Mensaje 25
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Lectura bíblica: 1 P. 3:14-22
En el mensaje anterior vimos lo que significa santificar a Cristo como Señor en nuestros corazones y tener una buena conciencia. Vimos también que Cristo murió por los pecados, el Justo por los injustos; que Él fue muerto en la carne, pero vivificado en el Espíritu; y que en Su Espíritu vivificado y fortalecido Él hizo una proclamación a los espíritus que estaban en prisión, o sea, a los ángeles rebeldes. En este mensaje prestaremos especial atención a lo que Pedro dice en los versículos 20 y 21 acerca del bautismo.
El versículo 20 dice: “Los que antiguamente desobedecieron, cuando una vez esperaba la longanimidad de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual algunos, es decir, ocho almas, fueron llevadas a salvo por agua”. Según los versículos 19 y 20, Cristo hizo una proclamación a “los que antiguamente desobedecieron”. Éstos que desobedecieron son seres diferentes de las ocho almas mencionadas en este versículo. Los que desobedecieron son seres angelicales, y no seres humanos.
En el versículo 20 Pedro dice que en el arca que preparó Noé, ocho almas “fueron llevadas a salvo por agua”. En el griego esto significa “llegar a salvo a un lugar seguro después de pasar por dificultades o peligros”, como en Hechos 27:44 (Darby). Las palabras griegas traducidas “por agua” literalmente significan a través del agua, lo cual significa que el agua fue el medio por el cual se efectuó la salvación. El arca salvó a Noé y su familia del juicio de Dios, de la destrucción del mundo por medio del diluvio. Y el agua los salvó de la generación corrupta y los apartó para una nueva era, tal como el agua del mar Rojo salvó a los hijos de Israel (Éx. 14:22, 29; 1 Co. 10:1-2) y el agua del bautismo salva a los creyentes neotestamentarios (1 P. 3:21).
En el Antiguo Testamento, tanto las aguas del diluvio en tiempos de Noé como las aguas del mar Rojo tipifican el bautismo. El arca salvó a Noé y su familia del juicio de Dios, del castigo y la condenación que Dios trajo por medio del diluvio, mientras que el agua los salvó y los separó de aquella generación corrupta y les dio entrada a una nueva era para que pudieran comenzar una nueva vida en una nueva tierra.
Según el libro de Éxodo, los hijos de Israel tuvieron que atravesar el mar Rojo. Las aguas del mar Rojo trajeron juicio sobre Faraón y su ejército egipcio. Faraón y sus ejércitos murieron ahogados en aquellas aguas de juicio. Pero esas mismas aguas separaron a los hijos de Israel de Egipto, es decir, los separaron del mundo corrupto. Tal como Noé y su familia fueron separados de su generación corrupta por medio de las aguas del diluvio, de igual manera los hijos de Israel fueron separados del mundo corrupto, tipificado por Egipto, mediante las aguas del mar Rojo.
En el Nuevo Testamento también encontramos agua, las aguas del bautismo. El bautismo nos salva del mundo y nos separa de él.
En el versículo 21 Pedro dice: “Ésta os salva ahora a vosotros, como antitipo, en el bautismo (no quitando las inmundicias de la carne, sino como petición de una buena conciencia a Dios) por medio de la resurrección de Jesucristo”. Como veremos más adelante, este versículo no está enseñándonos acerca de la salvación bautismal. Por consiguiente, nosotros no tenemos la creencia de que las aguas del bautismo puedan quitar las inmundicias de la carne. En vez de ello, este versículo nos muestra que el bautismo es la petición de una buena conciencia a Dios.
La palabra ésta, al comienzo del versículo 21, se refiere al agua mencionada en el versículo anterior, de la cual el agua del bautismo constituye el antitipo, o sea la figura que corresponde al tipo del Antiguo Testamento. Esto indica que el hecho de que Noé y su familia tuvieran que pasar por el diluvio en el arca era un tipo de nuestro bautismo. Así como el agua del diluvio los libró a ellos de la vieja manera de vivir y los llevó a un nuevo entorno; del mismo modo, el agua del bautismo nos libra a nosotros de la vana manera de vivir que heredamos y nos lleva a vivir en resurrección. Éste es el punto principal de este libro. Cristo nos redimió con este fin (1:18-19). La redención lograda por la muerte de Cristo fue aceptada y nos fue aplicada en el bautismo por el Espíritu mediante la resurrección de Cristo. Ahora debemos andar diariamente en el Espíritu del Cristo resucitado; debemos andar de tal manera que vivamos a Cristo en resurrección por medio del poder de vida de Su Espíritu (Ro. 6:4-5). Ésta es una nueva y excelente manera de vivir que glorifica a Dios (1 P. 2:12).
El bautismo por sí solo no quita las inmundicias de nuestra carne, esto es, la suciedad de nuestra naturaleza caída y la contaminación de los deseos carnales. La enseñanza errónea que dice que una persona es salva por medio del bautismo, la cual se apoya en este versículo, en Marcos 16:16 y Hechos 22:16, es corregida aquí. El bautismo es solamente una figura; su realidad es el Cristo resucitado quien, como Espíritu vivificante, nos aplica todo lo que Cristo experimentó en Su crucifixión y en Su resurrección, de modo que estas cosas lleguen a ser reales en nuestra vida diaria.
La palabra griega traducida petición es eperótema, y denota una pregunta, una indagación. Su significado ha sido muy discutido. El significado correcto parece ser el que Alford explica: “Buscar a Dios con una conciencia buena y pura”. Esto es lo que gobierna la vida cristiana adecuada. Esta clase de pregunta en la cual se pide algo puede considerarse una súplica o una exigencia. El pensamiento de Pedro aquí parece ser que el bautismo representa una súplica a Dios de parte del que es bautizado, una súplica en la que se pide una buena conciencia hacia Dios. El bautismo, como símbolo, como complemento de nuestra fe en todo lo que Cristo ha logrado, da testimonio de que todos los problemas que teníamos ante Dios y con Dios han sido solucionados. Por consiguiente, también da testimonio de que nuestra conciencia está libre de condenación y de que tenemos perfecta paz y confianza de haber sido bautizados en el Dios Triuno (Mt. 28:19) y de haber sido unidos orgánicamente a Él por medio de la resurrección de Cristo, es decir, por el Cristo resucitado quien es el Espíritu de vida. Si el bautismo por agua no tiene al Espíritu de Cristo como realidad, automáticamente se convierte en un rito vacío y muerto.
En este versículo vemos que el bautismo es primeramente nuestra petición, la petición que hacen los que son bautizados, para que Dios les dé una conciencia buena y pura. Un bautismo apropiado siempre conducirá al bautizado a hacer tal petición. Antes de creer en el Señor y de ser bautizados, éramos pecadores. Pero cuando fuimos iluminados por medio de la predicación del evangelio, nos dimos cuenta de que éramos muy pecaminosos. Ante Dios y ante los hombres, cometimos muchas transgresiones, delitos y ofensas, y teníamos muchos sentimientos de culpabilidad. Luego, nos arrepentimos, creímos en el Señor, recibimos Su perdón y fuimos salvos. Sin embargo, nuestro arrepentimiento y nuestra fe necesitaban una manifestación externa. Esta manifestación es el bautismo. Por lo tanto, el bautismo y nuestra acción de creer, es decir, nuestra fe, son dos aspectos de una misma cosa. Es por ello que el Nuevo Testamento nos habla de creer y ser bautizados (Mr. 16:16). Creer y ser bautizados puede compararse con el hecho de usar ambos pies para dar un paso completo. Primero creemos, y nuestra acción de creer puede compararse con el hecho de mover un pie adelante. Luego somos bautizados, y nuestro bautismo puede compararse con el hecho de mover el otro pie para completar el paso. Ambas cosas, el creer y ser bautizados, constituyen un paso completo.
Como hemos dicho anteriormente, nuestra acción de creer es nuestra reacción espontánea a todo lo que Cristo ha logrado. Primeramente, lo que Cristo ha logrado para nuestra salvación nos es predicado como evangelio. Al escuchar esta predicación, el Espíritu opera sobre nosotros y dentro de nosotros para hacer que reaccionemos a lo que hemos oído en el evangelio, es decir, a lo que hemos oído concerniente a los logros de Cristo.
Esta reacción de nuestra parte cuando oímos acerca de los logros de Cristo podemos compararla con la acción de tomar una foto con una cámara. La cámara primero se enfoca en cierto paisaje, y luego un reflejo de dicho paisaje queda impreso en el rollo de la cámara. Podemos comparar los logros de Cristo al paisaje que ha de fotografiarse. Cuando el evangelio nos es predicado apropiadamente, éste introduce en nosotros una visión de este “paisaje”, y el Espíritu Santo nos ilumina. De este modo, el paisaje queda impreso en el “rollo” de nuestro espíritu. Como resultado, nosotros creemos en Cristo desde lo profundo de nuestro ser. Por consiguiente, se produce una reacción espontánea en nuestro ser cuando oímos acerca de los logros de Cristo, y esta reacción es nuestra acción de creer en Cristo.
Como hemos dicho, creer en Cristo es algo que debe manifestarse de manera externa, y esta manifestación es el bautismo. El bautismo, por tanto, complementa nuestra acción de creer en Cristo.
Además, en el momento de ser bautizados, nosotros le pedimos a Dios que nos dé una conciencia buena y pura. Después que somos bautizados y salimos del agua, tenemos una conciencia que es buena y pura, una conciencia que no nos condena. Todos nuestros pecados, ofensas, transgresiones y delitos son perdonados, y todos los problemas que nos habían enredado en nuestra vida quedan sepultados en el agua. Esto significa que por medio del bautismo, todo nuestro pasado pecaminoso queda borrado. Como resultado, podemos tener una conciencia buena y pura.
Quisiéramos recalcar el hecho de que el bautismo por sí solo no quita las inmundicias de la carne, sino que, más bien, nos capacita para que podamos tener la certeza y el testimonio de que le pedimos a Dios una conciencia buena y pura. Luego, después que somos bautizados, Dios nos contesta indicándonos que ahora tenemos una conciencia que es buena y pura.
El versículo 21 termina con las palabras: “por medio de la resurrección de Jesucristo”. Sin la resurrección de Jesucristo, nosotros no podríamos participar de la vida de resurrección ni podríamos recibir al Espíritu vivificante en nosotros. Mediante la fe y el bautismo, a todos nosotros se nos introdujo en una unión orgánica con el Dios Triuno. Es por medio de la resurrección de Cristo que somos introducidos en el Dios Triuno y podemos tener una unión orgánica con Él. Ahora, en el Dios Triuno y con el Dios Triuno, disfrutamos la vida divina y al Espíritu vivificante. Por consiguiente, después que somos bautizados, la vida divina y el Espíritu vivificante se encargan de que la figura del bautismo sea real y viva para nosotros en nuestra experiencia.
En el versículo 21 se da énfasis al bautismo en relación con la resurrección de Jesucristo. Únicamente se puede experimentar la realidad del bautismo por medio de la vida divina y el Espíritu vivificante. Nuestra base para hacer esta afirmación son estas palabras de Pedro: “Por medio de la resurrección de Jesucristo”. Fue en la resurrección de Cristo que Él liberó la vida divina para que ésta pudiese ser impartida a nuestro espíritu. Fue también en la resurrección que Cristo llegó a ser el Espíritu vivificante con el fin de entrar en nuestro espíritu, morar en nuestro espíritu y aplicarnos todas las riquezas de Su vida divina. Es por medio de la resurrección de Cristo que nosotros experimentamos verdaderamente y con absoluta certeza la realidad de lo que se prefigura en el bautismo.
El bautismo consta de dos aspectos, el aspecto de la muerte y el de la resurrección. El hecho de descender al agua y ser sumergido en ella representa la muerte, mientras que el de levantarse del agua y salir de ella representa la resurrección. Por lo tanto, en el bautismo no solamente vemos el aspecto de la muerte de Cristo, sino también el aspecto de Su resurrección. La muerte de Cristo puede ser prevaleciente y eficaz únicamente en resurrección. Si Cristo hubiera muerto pero no hubiera resucitado, Su muerte habría sido en vano. La eficacia de la muerte de Cristo se halla en el Espíritu de resurrección. Cristo murió para quitar nuestro pecado (Jn. 1:29), y murió por nuestros pecados llevándolos a la cruz (1 Co. 15:3; 1 P. 2:24). La muerte de Cristo ahora nos mantiene libres del pecado (Ro. 6:7). Sin embargo, la eficacia de esta muerte se halla en la resurrección de Cristo. La realidad y la eficacia de la muerte de Cristo se hallan en el Espíritu vivificante en resurrección. Cuando el Espíritu vivificante entra en nosotros con la vida de resurrección, este Espíritu hace eficaz la muerte de Cristo en nuestra experiencia. Así, de forma inmediata y espontánea quedamos liberados del pecado y disfrutamos la redención que Cristo efectuó en la cruz.
El bautismo es una figura que indica que todas las cosas negativas fueron disueltas y quedaron sepultadas en el agua. Pero el bautismo también nos habla de la resurrección de Cristo. Es por medio de la resurrección de Cristo que obtenemos la realidad de lo que significa el bautismo.
Quisiera añadir algo más acerca del arca de Noé. Comúnmente ha sido admitido que el arca de Noé tipifica a Cristo. Sin embargo, entre los que leen la Biblia, muchos no entienden claramente de qué manera o en qué aspecto el arca de Noé es un tipo de Cristo. El arca de Noé tipifica al Cristo en resurrección, quien pasó por la muerte.
Cuando Cristo anduvo en la tierra, Él, por supuesto, aún no había resucitado, pues todavía no había muerto. No obstante, en Juan 11:25 Él le declaró a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida”. Esto revela claramente que Cristo, aun antes de Su muerte y resurrección, era tanto la vida como la resurrección. Él siempre fue el Cristo de resurrección. El arca de Noé, por tanto, representa a este Cristo de resurrección, quien pasó por la muerte.
Si el arca de Noé no representara a este Cristo de resurrección, ¿cómo pudo pasar por agua y salir de ella sin sufrir ningún daño? Precisamente el hecho de que el arca pasara por agua y saliera de ella nos habla del Cristo que está en resurrección, puesto que el arca misma es un tipo de Cristo. ¿Cómo es posible que Cristo pudiera entrar en la muerte y salir de ella? Únicamente Cristo pudo salir de la muerte en resurrección porque Él mismo es la resurrección y es de resurrección. Ya que Cristo es la única persona que es de resurrección, Él tuvo la fortaleza para pasar por la muerte. En Hechos 2:24 se nos dice que la muerte no pudo retenerlo. En cambio, cuando cualquier otra persona entra en la esfera de la muerte, queda retenida allí. Nadie puede salir de ella. Además, Cristo no sólo entró en la muerte y pasó por ella, sino que deliberadamente permaneció en la esfera de la muerte por tres días. Y cuando se cumplieron esos tres días, Él salió de la muerte. Debido a que Cristo era la resurrección, Él podía salir caminando de ella tranquilamente. Esto está tipificado por el arca de Noé, la cual entró en las aguas de la muerte, permaneció en dichas aguas, pasó por ellas y salió de ellas. Todo ello es un tipo del Cristo que está en resurrección.
En Su resurrección, Cristo llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45) a fin de entrar en nosotros (Jn. 20:22) e impartirnos Su vida de resurrección. Ahora esta vida de resurrección junto con el Espíritu vivificante hacen real y eficaz en nuestra experiencia cada aspecto de la muerte de Cristo.
En el versículo 22 Pedro concluye esta sección, diciendo: “Quien habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; y a Él están sujetos ángeles, autoridades y potestades”. Estas palabras adicionales no solamente nos revelan de manera más amplia el resultado glorioso de los sufrimientos de Cristo, a saber, Su exaltación después de Su resurrección y la posición elevada y honorable que Él ahora ocupa en los cielos a la diestra de Dios, sino que también nos muestran cuán gloriosa y honorable es la unión orgánica que ahora tenemos con Cristo por medio del bautismo, dado que fuimos bautizados en Él (Ro. 6:3; Gá. 3:27).
Es una característica de Pedro incluir muchísimos asuntos en sus escritos. Vemos esta característica en el versículo 22. Después de hablar en el versículo anterior acerca de la resurrección de Cristo, Pedro nos muestra que hoy el Cristo resucitado está a la diestra de Dios. Cristo subió al cielo, y los ángeles, las autoridades y las potestades fueron todos sometidos a Él. Como hemos visto, por medio del bautismo fuimos puestos en Cristo, y ahora tenemos una unión orgánica con Él. El Cristo al cual hemos sido unidos orgánicamente no es solamente el Cristo resucitado, sino también el Cristo ascendido. Por lo tanto, mediante la unión orgánica, somos introducidos no solamente en la resurrección de Cristo sino también en Su ascensión y en Su exaltación. Esto significa que, puesto que estamos en Cristo, los ángeles, las autoridades y las potestades están sujetos a nosotros así como le están sujetos a Él. ¡Aleluya, somos uno con el Cristo crucificado, resucitado y exaltado!