Mensaje 12
Lectura bíblica: Col. 1:24; 1 P. 3:18; He. 9:26; Is. 53:3-5, 7-8; Jn. 12:24; Lc. 12:50; Fil. 3:10; Ap. 1:9; 2 Ti. 2:10; 2 Co. 1:5-6.
En 1:24 Pablo dice: “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y de mi parte completo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su Cuerpo, que es la iglesia”. Cuando leí este versículo por primera vez, me quedé sorprendido y perturbado. Me preguntaba cómo podía faltar algo a las aflicciones de Cristo. En aquel tiempo, me hallaba completamente bajo la influencia del concepto religioso, según el cual era imposible que a Cristo le faltase algo. Sin embargo, en este versículo Pablo dice claramente que él completa “lo que falta de las aflicciones de Cristo”.
¿Acaso no se han completado todavía las aflicciones de Cristo? ¿Por qué es necesario que sean completadas las aflicciones que Cristo padeció por Su Cuerpo? El Señor Jesús experimentó dos clases de sufrimientos: los que padeció por causa de la redención y los que tienen como fin producir y edificar Su Cuerpo, la iglesia. Ninguno de nosotros puede participar de las aflicciones que Él sufrió para cumplir la redención. Sería una blasfemia decir que podemos participar en esta clase de aflicciones. Sólo Él es el Redentor, y las aflicciones que sufrió para lograr la redención fueron plenamente cumplidas por Él. Nosotros no somos aptos, ni tenemos la debida posición para participar en los sufrimientos que el Señor padeció para efectuar la redención. En la tipología, el único que podía entrar en el Lugar Santísimo, en el día de la expiación, era el sumo sacerdote, el cual presentaba la expiación por el pueblo. El sumo sacerdote era una figura de Cristo, quien era el único que podía cumplir la redención y era apto para hacerlo.
Muchos versículos se refieren a las aflicciones que Cristo sufrió para lograr la redención. Por ejemplo, 1 Pedro 3:18 dice: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el Justo por los injustos, para llevaros a Dios”. Cristo, el Justo, murió por los injustos. Él era el único apto para llevar esta clase de aflicciones. Hebreos 9:26 e Isaías 53:3-5, 7-8 indican también que Cristo sufrió para redimirnos. Nosotros no tenemos parte en esta clase de aflicciones; Cristo solo las padeció.
Aunque no podemos participar de las aflicciones que Cristo sufrió para lograr la redención, si le somos fieles, debemos participar en los sufrimientos de Cristo que producen y edifican Su Cuerpo. Pablo era un modelo para nosotros en este asunto. Inmediatamente después de su conversión, él empezó a participar en esta clase de sufrimientos, o sea las aflicciones que Cristo sufrió por causa de Su Cuerpo.
Esto es contrario al concepto de que nada que tenga que ver con Cristo puede estar incompleto. Conforme a dicho concepto, todo lo que Cristo es y hace está completo; sin embargo, he aquí un versículo que nos muestra que al menos hay una cosa que falta en relación con Cristo: Sus aflicciones para producir y edificar Su Cuerpo. Cristo sufrió mucho para producir Su Cuerpo, pero puesto que Él no completó estos sufrimientos, se requiere que los que le son fieles colmen esta deficiencia. Pablo no sufrió por causa de la redención, pero él sí padeció para producir y edificar el Cuerpo de Cristo.
El apóstol Pablo fue un ejemplo para los creyentes (1 Ti. 1:16). Debemos considerar a Pablo como un modelo, y no como alguien tan inalcanzable que nadie puede llegar a ser como él. Puesto que el Señor dispuso en Su misericordia que Pablo fuera un modelo para nosotros, todo lo que él fue, nosotros también lo podemos ser. Debemos creer en la misericordia del Señor. Si la misericordia del Señor hizo de Pablo un modelo, entonces Su misericordia puede lograr en nosotros lo mismo que hizo en Pablo. Esto significa que así como Pablo sufrió para producir y edificar el Cuerpo de Cristo, nosotros también debemos sufrir por causa de la iglesia.
Por supuesto, Cristo fue el primero en sufrir para producir y edificar Su Cuerpo; pero los apóstoles y los creyentes deben seguir Sus pisadas y padecer esta clase de aflicciones. En Juan 12:24, el Señor Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Este versículo no habla de la muerte redentora de Cristo, sino de Su muerte que produce y genera. Cristo cayó en la tierra y murió como un grano de trigo a fin de producir muchos granos para la iglesia. Conforme a Juan 12:26, aquellos que desean servirle deben seguirle en este aspecto.
En Lucas 12:50 el Señor Jesús dice: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!” En este versículo, la palabra “bautismo” se refiere a la muerte de Cristo en la cruz, una muerte todo-inclusiva, la cual no sólo tenía como fin cumplir la redención, sino también producir el Cuerpo mediante la liberación de la vida divina. Como lo aclaran las palabras del Señor en Marcos 10:38 y 39, los discípulos también tenían que participar del bautismo con el cual Él mismo iba a ser bautizado.
En Filipenses 3:10 Pablo habla de conocer la comunión en los padecimientos de Cristo. Estos padecimientos no tienen como fin la redención, sino la edificación del Cuerpo. No podemos tener comunión en los padecimientos que Cristo sufrió por la redención, pero sí debemos tener mucha comunión en las aflicciones de Cristo por la iglesia.
En Apocalipsis 1:9 Juan dice que él fue “copartícipe ... en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús”. Si decimos que somos copartícipes en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús, damos a entender que estamos sufriendo. Cuando Jesús vivió en la tierra como hombre, Él sufrió continuamente. Según la historia de Su vida, el nombre Jesús denota una persona sufrida, un varón de dolores (Is. 53:3). Por lo tanto, ser copartícipes en la tribulación en Jesús significa sufrir y ser perseguidos mientras seguimos a Jesús el Nazareno. El libro de Apocalipsis fue escrito para los que padecen tribulación en Jesús. Mientras esperamos la venida del Señor, debemos estar dispuestos a sufrir. Este sufrimiento es por causa del Cuerpo, la iglesia. Debemos participar en los padecimientos de Jesús por el bien de la iglesia.
Cuando Jesús estuvo en la tierra, Él fue perseguido por la religión judía, que había sido formada según los oráculos de Dios. Juan 5:16 dice que los judíos persiguieron a Jesús por no guardar el sábado. La gente religiosa no tolera que se violen sus regulaciones. Cualquier violación de sus regulaciones religiosas provocará la persecución. Cuando Jesús quebrantó el sábado, los judíos religiosos lo persiguieron y hasta procuraron matarle. Finalmente, la religión logró sentenciar a muerte a Jesús.
Así como la religión persiguió a Jesús, también persigue a los seguidores de Jesús. Sabemos por el libro de Hechos que los judíos de las sinagogas se levantaron en contra de los apóstoles. Pablo sufrió mucho esta clase de persecución. Juan, el escritor de Apocalipsis, también experimentó lo mismo; él fue exilado a la isla de Patmos “por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesús”. Él se convirtió en copartícipe en el padecimiento o aflicción en Jesús.
La persecución en contra del Señor Jesús no tuvo su origen en el mundo secular sino en el mundo religioso. En el libro de Hechos vemos que la misma situación se repitió con los apóstoles. La oposición que ellos enfrentaron no vino principalmente de los gentiles, sino de la religión judía. De la misma manera, muchos mártires han padecido persecución por parte de la religión. La religión siempre persigue a los verdaderos seguidores de Jesús. Ahora nos toca a nosotros padecer esta persecución, este sufrimiento, por causa de la edificación del Cuerpo de Cristo. Durante los años que estuve con el hermano Nee en China, vi cuán perseguido fue por la religión. Los rumores, la oposición y las críticas vinieron de la gente religiosa. Satanás, el diablo, con gran sutileza usa la religión para oponerse y perseguir a los que siguen al Señor Jesús. Por consiguiente, al igual que Juan en la isla de Patmos, nosotros también tenemos que ser copartícipes en la tribulación en Jesús. De esta manera completamos lo que falta de las aflicciones de Cristo por la iglesia.
En 2 Timoteo 2:10 Pablo dice: “Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos”. Este versículo es un indicio adicional de que Pablo sufrió por causa de los elegidos, el pueblo escogido por Dios.
Además, en 2 Corintios 1:5 y 6 se dice: “Porque de la manera que abundan para con nosotros los sufrimientos del Cristo, así abunda también por el Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación, la cual se opera en el soportar con fortaleza los mismos sufrimientos que nosotros también padecemos”. Este es otro indicio de cuánto sufría Pablo por los santos.
Debemos seguir el modelo establecido por los primeros apóstoles y completar lo que falta de las aflicciones de Cristo por la iglesia. También debemos participar en la comunión de los padecimientos que Cristo sufrió por la edificación de la iglesia. La meta de nuestra obra cristiana debe ser la edificación de la iglesia. Sin embargo, si sólo nos preocupamos por actividades tales como la predicación del evangelio o la enseñanza de la Biblia, es posible que otros nos aprecien y seamos bien recibidos. Pero si nuestra meta al predicar y enseñar es edificar a la iglesia, se nos opondrán los religiosos.
¿Cuál es nuestra meta al predicar el evangelio? No es simplemente salvar a los pecadores del infierno, sino obtener el material con el que se pueda edificar el Cuerpo de Cristo. Cuando yo estuve en la religión, escuché muchos mensajes que nos animaban a predicar el evangelio. Siempre nos pedían que consideráramos la compasión y el amor que Dios tiene hacia los pobres pecadores, y nos pedían que sintiéramos lo mismo para con ellos. A veces los predicadores decían: “Son millares los que van al infierno cada día. ¿No le conmueve esto su corazón?” Algunos eran inspirados por esta predicación y con lágrimas respondían al llamado al altar para consagrarse como ministros del evangelio. El término “ganar almas” es muy común en el cristianismo de hoy. No obstante, ¿cuál es el propósito de ganar almas? ¿Había usted escuchado que ganar almas tiene como meta la edificación del Cuerpo de Cristo? La meta que tenía Pablo al predicar el evangelio era la edificación del Cuerpo, y ésta es la razón por la cual sufrió y fue perseguido.
Ciertamente los judíos eran el pueblo de Dios en la época en que el Señor Jesús vivió en la tierra. ¿No ofrecían ellos sacrificios a Dios cada día? ¿No tenían ellos el templo que fue edificado conforme a la revelación e instrucción de Dios? La respuesta a estas preguntas es sí. Sin embargo, un día vino Jesús. Él no consideró el templo de la misma manera que lo hacían los judíos fanáticos. Mientras los discípulos admiraban los edificios del templo, el Señor les dijo: “No quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada” (Mt. 24:2). ¿Quién se hubiera atrevido a decir esto? Si usted hubiera estado allí y hubiera dicho estas palabras, los judíos lo habrían matado. Esta era la razón por la cual perseguían al Señor Jesús.
En el libro de Hechos vemos que los judíos de las sinagogas acusaron al apóstol Pablo de ser una “plaga” (Hch. 24:5). Adondequiera que Pablo fuese, causaba problemas. Por esto los religiosos, quienes supuestamente eran el pueblo de Dios, se oponían a él.
Hoy en día ocurre lo mismo. Si predicamos el evangelio solamente para ganar almas y rescatar la gente del infierno, es probable que no suframos mucho. Incluso es posible que nos reciban en muchos lugares. Sin embargo, si tomamos la edificación del Cuerpo como la meta de la predicación del evangelio, debemos estar preparados para sufrir oposición y ser perseguidos. La religión no está de acuerdo con la edificación del Cuerpo. Incluso algunos cristianos han mentido con respecto a nosotros y nos han catalogado como una secta o un movimiento maligno y blasfemo. En 2 Corintios 6:8 Pablo dijo que él había experimentado tanto mala como buena fama. Si al servir al Señor, los demás sólo hablan bien de usted, yo pondría en duda su fidelidad al Señor. Si usted es fiel al Señor, la religión actual lo criticará y difundirá calumnias acerca de usted.
Aparentemente, la religión está en favor de Dios; pero en realidad, está en contra de Su economía. No hay nada más sutil y más dañino para la economía de Dios que la religión. El hecho de ganar almas no afecta la religión; al contrario, le ayuda enormemente. Sin embargo, cada vez que alguien habla de la edificación del Cuerpo, la religión se siente amenazada.
Considere lo que Pablo hizo cuando aun era Saulo de Tarso. Él era un líder en su religión e hizo todo lo posible para sacar provecho de ella. Sin embargo, en el camino a Damascos, él fue cautivado por el Señor. Después de su conversión, todo lo que él hacía derribaba la religión. Pablo era atrevido. El Señor Jesús anuló el día de sábado, pero Pablo anuló algo que el judaísmo consideraba aun más importante: anuló la circuncisión. Los judíos condenaron a Pablo por enseñar a otros a abandonar la práctica de la circuncisión. Si a Pablo sólo le preocupara ganar almas, no habría ofendido a nadie. Él no dijo: “Debo mantener las puertas abiertas. Por tanto, no voy a hablar nada acerca de la circuncisión. No debo decir nada que vaya en contra de la religión judía. Si quiero ganar almas, tengo que mantener una buena relación con la gente religiosa”. Si a Pablo únicamente le hubiera interesado ganar almas, ésta habría sido su práctica, pero puesto que él estaba a favor de la edificación del Cuerpo de Cristo, no podía hacer esto. A fin de producir y edificar el Cuerpo de Cristo, Pablo participó en los padecimientos de Cristo.
A menudo los creyentes han dicho que aprecian mi ministerio, con la excepción de mi ministerio en cuanto a la iglesia. Algunos incluso me rogaron que no hablase de la iglesia. Un caso de estos ocurrió en Texas en 1964. Yo había sido invitado a hablar a un grupo de cristianos de Dallas. Una noche, después de la reunión, mi anfitrión me dijo: “Hermano Lee, apreciamos su ministerio. Pero queremos que usted entienda claramente que esta audiencia no va a aceptar ningún mensaje que trate de la iglesia. Le pedimos que por favor no hable nada acerca de la iglesia”. Yo contesté: “Es importante que ustedes entiendan que cuanto más yo ministre acerca de Cristo como vida, más se abrirá el apetito de los santos por la iglesia”. Durante la última reunión, el Señor me dirigió a que hablara acerca del Cuerpo, basándome en Romanos 12. Yo estaba consciente de que si no hablaba acerca de la iglesia, no habría sido fiel al Señor ni sincero con la audiencia. Aunque sabía que mi anfitrión y otros se molestarían por esto, yo empecé a hablar con firmeza sobre la vida de iglesia. Mi anfitrión quedó tan descontento que ni siquiera se levantó para despedirse de nosotros cuando nos marchamos temprano al día siguiente. No obstante, aquel mensaje sobre la iglesia ayudó mucho a un hermano y, como resultado, se sintió animado a seguir el camino del recobro del Señor.
Por el bien del Cuerpo de Cristo, la iglesia, debemos completar lo que falta de las aflicciones de Cristo. Puedo testificar que he sido atacado y he recibido mucha oposición debido a que mantengo una posición firme en cuanto al recobro de la vida de iglesia. Si usted decide tomar una posición firme por la iglesia, prepárese para experimentar ataques, malentendidos y rumores. Se hablarán muchas cosas malas acerca de usted. Esto se debe a que el tema de la iglesia provoca la potestad de las tinieblas. Por lo tanto, los que están en favor de la iglesia deben prepararse para los ataques del enemigo. El Señor Jesús dijo: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt. 16:18). Esto indica que las puertas del Hades, el poder de las tinieblas, hará todo lo posible para frustrar la edificación de la iglesia. ¡Alabado sea el Señor porque Él ha prometido que las puertas del Hades no prevalecerán!
Si somos fieles y sinceros con respecto al ministerio del Señor y a la mayordomía de Dios, la cual tiene como fin la edificación de la iglesia, sufriremos ataques, oposición y calumnias. Ya que esto es así, debemos acudir al Señor para que Él nos cubra con Su sangre prevaleciente. También debemos orar para que el Señor nos esconda en Él, nuestro alto refugio. A medida que nos escondemos en el Señor en los momentos de sufrimientos y aflicciones, participamos en la comunión de Sus padecimientos. De esta manera, completaremos lo que falta de las aflicciones de Cristo por la iglesia.