Mensaje 52
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Lectura bíblica: 10, Is. 53:12c; Ef. 4:8; Hch. 2:36; Ap. 17:14; 19:16; 10-11, Ef. 1:22; Hch. 5:31; Ap. 1:5a; He. 4:14, 4:15-16; 7:25, 7:26; 8:1-2; Ap. 1:13; 2:1b; Ef. 4:11-12; 1 Ti. 1:4b
En este mensaje llegamos al último versículo de Isaías 53. Como vimos en los dos mensajes anteriores, Isaías 53 abarca las cuatro etapas de Cristo. En todo el universo Cristo es la Persona más maravillosa; como tal, Cristo pasó por cuatro etapas: la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión. Todos los sesenta y seis libros de la Biblia hablan principalmente de esas cuatro cosas. Nada en este universo es más crucial que la encarnación de Cristo, Su crucifixión, Su resurrección y Su ascensión. En este mensaje veremos a Cristo en la etapa de Su ascensión.
Colosenses 2:15 dice que mientras Cristo estaba en la cruz, el Padre se despojó de los principados y de las autoridades, los poderes angélicos malignos. Este versículo nos abre una ventana por la cual podemos ver que mientras Cristo era crucificado en la cruz, se libraba una guerra entre Dios y Satanás. Antes de aquel tiempo, Satanás había inducido a un grupo de ángeles a rebelarse contra Dios y seguirlo a él como subordinados suyos. En Efesios 2:2 Satanás es llamado el “príncipe de la autoridad del aire”, lo cual indica que los principados y autoridades en el aire, que son los ángeles malignos, están sujetos a él. Cuando Cristo fue crucificado en la cruz, se desató una guerra entre los ángeles buenos y los ángeles malignos, e incluso, entre Dios y Satanás. Esto es lo que claramente indica Colosenses 2:15, que dice: “Despojándose de los principados y de las autoridades, Él los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”. El pronombre Él en este versículo hace referencia a Dios, quien es mencionado en el versículo 12. Si solamente leyéramos los cuatro Evangelios, no podríamos ver que durante la crucifixión de Cristo se libraba una guerra entre Dios y Satanás. Únicamente Colosenses 2:15 nos muestra tal escena.
Debemos comprender que en este universo hay una escena invisible detrás de la escena visible. En el universo hay dos escenas: una es visible, y la otra es invisible. Cuando Cristo fue crucificado, había una escena visible. Todas las personas presentes podían ver la escena visible. Los soldados pusieron a Cristo en la cruz y clavaron Sus manos y Sus pies; luego, ellos levantaron la cruz. Los circunstantes vieron estas cosas, pero no vieron ni podían ver la escena invisible que estaba detrás de esa escena visible: Dios y Satanás libraban una guerra. En esta guerra, Dios se despojó de todos los principados y las autoridades conflictivos y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en Cristo y en la cruz.
Esto indica que en todo el universo únicamente cuatro cosas son de importancia crucial para Dios y para nosotros, Sus elegidos. Todo lo demás carece de significado. En los libros del Nuevo Testamento podemos ver la escena invisible que está detrás de la escena visible con respecto a la encarnación de Cristo, Su crucifixión, Su resurrección y Su ascensión. Tal escena está presente incluso en la actualidad.
El Antiguo Testamento, en libros como Daniel, también nos muestra que en aquel tiempo había tanto una escena visible como una escena invisible. En la escena que era visible para las personas, Babilonia intervino para capturar a Jerusalén (Dn. 1:1-2). Tal cautiverio perduró por setenta años. Al final de esos años, el Imperio medo-persa derrotó a Babilonia. Todo esto era visible. Pero la gente no podía ver que detrás de tal escena había otra escena invisible. Ellos no podían ver que detrás de Persia estaba el príncipe de Persia, y que detrás de Grecia estaba el príncipe de Grecia. Cuando Grecia, bajo el liderazgo de Alejandro, combatía contra Persia, esos dos príncipes también combatían en el aire (10:13, 20).
En cada una de estas cuatro etapas de Cristo, no solamente los hombres sino también los ángeles estaban involucrados (Lc. 2:8-14; Col. 2:15; Mt. 28:2-7; Hch. 1:10-11). Esto indica nuevamente que en cuanto a la encarnación de Cristo, Su crucifixión, Su resurrección y Su ascensión, hay tanto una escena visible como una escena invisible. Sin embargo, de estas dos, la escena invisible es la más importante.
Isaías 53:12a dice: “Por tanto, Yo [Jehová Dios] le daré [al Cristo ascendido] porción con el Grande, / y Él con el Fuerte repartirá el botín”. El uso de la palabra botín en este versículo es muy significativo. Esto indica que se libraba una guerra. Si no había una guerra, no podría haber botín. El botín significa los despojos, y los despojos representan los cautivos capturados en una guerra. La palabra botín indica que se libró una guerra y que alguien venció en esa guerra, y dicho vencedor obtuvo los despojos, los cautivos, el botín. Esta única palabra nos abre una ventana muy amplia por la cual podemos ver la escena invisible de una guerra. Cristo, Aquel que ganó esa guerra, repartió el botín con el Grande y el Fuerte. Aquí el Grande y el Fuerte hacen referencia a Dios. Dios es el Grande, y Dios también es el Fuerte. Como el Grande, Él recibió la honra por la ascensión de Cristo, y como el Fuerte, Él obtuvo la victoria. Así pues, los dos, Cristo junto con el Fuerte y Grande, compartieron entre sí el botín.
Esto indica que en la ascensión de Cristo hubo una demostración de la victoria de Cristo al ser compartido el botín, los cautivos, los despojos, obtenido en la victoria de Cristo. Isaías 53:12a, apenas la mitad de un versículo, es la única porción de Isaías 53 que habla sobre la ascensión de Cristo. Pero la mitad de este versículo, donde vemos la demostración del triunfo de Cristo al ser compartido el botín, nos abre una amplia ventana. Dios el Padre es el Grande y también el Fuerte, y Dios el Hijo es el Combatiente. Él libró la batalla en la cruz y en Su resurrección. Él ganó la batalla, y al ganar esa batalla capturó a todos los que eran cautivos de Satanás. Todos los hombres, comenzando por Adán e incluyéndonos a nosotros mismos, fuimos capturados por Satanás. Nos convertimos en cautivos de Satanás. Pero, según Efesios 4:8, cuando Cristo ascendió a los cielos, Él “llevó cautivos a los que estaban bajo cautiverio, y dio dones a los hombres”. En este versículo se cita Salmos 68:18. Los que estaban bajo cautiverio hace referencia a los que habían sido capturados por Satanás. Este versículo indica que cuando Cristo ascendió a los cielos, Él llevó consigo un séquito, una procesión, de cautivos. En este grupo de cautivos están incluidos todos los pecadores que han sido salvos. Antes de aquel tiempo, nosotros éramos cautivos de Satanás. Satanás nos había capturado y nos había hecho sus cautivos a causa del pecado y de la muerte. Éramos esclavos de Satanás bajo el poder del pecado y de la muerte. Entonces Cristo, mediante Su muerte y resurrección, derrotó a Satanás y capturó a todos los que estaban cautivos bajo el poder de Satanás y los hizo Sus cautivos. Primero, éramos cautivos de Satanás, pero ahora somos cautivos de Cristo. Luego, en Su ascensión, Cristo nos condujo en una procesión triunfal, “un séquito de enemigos vencidos” (The Amplified New Testament) a los cielos.
Tal vez no comprendamos que ya estuvimos en los cielos. Efesios 4 dice que cuando Cristo ascendió a los cielos, Él condujo una procesión de cautivos, formada por aquellos que habían sido cautivos de Satanás, y llevó a estos cautivos a los cielos a fin de entregárselos al Padre. Entre estos cautivos estábamos usted y yo. Nosotros formamos parte de aquellos enemigos vencidos por Cristo. Satanás también fue vencido por Él. Son muchos los que jamás escucharon tal evangelio. Por tanto, necesitamos predicar el evangelio elevado a tales personas, en conformidad con Efesios 4:8, y decirles que Cristo los derrotó y capturó mediante Su muerte y resurrección y los llevó a los cielos en Su ascensión. Como Aquel que es victorioso y ha triunfado, Él condujo una procesión triunfal a fin de celebrar Su victoria y llevó a estos cautivos a los cielos para entregárselos al Padre diciéndole: “Padre, éstos son el botín, los despojos, que gané después de combatir. Ahora, Padre, te los obsequio. Tú me enviaste, y Yo fui. Ahora regreso a Ti con un regalo, un obsequio, que obtuve para Ti en la cruz y el Hades. Capturé a éstos, y ahora te los entrego todos juntos como un obsequio”. El Padre aceptó este obsequio de parte del Hijo y, después, el Padre dio estos cautivos nuevamente al Hijo como un obsequio de Su parte. Ésta es la escena invisible de lo ocurrido en la ascensión de Cristo.
Después de recibir a todos los cautivos como obsequio de parte del Padre, el Hijo transformó a todos estos cautivos en Su vida de resurrección, haciendo de todos ellos dones (Ef. 4:8b). Pablo fue hecho un don, y nosotros también fuimos hechos dones. Luego, Cristo entregó estos dones a la iglesia. Por tanto, Efesios 4:11 dice: “Él mismo dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como pastores y maestros”. Todos nosotros somos dones que Cristo dio a la iglesia. La iglesia tiene muchos dones. Todo miembro en una iglesia local es un don dado a la iglesia.
Antes de ser salvo, Saulo era cautivo de Satanás. Pero después que el Señor lo salvó, Pablo se convirtió en un don. Nosotros también fuimos cautivos de Satanás. Pero Cristo derrotó a Satanás y nos capturó para llevarnos al Padre, y el Padre, a su vez, nos entregó al Hijo. El Hijo hizo de nosotros dones al transformarnos con Su vida de resurrección. ¿No ha sido usted transformado? Todos tenemos que confesar que ahora somos distintos de la clase de persona que éramos antes de ser salvos. Ahora, en lugar de ser cautivos de Satanás, todos somos dones que han sido dados a la iglesia.
Efesios 4:12 dice que por medio del perfeccionamiento de los santos como dones, el Cuerpo de Cristo es edificado. Esta edificación es la única obra del ministerio neotestamentario. Mi carga no es anularlos a ustedes al convertirlos en laicos miembros de un sistema de clérigos y laicos; más bien, deseo que se desarrollen y sean perfeccionados como dones para la edificación del Cuerpo de Cristo.
Tenemos que aprender a ver las cosas invisibles que están detrás de la escena visible. Detrás de la escena visible hay otra escena que no podemos ver con nuestros ojos físicos. Pero quienes tienen ojos espirituales pueden ver la escena invisible detrás de la escena visible. Isaías 53:12a nos muestra los eventos invisibles que tuvieron lugar detrás de la escena visible. Por medio de la ventana que nos abre este versículo podemos ver que al morir en la cruz, Cristo era un Combatiente que luchaba en una guerra. Mientras moría en la cruz, Él combatía. Según Colosenses 2:15, mientras Cristo combatía en la cruz, el Padre también tomó parte en dicha guerra, y los ángeles malignos se esforzaron por obstaculizar al Padre. El Padre se despojó de ellos y los exhibió públicamente para avergonzarlos, con lo cual triunfó sobre ellos. En esto consistió la guerra que se libró durante la crucifixión de Cristo. Después, 1 Pedro 3:18-20 dice que habiendo muerto en la cruz, Cristo descendió al Hades para proclamar a los ángeles malignos la victoria sobre Satanás y su poder de las tinieblas obtenida por Dios mediante la muerte de Cristo en la cruz. Esto también forma parte de la escena invisible.
Después de la guerra, Cristo el Hijo resucitó, y en Su resurrección Él obtuvo la victoria. Él capturó a todos los que eran cautivos de Satanás y los condujo en una procesión triunfal; así, llevó a los cielos a dichos cautivos para obsequiárselos al Padre. Después, el Padre se los obsequió a Él, y Él los aceptó e hizo de cada uno de ellos un don. Según Isaías 53:12a, en los cielos hubo una demostración de la victoria de Cristo. En esa demostración, el Hijo y el Padre compartieron el botín. El Padre reconoció la victoria del Hijo y compartió con Él los despojos. Allí Cristo disfrutó una porción del botín, los cautivos, con el Padre, quien es el Grande y el Fuerte. Ésta fue una demostración del Hijo y del Padre en el disfrute de la victoria de Cristo.
Pero no fue el Padre, ni el Hijo, quien recibió el máximo beneficio de tal demostración. A la postre, el Cuerpo de Cristo, la iglesia, obtuvo todos los dones, todo el botín. Tanto la porción del Padre como la del Hijo fueron dadas a la iglesia en calidad de dones. Semejantes buenas nuevas deberían hacer que nos regocijemos. ¡Aleluya! Fuimos salvados de las manos de Satanás y llevados a los cielos, donde el Hijo nos entregó al Padre en calidad de dones. Al Padre le plació recibir tal obsequio, y Él nos devolvió al Hijo; luego, el Hijo hizo de nosotros dones mediante la transformación con Su vida de resurrección. Después, nos dio como dones a la iglesia en nuestra localidad para realizar la obra del ministerio neotestamentario, esto es, edificar el Cuerpo de Cristo.
Aunque estamos en la tierra, podemos ver esta escena en los cielos. Ahora vemos las cosas que son absolutamente invisibles para las personas de este mundo. Mientras ellos disfrutan de los entretenimientos mundanos en la escena visible, nosotros disfrutamos de las cosas celestiales en la escena invisible.
En Su ascensión, Cristo fue hecho Señor (Señor de señores) y Cristo (Hch. 2:36; Ap. 17:14a; 19:16b).
Cristo fue hecho Señor (Señor de señores) para señorear y poseer a todos los hombres y todas las cosas. Todos los hombres en todas las naciones pertenecen a Cristo como Su posesión y están sujetos al señorío de Cristo. Cristo es Señor de todos ellos y los posee.
En Su ascensión, Cristo también fue hecho el Cristo que ejecuta el plan de Dios y lleva a cabo la voluntad de Dios. Cristo es el Ungido de Dios que ejecuta el plan de Dios y lleva a cabo Su voluntad.
El Cristo ascendido fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia (Ef. 1:22b).
Cristo, como Cabeza sobre todas las cosas, reunirá bajo una cabeza todas las cosas en la plenitud de los tiempos (Ef. 1:10). Cuando sea la plenitud de los tiempos, Cristo reunirá bajo una cabeza todas las cosas, incluyendo las cosas en los cielos y en la tierra. Hoy en día los millones de habitantes en esta tierra no tienen quien sea su cabeza. Pero cuando llegue la plenitud de los tiempos, Cristo reunirá bajo una cabeza a todos.
Cristo reúne bajo una cabeza todas las cosas a fin de que la iglesia llegue a ser la herencia de Dios según el consejo de Su voluntad (Ef. 1:11). Según Efesios 1:7, todos fuimos redimidos para ser introducidos en Cristo no solamente como persona, sino también como esfera y elemento. Fuimos redimidos para ser introducidos en esta esfera y elemento. Según Efesios 1:11, con Cristo como elemento fuimos hechos algo precioso, un tesoro para Dios. Este precioso tesoro es la iglesia como herencia de Dios. Esto guarda estrecha relación con el hecho de que Cristo reúna bajo una cabeza todas las cosas. A fin de reunir todas las cosas bajo una cabeza, Cristo primero tiene que hacer de nosotros un tesoro, la herencia de Dios. Con base en esto, Cristo puede proceder a reunir bajo una cabeza todas las cosas en buen orden, sometiéndolas a Sí mismo como Cabeza.
En Su ascensión, Cristo fue hecho Príncipe (el Soberano de los reyes de la tierra, el Rey de reyes) y Salvador (Hch. 5:31; Ap. 1:5a; 17:14a; 19:16a).
Cristo fue hecho Príncipe (el Soberano de los reyes de la tierra, el Rey de reyes) para gobernar sobre los incrédulos. Hoy en día todos los incrédulos, independientemente de lo rebeldes que sean, están bajo el gobierno de Cristo.
Cristo fue hecho Salvador para salvar a los creyentes. Él es el Príncipe (el Soberano) y el Salvador. Cristo es el Príncipe (el Soberano) de los incrédulos y el Salvador de nosotros, los creyentes.
En Su ascensión, Cristo fue ordenado como gran Sumo Sacerdote (He. 4:14; 7:26).
Cristo fue ordenado como gran Sumo Sacerdote para ministrar a los creyentes las cosas celestiales con todas las riquezas del Cristo celestial (He. 8:1-2). Hoy en día el Cristo que disfrutamos no es un Cristo terrenal, sino un Cristo celestial. Si Cristo no estuviera en los cielos, no sería tan rico ni tan elevado. En la actualidad, el Cristo que disfrutamos está en los cielos como Sacerdote que nos ministra Su propia Persona con todas las cosas celestiales.
Muchos cristianos piensan que el ministerio de Cristo incluye únicamente Su encarnación —esto es, el hecho de que Él se hizo hombre—, Su muerte en la cruz por nuestros pecados y Su resurrección en virtud de la cual fuimos resucitados con Él. No diría que eso está equivocado, pero constituye apenas una pequeña parte del ministerio de Cristo. Hoy en día Cristo continúa Su ministerio en los cielos. Éste es Su ministerio celestial. Al llevar a cabo tal ministerio, Él es el Señor en los cielos, el Cristo, la Cabeza y el gran Sumo Sacerdote; como tal, Él está muy ocupado en los cielos. En primer lugar, Él está edificando Su Cuerpo universal. En la vieja creación, Cristo en calidad de Todopoderoso simplemente habló la palabra, y las cosas llegaron a existir (Gn. 1:3; Sal. 33:9). Pero en la nueva creación, Él tiene que laborar mucho a fin de edificar Su Cuerpo. Luego, en cuanto concierne al mundo, referente a la gran imagen descrita en Daniel 2, Cristo tiene que laborar mucho. Con respecto a ciertos eventos mundiales, podría parecernos que las Naciones Unidas ejerce control sobre ciertas naciones, pero en realidad es Cristo quien ejerce control sobre todas las naciones. Cristo administra toda la situación mundial. Aunque el comunismo es un sistema formidable, pudo permanecer en Rusia apenas por setenta años. Esto debe hacer que le demos la gloria, la alabanza, al Soberano de toda la tierra. Cristo está muy ocupado; Él prepara la situación mundial, el entorno y los tiempos a fin de que Él pueda retornar trayendo consigo el eterno reino de Dios. Él hace que todas las cosas estén listas a fin de poder retornar para aplastar la gran imagen empezando precisamente por los diez dedos de los pies, con miras a derrotar al anticristo, a los diez reyes y a sus ejércitos (Dn. 2:34-35; Ap. 17:12-14; 19:11-16, 19-21). Durante los últimos cuarenta y cinco años todas las naciones han estado ocupadas compitiendo en el ámbito del poderío militar. Hoy en día Cristo y el anticristo también están preparándose. Un día se producirá la última guerra, la cual ocurrirá en Armagedón (16:16). En esa guerra Cristo comandará el ejército de Dios, y el anticristo comandará el ejército de Satanás. Dos ejércitos combatirán allí. Ahora Cristo está preparando a Su ejército. Tal ejército requiere de nosotros que seamos vencedores, con quienes Cristo se casará como Su novia. La novia de Cristo será Su ejército (19:7-8, 11, 14). Hoy en día Cristo labora mucho en los cielos en preparación para aquel día.
Cristo ha sido ordenado como gran Sumo Sacerdote para salvar por completo a los creyentes al interceder por ellos (He. 7:25). Cristo está en los cielos intercediendo por la iglesia. Él no solamente intercede por los creyentes en general, sino también por cada creyente en particular. Debemos creer y tener la certeza de que Cristo intercede por cada uno de nosotros, incluso por nombre. Esta labor de intercesión no es Su ministerio terrenal, sino Su ministerio celestial, un ministerio llevado a cabo por Cristo como Sumo Sacerdote.
Cristo fue ordenado como gran Sumo Sacerdote para cuidar de los creyentes con conmiseración conduciéndolos al trono de la gracia a fin de que reciban misericordia y hallen gracia para el oportuno socorro (He. 4:15-16). Al entrar en el Lugar Santísimo para tocar el trono de la gracia, tal vez no nos percatemos de que fue Cristo quien nos condujo allí. Él nos introduce en el Lugar Santísimo y nos pone ante el trono de la gracia a fin de que recibamos misericordia y hallemos gracia para el oportuno socorro. Tal ministerio es llevado a cabo por Cristo no de una manera general, sino de una manera fina y detallada.
Cristo, como gran Sumo Sacerdote, anda entre las iglesias, los candeleros, y las despabila (Ap. 1:13; 2:1b). Los candeleros entre los cuales anda Cristo no están en la tierra, sino en los cielos. Hoy en día todas las iglesias están en los cielos. Cristo, quien está en los cielos y ejerce Su ministerio celestial, cuida de todas las iglesias, los candeleros, y las despabila al cortar los pábilos quemados (pone fin a nuestra vida natural vieja y quemada) y añadir más aceite (nos suministra el Espíritu Santo) a fin de que resplandezcan más. En esto consiste la labor que Cristo realiza actualmente en Su ministerio celestial.
Como vimos anteriormente, en Su ascensión Cristo compartió con Dios, el Grande y el Fuerte, el botín de Su victoria lograda mediante Su muerte y resurrección (Is. 53:12a). Después, Cristo dio el botín de Su victoria a la iglesia en calidad de dones —algunos apóstoles, algunos profetas, algunos evangelistas y algunos pastores y maestros— para la edificación del Cuerpo de Cristo (Ef. 4:8b, 11-12).
La ascensión de Cristo alcanza su consumación en las siguientes tres cosas principales:
En primer lugar, la ascensión de Cristo alcanza su consumación en el ministerio celestial de Cristo ejercido en los cielos. En tal ministerio, Cristo, el Ungido de Dios, ministra para llevar a cabo la economía de Dios a fin de propagar el evangelio, establecer la iglesia como reino de Dios y edificar el Cuerpo de Cristo.
En segundo lugar, la ascensión de Cristo alcanza su consumación en la distribución del botín obtenido en Su victoria triunfante, el cual es dado como dones a Su Cuerpo. Esto tiene por finalidad el deleite de Jehová, el cual será prosperado en manos de Cristo conforme al deseo y plan de Dios (Is. 53:10c). El beneplácito de Jehová es la edificación del Cuerpo de Cristo. Dios se complace únicamente con la edificación del Cuerpo de Cristo. La realización del beneplácito de Dios tiene por finalidad el cumplimiento de la economía neotestamentaria de Dios (1 Ti. 1:4b).
En tercer lugar, la ascensión de Cristo alcanza su consumación en la realización de la obra de Dios con miras a Su nueva creación. Dios produce Su nueva creación en medio de Su vieja creación y a partir de Su vieja creación. La vieja creación es como un huevo, y la nueva creación es como una gallina. Así como la gallina procede del huevo, la nueva creación procede de la vieja creación.
La obra de Dios con miras a Su nueva creación es realizada en las cuatro eras de la vieja creación y por medio de ellas. Las cuatro eras de la vieja creación de Dios son: (1) la era anterior a la ley, desde Adán hasta Moisés (Ro. 5:13-14); (2) la era de la ley, desde Moisés hasta la primera venida de Cristo (Jn. 1:17); (3) la era de la gracia, desde la primera venida de Cristo hasta Su segunda venida; y (4) la era del reino, desde la segunda venida de Cristo hasta el final del reino milenario. Por medio de estas cuatro eras Dios crea la nueva creación. La nueva creación es creada por completo en Cristo, por Cristo, mediante Cristo y con Cristo. Esto se lleva a cabo principalmente en el ministerio celestial de Cristo. La muerte de Cristo y Su resurrección, que corresponden a Su ministerio terrenal, únicamente pusieron fin a la vieja creación e hicieron germinar la nueva creación. La obra continua de constituir la nueva creación es llevada a cabo en los cielos en el ministerio celestial de Cristo.
La obra de Dios con miras a Su nueva creación tiene por finalidad completar la constitución de la Nueva Jerusalén como mezcla del Dios Triuno procesado con Sus santos tripartitos transformados a fin de ser la expresión de Dios y la bendición de los santos por la eternidad. Al final de los sesenta y seis libros de la Biblia, una ciudad es revelada, a saber: la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén es la consumación del ministerio de Cristo, lo cual incluye Su ministerio terrenal y Su ministerio celestial. Repito, la mayor parte de Su ministerio no la conforma Su ministerio terrenal, sino Su ministerio celestial. El ministerio de Cristo, tanto en la parte terrenal como en la parte celestial, alcanzará su consumación en una ciudad, y esta ciudad es la mezcla del Dios Triuno procesado con Sus santos tripartitos transformados a fin de ser la expresión de Dios y la bendición de los santos por la eternidad. Por la eternidad, Dios tendrá una expresión, y por la eternidad nosotros disfrutaremos de una bendición, esto es, la Nueva Jerusalén como consumación del ministerio de Cristo en Sus cuatro etapas: la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión.