Mensaje 62
Lectura bíblica: Col. 3:5-11; Ro. 12:2
Los últimos dos capítulos de Colosenses abarcan diferentes aspectos del andar cristiano. El primer aspecto consiste en buscar las cosas de arriba y fijar nuestra mente en ellas. La exhortación de Pablo concerniente a buscar las cosas de arriba se basa en la revelación presentada en los capítulos uno y dos. Esto significa que al buscar las cosas de arriba, debemos basarnos en la revelación de la persona y obra de Cristo. En Colosenses 1 y 2, se revela a Cristo de una manera maravillosa. Asimismo, la obra que Cristo efectuó por nosotros se presenta de una manera completa. En estos capítulos, se revela a Cristo como Aquel que es todo-inclusivo. Basándonos en esta revelación de la persona y obra de Cristo, podemos buscar las cosas de arriba. Como hemos señalado, estas cosas se refieren al ministerio celestial de Cristo, esto es, a Su ministerio como Sumo Sacerdote, Ministro y Administrador de la economía de Dios.
Cristo no está ocioso; al contrario, Él está intercediendo, ministrando y llevando a cabo la administración de Dios. Nosotros los que estamos en la tierra debemos responder a estas actividades que Cristo realiza en los cielos. Aunque Cristo en Su ministerio terrenal cumplió cabalmente la redención a fin de salvarnos, todavía no ha terminado la edificación de Su Cuerpo. Para que esto se lleve a cabo se necesita Su ministerio celestial. Cristo no solamente desea obtener un numeroso grupo de personas salvas; Él desea que los que son salvos sean edificados unos con otros y lleguen a ser Su Cuerpo. Cristo desea obtener un Cuerpo, un edificio, una novia. A fin de que se edifique el Cuerpo, Cristo tiene que llevar a cabo Su ministerio celestial.
Entre el Cristo que está en los cielos y nosotros que estamos en la tierra, existe una trasmisión divina, una corriente celestial. Si recibimos esta trasmisión, responderemos a la obra que Cristo realiza en los cielos. Pero si en nuestra experiencia no estamos conectados con Él, o si permitimos que exista una barrera entre nosotros y Él, la trasmisión cesará. Es una verdadera lástima que hoy en día, entre los cristianos más sinceros, muchos se hallen desconectados en su experiencia del Cristo celestial. No hay duda de que son cristianos genuinos, pero no experimentan la corriente divina, y no hay comunión alguna entre ellos y el Señor. Esperamos que nuestra situación sea completamente diferente. En lugar de separarnos del Cristo celestial, debemos recibir continuamente la trasmisión divina en nuestra experiencia. Día y noche deberíamos recibir la infusión del suministro celestial y experimentar una transacción entre el Cristo celestial y nosotros. Continuamente deberíamos responder a la intercesión de Cristo, a Su ministerio y a la administración que Él realiza en favor de Dios.
Buscar las cosas de arriba significa responder al ministerio celestial de Cristo. En Colosenses 3 vemos que el primer aspecto de nuestro andar cristiano consiste en responder al ministerio celestial de Cristo, buscando las cosas de arriba.
El segundo aspecto del andar cristiano revelado en Colosenses 3 es la renovación del nuevo hombre. En 3:10 Pablo dice: “Y vestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno”. Por una parte, Pablo menciona que el nuevo hombre fue creado, y por otra, dice que está siendo renovado. Puesto que el nuevo hombre ya fue creado, ¿por qué es necesario que sea renovado? ¿Cómo puede ser el nuevo hombre creado y también renovado? Hemos visto que el nuevo hombre fue creado en nuestro espíritu. Cuando nuestro espíritu fue regenerado, el nuevo hombre fue creado. Por consiguiente, la regeneración del espíritu es, en realidad, la creación del nuevo hombre. No obstante, con relación al alma, aún se necesita que el nuevo hombre sea renovado. Es crucial que se produzca esta renovación, principalmente en nuestra mente, que es la parte que dirige el alma. Antes de nuestra regeneración, nuestro espíritu humano formaba parte de la vieja creación. Luego, en el momento en que fuimos regenerados, Dios el Espíritu entró en nuestro espíritu y trajo consigo la vida y la naturaleza divinas. Esto significa que el Espíritu de Dios regeneró nuestro espíritu con los elementos de la vida y la naturaleza divinas. En otras palabras, cuando fuimos regenerados, Dios el Espíritu introdujo la vida y la naturaleza divinas en nuestro espíritu. Antes de ser regenerados, no teníamos nada divino; pero cuando fuimos regenerados, algo divino, a saber, la vida y la naturaleza de Dios, se añadió a nuestro espíritu. Al recibir la vida y la naturaleza de Dios, nacimos de Él y llegamos a ser hijos Suyos. Ahora no somos simplemente hijos de un ser humano, sino también hijos de Dios. Aun más, no somos hijos adoptivos de Dios, sino hijos Suyos en la vida divina.
Ya que la vida y la naturaleza divinas fueron añadidas a nuestro espíritu, nuestro espíritu regenerado llegó a ser parte de la nueva creación. La diferencia entre la vieja creación y la nueva consiste en que la vieja creación no posee ningún elemento de Dios, mientras que a la nueva creación algo de Dios sí le ha sido añadido. La razón por la cual el espíritu regenerado forma parte de la nueva creación y del nuevo hombre es que la vida y la naturaleza de Dios entró en él. En nuestro espíritu tenemos algo divino, a saber, la vida y la naturaleza de Dios.
Cuando fuimos regenerados, la vida y la naturaleza de Dios se añadieron a nuestro espíritu, haciendo de él la nueva creación; no obstante, el alma con sus facultades (mente, parte emotiva y voluntad) aún permanece en la vieja creación. Por lo tanto, es necesario que la vida y la naturaleza divinas se extiendan de nuestro espíritu a nuestra alma y la saturen. A este proceso le llamamos transformación. En Romanos 12:2 Pablo nos exhorta: “Transformaos por medio de la renovación de vuestra mente”. Debido a que la mente es la parte principal del alma, la renovación del alma depende de la renovación de la mente. A medida que la vida y la naturaleza divinas se extiendan de nuestro espíritu regenerado a nuestra mente, parte emotiva y voluntad, nuestra alma será renovada. En realidad, la renovación del alma es la renovación del nuevo hombre.
A pesar de que fuimos regenerados, conservamos la tendencia de vivir conforme al viejo hombre, es decir, conforme a la vieja creación. Sin embargo, en lo profundo de nuestro espíritu tenemos la aspiración, el deseo, de vivir en novedad de vida. Este deseo proviene del nuevo hombre que está en nuestro espíritu y que busca difundir la vida y la naturaleza divinas a nuestra alma. Dicha acción de difundir constituye la renovación del nuevo hombre.
Muy pocos cristianos han visto que la renovación del nuevo hombre depende de que busquemos las cosas de arriba. Si no buscamos las cosas de arriba y si no fijamos nuestra mente en ellas, nos será muy difícil ser renovados en el alma. Pero cada vez que fijamos la mente en las cosas de arriba, nuestro ser interior se renueva espontáneamente. Nuestra experiencia lo confirma.
Pablo exhortó a los creyentes colosenses a buscar las cosas de arriba, debido a que se habían distraído con cosas terrenales, con los elementos del mundo, tal como el judaísmo, el gnosticismo, el misticismo y el ascetismo. Mientras ellos se dejaran distraer por estas cosas, no tendrían interés por las cosas de arriba. Fue por esta razón que Pablo los exhortó a olvidarse del judaísmo, de la filosofía griega, del gnosticismo, del misticismo, así como de cualquier clase de cultura, y a que buscaran las cosas de arriba y fijaran su mente en ellas. Las cosas de arriba no tienen nada que ver con la religión, la filosofía ni la cultura; antes bien, están relacionadas con el sacerdocio de Cristo, con Su ministerio y con todas Sus actividades administrativas. Es crucial que nos demos cuenta de que Cristo es nuestra Cabeza y que nosotros somos los miembros de Su Cuerpo. Cristo y nosotros formamos juntos el hombre universal. Como Aquel que está en los cielos, Él es la Cabeza, y nosotros, como aquellos que estamos en la tierra, somos el Cuerpo. Mientras la Cabeza está activa en los cielos, intercediendo, ministrando y administrando, nosotros, el Cuerpo, laboramos en la tierra respondiendo al ministerio celestial de Cristo y siendo un reflejo de lo que Él está haciendo en los cielos. ¡Cuán importante es esto! Así que, en lugar de prestar atención a la religión terrenal, a la filosofía mundana y a los demás rudimentos del mundo, debemos buscar las cosas de arriba y fijar nuestra mente en ellas. Si nos volvemos al Cristo celestial y somos uno con Él en todas Sus actividades y fijamos nuestra mente en ello, se producirá automáticamente la renovación del nuevo hombre.
Aquello en lo que pensamos día a día indica dónde fijamos nuestra mente. En la época en que Pablo escribió Colosenses, los judaizantes habían fijado su mente en la religión, y los gnósticos la habían fijado en su filosofía. Pero nosotros no debemos fijar nuestra mente en la religión ni en la filosofía ni en la cultura, sino en Cristo y en Su ministerio celestial. Cuanto más fijemos nuestra mente en las cosas de arriba, es decir, en Cristo y en Su ministerio celestial, más los elementos divinos en nuestro espíritu saturarán nuestra alma y la renovarán. Así, todo lo que hay en nuestro espíritu podrá difundirse libremente en nuestro ser interior. El alma es renovada a medida que estos elementos se extiendan en ella y la saturen.
Si solamente tuviéramos Romanos 12:2 y no Colosenses 3, sería muy difícil entender lo que significa ser transformados por medio de la renovación de la mente. Pero como lo aclara Colosenses 3, dicha renovación tiene que ver con el hecho de buscar las cosas de arriba y fijar nuestra mente en ellas.
No nos preocupemos por cosas terrenales tales como la religión, la filosofía, la ética o la cultura. Estas cosas son necesarias y útiles en la sociedad; no obstante, estorban la economía de Dios e impiden que ésta se cumpla. La economía de Dios no tiene necesidad alguna de la religión, de la filosofía ni de la cultura. La economía de Dios consiste en que Él mismo se imparta en nosotros. En tanto que nosotros, quienes estamos en el recobro del Señor, disfrutemos la impartición de Dios, no necesitaremos la religión ni la cultura. Así como en la Nueva Jerusalén no necesitaremos luz natural ni luz artificial, tampoco hoy nosotros en la iglesia necesitamos la religión ni la cultura. No obstante, la religión y la cultura son necesarias en la sociedad. Aparte de la iglesia, se necesitan estas dos cosas para que se mantenga el orden en la sociedad. Sin embargo, en la iglesia, contamos con la impartición de Dios y, por tanto, no necesitamos en absoluto la religión ni la cultura. Día a día, Dios está impartiéndose en nosotros. ¡Cuán maravilloso es esto!
Los cristianos colosenses no veían claramente la diferencia entre la cultura y la economía de Dios. Esta falta de claridad dio lugar a que la religión, la filosofía y la cultura se infiltraran en la vida de la iglesia e impidieran el cumplimiento de la economía de Dios. En principio, lo mismo sucede hoy entre los cristianos. ¡Considere cuánto la religión, la filosofía, la cultura y todos los “ismos” han estorbado a la economía de Dios! Por lo tanto, es crucial ver que en el recobro del Señor tenemos una sola necesidad, a saber, que el Dios vivo se imparta continuamente en nuestro ser.
Durante los años que lleva el recobro del Señor en este país, muchos santos han experimentado la impartición de Dios. Al principio, los mensajes acerca de la economía de Dios eran como un idioma foráneo para ellos; pero hoy en día, la verdad y la experiencia de la economía de Dios forman parte de su vida diaria. De hecho, hoy muchos de ellos pueden ministrar sobre este tema. Hemos visto un progreso considerable aun entre los jóvenes, gracias a la renovación que ha efectuado la vida y la naturaleza divinas. Los elementos divinos han ido saturando a los santos. Esta saturación ha producido un cambio significativo. Años atrás, un hermano pudo haberse enojado de cierta manera, pero ahora su manera de enojarse es distinta. En muchos aspectos, el comportamiento puede seguir siendo el mismo, pero hay una diferencia en naturaleza. Algo divino se ha forjado en el ser interior de los santos. No se trata de un simple cambio de comportamiento, sino de un cambio de naturaleza. Mediante este cambio interno, el nuevo hombre se extiende de nuestro espíritu a nuestra alma, y de hecho crece dentro de nosotros. Que el Señor guarde a todos los santos en el camino de la vida para que el nuevo hombre aumente cada vez más.
Quisiera resaltar que aunque el nuevo hombre ya fue creado en nuestro espíritu, éste aún necesita seguir renovándose en todo nuestro ser interior. Para esto, se requiere que en la vida divina y con la naturaleza divina el nuevo hombre se difunda en todo nuestro ser. Sólo entonces, seremos renovados en plenitud.
Según 3:10, el nuevo hombre se va renovando “hasta el conocimiento pleno”. Algunas traducciones dicen “en el conocimiento pleno” en vez de “hasta el conocimiento pleno”; no obstante, la preposición griega debe traducirse “hasta” y no “en”, ya que el conocimiento pleno es la consecuencia, el resultado, de la renovación, y no el medio por el cual somos renovados. Por ejemplo, los niños crecen hasta obtener cierto conocimiento; no crecen por medio del conocimiento. Cuanto más crecen los niños, más aumenta su conocimiento. Sin embargo, es incorrecto decir que cuanto más conocen, más crecen. Si los padres observan el crecimiento y el desarrollo de sus hijos, se darán cuenta de que ellos no crecen por medio del conocimiento, sino que crecen hasta obtener conocimiento, ya que éste aumenta a medida que crecen y se desarrollan.
El principio de crecer hasta obtener cierto conocimiento se aplica a nuestra vida espiritual. Si buscamos las cosas terrenales y no las cosas de arriba, no experimentaremos la renovación del nuevo hombre, lo cual significa que no experimentaremos el crecimiento del nuevo hombre. Es casi imposible que el nuevo hombre crezca si vamos en pos de las cosas terrenales; pero si buscamos las cosas de arriba, el nuevo hombre puede crecer dentro de nosotros. Este crecimiento redunda en el conocimiento pleno; por tanto, el nuevo hombre crece hasta el conocimiento pleno. Hace años, el nuevo hombre no había crecido mucho en usted, y esto le impedía conocer las cosas espirituales; pero ahora que el nuevo hombre ha crecido, usted entiende mucho mejor las cosas espirituales. Esto indica que el crecimiento redunda en el conocimiento. Es por eso que Pablo dice que el nuevo hombre se va renovando hasta el conocimiento pleno.
Al comienzo de mi vida cristiana, leí libros que explicaban cómo discernir entre el espíritu y el alma. Sin embargo, por más que analizaba y me esforzaba por entender esto con mi mente natural, no podía discernir entre el alma y el espíritu. No obstante, al crecer en vida, me resultó fácil discernir entre el alma y el espíritu. Esto muestra que no podemos conocer las cosas espirituales mediante el ejercicio de nuestra mente natural. Éstas sólo podemos llegar a conocer a medida que crece el nuevo hombre. El crecimiento del nuevo hombre en nosotros es lo que nos lleva a obtener el verdadero conocimiento espiritual.
Cuando nace un bebé, ya posee todos los órganos necesarios para vivir. No obstante, necesita crecer para que los órganos desarrollen sus funciones. El crecimiento es necesario para que el niño pueda llegar a ejercer plenamente sus funciones. A medida que el niño crece, más se desarrollan y se perfeccionan sus funciones, y finalmente, cuando llegue a la madurez, todas sus funciones habrán sido perfeccionadas. Lo mismo sucede con respecto al crecimiento del nuevo hombre en nosotros. Cuando el nuevo hombre fue creado en nuestro espíritu, estaba completo en lo que a sus órganos se refiere; pero, puesto que todavía no ha perfeccionado todas sus funciones, necesita crecer y renovarse. El crecimiento y la renovación redundan en el conocimiento pleno. De hecho, el conocimiento pleno mencionando en 3:10 corresponde al ejercicio de las funciones. Por consiguiente, el crecimiento y la renovación del nuevo hombre redundan en el pleno desempeño de sus funciones. Ahora bien, sin conocimiento, no podemos ejercer nuestras funciones. Es decir, para usar nuestros órganos apropiadamente necesitamos el conocimiento. Así como los miembros de nuestro cuerpo físico funcionan de acuerdo con el conocimiento que hayamos adquirido, el nuevo hombre va perfeccionando todas sus funciones a medida que se renueva hasta el conocimiento pleno. Afirmar que la renovación hace que el nuevo hombre llegue al conocimiento pleno, equivale a decir que la renovación hace que el nuevo hombre ejerza plenamente sus funciones. Sin el debido crecimiento y renovación, el nuevo hombre no podrá ejercer sus funciones. Esto significa que, a pesar de haber sido ya creado, al nuevo hombre aún le falta desarrollar sus funciones. Para que esto suceda, se necesita que el nuevo hombre crezca, se desarrolle y sea renovado. Entonces, como resultado de la renovación, será perfeccionado en términos de ejercer sus funciones.
Hemos visto que los colosenses fueron distraídos con cosas terrenales como la religión, la filosofía y la cultura, al grado que apartaron su mirada de las cosas celestiales. Así que Pablo, al escribir esta epístola, procuraba volverlos de los rudimentos del mundo a las cosas de arriba. Él quería que ellos fijaran la mente en las cosas de arriba, para que así el nuevo hombre pudiera extenderse del espíritu de ellos a su mente y finalmente llegara a saturarlos completamente del elemento divino. Esta saturación daría por resultado el conocimiento pleno, la perfección de las funciones del nuevo hombre.
Ahora debemos ver que esta renovación es conforme a la imagen de Dios, Aquel que creó el nuevo hombre. En otras palabras, la renovación del nuevo hombre es según Cristo, quien es la imagen y la expresión de Dios. Cuando fijamos nuestra mente en las cosas de arriba, permitimos que el nuevo hombre difunda el elemento divino de nuestro espíritu a nuestra alma. Esta difusión del elemento divino es según Cristo, quien es la imagen de Dios, Su expresión. Por tanto, cuanto más renovada sea nuestra alma, más expresaremos a Dios; en otras palabras, cuanto más experimentemos la renovación del alma, más manifestaremos la imagen de Cristo.
Aunque ya fuimos regenerados, es posible que haya muy poco de la imagen de Cristo en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad, y que en lugar de ello, nos apeguemos a la imagen del viejo Adán. No obstante, si fijamos nuestra mente en las cosas de arriba, el elemento divino que se halla en nuestro espíritu se extenderá a nuestra alma, y esto se efectuará conforme a Cristo, la imagen de Dios. De este modo, el elemento divino se extenderá y, como resultado, manifestaremos la imagen de Dios y vendremos a ser Su expresión.
En 3:11 Pablo añade: “Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”. Según este versículo en la renovación del nuevo hombre, no hay lugar para ningún hombre natural; no hay lugar para el griego ni para el judío, para el religioso ni para el que no lo es, para el culto ni el inculto. En la renovación del nuevo hombre, Cristo es el todo y en todos.
En el original griego, “el todo” es neutro en cuanto a género y denota cosas; mientras que “todos” es de género masculino y se refiere a personas. Por lo tanto, en la renovación del nuevo hombre, Cristo es todas las cosas, y Él está en todos los miembros. Esto indica que en la renovación del nuevo hombre, Cristo es verdaderamente todo-inclusivo. Por una parte, Él está en todas las personas, esto es, en todos los miembros del nuevo hombre; por otra, Él es todas las cosas en la renovación del nuevo hombre.
Tal vez se pregunte cuáles son las cosas que se incluyen en la renovación del nuevo hombre. Por lo menos, deben estar incluidas todas las virtudes y los atributos. El amor, la paciencia y la humildad son excelentes virtudes. Todas estas virtudes son Cristo mismo. En la renovación del nuevo hombre, Cristo es todas las maravillosas virtudes, todas las cosas buenas y todos los atributos positivos.
Como creyentes del Nuevo Testamento que somos, ¿cómo podemos llevar la vida del nuevo hombre universal de una manera práctica? Los cristianos que fijan su mente en las cosas terrenales no pueden experimentar la renovación del nuevo hombre ni pueden llevar la vida del nuevo hombre en la práctica. Sin embargo, cuando nosotros fijamos nuestra mente en las cosas de arriba, espontáneamente el nuevo hombre crece y se va renovando en nosotros. Esto hace que todo nuestro ser sea renovado y transformado. Entonces, dondequiera que estemos, podemos llevar a la práctica el vivir del nuevo hombre. Hace poco me enteré de que cierto hermano joven que está en la marina visitó muchas iglesias del Lejano Oriente. Disfrutó mucho de la comunión con los santos. Sin duda alguna, este hermano experimentó la vida del nuevo hombre. Aunque era de Estados Unidos, pudo unirse al espíritu de comunión con muchos santos del Oriente.
Si no estamos dispuestos a fijar nuestra mente en las cosas de arriba y no le damos la oportunidad al nuevo hombre de que crezca en nosotros, nos será muy difícil experimentar la vida del nuevo hombre de una manera práctica. Pero si fijamos nuestra mente en las cosas de arriba, el nuevo hombre se extenderá de nuestro espíritu a nuestra alma. Entonces, dondequiera que estemos, podremos experimentar con los santos la vida del nuevo hombre.
Colosenses es definitivamente una epístola que trata del Cristo todo-inclusivo, pero en esta epístola Pablo también habla del nuevo hombre. La vida práctica del nuevo hombre resulta de la revelación de Cristo y la experiencia que tengamos de Él. Una vez que recibamos la revelación de Cristo y la debida experiencia de Él, el nuevo hombre se manifestará entre nosotros de manera práctica, y la vida del nuevo hombre será hecha real para nosotros.
La meta de Dios consiste en obtener el nuevo hombre, el cual finalmente tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén. Por lo tanto, la Nueva Jerusalén será la consumación final del nuevo hombre. Cuando estemos en la Nueva Jerusalén, disfrutaremos de la vida del nuevo hombre universal. Hoy en día, podemos tener un anticipo de este disfrute al fijar nuestra mente en las cosas de arriba y al permitir que el nuevo hombre se extienda de nuestro espíritu a todo nuestro ser.