Mensaje 8
Lectura bíblica: Cnt. 7:1-13
Al final del capítulo seis, la amada, después de pasar por varias etapas de transformación, llega a ser la réplica misma de Salomón. Ahora a ella se le llama sulamita (forma femenina de Salomón, Cnt. 6:13), ya que ha llegado a ser idéntica a Salomón en vida, naturaleza e imagen, para estar a la par con él con miras al matrimonio. La unidad que logra esta pareja alude a la Nueva Jerusalén. En la Nueva Jerusalén, el Dios redentor (representado por Salomón) y todos Sus redimidos (representados por la sulamita) se hacen uno. La Nueva Jerusalén es una mezcla de la divinidad y la humanidad y, como tal, expresa al Dios Triuno procesado y consumado en las virtudes humanas.
A estas alturas, pareciera que el libro debería concluir, pero no es así. Salomón es el señor de muchas viñas, y éstas requieren bastante labor. Ahora la doncella del campo, quien ha llegado a ser la sulamita del rey, debe convertirse en su colaboradora. Esto indica que los que aman a Cristo deben, con el tiempo, participar en la obra del Señor. Si deseamos participar en la obra del Señor, debemos ser aptos, y nuestra aptitud depende de que seamos equipados espiritualmente con todos los atributos de la vida divina.
En 7:1-9a, vemos que la amada, la sulamita, está equipada como trabajadora en la obra del Señor.
El que habla en los versículos del 1 al 5 no es Salomón ni la sulamita sino una tercera persona: el Espíritu. El Espíritu es uno con Cristo (2 Co. 3:17), y es uno con los creyentes (Ap. 22:17). Así que, cuando esta tercera persona habla, es como si ambos estuvieran hablando, lo cual muestra que Cristo, los creyentes y el Espíritu son uno solo.
En los versículos del 1 al 5, el Espíritu considera las virtudes de la amada. Estas virtudes son señales de madurez en la vida divina. Cuanto más maduros somos, más virtudes tenemos. Por tanto, considerar las virtudes de la amada equivale a presentar lo que esta colaboradora ha llegado a ser y lo que ella es.
Primero, el Espíritu, al estimarla como un miembro de la familia real, considera su hermosura. Romanos 5:17 revela que la vida de Cristo en nosotros puede hacernos reyes para reinar, cuando dice: “Mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia”. En Romanos, vemos que la vida de Cristo es una vida de justicia cuyo fin es nuestra justificación, una vida santa que produce nuestra santificación, y una vida victoriosa que nos hace vencedores. Romanos también afirma que podemos reinar en la vida divina de Cristo. Esta vida puede hacernos reyes, es decir, hacernos reales. El Cantar de los cantares indica que aquel que ama a Cristo debe alcanzar la madurez en la vida de realeza de Cristo, a fin de reinar como rey juntamente con El. Esta es la primera virtud, el primer requisito, para que ella participe en la obra del Señor.
Leamos Cantares 7:1: “¡Cuán hermosos son tus pies en las sandalias, oh hija de príncipe! Los contornos de tus muslos son como joyas, obra de mano de excelente maestro”. Aquí el Espíritu considera la hermosura de ella en la predicación del evangelio y en el poder firme que ella posee por medio de la hábil obra transformadora de Dios el Espíritu (Ro. 10:15; 2 Co. 3:18).
Cantar de los cantares 7:2 dice a continuación: “Tu ombligo como una taza redonda que no le falta vino mezclado. Tu vientre como montón de trigo cercado de lirios”. En este versículo, el Espíritu considera la hermosura de ella en sus entrañas, las cuales están llenas de la vida divina que ha recibido al beber de la sangre de Cristo y al comer de Su carne por la fe (Jn. 6:53-54).
Luego leemos en Cantar de los cantares 7:3: “Tus dos pechos, son como dos crías, gemelas de gacela”. Esto se refiere a la hermosura de ella en su capacidad activa de alimentar a los demás de una manera viviente (Jn. 21:15, 17; cfr. Cnt. 4:5).
“Tu cuello, como torre de marfil; tus ojos, como los estanques de Hesbón junto a la puerta de Bat-rabim; tu nariz, como la torre del Líbano, que mira hacia Damasco” (Cnt. 7:4). Aquí el Espíritu considera la hermosura de ella en su voluntad sumisa (representada por el cuello) forjada por la transformación del Espíritu, la cual se lleva a cabo a través de los sufrimientos con el fin de cumplir la voluntad de Dios; en la expresión de su corazón, que está abierto a la luz, limpio, reposado y accesible (los ojos, cfr. 1:15; 4:1; 5:12); y en su sentido espiritual de discernimiento elevado y agudo (la nariz).
Leamos Cantar de los cantares 7:5: “Tu cabeza encima de ti, como el Carmelo; y el cabello de tu cabeza, como hilos de púrpura; el rey está preso en tus trenzas”. En este versículo, el Espíritu considera la hermosura de ella en sus pensamientos e intenciones, que se inclinan totalmente hacia Dios (cfr. 1 R. 18:19-39), y en su sumisión y obediencia, en su consagración, la cual da gloria a Dios y cautiva a su Amado, quien es el Rey.
El repaso del Espíritu presenta a todos los creyentes un hermoso cuadro de la bella amada de Cristo, desde los pies hasta la cabeza, como expresión de Cristo, a quien ella ama (cfr. Cnt. 6:4-10). Dicho cuadro la califica como partícipe en la obra del Señor.
Súbitamente, mientras el Espíritu está hablando, Cristo inserta algunas palabras. En 7:6-9a, leemos las palabras insertadas por el Amado.
“¡Qué hermosa y qué encantadora eres, oh amor mío en tus delicias! Tu estatura es semejante a la palmera, y tus pechos a los racimos” (vs. 6-7). Aquí el Amado la alaba primero por su belleza y encanto, que deleitan a otros, y luego la alaba por la plena madurez que ella ha alcanzado en la estatura de Cristo (Ef. 4:13) y por el hecho de que alimente ricamente a los demás.
Un colaborador de Cristo debe ser una persona hermosa y agradable que deleita a los demás. Los colaboradores jóvenes deben aprender a ser agradables a los demás y a llevar a cabo una obra atrayente. Los demás deben alegrarse de verles y deben desear la comunión con ellos. La amada ha llegado a ser tal persona, así que ella ya es apta para participar en la obra del Señor.
“Yo dije: Subiré a la palmera, asiré sus ramas. Tus pechos serán como racimos de vid, y el perfume de tu nariz como de manzanas, y tu paladar como el mejor vino” (Cnt. 7:8-9a). Esto indica que el Amado disfrutará la estatura de madurez que ella tiene en Cristo y la compartirá con los miembros de Su Cuerpo. El desea que ella alimente ricamente a los demás, que la intuición de ella despida la fragancia que alimenta a otros en vida, y que guste del poder del siglo venidero (el vino, Jn. 2:10; Mt. 26:29).
Hemos visto la lista de los requisitos que la amada llena. Ahora veamos que ella obra juntamente con su Amado (Cnt. 7:9b-13).
“Que corre suavemente hacia mi amado, y fluye por los labios de los que duermen” (v. 9b). Aquí ella continúa las palabras de su Amado, deseando que el Señor disfrute suavemente lo que ella podría ser, y que los que aman a Dios, al olvidarse de sí mismos, disfruten lo que el Señor disfruta. Esto indica que la obra que realizamos con otros debe convertirse en su disfrute. Mientras los colaboradores laboramos juntos, debemos recordar que hemos de ser una alegría para los demás y unos para con otros.
“Yo soy de mi amado, y a mí tiende su deseo” (v. 10). Aquí ella confiesa que pertenece a su Amado por causa de Su deseo.
“Ven, oh amado mío, salgamos al campo, moremos en las aldeas” (v. 11). En este versículo se revela que ella desea llevar a cabo juntamente con su Amado la obra destinada al mundo entero, al peregrinar de un lugar a otro. Esto indica que ella no es sectaria. En la obra del Señor, no es fácil mantener nuestra obra abierta a los demás y no hacer de ella una obra exclusiva. Debemos aprender a mantener la obra abierta, para que otros puedan venir y morar allí, y para poder nosotros morar en otra parte. Esto es mantener una sola obra en el Cuerpo.
“Levantémonos de mañana a las viñas; veamos si ha brotado las vid, si se han abierto sus flores, si han florecido los granados; allí te daré mis amores” (v. 12). Ella y su Amado laboran con diligencia en las iglesias, pero no para el bien de ella, sino para que otros broten y florezcan; allí ella da su amor a su Amado. Si laboramos de esta manera, los demás recibirán mucha ayuda.
“Las mandrágoras han dado olor, y a nuestras puertas hay toda suerte de frutas selectas, nuevas y añejas, que para ti, oh amado mío, he guardado” (v. 13). En su colaboración con su Amado, el amor mutuo (representado por las mandrágoras, Gn. 30:14) produce un aroma entre ellos como pareja amorosa, lo cual representa el amor nupcial entre la amada y Cristo, y en sus lugares de trabajo tienen muchas frutas aromáticas y selectas, nuevas y añejas, que ella almacena para su Amado en amor.
Debemos aprender a laborar por el Señor de un modo que le sea agradable. Si en nuestra labor buscamos únicamente nuestro propio gozo, ya hemos fallado. Debemos laborar para Su gozo, llevando muchos frutos de amor con fragancia de amor.
Participar en la obra del Señor no significa trabajar para el Señor, sino obrar juntamente con El; esto requiere una vida madura. El movimiento pentecostal ha recalcado el poder y los milagros, sin prestar mucha atención al asunto de la vida. Las Asambleas de Dios han puesto más énfasis en la enseñanza de la verdad, pero han descuidado también el asunto de la vida. No obstante, el Señor ha cautivado a los que buscan la experiencia de la vida interior. Esto empezó con santos como la señora Guyón, el hermano Lawrence, y otros. Ellos eran profundos en la vida, pero sus enseñanzas eran místicas y misteriosas. William Law mejoró sus enseñanzas, haciendo de ellas algo bastante práctico, y ayudó a muchos creyentes. Andrew Murray recibió ayuda de él y fue de los primeros en darse cuenta de que el Espíritu de Dios que se revela en el Nuevo Testamento posee un elemento humano. El declaró que el Espíritu del Jesús glorificado, el Cristo resucitado quien es el Espíritu, posee la humanidad glorificada. Jessie Penn-Lewis recibió mucha ayuda de Andrew Murray e hizo hincapié en la vida interior y subjetiva, sobre todo en el aspecto subjetivo de la muerte de Cristo. Un joven, T. Austin-Sparks, fue salvo por medio de la predicación de la señora Penn-Lewis y llegó a ser su colaborador. La señora Penn-Lewis vio el aspecto subjetivo de la muerte de Cristo, y T. Austin-Sparks vio los principios de resurrección para la edificación del Cuerpo de Cristo. Al principio, el hermano Nee recibió mucha ayuda de las publicaciones de estos maestros y de otros libros notables, escritos desde el segundo siglo.
Por experiencia hemos aprendido que si queremos laborar juntamente con el Señor, debemos ser maduros en vida y enseñar las verdades elevadas. El Cantar de los cantares no recalca la verdad, pues la menciona una sola vez (Amana quiere decir “verdad,” 4:8). Sin embargo, en él vemos que si queremos laborar juntamente con el Señor, necesitamos madurar en vida, ser uno con el Señor, y hacerlo todo con miras a Su Cuerpo. Nuestro Señor es nuestro Salomón, y nosotros debemos ser Su sulamita, es decir, debemos ser uno con el Señor. En realidad, para laborar con Cristo, debemos ser Cristo. Pablo era un verdadero sulamita, porque él vivía a Cristo (Fil. 1:21).
La sulamita labora como complemento de Salomón, cuidando todas las viñas (Cnt. 8:11). Esto indica que debemos laborar por el beneficio del Cuerpo, no por una sola ciudad. Debemos tener una obra que esté dirigida al mundo entero. Esto es lo que Pablo hizo al establecer iglesias locales y al laborar con el fin de ayudarles a experimentar plenamente el Cuerpo de Cristo.