Mensaje 1
Lectura bíblica: Hab. 1:1-17; 2:1-4
En este mensaje comenzaremos a considerar el libro de Habacuc. Abarcaremos las palabras de introducción, el primer diálogo entre el profeta y Jehová, y la primera parte del segundo diálogo entre ellos. Como veremos, el versículo de oro en Habacuc es 2:4: “El justo por su fe vivirá”. Este versículo se relaciona con la salvación eterna provista por Dios, Su salvación de todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo. Todo lo demás en el libro de Habacuc sirve de trasfondo para presentar la revelación concerniente a la salvación eterna que Dios provee a los pecadores. Podríamos comparar el libro de Habacuc a una nuez y afirmar que este versículo es el “núcleo” dentro del cascarón de la “nuez”. Por tanto, al leer Habacuc, debemos concentrar nuestra atención en este versículo.
Las palabras de introducción se hallan en 1:1.
En hebreo el nombre Habacuc significa “abrazar” o “asirse de”, lo cual significa que debemos buscar a Dios al abrazarlo o asirnos de Él. A fin de recibir la salvación eterna provista por Dios, debemos ser abrazados por Dios, y nosotros mismos debemos asirnos de Él.
La salvación eterna es en realidad Dios mismo. Dios no nos salva al permanecer en los cielos y extender Sus brazos para alcanzarnos en la tierra. A fin de salvarnos, Dios se hizo hombre aquí en la tierra y vino a nosotros. El pensamiento central de los cuatro Evangelios es que el Dios que salva salió de la eternidad para entrar en el tiempo, salió de los cielos para venir a la tierra y salió procedente de la divinidad para introducirse en la humanidad a fin de ser un hombre. De este modo, Él podría abrazar al hombre y el hombre podría asirse de Él.
Al venir a salvarnos, Dios no tenía la apariencia, la forma, de Dios; más bien, Él tenía la forma de un hombre llamado Jesús. Oseas 11:4 dice que Dios nos atrae con cuerdas de hombre, con lazos de amor. Las salvadoras cuerdas de amor son la humanidad de Cristo. El relato de Zaqueo hallado en Lucas 19:1-10 nos muestra la manera en que Dios nos salva al venir a nosotros. A fin de ser salvados por Dios, tenemos que ser abrazados por Dios y nosotros tenemos que asirnos de Él.
El período de tiempo en que transcurrió el ministerio de Habacuc fue alrededor del año 626 a. C., cerca del tiempo en que ocurrió la invasión babilónica y el primer exilio a Babilonia.
El lugar donde desempeñó su ministerio fue Judá.
Su ministerio tuvo como destinatario el reino sureño de Judá.
El tema del libro de Habacuc es el justo juicio que Dios ejecutó primero sobre Israel por medio de los caldeos y, después, sobre los caldeos por medio de las naciones. Primero, Dios juzgó a Sus elegidos; el juicio de Dios comienza por Su casa (1 P. 4:17). Después, Dios dirigió Su juicio hacia los caldeos valiéndose de las naciones para ejecutarlo. El Imperio babilónico fue derrotado por el Imperio medo-persa; el Imperio medo-persa fue derrotado por el Imperio griego; el Imperio griego fue derrotado por el Imperio romano; y el Imperio romano, restaurado bajo el liderazgo del anticristo, será derrotado por Cristo en Su venida a fin de destruir la totalidad del gobierno humano, según lo descrito en Daniel 2:31-44.
El pensamiento central de Habacuc es que el Dios justo juzgará tanto al malvado Israel como a los violentos caldeos y que únicamente el justo vivirá por su fe (2:4b), de modo que toda la tierra pueda conocer la gloria de Jehová (2:14) y ella calle delante de Jehová, quien está en Su santo templo (2:20), y de modo que aquel que le busca pueda cantarle en oración, en alabanza y con su confianza puesta en Él (cap. 3).
El libro de Habacuc tiene cuatro secciones: palabras de introducción (1:1); el primer diálogo entre el profeta y Jehová (1:2-11); el segundo diálogo entre el profeta y Jehová (1:12—2:20); y el cántico del profeta a Jehová en oración, en alabanza y con su confianza puesta en Él (3:1-19).
La revelación contenida en Habacuc con respecto a la salvación eterna provista por Dios a los pecadores fue presentada mediante una conversación entre el profeta y Dios.
En el primer diálogo entre el profeta y Jehová, el profeta indagó ante Jehová con respecto a la iniquidad, la angustia, la destrucción y las contiendas que veía (v. 2-4). Con respecto a la violencia, él dijo: “¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, / y Tú no oirás? / Clamo a Ti: ¡Violencia! / Y Tú no salvas” (v. 2). Conforme a la perspectiva del profeta, la violencia era prevaleciente. Después, el profeta procede a preguntar: “¿Por qué me haces ver la iniquidad, / y haces que vea el mal?” (v. 3a).
En Su respuesta al profeta (vs. 5-11), Jehová le dijo que Él haría una obra en los días del profeta que aun si Él se lo dijera, él no lo creería (v. 5; cfr. Hch. 13:40-41). Después Jehová le dijo que Él habría de levantar a los caldeos, nación amarga y presurosa, quienes son terribles y espantosos, y que ellos vendrían para hacer violencia en Judá y devastarla (vs. 6-11).
En el versículo 12 se inicia el segundo diálogo entre el profeta y Jehová.
Habacuc 1:12—2:1 contiene la indagación que el profeta hace ante Jehová.
En el versículo 12a el profeta dijo: “¿No eres Tú desde la eternidad, oh Jehová, / Dios mío, Santo mío? No moriremos”. Después él dijo que Jehová, la Roca, había puesto a los caldeos para juicio. Sin embargo, él procedió a preguntar por qué Él, quien no contempla la maldad ni puede mirar el mal, mira a quienes obran pérfidamente y guarda silencio cuando los malvados caldeos se tragan a Sus elegidos, los cuales son más justos que aquellos (vs. 12b-13). Según Habacuc, el pueblo de Israel era más justo que el pueblo babilónico; no obstante, ellos padecían bajo la violencia de los babilonios. Lo dicho aquí por Habacuc indica que él estaba enojado con Dios.
En los versículos del 14 al 16 el profeta dijo que Jehová hace que el hombre sea como los peces del mar y como lo que se arrastra; que todos son sacados con anzuelo, recogidos con su red y juntados en sus mallas; y que ellos ofrecen sacrificios a su red y queman incienso a sus mallas. Él finalmente concluye su indagación preguntando: “¿Vaciará por eso su red / y matará de continuo a las naciones sin perdonar?” (v. 17).
Después de hacer su indagación ante Jehová, el profeta se mantuvo de pie y veló para ver qué le hablaría Jehová y cuál sería Su respuesta en cuanto a su queja (2:1).
En 2:2-20 tenemos la respuesta de Jehová al profeta.
En Su respuesta al profeta, Jehová le dijo que escribiera la visión (con respecto al juicio de Dios sobre los caldeos) y que la grabase claramente en tablas, de modo que el que lo lea pueda correr (v. 2).
Jehová procedió a decir que la visión (con respecto a Su trato aplicado a los caldeos) era todavía para el tiempo señalado y que la misma se apresura hacia el fin y no mentirá. Aunque ésta demore, el profeta debía esperarla; porque sin duda vendrá, no tardará (v. 3).
En el versículo 4a Jehová dijo que los caldeos estaban hinchados de orgullo y que su alma no era recta dentro de ellos. Ciertamente sería equitativo y justo que Jehová los juzgase.
De entre los libros de los Profetas Menores, únicamente Habacuc nos presenta la salvación eterna provista por Dios a los pecadores. Este asunto es revelado en 2:4b: “El justo por su fe vivirá”. El apóstol Pablo citó estas palabras tres veces en el Nuevo Testamento (Ro. 1:17; Gá. 3:11; He. 10:38). Aquí, vivir significa tener vida y vivir.
Según el trasfondo de Habacuc, tanto Israel (los elegidos de Dios) como los caldeos (las naciones) se encontraban bajo el juicio de Dios. Bajo el juicio de Dios todos los pecadores, sean judíos o gentiles, están destinados a morir (Ro. 6:23). ¿De qué manera pueden los pecadores escapar del juicio de Dios y ser salvos eternamente? La única manera en que los pecadores pueden obtener la salvación eterna provista por Dios es creer en la corporificación de Dios, Cristo, para que sean hechos justos y sean justificados a fin de obtener vida y vivir.
La salvación eterna provista por Dios no consiste meramente en salvar nuestro cuerpo de sufrir, sino en salvar todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— por la eternidad (1 Ts. 5:23). La manera en que recibimos tal salvación consiste en creer en Cristo de modo que seamos justificados por Dios y, por ende, seamos hechos aptos para poseer la vida eterna, la vida divina, y vivir por dicha vida (Ro. 3:24; 5:1-2; Ef. 2:8). Éste es el evangelio neotestamentario presentado en un libro profético del Antiguo Testamento.