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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Ezequiel»
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Mensaje 17

EL ASPECTO EXTERNO Y EL ASPECTO INTERNO DEL RECOBRO EFECTUADO MEDIANTE LA VIDA

  Lectura bíblica: Ez. 34:5, 10, 14, 15; 36:8-12, 15, 22-30, 33-38

  En este mensaje consideraremos el recobro efectuado mediante la vida tanto en su aspecto externo como en su aspecto interno.

JUZGAR NUEVAMENTE AL VIEJO HOMBRE

  El recobro efectuado mediante la vida comienza en el capítulo 33, donde vemos que Dios establece un centinela. Este recobro continúa en el capítulo 34, donde Dios mismo viene para ser el Pastor que va en pos de Su pueblo, lo busca y lo trae de regreso para finalmente hacer que disfrute de las riquezas de Cristo, las cuales están representadas por las riquezas de la buena tierra. Luego, en el capítulo 35 el Señor nos recuerda la necesidad de condenar a nuestro viejo hombre, el cual está representado por Edom. Ésta es la razón por la cual después del capítulo 30 se habla nuevamente del juicio sobre Edom. Mayormente, Dios espera que el juicio sea ejecutado antes de dar inicio a Su obra de recobro. Sin embargo, en el proceso de recobro todavía hay necesidad del juicio de Dios. En particular, esto es cierto con respecto a Edom. Edom había sido juzgado en la sección anterior, pero debido a que es muy difícil tomar medidas con respecto al viejo hombre, el juicio sobre éste tiene que repetirse. Es posible que usted haya condenado a su viejo hombre el día de ayer y haya experimentado el juicio que pesa sobre él. Pero el día de hoy es probable que su viejo hombre regrese a visitarlo, tal vez de una manera muy simpática o con sutileza. Usted ha sido recobrado y ha sido traído de regreso a Cristo, quien es la buena tierra, y participa en el rico disfrute de Cristo. Quizás haya pensado que su viejo hombre ha sido completamente condenado y juzgado, pero no se había dado cuenta de que él ha regresado sin avisarle y sin pedirle permiso. Ahora, mientras usted disfruta a Cristo, él está con usted, odiando su disfrute de Cristo y su disfrute de la vida de iglesia.

  Ezequiel 35 dice que Edom y compañía estaban felices de que Israel estuviera desolado (vs. 12, 15). Edom también tenía la expectativa de poseer las dos naciones de Israel y Judá, reclamándolas como pertenecientes a Edom. Para el Señor, Edom hablaba tonterías, pues Él tenía la intención de ejecutar Su juicio sobre Edom una vez más.

  Debemos aprender la lección respecto a juzgar a Edom. Mientras somos recobrados, tenemos que juzgar a nuestro viejo hombre una y otra vez. El juicio ejecutado sobre Amón, Moab, Tiro, Sidón y Egipto tal vez sea un juicio ejecutado una vez y para siempre; pero el juicio sobre Edom no puede ser aplicado una vez y para siempre. Por el contrario, Edom, nuestro viejo hombre, tiene que ser juzgado repetidas veces hasta el día de la redención de nuestro cuerpo. Ésta es la razón de que entre los capítulos 34 y 36 de Ezequiel, que son dos capítulos maravillosos, tengamos un capítulo muy negativo con respecto al juicio sobre Edom. Debido a que Edom regresa, el juicio sobre él tiene que repetirse. Aunque le hayamos condenado, juzgado y echado fuera, él regresa. Por tanto, debemos cooperar con el Señor a fin de ejecutar nuevamente Su juicio sobre el viejo hombre.

  El recobro genuino efectuado por el Señor no consiste simplemente en que nos arrepentimos, nos volvemos al Señor y disfrutamos de la bendición del Señor; también es necesario que se produzca un cambio en nuestra vida y naturaleza. Al efectuar Su recobro, Dios tiene que tocar nuestro corazón y nuestro espíritu y, por ende, tocar directamente nuestra vida y cambiarnos en vida y naturaleza. Por tanto, tenemos necesidad tanto del recobro externo descrito en Ezequiel 34 como del recobro interno descrito en Ezequiel 36. Debido a que el recobro en Ezequiel 36 atañe a nuestra vida y naturaleza e involucra nuestro corazón y nuestro espíritu, se inserta el capítulo 35 a fin de mostrarnos la importancia de juzgar al viejo hombre. A fin de recobrarnos y hacer de nosotros el nuevo hombre, Dios tiene que juzgar nuestro viejo hombre, nuestra vieja creación.

LA BUENA TIERRA ES RECOBRADA

  Un tema importante tratado en Ezequiel 36 es el recobro de la buena tierra, esto es, la restauración del pleno disfrute de las riquezas de Cristo (vs. 8-15, 33-36). Siempre que nos descarriamos y caemos, perdemos el rico disfrute de Cristo. Cristo es rico, pero es posible que hayamos perdido el disfrute de Sus riquezas. Alabamos al Señor porque en Su recobro se produce la restauración del disfrute de las riquezas de Cristo.

EL RECOBRO EXTERNO Y EL RECOBRO INTERNO

  El recobro que el Señor efectúa tiene dos aspectos: el aspecto externo y el aspecto interno, esto es, el recobro externo y el recobro interno. Supongamos que usted se ha apartado de Cristo, de la vida de iglesia y de la comunión con los santos y ha comenzado a verse enredado en cosas pecaminosas y mundanas. Pero un día, el Señor sale a buscarlo y hace que usted regrese a Él, a la vida de iglesia y a la comunión con los santos. Esto es un recobro, pero es solamente un recobro externo, a saber, el aspecto externo del recobro que el Señor efectúa. Sin embargo, al mismo tiempo, el Señor también efectúa una obra interna. Él no solamente nos trae de regreso a la buena tierra, sino que Él también nos recobra internamente. Ser recobrados a la vida de iglesia y a la comunión con Cristo es apenas el aspecto externo. Usted todavía necesita experimentar el aspecto interno del recobro del Señor, el cual es abordado en Ezequiel 36:22-30.

CUIDA DE SU SANTO NOMBRE

  Ezequiel 36:21-23 dice: “Pero he tenido consideración por Mi santo nombre, el cual la casa de Israel había profanado entre las naciones adonde fueron. Por tanto, di a la casa de Israel: Así dice el Señor Jehová: No hago esto por vosotros, oh casa de Israel, sino por causa de Mi santo nombre, el cual habéis profanado entre las naciones adonde fuisteis. Y santificaré Mi gran nombre, profanado entre las naciones, el cual habéis profanado vosotros en medio de ellas; y las naciones sabrán que Yo soy Jehová, declara el Señor Jehová, cuando sea santificado en vosotros delante de sus ojos”. Aquí vemos que al recobrar a Su pueblo, Dios actúa por causa de Su santo nombre. El recobro interno efectuado mediante la vida es llevado a cabo por Dios por causa de Su propio nombre. Muchos de nosotros podemos testificar que hemos sido recobrados y avivados no a causa de algún mérito que tuviéramos en nosotros mismos, sino debido a que Dios hizo algo en nuestro ser por causa de Su propio nombre.

LOS LLEVA A SU PROPIO LUGAR

  “Yo os tomaré de las naciones, os recogeré de todos los países y os traeré a vuestra tierra” (v. 24). En Su recobro, Dios nos saca del mundo y nos lleva de regreso a nuestro propio lugar. Él hace que regresemos a Cristo como nuestra tierra.

EL SEÑOR NOS LAVA CON AGUA LIMPIA

  El Señor no solamente hace que volvamos a disfrutar de Cristo, sino que también nos lava con agua limpia. Zacarías 13:1 dice que la sangre del Señor es una fuente que lava. Asimismo, el agua limpia mencionada en Ezequiel 36:25 se refiere a la sangre del Señor que nos redime y nos limpia. El Señor Jesús nos lava con Su sangre que limpia no solamente cuando somos salvos, sino también toda vez que somos avivados y llevados de regreso a Él.

Limpiados de la inmundicia

  El Señor nos lava de dos clases de impurezas: de la inmundicia y de los ídolos. La inmundicia incluye toda clase de cosas pecaminosas, injustas, impropias y tenebrosas. También incluye odiar a otros, ser injustos con otros y permitirse entretenimientos mundanos. Cuando fuimos salvos, nos sentíamos avergonzados de estas cosas inmundas. Cuando somos avivados, también tenemos tal sentimiento de vergüenza y no queremos ni recordar las cosas pecaminosas y mundanas en las que alguna vez estuvimos involucrados. La sangre del Señor como agua limpia nos lava de toda nuestra inmundicia. Tal vez hoy tengamos necesidad de ser lavados de los chismes, los rumores, los celos, las críticas y los maltratos. Alabamos al Señor que no importa cuán inmundos estábamos, la sangre del Señor es el agua limpia que nos lava y limpia.

Limpiados de los ídolos

  Antes que fuéramos salvos, además de tener mucha inmundicia, teníamos muchos ídolos. Es posible que ésta también haya sido nuestra condición después que nos descarriamos y antes que fuésemos avivados. Considere cuántos ídolos tenía antes de ser salvo o antes de ser avivado. Para algunos, ciertas prendas de vestir son un ídolo. Ellos aman estas prendas más que al Señor Jesús. En cierta ocasión, mientras ministraba en Shanghái, el hermano Nee de improviso le preguntó a cierta hermana: “¿Cuántos capítulos tiene el libro de Mateo?”. Ella le respondió: “Veintiséis”. Luego, el hermano Nee le preguntó cuántos botones tenía su túnica larga, a lo cual ella respondió sin dudar dándole la cantidad correcta. Entonces el hermano Nee le dijo: “Usted conoce su túnica larga tan bien que incluso recuerda cuántos botones tiene; pero no se acuerda cuántos capítulos tiene Mateo”. Esta simple ilustración nos muestra que es posible que amemos una prenda de vestir más que al Señor Jesús. Todo cuanto amemos más que al Señor es un ídolo.

  Algunos cristianos jamás han derramado una sola lágrima por el Señor Jesús, pero han derramado muchas lágrimas por su vestimenta. Esto demuestra que ellos aman sus prendas de vestir más que al Señor Jesús. Otros quizás se preocupen por cosas tales como obtener un doctorado o un puesto elevado; incluso hay quienes anhelan la fama o desean hacerse de un nombre para sí. Todas estas cosas son ídolos. Tenemos necesidad de que la sangre redentora del Señor nos limpie no solamente de toda inmundicia, sino también de todos nuestros ídolos.

UN CORAZÓN NUEVO Y UN ESPÍRITU NUEVO

  El lavamiento anteriormente mencionado es algo que corresponde al aspecto negativo. En cuanto al aspecto positivo, después del lavamiento, el Señor nos da un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Muchos de ustedes han sido cristianos por años, pero jamás escucharon un mensaje en el que se les dijera que tienen un espíritu nuevo. Nadie les dijo que cuando se convirtieron el Señor les dio no solamente un corazón nuevo, sino también un espíritu nuevo.

Amar al Señor con nuestro corazón

  Debemos comprender la diferencia que hay entre el corazón y el espíritu. Nuestro corazón es un órgano para amar. En cierto mensaje que di señalé que no basta con simplemente tener un corazón que ame al Señor. Una hermana se sintió turbada por esta afirmación y preguntó qué quería decir al afirmar que necesitamos algo más que un corazón que ama. A manera de ilustración le pregunté si ella amaba cierta Biblia que pertenecía a su marido y si a ella le gustaría tenerla. Después le dije: “La Biblia es suya, tómela por favor”. Cuando ella extendió la mano para tomarla, le dije: “No use su mano, solamente use su corazón que ama. Tome la Biblia con su corazón”. Mediante esta ilustración ella pudo entender que no basta con tener un corazón que ama. Ella también debía extender su mano para tomar la Biblia. Del mismo modo, tenemos necesidad tanto de un corazón que ame al Señor como de un espíritu que lo reciba.

Recibir al Señor con nuestro espíritu

  Amamos al Señor con nuestro corazón. El corazón es el órgano con el que amamos, pero no es el órgano con el que recibimos. A fin de tomar o recibir algo, tenemos que usar el órgano apropiado. Si hemos de contactar al Señor, recibir al Señor, disfrutar al Señor, comer al Señor y beber al Señor, tenemos necesidad de un espíritu. Si bien amamos al Señor con nuestro corazón, contactamos al Señor y le recibimos con nuestro espíritu.

  Primero, debemos amar al Señor. Esto significa que tenemos apetito del Señor. Si no amamos al Señor y no tenemos apetito de Él, no iremos a Él ni le recibiremos. Antes de ser salvos, no amábamos al Señor ni teníamos apetito de Él; más bien, nos gustaba el mundo y las cosas del mundo, especialmente las diversiones mundanas. Cuando alguien nos habló acerca del Señor Jesús, no quisimos escuchar. No había interés porque no teníamos apetito. Amábamos otras cosas, y nuestro corazón estaba puesto en ellas. Sin embargo, un día el Señor nos concedió Su visitación llena de gracia y, de inmediato, cambió nuestro apetito. Comenzamos a amar al Señor y la Biblia, y perdimos el gusto por las cosas mundanas. Esto fue realizado por el Señor en Su gracia e hizo que nuestro corazón se volviera del mundo al Señor.

  Es necesario que amemos al Señor Jesús y tengamos apetito de Él a fin de que dejemos de anhelar otras cosas. Debiéramos poder decirle al Señor Jesús que le amamos y que tenemos hambre y sed de Él. Una vez hemos adquirido tal apetito amoroso por el Señor, debemos usar nuestro espíritu como órgano para contactarle, recibirle, comerle, beberle y respirarle. Ahora podemos ver que tenemos necesidad de dos órganos: un corazón que ama y un espíritu que recibe.

  El espíritu con el que recibimos ha sido un órgano grandemente descuidado por muchos cristianos. En algunos lugares se dan mensajes que incitan el corazón amoroso de las personas, pero que nos les ayudan a ejercitar su espíritu. Damos gracias al Señor que Él nos ha dado no solamente un corazón nuevo para que le amemos, sino también un espíritu nuevo para que le contactemos, le recibamos y le contengamos.

Un corazón suave

  El corazón nuevo que el Señor nos ha dado es muy suave. En lugar de un corazón insensible, duro y de piedra, ahora tenemos un corazón de carne, esto es, un corazón suave para con el Señor. Antes de ser salvos, podíamos hacer muchas cosas pecaminosas sin ningún remordimiento. Debido a que nuestro corazón estaba endurecido y era insensible, no teníamos ningún sentir interno con respecto al pecado. Pero cuando fuimos salvos, nuestro corazón fue cambiado por el Señor. Ahora tenemos un corazón que ha sido hecho suave. Por ejemplo, tal vez empecemos a decir algo, pero antes de terminar la oración percibimos que estamos mal y que no debiéramos haber dicho nada. De inmediato detenemos tal hablar, y es probable que incluso pidamos disculpas por lo que hemos dicho. En otras ocasiones, debido a que nuestro corazón es suave, es posible que nos sintamos turbados por el más pequeño error o en cuanto detectamos la menor impureza en nuestras motivaciones. Esto demuestra que nos hemos convertido y hemos sido avivados, que nos hemos vuelto al Señor y que nuestro corazón se ha vuelto suave y sensible.

Ejercitar nuestro espíritu

  También debemos ejercitar nuestro espíritu. Un corazón que ama no es suficiente. Además de tener un corazón que ama, debemos tener un espíritu renovado y que recibe.

  Teníamos un espíritu humano antes de ser salvos, pero estaba sumido en muerte. En Efesios 2:1 Pablo dice que estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. Esto ciertamente significa que estábamos muertos no en nuestro cuerpo o en nuestra alma, sino en nuestro espíritu. Si bien vivíamos en nuestro cuerpo, en nuestro espíritu estábamos sumidos en muerte. Cuando fuimos salvos, el Señor Jesús vivificó nuestro espíritu. Por tanto, ahora tenemos un espíritu vivificado y renovado.

  Podrían sentir que es difícil discernir la diferencia entre su espíritu y su corazón. En lugar de tratar de analizar en qué consiste la diferencia, podemos reconocer las diferencias existentes según nuestra experiencia. Cuando consideramos cuán tierno y precioso es el Señor Jesús y cuánto ha hecho por nosotros, tal vez seamos incitados en nuestras emociones y digamos: “¡Señor Jesús, te amo!”. Ésta es una expresión de nuestro corazón que ama. Pero al invocar el nombre del Señor Jesús, tenemos un sentir en lo profundo de nuestro ser de que hemos ejercitado algo distinto a nuestro corazón. Éste es nuestro espíritu. Así como sabemos que tenemos dos pies al usarlos para caminar, sabemos que tenemos un espíritu al ejercitar nuestro espíritu para contactar al Señor Jesús. Una de las mejores maneras de usar nuestro espíritu para contactar al Señor es invocar: “¡Oh, Señor Jesús!”. Cuando ejercitamos nuestro espíritu de este modo, tenemos el sentir de que algo se mueve en lo profundo de nuestro ser. Ese algo es nuestro espíritu.

  En su astucia, Satanás ha escondido de la mayoría de los cristianos el asunto del espíritu humano. En el caso de muchos creyentes, cuando leen la Biblia no ejercitan su espíritu, sino únicamente sus mentes. Al leer la Biblia debemos ejercitar nuestro espíritu al igual que nuestra mente. Jamás debiéramos descuidar nuestro espíritu. Si no ejercitamos nuestro espíritu, no podemos ser cristianos apropiados. Es trágico que a los cristianos se les enseñe a ejercitar su mente, pero no a atender al espíritu. Para muchos lo más importante son las enseñanzas fundamentalistas o los dones pentecostales; pero según la historia, ni las enseñanzas ni los dones han sido eficaces en cuanto a la edificación de la iglesia. Por supuesto, las enseñanzas y los dones tienen cierto valor, pero lo más importante y de lo cual tenemos necesidad en la actualidad es el ejercicio del espíritu. Esto es lo más crucial, vital y prevaleciente.

  En 1 Corintios no solamente se habla de los dones, sino de muchas otras cosas. Por ejemplo, en el capítulo 3 Pablo habla de la alimentación y del crecimiento. El versículo 2 dice: “Os di a beber leche, y no alimento sólido; porque aún no erais capaces de recibirlo. Pero ni siquiera sois capaces ahora”. El versículo 6 procede a decir: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios”. Aquí no se nos habla acerca de los dones. En 12:13 Pablo dice: “Porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. En este versículo Pablo dice que fuimos puestos en posición de beber de un mismo Espíritu, pero no dice nada con respecto a los dones. Otro versículo crucial en 1 Corintios es 15:45: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”. Muchos de los que leen 1 Corintios sienten gran aprecio por los capítulos 12 y 14 debido a la mención que se hace en ellos del hablar en lenguas y del profetizar, pero pasan por alto 1 Corintios 15:45. ¿Qué prefieren ustedes: el hablar en lenguas o a Cristo como Espíritu vivificante? Si comparamos al Espíritu vivificante con el hablar en lenguas, podemos afirmar que el Espíritu vivificante es como oro y que el hablar en lenguas es como bronce. En 13:1 Pablo dijo: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, vengo a ser como bronce que resuena, o címbalo que retiñe”. Esto denota un sonido carente de vida. Si hablamos en lenguas humanas y angélicas y, pese a ello, carecemos de vida en nuestro espíritu, este hablar es como bronce que resuena. Lo dicho aquí por Pablo indica que hablar en lenguas no es un asunto relacionado con la vida. Hablar en lenguas no es una expresión de vida.

  Ahora debemos considerar la manera en que Pablo se expresó en 1 Corintios 7. A diferencia de muchos que pertenecen al pentecostalismo actual, Pablo no dijo “Así dice el Señor...”; más bien, en el versículo 25 él dijo: “No tengo mandamiento del Señor; mas doy mi parecer, como uno a quien el Señor ha concedido misericordia para ser fiel”. La expresión Así dice el Señor es tomada del Antiguo Testamento, pero no fue usada por los escritores del Nuevo Testamento. Pedro, Pablo y Juan no usaron esta expresión. En lugar de seguir el pentecostalismo para adoptar expresiones del Antiguo Testamento, debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu a fin de ser un solo espíritu con el Señor (1 Co. 6:17). Esto significa que debemos comprender que, al efectuar Su recobro interno mediante la vida, el Señor nos ha dado un espíritu nuevo.

Pone Su Espíritu en el espíritu de ellos

  Ezequiel 36:27 dice: “Pondré dentro de vosotros Mi Espíritu”. Aquí vemos que el Señor no solamente dijo que Él nos daría un corazón nuevo y un espíritu nuevo, sino también que Él pondría Su Espíritu en nosotros al poner Su Espíritu en nuestro espíritu. No debemos descuidar nuestro espíritu, pues nuestro espíritu es el vaso que contiene al Espíritu divino. Cuando los creyentes oyen la palabra espíritu, ellos suelen pensar que se refiere al Espíritu Santo; muy rara vez consideran que ellos tienen un espíritu humano. Sí, tenemos necesidad del Espíritu Santo, pero debemos comprender que el Espíritu Santo está en nuestro espíritu humano regenerado. “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu” (Ro. 8:16). ¡Alabamos al Señor por tener un corazón nuevo y un espíritu nuevo y porque tenemos al Espíritu Santo en nuestro espíritu para fortalecernos todo el tiempo!

  Esto nos permite cumplir los mandamientos de Dios. Los mandamientos de Dios se conforman a Su naturaleza, y nosotros tenemos la naturaleza de Dios en nuestro interior debido a que tenemos Su Espíritu en nosotros. Ahora hay algo en nuestro interior que corresponde a la ley de Dios. El Espíritu de Dios que está en nuestro interior contiene la naturaleza de Dios, y la naturaleza de Dios corresponde con la ley de Dios. Debido a que tenemos la naturaleza de Dios en nuestro interior, es fácil para nosotros guardar su ley. Anteriormente nos era difícil amar a los demás, pero ahora es fácil amar a los demás y difícil odiarlos debido a que poseemos una nueva naturaleza, la naturaleza de Dios, en nuestro interior.

LA TIERRA ES HECHA SEMEJANTE AL HUERTO DEL EDÉN

  En 36:34-36 el Señor prometió que los lugares desolados y desiertos se convertirían en lugares semejantes al huerto del Edén. Allí el plantío de renombre (34:29), Cristo como árbol de la vida, sería su rico suministro. Las iglesias locales tienen necesidad de alcanzar una condición tan elevada a fin de que sean semejantes al huerto del Edén. Incluso en la actualidad, con frecuencia en las reuniones de la iglesia tenemos el sentir de que estamos en el huerto del Edén.

LA CASA DE ISRAEL SE MULTIPLICA CON HOMBRES COMO UN REBAÑO

  Ezequiel 36:37-38 dice: “Así dice el Señor Jehová: Además, acerca de esto seré consultado por la casa de Israel, para que les haga esto; multiplicaré sus hombres como un rebaño. Como las ovejas santas para sacrificios, como el rebaño en Jerusalén en sus fiestas señaladas, así las ciudades arruinadas serán llenas de rebaños de hombres; y sabrán que Yo soy Jehová”. Aquí el Señor prometió que traería rebaños de gente. Aunque Él ha prometido hacer esto, todavía es necesario que nosotros se lo pidamos. Esto significa que debemos orar pidiendo el incremento numérico y decirle: “Oh Señor, trae rebaños de gente. Tú nos prometiste esto”.

  En el pasado, siempre que orábamos por un incremento numérico, el Señor respondía. Me parece que debemos orar más. El Señor ha prometido esto, pero todavía requiere que le pidamos. Él prometió darnos el incremento numérico multiplicando los hombres como un rebaño, pero es necesario que nosotros oremos por esto y le pidamos que lo haga. Espero que todos los santos en todas las iglesias locales oren de manera definida y específica por el incremento numérico. Jamás debiéramos sentirnos contentos con la presente cantidad de personas; más bien, debemos tener la aspiración a ser el doble en cierto período de tiempo. Por tanto, debemos orar: “Señor, trae rebaños de gente”.

  En 1963 en Los Ángeles, éramos apenas unas veinte a treinta personas, pero después que oramos por seis meses, el número aumentó grandemente. En Elden Hall también oramos pidiéndole al Señor que trajera rebaños de gente. Oramos: “Señor, trae rebaños de gente”, y el Señor oyó esta oración. Siento que en la actualidad debemos orar aún más, basándonos en Ezequiel 36:37-38 y reclamando esta palabra acerca del incremento numérico.

  No debiéramos decir que no nos importan los números y que éstos no significan nada. No debiéramos consolarnos así respecto a cualquier fracaso en cuanto al incremento numérico. Ciertamente necesitamos el incremento numérico. Debemos orar por tal incremento, reclamando la promesa hecha por el Señor en Ezequiel 36. Cuando algunos escuchen esto, tal vez dirán que a ellos no les importa la cantidad, sino la calidad. Sin embargo, la calidad viene de la cantidad. Por tanto, debemos orar al Señor para que nos dé el incremento numérico y para que Él añada hombres como rebaños.

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