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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Efesios»
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Mensaje 3

ESCOGIDOS PARA SER SANTOS

  En este mensaje llegamos al tema de la elección (1:4), el hecho de que Dios nos escogió para que fuésemos santos.

I. EL PRIMER ITEM DE LA BENDICION DE DIOS

  Efesios 1:4 dice: “Según nos escogió en El antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de El en amor”. Después del versículo 3, los versículos del 4 al 14 enumeran todas las bendiciones espirituales con las que Dios nos bendijo. La elección es la primera bendición que Dios nos otorgó; es el primer ítem de las buenas palabras que Dios expresa acerca de la iglesia. El hecho de que Dios nos escogió equivale a que El nos seleccionó. De entre la incontable multitud de personas, Dios nos seleccionó a nosotros.

II. EN EL

  Dios nos escogió “en El”, es decir, en Cristo. Cristo fue la esfera en la que Dios nos seleccionó. Fuera de Cristo, no somos la elección de Dios.

III. ANTES DE LA FUNDACION DEL MUNDO

  El versículo 4 dice que Dios nos escogió antes de la fundación del mundo. Esto fue en la eternidad pasada. Dios, antes de crearnos, nos escogió conforme a Su infinita presciencia. El libro de Romanos comienza hablando del hombre caído, quien se halla en la tierra, mientras que Efesios inicia hablando de las personas que Dios escogió, las cuales están en los lugares celestiales.

  Dios no efectuó Su elección en el tiempo, sino en la eternidad. Dios nos escogió desde antes de la fundación del mundo. De entre millones de personas, El nos vio a nosotros de antemano, aun antes de que naciéramos, y nos escogió desde antes de fundar el mundo. La expresión “antes de la fundación del mundo” alude a todo el universo, no sólo a la tierra. Esto indica que el universo fue fundado para que el hombre existiera en él y cumpliera el propósito eterno de Dios. Sin tal universo sería imposible que el hombre existiera. El hombre existe con el fin de llevar a cabo el propósito eterno de Dios. Por ende, el hombre figura en el centro del propósito eterno de Dios. El universo fue fundado para que el hombre existiera y cumpliera el propósito eterno de Dios.

IV. PARA QUE FUESEMOS SANTOS

  Dios nos escogió para que fuésemos santos. Las enseñanzas cristianas modernas han tergiversado el significado de las palabras “santo” y “santidad”. Quizás el entendimiento que usted tiene de la santidad esté afectado por dichas enseñanzas; pero la palabra “santo”, tal como se usa en la Biblia, no concuerda con nuestro concepto natural. Muchos piensan que la santidad consiste en no tener pecado. Según este concepto, una persona es santa si no peca; sin embargo, esta idea es totalmente errónea. La santidad no equivale a la ausencia del pecado ni a la perfección. Ser santo no solamente significa ser santificado o separado para Dios, sino también ser diferente, distinto, a todo lo común. Sólo Dios es diferente y distinto a todo; por tanto, sólo El es santo, Su misma naturaleza es la santidad.

  Dios nos hace santos impartiéndose a Sí mismo, el Santo, en nuestro ser a fin de que todo nuestro ser sea impregnado y saturado de Su naturaleza santa. Para que nosotros, los escogidos de Dios, seamos santos, necesitamos participar de la naturaleza divina (2 P. 1:4) y permitir que todo nuestro ser sea empapado de Dios mismo. Esto es diferente a ser perfectos, puros y sin pecado, pues hace que todo nuestro ser sea santo en la naturaleza y el carácter de Dios, tal como lo es Dios mismo.

A. Dios es santo

  Ser santo significa ser separado de todo lo que no es Dios. También significa ser diferente y distinto a todo lo que no es Dios. Así que, no debemos ser comunes, sino diferentes. En el universo sólo Dios es santo; El es diferente a todo lo demás y es distinto. Por consiguiente, ser santo es ser uno con Dios. Ser inmaculado o perfecto no es lo mismo que ser santo. Para ser santos necesitamos ser uno con Dios, porque sólo Dios es santo (Lv. 11:44; 1 S. 2:2).

B. El lugar donde está Dios, es santo

  La palabra “santo” no se encuentra en el libro de Génesis. Esta palabra aparece por primera vez en Exodo. Podríamos decir que en Génesis el hombre todavía no había sido introducido en Dios. Fue en el libro de Exodo, no en el libro de Génesis, que Dios comenzó a tener una morada en la tierra, y empezó a introducir al hombre en el Lugar Santísimo. Por muy elevadas que fuesen las experiencias espirituales que el hombre tuvo en Génesis, en la tierra no estaba el Lugar Santísimo al cual él podía entrar. Pero en Exodo ocurrió algo extraordinario: llegó a existir en la tierra, entre los hombres, un lugar llamado el Lugar Santísimo, donde Dios moraba. El hombre podía acudir a ese lugar y reunirse con Dios. Allí, en el Lugar Santísimo, Dios hablaba y administraba. Dado que dicho lugar no existía en Génesis, no se halla la palabra “santo” en él. La palabra “santo” se comenzó a usar cuando Dios se acercó a Su pueblo y le mandó que erigiera el tabernáculo, en el cual se hallaba el Lugar Santísimo.

  La palabra “santo” se menciona por primera vez en el llamamiento de Moisés en Exodo 3. Mientras Moisés pastoreaba un rebaño, vio una zarza que ardía en el desierto. Al acercarse para ver por qué no se consumía, Dios le habló desde la zarza y le dijo: “No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Ex. 3:5). Esto indica que el lugar donde Dios esté es santo. Recordemos que sólo Dios es santo, y si no nos relacionamos con El, ciertamente no somos santos, sin importar cuán buenos o perfectos seamos. Tal vez no tengamos pecado y seamos perfectos, pero si no estamos relacionados con Dios, no somos santos. En cambio, una vez que nos relacionamos con El, llegamos a ser santos de inmediato.

C. Todo lo que procede de Dios y se dedica a El, es santo

  Cualquier lugar, cosa, asunto o persona que esté relacionado con Dios, es santo; esto se debe a que todo lo que es de Dios y se dedica a El es santo (Lv. 20:26; Nm. 16:5; Neh. 8:9 Ex. 30:37).

D. El Espíritu de Dios que llega a las personas, es santo

  Además, cuando el Espíritu de Dios llega a nosotros, se le llama santo (Lc. 1:35; Mt. 1:20; 28:19 véase Ro. 1:4). Es por esto que el título “Espíritu Santo” no se usa en el Antiguo Testamento (en Salmos 51:11 e Isaías 63:10 y 11 este término debería traducirse “el espíritu de santidad”). Este título se usó por primera vez cuando el Señor Jesús iba a ser concebido en María (Lc. 1:35), lo cual indica que la santidad trae a Dios al hombre y lleva el hombre a Dios; además, significa introducir a Dios en el hombre y al hombre en Dios. Cuando Dios entra en nosotros, llegamos a ser santos; y cuando nosotros entramos en El, somos hechos más santos; pero cuando nos mezclamos con Dios, llegamos a ser santísimos. Por tanto, tener a Dios nos hace santos, entrar en Dios nos hace más santos, y ser mezclados, empapados y saturados con Dios nos hace santísimos.

  El libro de Efesios llama “santos” a los creyentes (1:1). Todo el que ha creído en el Señor Jesús, es un santo. Sin embargo, unos son santos, otros son más santos y otros son santísimos. Indudablemente todos somos santos, pero está por verse si somos más santos o santísimos. Por ejemplo, durante el tiempo que usted pasa con el Señor por las mañana es posible que usted esté en el proceso de ser impregnado y saturado de El. Pero luego, quizás su esposa le diga algo que lo molesta, y usted se enoja. De modo que después del desayuno regresa a su habitación y ora así: “Oh Señor, perdóname, estaba siendo saturado de Ti, pero una palabra de mi mujer bastó para apartarme de Ti. Señor, tráeme de nuevo a ser saturado. Señor, ¡cuánto te alabo por Tu sangre que me limpia!” El propósito de este ejemplo es mostrar que cuando estamos en contacto con Dios somos santos, porque durante esos momentos El nos satura. Pero cuando nos apartamos de Dios, dejamos de ser santos. Quisiera repetir que ser santo no consiste en ser perfecto o inmaculado, sino en ser uno con Dios. Cuando estemos totalmente saturados e impregnados de Dios, seremos santísimos.

  Ya hemos visto que la santidad es Dios mismo. La palabra “santo” se usó por primera vez cuando Dios comenzó a tener en la tierra un pueblo entre el cual El podía morar, un pueblo que podía entrar a Su presencia en el Lugar Santísimo. A partir de ese momento, esta palabra se usa reiteradas veces en Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio. En estos libros se les denomina santas a muchas cosas, porque en ellos vemos que Dios vino a estar entre los hombres y que los hombres se acercaron a El. Así que, todo lo relacionado con el tabernáculo y el sacerdocio era santo. Todo lo relacionado con lo que Dios había dispuesto en el Antiguo Testamento era santo porque tenía que ver con la unión de Dios y el hombre.

  Ya hemos dicho que el título “Espíritu Santo” se usó por primera vez cuando el Señor Jesús fue concebido en la virgen María. Esto iba mucho más allá del hecho de que Dios morara en el tabernáculo entre los hombres. El tabernáculo era la morada de Dios, pero la encarnación de Cristo significaba que Dios mismo era el tabernáculo entre los hombres. Juan 1:14 dice: “El Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros”. Esto comenzó cuando Cristo fue concebido en el vientre de María. Su concepción no sólo estaba relacionada con la santidad de Dios, sino también con el Espíritu Santo. Aunque muchas cosas del Antiguo Testamento eran santas, ninguna provenía del Espíritu Santo. Sólo en la era del Nuevo Testamento, cuando Dios entró en el hombre y se hizo hombre, se ve algo que proviene del Espíritu Santo (Mt. 1:20).

  En el texto griego del Nuevo Testamento se usa muchas veces la expresión “el Espíritu, el santo” (1 Ts. 4:8; He. 3:7). Todavía no he podido encontrar un comentario que explique adecuadamente esta expresión griega. Algunos afirman que simplemente se trata de un modismo griego, pero dudo que esa explicación sea satisfactoria. Según mi espíritu, creo que esto se debe a que el Nuevo Testamento no solamente da énfasis al Espíritu, sino también a la santidad. El Espíritu es santidad. Por tanto, al Espíritu Santo se le llama algunas veces el Espíritu, el santo. Donde está el Espíritu, ahí también está la santidad.

  Hoy el Espíritu no sólo está en nosotros, sino que también se hace uno con nosotros y nos hace uno con El. En 1 Corintios 6:17 dice: “Pero el que se une al Señor, es un solo espíritu con El”. Así que, la santidad significa que uno es saturado de Dios, es hacer que una persona común sea totalmente saturada del Espíritu. Cuando Dios vino a morar entre los hombres, se usó por primera vez la palabra “santo”. Cuando Dios vino como hombre, se mencionó por primera vez el título “Espíritu Santo”. Para que un mueble del tabernáculo fuera santo, no se necesitaba al Espíritu, pues una vez que se ponía en el tabernáculo, de inmediato era santo. Pero nosotros no somos muebles para el uso de Dios; somos personas vivas en quienes mora el Espíritu de Dios, cuyo objetivo es hacernos uno con El. Esto no es ser santos únicamente, sino ser saturados del Espíritu Santo. Ser santo significa primeramente ser apartado para Dios; en segundo lugar, ser dominado por Dios; en tercer lugar, ser poseído por Dios; y en cuarto lugar, ser saturado de Dios y ser uno con El. Por último, en la Biblia, el resultado de esto es la Nueva Jerusalén, llamada también la santa ciudad, una ciudad que no sólo pertenece a Dios y es para Su uso, sino que está poseída y saturada de Dios, y es una sola entidad con El. La Nueva Jerusalén es una entidad santa que pertenece a Dios, que está poseída por Dios, saturada de Dios y que es uno con Dios. Esto es la santidad.

E. Apartados para Dios en cuanto a posición

  Para ser santos, primero es necesario ser apartados para Dios en cuanto a posición. Necesitamos ser apartados para Dios con respecto a la familia, a los vecinos, a los colegas y a los amigos. Sin embargo, muchos cristianos son salvos sin ser apartados. Normalmente, cuando una persona es salva, también debería ser apartada. A esto se debe que al creyente se le llama santo. Observen a la mayoría de los cristianos de hoy. Ellos son casi iguales a las personas del mundo; no hay ninguna separación entre ellos. Muchos de sus parientes y amigos ni siquiera saben que son cristianos. Así que, ser santo es ser apartado para Dios. Esto, por supuesto, es cuestión de posición.

1. Por la sangre redentora de Cristo

  Fuimos apartados para Dios por medio de la sangre redentora de Cristo (He. 9:14). Pero en muchos cristianos de hoy no se ve el poder de la sangre de Cristo. Ellos profesan ser redimidos, pero en algunos de ellos no hay ninguna señal de la sangre redentora. La señal de la sangre es una señal de separación. Si usted fue redimido por la sangre, debería llevar la señal de la separación. Otros tal vez se sientan libres de decir o hacer muchas cosas, pero usted no. Y aunque pudiera hacerlas, no las haría, porque fue redimido por la sangre de Cristo. En usted hay una señal que muestra que es una persona diferente, separada. Los demás podrán expresar ciertas palabras, ir a ciertos lugares o comprar ciertas cosas, pero nosotros no podemos hacerlo porque hemos sido apartados para Dios y llevamos la señal de la sangre redentora, pues la sangre nos ha santificado y apartado.

2. Por el Espíritu Santo

  También fuimos apartados para Dios por el Espíritu Santo (1 Co. 6:11; 1 P. 1:2; Ro. 15:16). Debido a que el poder del Espíritu nos cubre con Su sombra, hay palabras que no podemos decir, hay lugares a los que no podemos ir, y hay actividades en las que no podemos participar. Pero esto no significa que estemos bajo reglas; no, simplemente significa que estamos bajo la sangre redentora de Cristo y en el Espíritu Santo.

3. En el nombre del Señor Jesús

  Nosotros tenemos una posición santificada, no sólo por la sangre y por el Espíritu, sino también en el nombre del Señor Jesús (1 Co. 6:11). Ya que llevamos el nombre del Señor Jesús, no debemos deshonrar Su nombre siendo inmundos. Los demás podrán asistir a eventos deportivos o ir al cine, pero nosotros no vamos porque no queremos vituperar el nombre del Señor. Su nombre debe mantenernos separados de todo eso. No nos preguntemos si cierta cosa es pecaminosa o no; nuestra separación no se basa en que algo sea pecaminoso; más bien, depende de si somos personas comunes o separadas. Debemos llevar cierta señal de que estamos bajo la sangre, en el Espíritu y en el nombre del Señor Jesús.

  Admitimos que esta separación no es tan profunda; tiene que ver solamente con nuestra posición. Pero no debemos pensar que la posición no es importante; de hecho, tiene mucho significado. Como personas santas, personas separadas, tenemos cierta posición y debemos mantenerla.

4. Antes de la justificación

  Conforme a la doctrina, este aspecto de la santificación precede a la justificación (1 Co. 6:11). La santificación en cuanto a posición ocurre antes de la justificación, pero la santificación de nuestra forma de ser viene después de la justificación. Antes de ser justificados, somos santificados por medio de la sangre, por el Espíritu Santo y en el nombre del Señor Jesús.

F. Saturados de Dios

1. Después de la justificación

  Ahora llegamos a la santificación de nuestro carácter, la cual viene después de la justificación (Ro. 6:19, 22). Esta es una santificación que no sólo está ligada a nuestra posición, sino también a nuestra forma de ser. Por ende, es más profunda y subjetiva que la santificación relacionada con la posición.

  En la santificación subjetiva, todo nuestro ser es saturado de Dios, lo cual afecta nuestra forma de ser. La separación puede llevarse a cabo fácilmente y en poco tiempo, pero ser saturados de Dios requiere de mucho tiempo. Si somos fieles al Señor, permitiremos que nuestro ser sea saturado de la naturaleza de Dios día tras día. Dios desea saturarnos consigo mismo, y nosotros debemos absorber a Dios en nuestro ser; esto requiere mucho tiempo. Este es el proceso por el cual somos hechos santos.

  Dios nos escogió con el propósito de saturarnos consigo mismo; Su deseo es forjarse a Sí mismo en nuestro ser. Así seremos santos, tal como El. Actualmente todos nos encontramos en el proceso de saturación. Yo llevo en este proceso más de cincuenta años, y sigo absorbiendo a Dios día tras día. A veces mi esposa, los hermanos y las hermanas me ayudan a absorber más de Dios, me ayudan a estar dispuesto a recibirlo, aun cuando yo mismo no lo esté. De manera que esté o no esté dispuesto, el Señor me lleva a ser saturado de El y a que yo me empape de El. Muchos de los que estuvimos en el cristianismo por años podemos testificar que en todo ese tiempo no experimentamos mucho de esta saturación. En cambio, desde que llegamos a la vida de iglesia, hemos sido impregnados de Dios una y otra vez. La vida de iglesia es una vida en la que absorbemos a Dios. Estemos dispuestos o no, estamos siendo empapados con el elemento divino.

  A mí no me interesan las correcciones externas; no producen ningún resultado. Lo que importa, y mucho, es ser saturado e impregnado de Dios. En la vida de iglesia, ¿ha sido usted corregido o saturado? Muchos de los que estamos en la vida de iglesia hemos sido saturados de Dios. Yo no le doy valor alguno a enmiendas personales. Supongamos que alguien que es muy orgulloso se corrige a sí mismo y logra ser humilde. Esto no significa nada. Lo único que cuenta es que seamos saturados de Dios. ¡Qué gozo es para mí ver que muchos hermanos y hermanas han sido saturados de Dios, que lo han absorbido en su ser! Esta es la santidad, la santificación, que se revela en la Biblia.

  Todos nosotros fuimos escogidos para ser santos de esta manera. Primero, somos apartados para Dios; segundo, somos saturados de Dios; y por último, llegamos a ser uno con El. Un día, seremos semejantes a El, lo cual será la consumación de nuestra santificación, del proceso que comienza con la separación, continúa con la saturación y culmina con la plena redención de nuestro cuerpo. En aquel entonces, por dentro y por fuera, seremos iguales a El; seremos santos. Con este propósito nos escogió Dios desde antes de la fundación del mundo.

2. Por medio de la transformación del alma

  La santificación de nuestro modo de ser primeramente transforma nuestra alma, al saturar cada parte de nuestro interior con el elemento santo de Dios (2 Co. 3:18; Ro. 12:2).

3. Por medio de la transfiguración del cuerpo

  Finalmente, la santificación de nuestra carácter transfigurará nuestro cuerpo, haciéndolo tan glorioso como el de Cristo (Fil. 3:21). Esto implica que el elemento santo de Dios saturará nuestro cuerpo al grado de redimirlo (Ro. 8:23).

4. Al final seremos la santa ciudad

  Mediante la santificación de nuestra forma de ser, todos los santos llegaremos a ser la santa ciudad, la cual estará absolutamente impregnada del Dios santo (Ap. 21:2, 10).

V. SIN MANCHA

  El versículo 4 dice que fuimos escogidos en El para ser sin mancha. Una mancha es como una partícula impura en una piedra preciosa. Los escogidos de Dios deben ser saturados únicamente de Dios mismo, y no deben tener ninguna partícula ajena, tal como el elemento humano natural y caído, la carne, el yo o las cosas mundanas. Esto es no tener mancha, no tener ninguna mezcla, no tener ningún otro elemento que no sea la naturaleza santa de Dios. La iglesia, después de ser plenamente purificada por el lavamiento del agua en la palabra, será complemente santificada de esta manera (5:26-27).

  Hoy todavía hay mucha contaminación en nosotros. Conservamos en nosotros muchas partículas ajenas, tales como la carne, el yo y la vida natural. Pero estamos siendo transformados gradualmente y, con el tiempo, seremos tan santos y tan puros que llegaremos a ser personas sin mancha, sin partículas ajenas, y poseeremos únicamente el elemento divino.

VI. DELANTE DE EL

  Seremos santos y sin mancha delante de El. La expresión “delante de El” significa ser santo y sin mancha a los ojos de Dios, conforme a Su norma divina. Esto nos hace aptos para permanecer en Su presencia y disfrutarla. Seremos santos y sin mancha, no según nuestra norma ni ante nosotros mismos, sino según la norma de Dios y ante El.

VII. EN AMOR

  Por último, seremos santos y sin mancha delante de El en amor. Este amor se refiere al amor con el que Dios ama a Sus escogidos y con el que Sus escogidos lo aman a El. Es en este amor, en tal amor, que los escogidos de Dios llegan a ser santos y sin mancha delante de El. Primero, Dios nos amó; luego, este amor divino nos inspira a corresponderle con amor. En esta condición y atmósfera de amor, somos saturados de Dios para ser santos y sin mancha tal como El es. En este amor, un amor mutuo, Dios nos ama a nosotros, y nosotros lo amamos a El. Es en esta condición que estamos siendo transformados. En tal condición somos saturados de Dios.

  Espero que podamos ver que la santidad revelada en la Biblia es absolutamente diferente a lo que se enseña hoy en día en cuanto a la superación personal y a mejorar la conducta. En primer lugar, Dios nos aparta para Sí, y luego somos saturados por El continuamente hasta que Su naturaleza divina absorba toda nuestra contaminación. Cuando esto se cumpla en plenitud, seremos totalmente santificados, transformados y conformados a la imagen del Hijo de Dios, Jesucristo. Entonces seremos completamente santos.

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