Mensaje 15
Lectura bíblica: 12, 15, 18-19, Col. 1:26-27; 2:2, 9, 16-17; 3:11; Jn. 14:17, 20; 1 Co. 15:45; Fil. 1:19; 2 Ti. 4:22; 1 Co. 6:17 Col. 3:4; Ef. 3:17a; Ro. 8:23; Fil. 3:21; 2 Ts. 1:10a
En el mensaje anterior vimos que Cristo es el misterio de la economía de Dios. En este mensaje, veremos que Cristo en nosotros es la esperanza de gloria. Para ver cuán importante es este aspecto de Cristo, debemos prestar atención a muchos aspectos críticos con respecto a Cristo, mencionados en Colosenses.
Cristo es la porción de los santos. Colosenses 1:12 dice: “Dando gracias al Padre que os hizo aptos para participar de la porción de los santos en la luz”. Este es el primer aspecto de Cristo presentado en esta epístola. La palabra porción se refiere al Cristo que es el lote de la buena tierra que fluye leche y miel, el cual ha sido dado a los santos. El Cristo que mora en nosotros es la buena tierra. Él es el Cristo todo-inclusivo que se nos da para que podamos disfrutarlo.
Según Colosenses 1:15, Cristo es también la imagen del Dios invisible, lo cual implica que Cristo es la expresión de Dios. Aunque Dios es invisible, Él se expresa en Cristo. El Cristo que es nuestra buena tierra es también la imagen del Dios Triuno, Su expresión. Como tal, Cristo es la imagen de Dios.
Colosenses 1:15 dice también que Cristo es el “Primogénito de toda la creación”. El Dios invisible se expresa en Su creación. Romanos 1:20 dice: “Porque las cosas invisibles de El, Su eterno poder y características divinas, se han visto con toda claridad desde la creación del mundo, siendo percibidas por medio de las cosas hechas”. Dios se expresa por medio de Su creación, y Cristo es el Primogénito de dicha creación. Por lo tanto, Cristo es el medio por el cual Dios se expresa a Sí mismo. El hecho de que en el mismo versículo se mencionan la imagen de Dios y el Primogénito de la creación, da a entender que la imagen de Dios está relacionada con la creación. Esto demuestra claramente que Cristo, el Primogénito de la creación, es la imagen de Dios, Su expresión.
Existen dos creaciones: la vieja creación y la nueva. Los incrédulos sólo conocen la primera creación, la creación del universo. No obstante, conforme a la Biblia, Dios tiene también una nueva creación, a saber, la iglesia. Cristo no sólo es el Primogénito de la antigua creación, sino también de la nueva. Como el Primogénito de ambas creaciones, Él es la expresión de Dios.
Los versículos del 15 al 20 están estrechamente relacionados y expresan una sola idea. En los versículos 15 y 16, vemos que Cristo es la imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda creación, dado que todas las cosas fueron creadas en Él. Observemos que los versículos 17 y 18 empiezan con la conjunción “y”. Por último, en el versículo 19, Pablo presenta la conclusión de su argumento: “Por cuanto agradó a toda la plenitud habitar en El”.
Pablo, al usar la frase “toda la plenitud”, indica que en Cristo habita la plenitud tanto de la vieja creación como de la nueva. Ya mencionamos que la plenitud equivale a la imagen y también a la expresión. En el Nuevo Testamento, la palabra plenitud también se usa para denotar al Cuerpo. En Efesios 1:23 Pablo dice que la iglesia es el Cuerpo de Cristo, “la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. El Cuerpo es la plenitud, la plenitud es la expresión, y la expresión es la imagen. Si hemos de entender Colosenses 1:15-20, debemos ver que la imagen mencionada en el versículo 15 es la misma plenitud hallada en el versículo 19, la cual denota una expresión. Por consiguiente, vemos que la imagen de Dios es la expresión de Dios, y que ésta a su vez es la plenitud de Dios. Puesto que Cristo es el Primogénito de la creación, se puede ver la plenitud de Dios en la vieja creación, y puesto que Él es el Primogénito de entre los muertos, se puede ver la plenitud de Dios en la nueva creación. Ésta es la razón por la que el versículo 19 habla de “toda la plenitud”. A toda la plenitud le agradó habitar en el Cristo todo-inclusivo.
Si tenemos la perspectiva espiritual adecuada, veremos a Cristo cada vez que contemplemos el universo. Asimismo, cada vez que contemplemos la iglesia, veremos a Cristo. Tanto en el universo como en la iglesia encontramos la plenitud de Dios, Su expresión. Esta expresión es el Cristo que es la imagen del Dios invisible.
Las personas serias tienen conciencia de que hay cierta especie de expresión en el universo. Cuanto más contemplamos el universo, más conscientes somos de que éste expresa algo. Según Colosenses, el universo es la expresión de la plenitud del Dios invisible. Bajo el mismo principio, cuando vemos la vida apropiada de iglesia, también percibimos cierta expresión, la cual es también la expresión de la imagen del Dios invisible. Esta imagen es Cristo. Puesto que Cristo es el Primogénito, tanto de la vieja creación como de la nueva, Él es la expresión del Dios invisible.
Colosenses 1:19 dice que agradó a toda la plenitud habitar en Cristo. Este mismo pensamiento se repite en 2:9, donde Pablo dice: “Porque en El habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. En Cristo habita la plenitud tanto de la vieja creación como de la nueva. La plenitud no se refiere a las riquezas de Dios, sino a la expresión de dichas riquezas. La expresión de las riquezas de Dios mora en Cristo.
Muchos cristianos hablan acerca del Cristo que mora en los creyentes, sin estar conscientes de que el propio Cristo que mora en ellos es todo-inclusivo. Si les preguntáramos a algunos de ellos qué clase de Cristo vive en ellos, sólo dirían que Cristo es su Salvador y Redentor. Desde luego, esto no es incorrecto, pero es muy insuficiente. Cuando Pablo dice: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (1:27), él se refiere a un Cristo muy rico, al Cristo que es nuestra buena tierra, la expresión del Dios invisible, el Primogénito tanto de la vieja creación como de la nueva, y Aquel en quien toda la plenitud se agradó en habitar. Ni siquiera estos aspectos describen plenamente todo lo que es Cristo. Éste es el Cristo que mora en nosotros como nuestra esperanza de gloria.
Muchos cristianos, incluso pastores y ministros cristianos, no saben cuál es el misterio de la economía de Dios. Algunos ni siquiera han oído esta expresión. El misterio de la economía de Dios es Cristo. El Cristo que mora en nosotros es el misterio de esta economía, una economía que está relacionada con la administración que Dios ejerce en el universo. ¡Cuán profundo es esto! Dios tiene una economía universal, cuyo centro o enfoque central es Cristo. Además, dicha economía es abstracta, profunda y misteriosa. El misterio de esta economía universal, su elemento indescriptible, es Cristo. Los colosenses eran muy insensatos al volverse de este Cristo al gnosticismo, al misticismo y al ascetismo. ¿Que necesidad tenían de filosofías cuando tenían al Cristo que es el misterio de la economía universal de Dios? ¡Cuánto necesitamos darnos cuenta de que el Cristo que es el misterio de la economía de Dios mora en nosotros!
En 2:2 Pablo habla del “pleno conocimiento del misterio de Dios, es decir, Cristo”. Como misterio de Dios, Cristo es la corporificación de Dios y también el Espíritu vivificante. Es fácil hablar de muchas otras cosas, pero es muy difícil hablar de Cristo como el misterio de Dios. Es como si nuestra mente fuera un pedazo de mármol, incapaz de absorber líquidos. Podemos escuchar muchos mensajes acerca del Cristo que es el misterio de Dios, sin llegar a entender lo que oímos. Hace muchos años, conocí a un hermano que le gustaba repetir la frase: “Cristo en mí, la esperanza de gloria”. Sin embargo, él tenía muy poco conocimiento de Cristo. A pesar de que le encantaba decir que Cristo moraba en él, realmente no conocía este aspecto de Cristo. No se percataba del hecho de que el Cristo que vivía en él era el misterio de Dios.
Colosenses 2:16 y 17 dicen: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o sábados, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; mas el cuerpo es de Cristo”. Estos versículos muestran que Cristo es la realidad de todas las cosas positivas. Él es el verdadero sol, aire, agua y alimento, y las verdaderas flores y los verdaderos árboles. Comparándolos con Cristo, todos los árboles no son más que sombras. Él es el verdadero manzano, la verdadera higuera, el verdadero olivo, el verdadero granado y la vid verdadera. De hecho, Él es el árbol de la vida. Él es también la realidad de todos los personajes positivos del Antiguo Testamento. Por ejemplo, Él es el Salomón mayor y el Jonás superior (Mt. 12:41-42).
Pablo, en esta epístola, les estaba diciendo a los colosenses que ellos se habían descarriado al apartarse del Cristo todo-inclusivo, para centrar su atención en la filosofía, las observancias y el culto a los ángeles. ¿Porqué debían ellos someterse a ordenanzas en cuanto a la comida, bebida, días de fiesta, la nueva luna o sábados, cuando todas éstas son sólo sombras de cosas espirituales en Cristo? Los colosenses no tenían ninguna necesidad de regresar a estas cosas porque tenían a Cristo, quien lo es todo.
En 3:10 y 11, Pablo habla del nuevo hombre, “donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”. Esto indica que Cristo es el elemento constitutivo del nuevo hombre. El nuevo hombre está constituido de Cristo, quien es su esencia y su elemento. Los colosenses no tenían necesidad alguna de distraerse con las diferencias naturales o culturales de los diferentes pueblos. En el nuevo hombre sólo hay lugar para Cristo. Puesto que Él es el todo y en todos en el nuevo hombre, no queda ningún espacio para el hombre natural. Cristo es cada miembro del nuevo hombre y está en todos ellos. El Cristo que mora en nosotros es el elemento constitutivo del nuevo hombre.
¡Cuán maravilloso es el Cristo que mora en nosotros! Tal Cristo posee todos los aspectos que abarcamos en este mensaje. Él es la porción de los santos, la imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda creación, el Primogénito de entre los muertos, Aquel en quien mora la plenitud de Dios, el misterio de la economía de Dios, el misterio de Dios, la realidad de todas las cosas positivas y el elemento constitutivo del nuevo hombre. Aunque todos estos aspectos de Cristo se revelan en el libro de Colosenses, pasamos por alto la mayoría de ellos porque no correspondían con nuestros conceptos naturales. En cambio, sí encajan muy bien las enseñanzas de Pablo con respecto a la sumisión de las esposas para con sus maridos, y al amor que éstos deben tener para con sus esposas. Aun sin leer las Escrituras, tenemos estos conceptos. Por lo tanto, en lugar de dar por sentado lo que dice Pablo en Colosenses, debemos profundizar esta epístola y descubrir por nosotros mismos todos los aspectos de Cristo, y luego debemos alabar al Señor y adorarlo conforme a estos aspectos. Debemos decir: “Señor, te adoro por ser la porción de los santos. Te alabo por ser la imagen del Dios invisible”. ¡Cuán maravilloso es adorar al Señor de esta manera!
Si conocemos a Cristo en todos estos aspectos, nuestras alabanzas en la reunión de la mesa del Señor serán más elevadas. He asistido a la reunión de la mesa del Señor por más de cuarenta y siete años, y la mayoría de las alabanzas que he escuchado de los santos, se encuentran en un nivel elemental. Por ejemplo, en cada reunión los santos alaban al Señor por la sangre. Esto de ninguna manera está incorrecto, pero si permanecemos en este nivel, nuestras alabanzas serán superficiales. Debemos recordar al Señor y alabarlo conforme a la revelación contenida en el libro de Colosenses. Debemos usar expresiones tales como las que vienen en la primera estrofa del himno #87 de nuestro himnario:
El Hijo amado eres, La imagen del gran Dios; Porción para los santos, Tu sangre la ganó El Primogénito eres De toda creación, Por Ti fue creado todo, Para Tu posesión.
En la mesa del Señor debemos recordar al Señor como la porción de los santos, como la imagen de Dios, como el misterio de la economía de Dios y como la realidad de todas las cosas positivas. ¡Que el Señor enriquezca nuestras alabanzas!
El Cristo todo-inclusivo que mora en nosotros es el Dios procesado (Jn. 14:8-11, 16-20; Mt. 28:19). Él fue procesado por medio de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección, y ahora está en ascensión.
Como hemos mencionado en repetidas ocasiones, el Cristo que mora en nosotros es también el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Este Espíritu, el Espíritu todo-inclusivo, quien nos imparte la abundante suministración (Fil. 1:19), es también el Espíritu compuesto. En Éxodo 30:23-30 hallamos un cuadro de este Espíritu. En dicho pasaje leemos que el aceite de la santa unción se elaboraba al mezclar cuatro especias con aceite de oliva, lo cual producía un compuesto, un ungüento. Dicho ungüento se usaba para ungir a los sacerdotes, el tabernáculo, y todo lo relacionado con el tabernáculo. El aceite tipifica al Espíritu de Dios, y las cuatro especias tipifican a Cristo en Su divinidad y Su humanidad, junto con la eficacia de Su muerte y el poder de Su resurrección. El Espíritu compuesto tipificado por el ungüento es el mismo Espíritu que se menciona en Juan 7:39. En la época descrita en Juan 7:39, el Espíritu compuesto “aún no había” porque Jesús no había sido aún glorificado. Pero después de la glorificación de Cristo, el Espíritu dejó de ser simplemente el Espíritu de Dios, y llegó a ser el Espíritu compuesto, el Espíritu de Dios compuesto de la humanidad de Cristo, de la eficacia de Su muerte y del poder de Su resurrección. Por ser el Dios procesado, Cristo es este Espíritu compuesto, vivificante y todo-inclusivo.
Cristo mora ahora en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22) con el fin de ser un solo espíritu con nosotros (1 Co. 6:17). Él es el Espíritu vivificante que está mezclado con nuestro espíritu y, como tal, Él puede ser nuestra vida y nuestra persona (Col. 3:4; Ef. 3:17).
En 1:27 Pablo no dice simplemente que Cristo mora en nosotros, sino que Él mora en nosotros como nuestra esperanza de gloria. Cristo puede ser nuestra esperanza de gloria porque Él mora en nuestro espíritu como nuestra vida y nuestra persona. Conforme a Colosenses 3:4, cuando Cristo, nuestra vida, se manifieste, nosotros también seremos manifestados con Él en gloria. Él aparecerá para ser glorificado en nuestro cuerpo redimido y transfigurado (Ro. 8:23; Fil. 3:21; 2 Ts. 1:10). Cuando Cristo venga, nosotros seremos glorificados en Él, y Él será glorificado en nosotros. Esto implica que el Cristo que mora en nosotros saturará todo nuestro ser, incluyendo nuestro cuerpo físico. Esto hará que nuestro cuerpo sea transfigurado y llegue a ser semejante a Su cuerpo glorioso. En ese momento, Cristo será glorificado en nosotros. Éste es Cristo en nosotros como esperanza de gloria.