Mensaje 44
Lectura bíblica: Fil. 2:13, 16a; Jn. 1:1-2, 14; 6:63; He. 1:1-2; 2 Ti. 3:15; Hch. 6:7; 12:24; 19:20
La Biblia revela las obras, los hechos y las actividades de Dios. Conforme a Su plan, El primero creó el universo y todas las cosas que hay en él. Los hechos de Dios comprenden la encarnación de Cristo, Su crucifixión, Su resurrección, Su ascensión y Su descenso como Espíritu, y también eventos futuros, como Su segunda venida, el reino y el cielo nuevo y la tierra nueva con la Nueva Jerusalén. Dios no está inactivo en ningún aspecto. Por el contrario, El ha hecho un sinnúmero de cosas. Sin las actividades que Dios realizó en la creación, el universo jamás habría llegado a existir. De modo que, el universo es producto de las actividades de Dios.
Sin embargo, la encarnación es un hecho aun más extraordinario que la creación, pues mediante ella Dios se hizo hombre. Como tal, Cristo llevó a cabo la obra redentora, al morir en la cruz por nuestros pecados. Luego, en Su resurrección, El introdujo Su humanidad en Dios. ¡Cuán maravilloso es este hecho!
A menudo los cristianos afirman que el Hijo de Dios se encarnó. Aunque esto es totalmente cierto, Juan 1:14 no declara que el Hijo de Dios se hizo carne, sino que “el Verbo se hizo carne”. Juan 1:1 dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”, luego, en el versículo 14, leemos que el Verbo se hizo carne. Esto indica que Dios mismo se hizo hombre. Primero vemos que el Verbo se hizo hombre; luego vemos que, en la resurrección, Cristo como el postrer Adán en la carne, se hizo Espíritu vivificante. Tanto Juan 1:14 como 1 Corintios 15:45 usan el verbo “hacer” de una manera muy significativa: el Verbo se hizo carne, y el postrer Adán fue hecho Espíritu vivificante. En primer lugar, Cristo se hizo hombre para efectuar la redención, y debido a ello, murió en la cruz y fue sepultado. Pero después, en la resurrección, El fue hecho Espíritu vivificante. Por lo tanto, hoy nuestro Dios es el Espíritu vivificante.
Nuestro Dios pasó por un proceso extraordinario; El se hizo hombre al nacer de una virgen en un pesebre. Por eso Isaías 9:6 declara que un niño nacería y que sería llamado Dios fuerte. Este niño nacido de una virgen, era el Dios fuerte, lo cual indica que el Dios fuerte llegó a ser un niño. ¿Se ha dado cuenta que un día nuestro Dios se hizo niño? ¡El Dios único en el universo se hizo niño! Aun nos podríamos referir a El como el Dios niño. Por supuesto, esta expresión no se encuentra en la Biblia; sin embargo, las Escrituras revelan claramente este hecho. Por tanto, hablar del Dios niño no es una herejía; antes bien, se trata de un hecho divino. Nuevamente, estamos hablando de dos expresiones cruciales que aparecen en la Biblia, la primera es “se hizo”, y la segunda, “fue hecho”. La primera se refiere a la encarnación del Verbo, cuando Dios llegó a ser un niño nacido en un pesebre.
La segunda expresión, “fue hecho”, se usa en 1 Corintios 15:45, donde leemos que el postrer Adán fue hecho Espíritu vivificante. ¿Quién era el postrer Adán? Sin lugar a dudas, era el hombre Cristo Jesús, el Dios encarnado, quien, mediante la resurrección, fue hecho Espíritu vivificante.
En primer lugar, debemos reconocer que el Verbo, quien es Dios mismo, se hizo carne; en segundo lugar, debemos ver que nuestro Dios se hizo niño. En tercer lugar, debemos reconocer que después de Su crucifixión y en la resurrección, Cristo fue hecho el Espíritu vivificante. No obstante, algunos cristianos se oponen a esta enseñanza, alegando que es herética. Piensan que es imposible que Cristo, quien es el segundo de la Trinidad, llegue a ser el Espíritu, el tercero de la Trinidad. Sin embargo, 1 Corintios 15:45 revela claramente que Cristo, el postrer Adán, fue hecho Espíritu vivificante. ¿No es el Espíritu vivificante el mismo Espíritu Santo? Si decimos que no, caeríamos en la herejía de afirmar que hay dos Espíritus vivificantes.
Debemos abandonar la teología tradicional y regresar a la Palabra pura. La Biblia enseña que el Dios Triuno pasó por un proceso y llegó a ser el Espíritu vivificante. Basándonos en lo que las Escrituras revelan, podemos afirmar que hoy en día, nuestro Dios es el Dios procesado. El ya no es un Dios “crudo”, un Dios sin procesar. Cuando decimos que Dios se procesó, nos referimos al hecho de que El se hizo niño, que nació de una virgen, y que como hombre fue crucificado, sepultado, visitó el Hades y entró en la resurrección. Sin lugar a dudas, esto fue un proceso; es por eso que afirmamos que nuestro Dios es el Dios procesado.
Desde Su nacimiento hasta Su resurrección, Cristo estaba siendo procesado. Durante la etapa de Su vida humana, que comprende de la encarnación a la resurrección, El pasó por un proceso. Finalmente, después de entrar en la resurrección, El fue hecho Espíritu vivificante.
Ya que ahora Cristo es el Espíritu vivificante, es fácil inhalarlo. Romanos 10 revela que Dios no está lejos de nosotros; por el contrario, El está muy cerca, aun en nuestra boca. Lo único que tenemos que hacer es inhalarlo. Esto ciertamente son buenas nuevas.
El evangelio consiste en que un día, Dios, el Creador, se hizo hombre y pasó por un proceso a fin de llegar a ser el Espíritu vivificante, al cual podemos inhalar. La letra mata, mas el Espíritu vivifica (2 Co. 3:6).
Nuestro Dios hizo todo lo necesario para llegar a ser el Espíritu vivificante. Ahora, no sólo tenemos a Dios y al Salvador, sino también al Espíritu vivificante. Los judíos no saben que Dios se hizo hombre, un hombre llamado Jesucristo. Ellos sólo conocen a Dios como el Creador, pero no reconocen que El se encarnó para venir a ser el Salvador. Incluso hoy muchos cristianos sólo conocen a Dios y a Cristo de una manera objetiva, pero no se han dado cuenta de que Cristo, quien es Dios mismo, es también el Espíritu vivificante. Dios, Cristo y el Espíritu son uno solo y no podemos separarlos. Podemos disfrutar a Dios, quien es tres y a la vez uno, como Espíritu, porque El entró en nuestro espíritu y nos hizo un sólo espíritu con El. En 1 Corintios 6:17 dice: “Pero el que se une al Señor, es un solo espíritu con El”. ¡Cuán maravilloso es esto!
El Espíritu vivificante es la consumación de los hechos de Dios, es decir, de todo lo que El ha realizado. Primero, Dios creó todas las cosas; en segundo lugar, El se hizo hombre por medio de la encarnación, y en tercer lugar, mediante la muerte y la resurrección, El se procesó para llegar a ser el Espíritu vivificante. Ahora, Dios no es solamente el Creador, el Redentor y el Salvador, sino también el Espíritu vivificante en Su estado final y consumado. Como tal, El es una bebida completa que podemos disfrutar. ¡Alabamos al Señor por revelarnos en Su Palabra que Aquel que es nuestro Dios, nuestro Creador, nuestro Salvador, nuestro Redentor y nuestro Señor, es también el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu!
Aparte de todos los hechos de Dios, la Biblia también revela que El es un Dios que habla. Leamos Hebreos 1:1 y 2, que dice: “Dios, habiendo hablado parcial y diversamente en tiempos pasados a los padres en los profetas, al final de estos días nos ha hablado en el Hijo”. Como resultado de los hechos de Dios, tenemos el Espíritu vivificante, y debido a que Dios es un Dios que habla, tenemos la Palabra. Además, la Palabra es la palabra de vida.
Podemos usar la electricidad para ejemplificar el Espíritu y la Palabra. Para aplicar la electricidad, se necesita una antena y un cable. Con una antena y un cable, la electricidad fluye libremente y puede aplicarse de diversas maneras. Podemos comparar el Espíritu con la antena, y la Palabra con el cable. Hoy en día, muchos cristianos centran su atención en la Palabra y descuidan el Espíritu. Un gran número de ellos, y en especial los que asisten a seminarios o institutos bíblicos, estudian la Biblia sin darle la debida importancia al Espíritu, “la antena”. Por otro lado, tenemos los pentecostales, quienes están en el otro extremo. Estos dan énfasis al Espíritu, “la antena”, pero descuidan la Biblia, “el cable”. En el recobro del Señor debemos ser equilibrados y tener tanto la antena como el cable, o sea, el Espíritu y la Palabra. Si somos equilibrados en cuanto al Espíritu y la Palabra, experimentaremos la transmisión, el flujo de la electricidad divina.
Dios se ha instalado en nosotros como electricidad celestial para que lo disfrutemos. Pero para ello, necesitamos el Espíritu y la Palabra. ¡Alabado sea el Señor porque la Palabra está en nuestras manos, y el Espíritu vivificante, en nuestro espíritu! El Espíritu y la Palabra son dos dones invaluables.
Es imprescindible ver que la Palabra es la corporificación del Dios vivo. Además, la Palabra es espíritu y es vida. El Señor Jesús dijo: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63). No debemos pensar que Dios es distinto al Espíritu y a la Palabra. Antes bien, los tres son una sola entidad, Dios es la Palabra, y la Palabra es el Espíritu.
Si Dios no fuese la Palabra, El sería un gran misterio para nosotros. Por ejemplo, si una persona no expresa lo que está en su interior, será misteriosa para los demás, pero si habla, se dará a conocer y revelará lo que tiene por dentro. De la misma manera, Dios se reveló a Sí mismo por medio de Su hablar. Dios es un Dios que habla; por ende, El es transparente. Cuanto más habla una persona, más transparente se hace.
Alabamos al Señor porque mediante Sus hechos llegó a ser el Espíritu, y porque debido a que El es un Dios que habla, llegó a ser la Palabra. Diariamente debemos acudir a la Palabra con un espíritu abierto y ejercitado. Entonces, no solamente recibiremos la luz que proviene de la Palabra, sino que entraremos en una esfera de luz; y cada vez que vayamos a la Biblia con un corazón puro y un espíritu recto, entraremos en dicha esfera. No es suficiente con recibir luz de la Palabra; necesitamos además entrar en la esfera de la luz.
Cuando tocamos la Palabra de una manera adecuada, mediante la lectura y la oración, experimentamos la corriente de la electricidad divina. Dicha corriente es el Dios que realiza en nosotros así el querer como el hacer, por Su beneplácito (Fil. 2:13). Si al abrir la Palabra no experimentamos a Dios de esta manera, debe haber algún problema de nuestra parte. Es probable que nuestra experiencia de “la antena”, es decir, del Espíritu, sea deficiente, y que sólo tengamos el cable de la Palabra. Sin embargo, si tenemos el Espíritu y la Palabra, sentiremos una actividad divina en nuestro interior. Algo se moverá en nuestro interior y, como resultado, seremos fortalecidos, confortados, nutridos, suministrados y refrescados. Este es el Dios que opera en nosotros.
La obra que Dios realiza en nosotros espontáneamente produce un vivir en el cual enarbolamos la palabra de vida ante los demás. Enarbolar la palabra de vida significa presentarla a las personas, ofreciéndola y aplicándola a ellos. Si Dios opera en nosotros y nosotros estamos llenos de la Palabra, entonces en cualquier lugar que estemos y en todas nuestras conversaciones y hechos expresaremos al Dios vivo. Esto es lo que significa enarbolar la palabra de vida, y esto es vivir a Cristo.
Creo que la mayoría de nosotros sabemos lo que significa entrar en una esfera de luz cuando vamos a la Palabra con un espíritu recto y un corazón puro, abriendo todo nuestro ser al Señor. Cuando oramos-leemos un pasaje de la Palabra de este modo, sentimos que algo se mueve en nosotros y nos conforta, fortalece, satisface y refresca. A veces sentimos ganas de dar gritos de júbilo, y en otras ocasiones sentimos deseos de cantar y alabar al Señor. Es posible que las personas que están a nuestro alrededor se sorprendan del cambio ocurrido en nosotros como resultado de tocar la Palabra de esta manera.
Debemos tener tal contacto con el Señor día tras día, hora tras hora, y aun a cada momento. Para esto, resulta muy útil llevar siempre con nosotros una versión de bolsillo del Nuevo Testamento, para que durante el día aprovechemos cualquier oportunidad para orar-leer la Palabra. Cuanto más oremos y leamos la Biblia con un espíritu recto y un corazón puro, más disfrutaremos la electricidad celestial y más experimentaremos al Dios vivo que opera en nosotros. Entonces, cuando nos sintamos tristes, El nos consolará; cuando estemos vacíos, El nos llenará; cuando tengamos hambre, El nos saciará, y cuando estemos desanimados, El nos animará. Asimismo, en todo lo que digamos y hagamos enarbolaremos la palabra de vida, lo cual significa que nuestra vida diaria tendrá una expresión divina. Esto es lo que significa vivir a Cristo, lo cual da por resultado que El sea magnificado en nosotros. Sin duda, ésta es la vida cristiana apropiada.
La vida cristiana está íntimamente relacionada con el Espíritu vivificante y con la palabra de vida. Dios ya consumó Su proceso y ahora es el Espíritu vivificante. Además, puesto que nuestro Dios es un Dios que habla, El mismo es la Palabra. Por consiguiente, El nos ha dado el Espíritu y la Palabra, los cuales son dos dones inestimables. Así, hoy en día tenemos la antena y cable, el Espíritu y la Palabra, los cuales nos permiten tener contacto con la electricidad celestial y disfrutarla. La experiencia de la electricidad divina no tiene nada que ver con el cristianismo y la teología tradicionales; se trata de tener contacto con Dios de una manera subjetiva; es tener contacto con Aquel que, por medio de la Palabra, mora en nosotros como Espíritu vivificante. Cuanto más experimentemos la palabra de vida como corporificación del Dios viviente, mayor será nuestro disfrute de Dios y, como resultado, podremos enarbolar la palabra de vida. Esto es lo que significa vivir a Cristo, de modo que El sea magnificado en nosotros.