Mensaje 15
Lectura bíblica: Ez. 25:2-3, 7-8, 12-16; 26:2, 4; 28:21-22, 24, 26; 29:3, 6-7, 16; 30:6, 10; 31:16, 18
En este mensaje abordaremos el juicio de Dios sobre las naciones. Este asunto es abarcado en los capítulos del 25 al 32 de Ezequiel.
Según Génesis 11, la humanidad rebelde buscó hacer algo a fin de edificar la torre y ciudad de Babel de modo que pudieran consolidarse y hacerse un nombre para sí. Sin embargo, el Señor descendió para ejecutar Su juicio sobre esta gente rebelde. Bajo el juicio del Señor, Babel se convirtió no en un centro para congregar, sino en un centro para dispersar y, a partir de Babel como centro, el linaje humano fue dispersado.
Deuteronomio 32:8 dice: “Cuando el Altísimo dio a las naciones su heredad, / cuando hizo dividir a los hijos del hombre, / puso los límites de los pueblos / según el número de los hijos de Israel”. Aquí vemos que Dios estableció los límites de todas las naciones conforme al número del pueblo de Israel. Esto indica que en la realización de Su economía sobre la tierra entre el linaje humano, Dios hizo de Israel el centro. Israel es el centro de la población de la tierra. Con certeza, Dios hizo esto con un propósito.
Si observamos un mapa, veremos que Palestina, la buena tierra donde Dios puso a Israel, es el verdadero centro de la tierra habitada. Palestina está situada en el centro de tres continentes: Europa, Asia y África, que son los continentes donde se originó el linaje humano. Posteriormente, la población humana se propagó hacia América y Australia. La ubicación central de la tierra de Israel proveyó una buena oportunidad para la propagación del evangelio. Sabemos por la historia que la predicación del evangelio comenzó en Jerusalén y después se propagó a Europa, Egipto y Asia. Con el tiempo, la predicación del evangelio se propagó a América y Australia. Éste fue el propósito de Dios al poner a Su pueblo en el centro de la población humana. Además, según la profecía con respecto a la era venidera, el milenio, los del pueblo de Israel serán los sacerdotes que en la tierra enseñarán a todas las naciones a adorar a Dios (Is. 61:6; 2:3). Estas profecías también nos muestran que Palestina es el centro de la tierra.
Sin embargo, en tiempos de Ezequiel, el pueblo de Israel cayó en degradación y dejó de ser apto para cumplir el propósito de Dios. Tal situación de degradación obligó a Dios a ejecutar Su juicio sobre ellos y a temporalmente dejar de tener a Palestina como Su centro. Dios se volvió nuevamente a Babel e hizo surgir al rey Nabucodonosor, quien edificó el gran imperio de Babilonia. El Imperio babilónico se convirtió en el centro desde el cual Dios ejecutó Sus juicios. Fue mediante el Imperio babilónico liderado por Nabucodonosor que Dios ejecutó Sus juicios no solamente sobre Su pueblo, Israel, sino también sobre las naciones.
Los capítulos del 25 al 32 de Ezequiel hablan de siete naciones que rodeaban a la nación de Israel. En realidad había más de siete naciones alrededor de Israel, pero el relato en Ezequiel sólo menciona siete. Esto es parecido a la mención de las siete iglesias de Asia en Apocalipsis 1—3. Cuando el Señor habló de las iglesias en Asia, Él seleccionó siete (1:11). Esto no quiere decir que sólo había siete iglesias en Asia, sino que el Señor seleccionó siete iglesias representativas. El principio rector es el mismo en el libro de Ezequiel. Había más de siete naciones que rodeaban a Israel, pero el Señor seleccionó a siete naciones como representativas de todas las naciones. Estas siete naciones fueron Amón, Moab, Edom, Filistea, Tiro, Sidón y Egipto.
Las siete naciones están divididas en tres grupos. Las primeras cuatro naciones —Amón, Moab, Edom y Filistea— conforman el primer grupo; Tiro y Sidón forman el segundo grupo; y Egipto está aparte. Sabemos que estas naciones están divididas en tres grupos porque Ezequiel vio tres distintas visiones en tres ocasiones diferentes con respecto a cada uno de estos grupos. Su primera visión abarca las cuatro primeras naciones; su segunda visión, a Tiro y Sidón; y su tercera visión, a Egipto. Además, las dos primeras naciones, Amón y Moab, se acoplan para formar un primer par; la tercera y la cuarta, Edom y Filistea, forman un segundo par; Tiro y Sidón, la quinta y sexta nación, forman otro par. Únicamente Egipto permanece aparte por sí solo.
El Antiguo Testamento no solamente es un relato histórico, sino también un relato que se aplica a la iglesia hoy. Debemos recordar esto mientras leemos el libro de Ezequiel y ser profundamente impresionados con el hecho de que Ezequiel no fue escrito únicamente con propósitos históricos; más bien, el relato de este libro se aplica a la situación actual. Por tanto, debemos conocer la aplicación espiritual de todas estas siete naciones representativas. Anteriormente habíamos señalado que la aplicación espiritual de las bestias salvajes era que algunos perversos podrían estar en la iglesia a manera de lobos (Ez. 14:21; Hch. 20:29). Aquí tenemos la aplicación espiritual de lo dicho por Ezequiel con respecto a las bestias. Ahora debemos ver la aplicación espiritual de las siete naciones. De otro modo, podríamos leer estos capítulos meramente como profecías que se cumplieron en la historia.
Amón y Moab eran hermanos, ambos nacidos de Lot a través de las dos hijas de Lot. Su origen era horrible y maligno. No obstante, Lot era pariente de Abraham, el primer ancestro del pueblo de Israel; por lo cual, Amón y Moab tenían cierto vínculo sanguíneo con Israel.
Según el relato de Ezequiel, Amón ofendió a Dios. Primero, cuando el santuario de Dios fue profanado, ellos estaban felices y dijeron: “¡Ah!” (25:2-3). Segundo, cuando la Tierra Santa de Dios fue desolada, los amonitas también se alegraron. Además, cuando la casa de Judá fue llevada en cautiverio, los amonitas se alegraron nuevamente. Ellos estaban felices a causa de tres cosas: que el santuario fuese profanado, que la buena tierra fuese desolada y que la casa de Judá fuese llevada en cautiverio. Esto indica que ellos aborrecían el santuario, la Tierra Santa y la casa de Judá.
El santuario tipifica al Cristo encarnado que fijó tabernáculo en la tierra como morada de Dios, el santuario de Dios (Jn. 1:14). La buena tierra también representa a Cristo con todas Sus riquezas y gracia, las cuales nos fueron dadas por Dios. Según la tipología, la casa de Judá representa a la iglesia. Por tanto, el santuario representa a Cristo, la buena tierra representa toda la rica gracia de Dios en Cristo y la casa de Judá representa a la iglesia. Los amonitas de hoy aborrecen estas tres cosas. Ellos aborrecen a Cristo, aborrecen la gracia de Dios en Cristo y aborrecen a la iglesia.
Durante los primeros siglos de los años d. C., el Imperio romano fue una especie de amonita. El Imperio romano aborrecía al Cristo encarnado, el tabernáculo como santuario de Dios sobre la tierra, y aborrecía la rica gracia dada por Dios a Su pueblo. El Imperio romano también aborrecía a la iglesia. Todavía hay “amonitas” sobre la tierra hoy, esto es, personas que aborrecen a Cristo, aborrecen la gracia de Dios y aborrecen a la iglesia. En este país, e incluso en su vecindario, hay algunos “amonitas”.
Los moabitas dijeron: “¡Mira, la casa de Judá es como todas las demás naciones!” (Ez. 25:8). Los moabitas se sentían felices de ver que Jerusalén ya no estaba separada de las naciones. Esto representa a aquella clase de persona que desea llevar a la iglesia a asociarse con el mundo y gusta de hacer que la iglesia sea igual a las naciones. Durante los dos primeros siglos de la iglesia, el Imperio romano fue un “amonita”, pues aborrecía a Cristo, la gracia de Dios y la iglesia. Entonces, el emperador romano Constantino vino no como un “amonita”, sino como un “moabita”. Él fue quien llevó a la iglesia al mundo, haciendo que la iglesia fuese prácticamente igual a las naciones.
Al presente la situación es la misma. Algunos “amonitas” aborrecen la iglesia, pero algunos “moabitas” han venido a la iglesia y procuran hacer que la iglesia se asocie con el mundo y que la iglesia sea igual al mundo.
Aunque Amón y Moab eran hermanos, lo que hicieron con respecto al pueblo de Israel fue muy diferente. Hoy en día todavía tenemos estas dos clases de personas. Me preocupa que en algunas iglesias locales haya ciertas personas usadas por Satanás para ser “moabitas” que lleven a la iglesia a retroceder al mundo y hagan que la iglesia se asocie con el mundo. Ellos quieren que la iglesia sea igual al mundo, igual que los paganos.
Al igual que Amón y Moab, Edom también estaba íntimamente vinculado a Israel. Edom era hijo de Esaú, el hermano de Jacob. Por tanto, por sangre Edom y los hijos de Israel eran primos. Edom representa al viejo hombre; nos representa a nosotros como viejo hombre. Nuestro viejo hombre que no ha sido regenerado es Edom, y nuestro nuevo hombre que ha sido regenerado es Israel. Podríamos decir que, en cierto sentido, nuestro viejo hombre y nuestro nuevo hombre son “primos”, pues son muy cercanos entre sí.
Según el relato de Ezequiel, Edom estaba lleno de odio contra Israel y buscaba de continuo tomar represalia y vengarse. Así somos también nosotros en nuestro viejo hombre. Nuestro viejo hombre odia a la iglesia. Tal vez usted diga: “Amo a la iglesia”, y yo le creo; sin embargo, a veces usted también odia a la iglesia. ¿No se ha dado cuenta de que usted es dos hombres? Por un lado, usted es un verdadero israelita, que ama a la iglesia; por otro, usted también es un verdadero edomita, que odia a la iglesia. A veces usted ama a la iglesia y a todos los que llevan la delantera; pero otras veces usted odia a la iglesia y a todos los ancianos.
Junto con Edom en el segundo par está Filistea. A fin de conocer a los filisteos debemos estudiar los libros de Jueces y de 1 Samuel. Los filisteos eran incluso más cercanos a Israel que los edomitas. Los filisteos vivían muy cerca de la buena tierra e incluso se mezclaban con los israelitas. En varias ocasiones los filisteos vinieron al pueblo de Israel e intervinieron en su adoración a Dios. En cierta ocasión el Arca fue capturada por los filisteos, quienes la conservaron consigo por un período de tiempo.
Los filisteos nos tipifican a mí y a usted no como viejo hombre, sino como hombre natural. Tenemos al viejo hombre, y también tenemos al hombre natural. El hombre natural es más difícil de reconocer que el viejo hombre. Un ejemplo podría ayudarnos para entender la diferencia. Supongamos que hay tres ancianos en una iglesia local. Todos ellos aman al Señor. Cuando uno de ellos comienza a tomar la delantera en medio de ellos, los otros dos reaccionan. Esta reacción es una expresión del viejo hombre. Después, el hermano que toma la delantera podría esforzarse en hacer muchas cosas por la iglesia recurriendo a su sabiduría, poder y habilidades. Es posible que este hermano incluso se conduzca a la manera de un político, maniobrando en diversas situaciones y ejerciendo control a fin de realizar ciertas cosas. Éste es el hombre natural. Como resultado de ello, las reuniones de los ancianos se convierten en reuniones del viejo hombre con el hombre natural. Esto causa daño a la vida de iglesia. Algunas iglesias difícilmente pueden avanzar debido a que se lo impide el viejo hombre y el hombre natural de los hermanos que toman la delantera.
La iglesia es la nueva creación de Dios en Cristo. Por tanto, en la iglesia no hay lugar para las cosas del viejo hombre, tales como el celo, el orgullo, la competencia y la disensión. Estas cosas son todas propias de la vieja creación. Además, en la iglesia no hay cabida para la sabiduría humana, el talento humano y las maniobras ingeniosas. Todas las cosas que pertenecen tanto al viejo hombre, la vieja creación, como al hombre natural son, todas ellas, dañinas para la vida de iglesia. Por un lado, la historia nos muestra que la iglesia ha sido dañada por las personas mundanas que están fuera de la iglesia, quienes persiguen a la iglesia o tratan de llevarla a asociarse con el mundo; por otro, la historia también nos enseña que la iglesia ha sido dañada por personas salvas que están dentro de la iglesia, quienes continúan viviendo en el viejo hombre y según el hombre natural.
En la vida de iglesia en el recobro del Señor, no tememos a los “amonitas” y sólo tememos un poco a los “moabitas”. Nuestra verdadera preocupación son los “edomitas”, el viejo hombre, y los “filisteos”, el hombre natural. Los “edomitas” y los “filisteos” causan el mayor daño a la vida de iglesia.
Tiro tipifica a quienes buscan las riquezas mundanas, aquellos que desean acumular dinero y hacerse ricos. Ellos están dispuestos a sacrificar todo lo relacionado con el Señor por causa de sus negocios. No se ocupan de los intereses del Señor, sino que únicamente les importa su prosperidad, riqueza y negocios.
La gente de Tiro puede ser hallada entre los incrédulos y también entre los creyentes. Algunos de sus parientes, compañeros de clase y amigos incrédulos quizás sean “tirios”. Si usted les habla acerca de Cristo, la iglesia o el testimonio del Señor, ellos no entienden de qué les habla. A ellos únicamente les interesa aquello que habrá de ayudarles a tener un mejor estándar de vida, ganar más dinero o lograr una posición más elevada. Algunos cristianos genuinos también son “tirios”. Si usted les habla sobre el recobro del Señor, ellos pensarán que usted es un tonto y que dedica demasiado tiempo a asistir a reuniones, tener comunión y leer la Biblia. Ellos tal vez piensen que usted no se preocupa lo suficiente con respecto a ganar dinero. Así que, tanto creyentes como incrédulos pueden ser los “tirios” de hoy.
Tal como consta en el libro de Ezequiel, la gente de Tiro declaró que Jerusalén caería, y ellos se mostraron contentos por ello. La situación es la misma hoy en día. Aquellas personas que buscan la prosperidad de este mundo estarían felices de ver que la iglesia fuese aniquilada y se alegrarían si las puertas de los salones de reunión se cerraran para siempre, pues ellos piensan que asistir a las reuniones de la iglesia es una pérdida de tiempo. Es posible que incluso algunos entre nosotros en la vida de iglesia tengan tal actitud. Así pues, al desear ganar más dinero y asegurarse un mejor estándar de vida, a estas personas no les interesa la iglesia ni los intereses del Señor. A ellas únicamente les interesan sus negocios, su prosperidad y su posición en el mundo. Cuando ellos se enteran de algunos que se han descarriado, están felices.
Junto con Tiro está Sidón. Ezequiel dice que Sidón era zarza punzante y aguijón doloroso para la casa de Israel (28:24). El Señor Jesús dijo que el engaño de las riquezas y las preocupaciones de este siglo son como espinos que ahogan el crecimiento de vida (Mt. 13:22).
Si Tiro está presente, Sidón está cerca. Si hay “tirios” entre los santos, también habrá “sidonios”. Esto significa que si los santos aman el mundo y se ocupan de las riquezas mundanas, ellos se volverán espinos y aguijones. Muchos cristianos se han convertido en zarzas punzantes y aguijones dolorosos que dañan la vida de iglesia.
Según la Biblia Egipto es una nación que no depende de Dios, sino de sus propios recursos. Egipto tenía el río Nilo como el recurso que daba origen a sus riquezas. Por tanto, los egipcios no dependían de las lluvias del cielo, sino del agua del río Nilo. Además, valiéndose de su propia sabiduría, desarrollaron sus recursos naturales a fin de hacerse ricos y tener suficiente suministro. Cuando el pueblo de Israel carecía de alimentos, descendía a Egipto en busca de suministro. Por todo esto vemos que Egipto representa a las personas que recurren a su sabiduría natural para desarrollar sus propios recursos naturales a fin de ser ricos y tener su propio suministro. En tiempos de Ezequiel, Israel se volvió a Egipto y se apoyó en Egipto, confiando en Egipto como quien confía en un cayado. Pero el Señor dijo que Egipto era un cayado de caña, fácil de quebrar (Ez. 29:2-9).
Cuando Ezequiel se refirió a Tiro y Egipto, los comparó al huerto del Edén (28:13; 31:9, 16). Con sus riquezas y recursos, Tiro y Egipto hicieron de su mundo contemporáneo un “huerto del Edén”. Éste no fue el huerto del Edén preparado por Dios; más bien, era un “huerto del Edén” fabricado por aquellos a quienes no les importaba Dios, sino únicamente su rico disfrute en la tierra. Sin embargo, Dios dijo que Él enviaría a Egipto, junto con su “huerto del Edén”, al Hades, al abismo, a las profundidades de la tierra. Esto revela que Dios juzgará a aquellas personas que únicamente se preocupan por su felicidad terrenal y su disfrute terrenal, pero que no tienen necesidad de Dios.
En este mensaje hemos considerado siete categorías de personas que pueden causar daño a la vida de iglesia. Algunos se oponen a la iglesia, aborreciendo a Cristo, la salvación de Dios y la gracia de Dios; éstos son los “amonitas”. Otros se introducen en la iglesia y procuran llevarla a asociarse con el mundo así como hacer que la iglesia sea igual que el mundo; éstos son los “moabitas”. Después están los “edomitas”, el viejo hombre, y los “filisteos”, el hombre natural. Los “tirios” buscan las riquezas del mundo, y los “sidonios” se convierten en cardos y espinos para la iglesia debido a que buscan riquezas. Finalmente, tenemos a los “egipcios”, aquellos que, en independencia de Dios, buscan las riquezas de este mundo desarrollando sus propios recursos a fin de ser ricos en suministro y ser una fuente de suministro para otros. Éstas son personas diferentes que pueden ser un perjuicio para la vida de iglesia. Todos debemos permanecer alertas a fin de que ninguno de nosotros se convierta en tal clase de persona.
Ahora debemos proceder para ver de qué manera Dios ejecutó Su juicio sobre estas siete naciones. Dios ejecutó Su juicio de cuatro maneras: al destruir estas naciones, al desolarlas, al abatirlas y al entregarlas al averno, esto es, a lo más profundo de la tierra (31:14). ¿Dónde están aquellos en el Imperio romano que aborrecían a la iglesia? Ellos están en lo más profundo de la tierra, el lugar adonde todo perseguidor de la iglesia irá finalmente.
Es crucial que tomemos medidas con respecto a nuestro viejo hombre. Si no juzgamos nuestro viejo hombre, Dios ejecutará Su juicio sobre nosotros, haciéndonos personas bajas y “abatidas” en espíritu. Si juzgamos nuestro viejo hombre, sin preocuparnos por ser los primeros o por tener una posición en la iglesia, seremos felices en la vida de iglesia, estaremos “arriba” y nuestro espíritu será “elevado”. Haber sido “abatidos” significa que estamos bajo el juicio de Dios.
Debido a que hacemos caso a nuestro hombre natural, a veces Dios, en Su juicio, nos destruirá y nos hará caer en desolación. Cuando estamos desolados, en nosotros no hay nada fresco, nuevo, viviente y en crecimiento. En lugar de ello, somos como un desierto. La desolación es resultado de hacerle caso a nuestro hombre natural. Cuanto más recurrimos a nuestra sabiduría natural, más desolados seremos. Pero si juzgamos nuestro hombre natural, nuestro espíritu se levantará y seremos personas frescas, vivientes y florecientes.
Nuestro viejo hombre y nuestro hombre natural ciertamente deben recibir el trato de Dios. No podemos ser responsables por los “amonitas”, los “moabitas”, los “tirios”, los “sidonios” y los “egipcios”; pero podemos y debemos ser responsables por los “edomitas” y los “filisteos”, que representan a nuestro viejo hombre y nuestro hombre natural. Por la gracia de Dios tenemos que tomar medidas exhaustivas con respecto a nuestro viejo hombre y nuestro hombre natural y no permitirles llevar adelante su obra de destrucción en la iglesia. En 1 Corintios 3:17a se nos dice: “Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él”. Si nuestro viejo hombre y nuestro hombre natural destruyen la iglesia de Dios, Dios nos destruirá a nosotros junto con nuestro viejo hombre y nuestro hombre natural. Al respecto, tenemos que aprender a temer a Dios.
El primer resultado del juicio de Dios sobre las naciones fue que todas las naciones (y también Israel) supieron que Él era el Señor. “Para que sepan que Yo soy Jehová” es una expresión que se repite muchas veces en el libro de Ezequiel. Una y otra vez el Señor parecía decirles: “Los destruiré para que sepan que Yo soy el Señor. Los haré desolación para que sepan que Yo soy el Señor. Los abatiré para que sepan que Yo soy el Señor. Los pondré en lo más profundo de la tierra para que sepan que Yo soy el Señor” (25:7, 11, 17; 26:6; 29:6). Todos aquellos que se opusieron al Señor y ahora están en lo más profundo de la tierra, tales como el emperador Nerón, Hitler y Mussolini, saben ahora que Jesús es el Señor. A la postre, todos aquellos que todavía se oponen a Dios y persiguen a la iglesia serán puestos en lo más profundo de la tierra, donde sabrán que Jesús es el Señor.
El segundo resultado, o fruto, del juicio de Dios sobre las naciones fue que el propósito de Dios se realizó y se cumplió.