Mensaje 63
Como dijimos anteriormente, en el Arca, que estaba en el Lugar Santísimo, se encontraban tres elementos cruciales: el maná escondido, la vara que reverdeció y las tablas de la ley (He. 9:4). En los pasados cinco mensajes, abarcamos un poco el tema del maná escondido y la vara que reverdeció. Así que en este mensaje hablaremos sobre las tablas de la ley.
En la Biblia muy pocas veces encontramos la expresión las tablas de la ley. El Antiguo Testamento se refiere a ellas más a menudo como las tablas del testimonio (Éx. 31:18), y el Nuevo Testamento las llama las tablas del pacto (He. 9:4). ¿Por qué se le llamó a la ley las tablas del testimonio y las tablas del pacto? No es difícil entender que a la ley se le llamara las tablas del pacto, ya que en el Antiguo Testamento la ley misma era el antiguo pacto. Sin embargo, no resulta fácil entender por qué a la ley se le llamó las tablas del testimonio. Cuando Dios le ordenó a Moisés que hiciera el Arca (Éx. 25:10), le dijo: “En el Arca pondrás el testimonio que yo te daré” (Éx. 25:16). El testimonio en este versículo indudablemente se refería a la ley. Dios no dijo que pusieran la ley dentro del Arca, sino el testimonio. Fue precisamente debido a que pusieron el testimonio dentro del Arca que ésta fue llamada “el Arca del Testimonio” (Éx. 25:22). Aún más, el tabernáculo también fue llamado el Tabernáculo del Testimonio (Nm. 17:8). Por consiguiente, tenemos el testimonio, el Arca del Testimonio y el Tabernáculo del Testimonio. Cuando el maná y la vara que reverdeció fueron puestos delante de la ley, leemos que fueron puestos delante del testimonio (Éx. 16:34; Nm. 17:10). Además, poner algo delante del testimonio equivalía a ponerlo delante de Dios (Éx. 16:33-34), ya que el testimonio no se podía separar de Dios. Cuando algo estaba delante del testimonio, estaba delante de Dios, y cuando algo estaba delante de Dios, estaba delante del testimonio. Ahora bien, ¿qué cosa es este testimonio? Como hemos visto, el Arca fue llamada el Arca del Testimonio y el tabernáculo fue llamado el Tabernáculo del Testimonio. La ley fue llamada el testimonio porque ésta testificaba de Dios. Es por eso que la ley era el testimonio de Dios.
Génesis 1:26 nos dice que Dios creó al hombre a Su propia imagen. Dios desea obtener una expresión por medio del hombre. Dicha expresión es Su testimonio. Por lo tanto, el testimonio de Dios es la expresión de Dios, es Dios expresado. El propósito de Dios ha sido, sigue siendo y seguirá siendo el mismo por la eternidad: forjarse a Sí mismo en el hombre, a fin de obtener una expresión y un testimonio. Sin embargo, antes que Dios pudiera lograr esto, el hombre cayó. En su naturaleza caída, el hombre ha tratado de hacer el bien para agradar a Dios. Es por eso que Dios le dio la ley al hombre. Dios le dio la ley al hombre para que éste comprendiera que, en su condición caída, no podía satisfacer a Dios ni expresarle. Sin embargo, inmediatamente después que la ley fue dada, Dios le dio otro nombre: la llamó el testimonio. Lo que Dios le dio al hombre fue la ley, pero primordialmente no se le llamó ley, sino testimonio. En Salmos 119 la palabra testimonio aparece varias veces para denotar la ley (vs. 2, 88, 168). Cada vez que esta palabra se menciona en Salmos 119 se refiere a la ley.
Según el concepto humano, la ley se refiere a los diez mandamientos. Pero Dios no tenía la intención de que la ley consistiera en una serie mandamientos, sino que ésta fuera Su testimonio. Cuando yo estuve en la cristiandad nunca escuché que se usara la palabra testimonio para denotar la ley. La única expresión que escuché fue los diez mandamientos. En el cristianismo, cuando los jóvenes toman el examen para hacerse miembros de las llamadas iglesias, tienen que recitar los diez mandamientos. Aunque usted sea capaz de decir de memoria los diez mandamientos, es posible que nunca haya escuchado que el testimonio que se menciona en Salmos 119 denota la ley. De hecho, en el libro de Salmos la palabra testimonio siempre se refiere a la ley. Repito una vez más que según el propósito y el concepto divinos, la ley es el testimonio de Dios. Pero, conforme al concepto humano y natural, la ley es simplemente los diez mandamientos. Si usted es alguien que se esfuerza por guardar la ley de Dios, ésta no será para usted otra cosa que los diez mandamientos. Pero si usted sabe lo que es la vida divina, y camina con Dios en vez de esforzarse por guardar la ley, entonces comprenderá que la ley es el testimonio de Dios, la expresión misma de Dios.
Toda ley tiene dos aspectos, el aspecto del que debe cumplirla, y el aspecto del que la promulga. Las leyes se dictan para ser cumplidas. Como hemos dicho en ocasiones pasadas, la ley que una persona promulga, revela el tipo de persona que ella es. Si los ladrones pudieran crear leyes, tratarían de legalizar los asaltos bancarios. Hoy en día, algunos legisladores quieren legalizar algo tan maligno como la prostitución. Esto revela que ellos mismos son malignos. Los legisladores malignos, ciertamente promulgarán leyes malignas. La premisa de que las leyes que dictamos revelan el tipo de personas que somos, es verdadera, y se aplica no sólo a una nación sino también a la vida familiar. Si los padres de una familia se levantan tarde todos los días y no limpian la casa, ellos establecerán reglas que permitan a sus hijos levantarse tarde y ser desordenados. Pero si los padres son estrictos, pulcros, ordenados y diligentes, establecerán normas con éstas características. Ellos exigirán a sus hijos que se levanten temprano, se bañen diariamente y mantengan en orden su habitación. Si yo visito hogares como estos y observo este tipo de normas, inmediatamente me daré cuenta de que los padres allí son diligentes y ordenados. Pero si llego a una casa donde todo está en desorden y donde se consiente que los hijos se levanten tarde, sabré cómo son los padres de ese hogar. Ya que las leyes que establecemos dan testimonio de lo que nosotros somos, dichas leyes llegan a ser nuestro testimonio. De manera que desde la perspectiva de quien establece la ley, la ley es un testimonio; pero desde la perspectiva de quien debe cumplirla, ésta es un mandamiento u ordenanza. También la ley de Dios tiene estos dos aspectos. Para nosotros, que tratamos de guardar la ley, ésta es los diez mandamientos; pero para Dios, la ley es Su testimonio.
He leído algunos libros que dicen que la ley es un tipo de Cristo. Por mucho tiempo me inquietó este asunto. ¿Cómo puede la ley, cuya posición es como la de una concubina (Gá. 4:24), ser un tipo de Cristo? La ley como una serie de mandamientos que tenemos que guardar, ciertamente ocupa la posición de una concubina. Sin embargo, la ley como testimonio de Dios es sin duda un tipo de Cristo. El testimonio verdadero, vivo, completo y adecuado de Dios es sencillamente Cristo mismo. Por lo tanto, la ley tipifica a Cristo como el testimonio viviente de Dios. Cristo expresa a Dios. La ley fue dada, pero Cristo vino para ser la expresión viviente de Dios (Jn. 1:17). En el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios (Jn. 1:1). Luego, el Verbo se hizo carne, lleno de gracia y realidad (Jn. 1:14), con el propósito de ser la expresión de Dios. Ya que Dios está corporificado en Cristo, Cristo es el testimonio viviente, completo y adecuado de Dios.
Hemos visto que la ley es el testimonio de Dios, la expresión de Dios. Si usted quiere saber qué clase de Dios es nuestro Dios, debe leer las leyes que Él promulgó. Si usted lee los diez mandamientos, se dará cuenta que el Legislador de esas leyes ciertamente debe ser una persona santa, justa y amorosa, que ciertamente está en la luz. Los diez mandamientos demuestran que Dios es santo y justo, y que Él es amor y luz. Nuestro Dios es un Dios de luz y de amor. Él mismo es luz y amor (1 Jn. 1:5; 4:8), y también es santo y justo. La ley testifica que Él es tal Dios. No obstante, la ley era meramente un testimonio escrito. Así que, cuando Cristo vino, este testimonio de Dios llegó a ser un testimonio vivo. Ya no era solamente letras, sino una Persona viviente. Cuando Jesús estuvo en la tierra, Él fue el testimonio viviente de Dios. Adondequiera que iba, Él expresaba a Dios. En todo lo que hizo, dijo y pensó expresó a Dios. Puesto que era la corporificación de Dios, Él era también la expresión y el testimonio de Dios. En la época del Antiguo Testamento, si alguien quería saber cómo era Dios, tenía que consultar la ley. Pero hoy en día, si alguien quiere saber cómo es Dios, simplemente tiene que venir a Jesucristo. En el Antiguo Testamento la ley era el testimonio de Dios, pero hoy en día, Jesucristo es Su testimonio viviente, completo y adecuado.
Considerar la ley como testimonio de Dios nos ayuda a entender Hebreos 9. Hebreos 9:4 menciona las tablas del pacto, refiriéndose a las tablas del testimonio de la ley. De acuerdo con Hebreos 9, las tablas del pacto eran el último de los elementos relacionado con el tabernáculo. En el atrio se encontraban el altar y el lavacro. En el Lugar Santo estaban la mesa de los panes de la proposición, el candelero y el altar del incienso. En el Lugar Santísimo estaba el Arca, en la cual estaban el maná escondido, la vara que reverdeció y las tablas del pacto. Esto nos muestra que el último elemento, el elemento culminante, es las tablas del pacto, esto es, el testimonio. Los tres elementos que están en el Arca tienen un significado más profundo que los elementos que están en el Lugar Santo. Los elementos del Lugar Santo constituyen solamente el comienzo, pero los elementos que están en el Arca son la consumación máxima. La máxima consumación de la mesa de los panes es el maná escondido; la máxima consumación del altar del incienso es la vara que reverdeció; y la máxima consumación del candelero es el testimonio. Entre todos los elementos relativos al tabernáculo, las tablas del testimonio son el más sublime. Y no sólo son el más sublime, sino también el más crucial, ya que se halla en el centro mismo del tabernáculo.
En el tabernáculo vemos varias “capas”. La primera de ellas era la cortina que separaba el tabernáculo y el atrio de todo lo demás, la segunda era las paredes del tabernáculo, y la tercera capa era el velo que separaba el Lugar Santísimo del Lugar Santo. El Arca del Testimonio, dentro de la cual estaba el testimonio, constituye la cuarta capa. De manera que el testimonio era el centro del tabernáculo.
Como personas que han sido salvas, nosotros somos el templo de Dios (1 Cor. 3:16). Nuestro cuerpo corresponde al atrio, nuestra alma corresponde al Lugar Santo y nuestro espíritu corresponde al Lugar Santísimo. La ley de vida no se encontraba ni en el atrio ni en el Lugar Santo, sino en el Lugar Santísimo. Además, no era suficientemente adecuado decir que estaba en el Lugar Santísimo, ya que específicamente estaba dentro del Arca, que quedaba detrás de la cuarta capa. De manera que la ley de vida estaba dentro del Arca, el Arca se encontraba en el Lugar Santísimo, el Lugar Santísimo se hallaba en el tabernáculo, y el tabernáculo estaba encerrado por la cortina del atrio. Hemos visto que el atrio representa nuestro cuerpo, el Lugar Santo, nuestra alma, y el Lugar Santísimo, nuestro espíritu. Entonces, ¿qué representa el Arca? El Arca representa a Cristo mismo. Puesto que Cristo es el Arca, no debemos decir que la ley de vida está directamente en nuestro espíritu. Aunque tenemos un espíritu, si Cristo no estuviera en él, la ley de vida tampoco estaría en nuestro espíritu. La ley de vida está en nuestro espíritu porque dicha ley está en Cristo, y Cristo está en nuestro espíritu.
¿Por qué Dios no dijo a Su pueblo que pusiera la ley en el altar? ¿Por qué les ordenó que la pusieran dentro del Arca? Habría sido un error que Dios pusiera la ley en el altar, debido a que Su intención no era que el hombre guardara la ley. De acuerdo con el concepto de Dios, la ley debía ser Su testimonio. Por lo tanto, Él puso Su ley en el Arca, que estaba dentro del Lugar Santísimo.
¿Cree usted que puede ser como Dios? Esto es imposible. Aun si usted leyera los diez mandamientos todos los días, orara, ayunara e hiciera todo lo posible por guardarlos, seguiría siendo incapaz de cumplirlos. Usted nunca podrá hacer que su persona concuerde plenamente con la ley de Dios ni tampoco podrá expresar a Dios. Esta es la razón por la cual Dios no desea que nos esforcemos por guardar la ley, ni que tratemos de expresarle. Lo primero que Él quiere hacer es mostrarnos lo que Él es. Por mucho que amemos Su ley, no seremos capaces de cumplirla. ¿Qué debe hacer Dios entonces? Él dijo: “Éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré Mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a Mí por pueblo” (8:10). La intención de Dios es poner Su ley en nosotros, en nuestro interior, incluso en nuestro corazón. Pero esto no quiere decir que tengamos que guardar la ley. Más bien, significa que la ley se manifestará en nuestro vivir desde nuestro interior. Esto revela por qué Dios puso la ley dentro del Arca, y el Arca en el Lugar Santísimo. ¿Cómo puede entrar esta ley en nosotros? Únicamente por medio de Cristo. Cuando Cristo entra en nosotros, la ley entra también en nosotros. Cuando recibimos a Cristo, recibimos la ley. La ley se encuentra en Cristo, y Cristo está en nuestro espíritu. Es por eso que Romanos 8:2 nos habla de la “ley del Espíritu de vida [...] en Cristo Jesús”. Esta ley no sólo está en Cristo, sino que es Cristo mismo. Cuando usted recibió a Cristo y lo aceptó como su Salvador, usted recibió la ley de vida.
Cuando Dios dio la ley a Moisés, no tenía la intención de que Su pueblo la guardara. Él les dio la ley simplemente para mostrarles qué clase de Dios era Él y revelarles Su deseo. Puesto que Su deseo era que el hombre fuese Su expresión, Dios quiso que el hombre fuera como Él, es decir, igual a Él. Pese a que éste era el deseo de Dios, nada de esto cumplió. En lugar de ello, el hombre se esforzó por imitar a Dios, procurando ser igual a Dios, pero fracasó al hacerlo. Así que, un día, la verdadera ley, la ley viviente, que es Cristo mismo como la realidad del testimonio de Dios vino, y nosotros le recibimos en nuestro ser. Como resultado, esta ley verdadera, la realidad de la ley, fue forjada en la parte central de nuestro ser. Ahora, en lo más profundo de nuestro ser reside algo maravilloso: Cristo mismo como la realidad de la ley. Hemos visto que el elemento que estaba más escondido dentro del tabernáculo era la ley. Asimismo hoy en día, el elemento que está en lo más recóndito de nuestro ser es Cristo mismo, quien mora en nuestro espíritu como la realidad de la ley. Ya que tenemos esta ley dentro de nosotros, tenemos que entender que no se trata de guardar la ley, sino de permitir que Cristo se manifieste en nuestro vivir. No debemos esforzarnos por guardar la ley, sino simplemente permitir que Cristo se exprese en nuestra vida diaria.
Todas las religiones, ya sea el judaísmo, el catolicismo o el protestantismo, en principio son iguales. La intención de Dios es poner la ley en lo más profundo de nuestro ser y que nosotros seamos regulados por ella, y no que estemos tratando de guardarla. Aunque de ningún modo podemos guardar la ley, sí debemos permitir que ella nos regule y se manifieste en nosotros. La religión es exactamente lo opuesto a esto, pues nos enseña a que debemos guardar la ley. Es por eso que cuando los cristianos leen la Biblia, a menudo escogen ciertos versículos para guardarlos como si fueran mandamientos. Por ejemplo, los hermanos casados que no son buenos esposos siempre eligen el mandamiento que dice que las esposas deben estar sujetas a sus maridos. En cambio, los buenos esposos prefieren el mandamiento que dice que los maridos deben amar a sus esposas. Estos hermanos suelen decir: “Oh Señor, no puedo cumplir este mandamiento. Por favor, ven y ayúdame. Señor, hasta ahora no he sido un esposo amoroso. Perdóname y hazme el mejor esposo”. Aunque usted ore de esta manera, nunca logrará lo que quiere. Dicho hermano debe comprender que el verdadero amor por su esposa es Cristo mismo. Ya que este amor está en nosotros, no requerimos esforzarnos por amar. Simplemente debemos sujetarnos a Cristo, quien es este amor, y permitirle que se manifieste en nosotros.
Consideremos el ejemplo de la humildad. En Jacobo 4:6 dice: “Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes da gracia”. Anteriormente, cuando leía este versículo, oraba así: “Señor, deseo ser humilde. Pero Tú sabes, Señor, que me es muy difícil ser humilde. Así que, te ruego que me ayudes”. Esta oración se halla en las tinieblas de la religión. Un día, el Señor abrió mis ojos y pude ver que yo era la personificación del orgullo, y que jamás podría ser humilde. ¿Cómo puede el orgullo ser humilde? Si soy un perro, ¿cómo podría ser un ave? Es imposible. Nuestros ojos deben ser abiertos para ver que es imposible que seamos humildes, y que la verdadera humildad es Cristo mismo. Simplemente debemos someternos a Él y decir: “Señor, hazlo Tú por mí. Ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí y se expresa a través de mí”. Si usted simplemente se somete a Cristo, Él se manifestará en usted, y usted se convertirá en la expresión y testimonio de Dios. En esto consiste la economía de Dios.
¿Cómo puede Cristo, quien es la realidad de la ley, ser real para nosotros? Consideremos de nuevo los elementos que estaban en el Arca. Después del primer elemento, el maná, sigue la vara que reverdeció, y luego el testimonio. Esto implica que cuando comemos y disfrutamos a Cristo como el maná escondido, algo brotará en nosotros. El maná que comemos, gradualmente llega a ser el elemento que reverdece en nosotros. De manera que cuanto más comemos de Cristo y le disfrutamos, más Él llega a ser el elemento que reverdece en nosotros. Luego, una vez que este elemento florece y da fruto, se convierte en el testimonio o expresión. A veces en las tardes me siento agotado y con el estómago vacío. Esto me indica que necesito comer algo. Después de que como, quedo satisfecho y experimento una rápida transformación, ya que lo que acabo de cenar empieza a “florecer” en mí, y llega a ser mi expresión, mi testimonio. De igual modo, si hemos de experimentar a Cristo como la realidad de la ley, debemos primero comer del maná escondido. Una vez ingerido, el maná llega a ser un elemento que “reverdece” en nosotros, el cual da fruto, que es la expresión y el testimonio de Dios.
No debemos quedarnos en el altar ni detenernos en el lavacro; ni siquiera debemos quedarnos en el Lugar Santo comiendo un alimento superficial. Más bien, debemos avanzar hacia el Lugar Santísimo, apropiarnos del Arca, y alimentarnos del maná escondido, que representa al Cristo escondido. Este Cristo entonces se convertirá en el elemento que nos hace reverdecer. Una vez que Él reverdece y florece, dará el fruto que es la expresión de Dios y Su testimonio. Esta expresión corresponderá a los diez mandamientos, y aun será superior a eso. Alabamos al Señor porque ya no estamos en el atrio ni en el Lugar Santo, sino en el Lugar Santísimo. Ahora que estamos tocando el Arca, comiendo del maná escondido, ciertamente reverdeceremos, floreceremos y llevaremos fruto. De este modo, se producirá entre nosotros el testimonio de Dios.