Mensaje 64
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En este mensaje y en el siguiente hablaremos de los componentes de la armadura de Dios. Las primeras tres piezas: el cinto, la coraza y el calzado, forman un grupo, y nos capacitan para estar firmes. Además de estas piezas, necesitamos tomar el escudo de la fe, y recibir el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu (Ef. 6:16-17).
En la antigüedad, los soldados luchaban con un escudo en una mano y con una espada en la otra. El escudo es un arma de defensa, mientras que la espada es un arma de ataque. De hecho, de los seis componentes de toda la armadura de Dios, sólo la espada es un arma de ataque; los demás sirven para defensa. Hablemos primero del cinto, de la coraza y del calzado.
La primera parte de 6:14 dice: “Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad”. Ceñir nuestros lomos equivale a fortalecer todo nuestro ser. Nuestro ser necesita ser fortalecido con la verdad, y el objetivo de dicho fortalecimiento no es que permanezcamos sentados, sino que nos pongamos en pie y adoptemos una posición firme.
La palabra “verdad”, según se emplea en el capítulo cuatro (vs. 15, 21, 24 y 25), se refiere a Dios en Cristo como la realidad presente en nuestro vivir, es decir, a Dios hecho real y experimentado por nosotros como nuestro vivir. De hecho, esto es Cristo mismo expresado en nuestras vidas (Jn. 14:6). Tal verdad, tal realidad, es el cinto que fortalece todo nuestro ser para la batalla espiritual. Nuestro vivir debe regirse por un principio, por una norma, el cual es nada menos que el propio Dios, expresado en nuestro vivir de manera práctica. Cuando dicha verdad ciñe nuestros lomos, somos fortalecidos para estar firmes.
Sin embargo, supongamos que nuestra vida diaria está muy por debajo de la norma de la verdad, la realidad, que está en Jesús. Si ése fuese el caso, en vez de tener la capacidad para estar firmes y resistir en el día malo, huiremos. Por no tener un testimonio que exprese a Dios, no podremos estar firmes contra las estratagemas del diablo. Si vivimos de manera descuidada, no tendremos la capacidad de estar firmes contra los poderes de las tinieblas. Para estar firmes, debemos vivir conforme al principio de la verdad y según la norma de la verdad. Como ya mencionamos, esta verdad es el propio Dios a quien expresamos como el principio básico que rige nuestro andar cotidiano, como la norma y el patrón por los cuales vivimos.
Los que viven de esta manera, ciertamente se han ceñido los lomos con la verdad. Ellos pueden hacerle frente al ataque y a la oposición. Por estar ceñidos con la verdad, pueden estar firmes ante los opositores. Pero si no expresamos a Dios en nuestro andar cotidiano, nuestros lomos no estarán ceñidos ni tendremos las fuerzas necesarias para permanecer firmes contra el enemigo. Tampoco tendremos el poder necesario para encarar la oposición o controversia que nos sobrevenga.
La verdad con la que nos ceñimos para la batalla espiritual es en realidad el propio Cristo a quien experimentamos. En Filipenses 1:21 Pablo dice: “Para mí el vivir es Cristo”. El Cristo a quien Pablo vivía era la verdad que lo ceñía. Este Cristo era Dios expresado y revelado en el andar diario de Pablo. Ya que el diario vivir de Pablo se conformaba al modelo de Cristo, Pablo tenía las fuerzas para hacerle frente a toda clase de oposición y circunstancias adversas. Por haberse ceñido con la verdad, él tenía la fuerza para estar firme.
En el versículo 14 Pablo dice además: “Vestidos con la coraza de justicia”. La coraza de justicia cubre nuestra conciencia, la cual está representada por el pecho. Satanás es el que nos acusa. En nuestra lucha contra él, necesitamos una conciencia libre de ofensa. No importa cuán limpia sintamos nuestra conciencia, necesitamos cubrirla con la coraza de justicia. Ser justo es ser recto tanto con Dios como con el hombre. Si estamos tan sólo un poco mal con Dios o con el hombre, Satanás nos acusará, y habrá grietas en nuestra conciencia a través de las cuales nuestra fe y confianza se escaparán. Por lo tanto, necesitamos la coraza de justicia para protegernos de las acusaciones del enemigo. Tal justicia es Cristo mismo (1 Co. 1:30).
Si en algo no somos rectos, habrá ofensas en nuestra conciencia. Pero si hemos de embarcarnos en la batalla espiritual, debemos tener una conciencia libre de ofensas, una conciencia sin grietas. Cuando nuestra conciencia tenga grietas, nuestra fe se escapará a través de ellas. Si permitimos que las acusaciones y las ofensas permanezcan en nuestra conciencia, la fe desaparecerá. Por consiguiente, debemos tomar medidas para tener una conciencia buena y libre de ofensas. Además, tenemos que vestirnos de la coraza de justicia para cubrir nuestra conciencia.
Cada vez que estamos a punto de involucrarnos en la batalla espiritual, Satanás, el acusador, ataca nuestra conciencia. El no nos molesta tanto de esta manera en otras ocasiones; él sabe cuándo tenemos ofensas en nuestra conciencia. Una vez que nos acusa basado en nuestras ofensas, de inmediato nos debilitamos.
Apocalipsis 12:11 dice: “Y ellos le han vencido por causa de la sangre del Cordero”. Estar cubiertos por la sangre del Cordero equivale principalmente a tener puesta la coraza de justicia. La justicia está en la sangre, y la cubierta de la sangre es la coraza. Aunque es difícil explicar esto doctrinalmente, podemos entenderlo en la experiencia. Cada vez que nos proponemos luchar contra los poderes de las tinieblas, Satanás, mediante sus acusaciones, hace que nuestra conciencia se vuelva muy sensible. Sin embargo, estos sentimientos en realidad no provienen de una consciencia sensible, sino de las acusaciones de Satanás. Cuando nos suceda esto, de inmediato debemos declarar: “Yo venzo a Satanás, el acusador, no por mi perfección, ni tampoco por tener una conciencia libre de ofensa, sino por la sangre del Cordero. La coraza de justicia me defiende de toda acusación”.
La justicia que cubre nuestra conciencia y que nos protege de las acusaciones de Satanás es el propio Cristo; El mismo es nuestra justicia. Por tanto, Cristo es la verdad que ciñe nuestros lomos y también la coraza de justicia que cubre nuestra conciencia. No estamos cubiertos por nuestra propia justicia, sino por el Cristo que es nuestra justicia. Tal vez algunos se pregunten cómo la coraza de justicia puede estar relacionada con Cristo y también con la sangre. En la experiencia, no podemos separar a Cristo de la sangre, pues sin Su sangre, Cristo no podría cubrirnos. Cuando nosotros somos purificados por Su sangre, El llega a ser nuestra justicia. Cada vez que estamos a punto de participar en la batalla espiritual, debemos orar: “Señor, cúbreme contigo mismo como mi justicia; Señor, me resguardo bajo Tu sangre”. Además, debemos decirle al acusador: “Satanás, no te venzo por mis méritos, sino por la sangre prevaleciente del Cordero”.
El versículo 15 dice: “Y calzados los pies con el firme cimiento del evangelio de la paz”. Nos calzamos los pies para fortalecer nuestra posición en la batalla y para pelear dicha batalla, y no para andar por un camino o correr una carrera.
La expresión “el firme cimiento del evangelio de la paz” se refiere al establecimiento del evangelio de la paz. En la cruz, Cristo hizo la paz por nosotros, tanto con Dios como con los hombres, y esta paz ha llegado a ser nuestro evangelio (2:13-17). Este evangelio de la paz ha sido establecido como un firme cimiento, como un apresto con el cual pueden estar calzados nuestros pies. Estando calzados así, tendremos una posición firme para pelear la batalla espiritual. La paz necesaria para tener un fundamento tan firme también es Cristo (2:14).
Casi todas las traducciones interpretan la expresión griega traducida “firme cimiento” como presteza o apresto. La presteza significa que uno está listo para ponerse el calzado. Muchos que leen Efesios piensan que en el versículo 15 Pablo nos exhorta a estar siempre listos y preparados para ponernos el calzado del evangelio. Pero éste es un entendimiento incorrecto que se deriva de una traducción inexacta.
Si deseamos entender el pensamiento que Pablo plasma en este versículo, debemos ver que en este contexto el evangelio no es el evangelio de la gracia, el evangelio del perdón de los pecados, ni tampoco el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, sino el evangelio de la paz. Según 2:15 y 16, en la cruz Cristo hizo la paz que propició que los gentiles se relacionaran con los creyentes judíos, y que todos juntos pudiéramos tener acceso a Dios. Esta paz es las buenas nuevas, en otras palabras, el evangelio. Por esta razón, 2:17 declara que Cristo predicó el evangelio de la paz.
Nosotros también debemos predicar esta paz como evangelio. El evangelio de la paz mencionado en 6:15 es la paz que Cristo hizo en la cruz para que fuésemos uno con Dios, y para que exista unidad entre los creyentes gentiles y los creyentes judíos. Esta paz es nuestro evangelio, y ella va acompañada de la preparación y la presteza. La palabra griega en realidad significa un cimiento firme; este cimiento es un calzado seguro que nos permite estar firmes. Por consiguiente, la paz lograda por Cristo en la cruz es una base sólida, un cimiento firme. Mientras luchamos contra los poderes malignos, la paz que Cristo logró se convierte en un firme cimiento para nuestros pies. Si vamos a tomar parte en la batalla espiritual, nuestros pies deben estar calzados con este sólido cimiento.
En el pasado pensábamos que el calzado del evangelio servía para andar o para correr mientras uno predica el evangelio, pero el firme cimiento del evangelio de la paz no nos es útil para correr, sino para estar firmes. Para correr, podemos calzar un par de zapatos ligeros, pero para estar firmes, necesitamos un par de zapatos resistentes.
Al librar la batalla, lo más crucial es estar firmes. Debemos tener la capacidad de estar firmes y de resistir los ataques del enemigo. Los derrotados huirán, pero los que salgan victoriosos permanecerán firmes. Al luchar contra el enemigo, nos daremos cuenta de que Satanás no huye; aun cuando le hemos vencido, él sigue luchando contra nosotros. Por tanto, debemos fortalecernos para estar firmes. La batalla espiritual no es un combate de boxeo, sino un combate de lucha. Y para luchar contra el enemigo, necesitamos una posición firme. ¡Aleluya que en el recobro del Señor tenemos tal fundamento! Las personas que tienen sus pies calzados con el firme fundamento del evangelio de la paz pueden resistir cualquier ataque del enemigo. Puesto que tienen una posición firme, nada puede derribarlas. Pase lo que pase, pueden resistir y estar firmes en el día malo.
Por lo general, la paz es lo opuesto a la guerra. Cuando tenemos paz, no peleamos, y cuando peleamos, no tenemos paz. Pero en este contexto, peleamos con paz y en paz; luchamos estando firmes en la paz. Si perdemos la paz con Dios, o entre nosotros y los demás creyentes, perderemos nuestra posición. Cristo es la paz que nos hace uno con Dios y uno con los santos. Esta paz es el firme cimiento que nos capacita para estar firmes contra el enemigo.
Los tres aspectos de la armadura de Dios abarcados en este mensaje, a saber, el cinto de la verdad, la coraza de justicia y el firme cimiento del evangelio de la paz, aluden a Cristo mismo. El es nuestra verdad, nuestra justicia y nuestra paz. Cristo es Dios expresado y revelado; Cristo es el elemento justo que nos cubre; y Cristo es la paz que nos capacita para estar firmes. Por tanto, podemos estar firmes en paz para pelear la batalla espiritual. Si queremos ser victoriosos en la batalla espiritual, necesitamos que Cristo sea nuestro cinto de la verdad, nuestra coraza de justicia y nuestra paz. Por medio de El tenemos la fuerza, la cubierta y una sólida posición. Entonces podemos luchar contra el enemigo.