La ley era la economía (la dispensación) temporal de Dios para el hombre en el Antiguo Testamento puesto que fue añadida temporalmente a causa de las transgresiones del hombre (Gá. 3:19); la fe es la economía (la dispensación) eterna de Dios para el hombre en el Nuevo Testamento, porque se basa en el plan eterno de Dios (cfr. nota 1 Ti. 1:44e). En el Antiguo Testamento Dios se relacionó con el hombre conforme a la ley. Si conforme a esta dispensación el hombre hubiera hecho lo que Dios había mandado en la ley, habría obtenido justicia, es decir, la justicia de la ley (Ro. 9:31), la justicia que procede de la ley (Ro. 10:5; Fil. 3:9). En el Nuevo Testamento Dios se relaciona con el hombre conforme a la fe. Si conforme a esta dispensación el hombre cree en Cristo, Aquel en quien Dios ha ordenado que el hombre crea (1 Jn. 3:23), obtendrá justicia, es decir, la justicia de la fe (v. 11), la justicia que procede de la fe (Ro. 9:30; 10:6). La fe, la cual es ordenada por Dios en la economía neotestamentaria y que reemplaza a la ley del Antiguo Testamento, sólo llegó en los tiempos del Nuevo Testamento (Gá. 3:23, 25). Esta fe, la cual reemplaza la ley, es objetiva para nosotros. Recibimos la justicia de la fe cuando, conforme a la fe objetiva, creemos subjetivamente en Cristo, en quien Dios quería que creyésemos. Esta justicia es el Cristo a quien poseemos —es decir, a quien recibimos al creer subjetivamente conforme a la fe objetiva ordenada por Dios— como la justicia de Dios que recibimos (1 Co. 1:30).