Mensaje
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Lectura bíblica: 2 Co. 3:3-6
En el libro de 2 Corintios, un libro muy profundo, Pablo se presenta a sí mismo como un modelo de uno que vive a Cristo por causa de la iglesia. En esta epístola, Pablo nos presenta su vivir, la manera en que él vive. La vida de Pablo es un modelo para todos los cristianos.
A comienzos de mi vida cristiana, escuché repetidas veces que Cristo es nuestro ejemplo y que debemos imitarlo. También se me enseñó que el apóstol Pablo es un ejemplo para nosotros. En 1 Ti. 1:15-16 Pablo dice que él era el más grande pecador, el primero de los pecadores, pero que recibió misericordia para convertirse en ejemplo, en modelo, para los creyentes. Sin embargo, yo nunca oí que en 2 Corintios Pablo se presenta a sí mismo como un modelo de uno que vive a Cristo por causa de la iglesia.
Pablo es un modelo no solamente de uno que vive a Cristo, sino de uno que vive a Cristo por causa de la iglesia. Nuestro destino, como nueva creación de Dios, es vivir a Cristo. Además, hemos de vivir a Cristo no solamente para ser salvos, para ser espirituales, para tener poder o para realizar una obra evangélica, sino por causa de la iglesia. Vivir a Cristo por causa de la iglesia es el destino que Dios ha designado a Su nueva creación.
El vivir a Cristo por causa de la iglesia es algo que se ha perdido y que debe ser recobrado. Durante la Reforma, Martín Lutero recobró la justificación por fe. Por la gracia de Dios, Lutero estaba dispuesto a arriesgar su vida para recobrar la verdad de la justificación por fe. De manera objetiva, la justificación por fe se puede asemejar a la piel de un pollo, es decir, no es la carne. Según Romanos y Gálatas, la justificación por fe debe tener un resultado. Estos libros revelan que la justificación por fe es para vida, lo cual significa que la justificación se efectúa con miras a la vida. No debe ser un fin en sí misma, sino que debe dar por resultado la vida.
Caspar Schwenckfeld vio que la justificación tiene que dar por resultado la vida. Él puede ser considerado como uno que no solamente tocó la “piel” de la revelación de la Biblia, sino que también empezó a ver la “carne” que está debajo de la piel. Un día quedé muy sorprendido cuando me enteré de que Schwenckfeld empleó algunas de las expresiones que nosotros usamos hoy para hablar de la vida. Él incluso habló del Espíritu vivificante. Me refiero a Lutero y a Schwenckfeld con el fin de mostrar que el Señor desea recobrar no solamente la piel, es decir, ciertas enseñanzas fundamentales, sino también la carne que se halla debajo de la “piel” de la Palabra.
En el mensaje diecisiete de este estudio-vida, hice notar que se puede asemejar las verdades de la Biblia a las plumas, la piel y la carne de un pollo. Por ejemplo, al leer el primer capítulo de 1 Corintios tal vez prestemos atención a las plumas y descuidemos la piel. En 1 Corintios 1:12 Pablo dice: “Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo: y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo”. En este versículo encontramos plumas, pero no carne. Los que leen el primer capítulo de 1 Corintios a menudo prestan atención a las plumas de este versículo y pasan por alto la carne del versículo 9, donde Pablo dice: “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión de Su Hijo, Jesucristo nuestro Señor”. Muchos leen el primer capítulo de 1 Corintios sin prestar la debida atención a este versículo y a la carne que contiene. Otros lo estudian sin una comprensión adecuada de la palabra comunión. Piensan que tener comunión con el Hijo significa simplemente tener contacto con el Hijo de Dios a manera de oración. Pocos creyentes se dan cuenta de que la comunión del Hijo equivale al disfrute que tenemos del Hijo de Dios. Aquí el Hijo de Dios es la rica carne dada a nosotros por porción.
El pensamiento de disfrutar al Señor como una carne rica y nutritiva se halla en Lucas 15. En la parábola del hijo pródigo, el pródigo se arrepiente y vuelve a casa. El padre lo recibe y lo viste con el mejor vestido. Algunos maestros bíblicos usan esta parábola para enseñar que la salvación es por gracia, no por obras. El hijo tenía pensado decir al padre que lo hiciera como a uno de sus jornaleros; no obstante, el padre lo interrumpió y pidió a los siervos que le pusieran el mejor vestido. Este vestido representa a Cristo como nuestra justicia. Nosotros no recibimos este vestido por nuestras obras, sino por la gracia, el don gratuito, de Dios el Padre.
También yo prediqué mensajes evangélicos usando Lucas 15, en los cuales recalqué este punto. Con todo y eso, es necesario ver que esta parábola contiene más que el vestido; también incluye el becerro gordo. El vestido se asemeja a la piel, y el becerro gordo, a la carne. Por años prediqué el “evangelio del vestido” es decir, el mensaje de que la salvación es por gracia. Pero un día me di cuenta de que Lucas 15 habla también del becerro gordo. El vestido es algo externo, algo que nos cubre; mientras que ingerir el becerro gordo es algo interno, es alimento que nutre. Después de ver eso, empecé a predicar el evangelio de una manera distinta, haciendo hincapié en el becerro gordo así como también en el vestido. No obstante, algunos que sólo vieron el vestido y no el becerro gordo, sólo la piel y no la carne, no estaban contentos con esta clase de predicación del evangelio. No estaban de acuerdo con la enseñanza de que debemos comer el becerro gordo.
A veces, cuando predicaba basándome en Lucas 15, decía que el hijo pródigo se arrepintió y volvió no porque su ropa estuviese sucia, sino porque tenía hambre. El hijo volvió a casa porque tenía hambre, tenía tanta hambre que estaba dispuesto a comer incluso las algarrobas que se daban a los cerdos. Lucas 15:17, refiriéndose al hijo pródigo, dice: “Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!” Entonces, decidió: “Me levantaré e iré a mi padre” (v. 18). Él no dijo que en la casa de su padre había muchos vestidos; al contrario, él se acordó que allí había “abundancia de pan”. En lugar de permanecer donde estaba y perecer de hambre, decidió volver a casa.
Supongamos que el padre hubiera dicho: “Pobre hijo mío, pareces limosnero. Pediré a los jornaleros que saquen el vestido que he preparado para ti y te lo pongan para que tengas una buena apariencia”. Si el padre únicamente le hubiera proporcionado vestido a su hijo, éste habría dicho: “Padre, tengo hambre; para ti, el vestido es suficiente, pero yo necesito algo para comer. Por favor dame alimento”. No obstante, el padre no se preocupó solamente por el vestido. Después de pedir a los jornaleros que trajeran el mejor vestido, el padre dijo: “Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y regocijémonos” (v. 23).
Además, el hijo mayor tuvo celos, no por el vestido, sino por el banquete, y se quejó con su padre y le dijo: “He aquí, tantos años te he servido, sin haber desatendido jamás un mandato tuyo, y nunca me has dado ni un cabrito para regocijarme con mis amigos” (v. 29). El hijo mayor no dijo que el hijo pródigo tenía el mejor vestido; sus celos se debían a que al hermano menor se le había preparado el becerro gordo.
En ciertos aspectos, lo que se enseña en el recobro del Señor difiere de lo que es común entre los cristianos de hoy. Aquellos que se interesan únicamente por el vestido y no por el becerro gordo se atreven a afirmar que nuestra enseñanza es herética, pero en el recobro, tenemos el vestido y también el becerro gordo. Lutero recobró el vestido, pero ahora estamos disfrutando el recobro del becerro gordo. Por la misericordia del Señor, estamos en Su recobro disfrutando a Cristo, el becerro gordo, como nuestra porción rica y nutritiva.
Al leer el capítulo seis de 1 Corintios, ¿qué atraerá nuestra atención, las plumas o la carne? Las palabras de Pablo que condenan la fornicación constituyen una “verdad de pluma”. Cualquier persona ética y moral apreciará las palabras que Pablo expresó al respecto. Al leer este capítulo, algunos cristianos prestan atención al versículo 19, donde Pablo dice que nuestro cuerpo es templo de Dios y que debemos glorificar a Dios en nuestro cuerpo porque hemos sido comprados a un precio. Al leer este capítulo, otros centrarán su atención en lo que dice Pablo acerca de los litigios entre hermanos. Pocos reconocerían que el versículo clave de este capítulo es el versículo 15.
Algunos tal vez se pregunten por qué digo que el versículo 15 es el versículo clave, cuando he hecho tanto hincapié en el versículo 17. En el versículo 17, Pablo dice: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con El”. En el versículo 15, él dice: “Vuestros cuerpos son miembros de Cristo”. El versículo 17 explica lo que hace posible que nuestros cuerpos sean miembros de Cristo. Puesto que nuestros cuerpos son miembros de Cristo, no debemos darles otro uso que el debido. Nuestros cuerpos han sido unidos orgánicamente a Cristo y ahora forman parte de Cristo. ¿Cómo podríamos usar estos cuerpos santos para cometer pecado? Pero, ¿cómo pueden ser nuestros cuerpos miembros de Cristo? Esto es posible porque somos un solo espíritu con el Señor. Puesto que nuestro espíritu se ha unido al Señor como un solo espíritu, nuestro espíritu debe ser la parte predominante de nuestro ser. Entonces nuestro cuerpo debe estar bajo el control del espíritu y debe ser saturado por el espíritu. Primero, el espíritu llega a ser el espíritu de nuestra mente, y al final, llega a ser el espíritu de nuestro cuerpo. De esta manera nuestros cuerpos llegan a ser miembros de Cristo. En esto consiste la carne del capítulo seis de 1 Corintios.
En los capítulos dos, tres y cuatro de 2 Corintios resulta difícil encontrar plumas o piel. En ellos definitivamente no hay ninguna pluma, aunque es posible que en el capítulo tres haya una capa fina de piel. En 3:1 Pablo pregunta: “¿Comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O tenemos necesidad, como algunos, de cartas de recomendación para vosotros, o de parte vuestra?” Algunos grupos cristianos, basándose en este versículo, han establecido un sistema que consiste en escribir cartas de recomendación para los que se desplazan de una ciudad a otra. Los que practican esto afirman que durante la época de Pablo se escribían cartas de recomendación para los santos. Esto, no obstante, constituye una capa fina de piel; definitivamente no es la carne de 2 Corintios 3. En este capítulo, Pablo no tuvo la intención de escribir algo referente a tales cartas de recomendación; por el contrario, su intención fue dar una palabra en cuanto a escribir cartas vivas por el Espíritu vivificante del Dios vivo.
Pablo, un modelo de uno que vive a Cristo por causa de la iglesia, era competente para escribir cartas vivas. Él había cumplido todos los requisitos y poseía la maestría, la destreza, necesaria para ello. Su competencia provenía de Cristo, y por eso pudo escribir estas cartas vivas con Cristo mismo como alfabeto espiritual. El libro de Apocalipsis dice claramente que Cristo es el alfa, la primera letra del alfabeto griego, y también la omega, la última letra del alfabeto griego. Ciertamente Cristo es también todas las demás letras que están entre el alfa y la omega.
Por muy larga que sea una composición escrita, ésta se redacta con las palabras del alfabeto. Si usamos una máquina de escribir para escribir la palabra “Dios”, sencillamente debemos presionar las teclas D-i-o-s. Después podemos escribir otras palabras, y luego frases, párrafos y capítulos. Según el mismo principio, Pablo pudo escribir cartas vivas con Cristo como el alfabeto celestial.
Basándonos en la afirmación que hace el libro de Apocalipsis de que Cristo es el alfa y la omega, decimos también que Él es todas las letras del alfabeto celestial. ¿Cree usted que Cristo es únicamente dos letras y no las demás? No es así; Él es todas las demás letras. Todo aquel que vive a Cristo por causa de la iglesia sabe que Cristo es alfa, beta, gamma, delta y todas las demás letras del alfabeto celestial.
Pablo también sabía cómo usar la máquina de escribir divina para inscribir a Cristo en otros. Siempre que estaba con los santos, les inscribía a Cristo. Pablo conocía a Cristo de manera detallada, y también sabía cómo escribir cartas vivas de Cristo. Si Pablo hablara con usted por algún tiempo, cierta cantidad de Cristo, quizá un párrafo entero, se escribiría en su corazón.
En 2 Corintios 3 Pablo usa la palabra “inscribir” para mostrar la manera en que él redactaba cartas vivas de Cristo. Su redacción no sólo escribía a Cristo sobre los santos, sino que lo inscribía en ellos. En mi ministerio, también procuro seguir a Pablo en inscribir a Cristo en los santos. No es mi deseo simplemente comunicar las doctrinas; ni siquiera me gusta hablar de ser un solo espíritu con el Señor simplemente en términos doctrinales. Al contrario, lo que me interesa es escribir a Cristo en vida. De esta manera los santos no sólo recibirán el conocimiento de la doctrina, sino que Cristo será inscrito en sus corazones.
Supongamos que un hermano aprende la doctrina de que él es un solo espíritu con el Señor. Sin embargo, es posible que esta doctrina no le ayude en su relación con su esposa. No obstante, si un hermano permite que Cristo se inscriba en él, experimentará en su vida matrimonial el hecho de ser un solo espíritu con el Señor. Esto demuestra que él ha sido ayudado por el ministerio que inscribe a Cristo dentro de su ser.
Pablo, un modelo de uno que vive a Cristo por causa de la iglesia, fue hecho competente, suficiente y apto para escribir cartas vivas. Su competencia provenía de Cristo y de todo lo que Cristo es. En los escritos espirituales de Pablo, Cristo era cada letra, cada palabra, cada frase, cada párrafo y cada capítulo.
Este asunto de inscribir a Cristo en otros es un aspecto más profundo que el de vivir a Cristo por causa de la iglesia.
Vivir a Cristo no es lo único que me preocupa, sino también que Él sea inscrito en los santos. Inscribo a Cristo en otros no por causa de mi propia obra, sino por causa de la iglesia, con miras a que se lleve a cabo la administración de Dios y se cumpla Su propósito eterno.
El recobro del Señor tiene un futuro muy prometedor. El futuro es brillante porque Cristo es todas las letras del alfabeto celestial. Tengo la convicción de que en los años venideros, el Señor usará a muchos santos para inscribir a Cristo en otros. Estos santos no predicarán el evangelio meramente de manera doctrinal, sino que escribirán a Cristo en el ser interior de las personas. Los que oigan esta predicación del evangelio quizás no recuerden todos los puntos doctrinales, pero no podrán borrar al Cristo que se ha inscrito en ellos.
Además, es posible que olvidemos muchos de los mensajes que hemos oído. Con todo, Cristo ha sido inscrito en nosotros, y permanece en nuestro ser. Aun si usted se rebela contra el Señor, no podrá eliminar lo que tiene inscrito de Cristo. Algunos me han escrito diciendo que no pueden olvidar al Cristo que les ministré. Aunque no están de acuerdo conmigo en ciertos asuntos, aprecian el hecho de que les he ministrado a Cristo. Esto demuestra que no podemos borrar al Cristo que ha sido inscrito en nuestro ser.
La religión depende meramente de la doctrina, y no de la experiencia que tenemos de Cristo. Muchos siguen argumentando sobre las doctrinas, pero en el recobro del Señor nos ocupamos de Cristo de una manera profunda, y no de una manera superficial. Queremos profundizar e ir más allá de las plumas y de la piel para tocar la carne que es Cristo, es decir, para experimentar al Cristo que es las profundidades de Dios, al Cristo que es nuestra porción.
Llegué a este país con una carga muy positiva: la de inscribir a Cristo en otros. Los pecadores no son los únicos que necesitan que se les inscriba a Cristo; aun los pastores, teólogos y profesores necesitan que más Cristo se inscriba en su ser. Muchos han dedicado un tiempo considerable para obtener cierto nivel académico, pero no tienen mucho de Cristo inscrito en ellos. Algunos tienen un conocimiento cabal del idioma griego, mas no experimentan a Cristo como todas las letras del alfabeto celestial.
Por una parte, debemos procurar inscribir a Cristo en los demás; por otra, nosotros mismos somos cartas vivas de Cristo, epístolas vivas, y los demás pueden leer al Cristo que ha sido inscrito en nosotros. Jóvenes, cuando visiten a sus padres, tengan la seguridad de que ellos leen al Cristo que está inscrito en ustedes. Quizás los observen a ustedes en secreto, sin decirles que los están leyendo. Algunos quizás se opongan a ustedes y critiquen la vida de iglesia que disfrutamos en el recobro del Señor. Les aliento a que no se molesten por esa clase de oposición o crítica. En vez de ofenderse o desanimarse, deben darse cuenta de que sus padres están leyendo al Cristo que ha sido inscrito en ustedes. A veces, hasta la oposición es una señal de que los demás nos están leyendo.
Conozco muchos casos de padres que finalmente se volvieron al recobro del Señor a causa de lo que leyeron de Cristo en sus hijos. Un padre podría llegar a arrepentirse, llorar en presencia de su hijo y decirle: “Hijo, lamento haberte ofendido. A través de los años me opuse a ti e incluso te reprendí, pero durante todo ese tiempo te estuve leyendo. Tengo que reconocer que vi algo en ti, y lo que vi en ti ahora me hace llorar delante de ti y delante del Señor. Me gustaría acompañarte a una de las reuniones de la iglesia”. Los padres que hoy se oponen a sus hijos, podrían más tarde entrar a la vida de iglesia. Es posible que a un joven le tome algún tiempo para exhibir delante de sus padres al Cristo que ha sido inscrito en él. Pero después de cierto tiempo, los padres quedarán convencidos por la autenticidad de esta experiencia de Cristo.
Jóvenes, cuando visiten a sus padres, deben exhibirles a Cristo, pero esta exhibición no debe ser una actuación. Tampoco ustedes deben intentar defender el recobro del Señor, argumentando con sus padres o afirmando conocer mucho. Sencillamente sean lo que son. En 1 Corintios 15:10 Pablo declara: “Por la gracia de Dios, soy lo que soy”. Cuando visiten a sus padres, simplemente sean lo que son por la gracia de Dios. Cristo ha sido inscrito en ustedes. Los demás quedarán convencidos, no por la actuación de ustedes, sino por lo que ustedes son. Lo que se ha forjado en un joven convence particularmente a sus padres, porque todo padre desea lo mejor para sus hijos. Finalmente, si siguen permitiendo que Cristo sea inscrito en ustedes y manifiestan a este Cristo a sus padres, ellos quedarán convencidos e incluso tal vez decidan acompañarlos a la vida de iglesia.
El punto importante es que Cristo sea inscrito en nosotros. Cuanto más Cristo se escriba en nuestro ser, más los demás lo podrán leer en nosotros.