Mensaje 15
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El Evangelio de Juan es un libro de cuadros descriptivos. Trata de la vida divina y de sus funciones. Tanto la vida divina como sus funciones son espirituales. Ya que es muy difícil describirlas usando el lenguaje humano, el apóstol Juan recibió sabiduría, de parte del Señor, para escribir su evangelio con palabras sencillas, pero, debido a que las palabras simples no son del todo adecuadas, también usó cuadros y figuras. En cierto sentido, cada caso es un cuadro descriptivo. En el capítulo 5 vimos un cuadro vívido de la vivificación del hombre imposibilitado. En el capítulo 6 tenemos otro cuadro, el cual nos muestra la necesidad del hambriento y la alimentación provista por la vida.
Los versículos Jn. 5:1-15 revelan el mundo hambriento y al Cristo que provee el alimento.
El caso del capítulo 6 nos presenta un escenario que nos revela donde estamos en lo que respecta a nuestra condición. Este caso está en contraste con el del capítulo 5. El escenario del capítulo 5 es la ciudad santa, pero el escenario del capítulo 6 es el desierto. En el escenario de aquel caso se encuentra un estanque, y en éste, un mar. Las personas de aquel caso están relacionadas con el estanque, y las de este caso, con el mar. El estanque está relacionado con la sanidad ofrecida por la religión, mientras que el mar está relacionado con el vivir del hombre. La persona involucrada en el cuarto caso estaba muy débil y necesitaba sanidad y vivificación, pero las personas del quinto caso tenían hambre y necesitaban alimento y satisfacción. El estanque es sagrado, por ser parte de la religión judía; el mar es secular y pertenece a la sociedad humana. La persona que estaba junto al estanque era impotente, necesitaba la vivificación de la vida, y esperaba sanidad. Pero las personas de este caso tienen hambre, necesitan que la vida las alimente, y buscan nutrición.
En tipología, la tierra representa el planeta que Dios creó para que el hombre viviera en él, y el mar representa el mundo, el cual fue corrompido por Satanás y en el cual vive la humanidad caída. En este mundo el hombre está hambriento y no tiene satisfacción. En este mundo el hombre está turbado y no tiene paz. El escenario de este capítulo presenta a toda la humanidad viviendo en el mundo corrompido por Satanás. Ellos no viven en la tierra que Dios creó. En el mundo corrompido por Satanás no hay verdadera satisfacción; siempre hay hambre. Tampoco hay paz, puesto que el viento y las olas siempre se hallan presentes en el mar para turbar al hombre.
En tipología, un monte indica una posición que trasciende la tierra y el mar. Moisés fue llevado a un monte a fin de recibir la revelación de Dios (Éx. 24:12). El Señor Jesús fue a la cima de un monte donde se transfiguró (Mt. 17:1-2). El apóstol Juan también fue llevado a la posición trascendente de un monte cuando vio la visión eterna con respecto a la Nueva Jerusalén (Ap. 21:10). Así que, en este cuadro, el mar está en un nivel bajo, y el monte en una posición trascendente. El mar significa el mundo corrompido por Satanás, y la montaña representa la posición alta y trascendente donde está Cristo y donde nosotros debemos estar con Él. El Señor no alimentó al pueblo junto al mar, sino que llevó la multitud a la cima de una montaña. Si usted desea ser alimentado por Cristo y ser satisfecho con Él, debe ir con Él a un lugar alto. Ser satisfechos con Cristo depende de que seamos llevados al monte y alimentados allí con Él. La montaña está sobre el mundo que Satanás corrompió y sobre la tierra que Dios creó. Ni el mar ni la tierra son lugares adecuados para que nos alimentemos de Cristo. Si queremos alimentarnos de Él, debemos trascender sobre el mundo corrompido por Satanás y sobre la tierra creada por Dios. Si queremos disfrutar de Su alimento, debemos estar en el monte con Él.
La Pascua, mencionada en el versículo 4, representa a Cristo como el Cordero de Dios, que derramó Su sangre para redimirnos y dio Su carne para alimentarnos (1 Co. 5:7). En la Pascua, el pueblo inmolaba el cordero redentor, rociaba la sangre y comía su carne (Éx. 12:3-11). Esto tipifica a Cristo como nuestra Pascua. Él es el Cordero redentor de Dios, inmolado por nosotros para que comamos Su carne y bebamos Su sangre, recibiéndole así como nuestro suministro de vida, a fin de que vivamos por Él.
En Génesis 2:9, el árbol de la vida tipifica a Cristo. El árbol de la vida, que pertenece a la vida vegetal, sirve para producir y generar, pero no tiene sangre para redimir. En el tiempo de Génesis 2, el hombre todavía no se había involucrado con el pecado, de manera que no tenía necesidad de redención. No obstante, en Génesis 3 el hombre cayó. Inmediatamente después de la caída del hombre, Dios se presentó para resolver esa caída, inmolando corderos en sacrificio para redimir a Adán y a Eva, y para hacerles túnicas de pieles a fin de cubrir su desnudez (v. 21). Por lo tanto, la vida vegetal en sí ya no era adecuada para el hombre caído; se necesitaba la vida animal. El hombre necesita la vida no sólo para alimentarse, sino también para ser redimido. Así que, en el capítulo 6 de Juan tenemos primeramente los panes de cebada, que pertenecen a la vida vegetal, y que sirven para alimentar. Como veremos, puesto que el hombre está caído y necesita tanto redención como alimentación, el Señor Jesús cambió el pan por carne (v. 51b). El pan es hecho de cebada, mientras que la carne contiene sangre. El pan de cebada procede de la vida vegetal, pero la carne con la sangre pertenece al reino animal. Posteriormente, en Juan 6 se muestra a Cristo no sólo como el árbol de la vida, representado por el pan, sino también como el Cordero de Dios, representado por la carne y la sangre. En el Cordero de Dios encontramos dos elementos: la sangre para la redención, y la carne para la alimentación. En la Pascua, el pueblo untaba la sangre y comía la carne. Lo mismo ocurre con nosotros hoy en día. Aceptamos a Cristo en el aspecto de la redención así como en el de la alimentación. Él es tanto la vida vegetal como la vida animal; la vida que alimenta y la vida que redime.
Los panes proceden de la vida vegetal y representan el aspecto generador de la vida de Cristo. Como la vida que genera, Cristo crece en la tierra creada por Dios. A fin de regenerarnos, Él creció en la tierra creada por Dios para reproducirse.
La cebada representa al Cristo resucitado. Según las Escrituras, la cebada representa las primicias de la resurrección. El Señor dijo a Su pueblo en Levítico 23 que ofreciera las primicias de su cosecha cada año. En Palestina la cebada es el grano que madura más temprano y es lo que primero se cosecha. Por lo tanto, ésta tipifica al Cristo resucitado (v. 10). Por eso, los panes de cebada representan al Cristo resucitado quien es nuestro suministro de vida. Como las primicias, Él puede ser nuestro pan de vida. Así que, los panes de cebada representan a Cristo en resurrección como nuestro alimento. El Cristo que alimenta es el Cristo resucitado.
Quizás alguien pregunte cómo pudo haber resucitado Cristo en Juan 6, cuando aún no había sido crucificado. Aun antes de Su crucifixión, Cristo ya era la resurrección. En Juan 11:25 Él dijo: “Yo soy la resurrección y la vida”. No dijo: “Yo seré la resurrección”, porque ya era la resurrección. Cuando el Señor le dijo a Marta que su hermano se levantaría de nuevo, ella, según su escasa comprensión de la Escritura, pospuso la resurrección por dos mil años, hasta la era venidera. Cuando ella hizo esto, parece como si el Señor hubiera dicho: “Yo soy la resurrección ahora. En Mí no existe el tiempo, pues Yo Soy el Eterno. El pasado, el presente y el futuro son lo mismo para Mí”. La palabra eterno significa algo que no tiene el factor de tiempo. Él es el Cristo resucitado, antes y después de Su crucifixión. Es el Cristo resucitado quien puede ser vida para nosotros y pan para alimentarnos. Estamos alimentándonos del Cristo resucitado.
El número cinco significa responsabilidad, e indica que Cristo tiene la responsabilidad de alimentarnos. El número cinco está formado de cuatro más uno. El número cuatro representa a las criaturas (Ap. 4:6), y el número uno representa al Creador (1 Co. 8:6). El Creador y las criaturas juntos llevan la responsabilidad. El número cinco no está compuesto de tres más dos, sino de cuatro más uno. Mire su mano y verá que está formada de cuatro dedos y un pulgar. Sería muy inconveniente si su mano tuviera tres dedos y dos pulgares. Cuatro dedos y un pulgar capacitan a la mano para hacer muchas cosas. Los cinco panes de cebada significan que el Señor como el Creador (uno) más las criaturas (cuatro) llevan la responsabilidad de alimentarnos. El Cristo resucitado, en Su humanidad, asume esta responsabilidad.
Los dos pececillos pertenecen a la vida animal y representan el aspecto redentor de la vida de Cristo. Como la vida redentora, Él vive en el mar, el mundo corrompido por Satanás. La cebada proviene del suelo, que representa la tierra creada por Dios, mientras que los peces son del mar, que representa el mundo corrompido por Satanás. El Señor Jesús no vino sólo a la tierra creada por Dios, sino también al mundo corrompido por Satanás. Si Él solamente hubiera venido a la tierra creada por Dios, sólo habría sido representado por los panes de cebada. Pero debido a que vino también al mundo corrompido por Satanás, también fue representado por los dos pececillos. Él no tenía nada que ver con el mundo corrompido. Al igual que los peces que viven en el agua salada y no son salados, así el Señor vivió en el mundo corrompido por Satanás, pero no fue corrompido por él. Él es como los peces que pueden vivir en el ambiente salado del mar sin ser salados por éste. A fin de redimirnos, Él vivió en el mundo satánico y pecaminoso. No obstante, no tuvo pecado y no fue afectado por el mundo pecaminoso. Cristo, como la vida generadora, vivió como hombre en la tierra creada por Dios. Como la vida redentora, Él vivió en el mundo corrompido por Satanás, sin ser afectado por su corrupción.
El número dos significa testimonio (Ap. 11:3). Los dos peces son un testimonio de que Cristo eficazmente asume la responsabilidad de alimentarnos.
Hemos visto que la cebada, la cual pertenece a la vida vegetal, representa la vida generadora y que los peces, que pertenecen a la vida animal, representan la vida redentora. Ahora debemos preguntarnos: Si la raza humana nunca hubiera caído, ¿aun así habríamos necesitado a Cristo como la vida regeneradora? Sí. Antes de que Adán cayera, Dios lo puso delante del árbol de la vida. El árbol de la vida no tiene nada que ver con el pecado. Por lo tanto, el hombre debe tomar a Dios como su vida al comer del árbol de la vida. Juan 12:24 declara que el Señor fue el grano de trigo que cayó en la tierra y murió, después de lo cual fue levantado para reproducirse en muchos granos. Esto tampoco tuvo nada que ver con el pecado, porque según las Escrituras, el fin de la vida vegetal es producir o dar mucho fruto. El grano de trigo produce muchos otros granos. De manera que éste representa la vida generadora.
Como hemos visto, antes de que el hombre cayera, comía sólo de la vida vegetal (Gn. 1:29), pero después que cayó, también comió de la vida animal (9:3). Antes de la caída no era necesario el derramamiento de sangre. Pero después de que el hombre cayó, le hacía falta la vida animal, porque la redención requiere el derramamiento de sangre. La vida vegetal era suficiente para el hombre antes de que éste pecara, pero después de que éste había pecado, la vida animal llegó a ser necesaria.
Las ofrendas del Antiguo Testamento siempre incluían tanto la vida vegetal como la vida animal. Por ejemplo, la Pascua tenía el cordero inmolado, el cual representa la vida animal, y los panes sin levadura, que representan la vida vegetal. Estos dos diferentes tipos de vida son necesarios para satisfacer nuestra necesidad. También las ofrendas de carne de Levítico eran acompañadas por la ofrenda de flor de harina. Las ofrendas de flor de harina eran hechas de harina fina, aceite vegetal y olíbano, los cuales son productos de la vida vegetal. En Levítico, las ofrendas de flor de harina nunca podían ser aceptadas sin las ofrendas de carne. Esto fue exactamente lo que hizo Caín. Él ofreció solamente vegetales a Dios, por lo que fue rechazado; mientras que su hermano Abel ofreció el sacrificio de un animal cuya sangre había sido derramada, de manera que fue aceptado (Gn. 4:3-5).
Nosotros necesitamos que el Señor Jesús sea tanto nuestra vida generadora como nuestra vida redentora. Cuando Él murió en la cruz, dos elementos salieron de Él: la sangre que nos redime y el agua que nos genera (Jn. 19:34). Su sangre derramada nos trajo la redención, y el agua que salió de Su costado herido, nos impartió Su vida. Los cinco panes de cebada estaban acompañados por los dos peces. Es imposible que la cebada derrame sangre; por lo tanto, nunca podría redimirnos. Los dos peces representan la vida animal, la cual es para la redención. El Señor está representado tanto por los panes de cebada como por los peces, porque Él es la vida vegetal que nos genera, y la vida animal que nos redime.
Es interesante notar que los cinco panes de cebada y los dos pececillos fueron ofrecidos por un niño pequeño y no por un gran hombre. Esto es muy significativo, ya que el Señor desea indicarnos que Él es nuestra vida, no como alguien grande, sino como una persona pequeña. Tanto los panes de cebada como los peces son cosas pequeñas, lo cual indica que Cristo es pequeño y que puede, por ende, ser nuestro suministro. Los que buscaban milagros lo consideraban el profeta prometido (Jn. 6:14; Dt. 18:15, 18), y lo querían hacer rey por fuerza (Jn. 6:15), pero Él no estaba interesado en ser un gigante en la religión; más bien, Él prefería ser los pequeños panes y peces, para que la gente pudiera comerle. Todo esto revela lo pequeño que es Cristo. Él es suficientemente pequeño como para que le comamos. Todo lo que comemos debe ser considerablemente más pequeño que nosotros. Nosotros somos mucho más grandes que el pan y el pescado que comemos. No podríamos comer algo que es más grande que nosotros, porque si lo fuera, podría comernos a nosotros. Todo lo que comemos es aun más pequeño que nuestra boca. Si es más grande que nuestra boca, primero debemos cortarlo en pedazos. En este pasaje, un niño pequeño trajo cinco pequeños panes y dos pececillos, lo cual significa que la pequeñez del Señor Jesús es muy preciosa para nosotros.
La mayoría de los creyentes siempre pensamos que el Señor es alguien grande. Pero en Juan 6 el Señor Jesús no desea ser grande. Desea permanecer lo suficientemente pequeño para que le podamos comer. Hay un himno que dice: “¡Cuán grande es Él!”, pero nosotros tenemos un himno más dulce que alaba al Señor por Su pequeñez. Si el Señor fuera alguien grande, nunca podríamos tocarlo. ¡Alabado sea el Señor porque Él se hizo muy pequeño! Quizá usted ha sido creyente por muchos años, pero no ha comprendido cuán pequeño es el Señor. Creer que el Señor es un gran profeta es solamente un pensamiento religioso. Si el Señor hubiera venido sólo como un gran profeta, y hubiera sido entronizado como un rey, nunca podría haber sido un pequeño pedazo de pan. No podría haber sido nuestro alimento para suplirnos. Para que Él pudiera ser nuestro alimento, primero tenía que hacerse pequeño. Por esto, Él fue simbolizado por cinco pequeños panes de cebada y por dos pequeños peces, traídos por un pequeño niño. Tenemos que dejarnos impresionar de lo pequeño que es el Señor, así como de lo grande que es. Él incluso nació en un pequeño pesebre, creció en un pueblo insignificante, y fue criado en una familia humilde. No vino para ser un gran personaje religioso, sino un pequeño nazareno, que no tuvo nada que ver con la grandeza. ¡Oh, cuán pequeño es Él!
¿Es usted mayor o menor que un pedazo de pan? Usted debe admitir, por supuesto, que un pedazo de pan es más pequeño. Ya que el Señor vino a usted como un pedazo de pan de vida, usted debe decirle: “Señor, te alabo porque eres más pequeño de lo que yo soy. Ahora puedes ser mi alimento. Si fueras más grande que yo, nunca podrías ser mi alimento”. Por lo que a la grandeza del Señor se refiere, nadie es más grande que Él, pero también nos debe impresionar el hecho de que, en cuanto a Su pequeñez, nadie es tan pequeño como el Señor. Él es el pan, lo suficientemente pequeño para que le podamos comer.
En Mateo 15 vemos que el Señor no sólo vino a ser los panes, sino también las migajas, que son pequeños fragmentos de pan. Muchos de nosotros no calificamos para tomarle como los panes. Sin embargo, ciertamente estamos calificados para tomarle como las migajas. ¿Recuerda usted lo que la mujer de Canaán dijo al Señor cuando le pidió ayuda, y Él le contestó: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos”? Ella dijo: “Sí, Señor; también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (v. 27). La mujer cananita no se ofendió por las duras palabras del Señor ni por el hecho de que se refiriera a ella como a un perrillo. Es como si ella dijera: “Sí, Señor, yo soy un perrillo gentil, pero aun los perrillos gentiles tienen su porción. La porción de los hijos está sobre la mesa, y la de los perrillos está debajo de la mesa. Señor, debes darte cuenta de que ahora no estás sobre la mesa, sino debajo de ella porque los hijos traviesos te han desechado. Ahora que te encuentras debajo de la mesa, puedes ser mi porción”. El Señor admiró su fe. Todos debemos disfrutar al Señor de esta manera tan humilde. No espere ir al cielo para disfrutarle. Obténgalo debajo de la mesa, donde Él se encuentra ahora. ¡Alabado sea el Señor porque en la tierra, Él es tan pequeño y disponible a nosotros! Él está disponible en todo momento conforme a nuestro apetito. Él puede satisfacer aun el apetito más grande. Y el excedente siempre es más de lo que podemos comer.
Este capítulo no sólo revela lo pequeño que es el Señor, sino también Su riqueza. Tan sólo cinco panes son lo suficientemente ricos para alimentar a cinco mil personas. Las doce cestas de pedazos representan las rebosantes riquezas del suministro de vida de Cristo, las cuales alimentaron a las personas mil por uno. El hecho de que cinco panes alimentaran a cinco mil personas significa que las alimentaron mil veces. Según las Escrituras, el número mil representa una unidad completa. Por ejemplo, mejor es un día en los atrios del Señor que mil fuera de ellos (Sal. 84:10). Mil es una unidad completa. Por lo tanto, cinco panes pueden saciar a cinco mil personas. Esto revela cuán rico e ilimitado es el Señor. La multitud pudo comer cuanto deseó, porque la provisión era ilimitada. Aun dos pececillos fueron suficientes para todos.
Hubo un excedente de doce cestas llenas de pedazos de pan. ¿Por qué no fueron cinco, ocho u once cestas de excedente? Porque el número doce significa plenitud y perfección eterna, lo cual quiere decir que aún los pedazos son eternamente plenos y completos. Incluso un Cristo pequeño y fragmentado está lleno de una riqueza inagotable. Él es tan pequeño y, sin embargo, tan ilimitado. ¿Ha comparado usted alguna vez Su pequeñez con Su inmensidad? Él es el pequeño nazareno; no obstante, ha estado alimentando a todas las generaciones, y nunca ha disminuido. Antes de la alimentación de los cinco mil, había cinco panes y dos peces; pero después de la alimentación, quedaron doce cestas de sobrantes. Por lo tanto, después de la alimentación de los cinco mil, hubo más en excedente de lo que había al principio. Esto describe la riqueza de Cristo, porque siempre hay un excedente después de que la multitud ha sido alimentada.
Durante veinte siglos Cristo ha estado alimentando a miles y miles de personas. Hoy, Él sigue siendo igual de rico, porque siguen sobrando doce cestas llenas. Necesitamos la revelación de la riqueza que contiene la pequeñez de Cristo. En forma, Él es los cinco panes y los dos pececillos, no obstante, miles y miles de personas han estado alimentándose de Él durante siglos; y todavía Él está aquí. Nunca puede disminuir ni agotarse. ¡Oh, cuánto debemos adorarle por Su forma pequeña y por Su riqueza ilimitada!