Mensaje 32
En 1925 comencé a leer, estudiar e investigar el libro de Apocalipsis. Los primeros tres capítulos fueron los más difíciles, especialmente los dos que tratan de las siete iglesias. En las siete epístolas a las siete iglesias hay muchos versículos difíciles de entender, y casi nadie los puede explicar. Uno de los más difíciles es Ap. 3:12, donde el Señor dice: “Al que venza, Yo lo haré columna en el templo de Mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de Mi Dios, y el nombre de la ciudad de Mi Dios, la Nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de Mi Dios, y Mi nombre nuevo”. Cuando leí ese versículo hace cincuenta y un años no pude entenderlo. ¿Qué significa eso de que el Señor nos va a hacer columnas en el templo de Dios y que escribirá el nombre de Dios, el nombre de la Nueva Jerusalén y Su nombre nuevo sobre nosotros? Ninguno de los libros que consulté con respecto a este asunto pudo responder mis interrogantes. Aun un muchacho de cuarto año de primaria podría entender las palabras de este versículo, pero es bastante difícil captar el significado del mismo. Apocalipsis 3:12 ha sido un versículo difícil de entender para todos los expositores de la Biblia, debido a que ninguno de ellos ha tenido la experiencia adecuada. Con el paso de los años, pude comprender que la promesa que contiene es la más grande de las siete promesas hechas en las siete epístolas que aparecen en Ap. 2 y Ap. 3. En este mensaje vamos a poner atención a esta promesa que el Señor hace a los que venzan de la iglesia en Filadelfia.
No entenderemos Apocalipsis 3:12 a menos que tengamos la debida experiencia. La promesa que hace aquí el Señor no es darnos algo sino hacernos algo. Cuando pensamos en las promesas del Señor, siempre tenemos la idea de que nos va a dar algo. Según nuestro concepto, una promesa se relaciona con una bendición. En nuestra opinión, no puede haber una promesa sin una bendición. Pero en 3:12 el Señor no dice: “Le daré”; dice: “Lo haré”. En 3:12 el Señor Jesús no promete darnos santidad ni bendiciones celestiales. No, El promete convertirnos en algo, en columnas del templo de Dios.
Llegar a ser una columna en el templo de Dios implica dos cosas: transformación y edificación. Desde que vine a este país, he tenido carga por estas dos cosas. La mayor bendición que el Señor nos puede dar es transformarnos y hacernos parte de Su templo. La mayoría de los cristianos no ha podido entender lo que significa ser hecho columna en el templo de Dios. ¿Qué significa esto? ¿Qué significa tener el nombre de Dios, el nombre de la Nueva Jerusalén y el nuevo nombre del Señor escritos sobre nosotros? Aquellos que han llegado al nivel de la iglesia en Filadelfia tienen un entendimiento correcto. Si estamos en este nivel, estamos listos para que el Señor nos transforme. Si usamos la poca fuerza que el Señor nos ha dado en Su palabra y tomamos seriamente nuestra relación con El, estaremos preparados para que El nos convierta en columnas. Esto requiere que, en primer lugar, seamos transformados en materiales preciosos y que, en segundo lugar, seamos columnas edificadas. ¿Cómo podemos nosotros, que no somos más que barro, llegar a ser columnas en el templo de Dios? Es imposible, a menos que seamos transformados en piedras preciosas y luego seamos puestos como columnas en el edificio de Dios. Antes de 3:12 tenemos la promesa que el Señor hace en 2:17 donde indica que podemos ser transformados en una piedra blanca al comer al Señor como maná escondido. Esta es ciertamente la mayor bienaventuranza; afecta todo nuestro ser, pues se relaciona con lo que somos. La mayor bendición no consiste en que el Señor nos dé algo, sino en que nos transforme.
Supongamos que yo soy un pedazo de barro. No importa qué se me dé, ya sea oro o diamantes, sigo siendo barro. Aun si me llevaran al cielo y me pusieran frente al mismo Dios, seguiría siendo barro. La mayor bendición es que el Señor nos transforme en algo relacionado con la morada de Dios. En la vida de iglesia no debemos esperar que recibiremos cosas objetivas. Debemos comprender que la bendición del Señor siempre consiste en convertirnos en algo, transformarnos en materiales preciosos, y luego hacernos parte del edificio de Dios. Si ustedes ponen atención a esto, sus conceptos cambiarán por completo. Si reciben esta visión, ¿seguirían esperando que el Señor los bendijera con cosas exteriores? No, ciertamente dejaríamos nuestras expectativas. Si verdaderamente hemos tenido esta visión, nos daremos cuenta de que en la vida de iglesia la intención del Señor no es hacer algo fuera de nosotros, sino algo que esté íntimamente relacionado con nuestro mismo ser. El nos convertirá en otro ser.
El Señor no sólo nos hará columnas, sino que también escribirá tres nombres en nosotros: el nombre de Dios, el nombre de la Nueva Jerusalén y Su nuevo nombre. Escribir un nombre sobre nosotros es darnos una designación. Si le piden a usted su nombre, ¿qué respondería? Se atrevería usted a decir: “Mi nombre es Dios”? Decir esto no es ninguna blasfemia, porque el Señor nos prometió que escribiría el nombre de Dios sobre nosotros. Supongamos que el Señor escribió el nombre de Dios sobre mí, y usted me pregunta cómo me llamo. Le diría: “Por favor, lea lo que está escrito sobre mí: D-i-o-s. Este es mi nombre, mi designación”. Algunos de los opositores podrían criticarme por decir esto. Pero no me culpe ni me acuse de blasfemo. Sobre mí escribieron ese nombre; fue Dios quien lo escribió. Echele la culpa a El.
El Señor también escribirá sobre nosotros el nombre de la Nueva Jerusalén. ¿Cuánto de la Nueva Jerusalén está escrito sobre nosotros? Es posible que los demás sólo puedan ver en nosotros las letras N-u-e-v-a J-e-r. Pero al final, después de cierto tiempo, todas las letras de la Nueva Jerusalén estarán escritas sobre nosotros.
Por último, el Señor escribirá Su nombre nuevo sobre nosotros. Puesto que el Señor siempre es nuevo, obviamente Su nombre es nuevo, y no viejo. ¿En qué consiste el nombre nuevo del Señor? El nombre es el mismo Cristo que experimentamos. Sólo después de tener la debida experiencia, recibiremos esta nueva designación. Por todo lo anterior podemos ver que la mayor bendición es que el Señor nos haga como Dios, que nos haga parte de la Nueva Jerusalén, y que nos haga una expresión de Cristo de una manera nueva.
Quienes estamos en las iglesias debemos ver que la mayor bendición que el Señor nos da es la promesa de transformarnos en algo. El logra esto forjándose en nosotros. Escribir el nombre de Dios, el nombre de la Nueva Jerusalén y el nombre del Señor sobre nosotros, significa en realidad que Dios se forja en nosotros, que la Nueva Jerusalén se forja en nosotros y que los atributos de Cristo se forjan en nosotros como Su nueva expresión. Con el tiempo, por medio de dicha obra, estos tres nombres serán escritos sobre nosotros. Al forjarse el elemento de Dios en nosotros, se escriben sobre nosotros estos tres nombres.
Consideren el caso de la madera petrificada. Al principio tenemos un pedazo de madera común. A medida que el agua pasa por su interior, arrastra consigo los elementos naturales de la madera, y los remplaza con minerales sólidos. Al ocurrir este proceso, la madera se va petrificando paulatinamente. Después de que se completa el proceso, podemos escribir sobre el pedazo de madera: “madera petrificada”. Esta designación describe lo que se ha forjado en la fibra misma de la madera.
Digo una vez más que la inscripción de estos nombres describe la obra del elemento divino que está en nuestro ser. Por lo tanto, la mayor de las bendiciones en la vida de iglesia no consiste en que el Señor nos dé algo, sino en que se forje en nosotros hasta hacernos parte de la Nueva Jerusalén. Mediante esta obra, podemos tener algo de Dios y algunas experiencias nuevas del Cristo todo-inclusivo. Tal vez no recibamos bendiciones externas. Aunque el Señor nos cuida, no consideramos este cuidado externo como una verdadera bendición. La verdadera bendición consiste en que El nos hace columnas en el templo de Dios sobre las cuales están escritos tres nombres maravillosos.
Los cristianos en su gran mayoría no entienden el significado de Apocalipsis 3:12, debido a que a través de los siglos no han prestado atención al eterno propósito de Dios, el cual se realiza mediante Su edificio. Muchos tienen un concepto equivocado en cuanto a la edificación; para algunos edificar sólo significa instruir. Aun hoy día en el cristianismo casi no se oye nada sobre la edificación de la morada de Dios. Pese a que algunos cristianos hacen énfasis en la edificación, muy pocos se interesan en la edificación práctica de iglesia de Dios, de la cual procede Su eterna morada. ¿En qué consiste, entonces, la máxima consumación de la Biblia? Al llegar a los últimos dos capítulos de la Biblia, no hallamos allí ni religión ni reglas de ética ni instrucción; lo que vemos es una ciudad, la Nueva Jerusalén. Muchos cristianos piensan que la Nueva Jerusalén es una mansión celestial. Tal parece que nunca han notado que esta ciudad desciende del cielo (21:2). La mayoría de los cristianos anhelan irse al cielo, mientras que Dios desea descender de allí. La Nueva Jerusalén es la consumación de la obra de Dios tanto en la vieja creación como en la nueva. Todo libro debe tener una conclusión. Un libro puede contener muchas cosas, pero la última parte es la más importante. ¿Cómo concluye la Biblia? Concluye con la consumación de la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, que es la morada eterna de Dios. La epístola a la iglesia en Filadelfia se destaca entre las siete epístolas. Esta carta llega a la cumbre del propósito eterno de Dios, la Nueva Jerusalén. Llega a la consumación de toda la Biblia, pues tanto la Biblia como esta epístola concluyen con la Nueva Jerusalén. Así que, esta epístola no sólo se destaca entre las siete que se escribieron, sino que también llega a la cumbre de toda la Biblia.
Cuando el apóstol Juan se comió el librito, fue dulce a su paladar, pero amargó su vientre (10:10). Nuestra experiencia es la misma. Cuando recibimos la visión, nos alegramos porque la visión fue dulce. Pero después de ver, con el paso de los años hemos gustado en nuestra experiencia la amargura que trae. Este sentimiento de amargura tiene que ver con la deplorable condición de los cristianos hoy. Aun en nuestro medio, pese a estar tan cerca del ministerio del Señor, hay muchos a los que poco les interesa el edificio de Dios. Están interesados en recibir bendiciones y en su espiritualidad personal. A otros les preocupa ser ortodoxos doctrinalmente, pero no les preocupa el edificio de Dios. Ellos necesitan ser revolucionados y transformados. Déjenme decirles con franqueza y amor a estos hermanos lo siguiente. Hagan a un lado las doctrinas y considérense a sí mismos. ¿Quién es o qué es usted? Poco importa si la doctrina es correcta. Lo que en realidad importa es lo que usted es. Por años usted se ha preocupado por la doctrina, pero ¿ha habido algún cambio en usted? ¿Es usted el mismo de hace veinticinco años? Es posible que usted no haya experimentado transformación ni edificación. Quizás usted piense que es espiritual, que se basa en la Biblia y que su doctrina es sana y correcta. ¿Pero cuánto ha sido transformado su ser y con quién ha sido edificado? Día tras día, usted acoge la Biblia y hace lo posible por ser ortodoxo en la doctrina, pero ¿qué me dice de su persona? ¿Ha habido algún cambio en usted?
¿Cuál es la edificación que Dios lleva a cabo? La edificación que Dios realiza consiste en dispensarse en nosotros y en forjarse en nuestro ser. Considere de nuevo el ejemplo de la madera petrificada. La madera es natural, y carece de todo elemento mineral que le pudiera dar la consistencia de una piedra. En el edificio de Dios no hay madera. En Su edificio sólo hay piedras preciosas, oro y perlas. Los doce cimientos de la Nueva Jerusalén son capas de piedras preciosas (21:19-20), y el muro de la ciudad es de jaspe (21:8). En la Nueva Jerusalén no hay barro ni madera. Nosotros por naturaleza somos o de barro o de madera. Todos preferirían ser madera que barro, pues creen que la madera es mejor que el barro. De todos modos, ni el barro ni la madera son útiles en la mano edificadora de Dios. Necesitamos ser transformados. Las personas de barro necesitan ser transformadas en piedras preciosas, y las personas de madera necesitan ser petrificadas. Un pedazo de madera se petrifica al permitir que el agua corra a través de él y se lleve la substancia de la madera y la remplace con minerales sólidos. La petrificación que ocurre en el mundo físico es un símbolo de la realidad espiritual. Hoy Dios nos “petrifica” verdaderamente con el fluir de Su vida divina. Esta corriente se revela claramente en Apocalipsis 22:1, donde dice: “Y me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero”. Este río recorre toda la ciudad.
Yo tengo constantemente cierto sabor amargo, un sentir amargo en cuanto a los cristianos de hoy. Ellos dan la impresión de saber mucho, pero en realidad desconocen por completo y no saben casi nada. No importa lo que uno sepa. Tal vez usted sepa muchas cosas, pero todo su ser sigue siendo barro o madera, lo cual indica que no ha sido transformado. Tenemos que ser transformados y dejar que Dios se dispense en nosotros. Haga a un lado su conocimiento bíblico y su religión, y ocúpese de una sola cosa: cuánto ha sido transformado por la impartición del Dios viviente en usted. Esto es los que verdaderamente vale. Es posible que usted pueda recitar de memoria muchos versículos de la Biblia, y que usted mismo carezca de valor. En la economía de Dios lo único que cuenta es que El mismo sea impartido en usted. Espero que muchos de ustedes puedan decir: “No sé mucho de la Biblia, pero una cosa sí sé: día tras día Dios se dispensa a mi ser. Cada día algo de Dios entra en mí y arrastra consigo mi elemento natural y lo remplaza con Su esencia divina”.
Tengo una carga muy profunda. No importa si usted es bueno o malo, santo o inmundo, espiritual o carnal; lo único que importa es si el Señor lo ha tocado a usted y lo ha estado transformando. Tenemos que estar dispuestos a abrirnos y decir: “Señor, has lo que quieras. Fluye a mí, corre a través de mí, brota de mí y llévate todo residuo de mi elemento natural. Señor, aborrezco las enmiendas externas de mi conducta y ya no quiero ser mejorado por fuera. Estoy harto de la religión y del conocimiento bíblico. Estoy hastiado de mi espiritualidad individual. Señor, estoy desesperado por causa de mi condición, pues tengo muy poco de Tu esencia divina. Se me ha enseñado e instruido por años, pero todavía sigo siendo yo”.
La iglesia en Filadelfia se ha entendido erróneamente. Es cierto que es la iglesia del amor fraternal. Pero ¿qué clase de amor es ése? ¿Es acaso abrazarse unos a otros? ¿Es ése el verdadero amor fraternal? No, el amor fraternal es Cristo mismo forjado en nuestro ser y expresado en nosotros. En la tipología, nuestro amor natural es semejante a la miel, y nunca será grato a Dios. La vida natural y el amor natural no son incienso; son miel, la cual es aborrecible a los ojos de Dios. El amor fraternal natural es tan desagradable para Dios como lo es la levadura. El verdadero amor fraternal es la expresión de Cristo, quien ha sido forjado en nuestro ser. Nuestra esencia y nuestro elemento naturales deben ser quitados por la corriente de la vida divina, y remplazados con el elemento de Dios.
¿Qué significa ser hechos columnas y que el Señor escriba sobre nosotros? ¿Cómo puede el Señor convertirnos en columnas a nosotros que somos tan naturales, que sólo somos madera y barro? Sólo transformándonos, es decir, llevándose nuestro elemento natural y remplazándolo con Su esencia divina. La palabra “hará” en 3:12 significa que nos constituirá de algo, que nos hará parte de algo, será una especie de creación. En esto consiste la transformación. No es suficiente que tengamos doctrinas bíblicas, dado que somos el testimonio del Señor en Su recobro. A fin de que Dios pueda cumplir Su eterno propósito, todos tenemos que decir: “Señor, heme aquí. He recibido la visión de que necesito que Tú me petrifiques. Yo soy madera y necesito ser petrificado. Señor fluye por mi ser; llévate mi ser natural, y remplázalo contigo mismo”.
La epístola a la iglesia en Filadelfia nunca ha sido entendida por los hijos del Señor como lo es hoy. A lo largo de los años, los cristianos han carecido de la experiencia genuina de la transformación y la edificación que Dios realiza. Por esta carencia, no han podido entender Apocalipsis 3:12. Repito una vez más que sólo por experiencia podemos comprender el significado de este versículo. Hoy en la vida apropiada de iglesia el Señor nos está convirtiendo a nosotros, simples pedazos de madera, en columnas del templo de Dios. Esta frase es simple, pero su significado es profundo. En la epístola a la iglesia en Filadelfia el Señor no corrige nuestra conducta y no sólo nos quema, sino que hace de nosotros, jóvenes o viejos, columnas en el templo de Dios. Esto es muy significativo. La única manera en que el Señor puede lograr esto es fluir en nuestro ser. Ni siquiera el Señor puede hacer esto rápidamente. El se forja pacientemente, como corriente divina, en nosotros, no para corregir nuestra conducta, sino para llevarse nuestra esencia natural. Dios no desea que simplemente mejoremos nuestro comportamiento. En la actualidad el Señor desea la vida de iglesia apropiada. Con este fin El anhela entrar en nosotros ahora mismo. No espere hasta mañana y no se preocupe por los demás. Mírese a usted mismo. La obra del Señor en la iglesia consiste en forjarse en nosotros como la corriente divina que arrastra consigo nuestro ser natural y lo remplaza con Su substancia divina para que pasemos gradualmente por el proceso de recibir Su elemento transformador. Esto es todo lo que necesitamos. Mientras Dios nos transforma, nosotros llegamos a ser algo distinto: materiales preciosos para el edificio. Cuanto más llegamos a ser este material, más somos parte de Su edificio. Al final, este edificio llegará a ser la Nueva Jerusalén.
El Señor denomina Su obra, escribiendo un nombre o designación apropiada sobre ella. El carpintero, después de terminar un objeto, le pone cierto nombre o etiqueta. Esta etiqueta es la designación de la pieza que hizo. Del mismo modo, el Señor nos hace columnas en Su templo. Más adelante, en otros mensajes, veremos que el templo se ensancha hasta ser una ciudad. La ciudad en su totalidad será un enorme templo. De manera que ser una columna del templo equivale, a la postre, a ser parte de la Nueva Jerusalén. En Apocalipsis 3:12 se nos dice que al que venza se le hará columna del templo, pero el rótulo inscrito sobre él no es “el templo de Dios”, sino “la Nueva Jerusalén”. Al final no seremos parte del templo sino de la Nueva Jerusalén. El Señor nos está convirtiendo en la Nueva Jerusalén, lo cual implica una especie de creación. Tarde o temprano el Señor escribirá el nombre de la Nueva Jerusalén sobre nosotros. El nos designará según lo que haya hecho de nosotros.
Todo lo anterior se basa en una comprensión nueva y en una nueva experiencia de Cristo. Lo que usted ha experimentado de Cristo puede haberse envejecido. Cuando usted se pone de pie para dar testimonio de Cristo, lo que dice puede ser viejo. Necesitamos experiencias de Cristo nuevas y vigentes. Estas nuevas experiencias de Cristo tienen que hacer de nosotros columnas y hacer que El escriba sobre nosotros el nombre de la Nueva Jerusalén. Esta es una experiencia nueva, y por ella recibimos Su nombre nuevo. Solamente usted sabe qué nombre es, pues sólo usted habrá experimentado lo que producirá dicho nombre. Todos necesitamos estas nuevas experiencias de Cristo para llegar a ser columnas. Espero que muchos de nosotros los que hemos conocido al Señor desde hace tiempo digamos: “Señor, te alabo. Nunca me había dado cuenta de que necesito que Tú me transformes. Señor, he sido individualista todos estos años. Pero ahora te pido que fluyas por mi ser y te lleves mi individualismo natural, y lo remplaces con Tu esencia. Deseo que me transformes y me edifiques con los demás miembros de Tu Cuerpo. Señor, aborrezco ser natural e individualista. Deseo tener nuevas experiencias del Cristo que transforma y edifica. Anhelo experimentar la vida de Cristo que nos transforma y nos edifica”. Es posible que usted haya experimentado la vida salvadora de Cristo. La vida de Cristo lo salvó del pecado y del mundo. Pero puede ser que nunca haya experimentado la vida transformadora y edificadora de Cristo. Usted fue salvo del pecado y del mundo, pero ¿ha sido transformado y edificado con otros? Durante años usted ha sido natural e individualista. Que el Señor tenga misericordia de nosotros. Necesitamos orar así: “Señor, abre mis ojos para recibir una visión y una experiencia de Ti en una nueva forma, de tal modo que Tu vida me transforme y me edifique, a fin de que Tú tengas la oportunidad de hacerme columna en el templo de Dios y de que yo llegue a ser parte de la Nueva Jerusalén”.