Mensaje 28
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Ya hemos visto el lavamiento de los pies que el Señor efectuó. Ahora quisiera mencionar algo acerca del mutuo lavamiento de pies que deben practicar los creyentes entre sí (Jn. 13:12-17). No sólo necesitamos el lavamiento que efectúa el Señor directamente, sino también el mutuo lavamiento de pies entre los creyentes. El Señor mandó que nos laváramos los pies los unos a los otros. Como mencioné anteriormente, a veces debemos guardar la Palabra del Señor conforme a la letra, pero lo más importante es guardarlo conforme al espíritu. Debemos lavarnos los pies los unos a los otros ministrando la obra del Espíritu Santo, la iluminación de la Palabra y la operación de la vida interior. De esta manera, yo le ayudo a usted, usted me ayuda a mí, y todos nos ayudamos mutuamente para ser lavados por la obra del Espíritu Santo, por la iluminación de la Palabra, o por la operación de la vida interior. Siempre que los hermanos nos reunamos para tener comunión y para orar, debemos ministrar el lavamiento espiritual de los pies los unos a los otros. Este mutuo lavamiento espiritual es el que nos mantiene limpios de toda contaminación terrenal. Queridos hermanos, ¿han considerado cuán necesario es este lavamiento mutuo? Mientras usted viva y trabaje en esta tierra, no sólo necesita ser lavado directamente por el Señor, lo cual se lleva a cabo en su espíritu, sino que también debe recibir el lavamiento de los pies ministrado por los hermanos y hermanas.
Cuando el Señor lavó los pies de Sus discípulos, Él se quitó Su túnica. Vimos que en figura la túnica o manto representa las virtudes y los atributos del Señor en Su expresión. Por lo tanto, quitarse Su manto significa despojarse de lo que Él es en Su expresión. Si el Señor se hubiera aferrado a la expresión de Sus virtudes y atributos, no habría logrado lavar los pies de los discípulos. De la misma manera, cuando nos dispongamos a lavar los pies de otros, debemos poner a un lado nuestros logros, nuestras virtudes y nuestros atributos. Ésta es la verdadera humildad, la humillación genuina de uno mismo. Debemos humillarnos hasta tal punto que podamos lavar los pies de los demás.
En las Escrituras una vestidura representa lo que hacemos y como nos conducimos. Todo lo que hacemos y la manera en que nos conducimos llega a ser nuestra vestidura. Si usted tiene un buen comportamiento, entonces tiene una excelente vestidura, algo que es admirable y glorioso. Sin embargo, si desea ministrar el lavamiento espiritual de los pies a otros, debe despojarse de sus logros, sus obras y su conducta. Cada vez que usted se reúna con los hermanos para ministrarles cierto lavamiento espiritual, debe dejar a un lado su conducta, lo cual significa que debe humillarse. No piense que su conducta es lo suficientemente buena. Puede ser que sus obras y su comportamiento sean excelentes y gloriosos, entonces, usted se vuelve orgulloso. Usted se sentirá orgulloso de su vestidura y de sus obras. Por otra parte, yo puedo tener el concepto de que soy muy humilde y que usted es muy orgulloso. Con esta clase de actitud y motivo nunca podremos ministrar el lavamiento de los pies los unos a los otros. Debo hacer a un lado todas mis buenas obras y olvidarme de todas mis virtudes. Esto es muy práctico. Cuando uno es orgulloso, no es capaz de ministrar el lavamiento espiritual de los pies a nadie. Debemos humillarnos y echar a un lado nuestras vestiduras. Hacer esto implica humillarnos, despojarnos de algo que nos pertenece.
Permítame hablar con franqueza. En el transcurso de mi vida como cristiano, he conocido a varios hermanos y hermanas en mis visitas a diferentes países. Muchos son muy espirituales, pero al mismo tiempo muy orgullosos de su espiritualidad. Estos llevan puesta la vestidura de la espiritualidad. Cuando se reúnen, menosprecian a los demás, pensando que aquellos nunca han recibido una visión celestial ni conocen nada de lo que es espiritual. ¿Qué es esto? Es su orgullo. Se enorgullecen de ser espirituales. Si adoptamos esta actitud, nos será imposible ministrar a otros el lavamiento de los pies. Por otro lado, cuando nosotros nos reunimos con los santos, debemos despojarnos de nuestra vestidura y olvidarnos de nuestros logros. Debemos prestar la debida atención a este asunto. Todos somos culpables de haber tenido esta actitud. Cuán a menudo hemos pensado: “Oh, ellos no saben lo que es la vida de iglesia, no conocen la manera de andar en el espíritu, ni han aprendido las lecciones de la vida interior”. Este pensamiento proviene del orgullo. Si adoptamos esta actitud, nunca podremos ayudar a otros. Necesitamos despojarnos de nuestras vestiduras, de nuestros logros y de nuestra espiritualidad. Debemos desechar nuestro nivel de espiritualidad, y ser sencillos y generales, diciéndonos a nosotros mismos: “No soy nada, y nada en mí es especial. Lo único que tengo es una toalla, un pedazo de tela, con la cual ceñirme”. No debemos acercarnos el uno al otro vestidos con un uniforme de policía; si lo hacemos, tendremos temor el uno del otro. A veces alguien, con una actitud amenazadora, viene como un policía en uniforme. Otro viene vestido del uniforme de espiritualidad, mientras otro luce el uniforme de la vida interior, y aun otro porta el uniforme de los llamados dones espirituales. Todos estos deben despojarse de sus vestiduras para poder ministrar a otros el lavamiento de los pies. No debemos aplicar esto a los demás, sino a nosotros mismos.
No es tan fácil despojarnos de nuestro atuendo y humillarnos para poder lavar los pies de los demás. Supongamos que cierto hermano me ofende sin querer. Aunque él no esté consciente de haberme ofendido, yo sí estoy muy consciente de la ofensa. ¿Qué debo hacer? Debo acudir a la gracia del Señor para lavar sus pies en vez de condenarlo. Si intento ministrarle el lavamiento sin tomar la gracia, el resultado será un gran fracaso. ¿Por qué? Debido a que me ofendió, me será muy fácil reprenderle, aun cuando no tenga la intención de hacerlo. Necesito dejar a un lado mis vestiduras y descender a su nivel. Cuando sentimos que alguien nos ha ofendido, siempre nos consideramos superiores a esa persona, pensando que es inferior, que está en deuda con nosotros, y que tenemos base para reclamarle. Aquí radica la dificultad. Debemos despojarnos de nuestra vestidura, descender a su nivel y bajar de nuestro trono. En cierto sentido, despojarnos de nuestra vestidura significa descender de nuestro trono. No debemos sentarnos en nuestro trono para juzgar a nuestros hermanos, diciendo: “Usted me ofendió a mí, usted me ha ofendido”. Mientras tenga esa actitud, la cola del zorro será expuesta. Finalmente, usted reprenderá al hermano que le ofendió, lo cual dará por resultado un altercado, porque él negará la ofensa. Inmediatamente, toda la situación se volverá pecaminosa.
No sólo debemos despojarnos de la vestidura de nuestros logros, sino también debemos ceñirnos con una toalla. Esto significa que debemos ser atados. Los pies de los discípulos fueron lavados con agua y enjugados con la toalla con que el Señor estaba ceñido. En otras palabras, cuanto más dispuestos estemos a ser atados por causa de los demás, más capaces seremos de ministrar a otros y enjugar sus pies. De otro modo, cuanto más libertad tengamos, más los perjudicaremos. Hermanos, cuando nos reunamos, no sólo debemos dejar a un lado nuestros logros, sino que también debemos ceñirnos y estar dispuestos a perder nuestra libertad. Simplemente debemos renunciar a ella y estar dispuestos a ser ceñidos y restringidos para poder ministrar algo que enjugue a nuestros queridos hermanos y hermanas.
Tanto los hermanos como las hermanas requieren el lavamiento de los pies. Siento decirlo, pero las hermanas se ofenden con mucha facilidad. No obstante, en la vida de iglesia no podemos evitar el contacto de unos con otros. En la vida práctica la persona que más trabaja es la que más se ensucia. Lo mismo sucede en la vida de iglesia. Cuanto más responsabilidad uno lleve, más suciedad acumulará, por causa de la cantidad de personas con las que uno se relaciona. Cuanto más contacto tenga con otros, más se ensuciará. La mejor manera de mantenerse limpio es evitar el contacto con otros. Así como la mejor forma de mantener sus manos limpias es no tocar nada con ellas. Tal vez algunos de nosotros anhelan llegar a ser líderes en la vida de iglesia. Hablando en términos humanos, si uno fuera sabio, nunca se envolvería en el liderazgo, porque es una labor muy difícil y hace que uno se ensucie con facilidad. Siendo líder, un anciano de la vida de iglesia no puede evitar tener contacto con ciertas situaciones ni hablar con ciertas personas. Ellas acuden al anciano constantemente. Y puede estar seguro de que nadie de los que vayan a verle estará limpio, porque los que están limpios nunca irán al anciano, debido a que no tienen problemas. Todo el que procure verlo seguramente tendrá algún problema. A veces cierta hermana no lo dejará tranquilo hasta hacerlo que se enoje con ella. Algunas veces las hermanas que tienen problemas acuden al anciano una y otra vez, y no desisten hasta verlo muy molesto. Cuando por fin se han ido, uno se da cuenta que está completamente sucio. Entre el anciano y ella es necesario un gran lavamiento de los pies. Sin tal lavamiento la comunión agradable entre los dos nunca podrá restablecerse.
Ésta es la razón por la cual al principio la vida de iglesia puede ser muy feliz, pero después de cierto tiempo, es posible que algunos de los santos se ensucien, y aunque siguen asistiendo a las reuniones no vienen contentos ni tienen un espíritu agradable. Quizás recuerden que ciertos hermanos o hermanas los han ofendido. Es posible que intenten sonreír y pretendan ser como otros, pero ¿qué clase de comunión pueden tener así? Ellos requieren el lavamiento de los pies. Necesitan el ministerio de la vida.
Al lavar los pies de otros, no debemos decir: “Hermano, te amo y por eso voy a lavar tus pies”. El lavamiento de los pies requiere un abundante suministro de vida. Necesitamos la vida para poder lavar los pies de otros. Es necesario ministrar mucha vida a otro para lavar sus pies. Esto es muy difícil. Recuerde que el lavamiento de los pies se efectúa con agua y no con sangre. Necesitamos mucha agua. El agua es el Espíritu, la Palabra viviente y la vida interior. Necesitamos estar llenos del agua-vida. Si lo estamos, nos lavaremos los pies unos a otros espontáneamente al estar con ellos aun sin tener la intención de hacerlo. Cuando tengamos contacto con otros, el agua simplemente fluirá sin darnos cuenta. Al estar con otro santo, el agua fluirá sobre él una y otra vez, llevando a cabo el lavamiento de los pies. El polvo y el olor desagradable entre nosotros se desvanecerán, y seremos introducidos en una agradable comunión. ¡Cuánto necesitamos esta experiencia!
Quisiera recalcar que cuando nos reunamos debemos dejar a un lado nuestra vestidura. No trate usted de mantener su nivel o posición. No se considere a sí mismo superior a los demás. Debe desechar tal concepto. Ejercite el agua viva y ocasione que ésta fluya, y los pies de los demás serán lavados.
Ya vimos que el Evangelio de Juan es todo un libro de vida, pues su contenido es la vida. El lavamiento de los pies es un asunto de vida, y no simplemente una práctica física como lo hacen en algunos grupos cristianos, quienes llevan a cabo esta práctica en cada servicio de la Santa Comunión. Sin embargo, si el Señor así nos guía, de vez en cuando es posible que físicamente nos lavemos los pies unos a otros. Una noche en 1952, en la ciudad de Taipei, los cuatro ancianos lavaron los pies por lo menos a quinientos hermanos. Esto realmente tocó el corazón y el espíritu de los santos. Sirvió de una gran ayuda. Sin embargo, no debemos hacer de esta práctica algo legal ni formal.
Todo lo narrado en el Evangelio de Juan tiene que ver con la vida, y debemos practicar la vida hasta tal grado que entre nosotros tengamos abundancia de agua de vida para lavar los pies unos de otros. Algunos santos están llenos del agua viva. Si usted pasa media hora con ellos, sus pies serán lavados. Tal vez no le señalen que sus pies se encuentran sucios, ni aun mencionen el asunto del lavamiento de los pies, pero si usted permanece media hora con ellos, sus pies quedarán lavados. Después de esa media hora usted estará muy cerca del Señor. Su comunión con Él será íntima y agradable, y la comunión que tiene con otros será dulce. Necesitamos que muchos de entre nosotros estén llenos del agua de vida y puedan así lavar los pies de los demás.
Todos debemos aprender a amar a los hermanos y hermanas al ministrarles el lavamiento espiritual de los pies. A veces cuando vaya a visitarle, puede ministrarme cierta clase de lavamiento mostrándome amor, y yo debo mostrarle la misma clase de amor para que así usted sea limpio de la contaminación terrenal. Debemos practicar esto, de otra manera nuestra comunión no podrá preservarse. La comunión entre los creyentes sólo puede ser preservada cuando el amor ministra tal lavamiento. En muchas ocasiones he disfrutado el lavamiento espiritual de los pies de parte de muchos hermanos y hermanas. Hace más de 25 años, mientras trabajaba con los colaboradores principales, tales como el hermano Watchman Nee entre otros, recibí mucha ayuda por la clase de lavamiento de los pies que ellos ministraron. Cada vez que tenía contacto con ellos, tenía la sensación de que cierta clase de lavamiento de los pies me mantenía limpio de la contaminación terrenal. Ellos me amaban y me mostraban su amor ministrándome el lavamiento espiritual que me limpiaba de la contaminación terrenal.
Al poner en práctica estos principios, nos daremos cuenta de lo reales que son ellos, usted puede simplemente aplicarlos en su vida diaria, en su hogar y en la vida de iglesia desde este momento en adelante. Entonces, espontáneamente ministrará cierta clase de lavamiento, y enjugará los pies de los hermanos y hermanas que lo rodean. Esto es lo que necesitamos. Éste es el verdadero amor que mantiene la comunión entre nosotros. Es por medio de esta clase de lavar y secar que la comunión espiritual puede preservar la vida de iglesia. Sin esto, la vida de iglesia simplemente no podría mantenerse porque la comunión será dañada por el contacto con el mundo. Necesitamos que el lavamiento espiritual nos limpie del contacto terrenal y preserve nuestra comunión espiritual en buenas condiciones. De esta manera, será posible hacer realidad la vida de iglesia. Si la vida de iglesia ha de ser mantenida nueva, agradable y viviente, continuamente necesitamos este lavamiento. Toda iglesia local requiere esto. En las iglesias de la costa occidental el Señor nos ha bendecido con Su abundante gracia. A pesar de que no utilizamos el término “lavamiento de los pies”, el Señor ha mantenido la vida de iglesia fresca y nueva por medio del lavamiento efectuado con el agua de vida. No hablamos de ello, no usamos esta expresión, pero continuamente hemos experimentado la realidad del lavamiento de agua de vida. Así que, podemos gloriarnos de Su gracia en el sentido de que las iglesias aquí siempre están nuevas y vivientes. La comunión entre los santos aquí no tiene ningún problema. Todas las iglesias deben orar pidiendo tener esta experiencia, para que el recobro sea preservado en novedad y frescura.
El Señor vino para introducir a Dios en nosotros, y fue para introducirnos a nosotros en Dios. Como resultado de esto, se formó una verdadera mezcla entre el Espíritu divino y nuestro espíritu humano. La humanidad se mezcló con la divinidad, y la divinidad, con la humanidad. Esta mezcla es la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Los creyentes en su espíritu son celestiales, eternos y espirituales, pero en su cuerpo físico aún permanecen en esta tierra y pertenecen a la vieja creación. Por lo tanto, existe la necesidad de que sean preservados limpios de toda contaminación terrenal para que la comunión que se tiene en el Cuerpo y con el Señor pueda preservarse. Esta comunión es mantenida por el lavamiento de los pies. Esto es de suma importancia, pues sin ello la comunión con el Señor y con los creyentes no podría mantenerse. Esta práctica es tan crucial que sin ella la vida de iglesia no podría llevarse a cabo. De facto, la realidad de la vida de iglesia se desvanecería. Por lo tanto, es menester que el lavamiento diario de los pies sea practicado por el Señor y también por todos los creyentes. Entonces, podremos mantener una excelente comunión que nos permitirá tener una verdadera vida de iglesia.
Aunque el lavamiento de los pies es para la comunión en vida, no fue así con Judas. Él fue lavado, pero nunca estuvo en la comunión, pues era un creyente falso (vs. 18-31a). Antes de que el Señor lavara los pies de los discípulos, el diablo ya había puesto en el corazón de Judas que le traicionara (v. 2). Luego de que el Señor hubo lavado los pies de Judas, Satanás entró en él (v. 27). Después de eso, siendo ya de noche, Judas salió (v. 30). Él, ciertamente, entró en la noche obscura de su eternidad. En realidad, Judas nunca estuvo en la comunión con el Señor, y nunca podría haber estado en ella a pesar de cuánto fuera lavado (vs. 10-11). Esto nos advierte que el verdadero lavamiento de los pies es sólo para aquellos que genuinamente están en comunión con el Señor.
Después del lavamiento de los pies, el Señor se hallaba cerca de Su muerte. Así que dijo: “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre” (v. 31). La glorificación del Señor significaba que Su elemento divino sería liberado del interior de Su humanidad mediante Su muerte y resurrección. Su muerte quebrantó la cáscara de Su humanidad y liberó Su vida divina. Éste es el significado de Su glorificación.
Aquí el Señor también dijo: “Dios es glorificado en Él” (v. 31). Esto quiere decir que Dios el Padre había de ser glorificado en la glorificación del Hijo, es decir, que Su elemento divino sería liberado en el Hijo. Lo que el Señor liberó en Su muerte y resurrección fue el divino elemento de vida de Dios el Padre. Dios el Padre iba a ser glorificado en el Hijo de esta manera, y Él también iba a glorificar al Hijo en Sí mismo, y lo haría enseguida (v. 32).
En ese momento el Señor estaba listo para sufrir la muerte de la cruz, pero Sus discípulos aún no estaban equipados para seguirle en Sus sufrimientos. Por eso, el Señor le dijo a Pedro que no podía seguirle en ese momento (vs. 36-37) debido a que Pedro todavía no le había recibido como la vida de resurrección. Pero que Pedro le seguiría después que el Señor se impartiera en él como la vida de resurrección (v. 36; 21:18-19) por medio de Su resurrección.
Pedro tenía una comunión auténtica con el Señor, y el lavamiento del Señor lo guardaba en ésta. Él estaba dispuesto a permanecer en la comunión con el Señor, pero fracasó al negar al Señor tres veces cuando Él estaba siendo juzgado. Pedro tenía el deseo de permanecer en la comunión, pero no tuvo la fuerza suficiente para hacerlo, porque era antes de la resurrección del Señor y la vida de resurrección no le había sido impartida. Necesitamos el poder de la vida de resurrección para poder permanecer en la comunión con el Señor, la cual es mantenida por el lavamiento de los pies. Nunca podremos lograr esto mediante nuestro hombre natural.