Mensaje 30
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En la casa del Padre hay muchas moradas (Jn. 14:2). En el versículo 2 la palabra griega que se traduce moradas es la forma plural de la misma palabra que en el versículo 23 se traduce morada. ¿Qué significa la palabra morada? Las muchas moradas son los muchos miembros del Cuerpo de Cristo (Ro. 12:5), el cual es el templo de Dios (1 Co. 3:16-17). El Cuerpo del Señor tiene muchos miembros, y cada miembro es una morada. El versículo 23 comprueba adecuadamente que las muchas moradas son los muchos miembros del Cuerpo de Cristo, ya que dice que el Señor, juntamente con el Padre, hará morada con aquel que lo ame. Todo el que ama a Jesús es una morada. Todos nosotros somos las moradas del edificio de Dios. Este edificio es el Cuerpo de Cristo, y todas las moradas son los miembros del Cuerpo.
La palabra voy en versículo 2 significa que el Señor iba a pasar a través de la muerte y la resurrección para introducir al hombre en Dios, a fin de edificar la habitación de Dios. Esta edificación es la que se menciona en Mateo 16:18, donde el Señor dijo: “Yo edificaré Mi iglesia”. Aquí en el versículo 2 el Señor dice: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros”. ¿Acaso estos dos versículos se refieren a dos asuntos distintos? Esto es imposible, pues el Señor sólo tiene una obra. Él no va a preparar un lugar para nosotros en el cielo y al mismo tiempo edificar una iglesia sobre la tierra. Esto no es lógico. Si ponemos juntas estas dos porciones de la Palabra, veremos que “preparar lugar” se refiere precisamente a la edificación de la iglesia. Para poder edificar la iglesia, el Señor primero tuvo que ir a preparar un lugar. El resultado final de la edificación será la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2). En la actualidad el Señor edifica la iglesia y esta edificación de la iglesia equivale a la edificación de la Nueva Jerusalén. Como ya vimos, Dios tiene una sola edificación en todo el universo, ésta es la edificación de Su habitación viviente con Su pueblo redimido.
La frase voy, pues, a preparar lugar para vosotros significa que el Señor preparará un lugar, realizará la redención, abrirá paso y establecerá una base para que el hombre entre en Dios. Esto significa que el Señor pavimentará un camino para que nosotros estemos en Dios. Éste es el pensamiento central de este capítulo. Si vamos a permitir que Dios more en nosotros, debemos primeramente entrar en Él. Si no entramos en Él, Él no entrará en nosotros. Una vez que nosotros moremos en Dios, entonces Él empezará a morar en nosotros.
¿Pero cómo podemos nosotros, personas tan pecaminosas, entrar en Dios? ¿Cómo podemos entrar en el justo y santo Dios? Esto es imposible, pues estamos separados de Dios. ¿Sabe usted cuán alejados estamos de Dios? Debe ser una enorme distancia. ¿Alguna vez ha medido la distancia que existe entre usted y Dios? ¿Ha considerado cuántos obstáculos hay entre usted y Él? El primer obstáculo es el pecado; el segundo, nuestros numerosos pecados; el tercero, el mundo; el cuarto, el diablo, quien es el gobernador o el príncipe de este mundo; y el quinto, la muerte. Además, la carne, el yo y el viejo hombre aumentan la distancia entre nosotros y Dios. Nos encontramos muy, pero muy lejos de Él. ¿Cómo podemos ser introducidos en Él? ¿Cómo podemos los pecadores entrar en Dios? Todos los elementos que nos separan, los obstáculos producidos por el pecado, pecados, mundo, diablo, muerte, carne y yo, deben ser abolidos. Entonces, seremos llevados a Dios, y no solamente llevados a Él, sino introducidos en Él.
Para llevar esto a cabo era necesaria una obra de preparación que el Señor tenía que hacer. Tenía que ir, no al cielo, sino a la cruz, con el fin de quitar todos los obstáculos. Todos estos fueron quitados por la muerte todo-inclusiva del Señor. En la cruz Él abolió todas las barreras que había entre nosotros y Dios. Terminó con el pecado, los pecados, el mundo, el príncipe de este mundo, la carne, el yo, el viejo hombre, e incluso con la muerte. Por medio de Su muerte y resurrección el Señor abrió el paso y preparó el lugar para que fuéramos introducidos en Dios. Creo que ésta es la interpretación correcta de la frase: Voy, pues, a preparar lugar para vosotros.
En los Estados Unidos hay muchas carreteras y autopistas. La muerte y la resurrección del Señor prepararon una carretera que nos introduce en Dios. Antes de que Él fuera crucificado, habían muchos obstáculos y estorbos que impedían nuestro acceso al Padre. No había forma de entrar en Él. Pero el Señor, por medio de Su muerte y resurrección, abrió el paso y allanó la carretera que inmediatamente puede introducir a cualquier persona en Dios. El Señor removió todas las montañas, rellenó todos los valles, allanó la autopista y pagó todas las cuotas de peaje. No dejó ningún cargo que debamos pagar. Todos podemos entrar directamente en Dios.
El Señor, por Su muerte y resurrección, no sólo abrió paso para que entremos en Dios, sino que también estableció una base para poder presentarnos ante Dios y permanecer en Él. Escuchen las buenas nuevas: el Señor preparó un lugar donde podemos presentarnos ante Dios y permanecer en Él. Mientras creamos en el nombre del Señor Jesús, tenemos esta posición ante Dios y en Él. Todos debemos clamar: “¡Aleluya! Tengo un lugar ante Dios, y aun en Él. Incluso Dios mismo no puede rechazarme. Debido a la obra de preparación que Cristo hizo, el Dios justo nunca podrá rechazarme. Tengo una posición firme en Dios”. Puedo testificar que estoy plenamente seguro del hecho de que estoy en Dios. Sin el Cristo crucificado y resucitado, nunca podríamos tener esta seguridad. Pero debido a que el Señor se fue mediante la cruz y fue levantado de entre los muertos, podemos estar seguros de que tenemos una base sobre la cual podemos presentarnos ante Dios y morar en Él.
No debemos pensar que el Señor fue al cielo a preparar una mansión para que algún día podamos vivir en ella. Este pensamiento es demasiado pobre. Es una creencia semejante a la del budismo. Esta idea es sustentada por las enseñanzas del catolicismo, y también, en gran parte, por las enseñanzas del protestantismo. Todos debemos desechar tal pensamiento, pues es semejante a la enseñanza del budismo. Aun la versión china de la Biblia adoptó la frase “la mansión celestial al traducir la palabra cielo en Hebreos 9:24 y en 1 Pedro 3:22. Todos los chinos saben que la expresión mansión celestial es un término que surgió del budismo. Me entristece mucho que el cristianismo haya adoptado este pensamiento. El catolicismo adoptó muchas cosas del paganismo. Ésta es la levadura que se menciona en Mateo 13:33, donde el Señor habla de la mujer que añadió levadura a la flor de harina. La harina de esta parábola representa al Hijo de Dios como el pan vivo que se nos da para nuestra nutrición, y la mujer representa a la Iglesia Católica Romana. La levadura que ella añadió simboliza las cosas sucias y pecaminosas, tales como lo que se encuentra en el paganismo y los infieles. La Iglesia Católica introdujo el paganismo a las doctrinas y enseñanzas acerca de Cristo. El concepto de que viviremos en una mansión celestial es un tipo de levadura que fue añadida a la flor de harina.
El propósito de la obra redentora del Señor no es prepararnos un lugar en el cielo, sino en Dios. ¡Cuán divino es este pensamiento! Se encuentra en el plano más elevado. El Señor nos redimió con el fin de introducirnos en Dios, es decir, de prepararnos un lugar en Él. Después de leer todo el Nuevo Testamento, ¿puede usted decirme, según la Palabra, en dónde nos encontramos? Por favor, dígame en dónde nos encontramos después de haber sido redimidos, salvos y regenerados. Estamos en Cristo y en Dios. Aun la primera Epístola de Juan revela que permanecemos en Dios y Él en nosotros (4:13). A través de todo el Nuevo Testamento se revela el pensamiento central que después de haber sido salvos y regenerados estamos en Dios y en Cristo; Dios y Cristo son nuestra morada. Más aún nosotros hemos llegado a ser el lugar donde Dios mora. Así que Dios y nosotros, nosotros y Dios, somos una morada mutua. El Señor dijo claramente que iba a preparar un lugar para nosotros en Dios, y no en el cielo. Él fue a preparar un lugar para que pudiéramos entrar en Dios, a fin de que por medio de la obra redentora del Señor, pudiéramos ser introducidos en Dios. Por medio de Su muerte y resurrección, Él nos introdujo en Dios. ¡Alabado sea el Señor porque cada uno de nosotros tiene un lugar en Dios! ¿Qué prefiere usted, un lugar en el cielo o en Dios?
El propósito de la ida del Señor fue introducir al hombre en Dios para la edificación de Su habitación. El Señor fue a la cruz para efectuar la redención, quitando todos los obstáculos que había entre el hombre y Dios, para abrir paso y establecer una base sobre la cual el hombre pudiera entrar en Dios. Esta base, siendo ensanchada, viene a ser la base sobre la cual nos mantenemos en el Cuerpo de Cristo. Todo aquel que no tenga la base, un lugar en Dios, no tiene lugar en el Cuerpo de Cristo, el cual es la habitación de Dios. Por lo tanto, cuando el Señor se fue para efectuar la redención, Él fue a preparar un lugar en Su Cuerpo para los discípulos.
En el versículo 3 el Señor dijo: “Y si me voy ... vendré”. Me gusta mucho esta frase, pues comprueba que la ida del Señor (efectuada por medio de Su muerte y Su resurrección) es Su venida (a Sus discípulos, vs. 18, 28). En este versículo el tiempo verbal del griego es muy extraño y da a entender que Su ida era Su venida. En efecto, Su ida no fue una partida, sino otro paso que conducía a Su venida. La muerte y resurrección del Señor eran un paso adicional de Su venida. Su ida a la muerte fue Su entrada en nosotros. El Señor tenía la intención de entrar en Sus discípulos. Él vino en la carne (1:14) y estuvo entre Sus discípulos, pero mientras estaba en la carne no podía entrar en ellos. Para poder entrar en ellos, tuvo que dar un paso adicional pasando a través de la muerte y la resurrección para ser transfigurado de la carne al Espíritu, para así morar en ellos, según lo revelado en los versículos del 17 al 20. Después de Su resurrección, el Señor vino a impartirse a Sí mismo como Espíritu Santo al soplar en los discípulos (20:19-22). Por lo tanto, Su ida era simplemente Su venida.
Permítame usar como ejemplo una historia de algo que sucedió en Taiwán hace muchos años. Un día compré una sandía enorme. Cuando la llevé a casa y la puse sobre la mesa, todos mis hijos estaban muy emocionados. Luego llevé la sandía a la cocina. Uno de los niños gritó: “¡No te lleves la sandía!” Le dije que se quedara tranquilo, porque el propósito de llevarme la sandía era prepararla para que pudieran comérsela, es decir, para que esa gran sandía pudiera entrar en ellos. Primero, era necesario que la sandía pasara por el proceso de ser cortada. Después de unos cuantos minutos, la gran sandía regresó a los niños cortada en rebanadas. Todos estaban muy contentos. En menos de una hora toda la sandía había desaparecido. ¿A donde se fue? Entró en los niños. Finalmente, todos habían llegado a ser niños de la sandía. La ida de la sandía no fue realmente su ida, sino una venida adicional de la sandía a los niños. El Señor Jesús era como esa sandía. ¿Cómo podían los discípulos comerlo? Era imposible. Él tenía que ser procesado, es decir, cortado en pedazos. Así que, Él fue a la cruz y allí fue cortado y procesado, no sólo en rebanadas, sino en un rico jugo de sandía, bueno para beber. El Señor ya no es solamente la sandía, sino también el jugo. Él entra en cualquiera que lo beba. Jesús se fue al pasar a través de la muerte para regresar como Cristo en Su resurrección.
El Señor dijo: “Vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo” (v. 3). Esto no quiere decir que el Señor nos llevará a cierto lugar, sino que nos tomará a Sí mismo. El hecho de que el Señor tome a Sus discípulos a Sí mismo significa que los introduce en Sí mismo, como se indica en el versículo 20, “vosotros en Mí”.
En el versículo 3 el Señor dijo que nos tomaría a Sí mismo para que donde Él estuviera, nosotros también estuviésemos. ¿Dónde está el Señor? ¿Está en el cielo? No, Él está en el Padre. El Señor desea que Sus discípulos también estén en el Padre (vs. 17, 21). Puesto que el Señor está en el Padre, Él nos introduce a nosotros también en el Padre. Al estar en el Señor, nosotros los discípulos estamos también en el Padre. El Señor estaba en el Padre. Por medio de Su muerte y resurrección el Señor nos introdujo en Sí mismo. Al estar en Él, estamos también en el Padre, pues Él está en el Padre. Donde Él está, nosotros también estamos. Esto fue posible sólo por medio de la muerte y la resurrección del Señor. Antes de Su muerte y resurrección Él estaba en el Padre, pero los discípulos no. Después de la muerte y resurrección todos los discípulos fueron introducidos en el Padre, así como el Señor estaba en el Padre y todavía está en el Padre. En ese momento el Señor pudo decir: “Donde yo estoy, vosotros también estéis”.
El camino por el cual entramos en Dios es el Señor mismo. Puesto que el camino es una persona viviente, así también el lugar al cual el Señor nos lleva debe ser una persona viviente, es decir, Dios el Padre. El Señor es el camino viviente que introduce al hombre en Dios el Padre, el lugar viviente. Al igual que nosotros, los discípulos pensaron que el lugar y el camino eran lugares físicos, y no personas. No obstante, el Señor les dijo: “Yo soy el camino”.
En el versículo 6 el Señor Jesús también dijo que Él era la realidad. El camino requiere la realidad. A menos que el Señor sea nuestra realidad, nunca podrá ser nuestro camino. La realidad llega a ser el camino.
La realidad depende de la vida. El Señor mismo es nuestra vida. Esta vida nos trae la realidad, y la realidad llega a ser el camino por el cual entramos en el Padre. Primeramente, Cristo es nuestra vida. Después, esta vida nos trae toda la realidad de la Deidad. Finalmente, la realidad de la Deidad es el camino por el cual entramos en el Padre. Cuando tenemos al Señor como vida, tenemos la realidad. Cuando el Señor es nuestra realidad, tenemos el camino por el cual entrar en el Padre.
Durante muchos años no entendí por qué el Señor mencionó primero el camino, luego la verdad o la realidad, y por último, la vida. Finalmente comprendí el significado de la secuencia. Si el Señor ha de ser nuestro camino, primero tiene que ser nuestra realidad, y si Él ha de ser nuestra realidad, debe ser primero nuestra vida. Al ser Él nuestra vida, llega a ser nuestra realidad y, como tal, llega a ser el camino que nos lleva al Padre. El Señor mismo es el camino, este camino es la realidad, y la realidad está en la vida.
En el versículo 6 el Señor no dijo: “Nadie viene al cielo, sino por Mí”, sino: “Nadie viene al Padre, sino por Mí”. La intención del Señor no es introducirnos en el cielo, sino en Dios, en el Padre. El Señor no es el camino que introduce a los creyentes en el cielo, sino en el Padre.
El Padre, la persona viviente, es el destino; y el Hijo, la persona viviente, es el camino. Ni el camino ni el destino es un lugar. El camino es el Hijo y el destino es el Padre. Entramos en el Padre por medio del Hijo. Tanto el camino como el destino son personas vivientes. Todos nosotros entramos en el Padre mediante la muerte y la resurrección del Hijo. Puesto que estamos en el Hijo, y el Hijo está en el Padre, nosotros también estamos en el Padre.