Mensaje 19
Ef. 1 comienza con lo bueno que Dios ha hablado con respecto a nosotros y concluye con el Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. Esto indica que el Cuerpo, la plenitud de Cristo, es producto de las bendiciones de Dios. Las palabras “a la iglesia” del versículo 22 son muy importantes, pues indican que todo lo que el Dios Triuno experimentó, tal como la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión, es trasmitido a la iglesia. La iglesia no tiene absolutamente nada que ver con la vieja creación, la cual fue eliminada en la cruz y sepultada con Cristo. Todo lo que se trasmite a la iglesia pertenece completamente a la nueva creación. La iglesia es el resultado de dicha transmisión.
Este mensaje presentará la conclusión del capítulo uno. En este capítulo hay siete asuntos cruciales que requieren el mismo factor básico para su cumplimento, y son: el hecho de que Dios nos escogió para que fuésemos santos y sin mancha delante de El (v. 4), el que nos predestinó para que llegásemos a ser Sus hijos (v. 5), el que el Espíritu nos selló con miras a que llegásemos a ser redimidos por completo (vs. 13-14), la esperanza a que Dios nos llamó, la gloria de Su herencia en los santos (v. 18), el poder que nos hace partícipes de los logros de Cristo (vs. 19-22) y el Cuerpo, la plenitud del Cristo que todo lo llena en todo (v. 23). Todos estos asuntos se cumplen al impartirse el Dios Triuno en nosotros y al forjarse en nuestro ser. La plenitud de Aquel que todo lo llena en todo y la alabanza de Su gloria expresada, es lo que resulta cuando lo divino es impartido en nuestra humanidad. De hecho, el capítulo uno constituye una revelación de la excelente y maravillosa economía de Dios, la cual comienza con el hecho de que Dios nos escogió en la eternidad pasada y se extiende a la producción del Cuerpo de Cristo, cuyo fin es expresar a Cristo por la eternidad.
Cuando usted oye decir que el Dios Triuno se imparte y se forja en nuestro ser, quizás piense que en Efesios 1 no existe tal palabra ni tal concepto. Sin embargo, el Dios Triuno ciertamente se revela en dicho capítulo. Aunque en él no encontramos la palabra “impartido”, sí se encuentra la palabra “dispensación” (v. 10, gr.), la cual alude a una impartición. Recordemos que la dispensación de la plenitud de los tiempos abarca todas las edades. El hecho de que seamos hijos de Dios demuestra que Dios se ha impartido en nosotros. Si Dios el Padre no se hubiera impartido en nosotros, ¿cómo podríamos ser Sus hijos? Dios el Padre nos predestinó para que fuéramos Sus hijos; sin embargo, caímos y fuimos constituidos pecadores. ¿Cómo podían los pecadores llegar a ser hijos de Dios? La única manera es que Dios naciera en ellos, es decir, que los regenerara. Tener a Dios en nuestro ser implica que El se imparte en nosotros. Al regenerarnos, Dios se imparte en nosotros. Además, ya mencionamos que Dios está haciendo de nosotros un tesoro, una herencia preciosa, al forjarse a Sí mismo en nosotros. Por tanto, el concepto básico de este capítulo es que el Dios Triuno se imparte en nosotros y se forja en nuestro ser.
Si no captamos este pensamiento, no podremos profundizar en Efesios 1. Al leer este capítulo debemos entender que el concepto que lo rige es que Dios se imparte y se forja a Sí mismo en nuestro ser. Estoy seguro de que cuando Pablo escribió este pasaje de la Palabra, él tenía semejante pensamiento muy dentro de él. El se daba cuenta de que Dios se imparte en Sus elegidos y se forja en ellos para hacerlos santos, constituirlos hijos de Dios y convertirlos en Su preciosa herencia.
Dios nos escogió antes de la fundación del mundo “para que fuésemos santos y sin mancha” (v. 4). ¿Cómo podemos ser santos? ¿Podríamos serlo siguiendo las llamadas enseñanzas de santidad en cuanto a la vestimenta, maquillaje y cortes de pelo? ¡Claro que no! La santidad es la naturaleza de Dios, y ser santos consiste en que la naturaleza divina se forje en nosotros. Si no tenemos la naturaleza de Dios, es imposible ser santos. Para ser santos, necesitamos ser saturados con la naturaleza santa de Dios.
Ser santo supone algo más que una separación. Algunos maestros cristianos dicen que ser santo equivale a estar separado; se oponen al concepto de que la santidad es una perfección impecable. Se valen de las palabras del Señor Jesús, que dijo que el oro es santificado por el templo (Mt. 23:17), para sostener que la santificación es simplemente una separación, y no una vida sin pecado. Esto es correcto. Sin embargo, sólo abarca un aspecto de la santificación, el que tiene que ver con nuestra posición, mas no el aspecto de ser santificado en nuestra manera de ser, según se revela en Romanos 6. Cuando Dios se imparte a nosotros y se forja en nuestro ser, y nosotros somos saturados de El, nuestra manera de ser es santificada. De este modo llegamos a ser santos. Al final, la Nueva Jerusalén será una ciudad santa, no sólo separada de todo lo común, sino también completamente saturada de Dios. Esto es lo que significa ser santo. El hecho de que Dios el Padre nos haya escogido para ser santos indica que El desea entrar en nuestro ser y saturarlo con Su naturaleza santa. Si Su naturaleza no se forja en nosotros, no podemos ser santos.
El versículo 5 dice que Dios el Padre nos predestinó para filiación. Si la vida del Padre no hubiera entrado en nosotros, ¿cómo podríamos ser Sus hijos? ¡Sería imposible! La filiación requiere que el Padre nos sature con Su vida. Nosotros no somos hijos políticos ni hijos adoptivos de Dios; somos hijos que tienen la vida y la naturaleza de Dios. Puesto que nacimos de Dios, y Dios nació en nosotros, El mora en nosotros. Esto implica que Dios el Padre se forja en nuestro ser. La única manera de ser hijos de Dios es que El se imparta en nosotros y se forje en nuestro ser. ¡Aleluya, somos hijos de Dios, nacidos de El!
Como creyentes, fuimos sellados con el Espíritu Santo (v. 13). El Espíritu es el Dios Triuno que llega a nosotros. El Dios que está en los cielos es el Padre, pero cuando viene a nosotros, El es el Espíritu. El Espíritu es el sello de Dios. Ser sellados con el Espíritu Santo equivale a que Dios se imparte a nuestro ser. Ya mencionamos que el sello es un sello vivo y que se mueve dentro de nosotros; el Espíritu nos sella constantemente con la esencia de Dios. Ser sellados de esta manera equivale a ser saturados con todo lo que Dios es. Por consiguiente, el sellar del Espíritu Santo también denota que Dios se forja en nosotros.
Los cristianos generalmente pasan por alto esta comprensión subjetiva en cuanto a ser sellados por el Espíritu. La mayor parte de ellos tienen enseñanzas objetivas al respecto, mas no experiencias subjetivas. No comprenden que cuando el Espíritu nos sella, Dios forja Su esencia en nuestro ser.
El versículo 18 habla de la esperanza a que Dios nos ha llamado. Un aspecto de esta esperanza es que seremos transfigurados y glorificados con Cristo. Esta transfiguración y glorificación será el resultado de haber sido saturados del Dios Triuno. Si Dios no satura todo nuestro ser, incluyendo nuestro cuerpo, no podemos ser glorificados. Esto también alude a la impartición de Dios en nosotros. Una vez más vemos que Dios se imparte y se forja en Sus elegidos. Este es el concepto principal del capítulo uno.
Efesios 1:18 menciona también las riquezas de la gloria de la herencia de Dios en los santos. Si Dios no se forja en los santos, ¿cómo pueden ellos ser hechos Su herencia, Su posesión particular? Los santos llegan a ser tan preciosos para El al ser saturados de la esencia divina. Es así como los pecadores llegan a ser el tesoro especial de Dios. En el universo solamente Dios es valioso. Ahora, el Dios precioso, de valor incomparable, se forja en nuestro ser para constituirnos Su gloriosa herencia. Cuando la Nueva Jerusalén se manifieste, ella será la herencia valiosa que resplandecerá con la gloria de Dios. Por tanto, el hecho de que los santos lleguen a ser la herencia gloriosa de Dios, Su tesoro precioso, indica que El se forja en ellos.
El Dios Triuno se imparte y se forja en nuestro ser al trasmitírsenos el poder divino, que nos capacita para participar de los logros de Cristo y ser Su Cuerpo (vs. 19-23). Cristo obtuvo los logros más sublimes del universo; El creó el mundo, se encarnó, fue crucificado, resucitó y ascendió a la diestra de Dios en los lugares celestiales. Todos estos logros están destinados a la iglesia. Como ya mencionamos, las palabras “a la iglesia” del versículo 22 implican una trasmisión, la cual es un acto de impartición. Todo lo que Cristo experimentó, logró y obtuvo, se trasmite ahora a la iglesia.
Los creyentes en su mayoría no tienen este concepto; más bien, ellos están llenos de enseñanzas éticas con las cuales se entretienen. Por esta razón debemos recalcar el hecho de que el Dios Triuno desea saturarnos consigo mismo.
Supongamos que se inyecta tinta roja en el centro de un pedazo de algodón; poco a poco, el algodón absorberá la tinta. De esta manera, la tinta satura gradualmente el algodón. Nosotros somos como ese algodón. Un día, la tinta roja celestial fue depositada en el centro de nuestro ser; desde ese momento, la tinta, que es Dios mismo, nos ha ido saturando. Ahora nuestra responsabilidad no es imitar la tinta ni copiarla, sino absorberla, es decir, permitir que nos sature. Al ser totalmente saturados con la tinta celestial, llegamos a ser la tinta misma, pues llegamos a asimilarla. Este concepto básico del Nuevo Testamento no figura en las enseñanzas del cristianismo de hoy. Si captamos este pensamiento básico, nuestra vida cristiana y nuestros conceptos cambiarán radicalmente.
Nosotros participamos de los logros de Cristo y llegamos a ser Su Cuerpo. El Cuerpo es la meta de la elección, la predestinación, el sellado, la esperanza, la gloria y el poder.
El Dios Triuno se imparte y se forja dentro de nosotros en el Cuerpo, la plenitud del Cristo que todo lo llena en todo, para que seamos Su expresión plena (v. 23). El resultado del sexto ítem es el Cuerpo de Cristo. El Cuerpo, la plenitud del Cristo que todo lo llena en todo, es la expresión máxima del Dios Triuno, la máxima consumación de la impartición de Dios conforme a la economía divina.
Repasemos los siete ítemes enumerados en el capítulo uno, los cuales comprueban que Dios se imparte y se forja en nosotros. El primero tiene que ver con la santidad. La única manera de ser santos es que Dios se imparta en nosotros. Cuando Dios nos escogió, Su intención no era que usáramos cierto estilo de ropa o que nos peináramos de cierta manera. Tenemos que desechar ese concepto de lo que es santidad. La santidad es el propio Dios forjado en nuestro ser. Debemos darle la debida importancia a la impartición de Dios en nosotros. Cómo nos vistamos depende de El. Dios es viviente, real y sensible. Ser santos es ser saturados de El.
Del mismo modo, nosotros no llegamos a ser hijos de Dios reformándonos o corrigiéndonos a nosotros mismos. En cuanto a esto, ni las enseñanzas ni los reglamentos funcionan. Lo único que funciona es que el Hijo de Dios se imparta en nosotros y se forje en nuestro ser.
Lo mismo es verdad en cuanto a la redención de nuestros cuerpos. Un día, Dios nos saturará por completo, y entonces seremos redimidos. Esta redención no es la que se efectúa mediante la sangre, sino la redención de nuestros cuerpos que Dios realiza al saturar todo nuestro ser. Romanos 8 dice que esta redención es la plena filiación, la consumación de la filiación. Esto significa que la redención de nuestros cuerpos es el paso final del proceso de filiación. Dios nos hace Sus hijos al saturarnos consigo mismo. Cuando nuestros cuerpos sean redimidos, la filiación llegará a su consumación.
La esperanza de gloria también está relacionada con el hecho de que el Dios Triuno se imparte en nosotros y se forja en nuestro ser. De acuerdo con la enseñanza cristiana comúnmente aceptada, un día repentinamente nos daremos cuenta de que hemos sido transportados a una esfera de gloria. Sin embargo, la única manera de ser glorificados es que Dios nos sature consigo mismo día tras día. La carga de mi ministerio es que ustedes sean saturados del Dios Triuno. Anhelo que el Dios Triuno se imparta en ustedes y que ustedes sean saturados de El. Esta saturación perdurará para siempre; no puede ser erradicada. La gloria es el resultado de dicha saturación. Por lo tanto, la vida cristiana consiste en ser saturados con el Dios Triuno. Un día, por medio de esta saturación, seremos glorificados.
El poder divino que nos es trasmitido nos satura con el Dios Triuno. Hemos visto que este poder está dirigido a la iglesia, que actúa para con nosotros los que creemos. La palabra griega traducida “para con” en el versículo 19 también puede traducirse “en”. Así que, el poder divino actúa en nosotros los que creemos. Esto comunica la idea de una saturación. Cada parte y área de nuestro ser debe ser saturado del poder divino. Esto es lo que el Señor lleva a cabo en Su recobro hoy.
El día en que nos arrepentimos, el poder divino fue instalado en nosotros. Ahora este poder no sólo está en las alturas, sino también en nosotros. Cuando abrimos nuestro ser, este poder es activado y nos satura con la esencia divina, la cual nos es trasmitida desde los cielos. Hoy esta trasmisión opera en nosotros como la sangre que circula en nuestro cuerpo. Debido a que no siempre estamos abiertos a ella, o a que tenemos problemas relacionados con nuestra conciencia, nuestra mente, nuestra parte emotiva o nuestra voluntad, la trasmisión se ve restringida temporalmente. Si deseamos experimentar una trasmisión continua, debemos arrepentirnos, confesar nuestras faltas y desprendernos de todo lo que nos estorbe. Entonces la trasmisión se restaurará y seguirá saturando todo nuestro ser.
Nosotros somos la iglesia gracias a que el Dios Triuno se imparte a nosotros y se forja en nuestro ser. Ahora entendemos por qué la iglesia se menciona al final del capítulo uno. La iglesia no se produce organizando a los santos; ella es producto de la trasmisión que proviene del Cristo ascendido. La iglesia que se produce de esta manera es el Cuerpo. Hay quienes se llaman “iglesias”, pero no son el Cuerpo, porque no son un organismo, sino algo así como un cuerpo artificial, una organización. La iglesia es el organismo producido por la trasmisión del Cristo todo-inclusivo. La iglesia, el Cuerpo de Cristo, es la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.
¡Qué grandioso es ver que el capítulo uno de Efesios concluye con el Cuerpo! La iglesia como Cuerpo de Cristo es fruto de todo lo bueno que Dios ha hablado con respecto a nosotros, y el factor básico de estas bendiciones es que la vida divina se imparte en nosotros y se forja en nuestro ser. La iglesia es el resultado de las bendiciones de Dios, el factor básico de las cuales el Dios Triuno se imparte y se forja en nosotros. La impartición divina comenzó en la eternidad pasada y pasó por la creación, encarnación, crucifixión, resurrección y ascensión; y ahora llega a Sus elegidos para hacer de ellos el pueblo santo de Dios, los hijos de Dios, personas selladas, y el Cuerpo como plenitud de Cristo.
El Cuerpo es producto de la trasmisión del Cristo todo-inclusivo. Esta trasmisión es la suma de todo lo bueno que Dios ha pronunciado con respecto a nosotros. Para disfrutar de la trasmisión, se necesita una mente sobria, una parte emotiva ferviente, una voluntad sumisa y una conciencia pura. Al experimentar esta trasmisión, llegamos a ser el Cuerpo. Lo que necesitamos hoy es recibir más de esta trasmisión todo-inclusiva. ¡Aleluya porque el Dios Triuno se trasmite a nosotros! Así que, no tenemos vanas enseñanzas; antes bien, experimentamos una impartición, una trasmisión y una saturación. Este es el concepto básico de Efesios 1.