Mensaje
(1)
Lectura bíblica: 2 Co. 3:16-18
En los mensajes anteriores hicimos notar que Pablo es un modelo de uno que vive a Cristo por causa de la iglesia. En 2 Corintios, este modelo es revelado en varios aspectos, de los cuales hemos tratado cuatro. Primero, una persona que vive a Cristo por causa de la iglesia no confía en sí misma, sino en el Dios que resucita a los muertos. Pablo se refiere a este aspecto en 1:9: “De hecho tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos”. Esto incluye el asunto de no conducirnos con sabiduría carnal, sino con la gracia de Dios y el de ser uno con el Cristo inmutable del Dios fiel. En 1:12 Pablo declara: “Porque nuestra gloria es ésta: el testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría carnal, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con vosotros”. En 1:18 Pablo declara que Dios es fiel; en el versículo 19, dice que [su palabra] en Cristo es sí; y en el versículo 20, afirma que “para cuantas promesas hay de Dios, en El está el Sí”. Por consiguiente, hablamos del Cristo inmutable del Dios fiel.
El segundo aspecto tiene que ver con ser adheridos, ungidos, sellados, capturados, sometidos y guiados a esparcir el incienso de Cristo. Pablo habla de estos asuntos en 1:21 y 22 y en 2:14-16.
En 3:3-6 Pablo llega al tercer aspecto del modelo de vivir a Cristo por causa de la iglesia, el cual consiste en que nuestra competencia proviene de Cristo, quien es el alfabeto espiritual que se usa para escribir cartas vivas con el Espíritu vivificante del Dios viviente. El cuarto aspecto de este modelo es el de hacer resplandecer la gloria del nuevo pacto (3:7-11), y el quinto aspecto, el cual estudiaremos en este mensaje y en el siguiente, es el de ser transformados de gloria en gloria en la imagen del Señor como por el Señor Espíritu, al mirar y reflejar Su gloria a cara descubierta.
Valoro mucho todos estos aspectos de Pablo, quien se presenta como modelo de uno que vive a Cristo por causa de la iglesia. Pablo y los demás apóstoles llevaban una vida en la cual no tenían ninguna confianza en sí mismos; antes bien, ponían toda su confianza en el Dios de la resurrección. No se conducían con sabiduría carnal, sino con la gracia de Dios. Además, eran uno con el Cristo inmutable del Dios fiel, es decir, eran uno con el Cristo que es el Sí. Además, estaban adheridos al Ungido de Dios, y Dios los había ungido y sellado. Por estar adheridos al Ungido, eran personas capturadas, sometidas y guiadas por Dios a celebrar la victoria de Cristo. Como cautivos que marchaban en el desfile triunfal de Cristo, esparcían el incienso de Cristo adondequiera que iban. De hecho, el viaje ministerial de los apóstoles no era un viaje ordinario, sino un desfile triunfal que celebraba la victoria de Cristo en el universo.
Pablo y sus colaboradores también tenían una competencia que provenía de Cristo, quien es el alfabeto celestial que se usa para escribir cartas vivas de Cristo, con Cristo y para Cristo. La “tinta” que usaban para escribir estas cartas era el Espíritu vivificante del Dios viviente. Los apóstoles inscribían a Cristo en los santos y de esta manera escribían cartas vivas con el Espíritu como la tinta. Como resultado, los santos llegaron a ser cartas vivas de Cristo que otros podían leer.
Además, Pablo y sus colaboradores irradiaban al Cristo glorificado y resucitado. Se podía ver en sus vidas al Cristo floreciente, al Cristo que estaba en resurrección. Irradiaban al Cristo que es el Espíritu vivificante, pues en ellos se podía ver tal resplandor, tal gloria.
Pablo y sus colaboradores se encontraban día tras día y a toda hora en el proceso de ser transformados en la misma imagen, la imagen del Cristo glorificado. “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu” (3:18). Esta transformación no se produjo de una vez por todas, sino que fue gradual. Los apóstoles fueron transformados de un grado de gloria a otro. Fueron transformados de gloria en gloria, como por el Señor Espíritu.
Las palabras traducidas “como por” en 3:18 también se pueden traducir “es decir”. Por tanto, los apóstoles eran transformados de gloria en gloria, es decir, del Señor Espíritu. Ellos eran transformados en la imagen del Señor a partir del Señor Espíritu.
Según el libro de 2 Corintios, el modelo de uno que vive a Cristo por causa de la iglesia incluye el aspecto de la transformación diaria. Todo aquel que vive a Cristo por causa de la iglesia debe estar en el proceso de ser transformado día tras día. Si no nos encontramos en el proceso de transformación, algo anda mal con nosotros en nuestra vida cristiana, pues día tras día debemos ser transformados.
La palabra “transformados” es una buena palabra; sin embargo, no comunica todo el significado de la palabra griega. En lugar de “transformados”, algunas versiones de la Biblia usan la palabra “cambiados”, la cual se aleja aún más del significado de la palabra griega. Incluso algunas otras traducen esta palabra griega como “transformados” en Romanos 12:2, pero la traducen como “cambiados” en 2 Corintios 3:18.
Debemos conocer la diferencia entre un cambio y una transformación. La transformación supone un proceso de metabolismo. Es posible que algo cambie sin ser afectado metabólicamente. Muchas cosas pueden cambiar exteriormente sin experimentar ninguna transformación metabólica por dentro.
En el proceso del metabolismo, se suministra un nuevo elemento al organismo. Este nuevo elemento reemplaza el viejo elemento y lo elimina. Por consiguiente, al mismo tiempo que ocurre el metabolismo en un organismo vivo, se crea algo nuevo que reemplaza el viejo elemento, el cual es eliminado. Por tanto, el metabolismo incluye tres cosas: primero, se suministra un nuevo elemento; segundo, con él se reemplaza el viejo elemento; y tercero, se elimina el viejo elemento para que se produzca algo nuevo.
La digestión y la asimilación de los alimentos que ingerimos suponen un proceso metabólico. Primero, ingerimos el alimento que luego va a nuestro estómago. Luego, la comida es digerida metabólicamente, lo cual nutre nuestro ser con nuevos elementos que reemplazan los elementos viejos y permiten que se produzcan nuevas células. Mediante este proceso de metabolismo, crecemos y somos fortalecidos. Además, si tenemos un metabolismo normal, somos sanados de ciertas enfermedades. Mediante el proceso metabólico, se produce continuamente una sanidad en nuestros cuerpos físicos. Esta sanidad no es producto de la medicina prescrita por un médico; es la sanidad generada por el funcionamiento adecuado del mismo cuerpo. A diario podemos experimentar la sanidad gracias al proceso de metabolismo.
Deseo recalcar el hecho de que la transformación es un proceso metabólico, un cambio metabólico. Podemos definir la transformación como un metabolismo espiritual. En cuanto a esto, valoro mucho el cuidado que puso Pablo al escoger las palabras. Pablo, un escritor maravilloso, siempre fue preciso en las palabras que escogió. En 3:18, él escogió a propósito una palabra griega cuya mejor traducción es la palabra transformados.
Hemos señalado que la transformación supone un metabolismo y que el metabolismo incluye la suministración de nuevos elementos que sustituyen lo viejo. Ahora debemos preguntar cuál es, en el concepto de Pablo, el nuevo elemento que se nos suministra mientras pasamos por la transformación. Según la perspectiva de Pablo, este nuevo elemento es la gloria del Señor. La gloria del Señor es en realidad el Cristo resucitado. Hemos visto que la gloria del Señor en 3:18 es la gloria del Señor Jesús, quien es Aquel que resucitó y ascendió, Aquel que es Dios y también hombre y que pasó por la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección, para llegar a ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo que mora en nuestro espíritu. ¡Cuán rico es el Cristo resucitado! El Cristo resucitado junto con todas Sus riquezas constituye el nuevo elemento que se añade a nosotros para nuestra transformación. Este elemento, el Cristo resucitado junto con Sus riquezas, es la gloria del Señor. Esto no es simplemente la carne de la Palabra, sino una porción selecta de la carne.
La palabra “transformados” deja implícito el inescrutablemente rico suministro de Cristo. Al recibir dicho suministro, éste reemplaza el viejo elemento que está en nosotros, lo elimina y lo desecha. El resultado de esto es que algo nuevo se produce en nosotros, así como el proceso metabólico produce en nuestro cuerpo nuevas células y tejidos. Éste era el concepto de Pablo acerca de la transformación en 3:18. De lo contrario, Pablo no habría dicho que somos transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor Espíritu. Estamos siendo transformados de gloria en gloria, es decir, de un grado de gloria a otro.
Por muchos años he intentado entender la expresión “de gloria en gloria” empleada en 3:18. He consultado muchos libros, pero no he logrado encontrar una explicación satisfactoria. No debemos tomar este asunto por sentado o pensar que lo entendemos. ¿Qué es esta gloria, y qué significa “de gloria en gloria?” “De gloria en gloria” significa del Señor Espíritu al Señor Espíritu. El Señor Espíritu está sobre el Señor Espíritu. Esto significa que el Señor Espíritu, quien es el rico suministro, se añade continuamente a nuestro ser.
Usemos el ejemplo de lo que sucede cuando comemos, para entender cómo es que se añade el Señor Espíritu a nosotros. Supongamos que a usted se le invita a la casa de una familia que come mucho pollo. Día tras día le sirven comida que tiene pollo. Al comerla, usted va de pollo en pollo. Finalmente, al comer tanto pollo, usted llegará a estar constituido del elemento del pollo. Este elemento saturará sus tejidos y sus células y, en cierto sentido, su cuerpo físico será transformado interiormente en pollo. Día tras día y a cada hora, Cristo, el pollo celestial, se añade a nosotros, y somos transformados en Su imagen. Esta transformación va de gloria en gloria, del Señor Espíritu al Señor Espíritu.
En uno de los mensajes anteriores hice notar que es posible que los padres de los jóvenes de la iglesia puedan leer al Cristo que se ha inscrito en ellos. Después de que di ese mensaje, muchos testificaron que cada vez que visitan a sus padres, sus padres los leen y observan el cambio que se ha generado como resultado del Cristo que ha sido inscrito en ellos. Estoy convencido de que un día algunos padres darán un testimonio en el que dirán algo así: “Cuando nuestra hija entró en la vida de iglesia, nos opusimos a ella al principio. Pero cuando vino a casa a visitarnos, nos dimos cuenta de que algo era diferente en ella. Cada vez que venía a vernos, observamos que el cambio en su vida era cada vez mayor. Para nosotros, el cambio era maravilloso. Finalmente, después de varias visitas, ya no pudimos resistirnos a lo que estaba sucediendo en ella. Esto puso fin a nuestra oposición, y ahora estamos aquí en la reunión testificando que hemos leído al Cristo que se ha inscrito en nuestra hija”. Si los padres de esta joven entendieran las cosas tal y como son, no hablarían simplemente de un cambio, sino de una transformación. Dirían: “Nos hemos dado cuenta de que a través de los años nuestra hija ha ido experimentado una transformación. Ella está siendo transformada de gloria en gloria, del Señor Espíritu al Señor Espíritu”.
En uno de los mensajes anteriores, dijimos que la gloria de 3:18 es el Cristo que florece en resurrección. Usamos el ejemplo del florecimiento de un clavel para referirnos a esta gloria. La resurrección de Cristo fue Su florecimiento. El Cristo que florece, el Cristo resucitado, es la gloria. Ahora estamos en el proceso de ser transformados de esta gloria a otra gloria. Esta gloria es nuestro suministro diario. Ésta es la razón por la cual ser transformados de gloria en gloria sobrepasa con creces una simple mejoría externa de comportamiento, una mejoría conforme a la enseñanza religiosa o ética.
Confucio habló mucho acerca de la ética. Pero las enseñanzas éticas de Confucio se pueden asemejar al cobre, mientras que lo que revela la Biblia acerca de la vida cristiana se puede asemejar al oro. A veces, en apariencia, el cobre se parece al oro. Ésta es la razón por la cual la gente adultera el oro usando cobre, así como adulteran el vino añadiéndole agua.
Algunos de los misioneros que fueron a China no pudieron discernir la diferencia entre las enseñanzas éticas de Confucio y las enseñanzas de la Biblia que hablan de la vida cristiana. Yo oí a algunos misioneros decir que lo que enseña la Biblia es exactamente igual a lo que está escrito en los libros de Confucio. Si eso fuese cierto, ¿para qué necesitarían los chinos la Biblia, si ya tienen los escritos de Confucio? ¿Para qué se necesitaría que los misioneros fueran a China a enseñar ética? En Efesios 5 Pablo habla de que la mujer debe someterse al marido. Pero Confucio exhorta que la mujer debe experimentar una sumisión triple: primero, a su padre, después, a su marido, y en caso de que falleciera su marido, a su hijo. Parece que Confucio enseña más acerca de la sumisión que la Biblia. Sin embargo, a mí no me interesa cuánto se diga acerca de la sumisión; lo que me interesa es la naturaleza de esta sumisión. ¿Se trata de una sumisión de “cobre” o de una sumisión de “oro”? La sumisión que enseñaba Pablo en Efesios 5 es de oro, pero la sumisión triple que enseña Confucio es de cobre. ¿Prefiere usted una sumisión de oro o una de cobre? Indudablemente, todos preferimos la de oro.
Si no tuviéramos la Biblia, yo ciertamente valoraría los escritos de Confucio. Pero ¡alabado sea el Señor porque tenemos la Biblia y porque ella está llena de oro! Al leer la Palabra, deseo obtener más y más oro y olvidarme del cobre de las enseñanzas éticas que hablan de mejorar nuestra conducta. En el recobro del Señor, no enseñamos a las personas a simplemente mejorar su comportamiento de modo exterior. Una enseñanza de esta índole sólo ayudaría a los santos a pulir su cobre y hacerlo resplandecer más. Pero nosotros no estamos aquí para fomentar esta clase de enseñanza religiosa o ética. En el recobro, lo que nos interesa es que nuestro cobre sea reemplazado por el oro. Cuanto más recibimos el suministro del Señor, más se reemplaza nuestro cobre por el oro.
Hoy en día la mayoría de nosotros somos una mezcla de cobre y oro. Algunos tienen veinticinco por ciento de oro y setenta y cinco por ciento de cobre. Pero independientemente del porcentaje de cobre y de oro que tengamos, el porcentaje de cobre se va reduciendo poco a poco y el porcentaje de oro se va incrementando. El oro está siendo añadido a nosotros para reemplazar el cobre y eliminarlo.
Tomemos el ejemplo de un joven que está en la vida de iglesia y que es sumiso a sus padres y obediente a ellos. Él se comporta bien y es un buen muchacho; no obstante, debemos hacerle una importante pregunta: esta sumisión y obediencia, ¿es cobre u oro? ¿Proviene simplemente de tratar de comportarse debidamente como ser humano, o es el resultado de ejercitar el espíritu regenerado para vivir al Espíritu que mora en nosotros? Puede ser que su buen comportamiento, su sumisión y su obediencia se deriven de él mismo. Si éste es el caso, él es un muchacho de “cobre”. Su sumisión, su obediencia e incluso su amor son cobre. Este cobre no es glorioso, pues no es el Cristo resucitado. Su comportamiento puede ser muy bueno, pero no es la gloria.
¿Qué debemos hacer cuando nos demos cuenta de que nuestro comportamiento es cobre y no oro? Debemos acudir desesperadamente al Señor y decirle: “Señor, ahora tengo la revelación. Veo lo que eres Tú y lo que soy yo. Lo mejor que puedo ser es un cobre brillante, resplandeciente, pero Señor, Tú eres oro. Cuando me comparo contigo, que eres oro, empiezo a detestar mi comportamiento de cobre. Aborrezco mi propia sumisión, obediencia y amor. Señor, necesito que Tú seas mi sumisión. Señor, quiero experimentarte como mi obediencia y amor. Señor, si Tú no amas en mí, yo no amaré tampoco. Señor, no quiero hacer nada sin Ti. Señor, Tú vive en mí. Ven y reemplaza mi cobre con Tu oro. ¡Oh Señor Jesús, reemplázame!” Después de hacer esto, durante todo el día debemos tener contacto con el Señor invocándole y permitiendo que nos reemplace consigo mismo. De esta manera, experimentaremos poco a poco que el Señor viva en nosotros. Nos daremos cuenta de que nuestro comportamiento no se origina en nosotros, sino que es el Cristo resucitado. Esto es la gloria.
Si practicamos esto día tras día, seremos transformados de gloria en gloria. Además, otros notarán algo diferente en nosotros; verán una diferencia en nuestra sumisión, obediencia y amor. Sí, seguiremos siendo sumisos, pero esta sumisión es diferente en naturaleza. Anteriormente, nuestro comportamiento era cobre, pero ahora es oro, y por ser oro, brilla mucho más que antes; de hecho, es glorioso.
Espero que todos veamos la diferencia entre el cobre y el oro. Antes íbamos de cobre en cobre, pero ahora somos transformados de oro en oro, de gloria en gloria. A través de los años, me he dicho a mí mismo: “Todavía eres una mezcla de cobre y de oro”. No obstante, puedo testificar que el cobre ha ido disminuyendo y que el oro ha ido aumentando.
En todos nosotros debe quedar una impresión profunda de lo que significa ser transformados. Ser transformados equivale a que Cristo se añade a nuestro ser y reemplaza lo que somos a fin de que Él aumente y nuestra vida natural disminuya. A medida que transcurre en nosotros el proceso de transformación, el viejo elemento de nuestro ser natural es eliminado, y la gloria, el Cristo que florece, el Cristo resucitado como Espíritu vivificante, se añade a nosotros y reemplaza el elemento natural. Hoy es diferente de ayer, y mañana será diferente de hoy, pues cada día tenemos menos del elemento natural y más de Cristo. Esto es lo que significa ser transformados de gloria en gloria.
Yo no adquirí este entendimiento en cuanto a la transformación simplemente leyendo libros. Ninguno de los libros que he leído me ayudó a comprender completamente lo que significa “de gloria en gloria”. En el transcurso de los años, he aprendido de mi propia experiencia y de lo que he observado en la vida de iglesia lo que significa ser transformados de gloria en gloria. Hace más de veinte años no habría podido dar un mensaje como éste. En aquel entonces, aún no tenía un entendimiento tan claro de la expresión que empleó Pablo: “de gloria en gloria”. Ahora veo que esta gloria es el Cristo que florece, Cristo en resurrección. Además, este Cristo como gloria es el Espíritu vivificante. Por consiguiente, tanto por mi experiencia como por lo que he observado, puedo testificar que la gloria de 3:18 es de hecho el Espíritu vivificante.
Cuanto más vivimos y andamos en el Espíritu vivificante, más se añade la gloria a nuestro ser, y por tanto, vivimos de gloria en gloria. Estamos en el proceso de ser transformados en la misma imagen, de gloria en gloria, es decir, del Señor Espíritu al Señor Espíritu. Ésta es la experiencia de todo aquel que vive a Cristo por causa de la iglesia. Pablo era un modelo de esta clase de vida, y ésta fue su experiencia.