Mensaje 50
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Lectura bíblica: Is. 53:1-10-12c; 1 Co. 1:24; Jn. 1:1, 14; 1 Ti. 2:5b; He. 2:14-18; Mt. 1:21; 1 P. 2:24; 3:18; Mt. 26:57, 59, 65-68; Lc. 23:1-12; Jn. 18:33-38; 19:1-16; Lc. 23:32-33, 34a; 45-46, Mt. 27:59-60; He. 9:14a; Jn. 10:17-18; He. 9:12; Hch. 10:43; 13:39; Ro. 5:10; 1 Co. 15:45; Ro. 8:9b; Fil. 1:19b
Oración: Señor, cuánto te agradecemos por habernos congregado nuevamente en Tu nombre. Hoy en día todo el mundo está ocupado, pero Tú nos has separado para Ti mismo a fin de que podamos venir aquí para conocerte mediante Tu palabra. Queremos estar claros con respecto a Ti, Tus pasos, Tus etapas, lo que Tú eres y lo que has hecho. Señor Jesús, sé con nosotros esta noche. Cúbrenos con Tu sangre prevaleciente protegiéndonos de todos los obstáculos puestos por aquel que está en tinieblas. Señor, confiamos en Ti sabiendo que vendrás a ungirnos a cada uno de nosotros, a ungir todo cuanto se haga en esta reunión. Señor, queremos decirte que te amamos. Anhelamos vivirte; así que, deseamos conocerte en cada detalle. Señor, derrota al enemigo y ten misericordia de todos nosotros. Amén.
En este mensaje y en los dos siguientes tendremos como tema: “El Cristo todo-inclusivo en Sus cuatro etapas conforme a la economía neotestamentaria de Dios”. Si deseamos conocer a Cristo según Isaías 53, tenemos que comprender que Isaías 53 habla claramente de Cristo en Sus cuatro etapas. La primera etapa es la etapa de la encarnación de Cristo; la segunda, la etapa de Su crucifixión; la tercera, la etapa de Su resurrección; y la cuarta, la etapa de Su ascensión. En este mensaje consideraremos las primeras dos etapas, y en los siguientes dos mensajes veremos las últimas dos etapas.
Isaías 53 es un capítulo repleto de significado. Este capítulo es una confesión que será hecha por la casa de Israel que será salva cuando el Señor retorne. Zacarías 12 nos dice que cuando el Señor Jesús retorne, la casa de Israel será salva ese mismo día e, incluso, en ese mismo momento. Zacarías nos dice que los judíos retornarán entonces a la tierra de sus padres (8:7-8). Al inicio de la última semana, los últimos siete años de la era actual, el anticristo hará un pacto con Israel, y en la mitad de esa semana el anticristo cambiará de idea (Dn. 9:27). Entonces, durante tres años y medio, perseguirá despiadadamente a los judíos. Según Zacarías 13:8, dos tercios de la población judía será aniquilada por él; apenas un tercio sobrevivirá. Aquellos que hayan quedado probablemente se encuentren, en su mayoría, en el área de Jerusalén. Después de matar a tantos judíos, el anticristo todavía no estará satisfecho. Según Zacarías 14:2, él conquistará Jerusalén, y la mitad de la ciudad será llevada al exilio. Aquellos que permanezcan constituirán apenas una sexta parte de los judíos que retornaron a la tierra de sus padres. En tales circunstancias, el anticristo intentará devorar, destruir, a todo el linaje de Israel, pero el Señor descenderá para derrotarlo; entonces, los judíos que hayan sobrevivido le verán y le reconocerán como Aquel a quienes sus antepasados traspasaron. Luego, todos ellos se arrepentirán y llorarán (12:10-14). Al hacer esto, este remanente recibirá a Cristo. Todos ellos serán salvos en una salvación de toda la casa. En aquel tiempo ellos confesarán lo contenido en Isaías 53, y este pasaje de la Palabra adquirirá pleno sentido para ellos.
Isaías 53 fue escrito hace unos dos mil setecientos años. Aunque a lo largo de estos veintisiete siglos los judíos han leído este capítulo una y otra vez, no saben de qué trata. Hoy en día casi todos los que leen la Biblia sienten aprecio por Isaías 53, pero quizás no entiendan verdaderamente este capítulo. He descubierto que la mejor manera de que ustedes estén claros con respecto a este capítulo consiste en ayudarles a ver las cuatro etapas de Cristo reveladas en este capítulo.
Cristo pasó por la primera etapa, la etapa de la encarnación, durante treinta y tres años y medio; Él permaneció en la segunda etapa, la etapa de Su crucifixión, por aproximadamente seis horas; y Él ha estado en la tercera etapa, la etapa de Su resurrección, desde hace unos dos mil años. La etapa de la resurrección de Cristo no tendrá fin; perdurará por la eternidad (Ap. 1:18). Después de Su resurrección, Cristo entró en Su ascensión. Él ascendió en resurrección. Es imposible separar la resurrección de Cristo de Su ascensión. Hoy en día Cristo está tanto en resurrección como en ascensión. Él se encarnó y fue crucificado, pero ahora Él está en ascensión y en resurrección. Él está en ascensión con base en Su resurrección. Su resurrección tuvo como fruto Su ascensión. Es imposible separar una de la otra. Ahora Él vive para siempre tanto en resurrección como en ascensión. Él no solamente es el Cristo que resucitó, sino el Cristo que resucitó y ascendió.
La primera etapa de Cristo, la etapa de Su encarnación, no forma parte de la redención efectuada por Él. Cristo es nuestro Salvador y nos redimió, pero Su encarnación, en sí misma, no equivale a Su obra redentora. Isaías 53:2 dice: “Porque creció como planta tierna delante de Él, / y como raíz de tierra seca”. El hecho de que Cristo fuera como planta tierna y como raíz de tierra seca no forma parte de Su obra redentora. Asimismo, el hecho de que Él no fuera estimado (v. 3) tampoco forma parte de Su obra redentora.
Isaías 53:1b-3 hace referencia a la encarnación de Cristo. El versículo 1 dice: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio? / ¿Y a quién se ha revelado el brazo de Jehová?”. La expresión el brazo de Jehová es una figura retórica que se refiere a Jehová mismo en Su poder. Por tanto, el brazo de Jehová es Dios mismo en Su poder salvador. Este brazo de Jehová ha sido revelado. Hace dos mil años, cuando el Señor Jesús salió de Nazaret para predicar el evangelio, ello fue la revelación del brazo de Jehová. Cristo, como brazo de Jehová, ha sido revelado a muchos, pero ellos no comprendieron que Él era el brazo de Jehová. Ellos no vieron que Él era Jehová mismo que venía en poder para salvarlos.
Con base en esta revelación del brazo de Jehová, los apóstoles hicieron su anuncio (1 Jn. 1:3). Pero, ¿quién ha creído a su anuncio? Cuando el Señor Jesús retorne, el remanente de Israel se arrepentirá y llorará. Entonces, ellos recordarán Isaías 53:1: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio? / ¿Y a quién se ha revelado el brazo de Jehová?”. Y luego continuarán recordando: “Porque...”. La palabra porque al comienzo del versículo 2 es una palabra importante. ¿Por qué no creyeron el anuncio ni recibieron la revelación concerniente a Cristo? Debido a que Él no creció como rey, sino como planta tierna delante de Jehová. Ésta es la razón por la cual no creyeron el anuncio hecho por los apóstoles. Varias veces en los cuatro Evangelios los judíos despreciaron al Señor Jesús diciendo cosas como: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (Jn. 1:46) y “¿No es éste el hijo del carpintero?” (Mt. 13:55). Si Jesús se hubiera presentado como alguien procedente de Belén, una ciudad de la familia real, quizás muchos judíos hubieran creído en Él. Pero ellos no creyeron en Él debido a que Él creció como planta tierna delante de Jehová y como raíz de tierra seca.
Isaías 53:3 comienza diciendo: “Fue despreciado y desechado de los hombres, / varón de dolores y experimentado en aflicción”. El versículo 1 hace referencia a Cristo como brazo de Jehová, y en el versículo 3 se le llama varón de dolores. El brazo de Jehová es Jehová mismo en Su poder, y el varón de dolores es Jesús. Si unimos estos dos aspectos, ello equivale a la encarnación. Un día Jehová, Elohim mismo, se hizo un hombre llamado Jesús. En Isaías 53 Jehová está representado por el brazo de Jehová, y Jesús es llamado un varón de dolores. Esto es la encarnación.
Cristo, como Dios completo, representado por el brazo de Jehová como poder de Dios (v. 1b; 1 Co. 1:24), llegó a ser un hombre perfecto, representado por el varón de dolores (v. 3a; Jn. 1:1, 14; 1 Ti. 2:5b). El término del Antiguo Testamento es el brazo de Jehová, mientras que el término del Nuevo Testamento es el poder de Dios. En 1 Corintios 1:22-24 se nos dice: “Porque ciertamente los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos tropezadero, y para los gentiles necedad; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios y sabiduría de Dios”. En estos versículos, el Cristo crucificado corresponde al varón de dolores mencionado en Isaías 53:3, y el poder de Dios equivale al brazo de Jehová mencionado en Isaías 53:1. Por tanto, en estos dos pasajes de la Palabra, la encarnación es claramente mencionada.
Cristo, como hombre perfecto, llevó una vida humana humilde y penosa. Su nacimiento fue humilde, y Su familia también era humilde. Además, Su vida fue una vida llena de penas.
Primero, Él creció como planta tierna (como persona frágil y pequeña) delante de Jehová (Is. 53:2a). Aquí la palabra planta se refiere a un retoño, el cual es muy tierno, pequeño y frágil. Cristo no creció como un gran árbol, sino como un pequeño y delicado retoño. Debido a que Él fue tal clase de persona, nadie le prestaba especial atención. Además, Él creció como raíz de tierra seca, lo cual quiere decir que nació en una familia pobre. Su madre, María, y el esposo de ella, José, vivían en Nazaret, una ciudad menospreciada, y en Galilea, una región menospreciada. Es verdad que ellos eran descendientes de David, pero David reinó aproximadamente mil años antes que Jesús naciera. Cuando María y José nacieron, la familia real se había vuelto insignificante. En Isaías 11:1 la familia real de Isaí es comparada al tocón de un árbol. De ese tocón, salió un retoño: Cristo. Por tanto, Su nacimiento fue un nacimiento muy humilde.
En segundo lugar, el Señor Jesús no tenía aspecto atractivo ni majestad para que le miraran, ni apariencia hermosa para que le desearan (53:2b). Si Jesús hubiese sido apuesto y atractivo, majestuoso y poderoso, todos se habrían sentido atraídos hacia Él. Pero Jesús no tenía aspecto atractivo ni majestad, ni tampoco poseía una apariencia hermosa. En lugar de ser majestuoso, Jesús era pobre, y en lugar de tener aspecto atractivo, Su semblante y figura estaban desfigurados (52:14).
En tercer lugar, Cristo fue despreciado y desechado de los hombres, como uno de quien los hombres esconden el rostro, y no es estimado por ellos (53:3). Con frecuencia, cuando los judíos le veían, escondían de Él su rostro. Cuando Él estaba en la cruz, muchos escondieron su rostro de Él; más aún, ellos no le estimaban ni respetaban. Ésta fue la vida humana que tuvo Cristo.
En cuarto lugar, Cristo vivió como varón de dolores y experimentado en aflicción (53:3a). Cristo, como hombre en Su vivir humano, no era poseedor de riquezas; más bien, tuvo muchas penas. Además, era una persona experimentada en aflicción. Sólo experimentaba penas y aflicciones. Esto no tenía directamente como finalidad efectuar la redención; más bien, formaba parte de las cualidades necesarias para que Cristo efectuara la redención.
Cristo, al ser tal hombre y haber llevado una vida humana humilde y penosa, era plenamente apto para ser el Salvador que salvaría al hombre caído de cuatro cosas: Satanás, el pecado, la muerte y el yo (He. 2:14-18; Mt. 1:21). Todo lo mencionado arriba no está directamente vinculado con la redención o la salvación. Éstas son únicamente las cualidades que hicieron que Cristo fuese apto para ser nuestro Redentor y Salvador.
Cristo, como Dios-hombre Salvador, murió una muerte vicaria por los pecadores (Is. 53:4-5, 8, 11c, 12c; 1 P. 2:24; 3:18a).
Cristo, en Su muerte vicaria por nosotros, los pecadores, llevó nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores (Is. 53:4). Podría parecer que Él hizo esto durante Su ministerio terrenal, porque en el tiempo cuando sanó a muchos enfermos, Mateo 8:17, citando Isaías 53:4, dice: “Él mismo tomó nuestras debilidades, y llevó nuestras enfermedades”. En realidad, Cristo llevó nuestras enfermedades el momento en que fue juzgado por Dios en la cruz, aquella hora en la cual Dios puso todas nuestras iniquidades sobre Él. Él llevó nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores al llevar sobre Sí nuestras maldades, injusticias, errores, transgresiones, infracciones, iniquidades y pecados en la cruz.
Cristo, en Su muerte vicaria por nosotros, fue herido por causa de nuestras transgresiones, molido por causa de nuestras iniquidades, cortado de la tierra de los vivientes por nuestra transgresión, y llevó sobre Sí nuestro pecado para que obtengamos paz y seamos sanados (Is. 53:5, 8b, 11c, 12c). Hay un himno muy conocido de Charles Wesley (Himnos, #144, tercera estrofa) que habla de las heridas que Cristo recibió por causa de nuestras transgresiones. La palabra hebrea traducida herido en Isaías 53:5 es diferente de la palabra traducida traspasaron en Zacarías 12:10. Cristo fue herido por los clavos que atravesaron Sus manos y pies, por la lanza que traspasó Su costado y por la corona de espinas incrustada sobre Su cabeza. Él fue herido por causa de nuestras transgresiones. Tal vez usted piense que debido a que jamás mató o robó a nadie, es una buena persona. Quizás usted sea una buena persona, pero ¿no se enojó con su madre por lo menos una vez? ¿No fue esa una transgresión? Nosotros no tomamos en cuenta las pequeñas transgresiones, pero Dios sí. Sea que le debamos a alguien un millón de dólares o diez centavos de dólar, en ambos casos somos deudores.
Cristo no solamente fue herido por causa de nuestras transgresiones, sino que también fue molido por causa de nuestras iniquidades, nuestras maldades; más aún, Él fue cortado de la tierra de los vivientes por nuestra transgresión. No solamente nuestras iniquidades, sino que incluso nuestras transgresiones más pequeñas hicieron necesario que Cristo fuese cortado de la tierra en beneficio nuestro. No solamente esto, sino que Cristo también llevó sobre Sí nuestro pecado. Juan 1:29 dice: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”. En este versículo, pecado se refiere a la totalidad de las maldades, iniquidades, infracciones, injusticias y transgresiones. Todas ellas pertenecen a una sola categoría, la cual es llamada pecado. Cristo llevó sobre Sí nuestro pecado, que incluye nuestras injusticias, errores, iniquidades, maldades, infracciones y transgresiones, para que obtengamos paz y seamos sanados.
Puesto que en el tiempo de Mateo 8 Cristo todavía no había muerto llevando sobre Sí las enfermedades de la gente, ¿cómo es que ellos podían ser sanados por Cristo en ese entonces? Esto era posible debido a que con Dios no hay elemento de tiempo. Dios es eterno, y con Él todo es eterno. A los ojos de Dios, la muerte de Cristo es eterna. Según la historia humana, Cristo fue inmolado hace unos dos mil años. Pero Apocalipsis 13:8 dice que Él fue inmolado desde la fundación del mundo. A los ojos de Dios, el elemento del tiempo es inexistente; únicamente existe el hecho eterno. La muerte de Cristo es un hecho eterno. Aunque Cristo todavía no había sido crucificado físicamente, en Mateo 8 ya estaba presente el hecho de Su crucifixión. En virtud de tal muerte nosotros podemos ser sanados y tener paz.
Cristo, en Su muerte vicaria por los pecadores, fue oprimido, afligido y llevado al matadero como cordero, y como oveja fue trasquilado ante sus trasquiladores, sin reaccionar (Is. 53:7). Primero, Cristo padeció opresión, y después, padeció aflicción. Padecer aflicción es de mayor gravedad que sufrir opresión. Después, en tercer lugar, Él fue llevado al matadero.
La noche en que fue traicionado, Él estaba orando en Getsemaní. Entonces, los soldados vinieron, le arrestaron y le ataron. Esto era padecer opresión. Cristo, como hombre, tenía ciertos derechos humanos. Él no había cometido injusticia alguna; por tanto, que vinieran a arrestarlo fue una forma de opresión. Después que fue arrestado, Él fue juzgado, primero por los líderes judíos conforme a sus leyes religiosas y, segundo, por los funcionarios romanos conforme a la ley romana. Mientras le juzgaban, las personas le escupían y se burlaban de Él. Éstas eran aflicciones. Después de todo esto, ellos decidieron crucificarle; luego, le llevaron como cordero al matadero, y como oveja fue trasquilada ante sus trasquiladores. Cristo no solamente fue llevado al matadero, sino que incluso fue trasquilado como oveja por sus trasquiladores, los judíos. No obstante, Él no reaccionó en contra de ninguna de estas cosas. Él no discutió, ni procuró defenderse o justificarse; más bien, permaneció en silencio. Esto sorprendió a Pilato (Mt. 27:13-14).
Isaías 53:8 dice que Cristo fue arrebatado por medio de opresión (por parte de los hipócritas líderes judíos, Mt. 26:57, 59, 65-68) y de juicio (por parte de los injustos funcionarios romanos, Lc. 23:1-12; Jn. 18:33-38; 19:1-16). Primero, Cristo padeció opresión; después, fue juzgado. Por medio de estas dos cosas, Él fue arrebatado. Todas estas cosas fueron incluidas en Su crucifixión y redundaron en dicha crucifixión.
Según Isaías 53:12c, cuando Cristo fue crucificado en la cruz, Él fue contado con los transgresores (Lc. 23:32-33) e intercedió por ellos (v. 34a). Cristo fue crucificado entre dos criminales, uno a Su izquierda y el otro a Su derecha. Por tanto, Él fue contado entre los transgresores. Al hablar de la crucifixión de Cristo, la secuencia seguida por Isaías va desde la opresión padecida por Cristo hasta el hecho de que fue contado con los transgresores. Mientras estuvo en la cruz, Cristo intercedió no solamente por Sus acompañantes, es decir, los transgresores que se encontraban al lado Suyo, sino también por todos aquellos que le mataban. Él oró por los transgresores.
Según Isaías 53:9, se dispuso con los malvados la sepultura de Cristo, mas con un rico fue en Su muerte, aunque no había hecho violencia ni había engaño en Su boca. Los que crucificaron a Cristo tenían planeado sepultarlo junto a los dos transgresores, personas perversas, pero a la postre Dios, en ejercicio de Su soberanía, hizo que Cristo fuera sepultado en el sepulcro de un rico. Después que Cristo murió, un hombre rico, José de Arimatea, reclamó Su cuerpo y lo puso en una tumba nueva (Mt. 27:57-60). Aunque Cristo no había hecho violencia ni había engaño en Su boca, la gente lo trataba de mala manera. Pero Dios, en ejercicio de Su soberanía, intervino para ejecutar Su justicia. Una vez que Cristo murió, el juicio de Dios había sido completado, así que Dios de inmediato lo apartó de cualquier clase de padecimiento y dispuso que fuese enterrado en el sepulcro de un hombre rico.
Todo lo mencionado anteriormente fue hecho por el hombre. Fue el hombre quien oprimió a Cristo, lo afligió, lo juzgó, lo llevó al matadero, lo puso en la cruz y lo crucificó junto a dos pecadores. Después que los hombres le hicieron todas estas cosas, Jehová hizo que la iniquidad de todos nosotros cayera sobre Él, quienes nos habíamos descarriado como ovejas y nos habíamos apartado por nuestro propio camino (Is. 53:6). En Isaías 53:6, la frase todos nosotros se refiere al remanente de los judíos en el tiempo del retorno del Señor Jesús. En ese tiempo, todos los judíos que hayan quedado se arrepentirán y proclamarán las palabras de este versículo. Jehová hizo que la iniquidad de todos nosotros cayera sobre el varón que había sido oprimido, juzgado, afligido y crucificado.
Si leemos los Evangelios cuidadosamente, podremos ver que Cristo estuvo en la cruz por seis horas, desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde (Mr. 15:25, 33-37; Mt. 27:45-50; Lc. 23:44-46). Durante las tres primeras horas, desde las nueve de la mañana hasta el mediodía, todo lo padecido por Cristo le fue infligido por el hombre. Después, a partir del mediodía, Dios intervino para hacer que todas las iniquidades de Su pueblo escogido cayeran sobre Aquel que moría. De inmediato, el cielo se oscureció. Ésta fue una señal de que en ese momento Dios juzgaba los pecados de Su pueblo escogido. Entonces, Cristo clamó a gran voz: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). Tiene que ser un hecho que en tal coyuntura Dios lo abandonó. Dios había estado con Cristo continuamente hasta entonces. En Juan 16:32 el Señor dijo: “No estoy solo, porque el Padre está conmigo”. Pero al mediodía de aquel día de Su crucifixión, Dios hizo que toda la iniquidad de Su pueblo escogido cayera sobre Cristo, aceptándolo como nuestro Sustituto, legalmente, conforme a la ley de Dios. Dios quitó todas nuestras iniquidades y las puso sobre Cristo, haciendo de Cristo el único pecador. Luego Dios lo abandonó, porque en ese momento Él era nuestro Sustituto. Por tanto, Cristo murió una muerte vicaria, una muerte que fue reconocida y aprobada por Dios según la ley.
Si un hombre muere mientras intenta rescatar a alguien que se está ahogando, tal muerte puede ser considerada una muerte valerosa, mas no una muerte vicaria. Para ser vicaria, dicha muerte tiene que estar relacionada con la ley. La valerosa muerte de alguien en el intento de rescatar a otra persona no es una muerte que pueda ser reconocida por la ley de Dios. Pero Cristo murió una muerte vicaria, la cual era legal en conformidad con la ley de Dios y fue reconocida por Dios. Esa muerte de Cristo fue reconocida por Dios legalmente, conforme a Su ley, como la muerte vicaria de Aquel que era Sustituto de nosotros, los pecadores.
Algunos dicen que Cristo era solamente un mártir que fue muerto a causa de Su filosofía. Estas personas dicen que la muerte de Cristo puede ser considerada únicamente como la muerte de un mártir y que Cristo no era otra cosa que un héroe que murió como mártir. Así suelen hablar los llamados modernistas, los cuales no creen que toda la Biblia sea inspirada por Dios, ni que Cristo murió en la cruz por nuestros pecados y derramó Su sangre por nuestra redención, ni tampoco que Cristo fue resucitado espiritual y físicamente. Hechos 7:52 ciertamente dice que Cristo fue muerto. Dirigiéndose a sus perseguidores, Esteban dijo: “Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido traidores y matadores”. Asesinar es matar. Sin duda alguna Cristo fue muerto por otros, pero Su muerte no debe ser considerada como el mero homicidio de un mártir.
La muerte de Cristo fue más que un homicidio. En cierto sentido, a los ojos de Dios, Cristo no fue asesinado; pero en otro sentido, en Hechos 7, en el contexto de la intervención de Dios para condenar a los judíos, Él los acusó de matar al Señor Jesús. En las tres primeras horas en que Cristo estuvo en la cruz, Él fue muerto por los hombres, pero en las últimas tres horas Él no fue muerto por los hombres, sino que fue juzgado por Dios. Dios mató a Su Hijo, Jesucristo, en la cruz. Por tanto, aquella muerte no fue un homicidio, sino que fue la muerte vicaria mediante la cual se efectuó la redención a nuestro favor.
Más aún, la muerte de Cristo no fue la muerte de un mártir. Cristo no fue muerto por Sus enemigos a causa de Su filosofía o Sus enseñanzas. La muerte de Cristo fue llevada a cabo por Dios mismo en conformidad con Su ley. Por tanto, Su muerte fue la muerte de Aquel que era el Sustituto de otros; fue una muerte vicaria. Esta muerte vicaria se llevó a cabo en las últimas tres horas que Cristo estuvo en la cruz. En tal coyuntura, Él clamó a gran voz diciendo: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?”. Hoy en día, como pecadores que Él salvó, todos debemos responder: “Señor, todo fue a causa de mis pecados. Debido a que mis pecados fueron puestos sobre Ti, en ese momento fuiste contado por mi Dios como el único pecador; así que Dios te abandonó por mi causa, porque Tú eras mi Sustituto allí, al morir una muerte vicaria por mí, la cual fue reconocida legalmente por Dios en conformidad con Su ley”. La muerte de Cristo no era solamente un homicidio, ni tampoco la muerte de un mártir; más bien, fue una muerte mediante la cual se efectuó la redención, una muerte redentora. Es necesario que todos conozcamos la verdad referente a la muerte vicaria de Cristo.
Ya vimos que durante las últimas tres horas en que Cristo estuvo en la cruz, Jehová lo consideró como Sustituto de los pecadores (1 P. 3:18) y lo abandonó por ser, en ese momento, el único pecador (Mt. 27:45-46). ¡Qué maravilloso es que en este universo tengamos tal Sustituto por usted y por mí!
Según Isaías 53:10a, cuando Cristo moría una muerte vicaria como Sustituto por los pecadores, a Jehová le complació aplastarlo, sujetándole a padecimiento.
Isaías 53:10b dice que Cristo se entregó como ofrenda por el pecado. Esto significa que Cristo se ofreció voluntariamente como ofrenda por el pecado. En hebreo, la expresión traducida “Él se entregue” significa literalmente “entregue Su alma”. La composición de este versículo hace que también pueda ser entendido: “Cuando Su alma sea una ofrenda por el pecado”. Esto implica que Cristo se ofreció voluntariamente para ser una ofrenda por el pecado. Aquí la ofrenda no es una ofrenda por algún pecado, sino una ofrenda por el pecado, refiriéndose al pecado en su totalidad. Asimismo, cuando Juan 1:29 habla de Cristo como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, no se refiere a la ofrenda por el pecado (si bien tal ofrenda está incluida), sino a una ofrenda por el pecado en su totalidad: injusticias, errores, ofensas, transgresiones, maldades e iniquidades.
Hebreos 9:14 dice que Cristo se ofreció a Dios mediante el Espíritu eterno. Dios es triuno. En el momento en que el Padre lo condenó y desamparó, el Espíritu seguía estando en Él. Si el Espíritu eterno no hubiera estado con Él, ¿cómo podría Él haberse ofrecido mediante el Espíritu? No debemos olvidar que en esencia Dios es uno, pero al operar, Él es tres. El hecho de que Él sea un solo Dios en esencia guarda relación con el aspecto esencial, y el hecho de que al operar Él sea tres guarda relación con el aspecto económico, tiene por finalidad Su economía. En la economía de Dios el Padre condenó y desamparó al Hijo, y el Espíritu estaba con Él sustentándolo y fortaleciéndolo. Mientras moría en la cruz, el Señor Jesús era un ser humano de carne y sangre. Ciertamente Él sintió gran dolor mientras estuvo en la cruz durante aquellas seis horas. Él sufrió como un hombre y, por tanto, necesitaba ser fortalecido. Así que, cuando el Padre lo abandonó, el Espíritu lo fortalecía y sustentaba.
Isaías 53:12b dice que Cristo derramó Su vida hasta la muerte. Aquí la palabra hebrea traducida “vida” literalmente significa “alma”. Por tanto, el Señor derramó Su alma hasta la muerte. Esto corresponde con las palabras del Señor en Juan 10:17-18: “Yo pongo Mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que Yo de Mí mismo la pongo. Tengo autoridad para ponerla, y tengo autoridad para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de Mi Padre”. Al morir, el Señor puso Su vida, y en Su resurrección, Él la volvió a tomar.
Cristo derramó Su vida humana para convertirse en una ofrenda. Toda ofrenda, si es un sacrificio, tiene que ser muerta primero, y luego su sangre tiene que ser derramada. Ningún sacrificio que todavía esté vivo podría ser una ofrenda para Dios. Todo sacrificio tiene que haber sido muerto primero, y su sangre tiene que haber sido derramada. Sólo entonces puede ser una ofrenda aceptable para Dios. En Su muerte, Cristo derramó Su vida de tal modo.
Hasta aquí, podemos ver que en la crucifixión de Cristo el hombre hizo algo, Dios hizo algo y Cristo mismo hizo algo. La crucifixión de Cristo no podría haberse llevado a cabo sin la participación de estas tres partes. El hombre fue quien mató, quien cometió el homicidio, pero fue Dios quien llevó a cabo el juicio legal para que Cristo fuese muerto como legítimo Sustituto a fin de que Cristo muriese una muerte vicaria por aquellos en cuyo lugar murió; más aún, Él mismo estuvo dispuesto a ser tal ofrenda. Él se entregó como ofrenda y derramó Su vida para tal propósito.
La crucifixión de Cristo se realizó para efectuar la obra redentora eterna de Dios (He. 9:12) a fin de que quienes creen en Cristo puedan ser redimidos (perdonados de sus pecados, Hch. 10:43 justificados, Hch. 13:39 y reconciliados con Dios, Ro. 5:10), lo cual resulta en la unión de vida en Su resurrección, cuya realidad es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45; Ro. 8:9b; Fil. 1:19b). La redención efectuada por Cristo incluye el perdón de los pecados, la justificación y la reconciliación con Dios. Por ser pecadores, todos necesitábamos el perdón y la justificación. No solamente éramos pecadores, sino que también éramos enemigos de Dios; por tanto, también necesitábamos ser reconciliados con Él. La redención efectuada por Cristo realizó todo esto en beneficio nuestro. La obra redentora de Cristo efectuó el perdón de los pecados y la justificación en beneficio de nosotros, los pecadores, y también logró la reconciliación para nosotros, los enemigos de Dios. Estas tres cosas juntas constituyen la redención efectuada por Cristo.
La redención redunda en una unión de vida en la resurrección de Cristo. Romanos 5:18 dice que la justificación es “de vida”. Esto significa que tal justificación redunda en vida, o produce vida. Somos justificados a fin de que tengamos vida. Esta vida es una unión de vida en la resurrección de Cristo. Al estar en la resurrección de Cristo, la cual se hizo realidad después de Su crucifixión, nosotros tenemos vida, y esta vida es una unión. Entramos en esta unión al ser redimidos. Mediante la redención efectuada por Cristo nosotros somos justificados, lo cual resulta en la unión de vida con Cristo en Su resurrección, cuya realidad es el Espíritu vivificante.
La muerte de Cristo no fue un mero homicidio ni tampoco la muerte de un mártir; más bien, fue la obra redentora llevada a cabo por Aquel que era el Sustituto del pueblo escogido de Dios. Fue Cristo quien llevó nuestro pecado en su totalidad delante de Dios. Mediante tal muerte nosotros fuimos redimidos, perdonados de nuestros pecados, justificados e, incluso, reconciliados con Dios. Tal redención nos introduce en una unión de vida en la resurrección de Cristo, y la realidad de esa resurrección es el propio Cristo como Espíritu vivificante.
Es necesario que todos dediquemos algún tiempo a conocer a Cristo en Sus cuatro etapas. Puesto que creemos en Él como nuestro Salvador, le hemos recibido como nuestro Redentor y confiamos en Él como nuestra vida, debemos conocerle. Damos gracias al Señor por tal capítulo, Isaías 53, que nos dice todas estas cosas con respecto a Cristo, y le damos gracias a Él por habernos abierto este capítulo de esta manera.