
Lectura bíblica: 8, Fil. 3:12-14; Jn. 10:30; Hch. 10:38c; Jn. 8:29; 16:32; 1 P. 2:23b; Lc. 23:46; Jn. 14:30b; Mt. 3:13—4:11; 6:5, 16; 17:21; Hch. 13:2-3
En este mensaje quisiéramos continuar nuestra comunión acerca del vivir del Dios-hombre, viéndole como hombre de oración.
El Señor fue un hombre de oración. No vivió como un hombre común que hacía oraciones comunes a Dios, ni como un hombre supuestamente piadoso o devoto que ora a Dios de una forma religiosa, ni como un hombre que busca a Dios orando a El procurándose logros y obtenciones divinos. Ni siquiera vivió como un simple hombre que busca a Cristo orando con desesperación para obtenerle en Su excelencia (8, Fil. 3:12-14). No, El era un hombre en la carne, que oraba al Dios misterioso en la esfera divina y mística. Los evangelios nos dicen que a menudo iba a las montañas o se retiraba a un lugar privado para orar (Mt. 14:23; Mr 1:35; Lc. 5:16; 6:12; 9:28).
Según lo que hemos aprendido, es posible buscar a Cristo, orando con desesperación para ganar más de El en Su excelencia, pero esto no es el modelo puro del hombre de oración revelado en los evangelios. Cuando buscamos a Cristo, pensamos que somos muy especiales y espirituales. Pero al describir el primer Dios-hombre como hombre de oración, evité usar la palabra espiritual. En lugar de eso, usé las palabras divino y místico. Lo divino depende de Dios, lo místico del hombre. Por un lado, Jesús era un hombre en la carne, pero oró al Dios misterioso en la manera divina y mística y en esa misma esfera.
El era un hombre de oración y era uno con Dios (Jn. 10:30). Podemos buscar a Cristo, orando con desesperación para ganar más de El, pero es posible que no seamos uno con Dios. También El era un hombre que vivía en la presencia de Dios sin cesar (Hch. 10:38c; Jn. 8:29; 16:32). Nos dijo que nunca estaba solo, pues el Padre siempre estaba con El. Cada momento El veía la cara del Padre. Podemos buscar a Cristo, y al mismo tiempo no vivir en la presencia de Dios de manera tan íntima, continua ni incesante. El también confiaba en Dios y no en Sí mismo, en cualquier padecimiento y persecución. En 1 Pedro 2:23b se dice que cuando padecía no amenazaba, sino que encomendaba todo al que juzga justamente. Dice en Lucas 23:46 que mientras moría en la cruz, oraba: “Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu”. En nuestra vida diaria, ¿realmente confiamos en Dios cuando vienen los problemas? Tal vez lo hagamos hasta cierto punto, pero no por completo.
En Juan 14:30 el Señor dijo: “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en Mí”. Esto significa que en el Señor Jesús, Satanás, como príncipe del mundo, no tenía ninguna base, ni oportunidad, ni esperanza ni posibilidad de nada. Si hemos sido iluminados, confesaremos que Satanás tiene mucho en nosotros. Tiene base, oportunidad, esperanza y posibilidad en muchas cosas. Pero aquí tenemos un hombre de oración que dijo que Satanás, el príncipe del mundo, no tenía nada en El. Esta es una frase muy especial en toda la Biblia. Así que, Cristo era un hombre de oración; tal hombre es uno con Dios, vive constantemente en Su presencia, confía en Dios en padecimiento y persecución, y en Él Satanás no tiene nada.
Todas las oraciones del Señor son hechos divinos. Tenemos que preguntarnos si nuestras oraciones son hechos divinos. Tal vez una mujer pida al Señor que cuide de su familia porque su esposo ha perdido el trabajo. Esta oración no es divina. En lugar de eso, debe orar: “Señor, como ama de casa, te alabo y te doy gracias porque nosotros estamos en Tus manos. Confiamos en Ti en estas circunstancias”. Esta es una oración divina. Si oramos: “Señor, hoy necesitamos más personas que puedan ir a Moscú”, ésta no es una oración divina. En lugar de eso, debemos orar: “Señor, te agradecemos que ahora estás extendiendo Tu recobro a Rusia. Señor, éste es el mover Tuyo”. Esta es una oración divina.
Cuando examinamos la oración del Señor en Juan 17, podemos ver lo que es la oración divina. Podemos orar con respecto a nuestra necesidad, pero debemos hacerlo de manera divina. Debemos hacer oraciones divinas, y no oraciones humanas. Todas las oraciones de Cristo fueron hechos divinos en Su vida humana mística. Aunque nosotros somos humanos, la gente debe percibir que hay algo místico en nosotros. Nuestros compañeros de clase, nuestros colegas o nuestros amigos deben percibir que hay algo en nosotros que no pueden entender. Esto se debe a que somos misteriosos y místicos. Aquel que hizo la oración que consta en Juan 17 fue Jesús de Nazaret, un hombre en la carne, pero Su oración fue mística.
Una hermana que perdió a su hijo me dijo una vez que no podía entender la razón por la cual cuanto más amaba al Señor, más perdía. Oró: “Señor, ¿no sabes que te amo?” ¿Por qué me quitaste a mi hijo? Esta oración no es solamente humana, sino también carnal. A la luz de esto, debemos examinar nuestras oraciones. Hacemos muchas oraciones humanas y carnales, y no oraciones divinas. Ninguna oración es tan elevada como la del Señor en Juan 17. El oró: “Padre, la hora ha llegado; glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti” (v. 1). La oración de Cristo es divina. Mientras moría en la cruz, oró: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34). Oró al Padre pidiendo perdón para los que le crucificaban. Eso fue divino y místico.
Queremos ver en los evangelios sinópticos los hechos divinos realizados en la vida humana mística del primer Dios-hombre. Después de ser bautizado en el agua y de ser ungido por Dios desde los cielos con la gran comisión de traer el reino de los cielos a la tierra, El fue guiado por el Espíritu al desierto, donde ayunó cuarenta días y cuarenta noches (Mt. 3:13—4:11). El debía haber pensado que la comisión divina que Su Padre le había dado referente al reino de los cielos era una carga grande y crucial para El. Necesitaba buscar el consejo de Su Padre sobre la manera de traer el reino de Su Padre que está en los cielos al linaje caído de Adán sobre la tierra. Según la práctica predominante del ayuno, éste siempre va acompañado de oración (Mt. 6:5, 16; 17:21; Hch. 13:2-3). Pero no se menciona que la oración acompañase el ayuno del primer Dios-hombre, ni en los cuarenta días, ni tampoco en las cuarenta noches. No quedó constancia de la oración que el Señor obviamente debe de haber hecho durante el largo período de Su ayuno. Esto es muy significativo. Creemos que sí hubo oración con este ayuno, pero se mantuvo en secreto como un misterio y es imposible determinar su contenido. Esto indica que la oración del primer Dios-hombre estuvo en la esfera divina y mística.
El modelo del primer Dios-hombre como hombre de oración muestra que debemos hacerlo todo de manera divina. Incluso el amor que tiene el marido por la esposa debe de ser divino y no humano. Cuando compramos un par de zapatos, cuando nos cortamos el pelo, todo lo debemos hacer de manera divina. Una parte muy crucial en la historia del primer Dios-hombre fue Su oración. Todas Sus oraciones eran divinas, pero al mismo tiempo eran ofrecidas en la vida humana, lo cual hacía que esa vida humana fuese mística. Llevó una vida humana mística. Un marido debe amar a su esposa divinamente, no solamente espiritualmente. Así no le amará de manera personal, sino según Dios, y no con su propio amor sino con el de Dios. ¿Cómo podría un hombre en la carne amar a su esposa de manera divina y con el amor divino? Esto es místico. Debemos ser personas que llevan una vida divina y al mismo tiempo mística. Nuestra vida debe ser divina y también humana: no solamente humana, sino místicamente humana. Esto es lo que se revela en la Palabra santa.
Tenemos un concepto de la espiritualidad que nos ciega. Necesitamos ver que no debemos ser solamente espirituales, sino divinos y místicos. Hoy en día cada creyente debe ser una persona divina y mística. Debemos ser divinos y también muy misteriosos. Incluso nuestros amigos íntimos deben percibir que hay algo en nosotros que es misterioso e incomprensible. La clave es que aunque somos humanos, vivimos divinamente. La verdadera espiritualidad debe hacernos divinos. Esto es más elevado.
A veces cuando escuchamos a una hermana joven dar un testimonio, percibimos que lo dicho por ella es divino y también místico. Todo lo relacionado con nuestro vivir debe ser divino y místico. Esto lo vemos en el Señor Jesús. Cuando la gente veía lo que hacía, se maravillaba y decía: “¿De dónde tiene éste esta sabiduría y estas obras poderosas?” (Mt. 13:54-55). Esto se debe a que todo lo que hacía era divino y místico. Dios vivía por medio de El. El fue Dios manifestado en la carne. Esta es un gran misterio. Dice en 1 Timoteo 3:16 que el gran misterio de la piedad es Dios manifestado en la carne. Lo divino se manifiesta de manera humana y mística.
El título Dios-hombre indica claramente que Jesús era un hombre, pero que vivía a Dios. Hoy usted es un Dios-hombre, lo cual significa que usted es un hombre, pero vive a Dios y lo expresa. Usted es un hombre, pero Aquel que vive en usted es Dios. Esto es el significado del título Dios-hombre. El vivir de un Dios-hombre es el de un hombre que vive a Dios.