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Capítulos de libros «La Epístola a Los Hebreos»
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  • La misma palabra griega se traduce lugares santos en He. 8:2. Sin embargo, aquí está en singular y por ende se traduce santuario. El santuario es todo el tabernáculo (Éx. 25:8-9), incluyendo el primer tabernáculo, llamado el Lugar Santo (v. 2), y el segundo tabernáculo, llamado el Lugar Santísimo (v. 3). Véase la nota He. 8:22b.

  • Con respecto al lugar donde estaba el altar del incienso, aparentemente existiría una discrepancia entre el Antiguo y Nuevo Testamento. Éxodo 30:6 dice que el altar del incienso estaba ubicado delante del velo, es decir, por fuera del velo. Esto indica claramente que el altar del incienso estaba puesto en el Lugar Santo, delante del velo, y no en el Lugar Santísimo, detrás del velo. Sin embargo, aquí dice que el Lugar Santísimo tiene el altar del incienso. Por lo tanto, la mayoría de los maestros cristianos y de los lectores de la Biblia han pensado que de alguna manera hubo algún error o problema de redacción. Pero, ése no es el caso. La aparente discrepancia tiene gran significado espiritual, como se muestra en los siguientes puntos:
    1) La crónica del Antiguo Testamento con respecto a la ubicación del altar del incienso implica una relación muy cercana entre el altar del incienso y el Arca del Testimonio, sobre la cual estaba la cubierta expiatoria, donde Dios se reunía con Su pueblo (Éx. 30:6). La crónica incluso dice que el altar del incienso estaba puesto delante del Arca del Testimonio, y ni siquiera menciona el velo de separación que había entre ellos (Éx. 40:5).
    2) En 1 R. 6:22 se nos dice que el “altar [del incienso]…pertenecía al oráculo” (ASV). La palabra hebrea que se traduce oráculo incluye el significado de el lugar donde Dios habla. El oráculo denota el Lugar Santísimo, en el cual estaba el Arca del Testimonio con la cubierta expiatoria, donde Dios hablaba a Su pueblo. Así que, el Antiguo Testamento indicó de antemano que el altar del incienso pertenecía al Lugar Santísimo. (Aunque el altar del incienso estaba en el Lugar Santo, su función tenía que ver con el Arca del Testimonio que estaba en el Lugar Santísimo. En el Día de la Expiación, tanto el altar del incienso como la cubierta expiatoria del Arca del Testimonio eran rociados con la misma sangre de la expiación, Éx. 30:10; Lv. 16:15-16). Por lo tanto, en Éx. 26:35 se nos dice que solamente la mesa del pan de la Presencia y el candelero estaban en el Lugar Santo; no se menciona el altar del incienso.
    3) El altar del incienso está relacionado con la oración (Lc. 1:10-11), y en este libro se nos muestra que orar es entrar en el Lugar Santísimo (He. 10:19) y acercarnos al trono de la gracia, el cual es representado por la cubierta expiatoria que estaba sobre el Arca del Testimonio en el Lugar Santísimo. Muy a menudo nuestra oración comienza en nuestra mente, la cual forma parte de nuestra alma, representada por el Lugar Santo. Sin embargo, nuestra oración siempre nos lleva a nuestro espíritu, representado por el Lugar Santísimo.
    4) Tomando en cuenta todos los puntos anteriores, el escritor de este libro pudo reconocer que el altar del incienso pertenecía al Lugar Santísimo. El v. 4 no dice que hubiera un altar de oro en el Lugar Santísimo, tal como el candelero y la mesa estaban en el Lugar Santo (v. 2). Indica que el Lugar Santísimo tenía un altar de oro, debido a que el altar pertenecía al Lugar Santísimo. Este concepto concuerda con el énfasis que se hace en el libro de Hebreos, es decir, que debemos avanzar del alma (representada por el Lugar Santo) al espíritu (representado por el Lugar Santísimo).

    El altar del incienso pertenece al oráculo, el lugar desde el cual Dios habla, es decir, el Lugar Santísimo. El altar del incienso tipifica a Cristo en Su resurrección, como el incienso placentero y fragante en virtud del cual Dios nos extiende con gusto Su aceptación. Oramos con este Cristo a fin de tener contacto con Dios, para que Él sea complacido y nos hable. Hablamos a Dios en nuestra oración juntamente con Cristo, quien es el incienso aromático, y Dios nos habla en el dulce aroma de este incienso. Éste es el diálogo en la agradable comunión entre nosotros y Dios por medio de Cristo como el incienso aromático.

  • Aquí la palabra griega traducida altar puede ser traducida incensario. No obstante, aquí se refiere al altar del incienso, y no al incensario; pues según el Antiguo Testamento no había incensario en el Lugar Santo ni en el Lugar Santísimo.

  • La disposición del mobiliario del tabernáculo es un cuadro de la experiencia que tenemos de Cristo. En el atrio estaban el altar de bronce y el lavacro de bronce (Éx. 40:29-32). Esto significa que nuestra experiencia de Cristo comienza, en un sentido externo, con Su redención, la cual fue efectuada en la cruz, y con el lavamiento del Espíritu Santo basado en la obra redentora de Cristo. En el Lugar Santo estaban la mesa del pan de la Presencia y el candelero, junto con el altar del incienso ubicado cerca del Lugar Santísimo, enfrente del Arca del Testimonio. La mesa representa la experiencia que tenemos de Cristo como nuestro suministro de vida, y el candelero, la experiencia que tenemos de Cristo como la luz que ilumina. Estas experiencias son internas, en el intelecto y en el entendimiento de nuestro ser. El altar del incienso representa la experiencia que tenemos de Cristo como el incienso aromático que asciende a Dios. Esta experiencia es más profunda y más interna, y nos guía a experiencias más profundas y más internas, que se hallan en el Lugar Santísimo. Allí estaba el Arca del Testimonio, en la cual estaban la urna de oro que contenía el maná escondido, la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto. El maná escondido que estaba en la urna de oro representa la experiencia que tenemos de Cristo como nuestro suministro de vida de la manera más profunda, una experiencia mucho más profunda que la representada por la mesa del pan de la Presencia, la cual estaba en el Lugar Santo. La vara que reverdeció representa la experiencia que tenemos de Cristo en Su resurrección, el ser aceptados por Dios a fin de tener autoridad en el ministerio que recibimos de Él. Esto es más profundo que experimentar a Cristo como el incienso para ser aceptados por Dios. Las tablas del pacto, las cuales son las tablas de los Diez Mandamientos, representan la experiencia que tenemos de Cristo como la ley interna que ilumina, la cual nos regula conforme a la naturaleza divina de Dios. Esto es más profundo que experimentar a Cristo como el candelero resplandeciente que está en el Lugar Santo. Todas estas profundas experiencias de Cristo las tenemos en nuestro espíritu, representado por el Lugar Santísimo.

  • Lit., el propiciatorio. Véase la nota Ro. 3:252a.

  • Lit., ignorancias. La palabra se refiere a aquellos pecados cometidos por ignorar la ley de Dios; por lo tanto, son pecados por ignorancia (Lv. 4:2, 13, 22, 27; 5:17-18).

  • El primer tabernáculo, el Lugar Santo, representa el antiguo pacto, y el segundo tabernáculo, el Lugar Santísimo, representa el nuevo pacto. El velo que cubría el Lugar Santísimo fue rasgado (Mt. 27:51) por la muerte de Cristo, la cual crucificó la carne (He. 10:20; Gá. 5:24), y ahora se ha manifestado el camino al Lugar Santísimo. Por tanto, no debemos permanecer en el Lugar Santo, es decir, en el viejo pacto, el alma; debemos entrar en el Lugar Santísimo, es decir, en el nuevo pacto, en el espíritu. Ésta es la meta de este libro.

  • O, símbolo, tipo; lit., parábola.

  • Véase la nota He. 5:11.

  • Lit., bautismos; tal como en He. 6:2 (véase la nota 1).

  • O, reforma, poner en orden, enderezar las cosas. El tiempo de rectificación ocurrió en la primera venida de Cristo, cuando Él cumplió todas las sombras del Antiguo Testamento a fin de que el nuevo pacto reemplazase el viejo. Éste es un arreglo correcto, un orden correcto. Por lo tanto, es una reforma. Difiere de la restauración mencionada en Hch. 3:21, la cual se llevará a cabo en la segunda venida de Cristo.

  • Algunos mss. antiguos dicen: las cosas buenas que han de venir.

  • Cristo efectuó la redención en la cruz (Col. 1:20), pero no fue sino hasta que entró en el Lugar Santísimo celestial por medio de Su sangre redentora, es decir, cuando Él llevó Su sangre redentora para ofrecerla delante de Dios, que obtuvo la redención que tiene un efecto eterno.

  • En el antiguo pacto la sangre de machos cabríos y de becerros solamente hacía expiación por los pecados del pueblo (Lv. 16:15-18); nunca efectuó la redención por sus pecados, debido a que era imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quitara los pecados (He. 10:4). En hebreo la raíz de la palabra traducida expiación significa cubrir. Así que, hacer expiación significa cubrir los pecados; no significa quitar los pecados. Puesto que Cristo como el Cordero de Dios quitó el pecado del mundo (Jn. 1:29) al ofrecerse a Sí mismo en la cruz una vez para siempre como sacrificio por los pecados (v. 14; 10:12), Su sangre, la cual Él roció en el tabernáculo celestial (He. 12:24), ha efectuado una redención eterna para nosotros, nos redimió de las transgresiones cometidas bajo el primer (el antiguo) pacto (v. 15), transgresiones que fueron solamente cubiertas por la sangre de animales. Así que, nosotros hemos sido redimidos con la preciosa sangre de Cristo (1 P. 1:18-19). Véase la nota Lv. 16:11.

  • Lit., los que son hechos profanos.

  • La sangre de Cristo fue derramada para el perdón de los pecados (Mt. 26:28), y el nuevo pacto fue consumado con esta sangre (He. 10:29; Lc. 22:20). La sangre de Cristo efectuó una redención eterna para nosotros (v. 12; Ef. 1:7; 1 P. 1:18-19) y compró la iglesia para Dios (Hch. 20:28). Nos lava de nuestros pecados (1 Jn. 1:7), purifica nuestras conciencias (v. 14), nos santifica (He. 13:12) y habla mejor por nosotros (He. 12:24). Por esta sangre entramos al Lugar Santísimo (He. 10:19) y vencemos a Satanás el acusador (Ap. 12:10-11). Por lo tanto, es preciosa y mejor que la sangre de machos cabríos y toros (vs. 12-13). Debemos tenerla en gran estima y no considerarla cosa común, como la sangre de los animales. Si lo hacemos, sufriremos el castigo de Dios (He. 10:29-31).

  • En la cruz, Cristo se ofreció a Sí mismo a Dios en Su cuerpo humano (He. 10:5, 10), el cual estaba limitado por el tiempo. Sin embargo, Él se ofreció por medio del Espíritu eterno, el cual está en la eternidad y no está limitado por el tiempo. Por lo tanto, a los ojos de Dios, Cristo como Cordero de Dios fue inmolado desde la fundación del mundo (Ap. 13:8). Él se ofreció a Sí mismo de una vez y para siempre (He. 7:27), y la redención consumada por medio de Su muerte es eterna (v. 12), y tiene un efecto eterno. El alcance de Su obra redentora cubre por completo todo lo que alcanzó el pecado. Véase la nota He. 9:261c, párr. 2.

  • La sangre de Cristo purifica nuestra conciencia para que sirvamos al Dios vivo. Servir al Dios vivo requiere una conciencia purificada con sangre. Adorar en la religión, que es algo muerto, o servir cualquier cosa muerta, cualquier cosa que esté separada de Dios, no requiere que nuestra conciencia sea purificada. La conciencia es la parte principal de nuestro espíritu. El Dios vivo a quien deseamos servir viene siempre a nuestro espíritu (Jn. 4:24) y toca nuestra conciencia. Él es justo, santo y viviente. Es necesario que nuestra conciencia contaminada sea purificada para que le sirvamos a Él de una manera viva. Adorar a Dios en nuestra mente de una manera religiosa no requiere eso.

  • Puesto que estábamos muertos (Ef. 2:1; Col. 2:13), todo lo que hicimos, bueno o malo, fueron obras muertas delante del Dios vivo.

  • Este libro no enseña religión, sino que revela al Dios vivo (He. 3:12; 9:14; 10:31; 12:22). Para tocar al Dios vivo necesitamos ejercitar nuestro espíritu (He. 4:12) y tener en nuestro espíritu una conciencia purificada por la sangre.

  • Es decir, transgresiones que se consideran pecados conforme a la norma de los términos del primer pacto.

  • La promesa de la herencia eterna se basa en la redención eterna de Cristo, no en nuestro esfuerzo, y es diferente de la promesa mencionada en He. 10:36, la cual depende de nuestra perseverancia y nuestra obediencia a la voluntad de Dios (véase la nota He. 10:362b). Aquí la herencia eterna incluida en la promesa se obtiene por la redención eterna de Cristo, mientras que el gran galardón (He. 10:35) de la promesa en He. 10:36 es dado en virtud de nuestra perseverancia y nuestra obediencia a la voluntad de Dios.

  • Véase la nota He. 10:341.

  • En griego se usa la misma palabra tanto para pacto como para testamento. Un pacto es un acuerdo que contiene algunas promesas de llevar a cabo ciertas cosas a favor de las personas con quienes fue hecho el pacto, mientras que un testamento es un documento que contiene ciertas cosas ya cumplidas y legadas al heredero. El nuevo pacto que fue consumado con la sangre de Cristo no es solamente un pacto, sino también un testamento en el cual nos han sido legadas todas las cosas logradas por la muerte de Cristo. Primero, Dios dio la promesa de que haría un nuevo pacto (Jer. 31:31-34). Luego, Cristo derramó Su sangre para establecer el pacto (Lc. 22:20). Puesto que este pacto contiene promesas de hechos logrados, es también un testamento. Este testamento, este legado, fue confirmado y ratificado por la muerte de Cristo, y es ejecutado y puesto en vigencia por Cristo en Su resurrección. La promesa del pacto de Dios está asegurada por la fidelidad de Dios; el pacto de Dios está garantizado por la justicia de Dios; y el testamento es puesto en vigencia por el poder de resurrección de Cristo.

  • Véase la nota He. 9:161.

  • Lit., sobre los muertos.

  • La palabra implica el sentido de recién promulgado, iniciado.

  • Sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados. Sin perdón de pecados es imposible que los requisitos de la justicia de Dios sean satisfechos para que el pacto sea puesto en vigencia. Pero la sangre de Cristo fue derramada para el perdón de pecados, y el pacto fue establecido con Su sangre (Mt. 26:28).

  • El tabernáculo y todas las cosas relacionadas con él eran rociados y purificados con la sangre de toros y machos cabríos (vs. 21-23). Esta figura nos muestra que las cosas celestiales necesitaban ser purificadas por la sangre de mejores sacrificios, los sacrificios de Cristo (He. 7:27; 9:14, 28; 10:10, 12, 14). El cielo y todas las cosas que estaban en el cielo fueron contaminadas por la rebelión de Satanás y de los ángeles caídos, quienes siguieron a Satanás en su rebelión contra Dios. Así que, todas las cosas celestiales necesitaban ser purificadas. Cristo llevó a cabo esta purificación con Su propia sangre, cuando entró en el cielo mismo (v. 24).

  • Cristo se ofreció a Sí mismo como el único sacrificio (v. 14; 10:12). Este único sacrificio, visto en sus muchos aspectos, puede ser considerado como muchos sacrificios. Cristo es el eterno Hijo del Dios viviente, quien se encarnó para ser el Hijo del Hombre, y se ofreció a Dios por medio del Espíritu eterno. Por esta razón Sus sacrificios, los cuales son Él mismo, son mejores que los sacrificios animales. Aquellos sacrificios fueron sombras que jamás podían quitar los pecados (He. 10:11). No obstante, los sacrificios de Cristo son verdaderos y quitaron el pecado de una vez y para siempre (v. 26). Así que, Él obtuvo una redención eterna para nosotros (v. 12).

  • Véase la nota He. 8:22b.

  • O, copia.

  • O, conclusión de las eras, el final de las eras. Aquí se refiere al fin de la era antiguotestamentaria, mientras que la consumación del siglo mencionada en Mt. 28:20 se refiere al final de la era de la iglesia.

    Cristo fue ordenado de antemano para nosotros antes de la fundación del mundo (1 P. 1:20), y fue inmolado desde la fundación del mundo (Ap. 13:8). De hecho, fue inmolado una vez por todas en la consumación de los siglos, al ofrecerse a Dios, en Su primera manifestación, para quitar de en medio el pecado. Véase la nota He. 9:142.

  • O, preparado.

  • De la misma manera que el hombre tiene que morir una vez y después ser juzgado, Cristo murió una vez para llevar los pecados del hombre (v. 28; 1 P. 2:24) y en la cruz sufrió el juicio por el hombre (Is. 53:5, 11).

  • Puesto que Cristo en Su primera manifestación quitó de en medio el pecado (v. 26; 1 Jn. 3:5), Su segunda manifestación será sin relación con el pecado y sin tener nada que hacer con el pecado.

  • Aquí salvación significa la redención de nuestro cuerpo y la liberación de la vanidad y esclavitud de la corrupción de la vieja creación para ser introducidos en la libertad de la gloria de los hijos de Dios (Ro. 8:18-23; Fil. 3:20-21). Esto es ser glorificado (Ro. 8:17, 30).

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