Mensaje 11
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Lectura bíblica: Hch. 2:14-47
En Hch. 2:22-36 Pedro testifica del hombre Jesús, Su obra, Su muerte, Su resurrección y Su ascensión. En el versículo 36 Pedro declara: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”. Jesús fue hecho el Señor para poseerlo todo, y fue hecho el Cristo para llevar a cabo la comisión de Dios. Como Dios, el Señor Jesús ya era Señor, y por tanto, no necesitaba ser hecho Señor. No obstante, en Su ascensión, El, como hombre, Dios lo hizo Señor de todos. Esto con el proposito de que El poseyera todas las cosas, incluyéndonos a nosotros.
El Señor Jesús era también Cristo, aun desde la eternidad. Además, El nació como el Cristo (Lc. 2:11), pero en Su ascensión, El fue hecho oficialmente el Cristo de Dios. Esto significa que al ascender, Dios le dio oficialmente este papel. Dios ya lo había designado, pero en la ascensión lo invistió con el oficio del Cristo para que llevara a cabo la comisión divina. Espero a todos nos impresione el hecho de que en 2:36, “Señor” se refiere a que El lo posee todo, y que “Cristo” se refiere a la comisión que lleva a cabo.
El relato de 2:14-47 recalca lo que Pedro habló acerca de Cristo. Pedro habló de El y lo proclamó. Esta es la primera vez que los creyentes hablaron de Cristo. En su mensaje, Pedro presenta al hombre Jesús y testifica de El, de Su obra, Su muerte, Su resurrección y Su ascensión.
En los capítulos del dos al cinco, Pedro no se refiere a Cristo como Hijo de Dios; él no hace hincapié en este hecho, sino que subraya que el Señor Jesús es un hombre. Esto se debe a que los judíos crucificaron a Cristo como hombre, y que lo consideraron un hombre despreciado, un nazareno, una persona de baja condición. Por tanto, Pedro declaró que esta persona, considerada por los judíos como un nazareno insignificante, fue aprobado por Dios en todo lo que hizo.
Como veremos, la predicación de Pedro propagó a Cristo. En el día de Pentecostés tres mil almas fueron salvas. Esta propagación fue el resultado de que Pedro predicara a Cristo. Así vemos que proclamar a Cristo ciertamente lo propaga en los que creen en El. Además, los creyentes como propagación de Cristo, llegan a ser la iglesia. Por consiguiente, en el capítulo dos, vemos que la predicación de Cristo produjo la iglesia en Jerusalén. Por tanto, en este capítulo tenemos la propagación de Cristo y también de la vida de iglesia.
Después de hablar del Señor Jesús, Su obra, Su muerte, Su resurrección y Su ascensión, Pedro instruyó y rogó a los que fueron conmovidos por el Espíritu, a que se arrepintieran, se bautizaran y fueran salvos (vs. 37-41). Leamos Hechos 2:37-38: “Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: Hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”. Pedro primero le pide al pueblo que se arrepintiera. Arrepentirse es experimentar un cambio en la manera de pensar que lo lleva a uno a sentir remordimiento, o sea, a cambiar de propósito. La palabra griega traducida arrepentirse significa literalmente cambiar de modo de pensar. Arrepentirse es tener tal cambio, sintiendo pesar por el pasado y tomando un nuevo camino para el futuro. Por un lado, arrepentirnos ante Dios es arrepentirnos no sólo de nuestros pecados y errores, sino también del mundo y su corrupción, los cuales usurpan y corrompen a los hombres que Dios creó para Sí mismo, y también es arrepentirnos de habernos olvidado de Dios. Por otro lado, es volvernos a Dios completamente y en todo aspecto para el cumplimiento del propósito que El tenía al crear al hombre. Por consiguiente, es un “arrepentimiento para con Dios” (20:21).
Pedro pidió también a los que fueron compungidos por el Espíritu que se bautizaran en el nombre de Jesucristo. Bautizar significa sumergir, sepultar en agua, la cual representa la muerte. El mandato del bautismo indica que quien se arrepiente solamente sirve para ser sepultado. Esto significa también que a la vieja persona se le ha dado fin para que haya un nuevo comienzo en resurrección, producido por Cristo, el dador de vida. En la Biblia el bautismo implica muerte y resurrección. Ser bautizado en agua equivale a ser puesto en la muerte y ser sepultado; ser levantado del agua significa resucitar de la muerte.
En Mateo 28:19, el Cristo resucitado exhortó a los discípulos a ir y a hacer discípulos a todas las naciones bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El bautismo traslada a las personas arrepentidas, de su condición anterior a una condición nueva, poniendo fin a su vieja vida y haciendo germinar en ellas la nueva vida de Cristo. Después de llevar a cabo Su ministerio en la tierra, de pasar por el proceso de la muerte y resurrección, y de haberse el Espíritu vivificante, el Señor Jesús mandó a Sus discípulos a que bautizaran a las personas en el Dios Triuno. Este bautismo tiene dos aspectos: el aspecto visible por agua, y el aspecto invisible por el Espíritu Santo (Hch. 2:38-41; 10:44-48). El aspecto visible es la expresión, el testimonio, del aspecto invisible, mientras que el aspecto invisible es la realidad del aspecto visible. Sin el bautismo visible hecho por el Espíritu, el bautismo visible por agua es vano, y sin el bautismo visible por agua, el bautismo invisible por el Espíritu es abstracto e impracticable. Ambos son necesarios.
Poco tiempo después de que el Señor mandó a los discípulos que llevaran a cabo este bautismo, El los bautizó a ellos y a toda la iglesia en el Espíritu Santo (1 Co. 12:13), los judíos en el día de Pentecostés (Hch. 1:5; 2:4) y los gentiles en la casa de Cornelio (11:15-17). Luego, sobre esta base, los discípulos bautizaban a los recién convertidos, no sólo en agua visiblemente sino también en la muerte de Cristo de manera invisible (Ro. 6:3-4), en Cristo mismo (Gá. 3:27), en el Dios Triuno (Mt. 28:19), y en el Cuerpo de Cristo (1 Co. 12:13). El agua que representa la muerte de Cristo y Su sepultura, puede considerarse una tumba en la cual se pone fin a la vieja historia de los bautizados. Puesto que la muerte de Cristo está incluida en Cristo, puesto que Cristo es la corporificación del Dios Triuno, y puesto que el Dios Triuno es uno con el Cuerpo de Cristo, bautizar a los nuevos creyentes en la muerte de Cristo, en Cristo mismo, en el Dios Triuno y en el Cuerpo de Cristo, hace una sola cosa: por un lado, pone fin a su vieja vida, y por otro, hace germinar en ellos la nueva vida, la vida eterna del Dios Triuno, para que conformen el Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, el bautismo ordenado por el Señor saca al hombre de su propia vida y lo pone en la vida del Cuerpo.
En Marcos 16:16, el Señor Jesús dijo a Sus discípulos: “El que crea y sea bautizado, será salvo”. Creer es recibir al Señor (Jn. 1:12) no sólo para obtener el perdón de pecados (Hch. 10:43) sino también para ser regenerados (1 P. 1:21, 23). Los que así creen llegan a ser hijos de Dios (Jn. 1:12-13) y miembros de Cristo (Ef. 5:30) en una unión orgánica con el Dios Triuno (Mt. 28:19). Ser bautizado es afirmar esto al ser sepultado para poner fin a la vieja creación por medio de la muerte de Cristo y al ser resucitado para ser la nueva creación de Dios por medio de la resurrección de Cristo. Tal bautismo es mucho más avanzado que el bautismo de arrepentimiento predicado por Juan (Mr. 1:4; Hch. 19:3-5). Creer y ser bautizado así son dos partes de un paso completo que se da para recibir la plena salvación. Ser bautizado sin creer es simplemente un rito vacío; creer sin bautizarse es sólo ser salvo interiormente sin dar una afirmación exterior de la salvación interna. Estos dos deben ir a la par. Además, el bautismo en agua debe ir acompañado del bautismo en el Espíritu, tal como los hijos de Israel fueron bautizados en el mar (el agua) y en la nube (el Espíritu: 1 Co. 10:2; 12:13).
En Hechos 2:38 Pedro habla de ser bautizados “en el nombre de Jesucristo”. El nombre denota la persona. Pedro pidió a las personas que se bautizaran en el nombre del Señor.
El Nuevo Testamento usa tres preposiciones diferentes para describir la relación entre el bautismo y el Señor. La primera de estas preposiciones es en, que equivale a en (Hch. 10:48). Ser bautizado en el nombre de Jesucristo significa ser bautizado en la esfera del nombre de Jesucristo, dentro del cual está la realidad del bautismo. La segunda preposición es eis, que significa dentro de (Mt. 28:19; Hch. 8:16; 19:5; Ro. 6:3; Gá. 3:27). Ser bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo o en el nombre de Jesucristo equivale a ser introducidos en una unión espiritual con el Cristo todo-inclusivo, quien es la corporificación del Dios Triuno. Ser bautizados en el nombre del Señor Jesús significa ser bautizado en la persona del Señor, ser identificado con el Cristo crucificado, resucitado y ascendido, ser introducidos en la unión orgánica con el Señor viviente. La tercera preposición usada para describir la relación del bautismo con el Señor es epi, lo cual significa sobre, usado en Hechos 2:38. Ser bautizado sobre el nombre de Jesucristo significa ser bautizado sobre la base de lo que representa el nombre de Jesucristo. Representa todo lo que la persona de Jesucristo es, y todo lo que El ha efectuado, lo cual constituye la fe de la economía neotestamentaria de Dios. Los que creen son bautizados sobre esta base.
Hechos 2:38 muestra que las personas se bautizan en el nombre de Jesucristo para recibir el perdón de los pecados. El perdón de los pecados se basa en la redención que Cristo efectuó mediante Su muerte (10:43; Ef. 1:7; 1 Co. 15:3). Es la bendición inicial y básica de la salvación plena que Dios provee. Con base en este perdón, la bendición de la plena salvación de Dios avanza y tiene su consumación al recibir los creyentes el don del Espíritu Santo.
En 2:38, Pedro exhortó al pueblo a arrepentirse, a bautizarse para que recibieran el perdón de los pecados a fin de que recibieran el don del Espíritu Santo. Este don no se refiere a algún don distribuido por el Espíritu, como se menciona en Romanos 12:6, 1 Corintios 12:4 y 1 Pedro 4:10; sino al don que es el propio Espíritu Santo, dado por Dios a los que creen en Cristo como el don único que produce todos los dones mencionados en Romanos 12, 1 Corintios 12 y 1 Pedro 4.
En Hechos 2:38, el Espíritu Santo es el Espíritu todoinclusivo del Dios Triuno procesado en Su economía neotestamentaria, tanto en el aspecto esencial para la vida como en el aspecto económico para impartir poder; este Espíritu es dado a los creyentes al momento de creer en Cristo (Ef. 1:13; Gá 3:2) y constituye la bendición todo-inclusiva del pleno evangelio de Dios (Gá. 3:14), para que ellos disfruten todas las riquezas del Dios Triuno (2 Co. 13:14).
Los apóstoles predicaron y ministraron a Cristo, pero cuando sus oyentes se arrepentían y creían en El, recibían el maravilloso Espíritu del Dios Triuno. Esto implica que este Espíritu es precisamente el propio Cristo resucitado y ascendido. El hecho de recibir el Espíritu es tanto esencial como económico en un sentido general, y difiere del hecho de recibir el Espíritu según Hechos 8:15-17 y 19:2-6, donde se narra en particular cómo los creyentes recibieron el Espíritu cuando éste vino sobre ellos en el aspecto económico.
En 2:39, Pedro dice: “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llame a Sí”. En este versículo la palabra “vosotros” se refiere a los judíos, y “promesa” denota al Espíritu Santo. Las palabras “los que están lejos” se refieren a los gentiles, que se incluyen en la expresión “toda carne” (v. 17). Los que el Señor nuestro Dios llama a Sí mismo son los que Dios escogió y predestinó en la eternidad (Ef. 1:4-5) y a quienes llamó en la era del Nuevo Testamento (Ro. 1:7; 1 Co. 1:2).
Leamos Hechos 2:40: “Y con otras muchas palabras testificaba solemnemente y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación”. En este versículo vemos que Pedro testificaba y les exhortaba con ruego. Para testificar es necesaria la experiencia de ver y disfrutar lo relacionado con el Señor o con los asuntos espirituales. Esto difiere de simplemente enseñar.
Pedro rogaba a las personas diciendoles: “Sed salvos de esta perversa generación”. La palabra “sed” está en voz activa y “salvos” en voz pasiva. Por tanto, “sed salvos” está en voz activo-pasiva. Dios es el que lleva a cabo la salvación, pero el hombre debe ser activo en cuanto a recibir lo que Dios quiere hacer. En el día de Pentecostés, todo lo relacionado con la plena salvación de Dios ya había sido preparado, y el Espíritu Santo fue derramado como la aplicación y la plena bendición de la salvación de Dios, lista para que el hombre la recibiera. En este asunto, Dios espera al hombre, y el hombre debe tomar la iniciativa. No podemos salvarnos a nosotros mismos, pero debemos estar dispuestos. Dios está presto para salvarnos; no obstante, nosotros debemos ser salvos, es decir, tomar la iniciativa de recibir la plena salvación que Dios nos brinda.
En 2:40 Pedro les rogó a las personas que fueran salvas de esta perversa generación. Al concluir su mensaje, Pedro no dijo: “Sed salvos de la condenación”, ni les dijo: “Sed salvos de la perdición eterna”, sino que declaró: “Sed salvos de esta perversa generación”. La generación perversa se refiere a los perversos judíos en esa época, quienes rechazaron al Cristo de Dios (v. 36) y a quienes Dios consideró el presente siglo maligno (Gá. 1:4). Para ser salvos de ese siglo maligno los judíos perversos necesitaban arrepentirse genuinamente de su perversidad para con Dios y volverse de verdad a El. Esto indica que necesitaban volverse a Dios apartándose no solamente de sus pecados sino también de su generación, de la sociedad judía, incluyendo su religión. El resultado de tal salvación no era que ellos entrarían al cielo, sino a una nueva generación, la iglesia. Así que, los salvos eran separados de la sociedad judía y entraban en la iglesia. Ser salvos de esta forma implica salvarse de la condenación y la perdición eternas y ser traídos al propósito eterno de Dios y a Su beneplácito (Ef. 3:11; 1:9).
Leamos Hechos 2:41: “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil almas”. Estas personas fueron bautizadas en agua (10:47-48). En este versículo “almas” denota a personas creadas por Dios (Gn. 2:7).
Hechos 2:41 muestra que aproximadamente tres mil almas recibieron la palabra de Pedro y fueron bautizados. Indudablemente eso fue una buena respuesta a lo que Pedro predicó acerca de Cristo. No obstante, el número de los que recibieron la palabra y fueron bautizados representaba un pequeño porcentaje de los que vivían en Jerusalén en aquel tiempo. Entre los millares de judíos que estaban en la ciudad, sólo tres mil fueron salvos en el día de Pentecostés. Esto indica que los judíos eran muy reacios. Un gran número de judíos vivía en Jerusalén y muchos otros habían venido a la ciudad para festejar el día de Pentecostés. Así que, en realidad el número de los que fueron salvos ese día no era considerable. Esto deja ver cuán obstinada y perversa era esa generación. Por tanto, no debe sorprendernos que Pedro haya dicho: “Sed salvos de esta perversa generación”.