Mensaje 80
Lectura bíblica: Ef. 4:12-16, 22-24
Hemos señalado que la iglesia no sólo es el Cuerpo de Cristo, sino también el nuevo hombre. Como Cuerpo, la iglesia necesita a Cristo como su vida, mientras que como nuevo hombre, necesita que Cristo sea su persona. Por ejemplo, los árboles tienen vida, pero no son personas, por ende, no tienen personalidad. Pero nosotros, los seres humanos, tenemos vida y personalidad, pues somos personas.
Puesto que la iglesia no sólo es el Cuerpo cuya vida es Cristo, sino también el nuevo hombre que tiene a Cristo por persona, en Efesios 3:17 Pablo recalca la importancia de que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones. Aunque nuestro espíritu es un vaso que contiene a Dios, el espíritu no es el centro de nuestra personalidad. El centro de nuestra personalidad es nuestro corazón. Las distintas facultades de nuestra personalidad, a saber, nuestra mente, parte emotiva y voluntad, están directamente relacionadas con nuestro corazón, y no con nuestro espíritu. Ya que todas las facultades de nuestra personalidad están concentradas en el corazón, el corazón es el lugar donde Cristo desea hacer Su hogar. Cristo como Espíritu vivificante está ahora en nuestro espíritu; sin embargo, El desea extenderse a nuestro corazón y hacer Su hogar ahí.
Por medio de la regeneración, Cristo como Espíritu está ahora en nuestro espíritu; pero por medio de la transformación, Cristo se extenderá de nuestro espíritu a nuestro corazón. Toda persona regenerada tiene a Cristo en su espíritu, pero pocos han permitido que El se extienda a sus corazones. Por ello, Pablo ora que seamos fortalecidos en nuestro hombre interior a fin de que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones (3:16). Es como si Pablo quisiera decirles a los efesios: “Puesto que vosotros habéis sido salvos y regenerados, tenéis a Cristo en vuestro espíritu. Pero me preocupa que no habéis permitido que Cristo se extienda a vuestros corazones. Por lo tanto, oro por vosotros para que seáis fortalecidos en vuestro espíritu por el Espíritu para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones”.
Debemos tomar a Cristo no sólo como la vida de nuestro espíritu, sino también como la persona de nuestro corazón. Cuando Cristo está en nuestro espíritu, El es nuestra vida. Sin embargo, al extenderse a nuestro corazón, El llega a ser también nuestra persona. Todos tenemos a Cristo en nuestro espíritu, pero me pregunto cuánto le hemos permitido extenderse a nuestro corazón.
Hermanas, ¿toman a Cristo como su persona cuando van de compras? ¿Le permiten que haga Su hogar en sus corazones mientras deciden qué comprar? Por lo general son ustedes las que toman estas decisiones, y no Cristo. Cristo está en su espíritu como vida, pero el problema es que lo confinan ahí. Temo que en lo profundo de su ser, ustedes dicen: “Señor Jesús, Tú eres mi vida y estás en mi espíritu, pero mientras voy de compras, quiero que te quedes ahí; déjame comprar según el deseo de mi propio corazón, conforme a mis gustos. Señor, mi espíritu es Tu esfera, pero mi corazón está reservado para mí”. Cuando oran, posiblemente tengan contacto con el Señor en su espíritu, pero luego lo dejan y van y compran según su propio deseo y predilección. Por supuesto, las hermanas tal vez no expresen esto audiblemente, pero quizás ésta sea su actitud. Dudo que muchas hermanas consulten al Señor con respecto a lo que compran. Esto indica que en algo práctico como ir de compras, ellas no toman a Cristo como la persona de su corazón.
El hecho de que Cristo sea únicamente nuestra vida, no produce la vida de iglesia. Si queremos experimentar una vida apropiada de iglesia, debemos tomar a Cristo como nuestra persona. Recordemos que la iglesia, además de ser el Cuerpo, es también el nuevo hombre. Como nuevo hombre, la iglesia necesita a Cristo como su persona. El mayor problema no radica en la vida sino en la persona. Uno no necesita modificar la vida, pero sí es necesario un cambio en la persona. Nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad necesitan un cambio. En la vida de iglesia, el problema no radica en que no tomemos a Cristo como nuestra vida, sino en que nos hace falta tomar a Cristo como nuestra persona. Muy pocos santos toman a Cristo como su persona de una manera adecuada. El que Cristo sea nuestra persona es más profundo, más elevado y más completo que el hecho de que El es nuestra vida. En Efesios 3 Pablo no ora para que los santos tengan a Cristo como vida, sino para que lo tomen como su persona, permitiéndole hacer Su hogar en sus corazones. Esta es nuestra necesidad hoy.
En todo lo que emprendamos, debemos hacerlo tomando a Cristo como nuestra persona. No se trata de qué hacemos, sino de quién lo hace, ¿nosotros o Cristo? En cuanto a ir de compras, el problema no radica en lo que pensamos comprar, sino en quién lo compra. ¿Somos nosotros o Cristo? Si no tomamos a Cristo como nuestra persona, aun el comprar una Biblia puede ser incorrecto a los ojos del Señor. Por lo tanto, la cuestión no es qué hacemos o qué compramos, sino quién es el que actúa, quién compra aquel artículo.
La única manera de tomar a Cristo como nuestra persona es permitir que El haga Su hogar en nuestros corazones. La necesidad en todas las iglesias es que los santos, al permitir que El haga Su hogar en sus corazones, tomen a Cristo como su vida y como su persona. Las iglesias son el testimonio del Señor en la tierra, pero este testimonio debe tener una realidad interna. Lamento decir que es posible que la iglesia sea como una concha vacía, una concha sin contenido. El contenido de la iglesia debe ser el Cristo a quien tomamos como nuestra vida y persona. Si tomamos a Cristo como nuestra persona, cuando nos reunamos, El será expresado desde nuestro espíritu y a través de nuestro corazón. Todos los asistentes percibirán que Cristo está presente ahí como nuestra vida y como nuestra persona.
Las reuniones de una iglesia local deben expresar a Cristo. Cristo no sólo es la vida victoriosa y prevaleciente, sino también una persona viva, práctica y viviente. Cuando testifiquemos en las reuniones, otros sabrán si hemos tomado a Cristo como nuestra persona o no. Si somos fieles en tomar a Cristo como nuestra persona, disfrutaremos la presencia del Señor Jesús en las reuniones. De hecho, las reuniones serán Su misma presencia, porque El será expresado desde nuestro interior.
Debemos orar por nosotros mismos y por otros, para que se nos conceda tomar a Cristo como nuestra persona en nuestra vida diaria. Todo lo que hagamos no debemos hacerlo por nosotros mismos, sino por Cristo. Sus gustos y preferencias deben ser nuestros. Entonces Cristo no sólo será nuestra vida, sino también nuestra persona. El Señor se extenderá en nuestro corazón, tomará posesión de él y hará Su hogar en él de forma completa. Finalmente, saturará todo nuestro ser consigo mismo, y nosotros ya no viviremos más por el yo, sino por Cristo. Cuanto más experimentemos esto, más las reuniones de la iglesia serán la manifestación de la presencia misma del Señor Jesús. En estas reuniones no será tan necesario predicar, enseñar ni ejercitar los dones, porque Cristo se expresará por medio de los santos. Debido a que Cristo será tan rico y práctico en la experiencia de los santos, y estará tan accesible y presente, ellos podrán compartir Cristo los unos con los otros. ¡Cuán diferentes son estas reuniones en comparación con los “servicios” del cristianismo actual!
En Efesios 4 vemos que cuando el Cristo victorioso ascendió, El llevó consigo un séquito de enemigos vencidos y los hizo dones para Su Cuerpo. Hemos dicho que nosotros llegamos a ser dones al experimentar al Cristo que desciende y asciende dentro de nosotros.
Pablo es el don más útil que Cristo ha dado a Su Cuerpo. Antes de que Pablo fuese hecho un don para la iglesia, él era enemigo de Cristo y perseguidor de la iglesia. No obstante, cuando el Señor Jesús se le apareció, Pablo fue vencido, y cayendo al suelo, dijo: “¿Quién eres, Señor?” Al invocar el nombre del Señor Jesús, fue salvo, y el Señor entró en él. En aquel momento, Saulo de Tarso se convirtió en un enemigo vencido. En los años posteriores, él experimentó el descenso y ascenso de Cristo dentro de él. Finalmente, al experimentar al Cristo que “viajaba” en él de esta manera, Pablo llegó a ser un extraordinario don para el Cuerpo.
El mismo principio aplica a nosotros. Aunque una vez fuimos enemigos del Señor, un día El nos encontró, quizás cuando nosotros íbamos camino a Damasco. El nos venció, nos capturó y nos puso en Su séquito de enemigos vencidos. Ahora, El nos constituye dones para Su Cuerpo al descender y ascender dentro de nosotros.
Muchos cristianos piensan que solamente los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros principales son dones para la iglesia. Sin embargo, si leemos 4:7 en su contexto, veremos que cada miembro, incluyendo a cada uno de nosotros, es un don para el Cuerpo. En 4:16 Pablo habla de “cada miembro”, o sea, de cada parte. Cada miembro del Cuerpo puede ser un don si permite que el Cristo que desciende y asciende se forja en él.
Efesios 4:12 habla del perfeccionamiento de los santos. Perfeccionar a los santos no sólo consiste en enseñarles, sino en ministrarles Cristo. Lo que los santos necesitan no es más conocimiento doctrinal, sino que Cristo sea ministrado en ellos. Cuando alguien nos ministra Cristo, espontáneamente nos sentimos alimentados y nutridos, o sea, que hemos recibido a Cristo como nuestro suministro alimenticio. Por medio de este suministro somos fortalecidos e iluminados.
Sin embargo, la situación es completamente diferente cuando alguien se dirige a nosotros con preguntas capciosas. Cuando la serpiente se presentó ante Eva en el huerto, le preguntó: “¿Con qué Dios os ha dicho?” De la misma manera, las personas negativas a menudo nos hacen preguntas que nos tientan. Debemos percatarnos inmediatamente de que tales preguntas no provienen del Señor. Los que se dirigen a nosotros de esta forma no nos ministran Cristo. Ellos no nos suministran alimento, no nos riegan, no nos fortalecen, no nos iluminan, ni nos equipan. El efecto de sus preguntas es tinieblas y muerte. Tan pronto oigamos estas palabras, debemos cerrar nuestros oídos y rehusarnos a recibirlas.
Lo que los santos necesitan es que Cristo se imparta a ellos. Esto es necesario para la vida de iglesia. En todo contacto que tengamos con los santos debe estar presente el ministerio de Cristo como suministro de vida. Las personas dotadas deben perfeccionar a los santos ministrándoles Cristo de esta manera. Cuanto más se les imparte a los santos el Cristo vivo, más son perfeccionados.
A medida que los santos sean perfeccionados al impartírseles Cristo, ellos crecerán hasta la medida de El. Cristo ya está en nosotros, pero en muchos asuntos todavía nosotros seguimos viviendo en el yo. Por lo tanto, necesitamos crecer de tal manera que salgamos de nosotros mismos y entremos en Cristo. Esto no lo logra la enseñanza; más bien, se cumple sólo al ministrársenos Cristo como el alimento y el elemento nutritivo.
Crecer hasta la medida de Cristo, como se menciona en 4:15, equivale a revestirse del nuevo hombre, mencionado en el versículo 24. La única manera de vestirnos del nuevo hombre es crecer hasta la medida de Cristo. Cuanto más crecemos en Cristo, más nos vestimos del nuevo hombre. Revestirse del nuevo hombre equivale a participar en la vida apropiada de iglesia. No podemos experimentar la vida de iglesia si no crecemos en Cristo. Necesitamos llegar a la medida de Cristo en todos los detalles de nuestra vida, como por ejemplo, en el área de ir de compras y de conversar. Muchas veces lo que expresamos es natural y carece de Cristo. La única forma de librarnos de hablar según nuestro hombre natural es crecer hasta la medida de Cristo de modo que dejamos atrás esa manera de hablar. Si crecemos en Cristo con respecto a nuestra forma de hablar, con el tiempo todo lo que hablemos será en Cristo. Al crecer hasta la medida de Cristo en este asunto específico, nos revestimos espontáneamente del nuevo hombre.
En algunas localidades los santos aman mucho al Señor; sin embargo, son bastante naturales. Casi todo lo relacionado con ellos —su comportamiento, sus virtudes, su manera de hablar— proviene del hombre natural. En ellos no se ve ninguna señal de haber llegado a la medida de Cristo. Esto molesta al Espíritu que mora en ellos, el cual anhela que la iglesia sea el nuevo hombre. Para poder revestirnos de la vida de iglesia como expresión del nuevo hombre, necesitamos despojarnos de todo lo natural, lo cual se logra creciendo en Cristo. Si somos perfeccionados y crecemos, según establecen 4:13 y 15, ciertamente nos revestiremos del nuevo hombre.
Al crecer hasta la medida de Cristo, también nos despojaremos del viejo hombre, particularmente con respecto a la vieja manera de vivir. La manera de vivir del viejo hombre es la pasada vida comunitaria. Como seres creados, todos necesitamos una vida comunitaria. Antes de ser salvos, teníamos cierta clase de vida social, pero ahora que somos salvos, nuestra vida social debe cambiar, o sea, que necesitamos un cambio de comunidad. La vida de iglesia es la mejor “vida social”. Podemos testificar que en la vida de iglesia, nuestra vida social anterior fue cambiada por la mejor vida comunitaria. ¡Alabado sea el Señor por la “vida social” que experimentamos en la iglesia!
Sin embargo, si proclamamos que la iglesia es nuestra vida comunitaria, pero no crecemos en Cristo, no estaremos estables en la vida de iglesia. Hay personas que afirman que están por la vida de iglesia; sin embargo, tan pronto les desilusiona algo que ven en ella, se van. Esto indica que no han crecido hasta la medida de Cristo y por ende no se han revestido verdaderamente de la vida de iglesia. La única manera de vestirnos de la vida de iglesia es crecer hasta la medida de Cristo en todas las cosas. Supongamos que una hermana no crece en Cristo en el área de las compras. Mientras a ella le falte crecimiento en este asunto, no estará completamente segura en la vida de iglesia. La seguridad de que experimentemos la vida de iglesia depende de que crezcamos hasta la medida de Cristo en asuntos específicos. Si no llegamos a la medida de Cristo, tal vez estemos en la vida de iglesia hoy, y fuera de ella mañana. Si aspiramos a tener una vida de iglesia firme, debemos crecer hasta la medida de Cristo en aspectos específicos. Vemos nuevamente que vestirnos del nuevo hombre equivale a crecer.
Lo que necesitamos no es un crecimiento general, sino un crecimiento específico. Por ejemplo, un hermano tal vez necesite crecer en Cristo en la forma que se corta el pelo o en la manera en que se relaciona con su esposa. Si en áreas como éstas no manifestamos ningún crecimiento, es posible que algunos legítimamente duden de la seguridad de la vida que llevamos en la iglesia. Nuestra vida de iglesia llegará a ser firme, estable y segura únicamente cuando crezcamos en áreas concretas de nuestra vida. Cuanto más crezcamos en Cristo, más nos vestimos de la vida de iglesia.
La vida de iglesia no consiste en tener un buen carácter o en hacer buenas obras; depende totalmente de que crezcamos hasta la medida de Cristo en cosas específicas. Al crecer en Cristo día tras día, desechamos gradualmente la vieja vida social y nos vestimos de la iglesia, del nuevo hombre, como una nueva vida comunitaria. A medida que crecemos, tomamos a Cristo como nuestra vida y como nuestra persona. El crecimiento depende de que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones. Si no le damos a Cristo la oportunidad de hacer Su hogar en nosotros, no podremos tomarlo como nuestra persona ni experimentaremos un crecimiento genuino en El. La única manera de crecer en Cristo es tomarlo a El como nuestra persona. Cuanto más tomamos a Cristo como nuestra persona, más crecemos hasta la medida de El en cosas concretas, y como resultado, más nos vestimos de la vida de iglesia.
Existe la posibilidad de estar en la vida de iglesia de una manera externa. Si no crecemos en Cristo tomándolo a El como nuestra persona, no estaremos en la realidad de la vida de iglesia. La realidad y lo práctico de la vida de iglesia consiste en crecer hasta la medida de Cristo, lo cual a su vez depende de que tomemos a Cristo como nuestra persona en cosas específicas. A medida que tomamos a Cristo como nuestra persona y crecemos hasta llegar a Su medida, la vida de iglesia llega a ser parte de nosotros, y nosotros, parte de ella. En esto consiste la vida de iglesia apropiada.