Mensaje 13
Lectura bíblica: 1 Co. 1:24, 30
En 1:24 Pablo dice: “Mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios y sabiduría de Dios”. Este versículo tiene mucho significado. Pablo dice que para los llamados, a quienes Dios escogió en la eternidad y quienes creyeron en Cristo en el transcurso del tiempo, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios. Por ser los que Dios llamó para invocar el nombre del Señor, Cristo nos es poder de Dios y sabiduría de Dios.
En 1:30 Pablo añade: “Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría: justicia y santificación y redención”. ¿Por qué Pablo, después de decir que Cristo es Señor de ellos y nuestro y que fuimos llamados a Su comunión, afirma que Cristo nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría: justicia, santificación y redención? Hemos visto que ser llamado a la comunión de Cristo equivale a ser llamado a disfrutar a Cristo en mutualidad como nuestra única porción. En la segunda parte del capítulo uno Pablo muestra varios aspectos del disfrute que tenemos de esta maravillosa porción. Usemos como ejemplo un plato de pollo. Cuando el mesero le sirve a usted el pollo, tal vez le pregunte qué parte del pollo prefiere, las alas, la pechuga o la pierna. En los versículos 24 y 30 tenemos una variedad de aspectos de Cristo para nuestro disfrute: “las alas”, “la pechuga” y “las piernas”. En el versículo 2 Pablo habla de nuestra porción, y en el versículo 9 dice que fuimos llamados a disfrutar de la misma. Ahora en los versículos 24 y 30 vemos los aspectos de esta porción para nuestro deleite. En estos versículos nos damos cuenta que podemos disfrutar a Cristo como sabiduría de Dios y poder de Dios. Además, Cristo como sabiduría de Dios, incluye la justicia, la santificación y la redención. Mi deseo en este mensaje es estudiar desde la perspectiva de nuestra experiencia cómo Cristo nos es sabiduría de parte de Dios, incluyendo la justicia, la santificación y la redención.
No es fácil entender ni explicar lo que son la sabiduría, la justicia, la santificación y la redención. Yo prefiero abordar estas verdades según la experiencia espiritual. En los versículos 24-30 la sabiduría de Dios es el método por el cual El obra. Si uno tiene sabiduría, uno sabe cómo obrar; de lo contrario, se actuará neciamente. Si uno desea obrar de la mejor manera posible, necesita sabiduría. La sabiduría a la que aluden estos versículos es el camino mencionado en Juan 14:6, donde el Señor Jesús dice: “Yo soy el camino”. Si Cristo no es nuestro camino, no tenemos acceso al Padre. Por consiguiente, el camino de Dios es Su sabiduría. ¿Cómo podemos disfrutar a Dios y participar de El? Necesitamos saber cómo disfrutarle y participar de El, y la forma de hacerlo es Su sabiduría.
Tomemos el ejemplo de aprender a conducir un vehículo para comprender la relación entre la sabiduría y el método. A uno que comienza a conducir tal vez le sea difícil virar. Puesto que no tiene la sabiduría necesaria, tampoco tiene el método para dar vuelta correctamente. Sin embargo, un conductor diestro y experimentado tiene la sabiduría para manejar el automóvil; tiene el método de controlarlo y dirigirlo adonde él quiera. El método es la sabiduría del conductor.
Cristo, quien nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría, es decir, el camino de Dios, es la justicia, la santificación y la redención. En realidad, estos son tres aspectos del camino. Este entendimiento por supuesto está relacionado con nuestra experiencia.
Supongamos que una hermana tiene problemas con su marido, ella ejercita su espíritu e invoca el nombre del Señor Jesús, y como resultado es rescatada del problema. Hablando con más precisión, ella recibe la aplicación de Cristo como sabiduría de parte de Dios. Antes de aprender a ejercitar su espíritu e invocar el nombre del Señor, ella discutía con su marido. Aunque es una insensatez, las mujeres suelen hacer esto en su intento por convencer a su marido e inclusive subyugarle. Por ejemplo, digamos que un marido tiene el hábito de llegar tarde a la casa, y su esposa, apoyándose en su sabiduría natural, intenta cambiar la conducta de su marido. Pero cuanto más discute con él, más frecuentes se vuelven los retrasos, y sus discusiones empeoran el problema. En lugar de discutir con el marido, la mujer debe ejercitar su espíritu e invocar el nombre del Señor. Entonces tendrá la sabiduría, la manera de confrontar el problema.
La justicia, la santificación y la redención constituyen los materiales con los que se construye la autopista de nuestra vida cristiana. ¿Se había dado cuenta de que la sabiduría es nuestro camino, nuestra autopista, y que la justicia, la santificación y la redención son los materiales que se usan para construirla? Esto concuerda con nuestra experiencia cristiana. Cuando disfrutamos a Cristo, el primer aspecto de la virtud o bondad divina que experimentamos es a Dios como nuestra justicia. Siempre que disfrutamos a Cristo y le experimentamos, lo primero que obtenemos es a Dios como justicia. Esto significa que cuando ejercitamos nuestro espíritu e invocamos el nombre del Señor Jesús, somos hechos justos. Cuanto más invocamos, más justos llegamos a ser.
Refirámonos una vez más al ejemplo de la vida matrimonial. Ciertamente es incorrecto que un marido llegue a su casa a deshoras de la noche. Pero por otro lado, es posible que la mujer no sea justa en la manera de tratar a su marido con relación a este problema, y lo condena y le echa toda la culpa injustamente. Ella nunca se condena a sí misma ni cree tener culpa alguna. La actitud de ella también es errónea, y al discutir con su marido demuestra que no es justa. Aunque el marido esté equivocado un diez por ciento, la mujer le condena como si lo estuviera el cien por ciento. Así que, su actitud y su comportamiento hacia su marido son noventa por ciento injustos.
Siempre que dos cónyuges cruzan palabras, ambos partidos son injustos. El marido afirmará estar bien y que su mujer está completamente equivocada, y la mujer insistirá que su marido es el que está totalmente equivocado y que sólo ella está bien. Como resultado, tanto el uno como el otro llegan a ser injustos. Si la mujer comienza a ejercitar su espíritu y a invocar el nombre del Señor Jesús, comprenderá que ha sido injusta con relación a su marido. Entonces se dirá a sí misma: “Mi marido está mal hasta cierto punto, pero yo lo culpé demasiado. Además, yo fallé al discutir con él y condenarlo. Ahora veo que él tiene sólo un pequeño grado de culpa, pero yo actué mucho más mal que él. Por lo menos soy dos veces más injusta que mi marido”. Cuando la hermana se da cuenta de su situación al invocar el nombre del Señor, ella espontáneamente llega a ser justa, pues Cristo le es hecho justicia.
Cada vez que sucede un conflicto o discusión entre las personas, ninguno de los partidos involucrados es justo. Por ejemplo, supongamos que un anciano y un hermano de la iglesia discuten, y el anciano, en lugar de ejercitar su espíritu para invocar el nombre del Señor, se defiende. En tal caso, él no es justo. Además, digamos que él dice a los otros ancianos: “El hermano fulano de tal siempre trae muerte a las reuniones”. Más tarde, cuando dicho anciano ejercita su espíritu e invoca el nombre del Señor, se da cuenta que él es injusto. Es posible que también comprenda que el hermano en realidad casi nunca esparce muerte en las reuniones. Sin embargo, él había dicho que siempre lo hace. Al darse cuenta el anciano de que no es justo, confesará su falta a los otros ancianos y dirá: “Hermanos, pido que me perdonen por lo que dije acerca de este hermano. Ya le confesé mi falta al Señor, y El me ha perdonado. Ahora, les hago la misma confesión a ustedes. Si mal no recuerdo, este hermano trajo muerte a las reuniones sólo en una ocasión. Pero yo dije que siempre lo hacía. No actué bien, ni fui justo”.
Cuando invocamos el nombre del Señor ejercitando nuestro espíritu, llegamos a ser justos. Al llegar a ser justos de esta manera, poco a poco llegaremos a serlo en la manera de dirigirnos a nuestro cónyuge. Supongamos que una hermana es justa para con su marido. Con el tiempo, su justicia lo convencerá a él y lo subyugará a tal grado que se dirá a sí mismo: “Anteriormente mi mujer no era así. Cada vez que yo erraba, me condenaba bastante. Reconozco que yo estaba equivocado, pero ella estaba más equivocada que yo al condenarme de esa manera”. Anteriormente ella condenaba a su marido, le ofendía y hacía que él reaccionara de modo negativo. Pero ahora, debido a que ejercita su espíritu para invocar el nombre del Señor, ella es justa para con él. De esta manera, el Señor le es hecho justicia.
Cada vez que llegamos a ser justos al invocar al Señor, nos serenamos. La justicia nos apacigua. La razón por la cual el marido y la mujer discuten y cruzan palabras se debe a que ninguno es justo. Pero si uno de los dos llega a ser justo, esta justicia hará que el otro partido se serene. Supongamos que la mujer se vuelve al Señor, le invoca y llega a ser justa en su relación con su marido. El inmediatamente comprenderá que ella ha cambiado y que ahora es justa en su relación con él.
Lo que les he descrito acerca de la justicia es lo que he aprendido en mi experiencia, y no de los libros. Nuestra experiencia muestra que ser justos equivale a ser sabios. Tener a Cristo como nuestra justicia es tenerle como nuestra sabiduría. De esta manera, Cristo nos es hecho de parte de Dios sabiduría.
Hemos hecho notar que cuanto más ejercitamos nuestro espíritu para invocar el nombre del Señor, más justos nos volvemos. Ahora debemos ver que no sólo llegamos ser justos, sino también santificados. Esto significa que cuanto más ejercitamos el espíritu para invocar el nombre del Señor Jesús, más somos separados de las cosas comunes y de ser comunes nosotros mismos. Siempre que una hermana pelea con su marido, discutiendo y cruzando palabras con él, ella es común y no hay ninguna diferencia entre ella y una mujer incrédula, pues toda mujer mundana e incrédula pelea con su marido. Pero cuando una hermana invoca el nombre del Señor y llega a ser justa, ella experimenta a Cristo como santificación y es santificada. El Cristo que ella disfruta la hace santa, la santifica, la separa. Como resultado, su marido verá la diferencia, y si se tratare de un incrédulo, sabrá que su mujer ha dejado de ser común.
A través de los años he conocido muchas hermanas que han sido auténticamente santificadas. En algunos casos la santificación de la hermana convenció al marido y le influyó a creer en el Señor, y él llegó a ser un buen hermano en Cristo.
La justicia y la santificación son aspectos del Cristo que nos es hecho de parte de Dios sabiduría. Hemos recalcado que la sabiduría es el método. Pero ¿cómo recibimos la sabiduría que necesitamos? Día tras día y hora tras hora debemos llevar una vida no en el alma, el yo, sino en el espíritu, ejercitándolo para invocar el nombre del Señor Jesús. De esta manera Cristo será nuestro disfrute, alimento, apoyo y provisión de manera práctica, y así llegaremos a ser justos. Entonces, en lugar de condenar a otros y culparles, nos condenaremos a nosotros mismos. Veremos que en nuestra relación con los demás, estamos equivocados. Por consiguiente, llegamos a ser justos. Además, llegamos a ser cónyuges diferentes. Dejamos de ser comunes y nos volvemos personas separadas, santificadas y aun especiales. Esto es la santificación.
Si ejercitamos nuestro espíritu, invocamos el nombre del Señor y disfrutamos a Cristo como nuestra porción, no sólo seremos hechos justos y seremos santificados, sino que también experimentaremos a Cristo como nuestra redención. Esto significa que en nuestra experiencia seremos devueltos a Dios. Siempre que una hermana pelea con su marido o debate con él, ella se encuentra alejada de Dios. Cuanto más discute, más se aleja del Señor. Pero cuando ella disfruta a Cristo, y por ende, es hecha justa y es santificada, será devuelta a Dios.
La redención también incluye la muerte. El Cristo que habita en nosotros, nos suministra, llega a ser nuestro alimento y también nos aniquila. Cuanto más invoquemos el nombre del Señor, más nos daremos cuenta que todavía estamos en la vieja creación. Nos aborreceremos a nosotros mismos y confesaremos que necesitamos ser aniquilados. Esta aniquilación es un segundo aspecto de la experiencia que tenemos de Cristo como redención. Primero, ser redimidos es ser devueltos a Dios, y segundo, es ser inmolados por el Señor. La redención incluye la comprensión de que necesitamos ser eliminados y que en efecto el Señor lo está llevando a cabo.
La redención también incluye ser reemplazados por Cristo. Cuando Cristo nos pone fin, El nos reemplaza consigo mismo. Esto es la transformación y también la transfiguración, y es más profundo que la santificación, la cual nos separa y nos hace diferentes de los demás. El proceso de transformación le pone fin a nuestro viejo elemento, nuestra vieja constitución, y lo reemplaza con un nuevo elemento, una nueva constitución, a saber, Cristo mismo en resurrección. Al ser reemplazados, somos transformados y Cristo se forja en nosotros. ¿No manifiesta esto la sabiduría de Dios? Cuando experimentamos a Cristo como justicia, santificación y redención, El nos es hecho de parte de Dios sabiduría.
Vuelvo a repetir, 1:2 dice que Cristo nuestra porción es de ellos y nuestro. El versículo 9 dice que fuimos llamados a disfrutar a Cristo, a participar de El como nuestra única porción. En los últimos versículos del capítulo uno vemos que cuando disfrutamos a Cristo como nuestra porción, somos hechos justos, santificados y redimidos. Entonces Cristo llega a ser nuestra sabiduría, nuestro camino. Como resultado, nos convertimos en las personas más sabias de la tierra. Si usted es un hermano casado, se convertirá en un marido muy sabio, uno que tiene la sabiduría de Dios. Si tenemos a Cristo como nuestra sabiduría, andaremos en el camino de justicia, santificación y redención. Seremos hechos justos, seremos separados y seremos redimidos. En esto redunda el disfrute que tenemos de Cristo como nuestra única porción.