Mensaje 44
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En este mensaje llegamos al capítulo Jn. 20, el cual aborda la resurrección del Señor. El Señor murió con el propósito de resucitar. En Jn. 12:24 Él dijo que era el grano de trigo que caía a tierra y moría para liberar e impartir Su vida en muchos otros granos. En otras palabras, Él tenía que morir para poder resucitar y llegar a ser muchos granos. Esto es extraño y misterioso para la mente humana, la cual nunca ha considerado que haya una resurrección posterior a la muerte. Aun Satanás pensó que la muerte daría fin al Señor Jesús. Para Satanás, la muerte era el fin; pero, para el Señor, la muerte era el camino por el cual entrar a la resurrección. Así que, para el Señor, la muerte no fue una derrota, sino un camino a la victoria. Al morir, Él ganó la victoria, porque la muerte se convirtió en una puerta y una entrada a la resurrección. Sin lugar a dudas, Su muerte tuvo como fin Su resurrección. Sin morir, Él nunca habría producido la iglesia. Si Él no hubiera muerto, nosotros no habríamos podido ser regenerados para que fuésemos miembros de Su Cuerpo. Por lo tanto, todo dependió de la muerte del Señor, la cual condujo a la resurrección.
Lo narrado en el Evangelio de Juan con respecto a la resurrección del Señor difiere de los otros tres evangelios. El relato de la resurrección del Señor en Mateo, Marcos y Lucas casi es el mismo, pero lo narrado por Juan es muy distinto. El Evangelio de Juan siempre ofrece la perspectiva de la vida. Según este evangelio, el Señor vino para ser la expresión de Dios a fin de que lo recibiéramos como vida, y murió y resucitó para impartirse en nosotros como vida. Si queremos entender este libro, siempre debemos tener presente este punto de vista, el cual también se encuentra en el relato de la resurrección del Señor. Juan 20 y 21 fueron escritos desde tal perspectiva y muestra cómo el Señor fue liberado en virtud de Su muerte y cómo se impartió a nosotros mediante Su resurrección. El propósito principal de estos dos capítulos consiste en que, después de la resurrección del Señor y mediante ella, el Señor puede entrar en nosotros y ser uno con nosotros.
Todo el Evangelio de Juan nos dirige a la resurrección. El propósito de la encarnación del Señor fue que Él pudiera impartirse a Sí mismo en muchas personas y así reproducir muchos hijos de Dios. Él era el Hijo unigénito de Dios, pero Dios necesitaba que Su Hijo unigénito se reprodujera y multiplicara. La única forma en que el Hijo unigénito de Dios podía reproducirse y multiplicarse era morir y resucitar. Por ejemplo, la única manera posible en que un grano de trigo puede reproducirse y multiplicarse en muchos granos es morir y resucitar. Ya vimos que todo el Evangelio de Juan se enfoca en este punto: en la reproducción y multiplicación del Hijo unigénito de Dios. De esta forma, Él llega a ser los muchos hijos (Ro. 8:29). Para lograr una expresión corporativa, Dios necesita a muchos hijos. Con este propósito, el Hijo unigénito de Dios tenía que liberarse por medio de la muerte, e impartirse en nosotros por medio de la resurrección.
Hemos estado considerando cómo la vida pasó por un proceso con el fin de multiplicarse. El Señor, después de ser examinado, sentenciado, y probado por la muerte, descansó en la honra humana. Luego, después de pasar por la muerte, Cristo resucitó en la gloria divina (20:1-13, 17). Ahora, en resurrección Él está en la gloria divina.
El Señor resucitó “el primer día de la semana” (20:1). La resurrección del Señor significa un nuevo comienzo, y abre el camino a una nueva generación y a una nueva era. Ésta es la razón por la que el Señor resucitó “el primer día de la semana”. Este día es el más grandioso de toda la Biblia. Es llamado el primer día de la semana, lo cual significa que es un nuevo comienzo. Una semana es un período de siete días, y el primer día denota un nuevo comienzo. ¿Por qué no resucitó el Señor el sexto o el séptimo día, o en cualquier otro día de la semana? Debido a que Su resurrección introdujo una nueva época, una nueva era, una nueva generación. En la antigua creación había siete días; Dios la creó durante seis días y descansó el séptimo. En esos siete días fue generada la primera creación. Pero por la resurrección del Señor Jesús, algo nuevo fue generado. La antigua creación pertenece a los siete días. Ahora, después de los siete días, tenemos un nuevo comienzo con otro primer día. En otras palabras, por la resurrección del Señor la vieja creación pasó y comenzó una nueva creación. Lo que fue creado primero se acabó y algo nuevo se ha producido. De manera que, el primer día de otra semana representa el comienzo de una nueva creación, una nueva generación y una nueva era.
¿Se ha fijado alguna vez en la tipología del Antiguo Testamento, qué es lo que indica que el Señor resucitaría en el primer día de la semana? En Levítico 23:10-11 y 15 vemos que una gavilla de las primicias de la cosecha era presentada al Señor como ofrenda mecida, “el día siguiente al sábado”. Esa gavilla tipificaba a Cristo como las primicias de la resurrección (1 Co. 15:20, 23); Él resucitó precisamente el día siguiente al sábado. En los versículos 10, 11 y 15 de Levítico 23, no se usa el término “el primer día de la semana”, sino “el día siguiente al sábado”. El sábado es el séptimo día, y el día que sigue al sábado es el primer día de la semana. Las primicias de la cosecha eran ofrecidas al Señor “el día siguiente al sábado”, esto es, el primer día de la siguiente semana. Las primicias de la cosecha tipifican la resurrección de Cristo; Él es las primicias de la resurrección. Ya que el Señor resucitó como las primicias de la cosecha, ¿cuándo eran ofrecidas a Dios? En el día siguiente al sábado, esto es, en el primer día de la semana. Esto no solamente figura como tipo, sino también como profecía cuyo cumplimiento se ve en Juan 20.
Las primicias de la cosecha ofrecidas al Señor era la ofrenda mecida, que representa la resurrección. La ofrenda mecida está en contraste con la ofrenda elevada y era ofrecida con un movimiento de vaivén, lo cual representa a Cristo en resurrección, mientras que la ofrenda elevada era ofrecida con un movimiento de arriba hacia abajo, lo cual representa a Cristo en ascensión. Mecer las ofrendas indica movimiento continuo y, por ende, indica que Cristo se mueve en vida porque ha resucitado. Él es la ofrenda mecida que era ofrecida en el primer día de la semana.
Otro asunto que aquí se debe considerar es la circuncisión de los hijos de Israel. ¿En qué día Dios los instruyó que debían ser circuncidados? Ese era el octavo día (Gn. 17:12). Después de un período de siete días, viene el primer día de otro período de siete días, es decir, el octavo día. El significado de que el Señor instruyera a los hijos de Israel a circuncidarse en el octavo día, es que ellos tenían que eliminar su vieja naturaleza y vivir la vida en resurrección. Puesto que ellos habían nacido de la vida natural, debían cortar su vieja naturaleza y recibir una nueva naturaleza regida por la vida en resurrección. Por esto, los israelitas recibieron el mandato de ser circuncidados el octavo día. Colosenses 2:11 y 12 declaran que en Cristo todos fuimos circuncidados por Su cruz. Dios quiere que Su pueblo se despoje de la vieja naturaleza y sea revestido de una nueva naturaleza para que así pueda vivir en la vida de resurrección, lo cual se relaciona con el octavo día, el primer día de la semana. Esto simplemente denota la resurrección, porque la resurrección es un nuevo comienzo para una nueva generación en una nueva creación.
Cristo, por medio de Su muerte todo-inclusiva, puso fin a la vieja creación, la cual había sido completada en seis días más uno, el día sábado. En Su resurrección, Él hizo germinar la nueva creación, la cual contiene la vida divina. Por lo tanto, se comenzó una nueva semana, una nueva era. El día de Su resurrección, Cristo fue designado por Dios. En Salmos 118:24 dice: “Éste es el día que hizo Jehová; nos gozaremos y alegraremos en él”. Si leemos este versículo teniendo en cuenta su contexto, veremos que se refiere al día de la resurrección del Señor. El día de Su resurrección fue un día especial, designado por Dios. Este día fue profetizado como “hoy” en Salmos 2:7, y fue citado además en Hechos 13:33 y Hebreos 1:5. Cuando el Señor Jesús todavía andaba sobre la tierra, Él predijo que sería crucificado y que al tercer día se levantaría de entre los muertos (Mt. 16:21; Jn. 2:19, 22). Este “tercer día” era el primer día de la semana. Más tarde este día fue llamado por los primeros cristianos: “El día del Señor” (Ap. 1:10). ¡Qué maravilloso día fue ese!
Además, debemos subrayar el hecho de que el Señor no solamente resucitó el primer día de la semana, sino que también lo hizo en las primeras horas del día. Él resucitó en la mañana y no en la tarde. Quiero repetir una vez más que esto significa un nuevo comienzo, una nueva época, una nueva generación, una nueva era, una nueva creación y un nuevo día. La resurrección del Señor es el principio de un nuevo día, porque Él resucitó muy temprano en la mañana del primer día.
Cristo resucitó como “las primicias” de “la resurrección” (1 Co. 15:20-23). En la resurrección Él fue engendrado como Hijo primogénito de Dios. El Hijo único, el Hijo unigénito de Dios, no necesitaba ser engendrado, pero a fin de llegar a ser el Primogénito, tuvo que nacer en resurrección (Hch. 13:33; He. 1:5). Cristo nació en el día de Su resurrección como Hijo primogénito de Dios y como el “Primogénito de entre los muertos”, a fin de ser “la Cabeza del Cuerpo que es la iglesia” (Col. 1:18).
Cuando el Señor Jesús resucitó, dejó la vieja creación en el sepulcro (20:1-10). Pedro entró en el sepulcro y “vio los lienzos puestos allí, y el sudario que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino doblado en un lugar aparte” (vs. 6-7). Antes de que el cuerpo de Jesús fuera sepultado, fue envuelto en lienzos (19:40). Esto significa que Él entró en el sepulcro con algo de la vieja creación, o sea, la vieja creación fue introducida en el sepulcro cuando Él fue sepultado. Todas las cosas que fueron quitadas del cuerpo resucitado del Señor y que quedaron en el sepulcro, representan la vieja creación, la cual Él llevó sobre Sí al sepulcro. Él fue crucificado con la vieja creación y sepultado con ella. Pero resucitó desde el interior de la vieja creación, dejándola en el sepulcro y llegando a ser las primicias de la nueva creación.
Todas las cosas que quedaron en el sepulcro eran un testimonio de la resurrección del Señor. Si estas cosas no hubieran sido dejadas en orden, Pedro y Juan habrían podido creer (20:8) que el cuerpo del Señor había sido llevado por alguien y no que había resucitado por Sí mismo. Estas cosas habían sido ofrecidas al Señor por Sus dos discípulos, José y Nicodemo, quienes lo habían envuelto con ellas (19:38-42). Lo que ellos hicieron al Señor en Su amor por Él, llegó a ser muy útil al testimonio del Señor. El Señor resucitó de los muertos, dejando en el sepulcro toda la vieja creación, la cual Él había llevado sobre Sí, como testimonio de que Él había salido de la muerte.
A los ojos de Dios, toda la antigua creación fue puesta en ese sepulcro. Éste es un hecho maravilloso, lo creamos o no. La vieja creación, incluyendo nuestro viejo hombre y nuestro viejo yo, fue puesto en aquel sepulcro con Jesús y dejado allí. Cuando el Cristo todo-inclusivo entró al sepulcro, todos nosotros entramos allí juntamente con Él. Cuando Él resucitó, nos dejó allí. En este universo hay un sepulcro tan maravilloso y todo-inclusivo, donde nuestro viejo hombre fue sepultado y permanece aún. Ahora mismo nuestro viejo hombre está en ese sepulcro, y nuestro nuevo hombre resucitado está en la iglesia.
Los lienzos y el sudario fueron dejados en el sepulcro, en muy buen orden (v. 7). ¿Quién quitó los lienzos y el sudario del cuerpo del Señor Jesús, y quién dobló el sudario y lo dejó en perfecto orden? Esto no fue hecho por los ángeles, sino por el Señor mismo. La prueba de esto se ve en la resurrección de Lázaro, presentado en el capítulo 11. Después de que el Señor había resucitado a Lázaro y lo había llamado del sepulcro, Lázaro aún tenía “atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario” (11:44). Por lo tanto, Jesús dijo a los demás: “Desatadle, y dejadle ir” (11:44). Lázaro necesitó ayuda para ser liberado de las vendas, porque él era uno que había sido resucitado y no Aquel que resucita. Pero el Señor Jesús es Aquel que resucita y no el resucitado. Él resucitó por Sí mismo y no necesitó que los ángeles le ayudaran. Los ángeles fueron simplemente espectadores. Si los ángeles hubieran quitado los lienzos que le envolvían, habría significado que el Señor era incapaz de resucitar por Sí mismo.
Creo que en cierto momento el Señor le haya dicho a la muerte: “Muerte, llegó tu fin. Ahora Yo me levantaré y saldré de tu dominio; me quitaré los lienzos que envuelven Mi cuerpo, dejaré todo en buen orden y los dejaré en el sepulcro como testimonio de que resucité de entre los muertos”. Entonces, el Señor le pudo haber dicho “adiós” a la muerte y salió. Al menos en principio debe haber sucedido así. El Señor no tenía prisa, Él no salió corriendo del sepulcro como una víctima secuestrada que huye apresuradamente después de haber sido liberada. No; el Señor estaba en paz y muy tranquilo. Puede ser que Él simplemente hubiera dado un recorrido por la muerte y comprobara que ésta no tenía ningún poder sobre Él. Aunque la muerte hizo todo lo posible por retenerlo, le era imposible hacerlo. Con gran tranquilidad el Señor quitó Sus vendas, dobló el sudario y lo dejó todo en perfecto orden. La muerte sólo observaba la facilidad con la que Él hacía todo esto. El Señor no estaba atemorizado y nada constituía una amenaza para Él. Es posible que hubiera dicho: “Muerte, he concluido Mi misión. Tú no puedes hacer nada contra Mí, y no tengo ningún temor de ti. Ha llegado la hora en que debo salir de tu dominio. No tengo ninguna prisa; bien podría quedarme aquí otro día si así lo quisiera, pero ya es hora de partir”. Ésta fue la verdadera situación cuando el Señor resucitó de entre los muertos.
En cuanto al testimonio de la resurrección del Señor habían dos perspectivas, la del hombre y la de los ángeles. Ya vimos que todos los lienzos fueron ofrecidos al Señor por dos discípulos honorables. Finalmente, lo que ellos le proveyeron al Señor, movidos por su amor hacia Él, llegó a ser un testimonio palpable y sustancial de Su resurrección. Éste fue el testimonio desde la perspectiva del hombre. Veremos posteriormente que Dios envió dos ángeles como un testimonio de los cielos. Por lo tanto, hubo dos aspectos del testimonio de la resurrección del Señor, uno del lado humano, en la tierra, y el otro, de parte de los ángeles, en el cielo. ¡Alabado sea el Señor porque los hombres y los ángeles, la tierra y los cielos, constituyen un testimonio de la resurrección del Señor Jesús!