Mensaje 21
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En este mensaje consideraremos otros aspectos de la manera en que Dios afronta la primera caída del hombre.
Como ya vimos, después de que el hombre cayó, Dios no vino a condenarlo, sino a buscarlo y a juzgar a la serpiente. Al condenar a la serpiente, Dios proclamó la promesa en cuanto a la simiente de la mujer (Gn. 3:15). No obstante, ése no fue el fin. Aunque Dios había proclamado la promesa de Su salvación, el hombre aún estaba en una situación confusa. Este no sólo se hallaba en una situación difícil, sino que un elemento pecaminoso había sido inyectado en su naturaleza. Por consiguiente, el hombre es pecaminoso exteriormente y corrupto interiormente. Dios no tenía ninguna intención de condenar al hombre. Todo lo que sentía Dios en Su corazón hacia el hombre era amor, y el hombre estaba bajo el amoroso cuidado de Dios. Por consiguiente, Dios dispuso algunos sufrimientos por el bien del hombre. Aunque no nos gustan los padecimientos, de todos modos Dios ha determinado que pasemos por ellos.
¿Cuál es el propósito de los sufrimientos que Dios dispuso para el hombre? El fin principal es restringirlo. En realidad, los sufrimientos designados por Dios son nuestra salvaguarda y protección. Jamás olvide que el hombre tiene un elemento corrupto y corruptor en su naturaleza como resultado de la caída. Dios ama al hombre y lo trata con amor, aunque en la naturaleza de éste todavía haya un elemento satánico. Es probable que inmediatamente después de la caída, el hombre no haya entendido su verdadera condición; sin embargo, Dios comprendía el problema, y por eso determinó los sufrimientos para el hombre caído con el fin de restringirlo. Los jóvenes de todo el mundo desean libertad; quieren tener su libertad. No obstante, debemos darnos cuenta de que demasiada libertad elimina las restricciones que Dios, en Su amor, estableció para nosotros. Como hombres caídos que poseemos una naturaleza corrupta, sin duda necesitamos reglamentaciones que nos protejan y nos salvaguarden. Supongamos que una mujer tiene un niño travieso. Si ella no ejerce ningún control sobre el niño, éste no lograría sobrevivir tres días. El se mataría como resultado de su libertad excesiva. Ninguna madre es tan insensata como para conceder plena libertad a un niño travieso. Todos los niños necesitan restricciones. Las limitaciones son buenas para nosotros.
Como adulto tengo que ser restringido por mis queridos hermanos en el Señor, y me gusta serlo. Las hermanas me limitan aún más. En realidad dispongo de muy poca libertad. Si ustedes me ofrecieran libertad, yo les diría: “No, gracias. Llévese su libertad; yo necesito ser refrenado”. Cuánto le agradezco al Señor por haberme restringido mediante las limitaciones que me ha impuesto en estos últimos años. No me han causado sufrimiento las restricciones de los santos, sino que las he disfrutado. Los límites que me han puesto mis hermanos y hermanas en el Señor han sido mi protección. Aunque, por el momento, no piense usted que las restricciones sean agradables, creo que dentro de algunos años adorará al Señor diciendo: “¡Gracias, Señor, por las restricciones!”
Quisiera decir algo acerca de los cónyuges. A ninguna mujer le gusta ser restringida. Las hermanas queridas pueden ser santas y procurar la espiritualidad, pero no creo que anhelen ser restringidas. A la esposa no le gusta aceptar restricciones de su marido ni de su suegra. Me he enterado por la historia y por experiencia que son pocas las nueras que quieren a sus suegras. Parece que Dios así lo dispuso. Dios determinó que la suegra fuese una restricción para la nuera y que la nuera fuese un problema para la suegra. Esto no nos parece agradable, pero en realidad eso es bueno. Toda hermana que esté dispuesta a aceptar restricciones de parte de su marido, de sus hijos y de su suegra estará protegida.
Ahora me dirijo a los maridos. Nosotros los hermanos necesitamos indudablemente las restricciones que provienen de nuestras esposas. Le doy gracias al Señor por mi querida esposa. Puedo testificar que la mejor ayuda que ella me ha brindado ha sido sus restricciones. Ella me restringe hasta en lo que como. Aunque mi estómago me pertenece, ella determina la cantidad de alimentos que como. Día tras día, le digo: “Todavía tengo hambre”, pero ella contesta: “Es suficiente. Ya no queda más”. Con el tiempo, al aceptar sus restricciones, mis problemas gástricos fueron sanados. He aprendido que si usted tiene un problema gástrico o una úlcera estomacal, la mejor manera de sanarlo es limitar su alimentación. Por tanto, toda regulación es en realidad una gran ayuda. Todos necesitamos esta ayuda. Por consiguiente, Dios determinó los sufrimientos para el hombre a fin de limitarlo, rescatarlo con la disciplina y salvaguardarlo.
En cuanto a la mujer, Dios dispuso que experimentara sufrimientos o dolores en las preñeces (Gn. 3:16; 1 Ti. 2:15). Los sufrimientos de las preñeces incluyen el embarazo y el parto. Las preñeces, es decir, el embarazo y el parto, son dolorosas. Dios no había dispuesto que esto fuera así antes de la caída; pero debido a la caída, El determinó sufrimiento para la mujer, que fue la primera en caer. Usted se preguntará por qué Dios primero determinó los sufrimientos para la mujer y después para el hombre. Dios hizo eso porque la mujer fue la primera en transgredir la prohibición de Dios. Por tanto, Dios empezó por ella. Eso estaba correcto. Si Dios hubiera empezado por Adán, éste habría dicho: “Señor, no empieces por mí. No fui yo el primero en caer. Debes ir al primero”. Por tanto, Dios empezó por Eva.
¿Por qué algunas mujeres limitan sus preñeces? Porque quieren disfrutar de una vida libre. Esto va en contra del camino de Dios. Todos sabemos que la preñez acarrea problemas, pero Dios la estableció como restricción. La mejor protección para una joven demasiado liberada es tener muchos hijos. Aun cuando ni los padres de ella ni su marido ni su familia política logren restringirla, sus hijos le limitarán su excesiva libertad. Los hijos constituyen una restricción y una protección para su madre. Esta es la razón por la cual Pablo deseaba que las mujeres jóvenes se casaran y tuvieran hijos para que no fueran chismosas ni entrometidas (1 Ti. 5:13-14).
El Señor también le dijo a Eva que su marido se enseñorearía de ella. Esto significa que toda hermana debe estar bajo el señorío de su marido. ¿Por qué cayó Eva? Por no hacer caso a su marido y asumir el liderazgo. Por consiguiente, Dios parecía decirle: “Eva, de ahora en adelante nombro a Adán para que tenga dominio sobre ti”. A pesar de que esto es difícil de aceptar, la Biblia nos enseña que la mujer debe estar sujeta al marido. Todos nosotros debemos aceptar esto como una salvaguardia y una protección. El señorío del esposo es una verdadera salvaguardia para la esposa. Por esto Pablo escribe en 1 Timoteo 2:11-12: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción; no permito a la mujer enseñar, ni ejercer autoridad sobre el hombre”. La enseñanza de Pablo al respecto se basa en lo que Dios determinó en Génesis 3:16. Espero que las hermanas presten atención a esta palabra divina de la Biblia.
En cuanto al hombre, la tierra produce espinos y cardos (Gn. 3:17-18). Entre ustedes pocos son agricultores y tal vez piensen que pueden escaparse de la tierra. No obstante, cualquiera que sea su trabajo o profesión, su trabajo o profesión constituye la tierra. En toda la tierra no existe ningún trabajo o profesión que no presente dificultades. En todos los empleos, la tierra produce espinos y cardos. Entonces algunos dirán: “No trabajaré para otro. Estableceré mi propio negocio”. Si usted dice eso, después de unos años ya no querrá estar en los negocios. Deseará abandonar su negocio porque, en lugar de producirle dinero, le produce espinos y cardos. En toda clase de empleos, en las escuelas, las fábricas, los mercados y las oficinas, la tierra parece producir fácilmente espinos y cardos. Hace varios años encontré a un hermano que cultivaba frutas. Yo pensaba que ser agricultor era algo maravilloso, pero el hermano me habló bastante sobre las dificultades que tenía con su finca. Estas dificultades son determinadas por Dios. Jóvenes, ustedes deben estar conscientes de que esto es lo que Dios dispuso. Dios le dijo a Adán que la tierra producirá espinos y cardos y que él debía sufrir dolor y fatiga.
Dios le dijo al hombre que sufriría dolor, sudor y fatiga durante toda su vida (Gn. 3:19). Por tanto, el hombre debe laborar, sudar y sufrir. Sin embargo, la fatiga y los sufrimientos constituyen una protección para el hombre caído. Si un hombre no está ocupado en un trabajo determinado, le resulta fácil caer en pecado. Todos los hombres deben estar ocupados en alguna labor a fin de evitar cometer pecados. Para muchos, el trabajo en sí no es una salvaguardia suficiente; necesitan otros sufrimientos. Así que, el trabajo y los sufrimientos frecuentes impiden que la gente peque.
Después de la caída, Dios también ordenó que el hombre no viviera para siempre, sino que muriese y volviese a la tierra. No obstante, esto no significa que el hombre debe perecer, porque Dios, en Su relación con él, le ha proporcionado la manera de ser salvo. En el castigo que Dios asignó al hombre y a la mujer hay sufrimientos, pero no necesariamente la perdición. No obstante, si el hombre no toma el camino de la salvación que Dios le brinda, ciertamente perecerá después de la muerte. La muerte también es una restricción que Dios puso al hombre caído.
Hace varios años, di un mensaje que abarcaba tres temas: el sufrimiento, el sueño y la muerte. Ninguno de estos asuntos parece bueno, y no me agrada ninguno de ellos. Quisiera ser una persona que no sufriera jamás, que no necesitara dormir y que viviera para siempre. Pero debemos entender que el sufrimiento, el sueño y la muerte son restricciones para los pecadores. Si Hitler viviese en la actualidad y siguiera viviendo otros quinientos años, sería el peor diablo que la tierra hubiese conocido jamás. Cuando yo estaba en Manila hace más de veinte años la gente me habló de cierta persona maligna. Les dije: “No se molesten. Dejen que empeore lo más que pueda. Les aseguro que no podrá seguir diez años más. No creo que cambie para bien, pero estoy seguro de que después de diez años morirá”. Poco después leí en el periódico que esta persona había muerto. El sufrimiento restringe a la gente, el sueño la inmoviliza, y la muerte la aniquila. Si usted va a Hong Kong, oirá hablar de un juego llamado Mah-Jongg. A ningún jugador de Mah-Jongg le gusta dormir; juegan Mah-Jongg día y noche hasta setenta y dos horas sin parar. Pero después de este lapso, sus esposas no necesitan pararlos; el sueño los vence. Por tanto, por muy mala que sea una persona, primero se detendrá a causa del sueño y luego será aniquilada por la muerte. El sueño es una pequeña muerte, y la muerte es un sueño más grande. En esta tierra hoy en día, no existe ni una sola persona maligna que tenga ciento cincuenta años de edad. Todas las personas malignas de estos últimos ciento cincuenta años están muertas y sepultadas. Dios ha usado la muerte para purgar la tierra. En cierto sentido, la muerte es un sufrimiento para el hombre; no obstante, el hombre no se da cuenta de que ésta es verdaderamente la manera que Dios usa para protegerlo.
Junto con los sufrimientos ordenados por Dios, Adán experimentó una redención anticipada. ¿Por qué decimos que era una redención anticipada? Porque en Génesis 2 la verdadera redención no se había efectuado. En Génesis 3:21 vemos un anticipo de la redención que había de cumplirse cuatro mil años más tarde. Tanto el hombre como la mujer se encontraban en una situación que requería redención. Aunque Dios no los había condenado, aunque los había buscado y les había dado sufrimientos como restricción y protección para ellos, y aunque les había proclamado la promesa de la simiente venidera, de todos modos cuando Adán y Eva se miraron, todavía estaban casi desnudos. Digo que estaban casi desnudos porque estaban cubiertos ligeramente por los delantales (o cubiertas) que ellos se habían hecho con hojas de higuera (Gn. 3:7). Las cubiertas de hojas de higuera representaban la propia obra del hombre en su intento de tapar su pecado.
Adán y Eva eran pecadores, y sus ojos fueron abiertos al conocimiento del bien y el mal. Un siervo del Señor dijo que no es necesario hacer el mal, pues el mero hecho de conocer el mal es maligno en sí. Anteriormente Adán y Eva eran inocentes y no eran malignos. Pero cuando se dieron cuenta de que estaban desnudos, se hicieron malos porque el hecho de conocer el mal es maligno. Nadie puede evitar el mal si lo conoce. En tanto que usted conozca el mal, se contaminará con él. La mejor manera de apartarse del mal es no conocerlo. Adán y Eva eran pecadores y lo sabían. Por tanto, intentaron ayudarse al hacerse cubiertas de hojas de higuera a fin de tapar su desnudez. Esto era lo que sus propias manos habían hecho con las hojas de higuera. Después de la caída, todo lo que usa el hombre de la vida vegetal representa lo que se hace sin la sangre redentora. Antes de la caída, el hombre no necesitaba la sangre redentora, pero después de la caída sí la necesita. Por tanto, el intento de cubrir su desnudez con la vida vegetal nunca podrá lograrlo. El hombre pecador necesita la sangre de un animal; necesita el sacrificio de sangre para efectuar la redención (He. 9:22). Por consiguiente, las cubiertas que Adán y Eva hicieron con las hojas de higuera no taparon su desnudez a los ojos de Dios.
Sin embargo, no debemos olvidar Génesis 3:20. Después de oír las buenas nuevas, Adán llamó inmediatamente a su esposa “Eva”, que significa “viviente”. Adán y Eva temblaban porque temían la sentencia de muerte, pero de pronto Adán oyó las buenas nuevas, respondió creyendo, y le dijo a Eva: “Eva, estás viva. No vas a morir; vas a vivir”. El versículo 20 significa que Adán creyó en las buenas nuevas. La primera vez que la Biblia alude a la fe se halla en Génesis 3:20, y el primero que creyó en las buenas nuevas fue Adán. Cuando Adán oyó las buenas nuevas, creyó que él y Eva iban a vivir y que no morirían.
Después del versículo 20 en el cual vemos que Adán creyó, llegamos al versículo 21 donde vemos la justificación que Dios da. Después de que Adán creyó en las buenas nuevas, Dios les hizo túnicas de piel a él y a su esposa, y los vistió. Las túnicas los cubrieron completamente. Reflexione un poco acerca de las túnicas hechas con hojas de higuera. Después de algunos días, las hojas se habrían secado y quebrado. Con el tiempo, habrían caído, y el hombre y la mujer habrían quedado completamente desnudos. Por esto, usted nunca debería cubrirse con su propia labor. Usted es pecador a los ojos de Dios y está desnudo delante de El. Todo lo que hace para taparse no es más que una cubierta hecha con hojas marchitas de higuera, las cuales proceden de la vida vegetal. Usted necesita ser cubierto con túnicas de vida animal. Las túnicas de pieles que Dios hizo para Adán y Eva los cubrían día y noche.
Por favor, recuerde que casi todos los asuntos mencionados en los primeros tres capítulos de Génesis constituyen una semilla. Aquí en Génesis 3:20-21, tenemos la semilla de la fe en el evangelio y la semilla de la justificación efectuada por Dios. La semilla de la fe en el evangelio de Dios se encuentra en Génesis 3:20 donde Adán declara que el nombre de Eva era “Viviente”. La proclamación del evangelio por parte de Dios, y la respuesta de Adán al llamar a Eva “Viviente”, constituían la semilla de la fe en el evangelio. Más adelante Dios vino para justificar. Adán y Eva estaban desnudos y se habían hecho delantales para cubrirse. Estos no cubrían sus cuerpos como era debido. Después de que Dios vino a predicar el evangelio y de que Adán respondió creyendo, Dios vistió al hombre y a la mujer con túnicas. Esto significa que los justificaba. Ser justificado significa estar cubierto con la justicia de Dios, la cual es Cristo mismo y no una obra humana. El hecho de que Adán y Eva estaban cubiertos con las túnicas significaba que estaban en Cristo. En Gálatas 3:27 se afirma: “Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos”. La túnica es el tipo más claro en la Biblia de Cristo como justicia de Dios, la justicia que nos cubre. Por tanto, en figura, Adán y Eva estaban en Cristo. Por consiguiente, tanto la fe del hombre como el acto de Dios de justificar a los que creen, fueron sembrados a modo de semillas en Génesis 3:20-21. Estas semillas se desarrollan en las epístolas del Nuevo Testamento.
A pesar de que la Biblia no dice explícitamente que las túnicas fueran tomadas de un cordero, yo creo, junto con otros, que eran vestiduras de piel de cordero, porque de las pieles se hicieron túnicas. Algunas versiones dicen “cubiertas” y otras “prendas”. De todos modos, de las pieles fue hecha la ropa. Sin lugar a dudas, las pieles no venían de las vacas; deben haber sido pieles de corderos tiernos, pieles adecuadas para vestir.
Después de que Adán y Eva fueron vestidos con las túnicas de pieles, ellos tenían apariencia de cordero. ¿Era Adán un hombre o un cordero? Lo que se veía era la lana, pues Adán estaba completamente cubierto por el cordero. A pesar de ser un hombre, se había convertido en cordero a los ojos de Dios. La gente siempre se convierte en lo que la cubre. Nosotros expresaremos a Cristo y nos pareceremos a El por estar cubiertos de El. Cuando Adán y Eva se taparon con las cubiertas de hojas de higuera que ellos mismos habían hecho, deben de haber parecido horribles, desnudos y pecadores. No obstante, después de vestirse con túnicas de pieles de cordero, deben haber parecido corderos. Dios nos puso en Cristo (1 Co. 1:30), y nosotros nos hemos vestido de Cristo (Gá. 3:27). Por tanto, podemos expresar a Cristo. Pablo podía incluso decir: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). Pablo llegó a ser la expresión de Cristo al ser uno con El. El pensamiento de expresar a Cristo fue sembrado en la tipología de las túnicas de pieles que cubrieron a Adán y Eva y que llegaron a ser su expresión.
Sin duda alguna, los corderos tuvieron que ser sacrificados para poder obtener las túnicas. Fueron inmolados y su sangre fue derramada. Creo que Dios probablemente mató a los corderos en presencia de Adán y Eva y que ellos vieron el sacrificio. Eso debe haberles dejado una profunda impresión. Tal vez Adán le haya dicho a Eva: “Eva, ¿no sabes que ése debería ser nuestro destino? Nosotros merecíamos morir. Nuestra sangre debió ser derramada porque caímos, cometimos pecado y transgredimos la prohibición de Dios. Según la prohibición de Dios, deberíamos morir. Pero Dios no nos mató, Eva. Dios está matando a estos corderos en lugar nuestro. Cuán agradecidos deberíamos estar por estos corderos. Ellos son nuestro sustituto”.
Un día el Señor Jesús vino, y Juan el Bautista dijo de El: “He aquí el Cordero de Dios” (Jn. 1:29). Juan 1:29 desarrolla Génesis 3:21. En tipología, los corderos fueron inmolados, pero Cristo ya había sido inmolado a los ojos de Dios, pues El fue inmolado desde la fundación del mundo (Ap. 13:8). Dice en Hebreos 9:22: “Sin derramamiento de sangre no hay perdón”. Así que este asunto de derramar la sangre también fue sembrado en Génesis 3:21 y se desarrolla en Juan 1:29 y Hebreos 9:22. Si usted lee las epístolas del Nuevo Testamento, observará con qué frecuencia se menciona la sangre. Fuimos redimidos por la preciosa sangre del Cordero de Dios, el cual fue preparado por Dios para nosotros antes de la fundación del mundo (1 P. 1:18-20). Cristo fue determinado como cordero antes de la caída de Adán. Podemos ver un cuadro del derramamiento de la sangre de Cristo allí en el huerto. Sin derramamiento de sangre, ¿cómo puede un Dios justo justificar a un hombre pecador? Sin derramamiento de sangre, no habría sido lícito, justo ni bueno que Dios pusiera una túnica sobre el hombre caído. No obstante, antes de cubrir al hombre pecador con túnicas de pieles, Dios lo juzgó y lo mató en el sacrificio. Dios nunca nos matará, porque El ya nos mató en Cristo. En la cruz, el Dios justo inmoló a Cristo. Por consiguiente, cuando respondemos al evangelio y decimos: “Viviente”, Dios inmediatamente viene y nos cubre con Cristo como nuestra justicia. Esto significa que la justificación que da Dios se basa en la redención. El poner túnicas de pieles se basaba en el derramamiento de la sangre del sacrificio, pues en realidad el cordero del sacrificio era un sustituto del hombre pecador.
Aunque muchos cristianos hablan de sustitución, del hecho de que Cristo murió en nuestro lugar, pocos entienden qué significa la unión. La verdadera sustitución se basa en la unión. Adán y Eva eran pecadores, y los corderos fueron inmolados y su sangre fue derramada por sus pecados. ¿Cómo pudo la muerte de los corderos ser la muerte de ellos? Si los corderos y Adán y Eva estuvieran separados el uno del otro, los corderos no podían sustituirlos. Cuando Adán creyó en las buenas nuevas, Dios lo cubrió con una túnica de piel de cordero, y Adán fue hecho uno con el cordero. El pecador se hizo uno con el sustituto. Esta es la unión. La unión hace que la sustitución sea eficaz, pues sin la unión, la sustitución queda aislada. La sustitución no tiene nada que ver con nosotros hasta que entramos en esa unión. Cuando participamos de la unión, todo lo que el sustituto ha cumplido es nuestro. Cristo lo realizó todo por nosotros en la cruz, pero sin unión nada de lo que El cumplió en la cruz tendría relación con nosotros. Pero si decimos: “Amén, Señor”, seremos vestidos de Cristo y puestos en El. Al ser uno con Cristo, todo lo que El cumplió en la cruz llega a ser nuestro, nuestra porción. La unión trae la eficacia de la sustitución, y la sustitución se basa en la unión.
Cuando predicamos el evangelio, algunas personas nos preguntan: “Puesto que Cristo murió por nosotros, ¿por qué necesitamos creer? Usted acaba de decirnos que El efectuó plena redención por nosotros. Entonces, ¿por qué tenemos que creer nosotros?” Porque ustedes necesitan la unión. Si ustedes no creen en Cristo, no tienen esa unión. Si no tienen unión con El, no podrán hacer suyo todo lo que El hizo en la cruz ni podrán aplicarlo. Debemos creer en Cristo. Cada vez que la Biblia habla de creer para ser salvos usa la preposición “en”. Debemos creer en El. Esta pequeña palabra “en” denota “unión”. Creer en Jesucristo significa ser uno con El, tener unión con El. Si soy un hombre pobre y usted es multimillonario, es posible que usted tema unirse a mí, pero yo estaría contento de unirme a usted, porque cuando yo me uno con usted, todo lo suyo llega a ser mío. Esta es la razón por la cual tantas mujeres quieren casarse con hombres ricos. Según la ley de California, en la unión entre marido y mujer queda implícito que la esposa llega a poseer todo lo que el marido tiene. Nosotros tenemos el mejor matrimonio. Nosotros los pobres mendigos nos hemos casado con Cristo, el multimillonario más grande. Todo lo que El tiene, todo lo que es, lo que ha hecho y va a hacer, lo que ha logrado y obtenido, es nuestro. Ahora estamos en Cristo. Este asunto de unión también fue sembrado en Génesis, se desarrolla plenamente en las epístolas del Nuevo Testamento y madurará como una cosecha en Apocalipsis 21.
Aunque vimos que los sufrimientos fueron determinados para restringirnos, rescatarnos y guardarnos y aunque vimos la redención anticipada, queda de todos modos un problema práctico: ¿Qué sucede con el árbol de la vida? ¿Puede el árbol de la vida quedar a disposición del hombre caído y pecaminoso?
Aunque en aquel entonces Adán y Eva tenían un anticipo de la redención, no tenían la verdadera redención. Todavía eran pecaminosos en su naturaleza. Si ellos, siendo corruptos en su naturaleza, hubieran comido del árbol de la vida mientras estaban en esa condición, habrían vivido para siempre con su naturaleza pecaminosa. Dios no lo permitió. El árbol de la vida, el cual representa a Dios, no debe ser tocado por el hombre pecaminoso. Por tanto, antes de efectuarse la verdadera redención, Dios debía cerrar el camino al árbol de la vida. Al completarse la verdadera redención, el árbol de la vida volvería a ser accesible. Así que, Génesis nos dice que después de que Dios preparó la redención anticipada para el hombre, cerró el camino al árbol de la vida.
Resulta muy significativo considerar la manera en que Dios cerró el camino al árbol de la vida. En figura, Dios cerró el camino mediante los querubines y una espada encendida. Aquí vemos tres asuntos: los querubines, la llama y la espada. Como dijimos con anterioridad en cuanto a otros asuntos en estos capítulos de Génesis, debemos usar alegorías para interpretar todas las figuras de Génesis 3. Es perfectamente válido usar alegorías al interpretar el Antiguo Testamento, pues tanto el Señor Jesús como el apóstol Pablo lo hicieron.
Si leemos Ezequiel 9 y 10 y Hebreos 9, veremos que los querubines simbolizan la gloria de Dios. Ezequiel 9:3 revela que la gloria de Dios estaba con los querubines, y Hebreos 9:5 habla de “los querubines de gloria”, porque Dios los usó para representar, expresar y mostrar Su gloria. Por consiguiente, el camino al árbol de la vida fue cerrado por los querubines, lo cual significa que fue cerrado por la gloria de Dios. La gloria de Dios no permitía que el hombre pecaminoso tocara a Dios antes de que se cumpliera la verdadera redención. En Romanos 3:23 Pablo dice que todos pecaron y carecen de la gloria de Dios. Por tanto, fue la gloria de Dios la que cerró el camino al árbol de la vida. La gloria de Dios no permitía que ninguna persona pecadora y carente de Su gloria tuviera contacto con El.
La llama representa el fuego, y el fuego en tipología es la santidad de Dios. Dios es un fuego consumidor (Dt. 4:24; 9:3; He. 12:29). Todo lo común, lo impuro o lo pecaminoso es consumido por El. Este fuego consumidor representa la santidad de Dios, y sin santidad nadie lo verá (He. 12:14). Por tanto, el segundo elemento que cerró el camino al árbol de la vida fue la santidad de Dios.
La espada representa la muerte. En Génesis 3 la muerte a espada indica la justicia de Dios (cfr. Lm. 3:42-43; Ro. 2:5). Si Dios mata a alguien sin que el pecado esté de por medio, El podría ser censurado por actuar injustamente. Sin embargo, puesto que el pecado está de por medio, es necesario, según el Dios justo, darle muerte a tal persona. Por tanto, la espada que mata representa los requisitos de la justicia de Dios. Por consiguiente, la gloria, la santidad y la justicia de Dios cerraron el camino al árbol de la vida, lo cual indica que el hombre, mientras era pecador, no podía tener contacto con Dios como el árbol de la vida.
Ahora consideremos dos ejemplos del hecho de que Dios cerró el camino al árbol de la vida. En el monte Sinaí, Dios vino a visitar a Su pueblo (Éx. 19:10—20:21). No obstante, parecía decir a Moisés: “Moisés, di al pueblo que debo tener un límite alrededor del monte y que nadie debe cruzar el límite. Yo soy santo, justo y estoy lleno de gloria. Entre vosotros, seres pecaminosos, nadie está calificado para pasar ese límite. Si lo hacéis, moriréis”. El monte Sinaí quedó cubierto con una nube en la cual estaba la gloria de Dios (Éx. 24:16-17). Esa gloria era muy exigente. Separó a todo el pueblo pecaminoso de la presencia de Dios y cerró el camino al árbol de la vida. También, en el monte estaba el fuego consumidor (Éx. 19:18). Los israelitas estaban tan atemorizados que dijeron a Moisés: “No nos pidas acercarnos a Dios. Acércate tú a El por nosotros. Mira lo que está en el monte: el fuego devorador. No nos atrevemos a dar un paso más”. Esto era el requisito de la santidad de Dios. Además, durante el encuentro de Dios con Moisés en el monte Sinaí, le dio la ley, los diez mandamientos justos (Éx. 20:1-17). Estos mandamientos también eran una gran exigencia. Por consiguiente, en el monte Sinaí vemos el cuadro de tres asuntos: la gloria de Dios, Su santidad y Su justicia. Estos atributos divinos pusieron exigencias y requisitos sobre el hombre pecador. De esta manera, el hombre fue separado de Dios, el árbol de la vida, por la gloria, la santidad y la justicia de Dios.
Un segundo ejemplo es el tabernáculo, en cuyo centro se encontraba el Lugar Santísimo (Lv. 16:1-2). Dios estaba en el Lugar Santísimo, que Su gloria shekinah llenaba continuamente. Sin embargo, el hombre no podía entrar en el Lugar Santísimo en todo tiempo porque los querubines que estaban encima del arca (Éx. 25:18-20) observaban si el hombre pecaminoso podía satisfacer los justos requisitos de Dios. Esto significa que la gloria de Dios estaba allí observando. También había querubines bordados en el velo de separación (Éx. 26:31-34). Además, cuando Nadab y Abiú, los dos hijos de Aarón, entraron al lugar santo con un fuego extraño, fueron quemados y muertos (Lv. 10:1-3). El fuego, que representa la santidad de Dios, salió del lugar santo para devorarlos. Además, en el arca del Lugar Santísimo se hallaba la ley de Dios (Éx. 40:20-21; He. 9:3-4). La ley representaba la justicia de Dios. Por consiguiente, una vez más vemos que la gloria, la santidad, y la justicia de Dios pusieron exigencias sobre el hombre pecador y le impidieron tener contacto con Dios.
El camino al árbol de la vida fue cerrado durante el período que precedió el cumplimiento de la redención por parte del Señor Jesús. Mediante la muerte todo-inclusiva de Cristo en la cruz, fueron satisfechos todos los requisitos de la gloria, la santidad y la justicia de Dios.
La muerte redentora de Cristo satisfizo los requisitos de la gloria de Dios. Cuando El murió, el velo en el cual estaban bordados los querubines de la gloria se rasgó en dos de arriba abajo (Mt. 27:50-51). El hecho de que se haya rasgado de arriba abajo demuestra que esto era obra de Dios y que la barrera entre Dios y el hombre quedaba eliminada. El hombre carecía de la gloria de Dios, pero ahora Dios lo puede justificar mediante la redención que está en Cristo (Ro. 3:23-24).
La santidad de Dios quedó satisfecha con la muerte de Cristo en la cruz. Somos santificados, hechos santos, mediante la ofrenda que hizo Cristo una vez y por todas (He. 10:10). Por Su única ofrenda, Cristo nos perfeccionó en la santificación, en la santidad (He. 10:14). El nos santificó con Su sangre (He. 13:12). Por la muerte de Cristo, la santidad de Dios es nuestra y los requisitos de Su santidad ya no son un problema para nosotros.
La muerte de Cristo también satisfizo la justicia de Dios. Dios hizo a Cristo pecado por nosotros a fin de que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en El (2 Co. 5:21). El justo sufrió por los pecados de los injustos (1 P. 3:18). Mediante la muerte de Cristo, la justicia de Dios se ha hecho nuestra y no puede apartarnos del Dios justo que es el árbol de la vida. Por lo tanto, el camino al árbol de la vida nos fue completamente abierto una vez más al efectuar Cristo la redención.
La sangre de Cristo nos abrió un camino nuevo y vivo puesto que El cumplió los requisitos de la justicia, la santidad y la gloria de Dios (He. 10:19-20, 22). La palabra “nuevo” de Hebreos 10:20 significa “fresco” o “recién hecho”. Tenemos este camino fresco, un camino hecho recientemente. Mediante este camino nuevo, fresco y vivo tenemos la confianza de entrar en el lugar secreto donde se halla el árbol de la vida.
No tengan temor de su naturaleza pecaminosa, pues ya fue crucificada. La naturaleza pecaminosa, el viejo hombre, el alma, el ego y el horrible “yo” fueron clavados en la cruz. Por consiguiente, Dios tiene la confianza de concedernos la vida eterna. El no tiene temor de que vivamos eternamente con nuestra naturaleza caída porque ésta fue aniquilada por la muerte todo-inclusiva de Cristo.
Ahora podemos acercarnos a Dios (Jac. 4:8; He. 4:16; 10:19, 22). Mediante la redención efectuada por Cristo, Dios entró en nuestro espíritu. Debemos volvernos a nuestro espíritu y, mediante la sangre de Jesús, entrar en el Lugar Santísimo donde tenemos acceso al árbol de la vida. Esto es maravilloso. Ahora no estamos bajo el anticipo de la redención, sino que disfrutamos de la redención cumplida. Esta redención nos ha abierto un camino nuevo y vivo para entrar en el Lugar Santísimo. Este camino no estaba presente en el huerto, pero ahora está en nuestro espíritu. Por consiguiente, ahora tenemos la confianza de tocar al Dios viviente, quien es el árbol de la vida. Puesto que nuestras túnicas fueron lavadas, tenemos derecho a acercarnos al árbol de la vida y a disfrutar sus riquezas (Ap. 22:14).