Mensaje 6
Lectura bíblica: Col. 1:12-14; Gn. 12:2-3, 7; Gá. 3:14
En este mensaje veremos al Cristo que es la porción asignada a los santos. En Colosenses 1:12 Pablo dice: “Dando gracias al Padre, que os hizo aptos para participar de la porción de los santos en la luz”. Como veremos más adelante, el Cristo todo-inclusivo es la porción asignada a los santos para el deleite de ellos.
Según el libro de Génesis, antes del llamamiento de Abraham no hubo ninguna promesa que implicara bendición o deleite. Por supuesto, en Génesis 3:15 tenemos la promesa de que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente. Sin embargo, esta promesa no implica bendición ni disfrute. En los capítulos del cuatro al once de Génesis no hay ningún relato de la promesa de bendición. Dicha promesa se menciona por primera vez en Génesis 12, cuando Dios llamó a Abraham a salir de su tierra y de su parentela. Aquí el Señor menciona específicamente la tierra (Gn. 12:1).
Quizás conozcamos la historia de Abraham y demos por sentado que entendemos todo lo relacionado al respecto. Así que, al leer acerca del llamamiento que Dios le hizo a Abraham y de las promesas que le dio, es posible que nada nos llame la atención. Por lo tanto, cuando leemos acerca de la tierra, no recibimos ninguna impresión de la importancia que ella tiene. Pero si leemos la Biblia detenidamente, ciertamente descubriremos que la promesa que Dios le hizo a Abraham en cuanto a la tierra es significativa y de suma importancia. Esta promesa hecha en Génesis es como una semilla que crece y se desarrolla a lo largo de todo el Antiguo Testamento. De hecho, podría decirse que, salvo los primeros once capítulos de Génesis, todo el Antiguo Testamento es un relato sobre la tierra de Canaán. El tema del Antiguo Testamento es la buena tierra, la cual fluye leche y miel. No obstante, muy pocos cristianos prestan la debida atención a este asunto.
Durante el tiempo que estuve en la asamblea de los Hermanos, fui animado a estudiar la tipología y las profecías bíblicas. Sin embargo, nadie trajo a mi atención tres asuntos importantes y, por tanto, no obtuve ayuda en cuanto a ellos. El primero de estos asuntos fue la creación del hombre conforme a la imagen y semejanza de Dios, junto con el mandato divino de ejercer señorío; en segundo lugar, el árbol de la vida, el río con los materiales preciosos y la novia que es edificada a partir de la costilla de Adán; y en tercer lugar, la promesa de la buena tierra. Sólo después de varios años de ser cristiano, empecé a centrar mi atención en estos temas. Los que han escuchado mis mensajes por mucho tiempo, saben que, de una u otra forma, siempre tratan de estos temas.
La promesa que Dios le hizo a Abraham con respecto a la buena tierra es muy significativa. Cuando Pablo escribía la Epístola a los Colosenses y hablaba acerca de la porción de los santos, sin lugar a dudas tenía en mente la repartición de la buena tierra entre los hijos de Israel, según se narra en el Antiguo Testamento. La palabra griega traducida “porción” en 1:12 también podría traducirse “lote”. Pablo empleó este término usando como trasfondo el relato del Antiguo Testamento acerca de la tierra. Dios le dio a Su pueblo escogido, a los hijos de Israel, la buena tierra por heredad, para que ellos la disfrutaran. Dicha tierra representaba todo para ellos. De hecho, aun en la actualidad, la tierra sigue siendo un asunto crucial en el Medio Oriente. El problema que persiste hoy en día en el Medio Oriente, tocante a Israel y a las naciones vecinas, gira en torno a la tierra.
La promesa hecha a Adán y Eva en Génesis 3 era la promesa de la simiente de la mujer; pero la promesa que Dios le hizo a Abraham no sólo se relacionaba con la simiente, sino también con la tierra. La simiente prometida en Génesis 3:15 llega a ser la tierra en Génesis 12. Cuando los hijos de Israel entraron a la tierra de Canaán, ellos no solamente heredaron la simiente, sino también la tierra. Se puede interpretar la simiente como una persona o como una semilla que se siembra en la tierra. Esto significa que Cristo no sólo es un descendiente, sino también una simiente sembrada en la tierra. Cristo es tanto la simiente como la tierra.
En Colosenses, ¿es Cristo la simiente o la tierra? En este libro Él es tanto la simiente como la tierra. Colosenses 2:7 dice que fuimos arraigados en Cristo, lo cual indica que Él es la tierra. Pero en 3:4 se nos dice que Él es nuestra vida, lo cual indica que Él es también la simiente. Sin embargo, en Colosenses se revela más a Cristo como la tierra que como la simiente. Tal como la tierra lo era todo para los hijos de Israel, Cristo es nuestra porción, nuestro lote, nuestro todo. La tierra proveía todo lo que los hijos de Israel necesitaban: leche, miel, agua, ganado, granos y minerales. Pablo, al escribir esta epístola, recurrió al concepto de la tierra de inescrutables riquezas, con el fin de exhortar a los colosenses, quienes estaban desviados, a rechazar todo lo que no fuera Cristo. Todo lo que no es Cristo está relacionado con la potestad de las tinieblas, y no debemos aceptarlo. En lugar de ello, debemos permanecer simplemente en la buena tierra sin permitir que ningún elemento extraño se introduzca. Únicamente Cristo debe ser nuestra porción, y sólo debemos aceptar lo que es de Él.
Pablo escribió la Epístola a los Gálatas antes de escribir Colosenses. En Gálatas 3:14 dice: “Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”. Algunos maestros cristianos creen que la bendición de Abraham se refiere a la justificación por la fe. Sin embargo, conforme al contexto, esta bendición debe de referirse a la buena tierra. La bendición que Dios prometió a Abraham en Génesis 12 fue la tierra. En Gálatas 3:14 Pablo relaciona la bendición de Abraham con la promesa del Espíritu, lo cual indica que la promesa dada a Abraham, la buena tierra, es el Espíritu. Por consiguiente, el Espíritu es la buena tierra.
En Gálatas 3:14 Pablo menciona al Espíritu. Esto debe recordarnos de Juan 7:39, que dice: “Pues aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. El Espíritu mencionado en Gálatas 3:14 y en Juan 7:39 es la expresión final y máxima del Dios Triuno. El Espíritu es un título especial que denota al Dios procesado. El Padre es la fuente. El Hijo de Dios, quien es el caudal, se encarnó, vivió en la tierra, fue crucificado, y al tercer día resucitó. La encarnación, la crucifixión y la resurrección son los distintos pasos de un proceso. En la resurrección, Cristo, el postrer Adán, fue hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Según Juan 1:14, el Verbo, quien era Dios, se hizo carne. Conforme a 1 Corintios 15:45, el postrer Adán, Cristo, fue hecho el Espíritu vivificante. Muchos maestros cristianos argumentan que el Espíritu vivificante mencionado en este versículo no es el Espíritu Santo. Pero creer esto es creer que existen dos Espíritus que pueden dar vida: el Espíritu Santo y el Espíritu vivificante. No cabe duda de que el Espíritu vivificante es el mismo Espíritu Santo que da vida y, como tal, es la consumación final y máxima del Dios procesado. Este Espíritu es nada menos que el Cristo todo-inclusivo. Así como la buena tierra es un tipo completo de Cristo, y así como Cristo llegó a ser el Espíritu, de la misma manera el Espíritu, el Espíritu todo-inclusivo, quien es el Dios procesado, llega a ser finalmente la buena tierra para nosotros, los creyentes del Nuevo Testamento, como el cumplimiento de la promesa que Dios le hizo a Abraham, según la cual todas las naciones de la tierra serían benditas en él (Gn. 12:3).
Según Gálatas 3:14, la promesa es la promesa del Espíritu. Pero Gálatas 3:16 dice que las promesas le fueron hechas a la simiente o descendencia de Abraham, que es Cristo. Es difícil reconciliar estos versículos. Por una parte, el Espíritu es el Cristo todo-inclusivo; por otra, esta promesa, este Espíritu, fue dada a Cristo, quien es la simiente. Aunque es difícil explicar esto doctrinalmente, es bastante fácil entenderlo de acuerdo con nuestra experiencia. Cuando creímos en el Señor Jesús, lo recibimos como la simiente o semilla, es decir, como la vida. Sin embargo, dicha simiente es el Espíritu vivificante y todo-inclusivo, quien es la realidad de la buena tierra. Esto significa que el Cristo que recibimos como la simiente es el Espíritu que es tipificado por la buena tierra. Cristo entró en nosotros como la semilla, pero a medida que vivimos por Él, Él se convierte en la tierra, que es nuestra porción.
Tal como la buena tierra era la porción de los hijos de Israel, hoy Cristo es la porción de los santos. Hemos dicho que cuando Pablo escribió 1:12, él tenía en mente el tipo de la tierra de Canaán. En 1:13 él añade: “El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino del Hijo de Su amor”. Este versículo nos recuerda la manera en que los hijos de Israel fueron liberados de Egipto y trasladados a la buena tierra. Por tanto, el concepto que Pablo tenía al escribir 1:13 refleja exactamente lo que se revela en el éxodo de Egipto y en la entrada a la buena tierra. En tiempos antiguos, Dios libró a Su pueblo de Egipto y lo condujo a la buena tierra. Dios el Padre hizo lo mismo con nosotros; Él nos libró de la potestad de las tinieblas, tipificada por el Faraón y Egipto, y nos trasladó al Cristo todo-inclusivo, tipificado por la buena tierra. Los hijos de Israel fueron trasladados de Egipto a una tierra que fluía leche y miel, donde no había tiranía alguna; del mismo modo, nosotros hemos sido trasladados a una esfera maravillosa, llamada el reino del Hijo del amor del Padre. Por consiguiente, ser hechos aptos para participar de la porción de los santos, en realidad equivale a entrar en la buena tierra. Por tanto, lo que Pablo escribió en 1:12-13, concuerda con el cuadro del Antiguo Testamento.
Cuando Pablo escribió 1 Corintios, él también usó cuadros del Antiguo Testamento. En 1 Corintios 5:7 vemos que Cristo es la Pascua, y en 10:3-4 vemos que Él es el maná. Según estos cuadros del Antiguo Testamento, los hijos de Israel fueron librados de Egipto mediante el cordero pascual y fueron sustentados en el desierto por medio del maná. El tabernáculo erigido en el desierto tipifica la vida de iglesia móvil. Esta vida de iglesia no es sólida ni está bien cimentada. Después de que los hijos de Israel entraron en la buena tierra y disfrutaron de la bendición prometida a Abraham, ellos edificaron el templo con piedras, las cuales representan las ricas e inescrutables provisiones de la buena tierra. El templo tipifica la vida de iglesia sólida. En 1 Corintios vemos la iglesia tipificada por el tabernáculo, mientras que en Colosenses y Efesios tenemos la iglesia tipificada por el templo. Por tanto, el Cristo que disfrutamos en Colosenses no es simplemente el cordero y el maná, sino la buena tierra, la porción de los santos.
Muchos maestros cristianos mencionan la pascua, el maná y el tabernáculo, pero dudo que hayan visto que la buena tierra es un tipo del Cristo todo-inclusivo. Este tipo de Cristo sólo se puede cumplir mediante el Espíritu. Es posible que los cristianos conozcan al Espíritu de Dios y no conozcan al Espíritu, es decir, al Espíritu vivificante y todo-inclusivo, quien es la expresión final y máxima del Dios Triuno procesado, como cumplimiento de la promesa de la buena tierra. Para nosotros, la buena tierra que Dios prometió a Abraham es el Espíritu. En otras palabras, el Espíritu es la bendición que Dios prometió a Abraham.
En Gálatas 5:16 Pablo nos exhorta a andar en el espíritu. El espíritu debe ser la esfera en la cual andamos. Además, en Gálatas 5:25 Pablo añade: “Si vivimos en el Espíritu, andemos también en espíritu” (gr.), lo cual indica que el Espíritu es nuestra buena tierra. El Cristo revelado en el Nuevo Testamento, especialmente en Colosenses, es la tierra de inescrutables riquezas. Esta tierra es Cristo, el Espíritu todo-inclusivo. ¡Aleluya, hemos recibido una parte de esta tierra por porción!
Si vemos esto, no permitiremos que la iglesia sea invadida por cosas que no son Cristo. Los colosenses fueron perturbados por las ordenanzas, las prácticas, la filosofía y el ascetismo, porque no vieron que Cristo, el Espíritu todo-inclusivo, era su porción, su buena tierra. En lugar de esta porción, ellos adoptaron muchas observancias, ordenanzas y filosofías. En principio, hoy sucede lo mismo en el cristianismo, el cual ha sido invadido por la cultura. Ni siquiera una pequeña parte de él ha escapado dicha influencia. Todo el cristianismo ha sido inundado por la cultura. El propósito del Señor en Su recobro es rescatarnos de todo esto y llevarnos a Cristo mismo. Originalmente, el mundo era Egipto; pero ahora, la religión del cristianismo ha llegado a ser un Egipto, donde el pueblo de Dios se encuentra esclavizado. Hoy el pueblo del Señor necesita un éxodo. Muchos podemos testificar que cuando entramos en la vida de iglesia, experimentamos un éxodo y fuimos librados de la potestad de las tinieblas.
Mientras los hijos de Israel vagaban por el desierto, se acordaban del sabor de los puerros, las cebollas y los ajos que habían disfrutado en Egipto; ellos aún añoraban esta clase de comida. Sin embargo, cuando entraron en la buena tierra, no llevaron consigo nada que tuviera el sabor egipcio. Esto habría sido una blasfemia para Dios. El hecho de introducir a la iglesia algo que no es Cristo, es también una blasfemia. En la buena tierra no hay puerros, cebollas ni ajos egipcios. En la buena tierra sólo se disfruta del producto de la tierra. Bajo este mismo principio, en la vida de iglesia no existe el “ajo” mundano, sino únicamente Cristo como la porción de los santos. Si vemos esto, seremos guardados de introducir algún elemento extraño en el Cuerpo de Cristo.
Hemos visto que la porción de los santos es Cristo, la buena tierra, es decir, el Cristo todo-inclusivo como Espíritu vivificante. En primer lugar, Cristo es la simiente que nos imparte vida. Luego, Él se convierte en el reino, el ámbito, la esfera en que vivimos y andamos. Por consiguiente, Cristo es nuestra simiente y nuestra tierra, nuestra vida y nuestra esfera. Tal es Cristo como la porción de los santos.