Mensaje 41
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Lectura bíblica: Hch. 15:1-34
El capítulo quince de Hechos es de vital importancia en cuanto a la dispensación o economía de Dios. Al estudiar este capítulo, no prestaremos atención a puntos menores como ya otros lo han hecho. Por el contrario, nos concentraremos en aquellos asuntos que giran en torno al cambio dispensacional.
Hechos 15:1-33 relata los problemas que surgieron a causa de la circuncisión. Los versículos del 1 al 21 tratan sobre la conferencia que los apóstoles y los ancianos celebraron en Jerusalén. Luego, en los versículos del 22 al 33 se describe la solución al problema en cuestión. En este mensaje, estudiaremos Hechos 15:1-33.
Leamos Hechos 15:1: “Entonces algunos descendieron de Judea y comenzaron a enseñar a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme a la costumbre de Moisés, no podéis ser salvos”. Estos hombres procedentes de Judea habían venido con la firme intención de inculcar el judaísmo a los creyentes gentiles.
Decir que si alguien no se circuncida conforme a la costumbre de Moisés no puede ser salvo, equivale a anular la fe en la economía neotestamentaria de Dios, y es una verdadera herejía. Por lo tanto, quienes enseñaban tal herejía a los creyentes, quizá hayan sido los mismos a los que Pablo llamó falsos hermanos en Gálatas 2:4.
La circuncisión era una ordenanza externa que habían heredado los judíos de sus antepasados, empezando con Abraham (Gn. 17:9-14). Esta ordenanza distinguía a los judíos y los separaba de los gentiles. La circuncisión se había convertido en un rito muerto y tradicional, en una simple marca en la carne sin ningún significado espiritual, lo cual estorbó considerablemente la propagación del evangelio de Dios, que es según Su economía neotestamentaria (Gá. 2:3-4; 6:12-13; Fil. 3:2).
La circuncisión, la observancia del sábado y la abstención de ciertos alimentos son las tres principales ordenanzas de la ley mosaica, que hacen que los judíos sean distintos y separados de los gentiles, a quienes aquéllos consideraban inmundos. Todas estas ordenanzas bíblicas de la dispensación del Antiguo Testamento constituyeron un obstáculo para la propagación del evangelio entre los gentiles conforme a la dispensación neotestamentaria de Dios (Col. 2:16). Según la economía neotestamentaria de Dios, ser circuncidado impide que Cristo le aproveche al creyente (Gá. 5:2).
Hechos 15:1 hace referencia a la costumbre de Moisés. Observar la costumbre de Moisés, es decir, practicar las ordenanzas externas de la ley, no sólo equivale a hacer nula la gracia de Dios y a dejar sin efecto la muerte de Cristo (Gá. 2:21), sino también a llevar a los creyentes, a quienes Cristo había liberado, de regreso a la esclavitud de la ley (Gá. 5:1; 2:4).
La enseñanza que establece la circuncisión como un requisito para ser salvos, anula la redención de Cristo, la gracia divina y la economía neotestamentaria de Dios. Pablo y Bernabé no toleraron esta herejía y, a causa de ella, tuvieron “una disensión y discusión no pequeña” (Hch. 15:2) con aquellos que habían descendido de Judea y enseñaban esto a los creyentes. En este pasaje, Pablo y Bernabé contendieron por la fe (Jud. 1:3) en contra de una de las mayores herejías, a fin de que la verdad del evangelio permaneciese con los creyentes (Gá. 2:5).
En realidad, era la responsabilidad de Pedro y de Jacobo, quienes estaban en Jerusalén, dar solución al problema causado por esta herejía. Dicha enseñanza jamás debió haber llegado hasta Antioquía. Seguramente, estos maestros heréticos primero esparcieron su enseñanza en Jerusalén antes de ir a Antioquía. Sin embargo, no hallamos ningún indicio de que Pedro y Jacobo hubiesen intervenido para frenar esta herejía.
El problema descrito en Hechos 15 se originó en Jerusalén. Los apóstoles y ancianos de Jerusalén debieron haber erradicado esta enseñanza herética antes de que se extendiera a las iglesias gentiles. Esto nos muestra que había deficiencias en Pedro y en Jacobo, puesto que no hicieron nada para detener esta enseñanza. Este problema les concernía a ellos. Cuando dicha herejía se extendió hasta Antioquía, ya era demasiado tarde; Pablo y Bernabé no podían solucionarla. Así que fue necesario que subieran a Jerusalén, al lugar de origen del problema.
Es posible que cuando leamos el libro de Hechos, sobrestimemos a Pedro y a Jacobo, y que los elevemos demasiado. Tal vez exaltemos a Pedro y consideremos a Jacobo como una persona muy piadosa. Pero si éste es el caso, no tendremos la debida visión de la situación mencionada en el capítulo quince. Nuestro concepto y comprensión erróneos nos impedirán discernir correctamente la raíz del problema. Dicha raíz no eran los judaizantes heréticos que habían descendido a Antioquía, sino Pedro y Jacobo. Considero que ésta es una apreciación justa.
En Hechos 1 vemos que Pedro estuvo con el Señor cuando El preparó a los apóstoles para que llevaran a cabo el ministerio. Durante ese tiempo, el Señor les dijo: “Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y seréis Mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (1:8). El Señor los designó para que fueran Sus testigos, no solamente en Jerusalén, en Judea y en el pueblo mixto de Samaria, sino que también en las partes más remotas de la tierra, incluyendo los países gentiles. La palabra del Señor había sido muy clara. Si Jacobo, quien era hermano de Jesús en la carne, no hubiera estado presente cuando el Señor pronunció estas palabras, al menos debía conocerlas. Lucas, el autor del libro de Hechos, demostró que conocía estas palabras. Por tanto, Jacobo debió haberlas escuchado aún antes que Lucas. Así que, tanto Pedro como Jacobo debieron haber detenido esta enseñanza herética basándose en lo dicho por el Señor en 1:8, según lo cual ellos debían ser testigos hasta lo último de la tierra. Puesto que el Señor había pronunciado estas palabras, no era necesario discutir ni argumentar al respecto. Pedro y Jacobo debieron haber actuado para erradicar esta herejía desde su origen, en Jerusalén.
Si somos razonables y tenemos el debido discernimiento al leer el capítulo quince, nos daremos cuenta de que el problema se debió en realidad al descuido de Pedro y de Jacobo. Ellos no cumplieron con su deber; no actuaron responsablemente. Como resultado, dicha enseñanza herética persistía en Jerusalén, e incluso prevalecía. De lo contrario, ¿cómo pudo extenderse hasta Antioquía? En esa época las comunicaciones con ciudades lejanas eran muy difíciles. Por consiguiente, es muy significativo el hecho de que esta herejía se hubiera extendido de Jerusalén hasta Antioquía.
Los judaizantes eran muy celosos de su religión, y sin importarles las dificultades del viaje, descendieron hasta Antioquía con la intención de difundir sus enseñanzas heréticas. Ellos enseñaban a la gente con denuedo diciendo: “Si no os circuncidáis conforme a la costumbre de Moisés, no podéis ser salvos” (15:1). Como hemos indicado, esta clase de enseñanza anula todo el Nuevo Testamento y deja sin efecto la muerte redentora de Cristo, Su resurrección, Su ascensión y todo lo que El enseñó.
No entendemos por qué Pedro y Jacobo toleraron esta herejía en Jerusalén. Si leemos Gálatas 2 y lo comparamos con Hechos 15, entenderemos cuál era la situación que prevalecía en aquel tiempo. Por tanto, debemos atribuirle todo el problema a Pedro y a Jacobo, pues no protegieron la verdad ni contendieron por ella como era debido. Esta fue la razón por la que esta herejía persistió en Jerusalén y se extendió entre las iglesias gentiles.
En 15:2, vemos que Pablo y Bernabé tuvieron “una disensión y discusión no pequeña” con los judaizantes. Esto de ningún modo debe hacernos pensar que Pablo hubiera reaccionado exageradamente. La situación no era para menos. ¿Cómo podía Pablo tolerar la enseñanza herética que exigía a los gentiles circuncidarse para ser salvos? Debido a esto, él tuvo que provocar una disensión con los que enseñaban tal herejía.
Por causa de esta disensión, Pablo y Bernabé fueron designados junto con otros para subir a Jerusalén y tratar este asunto con los apóstoles y los ancianos (15:2). Según el versículo 26, Pablo y Bernabé eran considerados como hombres que habían “arriesgado sus vidas por el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Así que, la iglesia en Antioquía decidió enviarlos a Jerusalén.
El hecho de que Pablo, Bernabé y los otros hermanos acudieran a los apóstoles y a los ancianos de Jerusalén, no significa que Jerusalén fuera la sede del mover de Dios, ni que la iglesia en Jerusalén fuera la iglesia principal que controlaba a las demás. Fueron allí porque Jerusalén era el origen de las enseñanzas heréticas en cuanto a la circuncisión. Para solucionar el problema y cortarlo de raíz, ellos tenían que ir al origen. Conforme a la economía neotestamentaria de Dios, no existe una cede del mover de Dios en la tierra ni una iglesia principal que controle a las demás tal como sucede con la Iglesia Católica Romana. La sede del mover del Dios en Su economía neotestamentaria está en los cielos (Ap. 4:2-3; 5:1), y el único que gobierna a todas las iglesias es Cristo, quien es la Cabeza de la iglesia (Col. 1:18; Ap. 2:1).
Leamos Hechos 15:3 y 4: “Ellos, pues, habiendo sido encaminados por la iglesia, pasaron por Fenicia y Samaria, narrando la conversión de los gentiles; y causaban gran gozo a todos los hermanos. Y llegados a Jerusalén, fueron recibidos por la iglesia y los apóstoles y los ancianos, y refirieron lo que Dios había hecho con ellos”. Al subir Pablo, Bernabé y algunos otros a Jerusalén, en realidad era la iglesia la que subía, y no unos cuantos individuos. Ellos no actuaron individualmente, aparte de la iglesia, sino corporativamente, en la iglesia y con ella. Esto fue el mover del Cuerpo de Cristo.
Leamos Hechos 15:5: “Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés”. Los fariseos eran la secta religiosa más estricta de los judíos (26:5). Dicha secta se formó por el año doscientos antes de Cristo. Ellos se enorgullecían de su vida religiosa superior, de su devoción a Dios y de su conocimiento de las Escrituras. Como ya hemos indicado, la enseñanza que tenían los fariseos en 15:5 anulaba la economía neotestamentaria de Dios.
Supongamos que usted hubiera sido un anciano de la iglesia en Jerusalén en la época de Hechos 15. ¿Qué habría hecho con relación a los que enseñaban que los creyentes de Cristo debían guardar la ley de Moisés y cumplir con el rito de la circuncisión? ¿Se habría usted opuesto a esto y habría declarado con denuedo que no puede tolerarse esta enseñanza herética en la iglesia? Eso es lo que debieron haber hecho los ancianos de Jerusalén.
Jacobo era el anciano de mayor influencia en Jerusalén. Esto se alude en 12:17, donde Pedro declara: “Haced saber esto a Jacobo y a los hermanos”. Esto indica que Jacobo se destacaba entre los apóstoles y los ancianos de Jerusalén. Además, en Gálatas 2:12 Pablo habla de algunos que venían de parte de Jacobo, en lugar de decir simplemente que venían de Jerusalén. Esto indica que Jacobo sobresalía en Jerusalén, que era el anciano principal.
Ahora quisiera dirigir una pregunta a los ancianos de las iglesias. Supongan que algunos se levantaran en la iglesia y enseñaran que los creyentes tienen que circuncidarse y guardar la ley de Moisés. ¿Qué harían ustedes al respecto? Ustedes deberían decirles: “Les pedimos que no hablen en las reuniones de la iglesia ni promuevan esta enseñanza entre los santos. Lo que ustedes enseñan es una herejía. Si continúan haciéndolo, no les permitiremos que permanezcan en la iglesia”.
Enseñar que los creyentes deben circuncidarse y guardar la ley de Moisés anula la economía neotestamentaria de Dios y la muerte de Cristo. Deja sin efecto a Cristo y Su muerte. Esto es exactamente lo que Pablo dice con respecto a esta herejía en Gálatas 2:21. En este versículo, Pablo nos dice que él no hacía nula la gracia de Dios.
A cualquiera que enseñe la herejía que dice que los creyentes deben circuncidarse y guardar la ley de Moisés, debemos advertirle que, a menos que cambie de parecer, la iglesia no podrá recibirlo. La iglesia recibe a los que creen en nuestro Señor Jesucristo, en Su muerte redentora, en Su resurrección y ascensión, y en la economía neotestamentaria de Dios. La dispensación de la ley de Moisés ya terminó.
Leamos Hechos 15:6: “Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer de este asunto”. Este versículo menciona a los apóstoles y a los ancianos. Los apóstoles funcionan a nivel universal, mientras que los ancianos lo hacen a nivel local.
¿Por qué Pablo y Bernabé fueron enviados a Jerusalén, cuando el problema que afrontaban se había presentado en Antioquía? Porque el origen del problema estaba en Jerusalén. El nacimiento de este “río” problemático estaba en Jerusalén, pero el “curso” del mismo, había llegado hasta Antioquía. No habría sido correcto cortar el flujo sin eliminar la fuente. Aun si hubieran detenido el flujo, la fuente habría permanecido. Por lo tanto, ellos subieron a Jerusalén, no porque la iglesia en Antioquía considerara a la iglesia en Jerusalén como la iglesia principal, sino para atacar la raíz del problema.
Pablo y Bernabé no consideraron a Pedro y a Jacobo como altos funcionarios. De ser así, eso sería indicio de una jerarquía. Sin embargo, no existía tal cosa; Pedro no era un “papa”, como presume erróneamente el catolicismo.
En el capítulo quince de Hechos, tenemos una conferencia especial celebrada por los apóstoles de la iglesia universal y los ancianos de la iglesia local que estaba en Jerusalén. Estos eran los dos principales grupos en el mover neotestamentario del Señor en la tierra. En esa conferencia no hubo ningún dirigente; quien presidió fue el Espíritu (v. 28) el Cristo “neumático”, la Cabeza de la iglesia (Col. 1:18), y el Señor de todos (Hch. 10:36). El hecho de que hubo “mucha discusión” (v. 7) indica que a todos los presentes en la conferencia se les permitió hablar. La decisión se basó en el testimonio presentado por Pedro (vs. 7-11), en los hechos relatados por Bernabé y Pablo (v. 12), y en la conclusión dada por Jacobo (vs. 13-21), quien era el principal entre los apóstoles y los ancianos de Jerusalén (12:7; 21:18; Gá. 1:19; 2:9), debido a la influencia que ejercía sobre los creyentes por su piedad.
Algunos suponen que la conferencia celebrada en Hechos 15 fue el primer concilio de la iglesia, pero este concepto es erróneo. No se trató de un concilio, sino de un caso de comunión, la cual fue presidida por el Espíritu Santo. Más adelante, leemos: “Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros...” (v. 28). Esto indica que no hubo votación, autocracia ni democracia. Tales sistemas de gobierno no deben tener cabida en la vida de iglesia; lo único que debe predominar es la comunión en el Espíritu. Esto es lo que se establece en Hechos 15.