Mensaje 65
(7)
Toda nación tiene un centro, y éste es su capital, su sede de gobierno. La Nueva Jerusalén también tiene un centro, que es el trono de nuestro Dios redentor, es decir, el trono de Dios y del Cordero (Ap. 22:1).
Ya dimos a entender que en la primera sección de este libro (1:1—11:19) el centro es el trono de Dios, y en la segunda (12:1—22:21) es el templo de Dios. También examinamos la expresión “salió una gran voz del templo desde el trono” (16:17, véanse los mensajes cuarenta y nueve y cincuenta, páginas 552-554, 556-557, 559-560). Al final del libro de Apocalipsis, el trono de Dios está en el templo. Así que el trono y el templo se han hecho uno solo.
Nuestro Dios no sólo lleva a cabo Su administración en el trono ni sólo se expresa en el templo, sino que es el mismo Dios que está en el trono y en el templo expresándose en Su administración. Desde el trono Dios efectúa Su administración, y desde el templo El se expresa. El hecho de que el trono esté en el templo significa que la administración de Dios lo expresa a El. Dios lo administra todo con el fin de expresarse. En la eternidad futura el trono de Dios estará en el centro de la Nueva Jerusalén, y Su expresión se extenderá a la circunferencia. Por consiguiente, nuestro Dios es tanto el Dios que administra como el Dios que se expresa.
Apocalipsis 22:1 dice: “Y me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle”. El trono de Dios y del Cordero, un solo trono compartido por ambos, indica que Dios y el Cordero son uno solo, el Dios-Cordero, el Dios que redime, Dios el Redentor. En la eternidad el propio Dios que se sentará en el trono es nuestro Redentor, de cuyo trono brotará el río de agua de vida, que nos abastecerá y satisfará. Esto muestra cómo el Dios Triuno —Dios, el Cordero y el Espíritu—, representado por el agua de vida, se imparte en Sus redimidos bajo Su gobierno (implícito en la autoridad del trono) por la eternidad.
Observe que no hay dos tronos, uno para Dios y otro para el Cordero. Según los términos tradicionales usados en la cristiandad, la alusión a Dios y el Cordero, significa que hay dos personas distintas en el trono. ¿Cómo pueden sentarse Dios y el Cordero en el mismo trono? ¿Acaso están sentados el uno al lado del otro? En 21:23 encontramos un indicio de la respuesta correcta a estas preguntas. En este versículo Dios es comparado con la luz, y el Cordero con una lámpara. La luz y la lámpara no pueden separarse, y tampoco pueden estar la una junto a la otra. La luz brilla desde la lámpara. Por lo tanto, Dios, la luz, está en el Cordero, la lámpara. Dios y el Cordero no están sentados el uno al lado del otro, sino que el mismo Dios está en el Cordero como la lámpara y brilla en El.
Me gustaría oír lo que dirían los que se oponen a nosotros basándose en la enseñanza tradicional sobre la Trinidad, para explicar cómo es posible que Dios y el Cordero estén en el mismo trono. Es mejor no usar el término persona, pues al usarlo nos confundiríamos y no entenderíamos bien la Biblia de acuerdo con la palabra pura. La Biblia revela que Dios es la luz y que el Cordero es la lámpara. Puesto que la luz está en la lámpara, no son entidades separadas, sino una sola entidad con dos aspectos. Es muy difícil explicar la Trinidad con palabras humanas, debido a que simplemente no tenemos el vocabulario ni la terminología para expresarlo como es debido. Aunque no tenemos las palabras apropiadas, tenemos un cuadro donde Dios es la luz y Cristo, el Cordero, es la lámpara. El hecho de que los dos estén sentados en un solo trono indica que no son dos, sino uno solo.
El que está sentado en el trono es tanto el Dios que creó como el Cordero que redime. De modo que podemos llamarlo el Dios-Cordero, lo cual significa que es el Dios redentor, y El está en el trono llevando a cabo Su administración para poder impartirse en Sus redimidos.
El trono que se halla en la Nueva Jerusalén está en la cumbre de la montaña de oro. La calle de la ciudad conduce al trono. El Señor Jesús vino a la tierra desde Su trono para introducir a Dios en el hombre. Este es el Dios Triuno que brota de Sí mismo para llegar a la humanidad. Cuando lo recibimos, fuimos bautizados en El. El bautismo es la verdadera entrada en el Dios Triuno (Mt. 28:19), y la entrada al Dios Triuno es el acceso inicial a la Nueva Jerusalén. Inmediatamente después que pasamos por las puertas de perla, nos encontramos en la calle de oro que nos guía hacia arriba, al trono de Dios.
El trono de Dios, situado en el centro de la Nueva Jerusalén, es la única fuente del suministro de vida. Por medio de Su administración Dios se imparte en nosotros como vida, como suministro de vida y como la gracia todo-inclusiva, eterna y absoluta. El se infunde en nosotros según Su administración. Por esta razón, hoy en la vida de iglesia existen la autoridad divina y el gobierno de la iglesia. Hay un gobierno divino en la vida de iglesia, el cual procede del trono de Dios. La autoridad divina que hay en la iglesia permite que Dios se infunda en nosotros como vida, como suministro de vida y como la gracia todo-suficiente. Sólo al someternos al gobierno y a la autoridad de Dios, podremos tomar parte en Su gracia todo-suficiente.
El trono de Dios y del Cordero, que se halla en el centro de la Nueva Jerusalén, simboliza la autoridad de Dios, quien es la Cabeza en Cristo. El suministro de vida brota de dicha autoridad, y cuando lo disfrutamos, somos conducidos a someternos a ella. La corriente del agua de vida no solamente nos suministra la vida, sino que también nos trae la autoridad divina. En el fluir del agua de vida están el suministro de vida y la autoridad divina con la comunión en vida. Cuando participamos del suministro de vida, somos sometidos a la autoridad de Dios en la comunión de la vida.
Lamento mucho que algunos cristianos utilizan el libro Autoridad espiritual, escrito por el hermano Nee, para imponer la autoridad de ellos sobre los demás. Esta clase de autoridad la han apropiado, pero la autoridad genuina viene del trono de la administración de Dios, que está en el centro de la Nueva Jerusalén, mediante el deleite que tenemos del suministro de vida en la comunión de vida con Dios.
Examinemos cómo se imparte el Dios redentor, quien está en el trono, en todos Sus redimidos. Dios se infunde en nosotros por medio del río que procede del trono. De acuerdo con el versículo 1, este río es “un río de agua de vida”. El río, tipificado por los ríos de Génesis 2:10-14, Salmos 46:4 y Ezequiel 47:5-9, representa la abundancia de vida que hay en esta corriente. Es un solo río y fluye en cuatro direcciones en la ciudad santa, como los cuatro brazos del río mencionado en Génesis 2:10-14. Este río con sus riquezas viene a ser muchos ríos en nuestra experiencia, según se indica en Juan 7:38.
El agua de vida es un símbolo de Dios en Cristo como el Espíritu que fluye en Su pueblo redimido para ser su vida y su provisión de vida. Esto es tipificado por el agua que salió de la peña hendida (Ex. 17:6; Nm. 20:11) y es simbolizado por el agua que brotó del costado del Señor Jesucristo (Jn. 19:34). El agua de vida que aquí se menciona llega a ser un río que procede del trono de Dios y del Cordero para abastecer y llenar a la Nueva Jerusalén. Por lo tanto, la ciudad está llena de la vida divina y expresa a Dios en Su gloria de vida.
Examinemos más detalladamente el río. Génesis 2:10 dice: “Y salía del Edén un río para regar el huerto, y de allí se repartía en cuatro brazos”. Según este versículo, el río se divide en cuatro brazos para llegar a los cuatro ángulos de la tierra. Hay muchas más alusiones a este río en el Antiguo Testamento. En Salmos 46:4 dice: “Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios”. En Ezequiel 47 las aguas que salían de debajo del umbral de la casa se hicieron “un río que ... no [se] podía pasar, porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado” (v. 5). El versículo 9 del mismo capítulo dice que “toda alma viviente que nadare por dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá”.
Este río también se menciona en el Nuevo Testamento. Hablando de los hijos de Israel y de su peregrinaje en el desierto, 1 Corintios 10:4 dice: “Y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo”. Cuando los hijos de Israel murmuraron debido a su sed, Dios le dijo a Moisés que golpeara la peña y saldrían de ella aguas y bebería el pueblo (Ex. 17:1-6). Así lo hizo Moisés, y el Señor “sacó de la peña corrientes, e hizo descender aguas como ríos” (Sal. 78:16). El agua que brotó de la peña herida era un tipo del Espíritu vivificante. El Señor Jesús habló de este Espíritu en el Evangelio de Juan. En Juan 4:10 el Señor le dio a entender a la mujer samaritana que El le daría el agua de vida, y en el versículo 14 le dijo: “Mas el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que Yo le daré será en él un manantial de agua que salte para vida eterna”. Además, en Juan 7:37-38 el Señor Jesús dice: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. Aquí vemos que este único río se convierte en muchos. Los ríos de agua viva son los diferentes aspectos del fluir de vida que procede del único río de agua de vida, el cual es el Espíritu de Dios, el Espíritu de vida (véase Ro. 15:30; 1 Ts. 1:6; 2 Ts. 2:13; Gá. 5:22-23; Ro. 8:2). Así que, si queremos conocer el significado del río de agua de vida mencionado en 22:1, debemos remontarnos al origen y al desarrollo de este río a lo largo de las Escrituras.
Ya vimos que el río de agua de vida procede del trono del Dios-Cordero. Este río es sencillamente el Espíritu de Dios que fluye como Espíritu vivificante. En 22:1 vemos al Dios Triuno: Dios, el Cordero y el río. Dios el Padre es la fuente; el Cordero, el Hijo, es el Redentor; y el río es el Espíritu. Por lo tanto, tenemos al Padre como fuente, al Hijo como caudal y al Espíritu como fluir. De modo que en 22:1 vemos el fluir del Dios Triuno. Este es un cuadro del Dios Triuno que se imparte en nosotros. El fluye de Sí mismo y se infunde en Sus redimidos, lo cual proviene de Su trono administrativo. Esto significa que Dios se imparte basándose en Su administración. Lo anterior es válido hoy en la vida de iglesia. La impartición del suministro de vida y de la gracia abundante de Dios procede de Su trono administrativo. Finalmente, en la Nueva Jerusalén esta impartición llegará a todos los rincones de la ciudad, y ésta será llena, saturada e invadida del Dios Triuno. De este modo la ciudad expresará a Dios.
Cuando yo era joven, no podía entender Apocalipsis 22:1. Leía acerca de un trono y un río, pero no tenía idea del significado de estas cosas. En ese entonces no me daba cuenta de que el río era una espiral. Debido a que no veía nada, no entendía nada. Gradualmente, con la experiencia de más de cuarenta años, pude entender el significado del río de agua de vida que brota del trono del Dios redentor. A lo largo de mi experiencia vi que cada vez que obedecía a mi Dios redentor, tomando Su autoridad como mi Cabeza, inmediatamente sentía algo vivo fluyendo dentro de mí. Esto no era una enseñanza ni una interpretación, sino una experiencia. Un día pude decir: “Ahora entiendo Apocalipsis 22:1. Tengo un trono dentro de mí. Ya que me he sujetado a la autoridad de este trono, algo fluye dentro de mí”. El cuadro del río de agua de vida procedente del trono del Dios redentor nos muestra que debemos tomar a nuestro Dios redentor como nuestra Cabeza y autoridad, y tenemos que someternos a El. Si hacemos esto, Su trono es establecido en nuestro espíritu y en todo nuestro ser. Desde Su inconmovible trono fluye el Espíritu vivificante a nosotros. Este trono es el centro de la administración de Dios con Su autoridad, desde el cual El mismo se imparte en todos los redimidos llenándolos de El para poder expresarse.
El río de agua de vida fluye en medio de la calle de la Nueva Jerusalén. La calle de la ciudad santa es de oro (21:21), el cual representa la naturaleza divina. El río de agua de vida que corre en medio de la calle indica que la vida divina fluye en la naturaleza divina como el único medio por el cual viven diariamente los redimidos de Dios. Donde la vida divina fluye, allí está la naturaleza divina como el camino santo por el cual Su pueblo debe caminar; y donde se halla el camino santo de la naturaleza divina, ahí fluye la vida divina. La vida y la naturaleza divinas como camino santo siempre van juntas. Por consiguiente, el río de agua de vida está disponible a lo largo de este camino divino, y nosotros lo disfrutamos andando en él.
El versículo 1 también dice que el río de agua de vida es resplandeciente como cristal. El hecho de que el agua de vida sea transparente como cristal significa que no hay en ella nada opaco ni deslucido. Cuando el agua de vida fluye en nosotros, nos purifica y nos hace transparentes. Nada es más transparente que el fluir de vida que corre en nosotros. Supongamos que vamos de compras a una tienda. Cuando decimos “amén” a la regulación interna de la vida divina, no solamente somos fortalecidos, rociados y reconfortados, sino que también somos transparentes como el cristal. Uno tendrá lucidez no sólo con respecto a una cosa, sino prácticamente con respecto a todo.
Cuanto más fluya en uno el agua de vida, más limpiará las cosas que nublan nuestra visión. Ella nos da una visión interior clara, y hace que nuestro ser, nuestra condición y todo lo relacionado con nosotros sea transparente como cristal. A muchos cristianos se les ha dicho que pueden conocer la voluntad de Dios leyendo las Escrituras. Anteriormente yo trataba de saber cuál era la voluntad de Dios por ese método; sin embargo, cuanto más leía las Escrituras más ciego quedaba debido a que al leer la Biblia yo ejercitaba mi intelecto para analizar lo que ella decía o lo que me ordenaba. Muchos de nosotros hemos tenido esta experiencia. Cuanto más analizamos la Biblia más ciegos quedamos. En vez de tratar de conocer la voluntad de Dios analizando las Escrituras, debemos decir: “Señor Jesús, te amo y me sujeto a Tu autoridad. Señor establece Tu trono en todo mi ser”. Si uno hace esto, inmediatamente disfrutará el fluir interno, y dicho fluir hará que uno sea claro como el cristal en la vida divina. Todo lo relacionado con usted, su situación y su condición se hará transparente. Nuestra experiencia da testimonio de que esto es cierto.
Muchos jóvenes se preocupan mucho con el asunto del matrimonio y desean conocer la voluntad del Señor al respecto. Primero oran y le piden al Señor que les muestre la persona que El ha preparado para que sea su cónyuge. Luego, vienen a los ancianos para tener comunión. Estos tal vez les den una serie de principios acerca de la compatibilidad en edad, educación, raza, historia familiar, personalidad y crecimiento espiritual. Hace más de cuarenta años yo era un experto en dar consejos basándome en estos principios. Siempre que un joven me consultaba en cuanto al matrimonio le traía estos asuntos para que los tuviera en cuenta. Si él era del norte le aconsejaba que no se casara con una persona del sur, debido a las diferencias que había entre ellos. Además, le recomendaba que se casase con una persona que tuviera un carácter compatible con el suyo. Si él tenía un carácter más o menos impaciente, le aconsejaba no casarse con una hermana de temperamento calmado. Yo solía ser bastante convincente, y los jóvenes estaban de acuerdo conmigo. Sin embargo, en la práctica, descubríamos que simplemente analizar la cuestión según estos principios no producía resultados. Cuanto más analizábamos el caso de acuerdo con la edad, la educación, la raza, el carácter y la espiritualidad, más ciegos quedábamos. Después de algunos años, el Señor me mostró que la manera de conocer Su voluntad acerca del matrimonio no es analizar, sino simplemente sujetarse obedientemente a Su autoridad y dejar que Su fluir corra en uno. Cuanto más activo esté Su fluir, más lúcido llegará uno a estar. Todos debemos sujetarnos al Señor y andar en el camino de oro de la naturaleza divina. Hay un solo camino, la calle de oro. Debemos someternos a la autoridad de Cristo y decir: “Señor Jesús, Tú eres mi Cabeza y mi Soberano. Señor, me someto a Ti”. ¡Qué fluir habrá cuando hagamos esto, y qué gran suministro interno recibiremos! Inmediatamente este fluir nos hace lúcidos, y nos da certeza con respecto a la voluntad del Señor. Cuando hacemos esto, podemos decir: “No hay vendas que cubran mis ojos. Todos los velos ha sido quitados, veo claramente. Ante mis ojos la situación es clara y diáfana como el cristal”. Esto no es una enseñanza, sino una experiencia. Solamente en la experiencia puede uno entender esto.
El agua del río de vida es totalmente gratuita (22:17; 21:6) No tiene uno que pagar nada para beberla. El agua de vida es gratuita, pero sólo está disponible en el camino divino; no se halla en ninguna otra parte. Por lo tanto, tenemos que andar por el camino divino a fin de participar del agua de vida. Aunque no es necesario pagar por el agua de vida, sí se requiere que uno ande en la calle de oro para obtenerla. De manera que todo el que desee recibir este regalo de agua de vida tiene que arrepentirse, lo cual significa cambiar de forma de pensar, cambiar de conceptos en cuanto a la vida. Aun los cristianos necesitan tener un cambio de idea en cuanto a su modo de vivir. Debemos volvernos de todo lo que no sea la calle de oro y regresar a ella. Este es el verdadero significado del arrepentimiento. Después de habernos vuelto a la calle de oro, podemos tomar del agua de la vida gratuitamente. Todos podemos testificar por experiencia propia que esto es así.
El versículo 2 dice: “Y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida”. Ya que el árbol de la vida crece en los dos lados del río se entiende que es una vid que se extiende a lo largo del río de agua de vida para que el pueblo de Dios lo reciba y disfrute. Esto cumple, por la eternidad, lo que Dios se propuso desde el principio (Gn. 2:9). El acceso al árbol de la vida fue cerrado al hombre debido a que éste cayó (Gn. 3:22-24), pero se abrió a los creyentes por la redención efectuada por Cristo (He. 10:19-20). Ahora disfrutamos a Cristo como el árbol de la vida, lo cual es la porción común a todos los creyentes (Jn. 6:35, 57). En el reino milenario, los creyentes que venzan disfrutarán como recompensa a Cristo, el árbol de la vida (2:7). Finalmente, en el cielo nuevo y la tierra nueva, por toda la eternidad, todos los redimidos de Dios disfrutarán a Cristo como el árbol de la vida, el cual será su porción eterna (22:14, 19).
El árbol de vida es Cristo como nuestro suministro de vida. Primero Cristo es el Cordero de Dios que efectúa la redención (Jn 1:29), y luego, el árbol de la vida que nos da el suministro de vida (Jn. 6:35). Por la redención Cristo puede impartirse en nosotros como suministro de vida. El no es solamente el Cordero de Dios, sino también el árbol de la vida.
El árbol de la vida crece a los dos lados del río de vida; o sea que no crece hacia arriba, sino que se extiende como una vid. Es por eso que está disponible a lo largo del río de agua de vida. Cristo, el árbol de la vida, es el suministro que está disponible a lo largo del fluir del Espíritu como el agua de vida. Donde el Espíritu fluye, allí se encuentra el suministro de vida de Cristo. Todo esto se halla dentro de la naturaleza divina como nuestro camino santo y con ella, representada por la calle. Es tanto el suministro de la ciudad santa como la manera en que la ciudad es abastecida.
Pasaron muchos años antes de que yo entendiera tres cosas que se mencionan en los versículos 1 y 2: la calle, el río y el árbol de la vida. En medio de la calle está el río; así que la calle automáticamente constituye las dos riberas de este río. El árbol de la vida crece como una vid en las riberas del río. Solamente cuando tuve la experiencia correspondiente pude entender estas cosas. La calle, el río, y el árbol están relacionados entre sí. Después de que uno entra a la calle de oro por la puerta de perla, inmediatamente se ve frente a la corriente del río. A lo largo del fluir del agua de vida se extiende el árbol de la vida. Este es un cuadro bastante claro.
Apliquemos ahora este cuadro a nuestra vida diaria. Supongamos que una hermana va de compras a una tienda. Antes de entrar, la naturaleza divina, la calle interna, comienza a regularla. No hay palabras, sólo una guía interna. La hermana entra a la tienda y escoge cierto artículo. Esta guía interna le dice: “No lo compres”, pero ella se excusa diciendo que está bien adquirir el artículo esta vez y que no lo volverá a hacer. Sin embargo, desde ese momento el fluir interior se interrumpe. Cuando la hermana regresa a casa, se da cuenta de que no puede orar. Aunque trata de abrir su boca y decir algo al Señor, no le sale nada de su interior. Este es un ejemplo negativo de lo que ocurre cuando no dejamos que la naturaleza divina, que está en nosotros, nos guíe.
Examinemos ahora un ejemplo positivo. Supongamos que cuando la guía interna le dice a esta hermana que no compre el artículo, ella le dice: “Amén, Señor, amén”. Inmediatamente se encuentra caminando en la calle de oro, y al mismo tiempo siente que el fluir interno se intensifica y es fortalecido y le trae el rico suministro de vida. Es así como disfrutamos del árbol de la vida. Después de esto, ella probablemente no tendrá deseos de quedarse en la tienda, y al salir de allí, es posible que sienta deseos de cantar o de gritar aleluya. Esto es lo que significa caminar por la calle de oro, participar del fluir del río y disfrutar de todas las riquezas del árbol de la vida.
Es difícil entender lo que son la calle de oro, el agua de vida y el árbol de la vida si nos acercamos a ellos desde un punto de vista doctrinal, pero si examinamos nuestra experiencia, es fácil entenderlo. Cuando sujetamos todo nuestro ser a la autoridad del Dios redentor, Su trono es establecido en nosotros. Desde este trono fluye el río de vida en medio de la calle de oro, y a lo largo de este fluir se extiende el árbol de la vida, el cual es una vid que crece a lo largo del río como nuestro rico suministro de vida. El trono está allí, esperando que nosotros nos sujetemos en obediencia a la autoridad del Dios redentor. Tan pronto como nos sometemos a Su autoridad, el Espíritu vivificante fluye en nosotros, y nos hallamos en la calle de oro. Mientras caminamos a lo largo de la calle de oro, sentimos que el fluir interno del Espíritu vivificante es maravilloso, refrescante, nos abastece y satisface. Se requerirían muchas palabras para describir adecuadamente este fluir. A lo largo de esta corriente se hallan las riquezas del árbol de la vida que crece junto al río. Esto significa que donde está el caudal del río, allí está el suministro del árbol de la vida. En mi experiencia tengo un trono, el fluir del agua de vida, y Cristo como árbol de la vida crece en mí de una manera práctica. Este no es un entendimiento doctrinal, sino un asunto exclusivamente de experiencia en vida.
El versículo 2 también dice que el árbol de la vida da cada mes un fruto diferente. Los frutos del árbol de la vida serán el alimento de los redimidos de Dios por la eternidad. Siempre estarán frescos, pues son producidos cada mes, doce frutos cada año.
El hecho de que haya doce frutos indica que el fruto del árbol de la vida es rico y suficiente para cumplir la administración eterna de Dios. Recuerde que el número doce significa cumplimiento en la administración de la economía eterna de Dios. Por consiguiente, los doce frutos tienen como fin el eterno cumplimiento de la administración para la economía de Dios.
“Cada mes” indica que en el cielo nuevo y la tierra nueva la luna continuará demarcando los doce meses. El sol también seguirá determinando la división del día y la noche en períodos de doce horas. El número que representa a la iglesia es siete, lo cual indica que en la dispensación actual Dios es agregado al hombre, Su criatura; sin embargo, el doce es el número de la Nueva Jerusalén, lo cual indica que Dios se ha mezclado con el hombre en Su administración eterna. En la Nueva Jerusalén hay doce cimientos con los nombres de los doce apóstoles; doce puertas, que son las doce perlas que llevan los nombres de las doce tribus; y doce frutos del árbol de la vida. En cuanto a espacio, la ciudad mide doce mil estadios; o sea, mil multiplicado por doce, en cada una de las tres dimensiones. Su muro mide ciento cuarenta y cuatro codos, lo cual es doce multiplicado por doce. En cuanto a tiempo, en el cielo nuevo y la tierra nueva, hay doce meses en cada año, doce horas en el día y doce en la noche.
Todos los redimidos de Dios disfrutarán del árbol de la vida por la eternidad (22:14). El deleite que tendremos del árbol de la vida tiene como fin la administración de Dios. El nos redimió para que disfrutemos el árbol de la vida, lo cual tiene como fin la administración de Su economía eterna.
El versículo 2 también dice: “Y las hojas del árbol son para la sanidad de las naciones”. En la Biblia las hojas representan las acciones de los hombres (Gn. 3:7). Según el relato de la Biblia, la primera vez que el hombre usó hojas lo hizo para cubrirse. Las hojas del árbol de la vida representan las acciones de Cristo. Los creyentes regenerados comen del fruto del árbol de la vida, recibiendo a Cristo como vida y como suministro interno de vida a fin de disfrutar la vida divina por la eternidad; mientras que las naciones restauradas son sanadas por las hojas del árbol de la vida, tomando las acciones de Cristo como su guía y norma externa, a fin de tener una vida humana perpetua. Cuando las naciones observan la manera en que el Señor Jesús obra y actúa, los hechos de El se convierten en sanidad para ellos, y esta sanidad preserva su vida humana para siempre.
Quienes están en la Nueva Jerusalén “reinarán por los siglos de los siglos” (22:5). La Nueva Jerusalén reinará sobre las naciones que estarán bajo su resplandor. Apocalipsis 21:24 dice: “Y las naciones andarán a la luz de ella”. Al final de esta era una gran parte de los habitantes morirá al sonar de la sexta y la séptima trompetas. El resto será juzgado por Cristo en el trono de Su gloria cuando regrese a la tierra. Los condenados, los “cabritos”, serán maldecidos a perecer en el lago de fuego, mientras que los justificados, las “ovejas”, tendrán la bienaventuranza de heredar el reino preparados para ellos desde la fundación del mundo (Mt. 25:31-46). Ellos no serán salvos ni regenerados como los creyentes del Nuevo Testamento; solamente serán restaurados al estado original del hombre cuando fue creado por Dios. Ellos serán las naciones, o sea, los ciudadanos, durante el reino milenario, en el cual los creyentes vencedores serán reyes (20:4, 6), y el remanente salvo de Israel será los sacerdotes (Zac. 8:20-23). Después del reino milenario, algunas de estas naciones, engañadas por el diablo, se rebelarán contra el Señor, y descenderá fuego del cielo y las consumirá (20:7-9). Las demás serán trasladadas a la tierra nueva como las naciones, vivirán alrededor de la Nueva Jerusalén y andarán en su luz. Ellos serán el pueblo mencionado en 21:3-4. Ellos, siendo hombres creados mas no regenerados, serán preservados y vivirán para siempre en su condición de seres creados, mediante la sanidad proporcionada por las hojas del árbol de la vida. Ni siquiera para ellos habrá muerte (21:4). Por estar ante el resplandor que dará la Nueva Jerusalén con la gloria divina, tampoco estarán en oscuridad.
Apocalipsis 21:24 también dice que “los reyes de la tierra traerán su gloria a ella”. Los reyes de la tierra a los que aquí se alude, son los reyes de las naciones que estarán en la tierra nueva. Los santos redimidos y regenerados reinarán sobre estos reyes (22:5), y Cristo será el Rey de reyes por la eternidad. La gloria de las naciones será sus riquezas (Gn. 31:1, 16; Est. 1:4), y su honor será su valiosa condición y su digna posición.