Mensaje 42
Hoy en día, los cristianos necesitamos profundizar en el libro de Hebreos. Agradezco al Señor que, en Su soberanía, permitió que durante el primer siglo hubiera un grupo de cristianos hebreos que estaba titubeando. Si no fuese por ello, el libro de Hebreos probablemente jamás habría sido escrito. No pensemos que el libro de Hebreos fue dirigido solamente a ellos. Nosotros necesitamos este libro hoy mucho más de lo que ellos lo necesitaron en ese tiempo. En los once mensajes anteriores hemos abarcado los capítulos 7, 8 y 9 del libro de Hebreos. Si yo les pidiera que escribieran una conclusión de estos capítulos, podría parecerles una tarea muy difícil de realizar. Pero al final del capítulo 9, el libro de Hebreos nos provee un resumen, una conclusión, de estos tres capítulos. Esta conclusión será precisamente lo que abordaremos en este mensaje: las dos manifestaciones de Cristo y el intervalo entre éstas dos. Estas tres cosas: las dos manifestaciones de Cristo y el intervalo entre ellas, constituyen la economía de Dios.
Ha sido difícil para muchos cristianos entender el verdadero significado de las dos manifestaciones de Cristo. Las dos manifestaciones de Cristo se refieren a Sus dos advenimientos. Cristo vino una vez, y regresará de nuevo. Durante el largo período entre estas dos manifestaciones, Él ha permanecido en la presencia de Dios. Han pasado casi dos mil años desde la primera manifestación de Cristo. Aunque tal vez nos parezca un periodo muy largo, para el Señor han pasado menos de dos días (2 P. 3:8). Necesitamos ver el significado de las dos manifestaciones de Cristo y el intervalo comprendido entre éstas.
Antes de la primera manifestación de Cristo, ya existía el plan de Dios, la promesa de Dios y un tipo o figura de la economía de Dios, sin embargo, aparte de la creación, Dios no había realizado nada más. Cuando edificamos un local de reuniones, podemos tener un plan y un modelo del edificio. Pero el simple hecho de tener estas cosas no significa que ya exista el edificio. Del mismo modo, antes de la encarnación de Cristo, hombres como Abraham, Moisés y David vinieron y se fueron, pero nada se llevó a cabo en lo que a la economía de Dios se refiere. Aunque con Moisés se erigió un modelo del tabernáculo y con Salomón se construyó el templo, nada real se produjo hasta la primera manifestación de Cristo.
Cristo tardó treinta y tres años y medio para completar Su primera manifestación. Durante ese periodo, Él llevó a cabo todo lo que se necesitaba para cumplir el propósito de Dios, es decir, Él realizó todo lo que Dios requería y lo que nosotros necesitábamos.
Cristo se manifestó la primera vez para quitar el pecado. El versículo 26 dice que “una sola vez en la consumación de los siglos se ha manifestado para quitar de en medio el pecado por el sacrificio de Sí mismo”. La frase griega traducida “en la consumación de los siglos” puede también traducirse como “conclusión de las edades”, o “el final de las edades”. Aquí se refiere al fin de la era antiguotestamentaria, mientras que la consumación del siglo mencionada en Mateo 28:20 se refiere al final de la era de la iglesia. Cristo fue ordenado de antemano para nosotros antes de la fundación del mundo (1 P. 1:20), y fue inmolado desde la fundación del mundo (Ap. 13:8). De hecho, fue inmolado una vez por todas en la consumación de los siglos, al ofrecerse a Dios, en Su primera manifestación, para quitar de en medio el pecado.
Cristo quitó el pecado hace más de diecinueve siglos y medio. Antes de que Él hiciera esto, los sacerdotes ofrecían día tras día ofrendas por el pecado. Pero esto en realidad no quitaba el pecado, sino que más bien era un tipo, una figura. El pecado fue quitado verdaderamente por Cristo en la cruz. Tal vez usted haya nacido hace sólo veinte o treinta años atrás, y durante ese tiempo haya cometido muchos pecados, como robar y mentir. Sin embargo, el pecado fue quitado hace diecinueve siglos y medio, mucho antes de que usted cometiera pecados. Por consiguiente, el hecho de que nuestros pecados hayan sido quitados es un legado. Primero fue dada la promesa; luego, vino la sombra, el cubrir los pecados; y finalmente, tanto la promesa como la sombra, fueron completamente cumplidas por Cristo en la cruz cuando se ofreció una vez para siempre como el sacrificio por los pecados. Él fue “ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos” (9:28, 14; 10:12). Por lo tanto, a los ojos de Dios, el pecado ya ha sido anulado y ha pasado a la historia. No le crea a Satanás ni crea en sus sentimientos y fracasos. Todos ellos son mentira. Más bien, dígales: “Cristo quitó el pecado en Su primera manifestación”.
La primera manifestación de Cristo también tenía como propósito efectuar una eterna redención. Hebreos 9:12 dice que “por Su propia sangre” Él “entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, obteniendo así eterna redención”. Cristo logró esto cuando quitó de en medio los pecados. De manera que la eterna redención es también un legado.
La primera manifestación de Cristo también tenía como fin consumar el nuevo pacto (Mt. 26:28). Al quitar el pecado y obtener eterna redención, Cristo consumó el nuevo pacto. Por lo tanto, el nuevo pacto es otro legado.
Por último, la primera manifestación de Cristo tenía como propósito legarnos el testamento nuevo (9:16-17). Hemos visto que cuando el nuevo pacto nos fue legado, se convirtió en el nuevo testamento. Cristo en Su primera manifestación lo realizó todo, luego incluyó todo lo que había realizado en un testamento, y finalmente nos legó dicho testamento. En este testamento recibimos en forma de legados todo lo que Cristo realizó. Ya que todo ha sido consumado, ni Él ni nosotros necesitamos hacer nada más. Si tenemos esta visión, descubriremos que en los treinta y tres años y medio que duró la primera manifestación de Cristo, Él lo consumó todo y lo incluyó en un testamento: el testamento nuevo. No piense que el Nuevo Testamento es un libro que gira en torno a promesas o profecías. No, el Nuevo Testamento en su totalidad es un testamento. Si el testamento de su abuelo sólo contuviera promesas y profecías, éstas podrían tardar hasta ochenta años en cumplirse. Ni siquiera viviría usted lo suficiente para ver todo esto cumplido. Es exactamente así como muchos cristianos consideran el Nuevo Testamento. Hoy en día muchos cristianos, en lugar de tener un testamento, tienen un libro de promesas y profecías, y todavía siguen esperando que todas éstas se cumplan con el tiempo. Debemos recordar que aun Apocalipsis, que es un libro de profecías, forma parte del Nuevo Testamento, de este legado. Como les hice notar en el mensaje anterior, aun en un libro de profecías como Apocalipsis, muchos de los verbos están en tiempo pasado, lo cual indica que son acciones ya cumplidas y consumadas.
Necesitamos tener una visión clara y ver que Cristo ya lo ha consumado todo. Si vemos esto, en lugar de valernos de nuestro propio esfuerzo, descansaremos en todo lo que Cristo ha hecho. Yo estoy muy contento de que Cristo lo haya hecho todo por mí. Bienaventurados son aquellos que han recibido la visión de que Cristo lo consumó todo por nosotros. Hoy Cristo se encuentra sentado en los cielos porque toda Su obra ya fue completada. Él no está trabajando ni luchando allí, sino que está sentado y en reposo. En la Biblia, estar sentado implica que el trabajo ha concluido. Así, pues, Cristo en Su primera manifestación realizó todo lo necesario para que el plan eterno de Dios se cumpliera. Además, todo lo que Él realizó fue conferido a nosotros en el testamento nuevo como legados.
Después de que Cristo efectuó todo lo necesario por medio de Su muerte y resurrección, Él ascendió a los cielos y entró en el Lugar Santísimo celestial. Hebreos 9:24 dice: “Porque no entró Cristo en un lugar santo hecho por manos de hombres [...] sino en el cielo mismo”. El tabernáculo del Antiguo Testamento era una figura del verdadero tabernáculo celestial. La tierra es el atrio de este tabernáculo. Por tanto, después de que Cristo hubo consumado Su obra en este atrio, Él, como Sumo Sacerdote, entró en el Lugar Santísimo del verdadero tabernáculo.
Cristo entró en el Lugar Santísimo celestial para presentarse por nosotros ante la faz de Dios (9:24). Ya que Él lo consumó todo en la tierra, ahora está sentado, descansando en los cielos delante de Dios. La única ocasión en que se nos dice que Él estaba de pie, fue cuando Esteban estaba siendo apedreado (Hch. 7:55-56).
En el verdadero tabernáculo, Cristo está ministrando como Sumo Sacerdote (8:1-2). ¿Qué está haciendo Cristo como Sumo Sacerdote? Él está intercediendo por nosotros para que todo lo que Él ha realizado sea forjado en nuestro ser. En algunos de los mensajes pasados hablamos acerca de la intercesión que ofrece Cristo en los cielos. Recordemos cómo Melquisedec, después de haber intercedido por Abraham de una manera oculta, vino a ministrarle pan y vino. Asimismo, Cristo, nuestro Melquisedec, intercede secretamente por todos aquellos que le aman y le buscan. Mientras Él intercede en los cielos por nosotros, Él es también el Espíritu todo-inclusivo, el Espíritu que lo llena todo. El Espíritu todo-inclusivo opera en nosotros conforme a la intercesión celestial de Cristo, y hace que la ley de vida opere en nosotros y forje en nuestro ser al modelo o prototipo, o sea al Hijo primogénito de Dios. Todo esto sucede en la tierra hoy. Estas no son meras conjeturas sino lo que revela la Santa Palabra de Dios, la cual es como una visión celestial que brilla sobre nosotros. En estos días muchos de nosotros hemos estado bajo el resplandor de esta visión. Esta visión llegará a ser una visión que nos rige y gobierna. ¡Alabado sea el Señor porque Cristo está ministrando hoy en el verdadero tabernáculo!
Durante el intervalo comprendido entre Su primera y segunda manifestación, Cristo está cumpliendo el testamento nuevo (8:6; 9:15; 12:24). Hacer cumplir el testamento nuevo simplemente significa estimular la ley de la vida divina dentro de nosotros y hacer que cada legado de este testamento se haga realidad en nuestro ser. Si logramos ver lo que Cristo está haciendo en nosotros hoy, jamás seremos los mismos. Lo que Él está haciendo en nosotros es digno de ser recordado eternamente. Cuando entremos en la eternidad, recordaremos el día en que vimos la visión gloriosa del ministerio celestial de Cristo. Una vez que este ministerio haya sido completado Cristo se manifestará por segunda vez.
Hebreos 9:28 dice que Cristo “por segunda vez, ya sin relación con el pecado, aparecerá para salvación a los que con anhelo le esperan”. La segunda manifestación de Cristo no tendrá ninguna relación con el pecado, porque para entonces el pecado ya habrá pasado a la historia. Así como el hombre debe morir una sola vez y después de eso ser juzgado (v. 27), Cristo también murió una sola vez para llevar los pecados de los hombres (v. 28; 1 P. 2:24) y sufrió el juicio en lugar del hombre sobre la cruz (Is. 53:5, 11). Este libro resalta mucho el hecho de que el pecado fue quitado mediante el sacrificio de Cristo en Su primera manifestación. Puesto que Cristo quitó de en medio el pecado en Su primera manifestación (9:26; 1 Jn. 3:5), Su segunda manifestación no tendrá relación con el pecado.
El versículo 28 dice que Cristo aparecerá por segunda vez “para salvación”. La palabra salvación aquí no se refiere a la salvación que nos libra del infierno y nos lleva al cielo, sino que tiene un sentido más amplio y más elevado, pues incluye los siguientes aspectos:
Primeramente, la salvación que Cristo nos otorgará en Su segunda manifestación redimirá y transfigurará nuestro cuerpo. Cuando fuimos salvos, fuimos regenerados en nuestro espíritu (Jn. 3:5-6); ahora, nos encontramos en el proceso de ser transformados en nuestra alma (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18); luego, cuando Cristo venga por segunda vez, Él transfigurará nuestro cuerpo vil en un cuerpo glorioso (Fil. 3:21). Ésta será la redención de nuestro cuerpo (Ro. 8:23), que es el primer aspecto de la aparición que Cristo hará “para salvación” en Su segunda manifestación.
En segundo lugar, Cristo en Su segunda venida liberará la vieja creación de la vanidad y esclavitud de corrupción, a la libertad de la gloria de los hijos de Dios (Ro. 8:18-23). La vieja creación en su totalidad fue sujetada a vanidad y se encuentra bajo esclavitud de la corrupción. Incluso nosotros, que hemos sido salvos y hemos disfrutado del Espíritu, también nos hallamos sujetados a la vanidad y esclavitud de la corrupción de la vieja creación. Por tanto, en Su segunda venida, Cristo nos liberará de esta vanidad y esclavitud y nos llevará a la libertad de la gloria de los hijos de Dios.
En Su segunda venida Cristo nos glorificará (Ro. 8:17), es decir, nos introducirá en Su gloria, y de este modo cumplirá lo dicho en Hebreos 2:10. La glorificación es la meta final de la salvación que Dios efectúa en Cristo (Ro. 8:29-30). Fuimos escogidos, predestinados, llamados y justificados. Ahora, estamos siendo santificados mediante el proceso de la transformación en la vida divina. Luego, en Su segunda manifestación, seremos glorificados y llegaremos a la meta final de la salvación que Dios lleva a cabo en Cristo. Éste será el tercer aspecto de la futura salvación que Cristo traerá.
Cuando fuimos regenerados, nacimos de Dios y llegamos a ser hijos Suyos (Jn. 1:12-13). Al nacer de nuevo obtuvimos la filiación divina en nuestro espíritu (Ro. 8:15). Después de esto, empezamos a disfrutar de esta filiación mediante la transformación de nuestra alma. Cuanto más somos transformados en nuestra alma, más disfrutamos de la filiación, la cual nos fue dada en nuestro espíritu. Esta filiación llegará a su plenitud cuando nuestro cuerpo, que pertenece a la vieja creación, sea transfigurado en un cuerpo que corresponda a la nueva creación. Esto significa que la redención de nuestro cuerpo equivale a la plena filiación de nuestro nuevo nacimiento. Éste será el cuarto aspecto de la salvación que Cristo efectuará en Su segunda manifestación.
En la salvación que Dios nos otorga en Cristo, Él se forja en nosotros como nuestro deleite. Él nos ha dado Su Espíritu en nuestro espíritu como primicias para que le disfrutáramos (Ro. 8:23). Las primicias del Espíritu son un anticipo que nos permite disfrutar a Dios. Sin embargo, sólo tendremos el sabor de Dios en plenitud cuando Cristo se manifieste por segunda vez. Cuando nuestro cuerpo sea transfigurado y todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— sea saturado plenamente del elemento divino del Dios Triuno, entonces disfrutaremos a Dios en plenitud. Éste será el completo sabor de Dios y el último aspecto de la futura salvación que Cristo nos otorgará.
La salvación que Cristo nos traerá en Su segunda venida será tan extensa y tan elevada que cumplirá la meta final y máxima de la salvación todo-inclusiva que Dios efectúa en Cristo. Antes de Su segunda manifestación Cristo nos ministra con miras a este propósito. Su ministerio según Su sacerdocio real y divino, que es hoy un ministerio mucho más excelente en los cielos, junto con Su intercesión celestial, está edificando tal salvación. Una vez que Él vea que la edificación de esta maravillosa salvación ha sido completada, Él aparecerá por segunda vez. Ésta será Su segunda manifestación en la economía de Dios.