Mensaje 19
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En este Evangelio han sido seleccionados nueve casos que demuestran que el Señor Jesús es la vida y el suministro de vida para el hombre. Los primeros seis casos, hallados en los capítulos del 3 al 7, forman un grupo de señales, las cuales indican que, por el lado positivo, el Señor es nuestra vida y nuestro suministro de vida para regenerarnos, satisfacernos, sanarnos, darnos vida, alimentarnos y saciar nuestra sed. Los últimos tres casos, hallados en los capítulos del 8 al 11, forman un grupo de señales, las cuales indican que, por el lado negativo, el Señor es la vida que nos libera de las tres cosas negativas principales: el pecado, la ceguera y la muerte.
Como seres humanos caídos, somos constantemente perturbados por el pecado, la ceguera y la muerte. La ceguera, en realidad, significa tinieblas. Cuando uno está ciego, se encuentra en tinieblas, porque nada causa más tinieblas que la ceguera. La ceguera, las tinieblas y la muerte provienen del pecado, el cual es el factor básico de las mismas. Si somos pecaminosos, ciertamente estamos ciegos, porque la ceguera siempre está ligada a los asuntos pecaminosos. El pecado produce la muerte, pero entre el pecado y la muerte siempre está la ceguera. Después de haber pecado y antes de cosechar la muerte, uno está en tinieblas. Por lo tanto, el pecado, la ceguera y la muerte son tres problemas negativos que el Señor tiene que resolver; y la única manera en que pueden ser resueltos es que el Señor llegue a ser nuestra vida eterna y celestial.
El caso presentado en el capítulo 8 de Juan, el séptimo de los nueve casos, trata por completo el asunto del pecado. Ningún otro capítulo en toda la Biblia trata el problema del pecado tan amplia y completamente como el capítulo 8 de Juan. En este capítulo encontramos la respuesta para todos los problemas del pecado. Como veremos a continuación, en los capítulos 9 y 10, la ceguera es tratada cabalmente. Finalmente, el capítulo 11 se ocupa en detalle del asunto de la muerte. Después del capítulo 11 no encontramos ningún caso adicional, porque todos los casos positivos han sido presentados y todos los asuntos negativos han sido concluidos. Ahora veamos cómo el Señor como vida resuelve el primer asunto negativo: el pecado.
Este caso revela que la religión de la ley (Jn. 8:5, 17), según la representa el templo (Jn. 8:2, 20), no puede librar al hombre del pecado y de la muerte; pero el Señor Jesús, el Yo Soy, quien llegó a ser el Hijo del Hombre y quien fue levantado en la cruz por causa de las personas envenenadas por la serpiente, puede hacer lo que la religión y la ley no pueden. La religión de guardar la ley es contraria al gran Yo Soy. Este capítulo revela que hay dos asuntos entre los seres humanos que moran en la tierra: una religión y una Persona viviente. Esta religión es excelente, elevada y superior. No se trata de una religión pagana o supersticiosa, sino de la religión típica, la cual ayuda a los hombres a adorar a Dios, a conocerle en una forma externa de letras, y a guiar a las personas a guardar la ley de Dios, a fin de agradarle a Él, y de perfeccionarse a sí mismos. Esta religión es la mejor, y todos los judíos típicos están orgullosos de ella. Al analizar la religión ortodoxa de los judíos, nos damos cuenta que ésta es la religión más elevada. No es una religión falsa, sino completamente verdadera y genuina. Todo lo relacionado con esta religión es lo mejor y tiene muchos asuntos santos; entre los cuales se encuentra la Palabra santa de Dios. Nadie puede negar esto.
La religión judía es la única religión verdadera. El islamismo es sólo una falsificación del judaísmo, y el Corán, la Biblia de los musulmanes, es una falsificación del Antiguo Testamento y de una parte del Nuevo Testamento. Mahoma no compuso nada nuevo. Él simplemente copió el Antiguo Testamento y parcialmente el Nuevo Testamento. Así que, el islamismo es una religión falsificada. Además del judaísmo y el islamismo, no hay más religiones. El budismo no es una religión típica, es una tontería. La religión ayuda a los hombres a adorar a Dios enseñándoles la manera apropiada de hacerlo. Sin embargo, en el budismo no hay Dios. En el budismo todos pueden llegar a ser un Buda. Según la enseñanza del budismo, si uno practica hasta alcanzar cierto grado de perfección, puede llegar a ser un Buda. Esto no tiene sentido en absoluto y no contiene ninguna enseñanza correcta. Por esto, el budismo no debe ser considerado como una religión. ¿Y qué diremos de las enseñanzas de Confucio? Éstas no son una religión, sino enseñanzas éticas. Las enseñanzas de Confucio le informan a los hombres cómo deben comportarse, pero no les dicen cómo deben adorar a Dios. Nunca debemos considerar las enseñanzas de Confucio como una religión. Por lo tanto, en la tierra únicamente hay una religión típica, genuina y verdadera, y ésta es la religión formada por los judíos en conformidad con la Palabra santa. El cristianismo, incluyendo al catolicismo, es un resultado del judaísmo. Así que, existe sólo una religión típica sobre la tierra, el judaísmo.
Hay una sola Biblia. Ya hemos hecho notar que el Corán es una falsificación satánica de la Palabra santa. Nadie podría inventar algo como la Biblia. ¿Quién podría escribir otra Biblia? ¿Acaso podrían hacerlo Platón o Confucio? Nadie puede hacerlo porque hay un solo Dios, y sólo Él podría escribir un libro tan maravilloso. Ya que Dios nunca escribiría otra Biblia, nunca habrá otra. Nadie podría hacerlo. Cualquiera que fuera capaz de escribir un libro como la Biblia estaría capacitado para ser Dios. ¿Quién podría imitar este libro? ¿Quién podría igualar la profundidad de su sabiduría? Si usted puede hacerlo, debe ser Dios. ¿Cree que el Evangelio de Juan fue escrito meramente por un pescador de Galilea? ¿Cree que Juan podría escribir tal libro por sí mismo? “En el principio era el Verbo ... y el Verbo era Dios”, “Yo soy la luz del mundo”, “Yo soy el pan de vida”, “Yo puedo darles el agua viva”. Sólo el Señor Jesús puede decir tales cosas. Sólo Él podría escribir un libro como el Evangelio de Juan.
Sin embargo, los elegidos de Dios, Su pueblo escogido, tenían un concepto equivocado. Ellos no prestaron la debida atención al punto principal: Dios mismo en el Hijo y como el Espíritu desea entrar en el hombre para ser su vida y todo para él. El pueblo de Dios no le dio al blanco, prefiriendo reunir todos los preceptos, las leyes, y otros puntos buenos e integrarlos para formar con ellos una religión con la cual matarse el uno al otro. ¡Qué lamentable! De manera que, en los tiempos de Juan 8 había dos entidades en la tierra: una religión y una Persona viviente. Todos debemos ver este contraste.
La religión judía era genuina y maravillosa. Era buena en todos los aspectos, excepto en uno: era contraria al gran Yo Soy. La religión puede ser buena, pero no puede darle vida. No puede ayudarle porque usted está muerto. Una persona muerta no necesita nada bueno, lo que necesita es algo de vida. Sólo la vida puede ayudar a un muerto. Supongamos que le decimos a un muerto: “Pobre hombre, aquí tienes diamantes y oro. No debes estar muerto. ¡Mira el oro, qué valioso! ¡Mira los diamantes, cuán preciosos!”. Sería necio hablarle a un muerto de esta manera. Él no podría oír nada. En el capítulo 5 vimos los pórticos del estanque, en donde estaban los ciegos, los cojos y los paralíticos. Si les predicáramos a tales personas, ellos dirían: “No desperdicie su tiempo, yo no necesito nada bueno, lo que necesito es vida”.
¿Quién es el Señor Jesús? Él es Jehová mismo, el Yo Soy. Según Génesis 1 el nombre de Dios con respecto a Su creación es Elohim, Dios. Sin embargo, después de la creación, en Génesis 2, cuando Dios comienza a establecer una relación con el hombre, otro nombre de Dios es mencionado: Jehová, Yo Soy el que Soy. Jehová es el nombre de Dios en Su relación con la humanidad. En los tiempos a los cuales Juan 8 se refiere, Jehová estaba allí en la forma de un pequeño hombre llamado Jesús, que significa, Jehová el Salvador. Una vez más les digo que deben aprender la lección de no guiarse por la apariencia externa. Si ustedes se preocupan solamente por la apariencia externa, ciertamente errarán el blanco. Los judíos religiosos de aquellos días no le dieron al blanco porque menospreciaron a ese pequeño hombre Jesús, el cual no tenía apariencia ni belleza ni atractivo; no obstante, Él era el gran Yo Soy.
Este gran Yo Soy, Dios mismo en relación con el hombre, se hizo el Hijo del Hombre. Esto tiene mucho significado. El hecho que Jehová se hiciera el Hijo del Hombre significa que Él tuvo que humillarse. Esto era indispensable, debido a todos los problemas negativos que se hallan en el hombre. El pecado está en el hombre; la serpiente, que es el diablo, también está en el hombre. El hombre es el punto central de cada problema. Si Dios iba a resolver todos los problemas básicos del hombre, Él mismo tenía que hacerse hombre. Satanás conocía la importancia de esto, por lo que no le preocupaba que el Señor Jesús fuera el Hijo de Dios; lo que temía era que el Señor fuese hombre. Por lo tanto, Jehová Dios se hizo hombre.
Como hombre, Él estaba dispuesto a ser levantado (3:14) tal como la serpiente de bronce fue levantada en el desierto (Nm. 21:4-9). Cuando decimos que el Señor Jesús fue crucificado, principalmente queremos decir que Él murió en la cruz por nuestra redención y que allí quitó nuestro pecado. Pero, ¿qué quiere decir la Biblia cuando dice que Cristo fue levantado? Principalmente se refiere a que al ser levantado, Él derrotó a la serpiente, al diablo. Cuando la mayoría de la gente lee la expresión sea levantado, interpreta mal estas palabras. El Hijo del Hombre fue levantado como la serpiente de bronce, no sólo para resolver el problema del pecado, sino también para derrotar a la serpiente. Juan 12:31-32 indica que cuando el Hijo del Hombre fue levantado, el príncipe de este mundo, el diablo, fue juzgado y echado fuera. Cristo no sólo fue crucificado, sino levantado. Cuando Él fue levantado, la serpiente, el diablo, fue expuesta, juzgada y echada fuera. ¿Quién estaba allí en el asta? La serpiente. En la carne de Jesús, Dios puso la serpiente en el asta e hizo una exhibición universal de ella, para que todo el universo pudiera ver que Su enemigo, la serpiente, estaba en el asta. Así que, Jesús fue levantado para que el diablo fuese juzgado y echado fuera.
Los religiosos estaban haciendo todo lo posible para encontrar alguna falta en el Señor Jesús. Después de los capítulos 5 y 7, ellos intentaron poner a Jesús en una situación difícil. Ellos sorprendieron a una mujer pecadora y la trajeron al Señor Jesús. Según la ley tales mujeres debían ser apedreadas hasta que muriesen, pero los religiosos no lo hicieron. Al contrario, la trajeron ante el Señor con la intención de atraparlo. Ellos dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?”. Los religiosos fueron bastante atrevidos. Ellos le hicieron al Señor una pregunta muy astuta. Si Él hubiera dicho que debían apedrearla hasta que muriera, habría perdido Su posición de Salvador y Redentor. ¿Podría un Salvador decir que tal pecadora debía ser apedreada hasta que muriera? Por supuesto, el Señor, como Salvador y Redentor, no podía decir esto. Pero por otro lado, si Él hubiera dicho que no debían apedrearla hasta morir, entonces ellos habrían replicado que estaba quebrantando la ley. Esta pregunta era un sutil truco del enemigo. Los religiosos pensaron que eran muy sabios, pero en realidad eran unos insensatos. Ellos pensaron que le sería muy difícil al Señor Jesús contestar, y que tendrían una excelente oportunidad para atraparlo.
Cuando le hicieron esta pregunta, el Señor no contestó ni una sola palabra. La manera más sabia de contestar una pregunta es no contestar, contestar más tarde, o hacerlo lentamente. La primera reacción del Señor consistió en que no contestó rápidamente. Nosotros también debemos aprender esta sabiduría. Cuando otros vengan a nosotros con una pregunta urgente, debemos aprender del Señor. Él simplemente se inclinó a escribir en el suelo. El silencio calma a las personas, así como el agua fría enfría el agua hirviendo. Cuando el Señor se inclinó a escribir, estaba calmando la situación. Al mismo tiempo, mientras calmaba la tensa situación, la mujer pecadora era confortada. Creo que al inclinarse a escribir en tierra, el Señor Jesús indicaba a los religiosos que no debían ser tan orgullosos, que debían humillarse un poco. Ellos tenían que entender que eran tan pecaminosos como aquella mujer.
Cuando era joven, traté de descubrir lo que el Señor Jesús escribía en la tierra. A través de muchas generaciones nadie ha podido afirmar lo que Él escribió. Yo supongo que el Señor Jesús pudo haber escrito: “¿Quién de vosotros no tiene pecado?”. Mientras los fariseos le preguntaban qué debían hacer con la mujer, el Señor pudo haber escrito en grandes letras: “¿Quién entre ustedes está sin pecado?”. Todos observaban al Señor mientras Él se inclinaba a escribir en el suelo. Entonces Él se levantó y dijo: “El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (8:7). Es como si el Señor les dijera: “Vosotros tenéis permiso de apedrearla, pero alguien debe tomar la iniciativa. Nadie está capacitado para tomar la delantera en esto, excepto aquel que no tenga pecado. Dejad que aquel de entre vosotros que esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Esta palabra traspasó sus conciencias. Creo que aun antes de que el Señor dijera esto, mientras Él todavía escribía en el suelo, sus conciencias fueron conmovidas. ¿Qué hicieron los religiosos? Comenzando por los más viejos y continuando hasta el más joven, salieron uno a uno (v. 9). Los más viejos, por ser los más sabios, se retiraron primero. Ellos reconocían que no estaban calificados para ser los primeros en apedrear a la mujer hasta matarla. Pero sí estaban calificados para tomar la delantera en escaparse. Todos los más jóvenes, les siguieron.
¿Quién está sin pecado? Nadie. Nunca condene a otros, porque al hacerlo usted es igual a ellos. Usted no está calificado para condenar a otros, pues son pájaros del mismo plumaje. Si condena a otro “pájaro”, simplemente se condena a sí mismo. Sólo el gran Yo Soy está sin pecado, y solamente Él está calificado para condenar el pecado. ¡Qué sabiduría la del Señor Jesús! Después de que los religiosos se fueron, noten cuán tierna y gentilmente el Señor se expresó con la mujer pecadora. Él le preguntó si alguien la había condenado, y ella dijo: “Ninguno, Señor”. Entonces Jesús le dijo: “Ni Yo te condeno” (v. 11). Estas palabras fueron melodía para el alma aterrorizada de la mujer.
Este caso manifiesta la sabiduría del Señor. La gente vino a condenar a la mujer pecadora, pero la respuesta del Señor los convenció de su propia pecaminosidad. Cuando los demás vengan a usted con preguntas, debe tener cuidado y devolverles las preguntas. Debe contestarles preguntándoles acerca de ellos mismos. Entonces usted penetrará sus conciencias y los dejará convictos. Finalmente ellos serán convencidos y se alejarán.
El diablo es la fuente del pecado (8:44). El pecado es la naturaleza del diablo, y el pecado, que es la naturaleza del diablo, es una mentira. El pecado es una mentira, una falsedad. Todo lo que es pecaminoso no es real. El producto de la mentira es la muerte y las tinieblas. La muerte y las tinieblas como son falsedades, se oponen a la realidad. Puesto que el diablo es el padre de los mentirosos, él es el origen del pecado. El divino elemento de Dios, que obra como vida y luz en el hombre, lo libra de la esclavitud del pecado. Pero el elemento maligno del diablo, que obra como pecado en el hombre por medio de la muerte y las tinieblas, hace del hombre un esclavo del pecado. La naturaleza del diablo es la mentira y produce muerte y tinieblas. En las tinieblas hay falsedad, que es lo contrario de la verdad, la realidad.
Puesto que el diablo es el padre de los pecadores, éstos son hijos suyos (1 Jn. 3:10). Los pecadores son los seguidores del diablo. Así que, en 1 Juan 3:10 tenemos la expresión los hijos del diablo. Debido a que el diablo es el padre de los pecadores, éstos son “los hijos del diablo”. El diablo es la serpiente antigua (Ap. 12:9; 20:2), y los pecadores también son serpientes, una cría de víboras (Mt. 23:33; 3:7). Por lo tanto, ellos necesitan que el Señor sea levantado en la cruz, en la forma de la serpiente, por el bien de ellos (Jn. 3:14).
Todo aquel que comete pecado, esclavo es del pecado (8:34). Un esclavo se encuentra siempre bajo cierta atadura. Satanás, el diablo, ha subyugado a toda la humanidad al cautiverio del pecado, impartiéndose en el hombre como la naturaleza pecaminosa que obliga al hombre a pecar. Es imposible que alguien pueda liberarse de tal esclavitud.
El resultado del pecado es la muerte (8:24, 51-52). En el versículo 24 el Señor dijo: “Si no creéis que Yo Soy, en vuestros pecados moriréis”. La muerte entró por medio del pecado. “La muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12). Mientras alguien haya pecado, está destinado para muerte. Así que, el resultado del pecado es la muerte.
Las tres categorías principales del pecado son: el adulterio o la fornicación, el homicidio, y las mentiras (Jn. 8:3, 41, 44). Estos son los aspectos más malignos del pecado. Pensemos en esto, ¿podremos hallar otro aspecto del pecado que sea tan maligno como el adulterio, el asesinato o la mentira? Nada es tan pecaminoso como estos tres aspectos, los cuales representan todo lo relacionado con el pecado. Todas las cosas pecaminosas están incluidas en estas tres categorías. El adulterio, o la fornicación, significa confusión. Cualquier cosa que confunde a la humanidad es un tipo de adulterio o fornicación. El homicidio es matar y mentir es engañar. Todo lo que es pecaminoso o confunde, o mata o engaña a la gente.
Este capítulo, por el lado positivo, revela algo más porque nos muestra la manera en que podemos ser libertados del pecado. Primeramente, este capítulo revela al único que no es pecador. En todo el universo ¿quién es el único que no tiene pecado? Solamente el Señor Jesús no tiene pecado (8:7, 9).
¿Quién está calificado para condenar al hombre? ¿Quién tiene esta posición? Sólo Aquel que no tiene pecado. El único que está calificado y que tiene la posición para condenar al hombre es el Señor Jesús mismo, porque Él no tiene ninguna mancha de pecado. Pero aunque Él está calificado para condenarle, Él no está dispuesto a hacerlo.
El Señor Jesús fue levantado en la cruz por causa del pecado del hombre (8:28). El pecado es la corporificación de la serpiente, y el pecado de los pecadores es el veneno de ésta. Por causa de la redención, el Señor Jesús tuvo que ser el Cordero de Dios; pero para juzgar la naturaleza serpentina, el Señor Jesús tuvo que ser levantado en forma de serpiente. Para juzgar la naturaleza pecaminosa y serpentina de la humanidad, Él tuvo que ser levantado en la cruz en la forma de una serpiente.
El Señor está calificado para perdonar el pecado del hombre y es capaz de libertarlo de la esclavitud del pecado (8:32-34). El Señor no sólo nos da la vida, sino que también Él entra en nosotros para ser nuestra vida misma. La sutileza de Satanás no fue sólo para inducirnos a hacer algo malo, sino que le sirvió para inyectarse en nosotros. Así que, el pecado ya no es meramente algo objetivo, o una maldad externa, sino que es la naturaleza subjetiva misma de nuestro ser. Ya no está fuera de nosotros, sino adentro. Incluso llegó a ser nuestro yo; está en nuestra naturaleza. Por lo tanto, todo lo que esté fuera de nuestra naturaleza, no puede ayudarnos a vencer el pecado que está en ella. Necesitamos que otra vida entre en nosotros. En la historia humana existe una sola Persona que es capaz de entrar en nosotros y ser nuestra vida para hacer frente a la naturaleza serpentina que mora en nuestro interior. Ni Confucio ni Platón pueden hacer eso. El único que puede hacerlo es Jehová, el gran Yo Soy. Sólo Él puede entrar en nosotros como vida para contrarrestar la naturaleza serpentina que mora en nuestro ser. Nuestra esclavitud no es un asunto externo, sino que es interno y está en nuestra naturaleza. Necesitamos otra vida, una vida más fuerte, más rica y más elevada, que nos libere de esta esclavitud. Sólo Él Señor puede ser tal vida, y Él verdaderamente lo es, porque Él es la vida divina. La vida divina es más alta que la vida humana; y es también superior a la vida satánica. Cuando esta vida divina entra en nosotros, derrota la vida y naturaleza serpentinas.
El Señor es capaz de salvar al hombre del resultado del pecado, que es la muerte (8:24, 51-52). Una vez que el pecado ha sido juzgado, espontáneamente el resultado del pecado también será eliminado. La religión que se basa en la ley es incapaz de hacer esto, porque pertenece al árbol del conocimiento, el cual da por resultado la muerte (Gn. 2:17). El Señor Jesús es el árbol de la vida que produce vida (v. 9). En principio, salvar al hombre del resultado del pecado es convertir la muerte en vida.