Mensaje 28
Los versículos del Ef. 3:2-21 son un paréntesis, y Ef. 4:1 es la continuación de Ef. 3:1. En este paréntesis, que contiene una súplica, el apóstol Pablo describe a los creyentes gentiles el ministerio que le fue dado para ellos, un ministerio que recibió al revelársele el misterio de Cristo y que consistía en llevar a cabo la mayordomía de la gracia. En este paréntesis, Pablo también ora pidiendo que la iglesia experimente a Cristo al máximo.
En este mensaje estudiaremos la mayordomía de la gracia de Dios. Pablo dice en 3:2: “Si es que habéis oído de la mayordomía de la gracia de Dios que me fue dada para con vosotros”. En griego, la palabra traducida “mayordomía” en este versículo se traduce como “economía” en 1:10 y 3:9. La mayordomía de la gracia consiste en impartir la gracia de Dios a Su pueblo escogido para producir y edificar la iglesia. De esta mayordomía surge el ministerio del apóstol, quien es un mayordomo en la casa de Dios, uno que ministra a Cristo como la gracia de Dios a la familia de Dios.
La palabra griega traducida “mayordomía” en el versículo 2 es oikonomía. Conforme a su uso antiguo, oikonomía denotaba una mayordomía, una dispensación, o una administración. En los tiempos de Pablo, muchas familias ricas tenían mayordomos, cuya responsabilidad consistía en distribuir alimentos y otros suministros a los miembros de la familia. Nuestro Padre tiene una gran familia, una familia divina, y puesto que El posee cuantiosas riquezas, necesita muchos mayordomos que las impartan a Sus hijos. Esto es la mayordomía. Por consiguiente, una mayordomía es una dispensación o impartición. En este contexto, la palabra “dispensación” no alude a una era ni a la manera en que Dios se relaciona con Su pueblo, sino al hecho de que Dios imparte Sus riquezas a Sus escogidos. Esta dispensación es la mayordomía o el ministerio que llevan a cabo los ministros de Dios. Este ministerio es también la administración divina. Hoy Dios lleva a cabo Su administración al impartirse a Sí mismo en nosotros. Esta mayordomía, esta dispensación, esta administración, es la economía de Dios. En la economía neotestamentaria de Dios se necesita urgentemente la mayordomía de la gracia.
Para llevar a cabo la mayordomía, se requieren mayordomos. Cada uno de los apóstoles es un mayordomo de Dios. Como apóstol, Pablo era un mayordomo que impartía las riquezas de Dios a los hijos de Dios.
Aunque Pablo era un mayordomo, en 3:1 se refirió a sí mismo como “prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles”. El apóstol Pablo se consideraba un prisionero de Cristo. Aparentemente él estaba confinado a una prisión física, pero de hecho, estaba encarcelado en Cristo. Basándose en esta condición, en la que vivía como un prisionero en Cristo, exhortó a los santos. Al presentar la revelación del misterio de Dios con respecto a la iglesia en los capítulos uno y dos, él habló basado en su condición de apóstol de Cristo por la voluntad de Dios. Esta condición le dio la autoridad para presentar la revelación con respecto a la iglesia. Al exhortar a los santos a que anduvieran como es digno del llamamiento de Dios, él habló basado en su condición de prisionero del Señor. Su condición de apóstol de Cristo lo capacitó para presentar la revelación de Dios, mientras que su condición de prisionero del Señor demostró su andar en el Señor, por el cual pudo inspirar y rogar a los santos a que anduvieran en el Señor como él lo hacía.
Pablo se consideraba prisionero de Cristo porque Cristo lo hizo prisionero. Más adelante, en 4:1, se refiere a sí mismo como “prisionero en el Señor”, lo cual significa que Cristo era su prisión. Un día, el mismo Cristo a quien amamos se convertirá en nuestra prisión. Tarde o temprano, todo mayordomo de Dios, todo ministro de las riquezas de Dios, todo fiel amador de Cristo, será encarcelado, no sólo por El, sino también en El. Cuanto más le amemos, más viviremos en El. Un día estaremos en Cristo a tal grado que El será nuestra prisión. Una vez que seamos puestos en esta prisión, no querremos escapar, porque la amaremos mucho. En ella disfrutamos a Cristo al máximo grado.
Todos los que valoran la Biblia tienen en alta estima la epístola a los Efesios. Sería una gran pérdida si este libro no formara parte del Nuevo Testamento, pues Efesios contiene la revelación más elevada en toda la Biblia. Esta revelación le fue dada a un hombre que estaba encarcelado en Cristo, un hombre que disfrutaba a Cristo como su prisión. Esto indica que si queremos ver algo muy celestial y divino, debemos ser prisioneros en el Señor. Cuanta más libertad tengamos, más ciegos estaremos. Pero si Cristo es nuestra prisión, nuestros ojos serán abiertos y veremos la visión celestial, recibiremos la revelación más elevada.
Pablo recibió esta visión a favor de los santos, pues como él mismo dice en 3:1, él era un prisionero por los gentiles. Si disfrutamos a Cristo como nuestra prisión, nosotros también recibiremos una visión, pero no sólo por el beneficio de nosotros mismos, sino también por el de la iglesia.
Muchos cristianos leen Efesios una y otra vez sin recibir la revelación contenida en esta epístola, lo cual se debe a que no están presos en Cristo. Ellos son demasiado libres, y su libertad los ciega. Si estamos dispuestos a perder nuestra libertad, recibiremos la visión. ¿Qué preferimos, tener la libertad o la visión? Todos debemos orar así: “Señor, por amor a la visión celestial, estoy dispuesto a perder mi libertad. Señor, quiero estar preso en Ti. Tal vez los demás piensen que estoy sufriendo, pero cuando estoy preso en Ti, te disfruto al máximo”. El disfrute que experimentamos cuando estamos presos en Cristo, nos capacita para recibir la revelación celestial.
Sin duda, en todos los libros de la Biblia hay verdades preciosas. Sin embargo, Efesios contiene las verdades más dulces y profundas. Estas verdades se nos comunican en expresiones celestiales, tales como: “ser fortalecidos con poder en el hombre interior”, “os renovéis en el espíritu de vuestra mente” y “seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”. Estas frases las expresó alguien que, por estar preso en Cristo, tuvo una visión. En Cristo como su prisión, Pablo vio lo que significaba ser fortalecido en el hombre interior, ser renovado en el espíritu de la mente y lleno hasta la medida de toda la plenitud de Dios. En principio, pasa lo mismo con nosotros hoy. Cuando disfrutamos de la libertad fuera de Cristo, perdemos la vista espiritual. Pero si estamos dispuestos a permanecer en El como nuestra prisión, la visión volverá a nosotros y nuestra vista será restaurada. Los cielos nos serán abiertos y todo se volverá cristalino como el agua.
En Efesios 3 vemos que el apóstol Pablo tenía una visión muy elevada. Fue en este capítulo donde usó la frase: “las inescrutables riquezas de Cristo” (v. 8). Lo que vio Pablo trasciende nuestro entendimiento. Podríamos decir que ni siquiera él mismo encontró las palabras adecuadas para expresarlo. Al final, simplemente habló de la anchura, la longitud, la profundidad y la altura (v. 18). Estas dimensiones, que son las dimensiones de Cristo, son en realidad las dimensiones del universo. Mientras estaba confinado y restringido en una prisión, Pablo tuvo una visión de las dimensiones universales de Cristo. En esto vemos que no importa cuán pequeño se considere un hermano o hermana, si está dispuesto a permanecer preso en Cristo, también puede recibir una visión para el beneficio de la iglesia.
La mayordomía de la gracia consiste en impartir las riquezas de Cristo. Conforme al contexto del capítulo tres, la gracia alude a las riquezas de Cristo. Cuando disfrutamos de las riquezas de Cristo, ellas llegan a ser la gracia. El ministerio de Pablo tenía como fin impartir las riquezas de Cristo como gracia a los creyentes. Al igual que en un avión las azafatas reparten alimentos a los pasajeros, y no información sobre cómo cocinar, el apóstol Pablo impartía las riquezas de Cristo a los santos. Esto es lo que hacemos hoy en el ministerio.
Esta mayordomía concuerda con la economía de Dios. Con relación a Dios, es una economía, y por nuestro lado, es una mayordomía. Todos los santos, por muy insignificantes que parezcan, tienen una mayordomía conforme a la economía de Dios. Esto significa que cada santo puede infundir a Cristo en los demás. Incluso una estudiante de escuela secundaria puede impartir a Cristo en sus compañeras de clases. Impartir a Cristo en otros constituye la mayordomía según la economía de Dios.
En el pasado mencionamos que los cielos fueron creados para la tierra; la tierra, para el hombre; y el hombre, para Dios. Dios desea impartirse en el hombre; por ello creó los cielos y la tierra. Este es el tema central de toda la Biblia. Dios no deseaba permanecer separado del hombre; Su anhelo era entrar en él. Por ello, en la eternidad pasada, se propuso impartirse en nosotros. Y con este fin, creó los cielos para la tierra; la tierra para el hombre; y al hombre para Sí mismo. La economía de Dios consiste en impartirse a Sí mismo en el hombre, y nosotros tenemos parte en dicha economía mediante nuestra mayordomía, o sea, al llevar a cabo el ministerio de impartir las riquezas de Cristo en otros. Así vemos que la mayordomía de la gracia es conforme a la economía de Dios.
El apóstol Pablo no era el único que poseía una mayordomía. En 3:8 él se refiere a sí mismo como “menos que el más pequeño de todos los santos”. Esto indica que Pablo era aun menos que nosotros. Nuestro concepto tiene que cambiar radicalmente. Si Pablo pudo ser un mayordomo, nosotros también podemos serlo; podemos ser mayordomos que imparten las riquezas de Cristo a los demás.
El objetivo de la mayordomía de la gracia es impartir a Dios en las personas. Ya vimos que el deseo de Dios es distribuir Sus riquezas a Su pueblo escogido; estas riquezas son en realidad El mismo. Una vez que se nos imparten estas riquezas, debemos tomar la responsabilidad de infundirlas en los demás. Con respecto a Dios, estas riquezas son Su economía; con relación a nosotros, son una mayordomía; y una vez que las impartimos en otros, son una dispensación. Cuando la economía de Dios llega a nosotros, se convierte en nuestra mayordomía, y cuando llevamos a cabo nuestra mayordomía al impartir a Cristo en las personas, la mayordomía se convierte en una dispensación, por la cual Dios se imparte en ellas. Por consiguiente, tenemos la economía, la mayordomía y la dispensación.
Debemos elevar nuestro concepto acerca de la predicación del evangelio. No debemos predicar el evangelio simplemente para ganar almas, sino para llevar a cabo la economía divina al impartir a Dios en las personas. Cuando vayamos a la escuela o al trabajo, hagámoslo con el propósito de llevar a cabo nuestra mayordomía de infundir a Dios en otros conforme a Su economía. Nuestra predicación del evangelio no es una obra ordinaria; más bien, consiste en impartir a Dios en el hombre. ¡Qué ministerio tan glorioso! ¡Qué mayordomía tan maravillosa! ¡Alabado sea el Señor por nuestra mayordomía! Tenemos el privilegio de impartir las inescrutables riquezas de Cristo en otros.
Puesto que nuestra mayordomía es la mayordomía de la gracia, debemos ver qué es la gracia. Juan 1:17 dice que la gracia vino por medio de Jesucristo. Durante la época del Antiguo Testamento, estaba presente la ley, mas no la gracia. La gracia no vino sino hasta que vino Cristo.
Muchos cristianos piensan que la gracia se refiere principalmente a las bendiciones materiales, pero la Biblia enseña que la gracia no vino sino hasta después de que Cristo viniera. Nosotros sabemos que Dios otorgó bendiciones materiales a Su pueblo antes de que viniera Cristo. Así que, la gracia es nada menos que el propio Dios que se da a nosotros y a quien disfrutamos. Antes de la venida de Cristo, Dios no se podía dar a nadie, ni nadie podía recibirlo ni disfrutarlo a El. Pero en Cristo y por medio de El, recibimos a Dios, y Dios llega a ser nuestro deleite. Por consiguiente, la gracia es Dios mismo como nuestro disfrute. La mayordomía de la gracia consiste en impartir a Dios en las personas para que lo disfruten. Impartir esta gracia en otros es nuestra mayordomía, la cual concuerda con la economía de Dios. Puesto que participamos de Dios como nuestro disfrute, podemos infundirlo como gracia en los demás. Esta es la dispensación o mayordomía de la gracia.
En 3:7 Pablo declara que él fue hecho ministro. En el Nuevo Testamento existe un solo ministerio, el cual es la mayordomía que imparte a Dios en las personas. La palabra “ministro” equivale a la palabra “mayordomo”, porque un mayordomo es uno que sirve a los demás supliéndoles las necesidades de la vida. No sólo los hermanos que ministran la Palabra de Dios y los ancianos que se ocupan de la edificación de la iglesia local, son ministros, sino que cada santo, cada miembro de la iglesia, tiene parte en el ministerio. No se deje engañar por el concepto tradicional de que usted no es un ministro. Un ministro es simplemente uno que sirve. Un ministro del evangelio le sirve el evangelio a la gente. Una joven que ministra algo de Cristo a su mamá, lleva a cabo el ministerio neotestamentario. Todos los santos deben tener la confianza de declarar que son ministros. Pero no sólo debemos decirlo, también debemos ponerlo en práctica. Insto a los jóvenes a que impartan a Cristo en sus padres. Les animo a que cumplan este ministerio. Aunque hay miles de santos en el recobro del Señor, hay un solo ministerio, el cual imparte las riquezas de Cristo en los demás. ¡Aleluya por tan glorioso ministerio!
Nuestro ministerio concuerda con el don de la gracia de Dios. Decir que la gracia es el Dios que disfrutamos significa que la gracia es el Dios que se nos da como vida y suministro de vida (1 Co. 15:10; 2 Co. 12:9). Este suministro opera en nosotros. Por medio de la vida que opera en nosotros, obtenemos cierta capacidad, la cual es el don. Por consiguiente, en 3:7 Pablo expresa que él es un ministro “por el don de la gracia de Dios que le fue dado”.
Todos los santos tienen este don, esta habilidad. Por ejemplo, mi mano tiene la habilidad de asir objetos. Esta habilidad proviene de la sangre que corre por mi cuerpo. Si la sangre no circulara por mi mano, ésta no tendría suficiente vida; y por ende, no podría funcionar. Pero cuando la sangre circula normalmente, ella actúa dentro de la mano y le proporciona la capacidad de funcionar. Como miembros de Cristo, todos tenemos la vida de Dios, la cual opera en nosotros y produce cierta habilidad. Esta habilidad es el don que nos constituye ministros que imparten a Cristo en los demás.
Nuestro ministerio consiste en predicar el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo; no es cuestión de presentar doctrinas ni de simplemente enseñar la Palabra. Nuestro evangelio es una persona, que incluye todas Sus riquezas. Proclamar este evangelio es ministrar las inescrutables riquezas de Cristo a otros.
Este ministerio produce la iglesia. El ministerio del apóstol Pablo, un mayordomo de Dios, consistía en edificar la iglesia al impartir en los creyentes las inescrutables riquezas de Cristo como gracia. El objetivo del ministerio de Pablo no era simplemente salvar pecadores, sino producir la iglesia, para que se cumpliera el propósito eterno de Dios. Esta era la meta de la mayordomía de la gracia que había recibido.
Según 3:3 y 5, recibimos nuestro ministerio al recibir la revelación del misterio en el espíritu. El misterio de Dios es Cristo, y el misterio de Cristo es la iglesia. Si hemos visto a Cristo como misterio de Dios y a la iglesia como misterio de Cristo, tenemos la revelación del misterio en nuestro espíritu. Esto nos capacita para ministrar a Cristo en otros. Esto se experimenta únicamente en nuestro espíritu regenerado, en el cual mora el Espíritu de Dios.