Mensaje 61
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En este mensaje examinaremos otras características de la Nueva Jerusalén: sus dimensiones y su muro.
Examinemos primero las dimensiones de la Nueva Jerusalén. Apocalipsis 21:15 dice: “El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro”. La caña sirve para medir, y medir significa tomar posesión (Ez. 40:5; Zac. 2:1-2; Ap. 11:1). Observe que el instrumento para medir no es una vara, sino una caña. Una vara denota juicio, disciplina y castigo. De acuerdo con 11:1, “una caña semejante a una vara” se usó para medir “el templo de Dios y el altar y a los que adoran en el templo”. Debido a que la vara indica juicio (Pr. 10:13: Is. 10:5; 11:4), una caña semejante a una vara indica que se mide con castigo. Sin embargo, en 21:15 tenemos la caña, pero no se menciona la vara. No hay relación con el juicio, la disciplina ni el castigo, debido a que en la Nueva Jerusalén todo es completo y perfecto. La ciudad ya pasó todas las pruebas. La mujer universal resplandeciente, cuya consumación es la Nueva Jerusalén, pasó por todos los juicios y fue medida por muchas varas en cada una de las cuatro dispensaciones. Inclusive hoy, la iglesia no está siendo medida por una caña, sino por una vara. Cuando se hayan cumplido las cuatro dispensaciones y hayan venido el cielo nuevo y la tierra nueva, no será necesario medir con una vara.
La Nueva Jerusalén es medida con una caña, lo cual significa que es medida para ser poseída. Suponga que usted desea comprar un terreno. Primero lo mide, y luego toma posesión de él. Las mujeres hacen lo mismo cuando compran tela en una tienda. La tela que miden es la tela que compran. Del mismo modo, la Nueva Jerusalén, la cual se mide con una caña de oro, será plenamente poseída por el Señor de un modo muy positivo.
Noten que la caña es de oro. Puesto que el oro representa la naturaleza de Dios, este pasaje da a entender que la medición de la ciudad, sus puertas y su muro corresponden a la naturaleza divina. Nada que no sea compatible con la naturaleza de Dios podrá pertenecer a la Nueva Jerusalén. Dios no puede poseer nada que no armonice con Su naturaleza. Toda la ciudad, con sus puertas y su muro, pasa la medida y la prueba de la naturaleza de Dios; por lo tanto, El puede tomar posesión de ella.
Inclusive hoy, Dios mide las iglesias con la regla de oro de Su medida divina. Cuando Dios mide una iglesia, no se interesa en nuestra inteligencia, nuestras actividades ni nuestra elocuencia, sino en cuánto de Su naturaleza se ha forjado en nosotros. ¿Está la iglesia constituida sólidamente del oro divino? ¿Está hecha de la esencia divina? La iglesia debe tener la substancia divina; o sea que la substancia divina debe ser forjada en el ser mismo de la vida de iglesia. De manera que la norma de la medida no es nuestra naturaleza humana, sino la naturaleza de Dios.
Cuando estamos a punto de expresar nuestro amor los unos por los otros tenemos que determinar qué clase de amor expresamos, si es el amor humano o el divino. Lo mismo se aplica a nuestra humildad y a nuestra bondad. Si bien es cierto que debemos ser humildes y buenos, tenemos que verificar si nuestra humildad y nuestra bondad son humanas o divinas. Este principio se aplica a todos los aspectos de nuestra humanidad. Necesitamos ser divinamente humanos; o sea que debemos permitir que la naturaleza divina sea forjada en nosotros. Tenga presente que Dios mide la iglesia en conformidad con la naturaleza divina. La naturaleza de oro de Dios es la única norma.
En el versículo 16 se mide la ciudad misma. “La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la anchura y la altura de ella son iguales”. Cuando yo era joven, me perturbaba el hecho de que la altura del muro fuese de ciento cuarenta y cuatro codos y la de la ciudad de doce mil estadios. Las medidas de la ciudad indican que la ciudad misma es como una montaña de doce mil estadios de altura, mientras que el muro era de ciento cuarenta y cuatro codos desde el cimiento hasta la parte superior. Doce mil estadios son más de dos millones cien mil metros, o sea, más de dos mil kilómetros.
Otra cosa que me inquietaba acerca de la ciudad era que tenía una sola calle. Me preguntaba cómo podía llegar esta calle a las doce puertas. En mi opinión, debía haber como mínimo doce calles, una para cada puerta. En una ocasión en que pasé una temporada con el hermano Nee en Shanghái, él me dijo que la Nueva Jerusalén es una montaña, y que la calle desciende en espiral desde el trono y pasa por las doce puertas. No importa por cuál puerta entre uno, se hallará en la misma calle. Debido a que la calle es una espiral, es imposible que uno se pierda en la ciudad. Aun si uno camina con los ojos cerrados por esta calle, no perderá el camino.
El versículo 16 dice que “la ciudad se halla establecida en cuadro”. La longitud y la anchura son iguales. El hecho de que la Nueva Jerusalén sea cuadrada significa que es perfecta y está completa en todo aspecto, y es totalmente recta, carente de la más mínima inclinación.
La longitud, la anchura y la altura de la Nueva Jerusalén son equivalentes; son doce mil estadios por cada dimensión. Doce mil estadios es mil multiplicado por doce. Puesto que el número doce significa perfección absoluta y consumación eterna en la administración eterna de Dios, doce mil es mil veces esto.
Según las medidas, la Nueva Jerusalén es un cubo. Las dimensiones del lugar santísimo, tanto en el tabernáculo como en el templo, eran equivalentes en longitud, anchura y altura (Ex. 26:2-8; 1 R. 6:20). El lugar santísimo del tabernáculo era un cubo que medía diez codos de arista, y el lugar santísimo del templo era un cubo de veinte codos por cada lado. La equivalencia de la longitud, la anchura y la altura de la Nueva Jerusalén indica que toda la ciudad es el lugar santísimo. Por lo tanto, la Nueva Jerusalén es el lugar santísimo agrandado al máximo.
En el estudio-vida de Hebreos hicimos ver que la experiencia que tenemos del lugar santísimo debe aumentar constantemente (véase el mensaje cincuenta y dos). Esto significa que en nuestra experiencia el lugar santísimo debe ser ensanchado continuamente. Al principio tenemos el lugar santísimo más pequeño en Exodo; luego, vemos un lugar santísimo más grande en 1 Reyes, y al final tenemos el lugar santísimo más grande de todos en Apocalipsis. Por último, nuestro lugar santísimo tendrá más de dos mil kilómetros de longitud, anchura y altura.
Ahora veamos en qué consiste el principio del lugar santísimo. Radica en que el hombre puede vivir y andar directamente en la presencia de Dios. Según el Antiguo Testamento, sólo al sumo sacerdote se le permitía entrar en el lugar santísimo. Pero el libro de Hebreos revela que mediante la sangre redentora de Cristo, dicho lugar quedó abierto a todos los que creen en El (He. 10:19-22). Todos los redimidos pueden entrar en la presencia de Dios, vivir allí, permanecer allí y disfrutar la comunión en unidad con Dios. La Nueva Jerusalén que vendrá será dicho lugar. Todos los que estén en ella verán a Dios, le tocarán, le adorarán, le servirán, y aun vivirán y morarán en Su presencia. La vida de iglesia hoy debe ser el lugar santísimo. La iglesia debe ser un cubo, y su naturaleza debe ser totalmente santa.
El versículo 17 dice: “Y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es de ángel”. Ciento cuarenta y cuatro es doce multiplicado por doce, lo cual significa perfección absoluta y consumación eterna de todas las perfecciones y las consumaciones. ¡Cuán perfecto y completo es el muro de la ciudad santa que está dentro de la administración eterna de Dios! Este versículo dice que el muro es de medida de hombre, “la cual es de ángel”. En la resurrección el hombre llega a ser como los ángeles (Mt. 22:30). De ahí que “de medida de hombre, la cual es de ángel” significa que el muro de la ciudad no es natural, sino que está en resurrección.
El versículo 18 dice: “El material de su muro era de jaspe”. El jaspe es un piedra preciosa, una piedra transformada (1 Co. 3:12) que tiene la apariencia de Dios. Esta piedra es verde oscura y es transparente como cristal. Dice en Apocalipsis 4:3: “Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a una piedra de jaspe y de cornalina”. De acuerdo con este versículo, la apariencia del Dios que está en el trono es semejante al jaspe y a la cornalina. El color verde oscuro del jaspe representa la vida y sus riquezas. La hierba, los campos verdes y las montañas verdes dan testimonio de las riquezas de la vida. Si un prado o un campo no está verde, tenemos la impresión de que allí no hay vida, mientras que el verde oscuro muestra la riqueza de la vida. El Dios que está sentado en el trono en el capítulo cuatro también tiene la apariencia de la cornalina, una piedra muy preciosa de color rojo, lo cual representa la redención. El jaspe representa a Dios como el Dios de gloria en las riquezas de Su vida, mientras que la cornalina lo representa como el Dios de redención. Nuestro Dios es el Dios de vida y de redención. Sin embargo, cuando entremos en la Nueva Jerusalén, ya no será necesaria la redención. Es por eso que el color del muro de la ciudad será de jaspe, verde oscuro, el cual expresa la vida y sus riquezas.
Vimos ya que el muro mide ciento cuarenta y cuatro codos de altura, y que su medida es medida de hombre, la cual es de ángel. Dijimos que esto significa que el muro de la ciudad no es natural, sino que está en resurrección. Esto es muy importante. Todo lo que decimos, lo que hacemos y lo que somos hoy en la vida de iglesia tiene que estar en resurrección. El principio de la resurrección consiste en que nuestra vida natural es anulada y la vida divina surge en su lugar. Esto es resurrección.
En numerosas ocasiones, cuando he estado a punto de enojarme, he ejercitado mi espíritu para crucificar mi hombre natural. Cuantas veces hice esto, estuve en resurrección. Debemos practicar esto no sólo con nuestro mal genio sino también con nuestro amor. No ame a otros de forma natural; ámelos en resurrección. El amor natural es como la miel. En vez de un amor “meloso” necesitamos un amor que esté en resurrección, un amor que haya sido crucificado y resucitado con la vida divina. En un amor así no hay miel. En lugar de miel, hay incienso y sal. De acuerdo con Levítico 2, la ofrenda de harina podía tener incienso y sal, pero no miel. El amor que hay entre la mayoría de los cristianos en la actualidad, raras veces es amor en resurrección, el cual es el verdadero amor. Por lo general, no sólo es miel sino que está lleno de levadura. Aunque muchos cristianos hablan del amor, es muy posible que dicho amor no haya sido juzgado en la cruz ni haya resucitado con la vida divina. Lo que necesitamos es un amor resucitado, un amor que esté en la vida divina.
Quisiera ver a los hermanos y hermanas creciendo en vida y experimentando la edificación, pero no me agrada ver amor natural. Es mejor mantener una distancia entre usted y los demás. No use la ropa de ellos; ni siquiera use la Biblia de ellos. Si su vida natural ha sido juzgada, usted no querrá usar la Biblia que pertenece a otra persona. Usar la Biblia de otro no indica que usted lo ama en espíritu; al contrario, demuestra que usted lo ama según su gusto natural. Usted pasa tanto tiempo con un hermano porque concuerda con su gusto personal. Quizá usted piense que está creciendo en vida cuando comparte con él. En realidad, debido que su amor por él es natural, no está creciendo en absoluto. Cuanto más amamos a otros, más grande debe ser la distancia entre nosotros y ellos.
En la vida de iglesia tenemos que aprender a hacer todo en resurrección, y no en nuestra vida natural. Si usted no está seguro de que algo que va a hacer está en resurrección, entonces no lo haga. Ore y espere hasta tener la certeza de estar en resurrección. El hecho que el muro de la Nueva Jerusalén sea medido con medida de hombre, esto es, de ángel, indica que no solamente es medido según la naturaleza divina, sino también según la resurrección. Yo le debo amar a usted y usted me debe amar a mí, no de una manera natural, sino en la vida divina. Jamás ceda un centímetro de terreno a la vida natural. No importa cuánto ame a los demás, mantenga una distancia entre usted y ellos. Si hace esto será guardado de la vida natural, y amará a otros en resurrección, según lo humano, pero en la semejanza angélica.
En 1932, el año en que llegué a la vida de iglesia, aprendí mi primera lección en cuanto a obrar en resurrección, no en mi vida natural. Había cierta hermana que siempre ayudaba a los demás, pero no tenía suficiente dinero para comprar una Biblia nueva. Ella gastaba su dinero ayudando a otros y no en sí misma. Yo noté que ella usaba una Biblia muy vieja. Espontáneamente tuve la intención de comprarle una Biblia nueva forrada en piel para dársela anónimamente. Cuando le consulté al Señor esto, le dije: “Señor, voy a comprar una Biblia para esta hermana. ¿Estoy haciendo esto en mi vida natural o en Tu vida en resurrección?” Al consultar al Señor de esta manera, aprendí mucho. Debido a que no tenía la certeza de estar obrando según la vida de resurrección, no pude comprar la Biblia inmediatamente. Esperé un tiempo hasta que estuve seguro de no estar actuando de acuerdo a mi vida natural, sino de acuerdo a la vida resucitada de Cristo. Un día compré una Biblia para ella y le fue entregada anónimamente. Cuando ella recibió esa Biblia, su fe fue confirmada y creció para con el Señor. Si le hubiera dado la Biblia unas semanas antes, ella no habría recibido esa ayuda. El día que tuve la certeza de poder darle la Biblia en resurrección, fue el día exacto en que ella la necesitaba.