos cenarán con el Señor, lo cual representa el disfrute rico y pleno de las inescrutables riquezas de Cristo (Ap. 3:20b; Ef. 3:8). Cuando abramos la puerta al Señor, El y nosotros nos tengamos un disfrute mutuo, entonces Su presencia llega a ser nuestra fiesta, y nuestra presencia llega a ser Su fiesta. Por consiguiente, cenamos juntos y tenemos una fiesta. Este es el disfrute pleno y práctico de Cristo en nuestra vida diaria. Cada día debemos tener esta fiesta.
Finalmente, los vencedores participarán de sentarse con Cristo el Rey sobre Su trono para tener comunión, participación, en Su reino como Sus correyes con autoridad para regir a todas las naciones (Ap. 3:21; 20:4, 6).
En esta comunión podemos ver que todos debemos aspirar a ser vencedores. Tenemos que vencer las cosas grandes como las tres religiones tergiversadas, y las cosas pequeñas como nuestra actitud y la manera en que nos vestimos. Cuando un esposo se enoja con su esposa, en ese momento deja de ser un vencedor, y viene a ser un fracaso en su vida diaria. Día tras día tenemos que vencer en todas las cosas pequeñas.
No debemos decir “no” al Señor y “sí” a Satanás. Siempre debemos decir “sí” al Señor y “no” a Satanás. Debemos decir “no” a todos los “ismos”. Debemos decir “no” a las denominaciones, “no” a la exaltación de cualquier nombre que no sea el nombre único de Cristo. Que un cristiano tome otro nombre además del nombre de Cristo es una vergüenza y un insulto a Cristo. Debemos tomar la decisión irrevocable de seguir el camino del Señor, el camino de ser un vencedor. Debemos vencer la tendencia a no guardar la palabra del Señor, la corriente de negar el nombre del Señor y la tibieza en cuanto al testimonio del Señor.