Mensaje 2
(1)
El vocabulario del Evangelio de Juan es sencillo y breve, pero este libro es en realidad el más profundo de toda la Biblia. Consideremos, por ejemplo, la primera cláusula del libro: “En el principio era el Verbo”. Aunque aquí el vocabulario parece muy sencillo, la profundidad de su significado no puede penetrarse. ¿Qué es el principio? ¿Entiende usted qué es el principio? ¿Cuándo fue el principio? Es muy difícil contestar. Además, ¿qué es el Verbo? Si uno dijera que el Verbo es Cristo, yo le preguntaría: ¿por qué a Cristo se le llama el Verbo en este versículo? ¿Por qué no es llamado de otra forma? El hecho de que aquí se usa la expresión, “el Verbo”, es muy significativo. Aunque esta cláusula es extremadamente profunda, vamos a intentar entenderla.
La Biblia comienza con las palabras: “En el principio”. Sin embargo, lo que dice Génesis 1:1 difiere a lo dicho en Juan 1:1. Génesis 1:1 dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Aunque los dos libros, Génesis y Juan, comienzan con la misma frase, el significado de cada una es completamente diferente. La frase, “en el principio”, hallada en Génesis, denota el principio del tiempo, pues se refiere a la obra creadora de Dios. Por lo tanto, Génesis 1:1 se refiere al principio del tiempo, cuando Dios creó todas las cosas. El significado de la frase hallada en Juan 1:1 es distinto, pues se refiere a la eternidad pasada, la cual no tiene principio. El principio mencionado en Génesis 1 comienza desde la creación, mientras que el principio de Juan 1 es antes de la creación. En otras palabras, el principio de Génesis 1 es el principio del tiempo, y el principio mencionado en Juan es el principio antes de que el tiempo existiera; se refiere a la eternidad pasada, la cual no tiene principio.
Como señalamos en el mensaje anterior, el ministerio de Juan era un ministerio que remendaba. Remendar significa que algo había existido por un tiempo, pero se quebró, rompió o dañó, y necesita ser arreglado. Remendar siempre hace que el objeto vuelva a su condición original. Por ejemplo, hace siete años que tengo una chaqueta. A veces, ésta se rasga, y mi esposa tiene que remendarla. Cuando ella remienda las partes rasgadas, la chaqueta es restaurada a su condición original. Del mismo modo, la iglesia ha existido desde el día de Pentecostés. No obstante, muy poco después de sus comienzos, la iglesia fue perjudicada y dañada por muchos pensamientos, opiniones, conceptos, filosofías, ideas, enseñanzas y doctrinas diferentes. Si uno lee con cuidado el Nuevo Testamento junto con la historia de la iglesia, notará que muchos conceptos perjudiciales entraron en la iglesia a través del judaísmo. Estas ideas hicieron daño a la antigua iglesia. Además, en los primeros días, es decir, en el primer siglo, el gnosticismo, el cual era una mezcla de las filosofías griega, egipcia y babilónica, también se introdujo en la iglesia, haciendo mucho daño. Así que, la iglesia primitiva fue perjudicada por los conceptos religiosos de los judíos así como por las ideas filosóficas de los griegos, lo cual produjo varias doctrinas y enseñanzas que perjudicaron a la iglesia e hicieron muchos agujeros en la red espiritual.
El agujero más grande de la red de la iglesia fue causado por algunos llamados cristianos que, en sus conceptos filosóficos, no reconocieron que Cristo era Dios encarnado quien se había hecho hombre. Pretendían ser cristianos, pero no creían que Cristo, el Hijo de Dios, había venido en carne. Juan llamó a estas personas anticristos (1 Jn. 2:18, 22). Así que, 1 Juan 4:1-3 dice que podemos probar la autenticidad de un espíritu al preguntarle si reconoce o no que Cristo ha venido en carne, porque “todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios”. Además, Juan, en su segunda epístola advirtió a los creyentes acerca del anticristo, el cual es una persona que pretende ser cristiano, pero no confiesa que Jesucristo ha venido en carne (v. 7). Los que predicaron acerca del cristianismo sin creer que Cristo era Dios encarnado como hombre, hicieron un gran agujero en la red. Por lo cual Dios, en Su soberanía, preparó un ministerio remendador, el cual cerraría todos los agujeros que habían sido hechos. El ministerio de Juan cumplió esta tarea, dando testimonio de que Cristo, el mismo Dios encarnado, vino en carne (Jn. 1:1, 14).
Conforme al mismo principio, hoy en día nos enfrentamos a la misma situación a la que se enfrentaba Juan en el primer siglo. La red espiritual está rota y llena de grandes agujeros causados por muchas doctrinas, enseñanzas, conceptos e ideas. Debemos regresar al principio. ¿Cuál fue el principio? En el principio había una sola cosa: la vida. “En el principio era el Verbo ... y el Verbo era Dios ... en Él estaba la vida”. El Evangelio de Juan no dice: “En Él existían muchas doctrinas”. La manera de remendar los agujeros en la red espiritual es la vida. No debemos discutir acerca de la doctrina, sino disfrutar la vida. Si alguien se me acerca con el propósito de discutir acerca de doctrinas, yo diría: “¡Oh Señor Jesús! Cristo es tan amoroso, dulce y querido. Vamos a invocarle. Querido hermano, disfrutemos al Señor. Si tenemos al Señor Jesús como nuestro disfrute, todo es maravilloso. Olvidémonos de la doctrina y disfrutémoslo a Él”. El ministerio que remienda se lleva a cabo por la vida, porque la vida nos lleva al principio. En el principio no había nada mas que la vida.
El Verbo es la definición, la explicación y la expresión de Dios; por lo tanto, el Verbo es Dios definido, explicado y expresado. Dios es misterioso; Él necesita que el Verbo lo exprese. Si uno quiere ser misterioso, la mejor manera de hacerlo es permanecer callado, ya que algo silencioso es un misterio. Por otro lado, cuanto más uno habla, más se expone. Todo lo que se encuentra en lo más recóndito de su ser, se revela por medio de sus palabras. Éste es el significado del Verbo. Aunque Dios es un misterio, Cristo como el Verbo de Dios lo define, explica y expresa. El Verbo es la definición, la explicación y la expresión de Dios. De hecho, este Verbo es Dios mismo, pero no el Dios escondido, oculto y misterioso, sino el Dios definido, explicado y expresado. El Verbo no es el Dios invisible, sino que es Dios mismo hecho visible. En el principio este Verbo estaba con Dios; o sea, no estaba separado de Dios, sino que Dios siempre estaba en Él.
Juan 1:1 dice que el Verbo estaba con Dios, y el versículo 2 dice: “Él estaba en el principio con Dios”. El Verbo siempre estaba con Dios y siempre tenía a Dios en Él; nunca existía aparte de Dios. Cuando muchos de los jóvenes están lejos del hogar, reciben cartas cariñosas de sus padres, las cuales expresan una palabra de su madre o de su padre. Suponga que usted recibe una carta de su padre. Dicha carta es la palabra de su padre que viene a usted. Sin embargo, cuando ésta llega, su padre no llega junto con la palabra. Aunque la carta contiene la palabra de su padre, no transporta a su padre, ya que usted y su padre están en realidad muy lejos el uno del otro. Esto significa que la palabra de su padre está separada de su persona. Pero es diferente con Cristo, el Verbo de Dios. Nunca debemos pensar que este Verbo estaba separado de Dios. No. Este Verbo estaba con Dios y siempre estará con Él. Cuando el Verbo viene, Dios viene. Cuando el Verbo está presente, Dios está presente. El Verbo está con Dios. Así que, hay otra cláusula en 1:1, la cual nos dice que el Verbo estaba con Dios.
La última parte de 1:1 dice: “el Verbo era Dios”. Nunca debemos tratar de entender la Biblia solamente según las letras impresas. Este versículo dice que, Cristo, como Verbo, estaba con Dios y también era Dios. Cristo y Dios, ¿son uno o dos? Si Él y Dios son uno, ¿por qué la Biblia dice que Él estaba con Dios? ¿Cómo pueden reconciliarse estas dos declaraciones? No se puede. En este versículo encontramos la clave para entender todo el Evangelio de Juan. En los mensajes siguientes veremos muchos puntos semejantes a éste. Por ejemplo, el Señor le dijo a Nicodemo: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo”. ¿Dónde está? ¿En el cielo o en la tierra? Debemos simplemente decir: “¡Aleluya, Él está aquí y allí!”. Él puede estar aquí y allí porque es omnipresente. Aunque no lo podemos entender, de todos modos tenemos una palabra clara al respecto. Debemos simplemente aceptarla. “En el principio era el Verbo y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios”. Aunque no podemos reconciliar todas las cláusulas de este versículo, debemos simplemente aceptarlo como palabra de Dios.
Los escritos de Juan eran breves, pero él era muy cuidadoso. Estaba consciente de que algunos tal vez discutirían con él, diciendo: “Él estaba con Dios y era Dios, pero probablemente no estaba con Dios desde el principio. En el principio Él era el Verbo, pero no estaba con Dios. Después el Verbo llegó a estar con Dios y finalmente llegó a ser Dios”. Si uno lee la historia de la iglesia, descubrirá que aun en el primer siglo existía una escuela de opinión, la cual afirmaba que Cristo no era Dios y que sólo en cierto momento se hizo Dios. Por esto, Juan añadió el versículo 2, no como una simple repetición de esa porción del versículo 1, sino como una confirmación. “Él estaba en el principio con Dios”. Desde el principio Cristo estaba con Dios y era Dios. En el principio, es decir, en la eternidad pasada, el Verbo estaba con Dios. No es como algunos suponen, que en la eternidad pasada Cristo no estaba con Dios ni era Dios, sino que en cierto momento se hizo Dios y estaba con Dios. La deidad de Cristo es eterna y absoluta. Desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura, Él ha estado con Dios y es Dios. Por esto, en este Evangelio, no se encuentra una genealogía de Él como la presentan Mateo 1 y Lucas 3. En este Evangelio Él está “sin padre, sin madre, sin genealogía ... ni tiene principio de días, ni fin de vida” (He. 7:3). Todos debemos ver claramente que desde el principio nuestro Cristo estaba con Dios y era Dios. Él era el Verbo con Dios desde el principio.
La creación llegó a existir por medio del Verbo. Me gusta la manera en que la Versión Recobro traduce el versículo 3: “Todas las cosas por medio de Él llegaron a existir, y sin Él nada de cuanto existe ha llegado a la existencia”. ¿Qué quiere decir que todas las cosas por medio de Él llegaron a existir y que sin Él nada de cuanto existe ha llegado a la existencia? Simplemente significa que fuera de Él no existe nada. Un día, por medio del Verbo, miríadas de cosas llegaron a existir. Podemos decir que, en cierto sentido, Dios no hizo nada, porque no era necesario. Él simplemente dijo: “Sea” y todo obtuvo su ser. Según nuestro concepto humano, la creación requeriría cierta cantidad de labor. Sin embargo, en Su obra creadora Dios no laboró, sino sólo habló. Cuando Dios dijo: “Sea la luz”, la luz llegó a existir. Cuando dijo: “Haya expansión”, la expansión llegó a la existencia. Cuando dijo: “Descúbrase lo seco”, la tierra seca apareció. A un ateo esto le parecería insensato. Pero nosotros creemos en Dios. No sólo creemos en Dios, sino también en el Cristo todo-inclusivo. Por medio de Él como el Verbo, todas las cosas llegaron a existir.
El principio es el mismo en la nueva creación. Aunque pertenecemos a la vieja creación, la Biblia nos dice que debemos llegar a ser hombres de la nueva creación. Según nuestro concepto humano, esta clase de cambio requiere mucha labor. Sin embargo, no requiere casi nada de trabajo; se realiza por medio del Verbo, quien es Cristo. Si un hombre declara: “Señor Jesús”, será un hombre nuevo antes de que las palabras salgan de sus labios. Al decir simplemente la palabra “Señor”, algo que no existe llega a existir. Abraham creyó en el Dios que “llama las cosas que no son, como existentes” (Ro. 4:17). Dios no hizo nada; simplemente llamó. A pesar de que no existía tal cosa como la luz, cuando Dios dijo: “Sea la luz”, ella de repente apareció. Ésta es la obra creadora de Dios. Si no lo hubiera hecho de esta manera, Él sería igual que nosotros. Pero Dios no es igual que nosotros: Él es Dios. Todas las cosas llegaron a existir por medio del Verbo. Si uno tiene al Verbo, lo tiene todo.
Esto debe fortalecer y confirmar nuestra fe. Cuando tomamos la Palabra, algo que no existía antes llegará a la existencia. Esto es maravilloso. No debemos decir que somos débiles, pues cuanto más lo declaramos, más débiles nos volvemos. Sin embargo, si al tomar la Palabra, decimos: “Soy fuerte”, somos fortalecidos. No debemos decir: “No tengo poder”. Cuanto más lo decimos, menos poder tendremos. No obstante, si decimos: “¡Alabado sea el Señor! Tengo poder por medio de la Palabra”, tendremos el poder, el cual hace que las cosas que no existen, lleguen a existir por medio del Verbo. Si uno sufre cierta enfermedad, no debe pensar mucho en ella, sino decir: “Por medio del Verbo soy una persona saludable”. Al decir esto, la salud, que no existía en esa persona, llegará a existir. A menudo las hermanas vienen a mí y dicen: “Hermano, como hermanas, no somos sabias. Venimos a usted porque tiene sabiduría”. Hermanas, cuanto más digan que no tienen sabiduría, menos sabiduría tendrán. Además, es mentira decir que no tenemos sabiduría. ¿Acaso no tenemos al Verbo? Siempre y cuando tengamos al Verbo, debemos declarar: “Tengo sabiduría por medio del Verbo”. Si hacemos esto, tendremos sabiduría. No tenemos nada por nosotros mismos, pero tenemos todo por medio del Verbo.
¿Qué es la creación? La creación consiste en llamar las cosas que no son, como existentes por medio del Verbo. El Verbo es el medio y la esfera. Si tenemos al Verbo, tenemos el medio y la esfera. Por lo tanto, podemos decir: “Puesto que tengo al Verbo como el medio y la esfera, las cosas que no son pueden llegar a existir”. Aprendamos a afirmar: “Lo que no es, existe por medio del Verbo”. Fuera del Verbo yo no existo. Estoy en el Verbo y con el Verbo. Así, pues, mediante el Verbo las cosas que no son llegan a existir.
Ahora llegamos al punto más importante: la vida está en el Verbo. “En Él estaba la vida” (1:4). El pronombre Él del versículo 4 denota el Verbo, quien era Dios y por medio del cual todas las cosas llegaron a existir. En Él estaba la vida. ¿Por qué Él creó todas las cosas antes de venir para ser vida? Porque se necesitaba un recipiente, un envase, que lo recibiera como vida. Supongamos que Él viniera para ser vida sin haber creado algo. ¿Para quien sería la vida? No habría nada que lo recibiera como vida. Por lo tanto, antes de que Él viniera como vida, creó los cielos, la tierra y al hombre, y le dio a éste un espíritu para que le recibiera. Zacarías 12:1 dice que el Señor “extiende los cielos y funda la tierra, y forma el espíritu del hombre dentro de él”. Así que, los cielos fueron creados para la tierra, la tierra para el hombre y el hombre fue hecho con un espíritu para recibir a Dios. Ahora el Verbo puede venir como vida para ser recibido por el hombre creado por Él. La creación le proporcionó el envase que recibiría la vida.
Ya vimos que la vida está en el Verbo. La vida sólo puede hallarse en la expresión de Dios. El Verbo, el cual es la expresión y la explicación de Dios, contiene a Dios como nuestra vida. Cuando recibimos al Verbo, recibimos la vida que está en Él. Tanto el Verbo como la vida son Dios. El Verbo es la expresión de Dios, y la vida es el contenido de Dios. Cuando escuchamos al Verbo, nos damos cuenta de que Dios es expresado y explicado; cuando recibimos al Verbo, recibimos la vida, el contenido mismo de Dios como vida, y así nacemos de Dios y llegamos a ser Sus hijos. La vida que está en el Verbo es el contenido de Dios.
Debido a que el versículo 2 se refiere a la obra creadora de Génesis 1, la mención de la vida en el versículo 4 debe referirse a la vida indicada por el árbol de la vida presentado en Génesis 2. Esto Juan lo confirmó al mencionar el árbol de la vida en Apocalipsis 22. La vida está en Él; por consiguiente, Él es la vida (Jn. 11:25; 14:6) y vino para que el hombre tuviera la vida (10:10).
El hombre fue creado como vaso que contendría a Dios, quien es la vida. Sin embargo, en su creación él era un vaso vacío; no contenía la verdadera vida. La vida creada del hombre no es genuina; la vida verdadera es la vida divina, la cual está en Cristo. ¿Qué clase de vida tenía usted antes de recibir a Cristo? Era, a lo más, una vida temporal; no era permanente, o sea, no duraba para siempre. Pese a que era una vida momentánea, no era constante. Antes de que recibiésemos a Cristo, no teníamos la certeza de cuánto tiempo duraría nuestra vida momentánea. Así que, en cierto sentido, antes de que fuésemos salvos, no teníamos vida. La vida que está en Cristo es eterna, constante y permanente. Todos los hombres necesitan esta vida, la vida divina e increada que está en Cristo. Esta vida es para el hombre, y el hombre es el recipiente de esta vida.
Juan 1:4 dice: “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Es absolutamente cierto que la vida es la luz de los hombres. Cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, y lo recibimos en nuestro interior, la vida divina entró en nuestro ser. Inmediatamente, sentimos que algo resplandecía en nuestro interior, pero tal vez, en aquel momento, no sabíamos cómo expresarlo ni describirlo. Ese era el resplandor de la vida. Debido a que la vida resplandece, ésta es la luz de los hombres. Este resplandor es la evidencia más clara de que hemos nacido de Dios.
Cuando escuchamos la Palabra y recibimos la vida, ésta llega a ser la luz que resplandece en nuestro interior para alumbrarnos. Cuando Dios, como la vida divina, resplandece en nosotros como la luz de la vida, estamos bajo Su iluminación. Al nacer de Dios por haber recibido Su Palabra, lo recibimos a Él como vida, y ésta llega a ser la luz que resplandece en nosotros todo el tiempo. El Señor es la Palabra de Dios, Su expresión, por la cual nosotros conocemos a Dios. Cuando le recibimos como la expresión de Dios, Él llega a ser nuestra vida, y ésta llega a ser la luz que resplandece en nosotros.
El versículo 5 dice: “La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella”. Las tinieblas nunca pueden vencer o apagar la luz, porque la luz disipa las tinieblas. Cuando la luz de la vida resplandece en nosotros, las tinieblas no pueden vencerla. Además, esta luz es la verdadera luz que ilumina a todo hombre. La palabra ilumina en el griego es la misma palabra que se usa en Efesios 1:18; 3:9 y Hebreos 6:4; 10:32, y se utiliza de la misma manera. Esto se refiere a la iluminación interior que trae vida a los que reciben la Palabra. Para la primera creación, era la luz física (Gn. 1:3-5, 14-18). Para la nueva creación, es la luz de la vida.
La vida también se convierte en la autoridad por la cual los creyentes llegan a ser hijos de Dios. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:12-13). El nacimiento descrito en estos versículos no se refiere a cuando nacimos de nuestros padres, sino al segundo nacimiento, el cual sucedió cuando creímos en el nombre del Señor Jesús.
Creer en el Señor equivale a recibirle. Cuando hablo de recibir al Señor Jesús, tal vez usted diga que nunca lo ha hecho. Sin embargo, quiero hacerle esta pregunta: ¿Acaso no ha creído en el Señor Jesús? Cuando usted oyó Su nombre, ¿no creyó en él? Si una persona verdaderamente cree en ese precioso nombre, estoy seguro que, de una forma u otra, dirá: “Señor Jesús”. Si usted clama ese nombre desde lo más recóndito de su ser, esto equivale a creer en Él. Si cree en Él al invocar Su nombre, esto comprueba que lo ha recibido. Y puesto que lo ha recibido, tiene la autoridad para llegar a ser un hijo de Dios. ¿Qué es esta autoridad? Es Cristo mismo como su vida. Cristo como vida es simplemente el Espíritu de filiación, y este Espíritu lo hace un hijo de Dios. Usted puede saber que es hijo de Dios por dos cosas: porque ha creído en Él y ha invocado Su nombre, y porque, a veces, espontánea y dulcemente clama: “Abba, Padre”. Si usted puede llamar a Dios “Abba, Padre” de manera dulce, usted es Su hijo.
Como se declara en el versículo 13, este nacimiento no es de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón. En este versículo sangre (en el griego, sangres) significa la vida física. La voluntad de carne denota la voluntad del hombre caído después que se convirtió en carne. La voluntad de varón se refiere a la voluntad del hombre creado por Dios. Cuando fuimos hechos hijos de Dios, no nacimos de la vida física, de la vida caída, ni de la vida creada, sino que nacimos de Dios, quien es la vida increada. El hecho de que seres humanos lleguen a ser hijos de Dios significa que el hombre recibe la vida y la naturaleza divinas.
¿Por qué Dios ha producido a tantos hijos? No es principalmente porque nos ame o porque tenga compasión de nosotros. Es verdad que sí nos ama, pero la razón por la que engendró a tantos hijos fue con el fin de multiplicarse. Dios se deleita en multiplicarse. Todos los padres tienen cierta multiplicación. Antes de que Dios nos produjera, Él era simplemente Dios. Podía mirarse y decir: “Aquí estoy solo. Soy todopoderoso, omnisciente y omnipresente. Lo soy todo, pero estoy solo”. Ahora, después de producir a tantos hijos, Dios puede decir: “¡He aquí, Mi multiplicación!”. Durante todos los siglos y todas las generaciones Dios se ha estado multiplicando a Sí mismo.
En el principio era el Verbo y en Él estaba la vida. Por medio de la creación Él preparó a muchos recipientes. Ahora, estos recipientes han llegado a ser la multiplicación de Dios, y ésta ha llegado a ser el aumento y la expresión corporativa de Dios. Él está plenamente expresado a través de Sus hijos, quienes son Su aumento y Su expresión corporativa.
Originalmente, Dios tenía un solo Hijo, Su unigénito, como Su expresión, la cual podemos llamar la expresión individual. Ahora Dios, al multiplicar Su vida, tiene muchos hijos que lo expresan, y a esto lo podemos llamar la expresión corporativa, la cual está compuesta de Su Hijo, quien llegó a ser el Primogénito, y Sus muchos hermanos. Éste es uno de los aspectos principales de la revelación hallada en este libro.