Mensaje 26
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Lectura bíblica: 1 P. 4:1-4
En los versículos del 1 al 6 del capítulo 4, Pedro aborda el tema según el cual los creyentes deben armarse del sentir de Cristo con respecto al sufrimiento. El versículo 1 dice: “Puesto que Cristo ha padecido en la carne, vosotros también armaos del mismo sentir; pues quien ha padecido en la carne, ha terminado con el pecado”. La palabra armaos indica que la vida cristiana es una batalla.
Uno de los principales propósitos de este libro es animar y exhortar a los creyentes a seguir las pisadas de Cristo al sufrir persecución (1:6-7; 2:18-25; 3:8-17; 4:12-19). Ellos deben tener el mismo sentir que tuvo Cristo en Sus sufrimientos (3:18-22). La función principal de nuestra mente es la de entender y comprender. Por tanto, si queremos llevar una vida que siga las pisadas de Cristo, necesitamos una mente renovada (Ro. 12:2) que entienda y comprenda la manera en que Cristo vivió para cumplir el propósito de Dios.
En nuestra vida diaria, la parte predominante de nuestro ser es nuestra mente. Todo lo que hacemos en nuestra vida cotidiana lo dirige nuestra mente. Es nuestra mente, no nuestra voluntad, la que dirige nuestras vidas. Todas nuestras actividades están bajo la dirección de nuestra mente.
Puesto que la mente es la que dirige nuestro vivir, es preciso que la predicación de la Palabra cambie la manera de pensar de las personas. Uno de los objetivos de la predicación y la enseñanza es el de cambiar la mentalidad de las personas. Si pensamos de cierta manera, seremos dirigidos en esa dirección. Pero si nuestra mentalidad cambia y pensamos de otra manera, nuestro vivir se encaminará en una dirección diferente. Nuestros pensamientos rigen nuestras acciones, palabras y hábitos. Es por ello que Pedro encarga a los creyentes en 4:1 a armarse del sentir de Cristo.
Armarnos del sentir de Cristo equivale a armarnos de los pensamientos y conceptos de Cristo. Esto implica un cambio en nuestra manera de pensar. Muchos cristianos creen que mientras amemos a Dios y hagamos Su voluntad, estaremos bajo Su bendición y no sufriremos de ningún modo. Entre los cristianos es común el concepto de que mientras amemos al Señor no debemos pensar que ningún sufrimiento nos sobrevendrá. Pero consideren la vida de Cristo. ¿No amaba Él a Dios? ¿Acaso no hizo Él la voluntad de Dios? Cristo amó muchísimo a Dios, e hizo la voluntad de Dios hasta el final y de forma absoluta. Pero, ¿qué cosas le sucedieron a lo largo de su vida? Pareciere como si durante toda Su vida en la tierra no hubiera experimentado ninguna bendición sino sólo sufrimientos. Él nació en una familia pobre, muy lejos de ser considerada una familia de clase alta. Por supuesto, aquella familia era del linaje de David y, por consiguiente, pertenecía al linaje real. Pero cuando el Señor Jesús nació, aquella familia real era muy pobre económicamente. Además, tal familia no vivía en Jerusalén, sino en el menospreciado pueblo de Nazaret en Galilea. Galilea era semejante a uno de los estados más pobres de Estados Unidos, que no se comparan con otros estados más ricos y de mayor población. El Señor Jesús vivió en Nazaret más de treinta años. Al inicio de Su vida, lo pusieron en un pesebre, y al final de Su vida, lo pusieron en la cruz. ¿Dónde vemos la bendición de Dios en la vida del Señor? Él padeció un sufrimiento tras otro. No gozaba de un buen nombre, ni tampoco tenía un lugar donde recostar Su cabeza. Ésta fue la vida que el Señor Jesús llevó en la tierra. Su vida fue una vida de sufrimientos.
El concepto de que la vida cristiana es una vida de sufrimientos es totalmente contrario a la mentalidad natural y religiosa, especialmente a la mentalidad natural de muchos cristianos. Son muchos los cristianos que piensan que mientras pertenezcamos a Dios, mientras seamos parte del pueblo de Dios, le amemos y hagamos Su voluntad, en lo que respecta a nosotros nos irá bien en todo. Según este concepto, seremos bendecidos y tendremos un buen empleo, una buena casa y una excelente vida familiar. Los cristianos que sostienen este concepto quizás abriguen la esperanza de que todos sus hijos lleguen a ser profesionales bien preparados y adinerados. Incluso es posible que algunos cristianos que hayan tenido éxito y sean ricos, digan: “¡Qué bendiciones tan maravillosas me ha dado el Señor! Todo lo que tengo y todo mis logros se deben a que amo al Señor Jesús y hago la voluntad de Dios. Miren cómo Dios me ha bendecido”.
Este concepto de la vida cristiana es totalmente contrario a lo que Pedro enseña en esta epístola. Pedro sabía que cuanto más amamos al Señor, más somos privados de ciertas cosas, y también sabía que cuanto más hacemos la voluntad de Dios, más problemas tenemos; problemas relacionados con nuestro empleo, nuestras finanzas y nuestra vida familiar. Tal vez algunos al escuchar esto digan: “Hermano Lee, no diga eso. Esa clase de enseñanza asustará a los cristianos y los alejará”. Ésta es la razón por la cual todos debemos prestar atención al encargo que nos hace Pedro acerca de armarnos del sentir de Cristo.
¿Qué clase de sentir es el sentir de Cristo? Si tenemos el sentir de Cristo, nos daremos cuenta de que vivimos en una época en la que impera la rebeldía, y en una generación torcida y pervertida. Puesto que la época en que vivimos se caracteriza por la rebeldía, y la generación de nuestros días es perversa, cuanto más amemos a Dios y hagamos Su voluntad, más sufrimientos nos sobrevendrán. Sufriremos por rehusarnos a seguir la corriente de esta era. Por un lado, nosotros queremos hacer la voluntad de Dios; por otro, la voluntad de Dios es absolutamente contraria a la corriente de esta era. Asimismo, nosotros hemos optado por amar al Señor Jesús, pero esto es totalmente contrario a la corriente de este mundo corrupto. Por lo tanto, si somos personas que aman al Señor y hacen la voluntad de Dios, estamos destinados a sufrir. Éste será nuestro porvenir si tenemos el sentir de Cristo.
Debemos armarnos, equiparnos, del sentir de Cristo. Esto significa que este sentir de Cristo es un arma, una parte de la armadura que necesitamos para pelear la batalla por el reino de Dios.
Si nos armamos del sentir de Cristo en cuanto al sufrimiento, estaremos dispuestos a sobrellevarlo. Diremos: “Alabado sea el Señor porque los sufrimientos son parte de mi destino. Esto es lo que Dios me ha asignado. Los sufrimientos son la porción de los hijos de Dios en esta era”. En 1 Tesalonicenses 3 Pablo dice a los creyentes que Dios nos ha destinado para padecer sufrimientos y persecución. Dios no nos ha destinado para recibir bendiciones materiales, sino para sufrir. Por lo tanto, ya que sabemos que Cristo sufrió en la carne, nosotros también debemos armarnos de este mismo sentir. Nuestro sentir no debe ser el de orar por bendiciones materiales. Esto sería tener un sentir equivocado.
En 4:1 Pedro dice que los que han padecido en la carne, han terminado con el pecado. El placer enciende las concupiscencias de nuestra carne (v. 2), mientras que el sufrimiento las atenúa. El propósito de la obra redentora de Cristo es liberarnos de la vana manera de vivir que heredamos (1:18-19). El sufrimiento concuerda con la obra redentora de Cristo puesto que también cumple el propósito de guardarnos de una manera de vivir pecaminosa, del desbordamiento de disolución (4:3-4). Tal sufrimiento, principalmente en forma de persecución, representa la disciplina de Dios en Su administración gubernamental. Pasar por tal sufrimiento equivale a ser juzgado y disciplinado en la carne por Dios (v. 6). Por lo tanto, nosotros debemos armarnos de una mentalidad sobria a fin de soportar tal sufrimiento.
En la economía de Dios, el sufrimiento realiza una labor muy positiva en favor de los hijos de Dios. El sufrimiento restringe grandemente nuestras concupiscencias. Cuanto más deleite material tengan las personas, más satisfarán sus concupiscencias y más se entregarán a ellas. Pero si sufrimos pobreza, persecución o enfermedad, este sufrimiento nos guardará de complacer nuestras concupiscencias. Todo el mundo sabe que los ricos, a causa de sus concupiscencias, cometen más pecados que los pobres. Si uno posee muchísimas riquezas y no necesita trabajar, pasará todo su tiempo complaciendo sus concupiscencias. Es posible que viaje alrededor del mundo en búsqueda de placeres. Pero es posible que el Señor lo restrinja a usted económicamente de modo que escasamente logre cubrir las necesidades más básicas, y tenga que trabajar muchas horas al día para ganarse la vida. Como resultado, no le quedaría a usted ni tiempo ni energías para complacer sus concupiscencias. Su pobreza incluso apagaría totalmente el deseo de ir en busca de placeres lascivos.
Es peligroso ser rico. Si usted es rico y anda en un auto lujoso para ostentar, esto de inmediato avivará las concupiscencias que hay en su corazón. No piense que por el hecho de ser cristiano y poseer la vida divina, no será tentado de esta manera. El diablo usa las riquezas para avivar las concupiscencias. Dios, en cambio, usa los sufrimientos que padecemos en la carne para que terminemos con el pecado.
En el versículo 2 Pedro añade lo siguiente: “Para no vivir el tiempo que resta en la carne, en las concupiscencias de los hombres, sino en la voluntad de Dios”. Este versículo indica que ya no debemos vivir según la vana manera de vivir que recibimos de nuestros padres (1:18), sino según una manera de vivir santa y excelente (v. 15; 2:12), que es pura en un temor santo y buena en Cristo (3:2, 16). En esto consiste la voluntad de Dios.
No es fácil mantenernos alejados de las concupiscencias y hacer la voluntad de Dios mientras tenemos abundancia de bienes materiales. Es por ello que Dios nos asigna cierta porción de sufrimientos. Tales sufrimientos ponen límite a nuestras concupiscencias y nos guardan en la voluntad de Dios. En este sentido todos deberíamos adorar a Dios por nuestros sufrimientos. Deberíamos decirle: “Señor, cuánto te adoro porque en Tu soberanía me has asignado sufrimientos para que sea guardado en Tu voluntad”.
No debemos temer que nuestros sufrimientos puedan ser demasiado difíciles de soportar. El Señor sabe cuántos sufrimientos mandarnos. Si Él les pide a los maridos que den cierta porción de honor a sus esposas, ciertamente sabe qué medida de sufrimiento darnos. Él no nos asignará ni muy pocos ni demasiados sufrimientos, sino que siempre nos dará la medida correcta y exactamente lo que necesitamos.
Tal vez un hermano diga: “Hace poco me sentía muy feliz en el Señor, pero hoy me quedé sin trabajo y me siento profundamente deprimido”. Lo que este hermano necesita es darse cuenta de que ese sufrimiento le fue asignado por el Señor. Sin embargo, si le decimos esto quizás nos diga: “Es debido a la inflación y a la crisis económica que perdí mi empleo. ¿Cómo puede usted decir que esto viene del Señor?”. Aparentemente, él perdió su empleo a causa de la economía. Pero la economía y todo lo relacionado con ella está bajo la soberanía de Dios. Por lo tanto, aun el hecho de perder el empleo es algo que el Señor le asignó. Asimismo, la oposición que afrontamos, incluso de parte de los miembros de nuestra propia familia, podría ser un sufrimiento asignado por Dios para nuestro bien.
En el versículo 3 Pedro dice: “Basta ya el tiempo pasado para haber hecho los deseos de los gentiles, habiendo andado en lascivias, concupiscencias, embriagueces, juergas, disipación e ilícitas idolatrías”. Literalmente la palabra griega traducida deseos aquí es propósito, voluntad, o sea, intención o inclinación; por ende, deseos. Todos los asuntos negativos enumerados en este versículo están relacionados con la vana manera de vivir (1:18).
Cada una de las expresiones negativas mencionadas en este versículo denotan el cumplimiento de los deseos en distintos aspectos. Las lascivias denotan el cumplimiento de los deseos sexuales, y las concupiscencias se refieren al cumplimiento de diferentes clases de placeres. Las personas tienen diversos tipos de pasiones. Por ejemplo, la gente mundana tiene un deseo exagerado por lucir bien, y no sólo tiene este deseo, sino que lo satisfacen.
La palabra “embriagueces” significa satisfacer el deseo de beber vino, y se refiere a beber vino en exceso.
La palabra “juergas” alude a comer y beber con malas compañías, incluyendo el hecho de gritar y armar algarabías sin límite o restricción alguna.
Pedro también habla en el versículo 3 de la disipación. Las personas caen en la disipación cuando compiten unos con otros en la bebida. Algunos incluso compiten para ver quién bebe más.
Las palabras que usa Pedro en el versículo 3 describen lo corrupta que era la sociedad en la época del Imperio Romano. El Imperio Romano no fue derrotado únicamente por ejércitos extranjeros, sino principalmente por su corrupción interna. Es debido a que conocemos la historia del Imperio Romano que nos sentimos muy preocupados por la condición actual de nuestro país. Este país es poderoso militarmente, pero hay mucha corrupción interna. Consideren las actividades en las que participa la gente mundana los fines de semana. Dios dispuso que el primer día de la semana fuera un día libre en el que pudiéramos adorarle y aprender las cosas de Dios. Pero la gente mundana usa este día para entregarse a la lascivia, a las concupiscencias, a las embriagueces, a las juergas y a la disipación. Esto describe la manera en que viven los gentiles. En el versículo 3 Pedro nos dice que ya fue suficiente el tiempo pasado para haber hecho los deseos de los gentiles. Ya no debemos vivir de esa manera.
En el versículo 3 Pedro no sólo nos habla de satisfacer las concupiscencias, sino también de “ilícitas idolatrías”. Dondequiera que la gente se entregue a las concupiscencias, habrá también allí idolatría. Tal vez algunos digan: “Vivimos en un país moderno y científico. Aquí la gente no es supersticiosa. Nosotros no tenemos ídolos”. Pero es un hecho que todo el que se entrega a sus concupiscencias, tiene un ídolo.
En el versículo 3 Pedro no solamente habla de idolatrías sino de ilícitas idolatrías. La Versión King James y la Versión American Standard usan el adjetivo abominable en vez de ilícitas. La Biblia de Darby usa la palabra profano. Pero en la Versión Recobro optamos por la palabra ilícitas. La palabra griega significa algo o alguien que no se somete a la ley. Lo que queremos decir es que la idolatría siempre hace que la gente actúe como si no hubiera ley alguna. Todo el que adora a un ídolo o practica la idolatría es una persona que actúa así, es decir, hará ciertas cosas sin ninguna restricción. Es por eso que considero que la palabra que usa Pedro en el versículo 3 se refiere a vivir o actuar sin restricción o leyes. Lo que Pedro dice aquí es que la idolatría hace que la gente actúe como si no haya ley que le restrinja. No dice que sea ilegal adorar a un ídolo, sino que la idolatría lleva a las personas a actuar sin ninguna regulación o restricción, y hace que vivan sin ser gobernadas por ninguna clase de ley. En China conocí gente idólatra que verdaderamente vivía como si no hubiera ley alguna que le restringiera.
En el versículo 4 Pedro añade: “En ello les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desbordamiento de disolución, y os calumnian”. La palabra griega traducida “cosa extraña” es xenízo, y significa ser un huésped o invitado, ser extraño o forastero; hospedar o alojar; considerar que algo es extraño. Vivir en la carne, en las concupiscencias de los hombres (v. 2), es algo común entre los gentiles incrédulos, quienes corren en un desbordamiento de disolución. En cambio, vivir una vida santa, en la voluntad de Dios, y no correr con ellos en su entrega a las concupiscencias, es algo que les resulta extraño. Tal cosa es ajena para ellos; les sorprende y les causa asombro.
Literalmente, la frase “correr con ellos” significa precipitarse en una multitud semejante a una banda de juerguistas. Esto corresponde a vivir en la carne, en las concupiscencias de los hombres, a fin de llevar a cabo los deseos de los gentiles (v. 3) según la vana manera de vivir.
En griego, la frase “desbordamiento de disolución” es anácusis, que significa derramamiento o rebosamiento (como una corriente); por ende, desbordamiento. Aquí denota entregarse de manera excesiva a las concupiscencias, un exceso de corrupción y degradación moral, que es como un desbordamiento en el cual uno se hunde cuando corre hacia él.
A la gente del mundo le parece extraño que nosotros no corramos con ellos en el mismo desbordamiento de disolución. Todos los placeres enumerados en el versículo 3 se asemejan a un desbordamiento. Este desbordamiento es una corriente, una tendencia. Siempre que llega el fin de semana, la gente del mundo sigue esta corriente para entregarse a sus concupiscencias. Así que a ellos les parece extraño que nosotros, como creyentes, no corramos con ellos en el mismo desbordamiento de disolución. Para ellos, nosotros somos como extranjeros. Nos miran como si fuéramos extranjeros, como si fuéramos ciudadanos de otro país. Por ejemplo, si usted vive en Estados Unidos y recibe en su casa a personas del extranjero, ellas serán extrañas para usted y usted para ellas. Tanto usted como ellas estarán conscientes de que están con personas de otro país. Lo mismo nos sucede a nosotros cuando no corremos con los incrédulos y las personas mundanas en el mismo desbordamiento de disolución. A ellos les parece extraño, foráneo, raro, que nosotros nos neguemos a participar con ellos.
Es posible que a sus compañeros de trabajo se les haga extraño que usted no aproveche los fines de semana para entregarse a los entretenimientos mundanos. Quizás el viernes por la tarde algunos le pregunten cuáles son sus planes para el fin de semana. Tal vez ellos se jacten de lo que piensan hacer para complacer sus concupiscencias, y lo presionen ansiosamente para que les diga cuáles son sus planes. Luego, puede ser que usted les explique que ese fin de semana asistirá a las reuniones de la iglesia o que estará fuera de la ciudad participando en una conferencia. Es posible que a sus colegas les parezca extraño que usted haga tales cosas en el fin de semana, y tal vez algunos le pregunten: “¿De dónde es usted? ¿Es acaso usted de otro planeta? Usted es como un extraño para nosotros, como una persona de otro país”.
La Versión King James, en vez de decir “les parece cosa extraña”, traduce la palabra griega como “se asombran”. Otras versiones dicen “se sorprenden”. No concordamos con estas traducciones, ya que se alejan demasiado del significado del original. Es mejor optar por una traducción literal y decir, como dice la Versión Recobro: “les parece cosa extraña”. A los incrédulos les parecerá extraño que no nos interese participar con ellos en los placeres carnales. En particular, a ellos puede parecerles extraño que no celebremos la Navidad ni nos interesen las fiestas navideñas. El camino que ha escogido seguir este mundo corrupto, esta generación torcida y perversa, es el de seguir la corriente de los placeres y la disolución. Pero nosotros no correremos con ellos en esa corriente.
La palabra “disolución” mencionada en el versículo 4 también indica darse gusto en exceso. Todos necesitamos comer, pero no debemos comer en exceso. Asimismo, todos necesitamos beber, pero no debemos beber en demasía. En cierta ocasión Pablo le dijo a Timoteo que por causa de sus frecuentes enfermedades, debía beber un poco de vino. Así que está bien que alguien que tenga alguna necesidad especial beba un poco de vino por causa de su salud, pero no debe irse al extremo de beber en exceso. Si nos excedemos en la comida o en la bebida, caeremos en abusos, en excesos y en disolución. Como creyentes, no debemos caer en ningún tipo de disolución. En la manera en que comemos, bebemos, hacemos las compras y gastamos el dinero, debemos limitarnos y restringirnos. No debe haber disolución alguna en ninguno de estos asuntos. La gente mundana sigue el desbordamiento de disolución para satisfacer sus concupiscencias, pero nosotros no seguimos ese camino. Mientras ellos siguen la corriente de esta era, nosotros vamos en contra de esta corriente. Esto les parece a ellos muy extraño.
Los incrédulos, mientras corren juntos en el desbordamiento de disolución, calumnian a los creyentes. Esto significa que ellos hablan mal o injuriosamente de nosotros (Hch. 13:45; 1 P. 2:12; 3:16). En los días del Imperio Romano, los creyentes, cuyo comportamiento era considerado extraño, eran injustamente calumniados y acusados de todo tipo de crímenes.
Las calumnias mencionadas en el versículo 4 no eran dirigidas a Dios, sino a nosotros, los creyentes. Muchos de nosotros hemos sido calumniados por los incrédulos en la escuela, en nuestro trabajo o en nuestro vecindario. Incluso hay algunos que han sido calumniados por sus propios parientes. Los que siguen la corriente de esta era a menudo calumniarán a los creyentes.