Mensaje 13
Jesús regresó a Caná de Galilea, el lugar de las personas débiles y frágiles (Jn. 4:43-46). Caná se encuentra en Galilea, un lugar menospreciado (Jn. 7:41, 52), que representa al mundo, el cual está en una condición baja y vil, donde se hallan las personas débiles y frágiles. Anteriormente cuando hizo la primera señal, la de convertir el agua de la muerte en el vino de la vida, el Señor estuvo allí. Ahora Él regresa al mismo lugar para efectuar la segunda señal, la cual, según el principio de vida, corresponde con la primera señal, la de convertir la muerte en vida.
Este tercero de los nueve casos, nos revela la necesidad de los moribundos, que es la sanidad. Este caso tiene que ver con el hijo de un oficial del rey que está a punto de morir. La humanidad primero necesita la regeneración, segundo, la satisfacción y después, la sanidad. Todos necesitamos cierta medida de sanidad. En cierto sentido estamos viviendo, pero en otro, estamos muriendo. Cuando un niño está recién nacido, su madre puede pensar que él está creciendo, pero en realidad está muriendo. Todos los que moran en la tierra se están muriendo. Si usted es un joven de menos de treinta años, es posible que no tenga la sensación de estar muriendo; sin embargo, cuando llegue a los sesenta o setenta años, se dará cuenta de que se está muriendo. Un lapso de vida de setenta años puede compararse con setenta dólares. Cada año vivido equivale a gastar un dólar. Cuando usted haya vivido sesenta años, habrá gastado sesenta dólares. Cuando llegue a los sesenta y nueve años de edad, sólo le queda un dólar. Una vez que el último dólar ha sido gastado, su vida se agotará. Así que, los seres humanos aparentemente están viviendo, pero en realidad se están muriendo. Debido a esto, no les pido a mis hijos o a mis nietos que celebren mi cumpleaños, porque mi cumpleaños me recuerda que estoy muriendo. Dígame usted, ¿su edad está aumentando o disminuyendo? Cuanto más tiempo vivimos, menos nos queda por vivir. No me gustaría llegar a los setenta años de edad; más bien me gustaría retrasar mi edad, pero eso no es posible. Por lo tanto, todos necesitamos sanidad.
Hemos sido regenerados y diariamente podemos tener contacto con el Señor, el Espíritu viviente, y hallar satisfacción. Pero además de esto necesitamos la sanidad. Todos somos enfermos y moribundos. Somos personas caídas, débiles y frágiles y nos estamos muriendo; por eso, nos hace falta la sanidad del Señor. Si uno tiene la sanidad del Señor Jesús, su muerte se convertirá en vida.
Permítame compartir con usted mi oración secreta ante el Señor. Yo le he dicho al Señor: “Señor, el tiempo de Tu venida está cerca. Hazme un favor: guárdame de la muerte. Señor, deseo verte físicamente, cara a cara. Presérvame vivo hasta que Tú vengas”. ¡Aleluya, Él viene! Mientras viene, Él nos está sanando. Mientras está en camino, está sanando nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo. Si usted desea estar saludable, debe disfrutar la sanidad de Jesús. Él es la verdadera tienda de alimentos naturales. Acuda a Jesús, tenga contacto con Él, y disfrútelo. Si usted participa de Él continuamente, tendrá el mejor alimento, el alimento natural más saludable. ¡Cuánto necesitamos la sanidad de la vida divina!
En Romanos 8:11 dice: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. Si permitimos que el Espíritu que mora en nosotros haga Su hogar en nuestro ser, este Espíritu saturará nuestro cuerpo moribundo y mortal con la vida de resurrección. Nuestro cuerpo mortal será reavivado, vivificado y sanado por la vida divina. Romanos 8 revela que todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo; puede recibir la vida divina. Cuando creemos en el Señor Jesús, Él, como Espíritu vivificante, entra en nuestro espíritu. Ya que Él es el Espíritu vivificante, el Espíritu mencionado en Romanos 8 es llamado el Espíritu de vida, lo cual significa que el Espíritu divino es vida. Cuando invocamos al Señor Jesús, este Espíritu divino que es vida, entró en nuestro espíritu y lo vivificó. Por lo tanto, nuestro espíritu es vida (v. 10). Cuando ponemos la mente de nuestra alma en el espíritu, nuestra mente también llega a ser vida (v. 6). Si le cedemos terreno al Espíritu que mora en nosotros, este Espíritu se extenderá desde nuestro espíritu hasta nuestra alma y nuestro cuerpo, y hará que nuestro cuerpo mortal sea un cuerpo lleno de vida. Finalmente, esta vida divina llega a ser una vida cuádruple: la vida que está en el Espíritu divino, la vida que llena nuestro espíritu, la vida que saturará nuestra alma, y la vida que impregnará nuestro cuerpo. Todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— será lleno, saturado e impregnado con la vida divina. En esto consiste la sanidad. Cuando la vida divina entra en una parte de nuestro ser, la sana, y eso significa que la vida divina convierte la muerte de esa parte, en vida. La muerte es sorbida por la vida; esto es la sanidad.
Necesitamos la regeneración, la satisfacción, y la sanidad. Muchos de nosotros, particularmente las hermanas, necesitamos que nuestras emociones sean sanadas. Las emociones desequilibradas de las hermanas necesitan ser sanadas, porque hay cierta clase de enfermedad en las mismas. ¿Por qué las hermanas lloran con tanta facilidad? Probablemente se debe a la enfermedad que se encuentra en sus emociones. Ellas necesitan la sanidad. Los hermanos necesitan ser sanados con respecto a que sus mentes no son sobrias y a la obstinación de su voluntad. ¿Por qué los hermanos tienen una voluntad tan obstinada? Una vez que toman una decisión no hay nada en la tierra que pueda hacerlos desistir. Esto es una dolencia, una enfermedad. Necesitamos sanidad. ¡Alabado sea el Señor que Él es la sanidad! Les digo la verdad, aun esta mañana yo recibí cierta sanidad por medio de mi querida esposa. Ella no fue la que me sanó, pero fue la que me dispensó la medicina celestial. Todos necesitamos ser sanados. La sanidad es la transformación. Cuanto más nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad reciben sanidad, más somos transformados.
Aunque el oficial del rey rogó al Señor que descendiera y sanara a su hijo (Jn. 4:47, 49), el Señor simplemente dijo la palabra, y el niño fue sanado. “Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive. Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue” (v. 50). El oficial del rey creyó la palabra que procedió de la boca del Señor. Cuando fue informado por sus siervos que el niño vivía, él y toda su casa, creyeron (vs. 51-53). ¡Aleluya por la palabra vivificante! Amamos la palabra vivificante; no la palabra en letras muertas, sino la palabra que es el Espíritu. El Señor simplemente habló la palabra vivificante, y el niño moribundo fue sanado. Hoy en día el Señor sigue enviando Su palabra sanadora. Cuando los moribundos reciben esta palabra por fe, son sanados por la vida. Una vez que la palabra vivificante ha sido infundida en nosotros, estemos o no conscientes de ello, nunca seremos los mismos. La palabra vivificante produce un verdadero cambio en nuestra vida.
Cuando los moribundos reciben la palabra por fe y son sanados por la vida, esto, en principio, es cambiar la muerte en vida. El poder de la muerte es vencido por la vida. ¡Alabado sea el Señor por Su vida sanadora y por Su palabra vivificante que sana todas nuestras enfermedades! La muerte procede del árbol del conocimiento, y la vida, del árbol de la vida. Nosotros nacimos con la enfermedad de la muerte, pero la palabra de vida del Señor, nos sana de la muerte. Todo lo que necesitamos es recibir y creer Su palabra vivificante y sanadora.
El caso de la sanidad del hijo del oficial del rey muestra que para recibir la sanidad no es necesario tener contacto con el Señor físicamente. Es suficiente con tener Su palabra. Aunque no contemos con la presencia física del Señor, mientras tengamos Su palabra y Su obra, será suficiente; y no necesitamos nada más. Cuando tenemos la palabra del Señor, somos salvos y llenos del Señor. Su palabra es suficiente para sanarnos y salvarnos.