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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Apocalipsis»
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Mensaje 64

LA NUEVA JERUSALEN

(6)

XIV. SU TEMPLO

  En mensajes anteriores examinamos la ciudad misma, sus fundamentos, el muro, las puertas y la calle. Ahora llegamos al templo, un tema lleno de significado en la Biblia.

A. El Señor Dios Todopoderoso y el Cordero.

  Ap. 21:22 dice: “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero, es el templo de ella”. Este versículo expresa claramente que en la Nueva Jerusalén no habrá templo. El Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son el templo. En el Antiguo Testamento el tabernáculo de Dios fue el precursor del templo. La Nueva Jerusalén es el tabernáculo de Dios (v. 3) y será el templo de Dios. Esto indica que en el cielo nuevo y la tierra nueva, el templo de Dios será ensanchado hasta convertirse en una ciudad. La equivalencia de las tres dimensiones de la ciudad (v. 16) indica que toda la ciudad será el Lugar Santísimo, el templo interior. De manera que no habrá templo en ella.

  En el versículo 22 la palabra griega naos significa templo, refiriéndose al templo interior, el Lugar Santísimo, no al templo en general, que incluiría el lugar santo. El templo interior es el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero, lo cual significa que Dios y el Cordero son el lugar donde servimos a Dios. La ciudad santa como tabernáculo de Dios es el lugar donde Dios habita; nosotros habitamos en Dios y el Cordero como templo. En el cielo nuevo y la tierra nueva, la Nueva Jerusalén será un lugar donde Dios y el hombre morarán por la eternidad.

  La Nueva Jerusalén en su totalidad es el Lugar Santísimo, y Dios y el Cordero son el templo de esta ciudad. Si unimos estas dos afirmaciones, nos daremos cuenta de que esta ciudad es Dios y el Cordero. Debido a que la ciudad entera es el Lugar Santísimo y a que el templo interior es Dios y el Cordero, la ciudad entera es Dios y el Cordero.

  Más aún, la ciudad en su totalidad es llamada el tabernáculo (v. 3). Así como un muchacho es el antecesor de un hombre, de igual manera el tabernáculo es el antecesor del templo. Antes de aparecer el templo, está el tabernáculo. Pero cuando el tabernáculo llega a su plenitud, se convierte en el templo. Por consiguiente, debemos tener presente tres cosas: que la ciudad entera es el Lugar Santísimo; que el templo es Dios mismo y el Cordero; y que la ciudad en su totalidad es el tabernáculo. Cuando juntamos todos estos aspectos, vemos al propio Dios como la ciudad, la Nueva Jerusalén en su totalidad.

  Sin embargo, como ya hicimos notar, la ciudad entera, la Nueva Jerusalén, también es una composición viva de todos los redimidos de Dios. Por un lado, Dios es la ciudad, y por otro, la ciudad es una composición viva de los redimidos. Si esto es difícil de entender con la mente natural, permítanme hacer esta pregunta: ¿No decimos que la iglesia hoy es Cristo, y no decimos además que está compuesta de todos los creyentes? En un sentido la iglesia se compone de todos los creyentes, pero en otro, Cristo es tanto la Cabeza como el Cuerpo. Por lo tanto, tenemos la expresión, el Cristo corporativo. En 1 Corintios 12:12 se indica que Cristo no es solamente la Cabeza, sino también el Cuerpo: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también el Cristo”. El mismo principio se aplica tanto a la iglesia como a la Nueva Jerusalén.

  La iglesia es el ensanchamiento de Cristo. Cristo mismo es el Cristo individual, pero la iglesia es el Cristo corporativo, el Cristo agrandado y extendido. En consecuencia, la iglesia es la extensión de Cristo, Su agrandamiento. Del mismo modo, la Nueva Jerusalén es el ensanchamiento y la extensión del Dios Triuno.

  Muchas personas religiosas no están de acuerdo con esta declaración, debido a que no lo han experimentado. Algunos nos calumnian diciendo que nosotros enseñamos que podemos evolucionar hasta llegar a ser Dios. Aunque repudiamos esta falsa acusación, sí afirmamos que somos la extensión y el agrandamiento de Dios. Después de que quienes se oponen y nos critican hoy sean perfeccionados, posiblemente nos digan: “Hermano Lee, usted tenía razón. Le ofrecemos disculpas por habernos opuesto a usted. Cuando estábamos en la dispensación de la gracia, no teníamos esta experiencia. Por esta razón fuimos insensatos y nos opusimos a usted. Ya fuimos juzgados durante la dispensación del reino y hemos sido perfeccionados. Ahora que estamos juntos por toda la eternidad, queremos reconciliarnos con usted y pedirle que nos perdone”. Si algunos dicen esto, les diré que ya les perdoné en la dispensación de la gracia. Tarde o temprano en esta era, en la próxima era o en la eternidad, los que se oponen a nosotros tendrán que admitir que la revelación máxima de la Biblia es la Nueva Jerusalén como agrandamiento de Dios.

  La Nueva Jerusalén es el tabernáculo y el templo. Esto significa que no sólo será el agrandamiento de Dios, el templo, sino también el tabernáculo, Dios y el Cordero, quien abriga a Sus redimidos consigo mismo como tabernáculo. En Apocalipsis 7:15, hablando de la gran multitud que sirve a Dios en el templo celestial, se afirma: “Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en Su templo; y Aquel que está sentado sobre el trono extenderá Su tabernáculo sobre ellos”. Dios protegerá a Sus redimidos extendiéndose sobre ellos. En Salmos 90:1 Moisés dice: “Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación”. Moisés sabía que Dios mismo es nuestro refugio o morada eterna. El salmo 90 es una profecía que afirma esto. No me interesa vivir en una mansión celestial; prefiero habitar en Dios, en el ensanchamiento de Dios. Nuestra mente natural nunca piensa que nosotros podamos morar en Dios. Sin embargo, la ciudad misma, la Nueva Jerusalén, será Dios mismo como nuestra morada. La extensión y el agrandamiento de Dios serán nuestra ciudad eterna, y en El habitaremos por la eternidad. Todos los redimidos serviremos y habitaremos en Dios y el Cordero como templo.

  Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, el tabernáculo fue el predecesor del templo. Cuando el Señor Jesús se encarnó, fijó tabernáculo entre nosotros (Jn. 1:14) y era el templo (Jn. 2:19-21). Ahora la iglesia es el templo (1 Co. 3:16). Estos dos términos, tabernáculo y templo, se usan una y otra vez en la Biblia. De modo que si deseamos conocer la Nueva Jerusalén, debemos estudiar todos los pasajes del Antiguo Testamento y del Nuevo que aluden al tabernáculo y al templo. En realidad, el fin primordial del tabernáculo no era que el pueblo habitara allí, sino que Dios morara en él. Finalmente, la Nueva Jerusalén será la morada de Dios y también del hombre. Esto significa que será una habitación donde moraremos conjuntamente. Dios será nuestra morada, y nosotros seremos la morada Suya.

  En lo dicho por el Señor, tenemos una miniatura de esta morada: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (Jn. 15:4). Permanecer en el Señor es tomarlo como nuestra morada. Cuando hacemos del Señor nuestra morada, El habita en nosotros. Moramos mutuamente el uno en el otro, ya que nosotros permanecemos en el Señor, y El en nosotros. No hay necesidad de esperar hasta que venga la Nueva Jerusalén para habitar en el Señor y para que El more en nosotros. Yo puedo testificar con certeza que muchas veces sé que estoy verdaderamente en el Señor y que El mora en mí. Ahora mismo El mora en mí, y yo en El. Aunque esto es difícil de explicar, sigue siendo un hecho que experimentamos. Todos podemos testificar que mientras habitemos en El, tenemos el sentir de que El habita en nosotros. Si usted dice: “Señor Jesús, te doy gracias porque en este momento moro en Ti”, inmediatamente tendrá el profundo sentir de que El mora en usted. Dondequiera que usted esté, en su casa, en su trabajo o estudiando, puede decir: “Señor Jesús, en estos momentos estoy morando en Ti”, y alguien dentro de usted le dirá: “Y Yo moro en ti”. Esto es una miniatura de la venida de la Nueva Jerusalén, la cual simplemente será una morada conjunta para nosotros y para Dios y el Cordero.

  Por un lado, nosotros seremos la Nueva Jerusalén, y por otro, Dios y el Cordero también lo serán. En el presente, este mismo principio se aplica a la iglesia. En un sentido, nosotros somos la iglesia, y en otro, Cristo es la iglesia. El asunto de la morada conjunta es profundo. La nueva ciudad será nuestra habitación, y también será la habitación de Dios. Es similar al caso del templo, el cual era la morada de Dios y también el lugar donde los sacerdotes servían a Dios. La nueva ciudad será Dios mismo. Nosotros moraremos en Dios y le serviremos. El mismo Dios a quien servimos será el templo donde le serviremos. ¡Qué maravilloso! Ojalá que todos le experimentemos a El de esta manera profunda.

XV. SU LUZ

  El versículo 23 dice: “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lámpara”. En el milenio la luz del sol y de la luna será intensificada (Is. 30:26). Pero en la Nueva Jerusalén, en el cielo nuevo y la tierra nueva, no serán necesarios el sol ni la luna. Estos estarán en el cielo nuevo y la tierra nueva, pero no serán necesarios en la Nueva Jerusalén, pues allí Dios, quien es la luz divina, resplandecerá con mayor intensidad.

  Dios mismo es el templo y la luz de la ciudad. Aparte de Dios y el Cordero no hay nada más en esta ciudad. En la Nueva Jerusalén Dios lo es todo.

  El Cordero como la lámpara brilla con Dios como la luz que ilumina la ciudad con Su gloria, la expresión de la luz divina. La luz divina iluminará la ciudad santa, y no habrá necesidad de otra clase de luz, ya sea creada por Dios o por el hombre (22:5). No se necesitará la luz natural. Aunque el sol y la luna estarán en el cielo nuevo y la tierra nueva, no los necesitaremos debido a que nuestra morada resplandecerá mucho más que cualquiera otra luz. Tampoco habrá necesidad de la luz artificial, pues Dios mismo será la luz de la ciudad santa. Es el mismo caso en la vida de iglesia hoy, pues Cristo es la luz de la iglesia.

  El versículo 23 dice que el Cordero, Cristo, es la lámpara. Dios es la luz, y Cristo la lámpara. La luz necesita un portador. Nunca debemos separar a Cristo de Dios ni a Dios de Cristo. En realidad, Dios y Cristo son una sola luz. Dios es el contenido, y Cristo es el portador, la expresión. Esto nos permite entender la Trinidad, y este entendimiento es diferente de la enseñanza tradicional. Este versículo describe a Dios como la luz y a Cristo el Hijo como la lámpara. La luz está en la lámpara para expresarse por medio de ella. La lámpara contiene y expresa la luz. Igualmente Dios el Padre está en el Hijo y es expresado a través de El.

  En la Nueva Jerusalén “no habrá más noche” (22:5). En el cielo nuevo y la tierra nueva persistirá la distinción entre el día y la noche, pero en la Nueva Jerusalén no habrá tal distinción. Fuera de la ciudad habrá noche, pero dentro de ella no habrá noche, porque tendremos la eterna luz divina, Dios mismo.

  El versículo 24 dice: “Y las naciones andarán a la luz de ella”. En el milenio la luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces mayor (Is. 30:26). Yo creo que en el cielo nuevo y la tierra nueva la luz del sol será más brillante que en el milenio. No obstante, el versículo 24 dice que las naciones andarán a la luz de la ciudad. Esto prueba que la luz de la ciudad será más intensa que la luz natural. Dios resplandecerá a través de la ciudad, y este resplandor será más brillante que el del sol y el de la luna. Las naciones no necesitarán andar a la luz del sol ni de la luna, porque caminarán bajo el resplandor de la Nueva Jerusalén. Hoy día la iglesia debe ser esta luz resplandeciente, y todos nuestros vecinos deben andar a la luz de nuestro resplandor.

  Hoy, la iglesia es la portadora de Cristo como luz que resplandece para esta generación. Necesitamos ser la iglesia resplandeciente. Lamento decir que hay muy poco resplandor en la cristiandad. Debido a la carencia de luz, es difícil distinguir a los cristianos de los que no lo son. Los que están en la iglesia deben mostrar una diferencia, no en una designación hecha por hombre, sino en el brillo. Debemos brillar para que las naciones anden en nuestra luz.

XVI. SU GLORIA

  En el versículo 11 tenemos una descripción de la gloria de la Nueva Jerusalén, “Teniendo la gloria de Dios. Y su resplandor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal”. La gloria de Dios es la expresión de Dios, Dios expresado. Cuando Dios es manifestado, esto es gloria. Nosotros hemos sido ordenados por esta gloria y llamados a esta gloria (1 Co. 2:7; 1 P. 5:10; 1 Ts. 2:12). Estamos siendo transformados a esa gloria (2 Co. 3:18) y seremos llevados a ella (He. 2:10). Finalmente seremos glorificados con Cristo (Ro. 8:17,30) para llevar la gloria de Dios, para la expresión de Dios en la Nueva Jerusalén.

  La palabra griega traducida “resplandor” en el versículo 11 significa luminaria o portador de luz. Hoy, los creyentes como hijos de luz (Ef. 5:8) son la luz del mundo (Mt. 5:14), brillando en medio de esta generación torcida y perversa (Fil. 2:15). Finalmente, la Nueva Jerusalén, como una composición de todos los santos, será una luminaria, y alumbrará con la luz de Dios a todas las naciones alrededor de ella.

  El resplandor de la gloria de la Nueva Jerusalén es parecida a una piedra preciosa. Esta piedra preciosa no es la luz, sino la portadora de la misma. No tiene luz propia, pues su luz, la cual es Dios, ha sido forjada en ella y resplandece a través de ella. Esto indica que nosotros, como parte de la Nueva Jerusalén, tenemos que ser transformados en piedras preciosas y dejar que Dios sea forjado en nuestro ser como la luz resplandeciente, para poder brillar como expresión Suya.

XVII. SU APARIENCIA

  La apariencia de la ciudad es “como piedra de jaspe, diáfana como el cristal” (v. 11). La apariencia de Dios es como de jaspe (4:3). La luz de la Nueva Jerusalén es como piedra de jaspe, y tiene la apariencia y la expresión de Dios en su resplandor.

  La ciudad en su totalidad, la Nueva Jerusalén, es el propio Dios. La luz es Dios, su gloria es la expresión de Dios y su apariencia es Dios mismo revelado a las naciones. Esto es maravilloso. En la actualidad, todo esto debe encontrarse en la vida de iglesia. La iglesia es el templo de Dios. El mismo Dios que está en la iglesia es nuestra morada y también la luz que brilla a través de nosotros iluminando así a nuestros vecinos. Dicha luz es la gloria y la apariencia de la iglesia. Esta es la vida de iglesia.

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